DEBATES Y TENSIONES EN TORNO A LA FORMACIÓN DOCENTE: NOTAS PARA UNA SOCIOLOGÍA DE LA FORMACIÓN
DEBATES AND TENSIONS IN TEACHER TRAINING: NOTES FOR A SOCIOLOGY OF TRAINING
Inés Lozano Andrade1
1 Investigador nacional y profesor con perfil PROMEP en México.
Licenciado en sociología, maestro en ciencias educativas y doctor en
pedagogía por la UNAM. Autor de siete libros, además de artículos y
ponencias sobre formación docente y procesos
simbólicos de los actores en el ámbito educativo,
particularmente en la escuela secundaria. Dirección electrónica:
jines2101@yahoo.comDirección para correspondencia
Resumen
Este ensayo pretende debatir en torno al fenómeno de la formación, el
cual se ha convertido en un concepto de suma importancia para los
diferentes ámbitos profesionales donde el de la educación cobra vital
importancia cada vez que se piensa que de ella depende el desarrollo de
un país. Es ahí donde la formación del docente se vuelve un asunto
central. Los estados se preocupan por formar a los docentes a través de
procesos escolarizados diversos con la idea de que esto generará
cambios positivos. Sin embargo, los resultados no han sido los
esperados. A partir de esto, nos preguntamos si las diferentes
modalidades de formación docente promovidas de manera institucional: la
inicial, la continua, entre otras, son las más adecuadas para lograr
estos propósitos. La literatura al respecto nos muestra que la
formación es un concepto que trasciende los procesos educativos
formales y que es necesario debatirlo, entenderlo y, comprenderlo en su
más amplio sentido humano, en su historicidad y en su esencia política.
Este texto abona a ese debate: ¿qué es la formación?, ¿cu ándo y por
qué surge?, ¿existe una sola formación o debemos de pensarla en plural?
Estas son algunas de las preguntas desarrolladas con este ensayo.
Palabras clave: Formación Docente, Modalidades De Formación, Sociología
De La Formación.
Abstract
The aim of this essay is to discuss the phenomenon of training, which
has become a very important concept for different professional fields,
especially the field of education, since it is considered a vital
element for the development of a country. This is where teacher
training becomes a central issue. States are concerned about the
training of teachers through various school processes with the belief
that this will generate positive changes. Nevertheless, the results
have not been what were expected. Consequently, we wonder whether the
different institutionally promoted models of teacher training such as
initial, continuous, etc., are best suited to achieve these purposes.
Relevant literature shows training goes beyond formal education
processes, thus it is necessary to discuss, understand, and grasp it in
its broadest human sense, as well as in its historical and political
essence. This text contributes to this debate: what is training?, when
and why does it emerge?, is there only one kind of training or should
more be considered? These are some of the questions discussed in this
essay.
Key words: Teacher Training, Training Methods, Sociology Of Training.
1.Introducción
Este trabajo parte de una serie de discusiones y diálogos con colegas
formadores y docentes de diferentes niveles educativos. Asimismo, se
alimenta de la elaboración y lectura de varios textos referentes a la
formación de docentes, particularmente de la formación inicial
para la educación básica, así
como de investigaciones
relativas a la formación
de los formadores. A partir de las reflexiones realizadas es
que nos atrevemos a plantear, a manera de ensayo, algunas notas para
poder iniciar una sociología de la formación, la cual, evidentemente,
puede generar, a su vez, otros debates.2
Para comenzar, es necesario mencionar la impresionante polisemia y
ambigüedad que existe en el ámbito educativo en torno a los diferentes
actores y factores que entran en juego en él. El mismo concepto de
educación no encuentra unanimidad, así como tampoco el de
formador, que en determinados casos es quien enseña en una escuela, y
es cuando pensamos entonces en un profesor, un maestro, un docente, en
suma, un educador. Todos estos conceptos, desde el sentido común, se
refieren al mismo hecho, aunque en realidad tienen connotaciones
distintas. Profesor es el que profesa, maestro es el que sabe mucho
sobre su oficio, docente es el que ha sido formado para enseñar en una
escuela. Todos son educadores. Sin embargo, el uso común de estos
términos es lo que ha permeado el imaginario colectivo desde donde se
plantean una serie de preguntas acerca de los actores que se dedican a
esta importante labor: ¿dónde se ha formado?, ¿cómo se ha formado?,¿es capaz de formar a su vez a otros?, ¿qué lo hace capaz o calificado
para desarrollar tal acción? Estas preguntas, aunque surgen desde hace
muchos años, en la actualidad cobran una especial
importancia, tanto que se afirma que la
educación es el detonante del
desarrollo económico, social y político de un país cualquiera (Delors,
1999). Cuando menos, eso se dice en los discursos políticos desde una
perspectiva reduccionista y simplista. De hecho, algunas de estas
afirmaciones van acompañadas de explicaciones de carácter científico
que lo demuestran. Por ejemplo, cuando se hace referencia desde una
perspectiva causalista a
que los niveles de escolaridad de algunos países son directamente proporcionales a los niveles de ingreso per cápita y de desarrollo
económico, se demuestra con esto, a través de una especie de
determinismo educativo pesimista, que aquellos países con
bajos niveles de escolaridad
tienen pocas probabilidades de
sobresalir en estos aspectos, sin considerar qué
diversidad de factores intervienen en el desarrollo más allá de la
escolaridad, como el lugar que ocupa cada país en la división del
trabajo en la economía internacional, el tipo de gobierno interno,
entre otros.
Asimismo, es un hecho conocido que actualmente vivimos en una sociedad
en donde la investigación, posesión y manejo de información son ahora
elementos diferenciadores entre las sociedades, grupos y personas. Esto
conforma el argumento idóneo para que el humano, en
esta sociedad, sea
formado (profesional, laboral,
moralmente, etc.) en la escuela.
En efecto, en este contexto las escuelas adquieren un papel importante
como detonantes de ese desarrollo a través de la formación de
habilidades, conocimientos, destrezas, en suma, lo que hoy se
denomina competencias funcionales y necesarias para el
sistema social y económico vigente. De esta manera
se proporciona una imagen, más ideológica que real, de que la
escolaridad y la educación en general cumplen una función de
movilidad social, ya que
la escuela moderna en
su devenir como escuela
masificada, promete ser una fuente de democratización socioeconómica.
Todos pueden ir a la escuela y con ello aspirar a la movilidad social;
por lo tanto, cualquiera puede ascender de clase social. Esta idea
actualmente se cuestiona con base en las evidencias de países
dependientes, donde se demuestra que la única movilidad social que se
puede generar es la horizontal, y que la vertical se da cada vez más
difícilmente, debido a las condiciones de la economía fluctuante en
donde el desempleo y subempleo profesional son cada vez más notorios.
Aún con ello, en este contexto que ha sido llamado posmoderno
por muchos autores (Lipovetsky, Hargreaves, Colom, y otros en Lozano,
2006 Y 2011), caracterizado, entre otras cuestiones, por la
denominada crisis de las instituciones modernas, la escuela
sigue siendo una de las que mayor legitimidad guardan. Tan importante
es que se le han encargado cada vez más funciones
para cumplir. La escuela ha pasado a ser la papelera de la
sociedad porque en ella se
depositan todas esas problemáticas
que se generan en su
exterior, particularmente, todo lo que se visualiza en crisis, como la
familia, los valores, la economía y más. Todo eso debe ser resuelto por
la escuela. El problema es que la escuela también está en crisis, pero
crisis es cambio y el cambio es esperanzador.
Desde esta lógica en la que hay nuevas funciones que la escuela debe
cumplir, el encargado de ejecutarlas, casi siempre, es el docente. Como
dijo Contreras (1997), “en la educación unos son los que
deciden, otros los que planifican y otros los que ejecutan” (p.48). Así
que al docente se le ha exigido no solamente que ejecute nuevas tareas,
sino también que se capacite para ellas, es decir, que se forme para
ello. La imagen social que parece circular es que el profesor se
convierte en la piedra angular del cambio educativo y socioeconómico,
de ahí la importancia de la formación, una que se encuentre situada en
un contexto de cambio globalizado y general, y que
sea para una escuela moderna en un contexto cada
vez más posmoderno.
De esta manera, hoy en día se habla de formación inicial, continua,
permanente, para los valores, para la tolerancia, para el trabajo,
propedéutica, de capacitación, actualización, profesionalización y
otros conceptos que se ligan siempre al de formación. Según Honoré
(1990), parece ser que cuando se habla de ello, no se puede hablar más
que de formación para algo y siempre, por lo tanto, va acompañada de
algún adjetivo. En ese sentido la formación es un concepto polisémico.
Carece de un significado único y se presta para confusiones. Esto es
fácilmente comprensible, sobre todo, cuando se compara con el concepto
de educación. Es necesaria su precisión, así como destacar su
importancia en el proceso del desarrollo
humano, ya que cuando
hablamos de educación y
formación, estamos hablando de la creación y desarrollo de la
humanidad. Aprender a ser humano proviene de estos dos conceptos.
A partir de lo anterior se hace necesario debatir en torno al concepto
de formación, buscando en sus raíces los significados originales para
emprender un recorrido que nos permita entender la actualidad de dicho
concepto y, eventualmente, distinguir las diferentes maneras,
circunstancias, momentos y modalidades en que se promueve la
formación, para establecer una demarcación y, a la vez, una
relación con conceptos similares como el de educación, instrucción,
capacitación y otros. Al hacer esto, no solamente se pretende realizar
un debate conceptual, sino, ante todo, establecer las condiciones
sociales en las que se
propicia esta formación, los agentes que están
involucrados en ella,
las intenciones o razones que movilizan dicha
acción y otros elementos que nos hacen penetrar en un campo aún estéril
y poco trabajado: una sociología de la formación profesional.
Comencemos, pues, por el debate histórico-conceptual.
2. Historicidad del concepto formación
Así como no hay un solo concepto de ciencia, método, vida o cualquier
otro término que se precie de
ser científico, tampoco lo
hay de la palabra
formación, instrucción, educación o cualquier otro
perteneciente a este campo semántico. No solamente nos referimos al
hecho de que exista polisemia en el uso ordinario que se le da a los
conceptos en la vida común y corriente, y que, por tanto, no siempre se
apega a los principios de rigor conceptual necesarios para la
investigación científica. Más bien, nos referimos, en este caso, a las
diversas connotaciones que desde posiciones cientificistas se han
construido en torno a esta noción, particularmente desde la filosofía y
la sociología.
En el lenguaje común, incluyendo al pedagógico, se ha entendido a la
formación como capacitación (adquisición o actualización de habilidades
y destrezas necesarias para realizar una tarea), actualización
(renovación de conocimientos, habilidades o destrezas para desarrollar
actividades diversas), e incluso se le ha equiparado con el novedoso y
polémico concepto de profesionalización (volver profesional a alguien,
lo cual significa que no posee las herramientas teóricas y
metodológicas, así como las destrezas y habilidades necesarias para el
desarrollo de la profesión, por lo cual es necesario insertarlo o que
se someta a un proceso escolarizado más o menos largo para que
desarrolle tales competencias o saberes). Sin embargo, el
principal concepto usado desde hace mucho tiempo para decir que se está
generando la formación es el de escolarización. Este término, que en
muchas ocasiones, de manera malentendida, se identifica con el de
educación, incluye a todos los anteriores y otros
más. Particularmente, los referidos a lo que se llama
formación inicial del docente y a la formación profesional,
las cuales, a partir de la modernidad, son adquiridas en la escuela en
un proceso educativo.
La escolarización, como es bien sabido, es un concepto derivado de la
llamada educación formal, caracterizada por la presencia de un plan y
programas de estudios que tienden a lograr objetivos específicos.
También se caracteriza por la presencia de mecanismos de evaluación y
certificación que proporcionan al sujeto títulos que, según la
sociología de la educación, se convierten en los salvoconductos
necesarios, principalmente, para obtener trabajo, aunque no queda
exento el propósito social de obtener un símbolo de estatus. Una
característica más es la necesaria presencia del interesado en una
escuela, delimitada espacial y temporalmente, con aulas, laboratorios,
cuerpo administrativo, y otros elementos que le confieren un carácter
institucional y formal.
La educación formal, hoy en día, es una obligación de los estados y de
los ciudadanos, y las escuelas se comprometen a cumplir este mandato a
través de la imposición (violencia simbólica y arbitrariedad cultural,
como lo plantea Bourdieu, 1982) de currículos, reglamentos y el fomento
de comportamientos y valores no reglamentados, pero obligatorios, que
se transmiten por vía del currículum oculto. Esto le confiere el
carácter de institución social a la escuela, además, una muy importante
institución social. En suma, la escuela es una
institución dedicada a la formación de recursos humanos e ideológicos
necesarios para una sociedad, o más bien, para los grupos sociales en
el poder. Evidentemente, entonces, todo esto se realiza desde miradas
externas al alumno, para el cual casi todo es una imposición. El
problema que aquí encontramos con respecto a la formación es que, al
parecer, de acuerdo a la literatura (Honoré, 1990; Ferry, 1990), esta
ocurre de manera voluntaria y autónoma, como lo veremos más adelante.
Esto pone en cuestionamiento la labor formativa de la
escuela, pues, en tanto que en ella exista la imposición de un
currículum, no habrá autonomía, ni decisión personal y, por tanto, no
habrá formación real.
Los griegos fueron los creadores de la palabra logos. Para ellos el
logos es hablar con precisión, no desde el sentido común ni de la
creencia. Se ha insistido mucho en que las ciencias sociales deben de
crear su propia nomenclatura, un lenguaje propio que permita entenderse
y entender la realidad de una manera que esté alejada de lo indefinido,
lo impreciso, lo vago. El uso del concepto, según Octavi Fullat (1988),
es lo que permitió a las ciencias naturales este hecho y lo que ha
permitido a las ciencias sociales avanzar en ese camino. El concepto es
preciso y además permite medir la realidad a través de él (no en el
sentido cuantitativo), ya que el metro, otra palabra griega que
significa medida, permite la posibilidad de contrastar un hecho con un
concepto. Necesitamos recurrir al concepto y al metro de la formación.
Hay que ser conscientes desde el inicio, que en las ciencias sociales
no existe un solo concepto de nada, y que lo usual es encontrar dos o
hasta tres versiones de una sola idea. Esto depende de la percepción
ontológica y epistemológica que los autores creadores de ese concepto o
teoría tengan (Bourdieu, 1999), del paradigma de los tiempos
(Martínez, 2008) y, por supuesto, de los intereses del conocimiento
(Habermas, 1992).
En su origen, el término formación se asocia con el concepto de
cultura. A su vez, esta palabra tiene dos significados históricos
fundamentales. Por una parte, el primero y más antiguo es desarrollado
en la Grecia clásica como PAIDEIA, que significaba la formación del
hombre, su mejoramiento y perfeccionamiento. Por otro lado, el segundo
se refiere a la cultura como un producto de esa formación, es decir, la
cultura como un conjunto de modos de vivir y pensar
cultivados, pulidos, a lo que se le denomina usualmente
civilización.
En el primer caso, la cultura o formación para los griegos significaba
la búsqueda y realización que el hombre hacía de sí o de su verdadera
naturaleza. Para ellos, el hombre sólo puede realizarse a través del
conocimiento de sí mismo y su mundo, por lo
tanto, de la búsqueda la virtud, es decir, la
verdad. Por otro lado, para ellos el hombre sólo
puede realizarse en la vida dentro de la comunidad; sin embargo, hay que aclarar que, como corresponde a una sociedad
extremadamente clasista, la búsqueda de las virtudes como la verdad
estaba restringida a los hombres libres, por lo que la formación estaba
cercada para los esclavos y otros grupos carentes de recursos
económicos.
Más adelante, la formación o cultura comienza a modificar su
significado original hacia la segunda connotación ya
mencionada. A partir de ahí se asocia la formación y la cultura, a
diferencia del concepto griego donde había un énfasis en la autonomía,
a un proceso heterónomo, por tanto exterior y coercitivo. En
este sentido, se plantea que es necesario que el humano pase por un
proceso educativo que pretenda formar en él una serie de valores,
formas de comportamiento, habilidades, etc., que le permitan ser
considerado como un humano de su época. Así, en cada una de ellas, lo
que se considera culto o formado, va adquiriendo diferentes modalidades
y características de acuerdo a las necesidades propias de cada etapa
histórica. Obviamente, este concepto de cultura o de “ser culto”, entre
los griegos estaba directamente relacionado con el imaginario que las
clases dominantes tenían al respecto y que, a través de sus
instituciones, difundían como “cultura adecuada, correcta o normal”, lo
que se convertía en una ideología dominante transmitida y perseguida
como estándar en cada sociedad clasista.
En la época medieval, en la que la Iglesia católica era una de las
principales clases dominantes, se consideraba que la
formación del hombre era aquella que permitía vivir en armonía con la
comprensión, la defensa y, de ser posible, la demostración de las
verdades religiosas. En el renacimiento, cuando iniciaba la burguesía y
el capitalismo incipiente, con su necesidad de conocer y conquistar al
mundo para sus fines de lucro, se consideraba, por ejemplo, que la
formación se manifestaba en un conocimiento enciclopédico que debían
poseer las personas, es decir, un conocimiento general de los dominios
del saber. Evidentemente, aquí el cientificismo da pauta a un
futuro positivismo que ya
empieza a notarse.
Hoy en día, como lo podemos apreciar en los diversos discursos
sociales, en una sociedad capitalista globalizada con orientación
marcadamente neoliberal, la formación se funda en la idea de poseer
competencias específicas que permitan al individuo dominar un campo
restringido de actividades y estudio con la finalidad de que sea eficaz
y tenga un alto rendimiento en las tareas o funciones confiadas. Es
evidente que esto, de ninguna manera, tiene que ver con la idea antigua
de formación en donde se pretendía el logro integral y holístico del
ser humano.
Considerando lo anterior, y de acuerdo con lo que plantea Aníbal Ponce
(1988) cuando afirma que la educación siempre ha sido un fenómeno
condicionado y, por tanto, decidido en gran medida por los intereses de
las clases dominantes, vemos que la formación también tiene estas
características. En tanto somos seres sociales, ningún fenómeno está
exento de esta posibilidad. En suma, como podemos apreciar, han
existido dos maneras distintas de entender la
formación y estas han
ido adecuándose a los
diferentes contextos socio- históricos y, por lo
tanto, actualizándose.
La idea de formación como paideia es retomada más adelante por los
romanos como humanitas, en el sentido de hacerse humano. Los alemanes,
posteriormente, le llaman bildung.
El significado
que se le otorga en esta tradición alemana, aunque en ocasiones
disímil, coincide con las anteriores en ser el desarrollo o la búsqueda
del perfeccionamiento o la mejora del humano, aunque en una constante
reflexión donde la conciencia juega un importante papel, ya que se
concibe que la transformación personal solo ocurre cuando hay
un desafío a las propias creencias
aceptadas. Así, por ejemplo, Hegel afirma que
la formación es un movimiento o acción
liberadora del sujeto e implica negar y superar momentos, por lo tanto,
la escuela no debería de ocuparse de la transmisión, sino de la auto-
actividad comprensiva, lo cual implica la potenciación. Esta lleva a la
formación, es decir, a la autonomía del sujeto como finalidad. En este
caso, el trabajo del educador es acompañar al alumno en su esfuerzo de
negación para adquirir autonomía. El sujeto es por sí y para sí,
entonces, se promueve la emancipación (Ducoing, 2002)
Una idea semejante la plantean Arendt y Fullat (en Ducoing,
2002), quienes dicen que, desde esta perspectiva, la
formación debe verse como una
praxis, esto es, como una actividad que
auto-transforma e implica una acción que, al igual que la palabra, son
prerrogativas exclusivas del hombre. Praxis es acción, es tomar
iniciativa, es poner en movimiento inacabable, es dialéctica. En este
mismo sentido, como dice Fullat, el hombre es el único ser que aprende toda su vida, por lo tanto, es un “homo
educabilis”. Formarse desde esta perspectiva, es hacerse humano. El
humano se dice, es proyecto y no plenitud. Se ve como potenciación,
asociado a la palabra educere, como algo logrado desde el interior.
Implica modificación, cambio de actitudes, intencionalidad propia. La
formación es una característica o logro de la persona (en Ducoing,
2002).
Desde otra perspectiva, la formación se asocia más con el significado
etimológico de la palabra educare,
es decir, como adquisición. La
formación es una transmisión, algo externo adquirido. Se asocia más con
la versión común de escolarización. Así, las palabras actualización,
capacitación, profesionalización y otras más, van dirigidas en este
sentido restrictivo
y formal a que una institución se
hace cargo de cubrir las necesidades del
individuo a ser formado. Este
tipo de formación surge predominantemente con
la modernidad. Con ella, como
sabemos, surge la escuela como institución predominante que dará un
valor a los estudios realizados. A partir de ahí, el concepto de
formación toma un nuevo nivel en tanto que sólo será viable y legítima
aquella formación recibida en una escuela y que sea avalada por
certificados.
Como podemos apreciar, elaborar un concepto acerca de la formación es
una tarea imposible si consideramos que la sociedad no es única, sino
diversa y plural. Además, también hay que tomar en cuenta que este
concepto ha ido evolucionando de época en época y ha adquirido
características de cada una de ellas, así como de los grupos sociales
que predominantemente han tenido la oportunidad de decidir o definir
cuál es el ideal de formación.
3.Las razones de la formación
¿Qué es lo que motiva a las personas para formarse? ¿Que mueve a los
individuos a cursar una carrera o un proceso de formación inicial, o a
asistir a un curso, diplomado o cualquier experiencia de este género, o
bien, simplemente detenerse un momento a reflexionar acerca de lo que
uno ha hecho o no ha hecho bien y cómo mejorarlo?
En las ciencias sociales se habla de causas, razones, orientación de la
acción, motivación y otros conceptos. En este caso, retomaremos la
palabra razón. Con esto, no nos referimos a la visión positivista de
los hechos en donde la palabra razón nos remite a la de causa y esta, a
su vez, a una variable independiente que provoca a la dependiente de
manera simplista y lineal. Más bien, estamos refiriéndonos a la manera
en que Aristóteles se refería a lo que llamó causas teleológicas o
finales y que dan cuenta del para qué o del propósito de la acción.
Retomamos también la distinción que hace Schutz (en Abbagnano, 2006) en
torno a las razones como un por qué (because), es decir, al conjunto de
circunstancias que se prestan para o condicionan la realización de
determinadas acciones; y, por otro, lado las razones como un para qué,
en donde se retoma el sentido, propósito o intención con el cual se
desarrolla o se orienta una acción.
Evidentemente, en toda acción formativa existen ambos tipos de razones.
Podríamos tomar de Honoré y otros autores, algunos elementos para poder
entender en qué circunstancias y con qué intenciones se da la formación.
Honoré (1990) se plantea un problema: si la formación es un acto
intencional, buscado y perseguido, ¿qué mueve al hombre a realizar esta
acción? En suma ¿qué mueve a la formación? A través de la
historia, afirma, se han generado múltiples conceptos y
teorías que han pretendido explicar por qué el hombre actúa como lo
hace: la tendencia, el instinto, la fuerza vital, la pulsión, la
tensión, entre otros, han sido desarrollados por varios autores en
distintos ámbitos científicos (pp. 78-90).
Honoré (1990) realiza un recorrido por diversas ciencias para poder
entender lo que pasa con el humano, ya que, dice él, la formación es un
hecho total, que abarca no solamente el
aspecto cognitivo, sino el fisiológico, el psicológico y el espiritual.
Así plantea que en la biología el organismo permanece en silencio o
aparente estabilidad hasta que surge una
necesidad. Esta necesidad se
da porque hay una
adversidad, esto es, un elemento externo
al organismo que le impide satisfacer sus necesidades, lo cual le
genera dolor, sufrimiento y tensión. A partir de estas emociones, se
genera una acción necesaria para crear una nueva situación. En los
vegetales, la acción es un reflejo que tiende a la auto- organización,
y en los animales, es una acción que tiende a la auto-movilidad.
En el nivel psíquico, Honoré afirma que el pensamiento y sus formas
simbólicas son una construcción social que genera una sensación de
estabilidad. Es una conciencia no reflexiva o reflejante. La emoción
surge cuando hay dificultad para aceptar representaciones diferentes,
lo cual se debe a fallas o ruidos en la comunicación. Activa la tensión
entre la interioridad (o conciencia)
y la exterioridad (o
proyecto). Genera inseguridad, temor,
desajuste, intemporalidad. La emoción hecha conciencia es visualizada
como angustia. La angustia afirma, es específica del hombre.
Al respecto, cabe decir lo que plantea Avanzini (en Ducoing, 2002) con
respecto a la distinción existente entre la formación y la educación
-entendiendo esta última como escolarización-, y lo que motiva cada una
de ellas: “Con base en las motivaciones del sujeto, se establece que lo
que conduce a un sujeto a formarse es la necesidad fundada en el temor,
mientras que lo que lo impulsa a educarse es el deseo vinculado con la
esperanza” (en Ducoing, 2002, p. 146)
La angustia mueve y atrae al hombre. Es generadora de sentido. Dice
Kosik (1983) que el ser humano nace para la pre-ocupación, en
asociación con otros varios pensadores a través de la historia, quienes
coinciden en el hecho de que el humano es un ser consciente de su
temporalidad en el mundo y de su muerte, lo cual le provoca temor,
angustia y ansiedad (pp. 35-58). Por eso, está siempre pre-ocupado, en
tensión (in-tensión) –intención-. Así, el hombre es un ser teleológico,
siempre pensando en propósitos de futuro, y lo que hace, lo hace para
ese futuro. Las intenciones se derivan de las angustias.
Siguiendo a Honoré (1990), la angustia acompaña a la reflexión
provocando una reorganización de la conciencia. Una vida sin angustia
es una vida sin esperanza. La angustia genera un
proyecto de posibilidad en el futuro, es decir, una
esperanza. Así, la esperanza es el equivalente de
la angustia en el proceso de reorganización que conduce al proyecto, a
la in-tencionalidad. La angustia no resuelta se traduce en
des-esperación (pp.78-90).
En suma, la formación se promueve porque hay angustia. La angustia
usualmente lleva a la reflexión, a la elaboración de un proyecto, a la
esperanza, a la intencionalidad y esta, a la acción. Cabe aclarar que
esto es lo que idealmente ocurriría en un proceso formativo auténtico
en el sentido clásico de los griegos, pero puede verse modificado en la
realidad actual, pues, como hemos visto, este concepto se ha adecuado
de acuerdo al nuevo paradigma de los tiempos modernos. En él,
la escuela toma un papel muy importante en el proceso formativo, ya que
incluso asume el de acreditadora de este y, por lo tanto,
nada que ocurra fuera de la escuela se considera válido para el mercado
laboral. En este sentido, lo que mueve al proceso formativo puede no
ser necesariamente la angustia como esperanza, sino como una necesidad
instrumental. Para entender esto, necesitamos analizar a
continuación los diferentes
tipos de formación que
la realidad manifiesta en
nuestro momento.
4.¿Formación o formaciones? Propuesta de una tipología
Intentando sistematizar la información anterior, y a riesgo de
esquematizarla demasiado, nos atrevemos a proponer el siguiente cuadro
comparativo:
Evidentemente, en relación con lo anterior, podemos percatarnos con
facilidad que es sumamente complicado elaborar un solo concepto acerca
de la formación, ya que este tendría que ver necesariamente con la
posición política e ideológica y, por tanto, epistemológica que
asumamos. Hablamos de una posición política e ideológica asumiendo aquí
la teoría de los tres intereses del conocimiento planteada por Habermas
(1992), en donde se plantea la necesidad de distinguir el conocimiento
con un interés técnico, de aquel que tiene un interés práctico y,
finalmente, el que tiene un interés emancipatorio. No resulta
complicado en este sentido encontrar que la primera noción de formación
y su desarrollo histórico tienen que ver con este último interés, en
tanto que la segunda noción se halla ligada más al interés técnico
porque está orientada por las necesidades de ciertos grupos cercanos a
las clases dominantes que en específico requieren del logro de ciertos
saberes, competencias, culturas, etc., importantes para el momento
histórico y las necesidades que se requieren cubrir en él.
Como podemos apreciar, la formación no solamente se ha modificado en
cuanto a su concepto, sino en cuanto a su finalidad, espacios y
momentos donde se adquiere, así como a la participación del individuo
en ella, y otros elementos. Aquí intentaremos realizar cruces con
algunos que nos permitan entender las diversas posibilidades
de formación que se realizan hoy en día. Para ello,
haremos uso de una herramienta heurística que nos permita encontrar
tipos ideales, que, como sabemos, sólo son representaciones para hacer
análisis de la realidad, la cual siempre es más compleja que la teoría.
Consideramos como ejes de análisis, en primer lugar y de manera
vertical, la formación autónoma y la heterónoma, y en segundo lugar, en
forma horizontal, el espacio y momento en que se desarrolla
el proceso formativo, ya que, como hemos podido ver a través de las
diversas investigaciones que revelan la realidad del proceso formativo,
no existe una trayectoria formativa.
Como en muchos de los ámbitos de las ciencias educativas, hablar de
trayectorias nos remite a las ciencias naturales y exactas. La
trayectoria ha sido un concepto empleado en la física y en la
matemática, extrapolado a las ciencias sociales con un significado
similar, pero no igual. En las primeras, una trayectoria se refiere al
recorrido que hace un cuerpo de un punto “x” a un punto “z”. Este
recorrido se puede inducir, por tanto, es hasta cierto punto continuo,
previsible y, a fin de cuentas, generalizable. En el caso de los
humanos, las trayectorias son prácticamente lo
contrario. Azarosas e inciertas. Dan saltos
constantes dependiendo de infinidad de factores. Por tanto, son
discontinuas, difícilmente aprehensibles y analizables. Como afirmaba Jackson (en Contreras, 1997, p. 74),
respecto al trayecto educativo: “... el transcurso del progreso
educativo se parece más al vuelo de una mariposa que a la trayectoria
de una bala”
Son tan diferentes los significados, que nos atrevemos a decir que, en
el caso de lo humano, la trayectoria es un concepto poco útil para su
empleo, a menos que se considere como la serie de
circunstancias provocadas o azarosas, intencionales o casuales, que
llevan a una persona a un cierto punto, momento o situación. En este
caso, nos estamos refiriendo a la trayectoria formativa como una
construcción social y no a un significado reificado. La
importancia que tiene un
significado construido socialmente,
es que revela la realidad
humana en distinción con la natural.
En ese sentido, entendemos que existen dos tipos de circunstancias que
promueven la trayectoria formativa: los procesos formales y
las coyunturas experienciales o procesos informales (ver cuadro 1). Los
primeros se refieren a la escolarización y todo lo que se encuentra
colocado dentro de esta institución, sean planes de estudio, programas,
cursos, diplomas, tiempos considerados, etc. Las segundas son momentos
especiales en que la situación vivida se convierte en una experiencia
formativa, considerando que hoy en día se ha revalorado el papel de la
experiencia en la formación, por lo que vale la pena analizar cómo
pueden ser potenciadas a fin de fomentar la formación.
Estas cuatro modalidades de eventos formativos se caracterizan en
esencia por lo siguiente:
I. Procesos heterónomos formales. Comúnmente, se les
denominaría formación inicial. Se refieren básicamente a la experiencia escolarizada, caracterizada
por ese arbitrario cultural y una imposición de contenidos, propósitos,
actividades y diversas dimensiones que caracterizan a la
escuela. Se ha cuestionado en diversas ocasiones
que esa violencia simbólica es la causante de un desagrado por parte de
los estudiantes hacia ella. Sin embargo, se logra también una formación
forzada, necesaria para sobrevivir en los diferentes contextos para los
cuales se forma. En ese sentido, la principal emoción principal que
subyace en este tipo de formación no se centra en el deseo, sino en la
necesidad: necesidad de concluir una carrera para poder obtener un
trabajo; necesidad de sobrevivir a las diferentes asignaturas usando
diversas estrategias (adquirir el oficio de estudiante como menciona
Coulon, 1996); necesidad de aprender lo más posible acerca de los
“gajes del oficio” al cual se va a dedicar, a sabiendas de
que la escuela se encuentra en gran medida alejada de la realidad
laboral.
II. Procesos autónomos formales. Estos pueden ocurrir durante la
formación inicial cuando los estudiantes encuentran
o sienten agrado hacia ciertos contenidos, formas de enseñanza, estilos
de docencia y otros aspectos propios de la experiencia escolarizada. A
partir de ellos, conforman una serie de saberes que se pueden llamar
formativos auténticos, ya que, en la medida en que estas experiencias
coinciden con una intención similar por parte del sujeto en formación,
se promueve un desarrollo y realización propia que tienden a la
identificación, diferenciación y autonomía, desarrollándose así un
proceso escolarizado consciente, buscado y deseado. Sin embargo, sin
negar que lo anterior ocurre frecuentemente, lo más usual es encontrar
estos procesos en los casos de personas que en sus experiencias
cotidianas, sea en el trabajo o en otros ámbitos de su vida, se
percatan de ciertas ausencias o vacíos que desean cubrir. Para ello
buscan experiencias formales o escolarizadas como cursos, talleres,
conferencias e incluso posgrados u otra serie de experiencias de este
tipo que consideran pueden ser de utilidad para su formación.
Evidentemente, la emoción principal está en el deseo y la esperanza de
un proyecto de renovación. Cabe aclarar que no siempre estas
experiencias formales son de la satisfacción total del usuario para
lograr lo anteriormente mencionado.
III. Procesos heterónomos informales. En este tipo
de formación, su especificidad reside en el hecho de que
ocurre fuera del ámbito de escolarización. Las experiencias, o para
decirlo de una manera más adecuada, las coyunturas experienciales que
el sujeto vive en ciertos momentos de su existencia, le llevan
necesariamente a buscar soluciones a ellas. Se convierten en una
necesidad a cubrir obligatoriamente si es que se quiere permanecer en
el contexto. Cuando hablamos de una escuela, existen innumerables casos
en que la experiencia obliga al sujeto a adoptar ciertas
características, manejar ciertos contenidos, adoptar tal o cual
estrategia de enseñanza, seguir cierto número de reglas, etc.,
y aunque esto no sea de su agrado, le son
necesarias para lograr una finalidad instrumental que puede ser
mantenerse en un trabajo, no tener problemas con los alumnos o los
compañeros, en suma, acomodarse a un espacio y sus circunstancias
específicas. Un ejemplo típico de esto son las diferentes actitudes que
los docentes toman hacia las reformas educativas que son implantadas
como una violencia o arbitrariedad cultural. De manera más cotidiana
podemos apreciarlo en la tendencia a buscar
obsesivamente el silencio de
los alumnos en un salón o bien el dictado de una lección. Estas son
experiencias laborales alienantes, en las que la
institución, sus normas y
rituales dominan al sujeto y le imponen una
realidad que debe de acatar, aunque no la acepte del todo.
Evidentemente, la emoción que subyace a este tipo de formación es la
necesidad de acomodo, mantenimiento, sobrevivencia en la
institución y, detrás de todo ello, evitar el sufrimiento. Parodiando a
Max Weber, es el trabajo y formación que se realiza para y no por la
institución.IV.Procesos autónomos informales. Estos se constituyen por lo que hemos
denominado experiencias de ansiedad formativa, que consisten en una
serie de situaciones circunstanciales que en cada sujeto se convierten
en significativas y creadoras de un sentido para su formación. Se
caracterizan por presentarse en momentos en que la ansiedad o angustia
(Honoré, 1990) se apoderan del sujeto dadas ciertas situaciones que le
generan pre-ocupación (Kosik, 1983) promoviendo entonces un
deseo de resolver una
necesidad. Así, se forma un
proyecto basado en esta ansiedad. La
forma de resolver esa necesidad es diferente, puede ir desde la
reflexión personal que promueve cambios en el esquema de
significaciones y, por tanto, en la acción a realizar, hasta la
búsqueda de una lectura que permita encontrar una salida, pasando por
varias más. Otro es el caso de las experiencias inspiradoras como
momentos formativos. Aquí, la formación es una inspiración que proviene
de actos realizados por otras personas. En el caso de los formadores y
de los docentes en general, son sus experiencias escolares o
familiares. En ellos, hay intención de concientizarse (Honoré)
y se tiende a la auténtica formación entendida como desarrollo personal. Como
paideia-cultura-desarrollo-realización. Las experiencias de impronta
negativa que se dan sobre todo en las tenidas como estudiante, y que
han generado desagrado en las personas, también tienden a ser
formadoras de un contra- ejemplo que no pretende seguirse.
6. Reflexiones finales
Lo que aquí hemos expuesto es solamente el inicio de algunas
reflexiones en torno a lo que consideramos una necesidad fundamental:
abordar desde la sociología el problema de la formación profesional y
docente. Si bien es cierto, hemos hablado más de la formación en
general que de la formación docente, es porque en este primer
acercamiento a este último fenómeno, se hace necesaria una precisión y
análisis teórico respecto al concepto de formación, que ha adquirido
tanta importancia a través de la historia. Cabe aclarar aquí, entonces,
que la intención original es la de comprender la historicidad y los
mecanismos de contextualización sociopolítica que se han generado para
dar pauta a la formación docente actual, para lo que, reiteramos, se
hace necesario dar cuenta de su origen y desarrollo.
Como podemos apreciar en esta exposición, la formación como fenómeno y
como concepto se ha ido definiendo a través de la historia en
diferentes significados de acuerdo al contexto del cual se hable.
Adquiere entonces formas y significados distintos en cada
lugar. No existe univocidad en la formación. Lo que existe y
siempre ha existido, desde que se inventó este concepto, es una
formación contextualizada. Hay que aclarar que se trata de una
formación que siempre ha tomado en cuenta el imaginario, la ideología,
el modelo propuesto desde las clases hegemónicas. Estas han definido lo
que debe de ser un humano y también lo que no debe de ser.
Así, hoy en día, la formación como un resultado del proceso de
modernización, se ha asociado en gran medida a la educación formal y,
en específico, a lo que se ha denominado formación inicial o continua,
en donde la formación del docente ocupa un lugar especial, ya que, como
ha planteado Ferry (1990), para el Estado moderno la formación de esta
profesión es de vital importancia, puesto que los docentes, serán los
encargados de promover y transmitir al resto de la población que pase
por las aulas, la perspectiva de las clases hegemónicas. Con ello, la
formación se convierte en una herramienta del estado dominante, y
pierde en gran medida su significado original como autorrealización.
Quizá como consecuencia de lo anterior, el
significado original de esta palabra ha tenido que modificarse dadas
las circunstancias en que se desarrolla este proceso, ya que lo que se
ha mencionado en una buena parte de la literatura clásica del tema,
cuando menos en el ámbito latino como en los textos de Ferry
(1990) y Honoré (1990), entre otros, quienes plantean de
manera ideal que la formación es un acto autónomo, deseado y perseguido
por los sujetos, no es lo que ocurre de manera real en los procesos
formativos, sobre todo de los docentes. Como hemos planteado, lo
anterior sólo existe en una de las cuatro modalidades formativas
explicadas. Las otras tres implican más la necesidad que el deseo, más
la obligatoriedad que la autonomía y más la enajenación y la
emancipación. En las cuatro modalidades podemos apreciar el importante
papel que la reflexión personal juega en la formación. Podemos decir
que esto se manifiesta en consciencia, es decir, en saber dónde estoy y
qué estoy haciendo para trascender esta realidad a un nuevo nivel en el
que se está dispuesto a modificarse.
También podemos apreciar que las relaciones sociales, la llamada
inter-experiencia o intersubjetividad, juegan un papel importante en la
formación. Nadie se forma de manera aislada. La formación es en sí
misma creación y recreación de lo humano. Es hacer humanidad. Por ello,
siempre toma características del contexto. La
formación es dar (se) forma, pero esa forma tiene un ideal, y ese ideal
usualmente es el que han propuesto las clases dominantes en cada
sociedad. Así, la formación no solamente es reflexión, también es un
reflejo, no acrítico ni exento de derivaciones particulares, pues,
finalmente, promueve
la individuación, la identificación y la singularización. Sin embargo, somos hombres de
nuestro tiempo y eso implica que
compartimos múltiples características, o habitus que son necesarios
para poder socializar.
La formación, entregada como una tarea prioritaria al proceso
escolarizado, trastoca su significado original. La escuela moderna se
convierte en el sitio que promueve de forma ilegítima, a través de las
diversas credenciales otorgadas, una certificación que sirve al
individuo para verse y sentirse apto o formado. Sin embargo, como se ha
mencionado por diversos autores, la
escuela es un
sitio donde la imposición, la violencia simbólica, la
arbitrariedad, el castigo y
muchas otras derivaciones de lo anterior, se dan, y con ello, también
se promueven diversas formas de comportamiento que asumen los humanos a
su interior y exterior, y que son, casi todas ellas, mecanismos o
procesos de formación.
Consideramos necesario profundizar en otras maneras de ver y analizar
la formación, además de las que hemos propuesto aquí. Las cuatro
tipologías mencionadas no son más que una aproximación a una forma de
ver este fenómeno, pero, seguramente, pueden surgir varias más que den
cuenta de la complejidad de la formación en la realidad. Lo ideal es
importante, nos dirige hacia lo deseable y también nos permite hacer un
contraste con lo real, pero, indiscutiblemente, el papel de la ciencia
es trascender lo ideal para dar cuenta de lo real y, en este caso,
hemos pretendido iniciar una discusión en torno a la realidad de la
formación docente en específico.
Citas
2 Un primer producto de este seminario es el libro de Lozano, Inés y
Mercado, Eduardo (coords.). (2011). El ojo del huracán. La formación y
práctica del docente de secundaria. Miradas divergentes. México: Díaz
de Santos
Referencias
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La formación y práctica del docente de secundaria. Miradas divergentes.
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Lozano, Inés. (2006). Normalistas vs. Universitarios o Técnicos vs.
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Plaza y Valdés.
Martínez, Miguel. (2008). La nueva ciencia. México: Trillas.
Ponce, Aníbal. (1988). Educación y lucha de clases. México: Ediciones
quinto sol.Correspondencia a:
Inés Lozano Andrade: Investigador nacional y profesor con perfil PROMEP en México.
Licenciado en sociología, maestro en ciencias educativas y doctor en
pedagogía por la UNAM. Autor de siete libros, además de artículos y
ponencias sobre formación docente y procesos
simbólicos de los actores en el ámbito educativo,
particularmente en la escuela secundaria. Dirección electrónica:
jines2101@yahoo.com
Ensayo recibido: 13 de mayo, 2013 Devuelto para corrección: 3 de
octubre, 2013 Aprobado: 12 de diciembre 2013