Consultas en torno a temas de crianza y su relación con el aprendizaje
de la convivencia
Concerns about topics on upbringing and their relation to the learning
process of cohabitation
Ana Rocío Barquero Brenes1
1 Docente en la Escuela de Psicología de la Universidad de Costa Rica,
también labora en un centro educativo. Máster en Psicología Educativa,
Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica. Dirección
electrónica: ana.barquero@ucr.ac.crDirección para correspondencia
Resumen
En el presente artículo se sistematizaron inquietudes en torno a temas
de crianza, recopiladas por el Departamento de Psicología de un centro
educativo, ubicado en el área
metropolitana en Costa Rica, durante los ciclos lectivos 2010 y 2011.
Se seleccionó un enfoque mixto, que implicó un proceso de recolección,
análisis y vinculación de datos cuantitativos y cualitativos. Uno de
los intereses más importantes, fue indagar si las inquietudes y
estrategias empleadas por las familias en la crianza, eran o no
compatibles con el aprendizaje de la convivencia. En lo que respecta a
los principales resultados, se evidenciaron cambios en la estructura y
dinámica de las familias, que inciden directamente en las competencias
para la crianza y en la promoción de la convivencia. Las diversas
demandas, presiones sociales y multiplicidad de tareas interfieren en
la cohesión grupal, menoscabando la función socializadora y,
específicamente, el aprendizaje de la convivencia.
Palabras clave: Convivencia, Familia, Crianza, Psicología Educativa,
Costa Rica.
Abstract
This article systematizes the concerns around the topic of upbringing
and the learning process of cohabitation gathered by the Department of
Psychology of an educational center located in the Great Metropolitan
Area, in Costa Rica, between the years 2010 and 2011. A mixed approach
consisting on a process of recollection, analysis and connection of
both quantitative and qualitative data was selected. One of the main
interests was to investigate if the concerns and strategies used by the
families were compatible with the learning process of cohabitation.
Regarding the main results, changes in the structure and dynamic of the
families were evidenced and these influenced directly parenting skills
and therefore the learning process to achieve a better cohabitation.
The various demands, social pressures and multiplicity of functions
(that must be handed by the adults) interfere with the group cohesion,
taking away importance from the socializing function and specifically
the learning process of cohabitation.
Key words: Cohabitation, Famlily, Raising Children, Educational
Psychology, Costa Rica.
1. Introducción
La familia es una categoría histórica, marcada por aspectos políticos,
económicos y culturales. De acuerdo con Espinosa (2009), es el campo de
las relaciones afectivas más profundas y, por lo tanto, constituye uno
de los pilares de la identidad personal; todas las dimensiones humanas
más significativas se plasman y transmiten en la cotidianidad de la
vida familiar. Para la autora Arés (2009), la familia constituye un
sistema de relaciones que es más que la suma de sus miembros, donde se
cumplen funciones básicas, económicas, biológicas, espirituales,
culturales y educativas.
En el seno de la familia se instaura el proceso de socialización, ya
que es el primer grupo humano que ejerce la intermediación
individuo-sociedad. Al respecto, indica Rodríguez (2006) que la familia
es una institución mediadora de la realidad en el proceso de
integración del ser humano a su comunidad. Por tanto, tiene por delante
el reto de encauzar a sus integrantes, para que adquieran y desarrollen
habilidades sociales que les permitan manejar adecuadamente sus
emociones, comprender su contexto y ubicarse como proactivos en la
lucha por la construcción de una cultura de paz.
Este reto al que se refiere Rodríguez, se ve empañado por los desafíos
que enfrenta la familia actual. Para Murueta (2009), la familia vigente
es una compleja multiplicidad de tipologías producto de la
globalización, que atraviesa por grandes presiones sociales. Los
intereses de índole económica conducen a que padres y madres asuman
muchas funciones simultáneas, e inviertan gran parte del tiempo en
tareas fuera del espacio familiar. Como consecuencia, cuando tienen
lugar las interacciones, predominan el cansancio y la culpa, que a su
vez conlleva a los abusos, el irrespeto y la violencia.
Al respecto, indica Espinosa (2009) que la familia actual está sometida
a altos niveles de estrés, debido a las demandas y presiones sociales a
las que está sometida; esto genera que progenitores se
sientan confundidos, infelices,
ineficaces y desorientados frente al ejercicio de la crianza.
De lo expuesto se desprende que la función básica de la familia como
instancia formadora, ha venido en detrimento, perdiendo el protagonismo
que la identificaba décadas atrás. El Ministerio de Educación de
Colombia (2005) refiere que la familia actual ha traslado a la escuela
la formación ciudadana. Afirma que en el núcleo familiar se han dejado
de promover competencias que generan prácticas proclives a la
convivencia.
Producto de estos planteamientos y de la indagación bibliográfica sobre
la temática, se definieron los objetivos de la presente investigación.
Estos se orientaron, principalmente, a indagar sobre las inquietudes y
estrategias empleadas por las familias en la crianza, y si estas eran
compatibles con educar la convivencia. En el entendido que los
aprendizajes que se adquieren en la infancia, pueden generalizarse
posteriormente a otras instancias sociales. Ante todo, es importante
considerar que la promoción de la convivencia implica la capacidad de
las personas de vivir con otras (con-vivir) en un marco de respeto
mutuo y solidaridad recíproca, partiendo del reconocimiento y respeto
por la diversidad, y de la capacidad de las personas de entenderse,
valorar y aceptar las diferencias (Ministerio de Educación de Chile,
2008).
Por último, en el presente estudio se eligió un diseño mixto y la
fuente de información se obtuvo a partir del registro de 226
formularios de consultas sobre temas de crianza. Las inquietudes fueron
formuladas por personas a cargo de población infantil (padres, madres,
tías, abuelos y abuelas) al Departamento de Psicología de un centro
educativo ubicado en Costa Rica, en el área metropolitana, durante los
ciclos lectivos 2010 y 2011. En lo que respecta al análisis
cuantitativo y cualitativo de los datos, las consultas se
sistematizaron en preguntas y, posteriormente, en categorías.
2. Referente teórico
2.1 Familia como instancia socializadora
El estudio de la familia ha sido abordado por distintos campos
científicos, según el interés particular de cada uno de ellos. La
filosofía, la sociología, el derecho, la religión y la psicología, por
nombrar algunos, han brindado una definición del concepto con
diferentes grados de alcance social, académico y científico.
En el área psicosocial, la profesora e investigadora cubana, Arés
Muzio, se refiere al núcleo primario como
… es el grupo de intermediación entre el individuo y la sociedad.
Constituye el núcleo más primario del ser humano, en ella el hombre
inscribe sus primeros sentimientos, sus primeras vivencias, incorpora
las principales pautas de comportamiento y le da sentido a su vida.
(Arés, 2002, p. 1)
Asimismo, la autora plantea que la familia es la unión de personas que
comparten un proyecto vital de existencia común, en el que se generan
fuertes sentimientos de pertenencia, estableciéndose un compromiso
personal entre sus miembros e intensas relaciones de intimidad,
reciprocidad y dependencia. Adicionalmente, es un sistema de relaciones
cualitativamente diferente a la simple suma de sus miembros, donde se
cumplen funciones básicas como la económica, biológica,
cultural-espiritual y la educativa, que constituye una supra función
que se deriva del cumplimiento de las anteriores (Arés, 2002).
Otros autores, Murueta y Osorio (2009), refieren que “la familia es el
primer entorno natural en donde los miembros que la forman evolucionan
y se desarrollan en términos afectivos, físicos, intelectuales y
sociales, según modelos vivenciados e interiorizados” (p. 14). Plantean
que cada familia es un sistema abierto en continuo movimiento, cambio y
reestructuración, en busca de una estabilidad y equilibrio entre todos
los miembros que la componen y el entorno social en el cual viven.
Además, es un sistema básico de referencias afectivas que le permite a
una persona encontrar su propio significado personal, así como los
significados de todo lo que le rodea y, por tanto, permite encontrar un
determinado sentido a la vida y a las actividades cotidianas (Murueta y
Osorio, 2009).
De acuerdo con Espinosa (2009), la familia es el campo de las
relaciones afectivas más profundas y, por tanto, constituye uno de los
pilares de la identidad de una persona. En su seno se instaura el
proceso de socialización de la humanidad:
Allí se tejen los lazos afectivos primarios, los modos de expresar el
afecto, la vivencia del tiempo y del espacio, las distancias
corporales, el lenguaje, el ejercicio de la autoridad, qué tareas
corresponden a cada sexo, cómo se ayuda al grupo familiar, quién provee
las necesidades, qué códigos de comunicación están permitidos, ya sea
gestuales, orales o el silenciamiento de emociones y sentimientos, el
sentido de la vida y la muerte, la importancia de las fiestas,
reuniones sociales o ceremonias, se inscribe también la historia de la
familia que comprende a las distintas generaciones que nos precedieron;
es decir, todas las dimensiones humanas más significativas se plasman y
transmiten en la cotidianeidad de la vida en familia. (Espinosa, 2009,
p.43)
2.2 Transformación de la figura tradicional de familia
Arés refiere que la familia es una categoría histórica, determinada por
el sistema social que le sirve de marco. El modo de producción
imperante condiciona las formas de existencia de la familia, las
jerarquías de sus funciones, los valores predominantes y los principios
éticos. De acuerdo con Arés (2002), “el grupo familiar ha resistido a
los impactos de los cambios sociales, sin desaparecer como grupo
humano, se ha diversificado en su tipología, cambiado las formas de
hacer pareja, los estilos de autoridad, los modelos de paternidad y
maternidad” (p.06).
Para Murueta (2009) la familia actual cuenta con menos espacio para el
esparcimiento, la convivencia, la comunicación. Opina que, debido al
cansancio y a las limitaciones económicas, son pocas las familias que
promueven la convivencia activa. Dadas las tensiones y los vacíos
emocionales que sufren padres e hijos, sus interacciones se van
llenando de regaños, reclamaciones, culpas, chantajes y abusos mutuos.
Esta situación se traduce, en la sociedad, en el crecimiento de abusos,
irrespeto y violencia:
La disminución de la afectividad en la familia produce la falta de
sensibilidad hacia el sufrimiento de los demás, e incluso éste se ve
como motivo de goce morboso, la falta de empatía y la frustración
personal genera recelos y envidias ante el bienestar ajeno. (Murueta,
2009, p. 35)
Por su parte, Espinosa (2009) considera que la dinámica familiar actual
está sometida a presiones, demandas y estrés, tanto en el plano
intrafamiliar como en los producidos en otros subsistemas
interrelacionados. Plantea que los conflictos intrafamiliares se deben
a la falta de conocimiento de adecuadas alternativas de relación, a la
incapacidad de un manejo conveniente de las emociones y a un sistema de
creencias estereotipadas en cuanto al
género o la crianza. También influye la presencia de sentimientos de impotencia
y devaluación ante un contexto lleno
de dificultades económicas, sociales y políticas:
En la época actual se observa poca claridad en las reglas en varios
niveles. Por ejemplo, los padres se sienten incompetentes para
establecer reglas firmes con los hijos, debido entre otras cosas, a la
influencia de los medios de comunicación masiva (radio, televisión,
revistas e internet), que los confunde y los hace sentir “malos padres”
si ejercen la autoridad. Asimismo, afloran sentimientos de culpabilidad
por dejar a los hijos solos debido a las actividades laborales o por
haber vivido una separación, lo que condiciona a una jerarquía ineficaz
o se produce una relación amigos/padres donde los hijos no tienen una
guía y deben ser más bien un soporte emocional de sus propios padres
(Espinosa, 2009, p. 56)
El resultado para la misma autora, es que, tanto padres como hijos
lucen confundidos, desorientados, ineficaces e infelices. Señala que
las familias actuales con niños y niñas en edad preescolar y primaria,
experimentan grandes demandas y presiones económicas que obligan al
padre y la madre a asumir largas jornadas laborales. Por su parte, los
infantes permanecen solos, en lugares de cuido o bajo la custodia de
otras personas de la familia extensa.
De acuerdo con Arés (2002), los impactos socioeconómicos y
sociopolíticos impuestos por la globalización, han diversificado la
estructura, el funcionamiento y la tipología de la familia nuclear
tradicional:
Hasta hace pocas décadas se hablaba que la familia era la unión legal
entre un hombre y una mujer que se unen, con el objetivo de procrear,
educar los hijos, y satisfacer necesidades humanas de unión y compañía.
Ninguna definición de este tipo se corresponde con los cambios
actuales. La unión puede ser legal o no, puede ser para toda la vida,
pero las separaciones y los divorcios son frecuentes, los miembros de
la unión ya no siempre son heterosexuales, la unión ya no es solo para
procrear. Con ello queremos decir que actualmente estamos ante el
fenómeno de la diversidad y complejidad familiar. (Arés, 2002, p. 107)
2.3 Familia y crianza
De acuerdo con Arés (2002) los modelos asumidos en el pasado ya no
corresponden con las exigencias del cambio, pero siguen siendo
aprobados como naturales, generando, entre otras cosas, dificultad para
establecer límites, confusión de vivir por los hijos y/o a través de
ellos, en lugar de con ellos, porque el amor se visualiza como posesión
y propiedad:
Tenemos un asignado cultural de maternidad–paternidad que conspira con
la formación y educación del ser social al que aspiramos en nuestra
sociedad. Creativo, autónomo, con elevado compromiso social, con
proyectos propios, solidario, con elevado sentido del
deber y responsabilidad. En
el caso de las
madres, es común que
se suela naturalizar un modelo de madre sacrificada y
abnegada, que adopta actitudes de sobreprotección, [mimo] excesivo,
tolerancia extrema, por lo tanto promotora de hijos dependientes y
demandantes. Lo que se justifica mediante frases como: “...así son las
madres”. Por otra parte, esto conlleva a sentir a los hijos como
posesiones, hablando en términos de propiedad, “me saca malas notas”.
(Arés, 2002, p. 24)
La misma autora propone redimensionar los roles de padre y madre para
los tiempos actuales, ya que no están acordes a las exigencias de
cambio y se presenta una contradicción entre los mandatos
sociales y la posibilidad real de concretar en la práctica, así
como la puesta de acuerdo entre
los adultos. Por esto,
propone reaprender la crianza, aprender a
decir, hacer y sentir lo pertinente y necesario bajo nuevas pautas:
Se deben aprender modelos de cooperación, colaboración, que permitan un
fondo de tiempo disponible para la crianza y que garanticen la
posibilidad de reemplazo de los adultos en la familia. Reevaluar pautas
de crianza, criterios de autoridad, del papel y lugar de los hijos, de
conceptos como crecer, la comunicación, las contradicciones básicas que
se viven hoy en la tarea de educar. (Arés, 2002, p. 26)
2.4 Funciones familiares
Para Zaldívar (2005) las principales funciones
de la familia pueden sintetizarse en
cuatro: función biosocial, función económica, función cultural y
afectiva, y función educativa. A su vez, el funcionamiento familiar
saludable cumple exitosamente con seis objetivos que le están histórica
y socialmente asignados. Primero, la satisfacción de las necesidades
afectivo- emocionales y materiales de sus miembros. Segundo, la
transmisión de valores éticos y culturales. Tercero, la promoción y
facilitación del proceso de socialización de sus miembros. Cuarto, el
establecimiento y mantenimiento de un equilibrio que sirva para
enfrentar las tensiones que se producen en el curso del ciclo vital.
Quinto, el establecimiento de patrones para la convivencia social, y
sexto, la creación de condiciones propicias para el desarrollo de la
identidad personal y la adquisición de la identidad sexual.
2.4.1 Familia y establecimiento de patrones para la convivencia social
De acuerdo con los planteamientos del Ministerio de Educación Nacional
de Colombia (2005), las elecciones que realiza la familia sobre cómo
desempeñar la práctica socializadora, no son azarosas. Los aspectos
culturales son el referente que marca la interacción familiar, ya
que permite fortalecer modelos
o patrones de comportamientos
relevantes para la convivencia, o, por el
contrario, otros que conducen al desarrollo de personas sumisas o
violentas.
Asimismo, es en el seno familiar en donde niños y niñas empiezan a
desarrollar competencias que generan prácticas proclives a la
convivencia, como la capacidad para manejar
sentimientos y emociones, o para tramitar adecuadamente los conflictos. Se
aprenden y se ensayan habilidades que
implican, entre otras, cooperación, trabajo en equipo, iniciativa,
creatividad y autorregulación. En el proceso formativo de la infancia,
se observan e imitan los comportamientos y actitudes de las personas
adultas, se aprenden formas de vincularse, niveles de tolerancia,
estilos de comunicación, cómo resolver conflictos y formas de manejar
el enojo (Ministerio de Educación Nacional de Colombia, 2005).
De acuerdo con Rodríguez (2006), es en la familia más que en ningún
otro eslabón social, donde los y las infantes aprenden sobre el
diálogo, la tolerancia, la solidaridad, el respeto a los derechos
humanos y la búsqueda de la justicia, entre otros. Por lo tanto, el
grupo familiar constituye un escenario idóneo para aprender estrategias
de convivencia. Estas estrategias deben, a su vez, favorecer la
creación de ambientes que permitan establecer relaciones no violentas
disminuyendo la intensidad de los conflictos, anulando la aplicación de
castigos físicos, y mejorando la autoestima y la seguridad personal.
Además, señala el autor, los aprendizajes obtenidos en el grupo
familiar, posteriormente se multiplicarán en el intercambio que los
individuos mantengan con otras instancias sociales.
Para el investigador Tuvilla (2004) la familia, como una de las esferas
en que se ejerce la ciudadanía, debe contar con las competencias
necesarias para ser capaz de promocionar entre sus integrantes valores
y prácticas democráticas como una forma de vida, y así, poder construir
una nueva cultura fundada en el comportamiento pro-social, con un modo
diferente de pensar y actuar. Sugiere que el grupo familiar es una
pieza clave en un mundo que aspira hacer efectivo el derecho humano a
la paz, por lo que debe educar en la solidaridad, que implica sentirse
responsable de todas las personas:
La solidaridad es un requisito que ayuda a vivir mejor unos con otros,
en un encuentro necesario y libre, en el que cada cual gracias a la
cooperación, el desinterés y la generosidad, ofrece lo mejor de sí para
el bien de la comunidad, a la vez, que desarrolla todas sus
potencialidades. (Tuvilla, 2004, p. 232)
A partir de los fundamentos teóricos expuestos, se diseñó la
metodología del estudio que se expone en el siguiente apartado.
3. Metodología
Con el objetivo de lograr una percepción más integral y completa del
fenómeno de estudio, se seleccionó un enfoque mixto, que implicó un
proceso de recolección, análisis y vinculación de datos cuantitativos y
cualitativos. Esto permitió explorar distintos niveles del problema
seleccionado y obtener una mayor variedad de perspectivas.
La investigación se dividió en cuatro etapas. La primera consistió en
la revisión bibliográfica, lo que posibilitó la recopilación de
información relevante y necesaria al problema de estudio. Como segundo
paso, se utilizó la estrategia metodológica de recopilar información
proveniente de formularios de consultas, efectuados al Departamento de
Psicología (DP) del centro educativo. Estas consultas las realizaron
personas encargadas de la crianza de niños y niñas entre los tres y los
diez años de edad, provenientes de un centro educativo ubicado en el
área metropolitana, entre los ciclos lectivos 2010 y 2011.
Como resultado de esta revisión, se contabilizaron 226 consultas,
planteadas por los siguientes representantes familiares: 64% por madres de familia, que fueron las mayores
consultantes, seguidas por ambos progenitores con un 18%. En tercer
lugar, se encontraron figuras paternas con un 10%; y el restante 8%
estuvo compuesto por otras personas encargadas de la crianza, como
abuelos, abuelas y tías.
Estas inquietudes no correspondieron necesariamente a 226
representantes familiares, ya que en el transcurso de los ciclos
lectivos 2010 y 2011, algunas personas consultaron varias veces sobre
temas distintos.
Es importante explicar que las consultas fueron en su momento expuestas
a la psicóloga escolar de manera individual, o acompañada de algunas
docentes. En todos los casos se llenó un formulario de consulta
propiedad del DP, que posteriormente sirvió de insumo para esta
investigación.
En la tercera etapa, se revisaron los 226 formularios de consulta. Toda
la información proveniente de estos se sistematizó de acuerdo a los
motivos de consulta de las familias, con un total de 29 inquietudes
(redactadas como preguntas) en torno a temas de crianza.
Adicionalmente, y en lo que respecta a los datos cualitativos, a partir
de la indagación de los 226 formularios se realizó un listado de frases
textuales y explicaciones de algunas de las narraciones
brindadas por las personas participantes, a
fin de ejemplificar los datos
cuantitativos y comprender el fenómeno de estudio a mayor profundidad.
En la cuarta fase del proceso, las 29 preguntas se subdividieron por
temáticas, al igual que la información cualitativa, constituyendo un
total de cinco categorías de análisis.
Todo esto con el objetivo de indagar sobre las inquietudes y
estrategias empleadas en la crianza, y si estas fueron o no compatibles
con el aprendizaje de la convivencia.
4. Análisis de resultados
Durante los años 2010 y 2011, madres, padres, y otras personas
encargadas de niños y niñas entre los tres y los diez años, realizaron
226 consultas al Departamento de Psicología (DP), relacionadas con
inquietudes en torno a la crianza.
Para efectos del análisis de los datos, el registro de las 226
inquietudes se sistematizó en 29 preguntas, que se plantearon en
referencia a la atención de niños y niñas, tal y como se exponen en la
tabla 1.
Posteriormente, las 29 preguntas se subdividieron en temáticas,
conformando cinco grandes categorías de análisis. En la tabla 2 se
presentan las dimensiones sobre las que consultaron representantes
familiares.
Categoría
En el gráfico 1, se aprecian las cinco categorías en que se resumieron
las consultas, con su respectivo porcentaje de consulta.
A continuación, se presenta el análisis de resultados por categoría,
iniciando con la tabla 3, que muestra las preguntas y los porcentajes
respectivos a la primera dimensión.
Del total general de consultas, un 36% de las personas planteó
inquietudes con respecto al tema de la implementación de la disciplina
en la dinámica familiar, identificando la
indisciplina como una
fuente común de desacuerdos entre personas adultas e infantes.
Aunado a esto, la indisciplina
fue interpretada como un inconveniente para el logro de la
convivencia
familiar. En tanto que el concepto subyacente de
convivir no incluye el
desacuerdo como parte de la interrelación: “...que no hagan caso
(hijos) me vuelve loca, yo quiero ser como esas familias que conviven
siempre felices”. En otras palabras, para las
personas participantes,
la convivencia se entiende
como una situación de armonía que excluye el
desacuerdo, cuando, por el contrario, debe ser un aprendizaje del
respeto a la diversidad, en que los conflictos y su resolución
alternativa a la violencia, son experiencias valiosas.
En la revisión de los expedientes escolares del DP, se evidenció que
las personas responsables de la crianza presentan poca claridad sobre
etapas del desarrollo infantil, cómo brindar instrucciones, establecer
límites, ejercer la guía adulta, y enfrentar berrinches y situaciones
violentas, plantear y cumplir consecuencias, y promover el auto control.
Sobre el conocimiento acerca de las etapas del desarrollo infantil, se
determinó:
• Dificultad para identificar conductas esperadas y no esperadas en
diferentes etapas del desarrollo.
• Dificultad para establecer límites o consecuencias distintas entre el
grupo de hermanos o hermanas (de acuerdo a la situación y a las etapas
del desarrollo).
• Dificultad para realizar cambios en torno a la disciplina conforme
los niños y las niñas evolucionan.
Sobre la comunicación de instrucciones y puesta de límites, se encontró:
• Poca claridad sobre las palabras a emplear para lograr que se cumpla
una instrucción.
• Sugirieron emplear un tono de voz fuerte “para que se escuche”.
• Recurren a la repetición constante de la instrucción, sin lograr el
efecto deseado.
• Reportaron experimentar enojo, frustración y/o impotencia al
percatarse de que la criatura no cumple
con lo solicitado.
• En algunos casos, cuando no logran que las personas menores de edad
cumplan la demanda solicitada, las personas adultas la ejecutaron
impartiendo regaños y/o reclamos.
• El cansancio conduce a cambiar lo solicitado: “... ya agotada yo le
digo, bueno al menos recoja dos y yo recojo lo que queda, pero ni así
quiere hacerlo.”
Sobre ejercer la guía adulta se presentó:
• Poca disposición de tiempo para la crianza, lo que genera culpa y
conduce a que se toleren algunas conductas: “...yo sé que eso está mal,
pero no me animo a quitárselo, porque casi ni lo veo para estar pelee
que pelee el ratito que estamos juntos”.
• Consideraron que la persona adulta debe mostrarse molesta, “al menos
seria” para ser identificada como autoridad.
• Señalaron situaciones en que niños y niñas son los que ejercen la
autoridad: “...ella se cree como una reina y le da órdenes a todos,
sino hacemos lo que quiere llora y da gritos”, “... un día hasta nos
echó de la casa y llamó a los abuelos para acusarnos”.
Sobre el enfrentamiento de berrinches y situaciones violentas, se
registró:
• Las escenas de berrinches y/o reacciones violentas fueron reportadas
como las más difíciles de manejar, en especial cuando ocurren en
escenarios públicos: “...la verdad es que yo le doy lo que pide para
que se calle, todo el mundo me vuelve a ver y a mí se me cae la cara de
la vergüenza”, “...cuando se enoja es terrible, da patadas al que se le
acerca, hasta que sudo tratando de calmarla”. Las personas adultas
ceden a las solicitudes o no cuentan con estrategias para intervenir.
Sobre plantear y cumplir consecuencias se encontró:
• Como primera acción, implementan el regaño constante, aún cuando
pocas veces corroboran su efectividad.
• La mayoría de las consecuencias no tienen relación con las etapas de
desarrollo o se aplican a niños y niñas con edades y características
distintas.
• Efectúan amenazas poco sensatas que no cumplen: “Si no viene ya, ahí
lo dejo solo”) y que no corresponden con la falta.
• Con frecuencia cambian o incumplen la consecuencia previamente
establecida: “...bueno, solo por esta vez se lo compro, es la última”.
• En algunos casos, el castigo físico es empleado como una solución
rápida y efectiva para enseñar al infante “quien manda”: “... si es
mucho va el manazo y solo así se calma y me respeta”.
Sobre promover auto control se determinó:
• Las personas encargadas de la crianza exteriorizaron deseos por
enseñar tolerancia y autocontrol, pero expresaron no saber cómo
lograrlo.
• El modelaje de las personas adultas no fue planteado como
alternativa. Tampoco el aprendizaje de algunas habilidades sociales
como el reconocimiento de las propias emociones y de las de los demás.
En todos los casos, las familias relacionaron las dificultades
disciplinarias con un clima de tensión, enojo, mal humor y
distanciamiento afectivo entre los integrantes. Además de un incremento
en la sensación de que la crianza es una labor muy difícil de
desempeñar, lo que condujo a que buscaran orientación del personal del
centro educativo. Sin embargo, cuando la institución escolar fue la que
aplicó consecuencias, las personas cuidadoras manifestaron desconfianza
e inconformidad y un deseo por justificar la conducta del infante.
Las familias del estudio no visualizaron la importancia de la
adquisición de normas sociales de convivencia como una experiencia de
aprendizaje que, posteriormente, niños y niñas puedan trasladar a otras
esferas sociales. Por el contrario, modelaron inestabilidad,
incongruencia, comunicación poco clara o en base a regaños y el uso de
la violencia para solucionar desacuerdos.
Con respecto a la segunda categoría, en torno a las habilidades
sociales que se desean fortalecer en los niños y niñas para que
adquieran más seguridad, mayor autoestima y más autonomía (y, por lo
tanto, superen entre otros temores), se ubicó un 21.5% del total de
consultas, que se describe en la tabla 4.
La principal inquietud que experimentaron las personas encargadas de la
crianza, giró en torno a enseñar a los niños y niñas a resolver
conflictos fuera del núcleo familiar, especialmente en el escolar. Una
madre narró: “…a mí me da una gran tristeza que otra compañera la
maltrate y le diga cosas, es que ella no sabe defenderse porque pasa
entre adultos que la chinean”. No lograron precisar la importancia de
favorecer habilidades sociales que eduquen la convivencia, como la
comunicación asertiva, la escucha, la negociación, la empatía, el
respeto a la diversidad. Por el contrario, el empleo de la violencia
para la autodefensa surgió como válido: “... le voy a contar que el
papá ya le dio permiso para que le devuelva un buen golpe al que
intente golpearlo... Hasta practica con él luchitas para que aprenda a
defenderse”.
El tema de la autonomía también cobró relevancia, asociado a
incongruencias sobre la conveniencia o no de favorecer el crecimiento.
Por una parte, las personas cuidadoras esperan que la
criatura se desenvuelva con seguridad, sin temor y tenga autonomía
sobre su cuerpo (ej. bañarse o vestirse por sí mismo), sus pertenencias
y espacios (ej. dormir en su propio cuarto); pero, por otra,
experimentan sentimientos que afectan la independencia: “... uno es
tonto y piensa que si se hacen grandes como que ya no lo van a buscar y
querer, más lindo así pequeñitos”.
El tiempo dedicado a la crianza también fue mencionado como un
paralizador de la autonomía: “...creo que todo este tiempo lo hemos
dejado dormir en nuestra cama, porque a uno le da lástima lo poquillo
que estamos con él, entonces uno piensa que aunque sea compartir
durmiendo”.
A las familias del estudio les preocupó cuando los niños y niñas
muestran poca seguridad en sí mismos, se les dificulta la integración
con otros pares y/o la autoestima se ve afectada. Sin embargo, no
establecen una relación directa para favorecer la autonomía u otras
habilidades sociales, ni cómo ambas son dimensiones esenciales del
convivir.
Percibieron a los menores de edad desde un rol de víctimas del maltrato
de terceros, como personas indefensas a las que deben proteger.
Prevaleció el término pobrecito: “... a mí me dio una lástima que ese
chiquillo le pegara, pobrecito, yo hasta lloré de la cólera”. Niños y
niñas no son educados para el desarrollo de su inteligencia emocional,
por lo tanto, no saben resolver situaciones de conflicto de forma
alternativa a la violencia, o quedan a la espera de la sobreprotección
de figuras adultas. No se les enseña a ser proactivos, ciudadanos que conviven entre sí y
constructores de una cultura de paz.
En lo concerniente a la tercera categoría, cambios o situaciones de
conflicto en la estructura familiar, se situó un 19% del total de
consultas, como se representa en la tabla 5.
Entre quienes consultaron prevaleció la creencia de que la infancia
debe estar excluida de situaciones de sufrimiento, lo que explica que
en muchas ocasiones se mantenga a los menores al margen de los
acontecimientos y/o solo se atiendan dudas específicas. En otros
casos, se dieron explicaciones no coincidentes con la realidad; también refirieron
entretenerlos para promover la distracción y evitar el sufrimiento.
Las personas encargadas de la crianza participantes de este estudio,
afirmaron desconocer cómo comunicar a niños y niñas situaciones de
cambio, conflicto, enfermedad o muerte. No tenían claridad sobre las
respuestas que debían dar en relación a la circunstancia y/o la etapa
de desarrollo; tampoco lo adecuado o no de referirse a los hechos.
Evidenciaron que en su propio proceso socializador, no se les enseño a
conocer, nombrar y expresar emociones, lo que dificulta acompañar a las
criaturas en estos procesos: “…yo paso llorando por mi papá, no quiero
que mi hijo me vea, pero se me salen las lágrimas, le digo que es por
lo que están dando en la tele que me da tristeza, es que no sé cómo
explicarle”.
La poca trascendencia que se le brinda al desarrollo de la inteligencia
emocional y al de las habilidades sociales, influye en aspectos
determinantes de la crianza, como la posibilidad de exteriorizar
sentimientos y de ser contenido por las personas mayores. Esta
situación, a su vez, afecta el aprendizaje de la convivencia en el
núcleo familiar. Niños y niñas no son preparados para enfrentar cambios
y pérdidas, por lo que son vividas a través de información
inconsistente, sin conexión con los sentimientos respectivos.
Otra creencia vigente entre consultantes, fue la de la “familia ideal”
(padre- madre-hijos). En las situaciones de separación de la pareja de
progenitores, existió la creencia de que las criaturas se encuentran en
desventaja y se genera un gran sentimiento de culpa que obstaculiza
otros planos de la relación: “...desde que nos separamos, yo ando como
en otras, entonces lo dejo que haga y deshaga ya no lo regaño porque
pobre”. Las separaciones son vividas a través de incongruencias entre
lo que se dice, se hace y se siente: “...a mi ex yo no lo soporto, pero
que me queda, decirle a los chiquitos que él es un amor para que no
sufran, pero bueno ellos mismos se dan cuenta de que es un
irresponsable con la plata”. Se presentó como una situación común la
sensación de estar “en deuda” con los niños y niñas y tratar de
compensar vacíos emocionales con la adquisición de bienes materiales:
“....cuando se la lleva el tata, le compra de todo, viene toda exigente
conmigo, es que él quiere comprarla”.
Con respecto al tema de la convivencia familiar, las situaciones de
conflicto y de cambio no fueron contempladas como oportunidades para
enseñar sobre comunicación asertiva, diversidad de criterios,
negociación, congruencia entre sentimientos y acciones, el proceso de
la vida y la muerte, entre otras. Las experiencias de cambio y/o
desacuerdos fueron desaprovechadas como experiencias del convivir. Por
el contrario, las familias participantes las vivieron desde la
impotencia, la frustración, el enojo, la tristeza solapada, la
incongruencia, la lástima y la culpa.
La cuarta categoría de consultas agrupó inquietudes sobre aspectos
académicos como el apoyo escolar, la desmotivación y las dificultades
académicas; están representadas por un 18%, tal y como se ilustra en la
tabla 6.
Es importante señalar que la alta incidencia de inquietudes en esta
categoría, respondió de manera directa a que la población consultante
se encontraba en un centro educativo. Adicionalmente, se encontró que
el éxito escolar fue vivido como personal y como signo del “buen apoyo
en el hogar”. En otras palabras, una forma de obtener reconocimiento
“de buen padre/ madre/ cuidador” es a través del rendimiento escolar de
la criatura, por lo que un 18% formuló preguntas sobre cómo brindar
apoyo en el desempeño académico.
Sin embargo, la mayoría de las inquietudes obedecieron más al deseo de
control y/o sobreprotección que al de desarrollar en el infante
autonomía, responsabilidad y autoregulación. En muchos casos, los
límites entre el rol de progenitor y el del niño o niña como estudiante
fueron difusos: “...yo sé que no soy la que está en la escuela, pero si
mi hijo no cumple con algo, me siento irresponsable, me preocupo como
si fuera a mí a la que la maestra va a regañar”, “…cuando llega un
recado o una boleta me pongo toda nerviosa, se me altera el día, además
el chiquito me dice que no fue así, y ya no sé a quién creerle,
entonces llamo a la maestra por teléfono para que me explique”.
Las personas responsables de la crianza duplicaron sus funciones y
asumieron como propias demandas escolares, experimentando cansancio y
frustración:”...Ħes el colmo!, son las diez de la noche y yo ahí
ayudándole a pintar para que no lleve tan fea la tarea”, “…todas las
mañanas inician con un pleito porque no se quiere meter al baño y
después viene en el carro llorando que no quiere ir al kínder, tengo
que venir convenciéndolo, pero es muy cansado”.
Desde la promoción de la convivencia, algunas habilidades sociales como
la autonomía, y valores como el esfuerzo, la perseverancia, la
responsabilidad, son poco vivenciados en la interrelación familiar.
Como resultado, la crianza no se disfruta y resulta para la población
consultada una labor desbordante.
La última categoría del total de consultas agrupó justamente las
inquietudes relacionadas con el fortalecimiento de valores, que
implicaron un 5.5% de los datos, tal y como se presentan en la tabla 7.
Específicamente en este rubro, el grupo participante en el estudio
reveló conocer la importancia de los valores, pero ignorar estrategias
efectivas para promoverlos. Se autopercibieron impotentes frente al
consumismo que los rodea: “…me da miedo verlo tan materialista, quiere
de todo, no sabe que las cosas cuestan”.
Las figuras familiares como modelos de la vivencia de valores, no
fueron sugeridas como alternativa a imitar, tampoco para el desarrollo
de algunas habilidades sociales como la empatía o el interés en el
entorno.
La formación en valores fue una labor encomendada a otra instancia
social, la escuela: “…nosotros escogimos esta escuela por lo de los
valores que queremos inculcarle, le cuesta mucho compartir y sabemos
que ustedes le están enseñando”, “...bueno mi hija estuvo muy
mentirosa, yo hablé con la maestra y ella hizo como una dinámica y
desde entonces ha cambiado”.
Una dimensión de plena trascendencia para la enseñanza de la
convivencia, la formación en valores, quedó fuera de la esfera
familiar, y su aprendizaje fue encomendado a la siguiente instancia
social.
5. Conclusiones
La familia actual, entendida como una multiplicidad de tipologías
familiares, producto de la globalización, continúa siendo un
eslabón clave en la promoción del convivir, una esperanza en un mundo que aspira a hacer
efectivo el derecho humano a la paz.
Para el logro de esta tarea, la estructura familiar necesita estar
fortalecida y ser capaz de responder a situaciones distintas y
cambiantes. Al respecto, plantea Zaitegi (2008) que el
seno familiar, a través de la socialización, debe procurar favorecer competencias y
habilidades para vivir con
dignidad, destacando el autoconocimiento, la autorregulación y la
capacidad de resiliencia. Con respecto a las habilidades sociales,
refiere el mismo autor aquellas para relacionarse positivamente con
otras personas, como cooperar, negociar y trabajar en equipo, entre
otras.
Los resultados de este estudio precisaron una situación muy distinta a
la planteada por Zaitegi. Se evidenciaron cambios en
la estructura,
dinámica e interrelación familiar, que
inciden negativamente en las competencias para la crianza y, simultáneamente, en el
deterioro
del aprendizaje de la convivencia. Los padres y las madres participantes se
mostraron tensos, agotados, frustrados e
incluso desbordados, al intentar cumplir con la multiplicidad de
funciones socialmente asignadas. Se presentó una contradicción y una
gran distancia entre los mandatos sociales y la posibilidad real de
concretarlos en la práctica.
Entre las familias del estudio, la comunicación dirigida a niños y
niñas estuvo sujeta a espacios limitados de tiempo y regida por
regaños. Los patrones comunicativos no fueron directos ni claros. En
muchos casos, se orientaron a evadir conflictos o sentimientos. Se
entorpeció el aprendizaje de la escucha, también el respeto a la
opinión ajena, la resolución del conflicto a través de la palabra y la
posibilidad de pensar distinto y plantearlo. Todos estos, elementos
claves de la convivencia.
En el ejercicio de la crianza, prevaleció un sentimiento de inseguridad
y culpa que conlleva a la sobreprotección y la tolerancia excesiva, las
cuales, posteriormente, impiden realizar los desprendimientos
necesarios para crecer con libertad y autonomía.
En lo que respecta a los aspectos disciplinarios, se evidenció que un
gran porcentaje de las familias del estudio establecieron límites poco
claros, o rígidos y difusos, invadiendo los espacios y fracturando los
procesos de individuación. Sobre este asunto, la investigadora Espinosa
(2009) explica que las figuras parentales se sienten incompetentes en
el establecimiento firme de reglas, porque temen ser vistos como “malos
padres” si ejercen la autoridad.
Algunas personas participantes del estudio recurrieron a los castigos
físicos, indicando que después del golpe el “niño entiende” e
identifica “quien manda”. Al respecto, Henao (2005) ha encontrado
evidencias que señalan una tendencia a reproducir por fuera del hogar
la violencia vivida en la familia. Refiere que todo acto de violencia
constituye una vulneración a los derechos y las libertades
fundamentales de las personas y una ofensa a su dignidad.
Los niños y las niñas, contrario al aprendizaje de la convivencia,
copian los modelos violentos, que se presentan como válidos en la
resolución de conflictos y los reproducen en el contexto familiar y,
posteriormente, en otras instancias sociales.
Sánchez (2009) señala que el recurso de la empatía se dificulta cuando
los castigos aplicados responden más a una reacción emocional
irreflexiva y sin explicación lógica. Indica que los castigos tienen
implicaciones en la relación de apego, puesto que se produce un
aprendizaje, pero por distanciamiento. Esto debido a que se trata de un
estímulo aversivo que, como tal, produce rechazo y malestar emocional,
con implicaciones negativas en el desarrollo de la personalidad. Esta
situación, según Zaldívar (2005), dificulta la cohesión familiar en
términos de los vínculos emocionales, la cual es una dimensión central
en la socialización e interacción familiar.
Además, para López (2005) las diversas demandas, presiones sociales y
multiplicidad de tareas que deben asumir las figuras adultas,
interfieren en esta cohesión grupal, menoscabando la función
socializadora y, específicamente, el aprendizaje de la convivencia.
Este aprendizaje fue delegado a la escuela, tal y como lo advirtieron
familias participantes.
Rodríguez (2006) recuerda que la familia, más que ningún otro eslabón
social, debe ser el lugar donde los niños y las niñas aprendan sobre el
diálogo, la tolerancia, la solidaridad, el respeto a los derechos
humanos y la búsqueda de la justicia, entre otros, por lo que se hace
imprescindible dotarla de insumos para que esta labor prevalezca.
Por su parte, Arés (2009) propone revisar los mandatos sociales a los
que está sujeta la familia como primera instancia socializadora, a fin
de fortalecerla. Propone reaprender las pautas de crianza,
redimensionar los roles, en especial de padre y madre, aprender modelos
de cooperación y colaboración, evaluar los criterios de autoridad del
papel y lugar de los hijos, y conceptos como crecimiento y comunicación
así como las contradicciones básicas que se viven en la tarea de educar.
En el mismo sentido,
Rentería, Lledios, y Giraldo
(2008) plantean la necesidad imperiosa de
contribuir a que la familia se convierta en un escenario que se pueda
reconstruir y en el que sea factible enseñar y practicar la
convivencia. Un espacio donde se desarrollen competencias para al
descubrimiento del otro y de sí mismo, como fundamento para el
desarrollo de la empatía, asertividad, autonomía, y la posibilidad de
valorar y respetar las diferencias.
En esta línea de
pensamiento, la Organización
para las Naciones Unidas (1994)
propone que implicar a las familias en la educación pacificadora
requiere desarrollar formas de pensamiento crítico ante la sociedad, y
reflexionar y asumir valores, normas y actitudes facilitadoras de la
convivencia y capaces de dar respuesta a
los problemas que se les plantean
diariamente. Para ello, es imprescindible reconocer y aceptar los
valores que existen en la diversidad de los individuos, los sexos, los
pueblos y las culturas, así como desarrollar la capacidad de comunicar,
compartir y cooperar con los demás.
En síntesis, de los resultados expuestos surge la urgencia de trabajar
en procesos reflexivos y educativos con las familias costarricenses, a
fin de encontrar estrategias que no solo den soluciones a las
inquietudes en torno a la crianza, sino que fortalezcan el protagonismo
de las familias como gestoras en la construcción de una cultura de paz.
Para ello, se requiere concebir la promoción de la convivencia no solo
como un factor de bienestar para las personas, sino como la base desde
la que se construyen la ciudadanía, la calidad de un país en el futuro
y también la posibilidad de entendimiento entre naciones.
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Zaldívar, Dionisio. (2005). Funcionamiento Familiar Saludable.
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http://www.sld.cu/galerias/pdf/sitios/rehabilitacion-temprana/funcionamiento_familiar.pdfCorrespondencia a:
Ana Rocío Barquero Brenes: Docente en la Escuela de Psicología de la Universidad de Costa Rica,
también labora en un centro educativo. Máster en Psicología Educativa,
Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica. Dirección
electrónica: ana.barquero@ucr.ac.cr
Artículo recibido: 25 de julio, 2013 Devuelto para corrección: 1° de
noviembre, 2013 Aprobado: 12 de diciembre, 2013