CONVIVENCIA
EN EL CONTEXTO FAMILIAR: UN APRENDIZAJE PARA CONSTRUIR
CULTURA DE PAZ
COHABITATION
IN THE FAMILY CONTEXT: A LEARNING PROCESS TO BUILD A CULTURE OF PEACE
Ana
Rocío Barquero Brenes1
1Actualmente
labora en un centro educativo y como docente en la Escuela
de Psicología de la Universidad de Costa Rica. Máster en Psicología
Educativa, Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica. Dirección
electrónica: ana.barquero@ucr.ac.cr
Dirección para correspondencia
Resumen
Este
artículo abordó la temática de la promoción de la convivencia en
el contexto familiar, como un aprendizaje para construir cultura de
paz. Se trabajó con una población compuesta por diez figuras parentales
de niños y niñas entre los tres y diez años de edad, pertenecientes a
un centro educativo de la Gran Área Metropolitana de Costa Rica. En lo
que respecta a los principales resultados, se evidenció que la
convivencia fue comprendida por las familias participantes a partir de
acciones concretas, no desde la dinámica interaccional en la que se
construye, por lo que la mayoría de las dimensiones del convivir fueron
invisibilizadas. Los factores promotores e inhibidores de la
convivencia fueron expuestos a través de las dificultades que las
figuras parentales enfrentan en el ejercicio de la crianza, la cual se
vive con incertidumbre, agotamiento y frustración. Finalmente, el grupo
familiar del estudio, no se autopercibió como una instancia social
protagonista del aprendizaje de la convivencia, ni constructora de
cultura de paz.
Palabras clave:
convivencia, familia, crianza, cultura de paz,
mediación, figuras parentales, Costa Rica.
Abstract
This
article investigated the topic of the promotion of family
cohabitation as a learning process to build a culture of peace. The
subject group consisted of ten couples with children of both genders,
between the ages three to ten, students of an educational center
located in the Great Metropolitan Area of Costa Rica. Regarding the
main results, it was evidenced that the participant families
comprehended cohabitation from concrete actions, and not from the
interactional family dynamic in which it is built; therefore the
majority of the cohabitation dimensions were overlooked. The factors
that promote and inhibit cohabitation were exposed through the
difficulties faced by the parental figures in the process of raising a
child, which are uncertainty, exhaustion and frustration. Finally, the
studied family group did not perceive itself as a protagonist social
instance in the learning process of cohabitation, nor in the
construction of a culture of peace.
Key words:
cohabitation, family, upbringing, culture of peace,
mediation, parental figures, Costa Rica.
Introducción
La
convivencia pacífica es una aspiración compartida socialmente, de
trascendencia innegable para la existencia humana; por lo tanto, su
aprendizaje ha sido planteado como uno de los pilares de la educación
para el siglo XXI. La Conferencia Internacional de Educación de la
UNESCO (2008), ha reiterado la necesidad que nos compete de educar en
este tema, máxime que el convivir no se produce de manera espontánea en
sociedades que favorecen el individualismo y la competencia.
La
promoción de la convivencia no solo es un factor de bienestar para
las personas, sino la base desde la que se construyen la ciudadanía, el
capital social, la calidad de un país en el futuro y también la
posibilidad de entendimiento entre los pueblos. Aprender a convivir
incide de manera directa en el combate de formas violentas de relación
y, por lo tanto, en la construcción de una cultura de paz.
Cuando
las relaciones interpersonales se encuentran deterioradas, se
genera el fenómeno de la violencia, de ahí la importancia de invertir
en el desarrollo de competencias, habilidades y valores. De acuerdo con
Rosada (2000), la violencia ha venido en incremento, sobrevivir se ha
convertido en un reto debido al descenso en la capacidad de concertar,
hacer pactos, negociar, convenir propósitos o ajustar racionalmente
disputas; predomina la intolerancia, la respuesta violenta, la
indiferencia. La humanidad exhibe su rostro más violento e inhumano, lo
que hace imprescindible generar propuestas creativas que promuevan el
convivir desde todas las instancias socializadoras.
Afirma
Rodríguez (2006) que la familia es el principal eslabón social
donde los niños y las niñas aprenden sobre el diálogo, la tolerancia,
la solidaridad, el respeto a los derechos humanos y la búsqueda de la
justicia, entre otros. Los aprendizajes obtenidos en esta instancia,
posteriormente se multiplicarán en el intercambio que las personas
mantengan con la sociedad.
Pese
al impacto de estos argumentos aportados por Rodríguez (2006) y
otros autores (Edwards, 2002, Espinosa 2009, Murueta, 2009) sobre la
familia como un escenario oportuno para dar inicio a la educación de la
convivencia; la revisión de antecedentes encontró escasos estudios en
Latinoamérica y una ausencia de investigación relativa al tema en
nuestro país. De esta forma, el presente trabajo contribuye a aportar
datos iniciales que puedan guiar futuras intervenciones a nivel
nacional.
En
este estudio se trabajó con un grupo compuesto por diez figuras
parentales, cuyos hijos e hijas eran estudiantes de preescolar a quinto
año de primaria, de un centro educativo del área metropolitana. Esto
con el objetivo de indagar acerca del concepto de convivencia, los
factores que consideran promotores e inhibidores del convivir y, por
último, si educar la convivencia es o no comprendido como un
aprendizaje que contribuye a construir una cultura de paz.
Referente teórico
Familia y convivencia
El
presente estudio comparte la visión aportada por la investigadora
Ares (2002), en torno al concepto de familia. Para la autora, la
familia es una categoría histórica, determinada por el sistema social,
por lo tanto, el modo de producción imperante ha condicionado sus
formas de existencia, las jerarquías de sus funciones, los valores
predominantes y los principios éticos. Se ha diversificado con el paso
del tiempo, por lo que hoy en día se hace referencia no a una tipología
específica, sino a una diversidad de tipologías que comparten algunas
características, entre ellas la intermediación individuo-sociedad.
Para
Ares (2002), la familia es un sistema de relaciones que supera
aspectos de consanguinidad o la simple suma de integrantes; pasa a ser
la unión de personas que comparten un proyecto de vida de existencia
común, en el que se establecen fuertes sentimientos de pertenencia,
intensas relaciones de intimidad, reciprocidad y dependencia,
estableciéndose un compromiso personal entre los integrantes.
En la
misma línea de pensamiento, los investigadores en el campo de la
psicología social, Rentería, Lledios, y Giraldo (2008, p. 431), se
refieren a:
(…) la
familia se entiende como una forma organizativa particular en la
que es posible identificar interacciones e, igualmente, experimentar e
interpretar diversos tipos de papeles, normas, acuerdos de convivencia,
así como el mantenimiento o la reproducción de la dinámica social
“mayor” en la que está inmersa.
La
familia, refieren los mismos autores, permite considerar diferentes
formas de agruparse por parte de las personas para construir un espacio
de existencia, mediado por vínculos afectivos y por la construcción del
compartir cotidiano. En la convivencia familiar, a través del proceso
de socialización, se aprenden significados y gran parte de los símbolos
que les permiten a los integrantes ejercer su capacidad de pensamiento
y también la posibilidad de modificarlo.
Este
proceso de socialización es comprendido por Rentería et al.
(2008), como un continuo que ocurre a lo largo de la vida y en el cual
la interacción es en sí misma socialización. Desde esta perspectiva, la
realidad familiar es un proceso cotidiano de intercambio de
informaciones y vivencias en el cual se construyen y se consolidan
vínculos entre los miembros. Está permeado de intereses, afectos,
actitudes roles y otros elementos que dinamizan la convivencia
cotidiana, formando alianzas, divergencias y tensiones. Esta situación
hace que la convivencia familiar sea un lugar de conflicto potencial,
pero, al mismo tiempo, una zona de entrenamiento para aprender a
manejarlo o solucionarlo.
De
acuerdo con Rodríguez “la familia es un sistema compuesto por
elementos que interactúan entre sí e integran un todo unificado para
“entregar un producto” que es la persona social” (2006, p. 128). La
familia es como una especie de célula social que transmite la cultura y
perpetúa los grupos humanos y, desde una perspectiva individual, ofrece
las condiciones necesarias para el desarrollo a plenitud. En la familia
se establecen lazos afectivos primarios, se forman actitudes básicas y
patrones de conducta e igualmente se refuerzan creencias y valores
(Rodríguez, 2006).
Al
respecto, Tuvilla (2004) plantea que la instancia socializadora
familiar realiza elecciones sobre cómo desempeñar su práctica, que no
son arbitrarias ni azarosas, sino que obedecen a componentes
culturales, políticos y económicos. En otras palabras, la interacción
familiar está marcada por aspectos que promueven modelos de crianza
específicos, patrones y comportamientos a favor o en contra de la
sumisión, la violencia o el desarrollo de habilidades proactivas.
Convivencia
En
este estudio se parte de la conceptualización de convivencia que han
venido desarrollando los ministerios de educación pública de Chile
(2002, 2008) y Colombia (2005), y que contempla diversas dimensiones.
La
primera refiere que no puede obviarse que la definición y práctica
de la convivencia está permeada por referentes éticos, culturales y
normativos, que son los que dictan la pauta. La segunda propone que la
convivencia es un aprendizaje, por lo tanto, se enseña y se aprende a
convivir. La tercera plantea que este aprendizaje implica el
reconocimiento y respeto por la diversidad, la pluralidad humana, la
capacidad de las personas para entenderse, y de valorar y aceptar otros
puntos de vista.
De
esta última, se deriva la trascendencia que adquiere el fortalecer
valores como la tolerancia, el respeto y la solidaridad para educar la
convivencia; así también, el desarrollo de competencias sociales para
interactuar constructivamente con los demás (como la empatía, la
capacidad para manejar sentimientos y emociones, la habilidad para
tramitar adecuadamente los conflictos, trabajar en grupo y compartir,
buscar soluciones a los problemas, argumentar, dialogar y fijarse
metas).
Otra
dimensión del concepto adiciona que la convivencia es un proceso
de apropiación cognitiva, en que se trasladan pensamientos a acciones y
sentimientos; y se expresan a través de un estilo de vida.
Cultura de paz y convivencia
Para
Tuvilla, la cultura de paz representa un gran desafío para la
humanidad en un siglo lleno de grandes incertidumbres y también de
grandes esperanzas, y la comprende como:
Un
concepto síntesis que encuentra en los derechos humanos su esencia
básica y que se define como el conjunto de valores, actitudes,
tradiciones, comportamientos y estilos de vida que inspiran una forma
constructiva y creativa de relacionarnos para alcanzar la armonía del
ser humano consigo mismo, con los demás y con la naturaleza. (2004, p.
11)
Para
las Naciones Unidas, la cultura de paz consiste en una serie de
valores, actitudes y comportamientos que rechazan la violencia y
previenen los conflictos tratando de atacar sus causas mediante el
diálogo y la negociación entre las personas, los grupos y las naciones.
Está basada en los principios enunciados en la Carta de las Naciones
Unidas y en el respeto de los derechos humanos, la democracia y la
tolerancia, la promoción del desarrollo, la educación para la paz, la
libre circulación de información y la mayor participación de la mujer
como enfoque integral para prevenir la violencia y los conflictos
(Naciones Unidas, 1994).
Para
hacer posible la construcción de una cultura de paz, Tuvilla hace
referencia a varias características culturales:
Una
cultura caracterizada por ser una cultura de la convivencia y de la
participación, fundada en los principios de libertad, justicia,
democracia, tolerancia y solidaridad; una cultura que rechaza la
violencia, se dedica a prevenir los conflictos en sus causas y a
resolver los problemas por el camino del diálogo y de la negociación; y
una cultura que asegura a todos los seres humanos el pleno ejercicio de
sus derechos y los medios necesarios para participar plenamente en el
desarrollo endógeno de su sociedad. (2004, p. 57)
Asimismo,
refiere que la vía para alcanzar la cultura de paz, es la
educación centrada en la condición humana, la cual es el centro y motor
de cambio y debe acontecer al margen de la dimensión ética. Establece
seis principios clave que propician espacios para crear cultura de paz:
respetar la vida (aprender a vivir juntos y aprender a ser), rechazar
la violencia, compartir con los demás, escuchar para comprenderse,
conservar el planeta y redescubrir la solidaridad (Tuvilla, 2004).
En la
misma línea de pensamiento, la Organización para las Naciones
Unidas propone que se debe implicar a las familias en la educación
pacificadora, la cual requiere desarrollar formas de pensamiento
crítico ante la sociedad; reflexionar y asumir valores, normas y
actitudes facilitadoras de la convivencia, capaces de dar respuesta a
los problemas que se les plantean diariamente; reconocer y aceptar los
valores que existen en la diversidad de los individuos, los sexos, los
pueblos y las culturas; y desarrollar la capacidad de comunicar,
compartir y cooperar con los demás (Naciones Unidas, 1994).
Metodología
El
presente estudio tuvo lugar durante los años 2011 y 2012, en un
centro educativo del área metropolitana, con una población compuesta
por diez figuras parentales. Los objetivos giraron en torno a indagar
acerca del concepto de convivencia, los factores que la promueven o
inhiben y si la convivencia es o no comprendida como un aprendizaje que
contribuye a construir cultura de paz. Se llevó a cabo en tres
momentos: la indagación bibliográfica para la propuesta del diseño, la
recolección de información y el procesamiento y análisis de la
información.
Con el
objetivo de lograr una percepción más integral y completa del
fenómeno de estudio, se seleccionó un enfoque mixto, que implicó un
proceso de recolección, análisis y vinculación de datos cuantitativos y
cualitativos. En cuanto al proceso de organización de los datos
cualitativos, para su posterior interpretación, se utilizó la técnica
del análisis de contenido.
Población
En la
primera etapa de la selección de participantes, se realizó una
convocatoria general a padres, madres y otras personas encargadas de la
crianza de estudiantes que cursaban desde preescolar hasta quinto año
de primaria. Se determinó la etapa de desarrollo de la niñez, con el
objetivo de unificar criterios y vivencias de las personas adultas, en
cuanto a la convivencia con infantes entre los tres y diez años de edad.
De
acuerdo a los criterios de inclusión y exclusión, y el interés por
participar, la población participante estuvo finalmente representada
por diez personas. Todas ellas correspondieron a figuras parentales
(seis madres y cuatro padres), que aprobaron y firmaron el respectivo
consentimiento informado.
En la
tabla 1 se detallan los datos personales y socio-demográficos del
grupo de estudio.
El
grupo participante estuvo compuesto en un 60% por mujeres y en un
40% por varones, con un rango de edad entre los 33 y los 43 años, para
un promedio de 39 años, tanto entre los padres como entre las madres.
De
acuerdo con los datos socioeconómicos que se encontraron en los
expedientes escolares, del total de participantes, un 60% correspondió
a familias de un estrato social clase media y el restante 40%
perteneció a clase media alta.
En lo
que respecta al estado civil, un 90% eran casados o vivían en
unión libre, y compartían el mismo hogar con los hijos e hijas. Un 10%
se encontraban separados y alternaban el cuidado de infantes.
En
términos de escolaridad, la población de estudio se ubicó entre
secundaria incompleta y universitaria completa, siendo este último
rango el más significativo con un 50% y en el que se ubicó la totalidad
de los padres. Por lo tanto, comparativamente, el subgrupo de madres
contó con un nivel educativo menor.
Acerca
de los oficios desempeñados por la población de estudio, también
se presentaron diferencias por género. En el subgrupo de las madres,
cuatro de ellas se dedicaban a la realización de oficios domésticos y
las dos restantes al trabajo de educadoras, todas funciones
relacionadas con la atención directa de niños y niñas. En el caso de
los padres, las ocupaciones fueron más cercanas al campo financiero:
contabilidad, mercadeo, gerencia y administración de empresas.
Con
respecto al tema de los hijos e hijas de las figuras parentales del
estudio, los datos más relevantes se sistematizaron en la tabla 2:
Las
familias que participaron en el estudio, contaron con un total de
23 hijas e hijos, cuyas edades oscilaron en un rango de recién nacida a
24 años. Todas las familias tuvieron al menos uno o una con un rango de
edad entre los tres y diez años, que constituyó el 56% del total.
Otro
dato importante fue que un 31% de las figuras parentales,
reportaron tener descendientes entre los once y 24 años de edad, lo que
indica que, para el momento del estudio, habían enfrentado inquietudes
propias de la crianza en las diferentes etapas de la infancia y
adolescencia.
Técnicas de Recolección de la Información
La
recolección de información se trabajó en dos niveles. El primero se
basó en la revisión bibliográfica que posibilitó la recopilación de
información relevante y necesaria al problema de estudio. En el segundo
nivel, se diseñó un cuestionario semiestructurado y se planteó una
sesión bajo la técnica de grupo focal.
El
cuestionario permitió obtener de las diez familias datos
cuantitativos y cualitativos. Entre estos, se exploró el concepto de
convivencia, así como los factores conductuales y actitudinales
promotores e inhibidores del convivir. La validez de este instrumento
se realizó mediante un pilotaje con dos madres del centro educativo,
que cumplían con los criterios de inclusión.
La
técnica de grupo focal permitió indagar cualitativamente la
temática, obteniendo en poco tiempo un volumen significativo de
información. Al grupo participante se le formularon preguntas
generadoras que guiaron la discusión, se buscó la interacción
discursiva y la contrastación de las opiniones. En lo que atañe a la
validez, esta se garantizó por medio del uso de una cámara de video,
que registró la información para luego transcribirla y sistematizarla
en categorías de análisis.
Análisis de resultados
Los
resultados obtenidos a través de los instrumentos de medición, se
presentan agrupados de acuerdo a los objetivos de investigación, en
cuatro grandes rubros:
1.
Percepción que tienen las familias sobre la convivencia.
2.
Convivencia y cultura de paz.
3.
Estrategias, técnicas y recursos efectivos en la promoción de la
convivencia.
4.
Elementos inhibidores de la convivencia en la dinámica familiar.
Percepción que tienen las familias sobre la
convivencia
Este
estudio se planteó como premisa básica que los participantes
expusieran su propia definición de la convivencia, partiendo de sus
saberes y de sus experiencias cotidianas en la relación directa con
niños y niñas en proceso formativo. Por lo tanto, no se realizó ningún
proceso de inducción previo sobre la temática de estudio.
Los
resultados más relevantes de este apartado se sistematizan en la
tabla 3 y en el gráfico 1:
La
conceptualización exteriorizada por el grupo reprodujo la acepción
propuesta y reforzada desde hace décadas por medios de comunicación
colectiva, ligada a la imagen de familias en armonía compartiendo
actividades, que muestran lo que debe ser una familia ideal y/o feliz.
Esto explica que un 40% de las figuras parentales visualizara el
conflicto y su resolución como contrarios al convivir; para este sector
los desacuerdos no son una experiencia que puede sumarse al aprendizaje
de vivir unos al lado de otros.
En
síntesis, la percepción sobre convivencia estuvo sustentada en el
plano de las acciones -realización conjunta de actividades-, obviando
que la convivencia es un proceso, primero de apropiación cognitiva,
donde, posteriormente, los pensamientos se trasladan a acciones y
sentimientos, y todos se expresan a través de un estilo de vida.
Este
resultado conlleva a reflexionar que, pese a que el tema de la
convivencia ha alcanzado, en las últimas décadas, un estatus y una
relevancia significativas, incluso en la ejecución de políticas
sociales, no forma parte del dominio de las familias participantes, que
parten de una imagen mercadológica.
Convivencia y cultura de paz
En la
discusión entre las personas participantes, el concepto de
cultura de paz se simplificó a “paz”, comprendida como un valor y
antagónica al tema de la violencia. Fue un concepto difícil de
teorizar, percibido desde lo abstracto como una situación anhelada y
contraria al conflicto.
Como
antagónico al tema de la paz, las figuras parentales discutieron
en torno a la violencia, la cual fue escindida en dos posturas: una, la
que se vive fuera del contexto de la familia, vista como una amenaza
para la crianza y la convivencia; otra, a lo interno de la dinámica
familiar donde fue percibida como legítima para restablecer “el orden”
o “impartir justicia”. Para el 50% del grupo participante, las
respuestas violentas son parte de la cotidianidad y una alternativa
legítima, tanto para conseguir obediencia y respeto, así como medio de
autodefensa.
En
resumen, en las discusiones entre participantes, la familia no fue
percibida como una instancia social protagonista en educar la
convivencia. Aprender a convivir no fue concebido como una forma de
enfrentar y resolver los desacuerdos sin hacer uso de la violencia y,
por ende, no fue identificado como una alternativa para construir
cultura de paz.
Estrategias, técnicas y recursos efectivos en la
promoción de la
convivencia
El
grupo participante percibió el concepto de convivencia desde el
plano de las acciones concretas, producto de la imagen socialmente
vendida del ideal de familia. Esta situación propició que, al discutir
en torno a estrategias, técnicas y recursos efectivos para su
promoción, la disertación se caracterizara por la narración de
experiencias personales e inquietudes en torno a la crianza, que
intuyeron relacionadas con educar la convivencia, pero sin lograr
finalmente establecer una relación directa.
Adicionalmente,
la discusión se identificó por el consenso entre
participantes, y prevaleció la unanimidad de criterios. No se marcaron
diferencias significativas entre géneros de pertenencia; lo que si
prevaleció fue una participación mayor de las figuras parentales con
más hijos sobre los que tenían menos o sobre quienes se autopercibieron
con menos experiencia en la crianza.
De la
síntesis de la disertación, se perfilan cinco estrategias,
técnicas y recursos que se ilustran en la tabla 4:
Es
importante destacar que las familias no utilizaron términos técnicos
como comunicación asertiva, estilo disciplinario democrático y otros,
pero que se les colocó esa nomenclatura por corresponder a plenitud con
la descripción que realizaron.
El
grupo participante fue muy claro en señalar que los factores
mencionados son ideales a alcanzar, puesto que existe una marcada
distancia entre estos y su implementación en la vida cotidiana. Por
ejemplo, la comunicación fue señalada como “clave del convivir”, pero,
al mismo tiempo, comentaron que el escenario familiar se caracteriza
por órdenes, regaños, e incluso por dejar de hablarse como indicador de
enojo o castigo.
Sobre
expresar afecto, se presentó una coincidencia en un 100% de los
casos, en cuanto a la importancia del contacto físico y de las
expresiones verbales de apoyo, comprensión y amor, así como de estar
pendientes de los sentimientos de hijos e hijas, de las cosas que les
pasan y atender sus necesidades. Al pasar al plano de la implementación
de la estrategia, indicaron que el cansancio, la falta de tiempo y el
estrés diario hacen que, con frecuencia, se descuide la dimensión
afectiva y la interacción se limite a realizar supervisión de
quehaceres y cumplimiento de tareas escolares. Finalmente, al intentar
relacionarlo con el convivir, consideraron el afecto la base de la
convivencia, pero sin lograr explicitar con claridad cómo este factor
la promueve.
La
autoestima positiva fue valorada en un 100% de los casos como un
factor que facilita el sentimiento de bienestar personal y, por lo
tanto, contribuye a las relaciones interpersonales entre los
integrantes de la familia; en este punto la señalaron como promotora de
la convivencia. Sugirieron destacarles a los hijos e hijas sus logros y
avances, decirles que son capaces, así como participar de actividades
escolares y extraescolares para apoyarlos y reconocerles el esfuerzo.
De acuerdo con el grupo, la dificultad de implementación de esta
estrategia aparece cuando se presentan desacuerdos que se expresan a
través de golpes, frases o gestos que menoscaban la autoestima.
En lo
que respecta al logro de la autonomía, el subgrupo compuesto por
padres de familia se mostró más enfático que el de las madres.
Relacionaron este factor con la promoción de la convivencia, en tanto
disminuye los conflictos relacionados con cumplir obligaciones;
prevaleció el concepto de convivir como antítesis del conflicto.
La
misma situación se presentó con el factor estilo de crianza
democrático. Las figuras parentales visualizaron que este estilo genera
un ambiente óptimo para la convivencia, porque aleja las situaciones de
conflicto. Al mismo tiempo, una mayoría de participantes exteriorizó no
saber cómo implementarlo y, por el contrario, utilizar estrategias que
no les dan resultado, lo que para ellos y ellas implica un aumento de
tensión y cansancio.
En
síntesis, educar la convivencia en el entorno familiar fue
interpretado por el grupo del estudio como compartir actividades
cotidianas en situaciones de armonía, por lo que los factores
identificados como promotores, si bien se acercan al fortalecimiento de
determinadas competencias sociales (comunicación, autonomía, afecto,
autoestima), son expuestos y valorados más desde la prevención del
conflicto a lo interno de la familia.
Elementos inhibidores de la convivencia
La
misma situación que se presentó con los factores promotores del
convivir, tuvo lugar al designar los elementos inhibidores. Los temas
no resueltos con los que padres y madres enfrentan la crianza, se
tornaron protagonistas y se entremezclaron por ser situaciones de alta
prioridad para el grupo.
Partiendo
de esta aclaración, las reseñas acerca de los elementos
inhibidores se obtuvieron a través del cuestionario semiestructurado y,
posteriormente, se discutieron y ampliaron en el grupo focal. Con
respecto al primer instrumento, los datos se agruparon en once
categorías, como se muestra en el gráfico 2.
En el
grupo focal, las personas encargadas de la crianza retomaron lo
expuesto en el cuestionario y lo ilustraron a través del relato de
numerosas vivencias. Las narraciones se sistematizaron en cinco
elementos, como se indica en la tabla 5.
Los
datos revelan cómo el conflicto fue visto como la antítesis del
convivir. Se mencionaron, implicadas en este, las dificultades en el
manejo de límites, la carencia de hábitos, las discusiones y las
comparaciones entre hermanos.
El
tema no resuelto en el ejercicio de la crianza acerca de cómo
ejercer la disciplina e incorporar hábitos, fue percibido como un
obstáculo para educar la convivencia. La mayoría de los comentarios
enfatizaron sobre la dificultad que surge cuando los hijos e hijas
muestran oposición frente a los límites establecidos. Las personas
participantes identificaron el estilo disciplinario de carácter
autoritario como un inhibidor de la convivencia; sin embargo,
reconocieron implementarlo en búsqueda de obediencia.
Otras
temáticas correspondieron a la carencia de competencias sociales,
como la dificultad para comunicarse, a la que se sumó la falta de
espacios tranquilos, la interferencia de la tecnología y las
dificultades para manejar el enojo a través de la palabra. Catalogaron
como frecuente la conducta de tener que repetir a los niños y las niñas
muchas veces lo mismo sin resultado. En cuanto al tono de voz,
reconocieron recurrir a los gritos como una forma de hacerse escuchar y
forzar a que algo se concrete de manera inmediata. En la discusión hubo
consenso en la idea de que las personas adultas se encuentran en una
sintonía distinta a la de las criaturas. También sobre lo difícil que
les resulta comunicarse usando lo que llamaron “las palabras
correctas”, y la dificultad que se presenta al explicar una misma
situación a hijos e hijas de edades diversas. Todos estos aspectos
sobre la comunicación, en opinión de las figuras parentales, afecta
significativamente el aprendizaje de lo que conciben por convivencia.
Lo que
nombraron como antivalores, también fueron identificados como
factores inhibidores. Específicamente, se refirieron a la
irresponsabilidad, el desagradecimiento, la desvalorización, la falta
de fe, el egoísmo y el materialismo. La relación con el convivir la
establecieron a través de ejemplos de situaciones de conflictos por el
empleo de antivalores.
El
último factor inhibidor destacado por el grupo de estudio, ilustró
cómo las inquietudes no resueltas en torno a la crianza generan
inseguridad, temor, insatisfacción, cansancio y la sensación de no
estar educando la convivencia, ni saber cómo hacerlo. A la descripción
que realizaron los participantes de este sentimiento se le nombró
incertidumbre en torno a la crianza. Por unanimidad, coincidieron en
que experimentan muchas dificultades al educar. Un participante lo
describió de la siguiente forma: “...es que uno no sabe bien cómo
educar a los hijos, hace lo mejor que puede, pero muchas veces se
siente muy perdido, y siente hasta ganas de llorar o de salir
corriendo”.
El
grupo, en unanimidad, consideró que la incertidumbre se intensifica
por el desconocimiento sobre aspectos de crianza, las múltiples
demandas que deben atenderse desde el rol de persona adulta y la
carencia de tiempo.
Conclusiones
El
grupo de estudio compuesto por diez figuras parentales de niños y
niñas entre los tres y diez años de edad, concibió la convivencia desde
sus propios saberes, en los que los medios de comunicación colectiva
han generado gran impacto. La convivencia fue así comprendida como una
serie de acciones concretas, ligadas a la presencia física y la
disposición de tiempo de las personas adultas.
En
esta definición se reprodujo el discurso publicitado, que muestra
modelos de familias compartiendo en situaciones exentas de conflicto.
Por ende, para el grupo de estudio, el desacuerdo no fue parte del
convivir, por tanto, se desaprovecha la oportunidad para que infantes
que se encuentran en un proceso formativo, aprendan a resolver
desavenencias, practiquen la comunicación asertiva, la empatía y
aprendan métodos alternativos a la violencia. Edwards (2002) plantea
que la familia debe contemplar el conflicto como parte inherente de la
convivencia, en la medida en que se es diferente, se piensa distinto y
se tiene otros intereses, actitudes y preferencias. Refiere el mismo
autor, que en nuestra cultura existe un sistema de creencias que
estigmatiza los conflictos como negativos y a las personas que los
explicitan como “conflictivas”, lo que ha generado actitudes de temor y
desconfianza que tienden a atribuir a los desacuerdos y a los
conflictos características negativas y amenazadoras.
Esta
noción de convivencia asumida por el grupo, genera expectativas
ideales que contrarrestan con las experiencias de la cotidianidad, en
las que surgen demandas insatisfechas, desacuerdos, discusiones y
otras. Esto explica que las figuras parentales se autoperciban sin
herramientas para asumir el reto de ser protagonistas de la promoción
de la convivencia.
Adicionalmente,
la convivencia fue concebida únicamente en el escenario
del grupo primario, por lo que no se dimensionó como un compromiso
colectivo que implica un proyecto social en la construcción de una
cultura de paz. El grupo familiar no se visualizó como una instancia
social en que se vive y se aprende la convivencia, ni como una
institución mediadora de la realidad en el proceso de integración
individuo-sociedad. Por el contrario, se tomó como un ente socialmente
aislado, debilitado por las demandas y enfrentamientos, con pocas
estrategias y recursos para enfrentar la crianza y sin protagonismo en
la promoción del convivir.
Esta
percepción también limitó analizar el entretejido entre la
violencia y los términos convivencia y cultura de paz, en tanto
construcciones, deconstrucciones y reconstrucciones sociales. Las
figuras parentales no lograron precisar cómo la convivencia puede
prevenir la violencia y/o favorecer otras formas de interrelación entre
las personas. La promoción de la convivencia no fue explícitamente
contemplada como una alternativa con la que cuentan para construir
cultura de paz porque, a su vez, la paz se comprendió como un valor
anhelado e imposible de alcanzar, que le corresponde a otras instancias
sociales proteger.
La
violencia a lo interno del núcleo familiar fue valorada como
legítima, como alternativa viable para obtener cambios inmediatos,
lograr la obediencia, instaurar el orden, el respeto e impartir
justicia. Padres y madres relataron situaciones en que prevalecen los
gritos, castigos físicos y un clima de gran tensión. Consideraron estos
métodos como efectivos, considerando que permiten obtener respuestas
deseadas de manera inmediata. De acuerdo con Sánchez (2009), el castigo
físico es una práctica legitimada, aún cuando es violenta, ya que es
percibida desde una función educadora, en la que se internaliza la
creencia de que se aplica por el propio bien.
Esta
reproducción de la violencia no fue identificada como tal por las
personas participantes, quienes finalizaron su participación sin
detectarla como un fenómeno social que se gesta y se reproduce a lo
interno de la dinámica familiar. Por el contrario, mantuvieron la
creencia de que la violencia es una amenaza externa de la que la
familia es víctima y debe protegerse, y que se desarrolla en otras
instancias sociales.
En lo
que respecta a los factores promotores e inhibidores del
convivir, propuestos por el grupo de participantes, lo más relevante
fue la constante demanda por que se atiendan, en primera instancia, los
temas de crianza no resueltos, que generan incertidumbre e
insatisfacción. En otras palabras, educar la convivencia ocupó un papel
supeditado a la resolución de otras temáticas, especialmente de orden
disciplinario.
Las
figuras parentales del estudio no se autopercibieron efectivas en
el logro de sus roles; por el contrario, reflexionaron sobre la marcada
distancia entre el discurso social del “deber ser” y lo que se concreta
en la dinámica familiar. La misma situación se presentó al nombrar
factores promotores de la convivencia que no se ponen en práctica en la
realidad, debido, entre otras razones, a los vacíos y desconocimientos
en el ejercicio de la crianza.
La
disertación del grupo logró aproximarse al desarrollo de algunas
habilidades sociales que potencian el aprendizaje de la convivencia
como la escucha activa, la asertividad, la posibilidad de expresar
afecto, el desarrollo de la autonomía y la autoestima. Sin embargo,
enfatizaron su relevancia como una forma de disminuir situaciones de
tensión y conflicto en la dinámica familiar.
En
síntesis, la noción de convivencia es un concepto a trabajarse
arduamente, sin suponer que, por ser parte de la cotidianidad de las
familias, es del dominio de estas. Asimismo, las figuras parentales
requieren de respuestas a las inquietudes en torno a la crianza, que
los coloca en una posición de vulnerabilidad, y, a la vez, ser
fortalecidos mediante procesos educativos bajo el enfoque de cultura de
paz, para potenciarlos como protagonistas del cambio, proactivos en la
lucha por la construcción de una cultura de paz.
Se
torna urgente generar en el contexto familiar elementos reflexivos
que impulsen la movilización de las personas hacia la construcción y la
consolidación de nuevas formas de convivencia, comprendiendo esta como
un proyecto colectivo que compete a toda la humanidad y donde la
familia cobra un papel fundamental.
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Correspondencia a:
Ana
Rocío Barquero Brenes. Actualmente labora en un centro educativo y como
docente en la Escuela
de Psicología de la Universidad de Costa Rica. Máster en Psicología
Educativa, Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica. Dirección
electrónica: ana.barquero@ucr.ac.cr
Artículo
recibido: 23 de julio, 2013 Devuelto para corrección: 22 de
octubre, 2013 Aprobado: 12 de diciembre, 2013