Presentación de sí y gestión del tránsito de identidad de género en una joven de clase media
Gonzalo Seid
Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, Argentina
gonzaloseid@gmail.com
Resumen: En este artículo, se describirá la gestión del cambio de sexo-género realizado por una transexual en Buenos Aires. Los datos fueron registrados mediante entrevistas en profundidad, observaciones y conversaciones informales en contextos de la vida cotidiana. El análisis se centra en la presentación de sí misma y el manejo de las impresiones producidas en los otros, desde el enfoque dramatúrgico de Erving Goffman. Entre los resultados, se destacan dos facetas de la presentación de la femineidad: como una condición poseída naturalmente desde siempre y como una realización permanente mediante el trabajo sobre innumerables detalles del cuerpo y el proceder.
Palabras clave: Género, transexualidad, presentación de sí, enfoque dramatúrgico.
Self presentation and management of gender identity change in a young middle-class girl
Abstract: This article describes the management of a sex-gender change executed by a transsexual in Buenos Aires. The data was collected through depth interviews, observations and informal conversations in everyday life situations. The analysis focuses on the self presentation and the management of impressions produced on other people, from the dramaturgical approach of Erving Goffman. The main results show two sides on femininity: as a natural state she has always had, and as a permanent achievement through working on countless details of her body and behavior.
Keywords: gender, transsexuality, self presentation, dramaturgical approach.
Introducción
En este trabajo se describirá la gestión del cambio de sexo-género realizado por una transexual que recientemente ha comenzado a presentarse como tal. Se abordará la presentación de sí misma, que lleva a cabo en su vida cotidiana, y el manejo de las impresiones producidas en los otros, desde el enfoque dramatúrgico de Erving Goffman.
En una primera sección, se expondrán algunos conceptos elementales del enfoque dramatúrgico goffmaniano a partir de los cuales se enmarca y construye teóricamente el objeto de indagación. Luego, se consignarán los aspectos metodológicos del estudio. En la tercera sección, se reconstruyeron algunos elementos biográficos significativos de la sujeto de investigación, a modo de presentación del caso, focalizando en la historia de vida previa a la nueva identidad. Los dos apartados siguientes desarrollan aspectos que han emergido en el análisis cualitativo a partir de la presentación de sí actual de la entrevistada. En la cuarta sección, se abordará su construcción retrospectiva de una autobiografía coherente, organizada en torno a la idea de que su femineidad existe desde siempre. En la quinta sección, se describirá con cierto detalle el trabajo de gestión de la presentación de sí misma y el manejo de impresiones ante los otros, atendiendo especialmente a la identidad social que reivindica y a sus estrategias de distinción.
La aproximación dramatúrgica goffmaniana a la realidad social
Erving Goffman (1974) propone un enfoque dramatúrgico de lo social, el cual consiste en la descripción de las técnicas y problemas que presenta el manejo de las impresiones en la presentación de la persona en su vida cotidiana. El autor parte del encuentro o interacción cara a cara, de la relación que ocurre cuando un actor está ante la inmediata presencia de otros y vehiculiza signos informativos a su auditorio. Cuando el individuo llega a un escenario, los otros procurarán obtener información sobre este, conocer quién es, su actitud hacia ellos y sus expectativas. Lo harán tomando sus impresiones como fuentes de información acerca de hechos no manifiestos, lo que les permitirá orientar sus respuestas. De este modo, se hará posible una definición de la situación, permitiendo que se conozcan las expectativas mutuas de la relación y que cada uno suponga cuál es la manera de actuar que más le conviene -lo que incluye la información compatible con el propio interés que se dará a conocer a los otros- a partir de la predicción de la conducta de los otros. La actuación es justamente la actividad de un participante de una interacción que sirve para influir sobre los otros, cuya pauta de acción preestablecida se denomina papel o rutina.
La necesidad de predicción, que conlleva el haber realizado inferencias o suposiciones, se deriva de que siempre los individuos querrán controlar en la medida de lo posible la conducta de los otros, particularmente el trato que le dispensan. Para ello, el individuo tratará de actuar del modo que le permita impresionar de la mejor manera a los otros ante los cuales comparece, en vistas a la definición de la situación que le interese. Puede actuar con un criterio calculador de su actuación en relación con sus intereses según su situación, pero puede ser o no ser consciente de ello. A su vez, los otros pueden comprender las impresiones acorde con los esfuerzos del individuo para transmitir algo o interpretar erróneamente la situación, por ejemplo, suponiendo que el individuo está dando una impresión bien calculada según ciertos intereses cuando estos no eran la intención consciente o inconsciente del individuo. El individuo proyecta eficazmente una definición de la situación cuando los otros actúan como si hubiera transmitido cierta impresión, haya sido o no la intención consciente o inconsciente del individuo. Generalmente, las definiciones de la situación proyectadas por los distintos individuos en una interacción tienden a armonizar, pero no porque exista un auténtico acuerdo, sino debido a la existencia de un consenso de trabajo, un convenio tácito para actuar como si existiese acuerdo, un acuerdo sólo sobre cuáles serán las demandas aceptables por el momento.
Como no suele alcanzar la información inicial con que se cuenta para conocer suficientemente a un individuo con el que no se está familiarizado, la experiencia previa y los estereotipos juegan un importante papel para complementar e interpretar lo que el individuo dice sobre sí mismo y las pruebas documentales que eventualmente pueda presentar sobre quién es. No obstante, cuando ya se cuenta con cierta información del individuo y se le conoce mejor, no dejan de estar presentes las suposiciones, aunque no sea sobre la persistencia futura de los rasgos que se han llegado a conocer. Nunca se tiene información completa, siempre es necesario hacer inferencias y confiar en las apariencias.
La expresividad, como capacidad del individuo para producir impresiones en los otros, implica dos aspectos. Uno de ellos es la expresión que da, es decir, la comunicación mediante símbolos principalmente verbales que usa para transmitir la información que él y los otros atribuyen a dichos símbolos, pudiendo transmitir información errónea para engañarlos. Para prevenirse de los engaños y teniendo en cuenta que es probable que el individuo se presente a sí mismo de la manera que considere más favorecedora, los otros tenderán a controlar la expresión que da confrontándola con el otro aspecto de la expresividad: lo que emana, la expresión no verbal, los aspectos teatrales y contextuales supuestamente ingobernables de la conducta, que los otros pueden tomar como síntomas o indicios más allá de lo que el actor se proponía con la trasmisión de la información. Esto implica una asimetría fundamental en la comunicación, puesto que los testigos cuentan no solo con la corriente de comunicación que el individuo da, sino también la que emana de él, que se supone que el individuo no controla.
Los individuos pueden “jugar limpio” y dar poca importancia consciente a las impresiones que suscitan o bien, esforzarse por crear las impresiones deseadas. En cuanto actuantes, los individuos no se preocupan por el problema moral de cumplir las normas, sino por el problema amoral de crear la impresión convincente de que las cumplen, es decir, son mercaderes de la moral. Y esto no es algo excepcional, sino que frecuentemente ocurre que se ven obligados a mantener una fachada mediante técnicas reales de montaje escénico. No se trata de aspectos teatrales que furtivamente se introducen en la vida cotidiana, sino de la estructura misma de las interacciones sociales, en la cual el factor clave es la definición única de la situación y su expresión.
Los sucesos disruptivos son aquellos en que ocurren hechos -tales como gestos impensados o pasos en falso- que desacreditan o contradicen la proyección que un individuo ha venido realizando. La situación se muestra como inadecuadamente definida, por lo que todos se sienten incómodos y desconcertados, especialmente el individuo que se ha visto desacreditado, que tenderá a sentirse avergonzado, lo que puede variar desde una ligera molestia a una profunda humillación. Las disrupciones son una fuente de humor: la frecuencia de bromas en que las disrupciones son creadas expresamente y las anécdotas en que se detallan disrupciones que ocurrieron o estuvieron a punto de ocurrir muestran el intenso interés que tienen estas en la vida social. Para evitar las disrupciones y salvaguardar la representación es que se utilizan prácticas preventivas -para evitar que ocurran- y correctivas -para subsanar el descrédito una vez ocurrido-, las cuales son defensivas -del individuo para proteger sus propias proyecciones- y protectivas o de tacto -para salvar la definición de la situación proyectada por otro-.
Para Goffman (1970, p. 73), el proceder constituye: “[…] el elemento de conducta ceremonial del individuo que en general se demuestra por medio del porte, la vestimenta y las maneras, que sirven para expresar a quienes se encuentran en su presencia inmediata que es una persona con ciertas cualidades deseables o indeseables”.
El individuo crea una imagen de sí mismo por medio del proceder; y los otros, equivocados o no, suelen utilizar esos signos como indicadores o pruebas que ponen de manifiesto la identidad social de este. El individuo suele comprometer profundamente su “yo” en estas imágenes de sí mismo, en su identificación con un papel y en su capacidad de representarlo eficazmente. El sí mismo que el auditorio atribuye es producto de la escena representada, un efecto dramático, y no causa de ella. El sí mismo no depende de su poseedor, sino que es fabricado en colaboración, y los medios para producirlos y mantenerlos se encuentran en establecimientos sociales. Ocasionalmente, algunos individuos procuran crear para sí nuevas posiciones y fachadas con atributos que les agradan, más que adecuarse a una de las existentes.
Los medios socialmente preestablecidos para categorizar a las personas permiten tratar con otros sin dedicarles una atención especial, previendo en qué categoría se halla y cuáles son sus atributos ya desde las primeras apariencias, infiriendo así su identidad social. “Apoyándonos en estas anticipaciones, las transformamos en expectativas normativas, en demandas rigurosamente presentadas” (Goffman, 2010, p. 14). Las demandas conllevan imputaciones potenciales con respecto a la caracterización del individuo, las cuales van configurando una identidad social virtual, mientras que la categoría y los atributos que le pertenecen, según lo que puede demostrarse, conforman su identidad social real. La identidad personal deviene de las marcas o soportes de la identidad y la combinación única de ítems en la biografía de un individuo.
En la presentación cotidiana de la identidad social, algunas personas portan estigmas, es decir, atributos socialmente considerados como raros, poco apetecibles y desacreditadores, por ser incongruentes con los estereotipos acerca de cómo debe ser determinado tipo de personas. Cuando la calidad de diferente resulta evidente, se trata de un individuo desacreditado, que deberá manejar la tensión que se genera en sus contactos sociales; pero cuando el estigma no es inmediatamente perceptible, es un individuo desacreditable, cuyo problema consiste en manejar la información que los otros poseen acerca de su persona.
El enfoque teórico de Goffman, en el cual se basa este trabajo, se complementará en el análisis con algunos conceptos de otros autores con perspectivas afines, como la noción de desarrollo de la persona del interaccionismo de George Mead (1972), referida al proceso de adquisición del sí mismo en la infancia, y la de tipificaciones de sentido común de la fenomenología social de Schutz (1974), que alude a las formas de percepción y pensamiento que operan en la vida cotidiana.
Metodología
Tomando los conceptos precedentes como punto de partida teórico, en lo que sigue abordaremos la descripción y análisis de los datos producidos referidos al caso de estudio de Marina, una transexual que recientemente ha comenzado a presentarse como tal, y que por tratarse de un caso de tránsito reciente a una nueva condición de sexo-género, consideramos que resulta particularmente interesante para ser indagado desde este enfoque dramatúrgico goffmaniano.
El trabajo de campo fue realizado en Buenos Aires, entre agosto y diciembre de 2013. Se efectuaron entrevistas en profundidad para indagar en la historia de esta persona, además de recurrirse a conversaciones informales y observaciones de situaciones cotidianas en contextos naturales del mundo de la vida.
Se llegó a conocer a la entrevistada incidentalmente en la vida cotidiana, previamente a los propósitos investigativos. Se mantuvo contacto con esta mediante un grupo de conocidos en común, quienes frecuentaban reunirse en un bar del barrio porteño de Palermo. Las situaciones grupales de interacción, de las que formaban parte el autor y la sujeto estudiada, posibilitaron una perspectiva privilegiada para la observación de contextos naturales del mundo de la vida cotidiana, lo que permitió realizar observaciones regularmente una vez a la semana, a partir de junio de 2013.
El impacto que provocó el cambio de sexo-género de la persona estudiada en el círculo de sociabilidad del que formaba parte el investigador fue lo que motivó una indagación puntual sobre el tema desde el punto de vista de la protagonista. A partir de agosto de 2013, el autor comenzó a registrar y sistematizar en notas de campo lo que podía observar como testigo ocasional y partícipe secundario de interacciones y conversaciones informales. La persona estudiada, además, accedió a realizar tres sesiones de entrevista biográfica, en octubre de 2013, en torno a su historia personal, la identidad de género y el proceso de cambio.
El caso se consideró significativo porque reunía una serie de rasgos que, en su conjunto, resultaban en cierta medida atípicos. En primer lugar, el hecho de poder presenciar el cambio “en tiempo real”, en el preciso momento biográfico de la persona estudiada, pues estaba concretándose. En segundo lugar, porque el caso presentaba características distintas a las de los estereotipos más comunes sobre las travestis, y sobre todo, a las duras condiciones de vida que muchas deben sobrellevar. El caso se distanciaba de la asociación habitual entre travestismo y marginalidad, por tratarse de alguien de origen de clase media, hija de un pequeño empresario y una docente. Por último, también ligado a la cuestión de clase, el aspecto físico de esta persona también la distinguía de otras travestis, por poseer propiedades corporales, como la tez blanca, que son socialmente valoradas y usadas como signos distintivos del cuerpo legítimo (Bourdieu, 1986). Esto tenía como consecuencia que su presentación de sí misma, y de su tránsito de sexo-género, sea efectuada sin expresar incomodidad alguna ni actuar como si portase un estigma. Por el contrario, se manifestaba en este caso con nitidez lo señalado por Bourdieu, con respecto a la tendencia por experimentar el propio cuerpo con seguridad y soltura cuando es menor la distancia entre el cuerpo real y el cuerpo legítimo.
El tránsito de Franco a Marina
Marina tiene veintiún años, pero es Marina hace cuatro meses. Antes se llamaba Franco y era un varón afeminado que no se sentía cómodo con el sexo masculino y decía no identificarse plenamente como gay. Franco nació en Ecuador, país donde transcurrió su infancia y adolescencia. Según su testimonio, sus padres “hicieron todo lo posible para que tuviera una infancia feliz”. Tempranamente ellos aceptaron, sobre todo su padre, que sus gustos y preferencias no se ajustaran a las expectativas sociales asociadas a un varón. Una actitud similar adoptaron sus primos en situaciones lúdicas, reservándole a Franco un trato diferencial con respecto a los otros varones.
Si bien recuerda una adolescencia más conflictiva que su infancia, afirma que en el colegio, sus compañeros, todos ellos varones, aceptaban con normalidad su condición sexual. No solo no lo involucraban en juegos violentos, sino que lo trataban de forma cortés y caballerosa como a las mujeres. A los doce años empezó a trabajar como modelo en Ecuador, participando en campañas infantiles, comerciales, desfiles y películas, y alcanzó cierta notoriedad pública local. Recuerda como un éxito laboral el haber llegado a ser la imagen publicitaria de una importante firma alemana de productos para el cabello, a partir de lo cual descubre su pasión por el mundo de la estética personal, y comenzó a tomar cursos de belleza y peluquería. A los trece años decidió teñirse de rubio claro, hecho que considera muy significativo en su proceso de buscar “su lado femenino”.
A los catorce años tuvo su primer novio, ocho años mayor, de quien conserva un buen recuerdo. Cuando termina esa relación con su novio, a los dieciocho años, toma la decisión de irse a vivir a Buenos Aires con el propósito de “ser un civil mas”, en una ciudad donde no atrajera la mirada de la gente por su imagen y notoriedad. Desde que se instaló en Buenos Aires, su padre le envía dinero regularmente, por lo menos lo indispensable para asegurar su sustento económico, a pesar de que su familia perdió la buena posición económica que otrora había logrado cuando su padre era socio de una empresa de Ecuador.
Desde sus primeros meses en Buenos Aires comenzó a frecuentar bares y discotecas gays con la intención de hacerse de conocidos y amigos. En una de esas noches, quedó admirado al ver a una bella joven transexual en un boliche, a la que se le acercó y le consultó sobre su físico, despertándosele nuevamente el interés por la feminización que dice haber tenido desde siempre. En tanto, en el ambiente gay no se sentía del todo a gusto y afirma que se le hacía cada vez más difícil mantenerse en el anonimato, razón por la cual decide migrar a otros círculos de sociabilidades, fundamentalmente lugares heterosexuales.
Siendo aun Franco, en boliches heterosexuales dice haber sido confundido en ocasiones con una mujer, a la vez que quienes lo flirteaban sabiendo que era un hombre daban por sentado que si querían estar con él deberían “dar algo a cambio o quizá hacer un regalo”, sin circunloquios: pagarle. Cuanto más se feminizaba, mayores eran las propuestas para prostituirse y, pese a su rechazo inicial, explica que las fue aceptando porque encontró una forma de ganar sumas nada despreciables de dinero por relaciones sexuales que habría querido tener de todos modos. Así accedía a una fuente adicional de ingresos que le permitía solventar gastos de consumos en vestimenta y productos de belleza “de marca”, así como más tarde los vinculados al “perfeccionamiento de su cuerpo”.
En el último tiempo antes de convertirse en Marina, había adquirido una notable feminización de su conducta y utilizaba en ocasiones zapatos y algunas prendas femeninas. Admitía que le atraía la posibilidad de empezar a vestirse como mujer y, eventualmente, como un plan a largo plazo, colocarse prótesis mamarias. Decía que conocía el tema porque “había estado investigando”, preguntando sobre el cambio de sexo a transexuales y conociendo cómo eran sus vidas luego de la transformación. Enfatizaba en las diferencias entre él y otros hombres gays con quienes decía no poseer mucho en común en cuanto a gustos y, sobre todo, en lo referido a la forma de ser y de conducirse en la vida, la cual en su caso era “absolutamente femenina” y, más aun, de un tipo de femineidad diferente a la femineidad histriónica y escandalosa que atribuía a los hombres gays. Según sus palabras, la suya era una femineidad delicada, suave, espontánea, natural, “como la de una mujer”.
Su imagen de sí mismo como alguien muy femenino coincidía bastante con la forma en que era percibido por otros. En lo que fue la primera ocasión en que pudimos conocer a Franco, y una de las pocas en que podríamos verlo como tal, los circunstancialmente presentes en el escenario callejero, pudimos ser testigos de la sorpresa que ocasionó su entrada en escena. La situación tuvo como disparador el estado de ebriedad de un joven a la salida de un bar, quien fue asistido por dos jóvenes que, para no dejarlo abandonado, decidieron comunicarse con algún familiar o amigo suyo. El joven en estado de ebriedad pidió que llamen a su amigo Franco. Cuando este atendió el teléfono, se rehusó a acudir en auxilio, ante lo cual quien hizo el llamado lo insultó y amenazó con ir a su domicilio y agarrarlo “a trompadas”, logrando mediante la amenaza su objetivo de que Franco se hiciera cargo del joven que no podía valerse por sus propios medios. Quienes llamaron se impacientaron esperando a Franco que se demoraba más de una hora y planeaban agredirlo verbal y físicamente cuando apareciese. Cuando finalmente llegó al lugar para recoger a su amigo, su apariencia impactó a quienes lo esperaban y las expectativas de pelea inmediatamente se mostraron ante ellos como absolutamente fuera de contexto. Quien había asegurado que iba a agredirlo físicamente cuando llegara, después de verlo, explicaba por qué no lo hizo: “cuando lo vi, que era como una mujer, dije no, ¿cómo le voy a pegar?. Y me dio vergüenza de las cosas que le dije por teléfono”. La posibilidad de que Franco fuera un hombre con una apariencia tan femenina no había sido contemplada durante la conversación telefónica, pero apenas lo vieron en persona su sentido común les indicó que no podía ser tratado como un hombre y que el caso debería incluirse entre aquellos que quedan eximidos de cualquier acción violenta a modo de castigo, puesto que el etcétera de la regla que prescribe el respeto a la mujer incluiría a hombres así de afeminados.
En términos de Schutz (1974), este episodio pone en evidencia lo que ocurre con las tipificaciones subyacentes del pensamiento de sentido común que permiten interpretar el mundo, cuando estas se ponen en juego en la experiencia cotidiana. Los tipos personales sostienen las expectativas en las interacciones cara a cara, captándose un fragmento suficiente del otro para los propósitos prácticos y el entendimiento mutuo. Las tipificaciones se transfieren aperceptivamente a objetos o personas similares percibidos como del mismo tipo, complejizándose en la experiencia lo percibido como típico. Lo que ocurrió en esta interacción es que una tipificación se mostró como inadecuada, con lo cual todas las expectativas involucradas referidas a cómo tratar al otro debían revisarse. Si a las tipificaciones de Franco como varón, probablemente gay, joven, de clase media, etc. que se presupusieron “hasta nuevo aviso” a partir de la conversación telefónica se mostraron incongruentes con la expresión que emanaba al verlo cara a cara, fue necesario recurrir a otras tipificaciones, aquellas que lo catalogaban “como una mujer”, para dirigirse a él con la caballerosidad que peticionaba en su expresión y manera de proceder.
A partir del proceder de Franco, su copartícipe debió revisar su conocimiento a mano para adecuarse a las expectativas que el primero mostraba tener acerca de cómo debía ser tratado, con las obligaciones que ello implicaba en términos de reglas de conducta ceremoniales que, en este caso, de manera aproximada, coincidían con las reglas ceremoniales de un hombre para dirigirse a una mujer que aun no conoce.
Siendo su apariencia reconocida por sí mismo y por los otros como claramente femenina y su forma de vestir relativamente ambigua -aunque femenina en mayor o menor medida dependiendo del contexto-, el tránsito de Franco a Marina no requería cambios demasiado abruptos. Básicamente consistió en comenzar a usar ropa femenina de manera permanente en lugar de hacerlo solo en ocasiones y en colocarse extensiones de cabello. A partir de entonces, comenzó a hacerse llamar Marina y acompañó el cambio con la incorporación progresiva de numerosos pequeños detalles femeninos, fundamentalmente a partir del uso de una variedad cada vez mayor de productos cosméticos. Actualizando la nueva realidad también en el mundo virtual, creó una cuenta en una red social de internet ya con el nombre de Marina y las primeras fotografías con su nueva apariencia, eliminando de inmediato la cuenta de Franco “para que la gente no compare cómo era como chico y cómo soy ahora como mujer”. La preocupación por evitar que quede al descubierto la diferencia entre la apariencia pasada y la actual puede vincularse a la cuestión de mantener la presentación de una identidad social coherente e idéntica a sí misma, en tanto las impresiones que se dan tienen un carácter moral y tienden a ser considerados como reclamos y promesas implícitos. Siguiendo a Goffman, un individuo que proyecta determinada definición de la situación, y pretende tener determinadas características sociales, debe seguir demostrando que es quien alega ser; de lo contrario, estaría realizando una exigencia moral ilegítima, y recibiendo un trato y valoración que no le corresponden.
La transición de Franco a Marina ya estaba consumada y pudo realizarse fácil y rápidamente. Sin embargo, el cambio recién comenzaba y requeriría que, a partir de entonces, esté continuamente implicada en la realización del tránsito, mediante un trabajo ininterrumpido de gestión activa y deliberada de la nueva apariencia, con el fin de reivindicar y lograr el derecho a ser tratada como mujer.
Las demandas respectivas al género que formula una persona quien no se adecúa al binario varón-mujer constituyen en términos de Goffman su identidad social virtual, en contraposición a la identidad social real, es decir, “la categoría y los atributos que, de hecho, según puede demostrarse, le pertenecen” (2010, p. 14) haciendo caso omiso de cualquier pretensión considerada ilegítima. En el contexto social de la ciudad de Buenos Aires en la actualidad, presentarse como transexual es una posibilidad que implica una serie de justificaciones más o menos razonables de conducta y apariencia. No obstante, sigue primando la genitalidad como criterio decisivo del estatus sexual que mostraría el carácter sexuado “decidido por la naturaleza”. Muchos miembros de la sociedad argentina del presente, y no solo los heterosexuales, siguen creyendo y diciendo que a pesar de todo, en definitiva, “un” travesti siempre ha sido y siempre será, en realidad, un hombre.
La femineidad desde siempre
Marina relata su infancia apresurándose a dejar en claro desde un principio que fue tratada por sus padres tal como ella necesitaba, es decir, como una nena, y ejemplifica comentando que su padre se dio cuenta desde que era muy pequeño que no debía llevarlo a jugar a la pelota o tratarlo de forma ruda. Lo mismo ocurría cuando pasaba muchas horas del día jugando con sus primos varones, juegos en los que afirmó haber cumplido siempre un rol femenino:
Era como una nena jugando con varones (…), de hecho para mis primos era como muy natural que si jugábamos a los muñecos mi rol era el de la mujer o la superheroína, mis primos la tenían muy clara, cuando jugábamos a reventar globos con agua en carnaval, mis primos me separaban los globos rosas, a mí y a mi prima.
También explicó que en el colegio de varones al cual asistía era normal para todos que tuviera un rol femenino:
Siempre que jugaban con cierta rudeza, golpeándose y demás, siempre alguien decía «a él no le peguen, porque es como una nena, no se puede pegarle» y no lo hacían de burla, sino que lo estaban diciendo en serio; y era verdad. Era mi rol, era mi necesidad. Siempre cumplí un rol femenino en la sociedad.
Las referencias de Marina a su rol y a las expectativas de los otros en situaciones lúdicas no constituyen meras anécdotas, sino que expresan momentos decisivos en la constitución de la subjetividad a partir de la relación con los otros. La importancia de indagar en los primeros años de vida reside en lo que George Mead (1972) denominó el desarrollo de la persona, que surge en el proceso de experiencia y actividades sociales, mediante la adquisición del sí mismo, es decir, el proceso reflexivo de tomarse como un objeto para sí, adoptando las actitudes hacia uno de los otros individuos del grupo en el contexto de experiencia social. Aun en el juego más elemental, se asumen diferentes roles, utilizando las propias reacciones a los estímulos para construir una persona. El niño “tiene una serie de estímulos que provocan en él la clase de reacciones que provocan en otros. Toma ese grupo de reacciones y las organiza en cierto modo. Tal es la forma más sencilla de ser otro para la propia persona” (Mead, 1972, p. 181).
La organización de las reacciones de los otros se expresan en la forma de reglas del juego, las cuales implicarán que el niño tiene que poseer la actitud de todos los demás que están involucrados en el juego mismo y esos diferentes papeles deben tener una relación definida entre sí, de modo tal que cada uno de los propios actos es determinado por la expectativa de acciones de los otros, llegando a asumirse el otro generalizado. Cuando el niño es capaz de adoptar la actitud del otro generalizado, se convierte en un miembro orgánico de la comunidad a la que pertenece, puesto que ha incorporado su moral y puede ser consciente de sí, lo que le proporciona unidad y construye su persona.
Permanentemente en su relato y particularmente cuando cuenta su pasado, Marina insiste en que la femineidad la ha tenido desde que tiene uso de razón, desde siempre. Reconstruye su biografía como atravesada por la más pura femineidad y la ausencia de cualquier rasgo masculino. Es posible que en parte se deba a que ella supone que su copartícipe pretende escuchar eso cuando le pregunta por su infancia desde su presente como transexual, por lo que aprovecha la ocasión para dar cuenta de lo razonable y natural que resulta su sexualidad actual, otorgando retrospectivamente de este modo coherencia a su identidad “cien por ciento femenina”. La referencia permanente a una femineidad que desde siempre ha tenido y que le otorga unidad a su identidad resulta central en el manejo de las circunstancias prácticas y en la presentación de su biografía.
Más allá de la reiteración permanente acerca de la coherencia de su trayectoria de vida, hace referencia a dos etapas claramente delimitadas de su adolescencia. El hecho crucial, que divide en dos el recuerdo de su adolescencia, y que prefiguraba el tránsito sexual, fue teñirse el pelo de rubio a los trece años. Afirma que sintió que la vida le cambió, que por fin podía ser sí misma, puesto que tomaba dicho cambio de apariencia como el primer paso en la exploración y exhibición de su femineidad ante los otros. Indudablemente, podemos afirmar que el pelo teñido era un contundente signo cargado de sentido, que contribuía en el ejercicio de fomentar en los otros determinada creencia sobre su persona, “ejercicio consistente en dotarse de una armadura simbólica, de un quantum suficiente de signos que indiquen estatus” (Meccia, 2005, p.165).
También las expectativas sobre eventos futuros que le permitirán perfeccionar su apariencia femenina se vuelven fundamentales en la elaboración de una biografía consistente. En una de las conversaciones dice haber logrado importantísimos avances en su transformación “por llevar solo un año… en realidad, ni siquiera llegué a un año”. Resulta llamativo que, sabiendo ella que su interlocutor conocía que hacía solo cuatro meses que había decidido comenzar a ser Marina, exprese que llevaba un año de transformación. Puede que haya olvidado que este recordaba los tiempos y, al darse cuenta de la incongruencia, inmediatamente se corrija, aprovechando la inexactitud para dar más crédito a los argumentos en que estaba concentrada en ese punto de la conversación y remediando el desliz de un modo que podríamos traducir: “en realidad el tiempo transcurrido ha sido menor, por ende, con más razón mis logros superan toda expectativa”. Quizá prefiera que los otros piensen que lleva más tiempo desde su transformación para disipar toda sospecha de que se trata de un juego de duración limitada o evitar que alguien pueda no tomar en serio y como definitivo su tránsito de status sexual. De cualquier modo, su objetivo es dejar en claro que el tiempo juega a su favor: cuanto más tiempo pase, más mujer será.
Marina se muestra particularmente interesada en dejar fuera de duda que, independientemente de cómo pueda ser percibida o rotulada por los otros, nunca se sintió identificada plenamente como hombre gay y que en la actualidad ya no se identifica como tal en lo más mínimo. Dice que siempre se sintió más cerca de una mujer que de un varón gay, pero “en Ecuador ser gay es muy difícil, peor ser travesti. Eso no existe allá, viven otra realidad muy distinta a Argentina”. No era una alternativa posible el cambio de sexo, por eso dice que “cerró bien la boquita”, atribuyendo a un ambiente incomprensivo el hecho de no haber podido ser todo lo femenina que hubiera querido desde mucho antes. La forma que encontró para vivir su femineidad fue hacerlo dentro del marco de lo que los otros consideraban como propio de ser gay. Aunque tal definición no coincidiera con lo que experimentaba internamente, era la única posibilidad razonable en aquel contexto. Este tipo de compromisos pragmáticos entre lo que se aspira a ser y lo que se puede ser han sido contempladas por Goffman (1974) como la posibilidad de que algunos individuos procuren crear para sí nuevas posiciones y fachadas con atributos que les agradan, más que adecuarse a una de las existentes.
Recuerdo que quería ser modelo porque a mí no me gustaba ser gay, yo me sentía una mujer, nunca me sentí un hombre gay, siempre me sentí una chica. Yo estaba muy consciente al respecto, pero no quería hacer nada al respecto más que vivir mi femineidad, porque a mí nadie me reprimió mi femineidad, nadie me decía “no podes hacer esto, no podes hacer lo otro”.
Siendo aún Franco, en una ocasión había manifestado que una de las razones por las cuales estaba evaluando cambiar de sexo era que no se sentía identificada como gay y que además estos no le caían nada bien, alegando que no tenía nada en común con ellos. Por ese entonces, los fines de semana frecuentaba locales bailables siempre dirigidos a un público heterosexual. Cuando pasó a ser Marina, repentinamente comenzó a insistir en lo bien que la pasaba con sus amigos gays y en que podía divertirse mucho cuando salía con ellos. Al preguntarle acerca de la contradicción con lo que había dicho pocos meses antes, respondía que ahora sí le caen bien porque ahora ella era “como una mujer heterosexual, que se lleva bien y se divierte con sus amigos gays”. Podríamos suponer que se trata de una intención más o menos consciente de distinguirse simbólicamente de los hombres gays, correlativa a una pretensión de parecerse lo más posible a una mujer. Pasando en limpio, su razonamiento práctico podría reconstruirse del siguiente modo: ahora que es evidente que no es como ellos y no corre el riesgo de ser confundida, puede darse el lujo de estar en compañía de hombres gays, como cualquier muchacha típica de Buenos Aires.
La femineidad como logro exitoso
A pesar de que Marina sostiene que su femineidad es natural e innata, dicha femineidad es objeto de permanente vigilancia y trabajo. “¿Cómo acumular signos? trabajando como un buen asceta sobre el cuerpo (vigilándolo) y sobre la lengua (…); todo dependerá de que se sepa convertirlos en depósitos inteligentes de los signos que delatan que se es ´buen ciudadano´” (Meccia, 2005, p. 165). Su principal preocupación cotidiana consiste en cómo lucir más femenina, poniendo un esmero tal que cualquiera que la conozca diría que en ello se le va la vida. No se trata de un aspecto “superficial”, sino que los elementos nucleares de su identidad se juegan en su presentación de sí: “El yo es en parte una cosa ceremonial, un objeto sagrado que debe tratarse con adecuados cuidados rituales y ser presentado a su vez, ante los otros, bajo una luz adecuada” (Goffman, 1970, p. 85).
Estoy contenta porque para estar menos de un año siendo transexual, creo que he logrado bastante con mi apariencia. Esto es como un proyecto con tu físico, es como ser una muñeca en construcción, demorás de tres a cuatro años en terminar de construirla. Yo creo que por ir un año, ni siquiera terminé un año, estoy bastante bien, estoy contenta por lo que he logrado hasta ahora.
El tránsito es un tema de conversación muy de su agrado. Desde el cambio, permanentemente cuenta a los otros lo bien que le ha ido. Quiere mostrar al mundo cómo logró exitosamente su transformación. Cuando se le consultó si autorizaba a grabar lo que en conversaciones ocasionales contaba sobre su historia, respondió inmediatamente que sí, que ya estaba “acostumbrada a hacer entrevistas”, porque con todas las personas que se cruzaba se generaba un diálogo en que ella relataba su experiencia y respondía a los interrogantes de su interlocutor. Además, explicó que le interesaba ser entrevistada porque quería contar su historia “para que se sepa, para que la gente conozca del tema”. De hecho, habló sobre su cambio cada vez que la vimos -aun antes de proponerle entrevistarla- y lo mismo hizo toda vez que presenciamos que se le presentaba a alguien que hasta entonces no conocía.
Marina ha estado gestionado su nueva identidad -por lo menos hasta el momento- relatando permanentemente y con lujo de detalles todo lo que hace para lograr ser lo que es ahora. No se ha mostrado, en ninguna circunstancia de las que hemos podido observar, angustiada ante el cambio; por el contrario, se muestra orgullosa de sí misma. No teme al riesgo de quedar expuesta y ser desacreditada, sino que el hecho de ser descubierta es como un juego. El hecho mismo de que tenga que ser descubierta demuestra que no se nota a simple vista ni fácilmente que es transexual y, probablemente, quien se entere la “halagará” diciéndole que no se le nota, que parece una mujer.
Las confusiones con una mujer son uno de sus principales motivos de regocijo. Por ejemplo, en una red social en Internet publicó una anécdota sobre cómo en un bar gay una mujer lesbiana se le acercó creyendo que era una mujer y queriéndola seducir. Más que ocultar su condición sexual, Marina podría demorar la revelación para comprobar una y otra vez hasta qué punto es capaz de llegar con su apariencia femenina. Son para Marina situaciones en que nunca se puede perder, sino que se tiene casi todo por ganar: cuanto más dure la apariencia de mujer natural, mayor será el logro. La confesión de su identidad sexual nunca es degradación sino por el contrario prueba de mérito. Para Marina es un motivo de orgullo declarar que está aprendiendo a ser mujer y recibir cumplidos sobre lo bien que lo está haciendo:
La gente cuando se entera que soy travesti, cuando hablo -por la voz, algo que se va a corregir con hormonas- la gente dice “¿es travesti? ¡Pero es hermosa, parece mujer!”. Yo buscaba eso, me gusta haberlo logrado.
Cuando su copartícipe, especialmente en una situación de conquista erótica -“levante” en la jerga nativa- no llega a apercibirse de que está ante una travesti, ella procura hacérselo saber “de una manera sutil”, frecuentemente mediante eufemismos. Por ejemplo, cuenta que si el pretendiente elogia su belleza, ella aprovecha para preguntarle qué vio en ella, si algo en especial le llamó su atención. Si por la respuesta de su interlocutor infiere que aun no advirtió su condición sexual, ella le dirá que su belleza -o cualquier otro aspecto suyo al que el otro aluda- se debe a que no es una chica más, sino una chica diferente. Frecuentemente eso bastará para que quien la está cortejando comprenda la insinuación. Si no es así, y, por ejemplo, el otro le preguntara “¿Diferente cómo?” o “¿En qué sentido diferente?”, ella responderá sentenciosamente: “Diferente”.
Un momento fundamental en su tránsito, en el cual según cuenta sorteó los obstáculos con creces, se dio cuando ya habiéndose convertido en Marina, volvió a Ecuador a visitar a su familia. Muy a su pesar, para viajar se sacó las extensiones del pelo y se vistió como antes, pues tenía que “actuar de Franco por lo menos al principio”. Al regreso, ya había logrado convencer a sus padres de lo natural de su cambió y de que ahora era exactamente lo que siempre quiso ser. Expresando alegría y satisfacción, y casi como si enseñara trofeos, hizo públicas en internet las fotografías de los zapatos de mujer y la muñeca Barbie que le regaló su padre como muestra de aprobación de su nuevo estatus sexual.
Fuera de las circunstancias especiales en que debe desplegar toda su capacidad y osadía para su manejo, en las situaciones más comunes y corrientes Marina también se ocupa activamente de gestionar su presentación de sí y manejar las impresiones de modo tal que nadie pueda alegar haberla tratado de manera inadecuada por confusión. Como modo de protegerse ante posibles prejuicios de los otros, se preocupa por hacer todo lo que esté a su alcance para no ser percibida como una travesti más. Quiere distinguirse y se ocupa reiteradamente de dejar en claro o de dar indicios que evidencien que efectivamente su caso es diferente, por lo menos en estos aspectos:
a) Frecuentemente afirma que tiene una mejor posición social, sobre todo en lo que respecta a su origen familiar, y en contraposición tácita o explícita a las situaciones en que puedan encontrarse travestis pobres o de bajo nivel educativo. En una conversación entre amigos, en una ocasión en que comprendió mal el significado de una expresión y se le aclaró el malentendido, ella se rió de su error y dijo irónicamente sobre sí misma: “¡La travesti analfabeta no entendía…!” dando por sentado que precisamente ella no es la estereotipada y estigmatizada travesti analfabeta e ignorante.
Aunque los otros se ven obligados a no presentar objeciones delante de ella, cuando no está presente, no siempre aceptan la reivindicación de posición social privilegiada que realiza. Alguien que conoció su habitación -en un departamento que Marina comparte con un amigo suyo en el exclusivo barrio de Recoleta- cuenta que “se la da de no sé qué y duerme en un colchón tirado en el piso” dando por hecho que ese solo detalle era prueba suficiente para no dar crédito a sus pretensiones ilegítimas y un motivo más para expresar que le “produce mucho rechazo esa travesti de mierda”. En otra ocasión esta misma persona, parodiando el porte de Marina, especialmente en sus gestos, con un sarcasmo orientado a ridiculizarla para desenmascarar lo que a sus ojos constituyen pretensiones ilegítimas, ponía estas palabras en su boca: “soy una princesa y todos lo saben”.
b) Marina se ufana de que la actividad de prostitución es para ella un ingreso extra, circunstancial y libremente elegido y no un medio de subsistencia impuesto por las circunstancias por no quedar otra opción de vida. Se enorgullece de cobrar a cambio de mantener relaciones sexuales, porque le permite estar con hombres deseados -según cuenta puede elegir a quien aceptar y a quién rechazar- y que además le paguen, muchas veces en carácter de un eufemístico “regalo”, generalmente una suma de dinero previamente acordada, pero que puede ser mayor a voluntad del pagador. En este punto, Marina insiste en que corre con una suerte con la que pocas travestis cuentan, puesto que no toma el sexo a cambio de dinero como un trabajo -prefiere no llamarle prostitución “porque suena mal”- y no está expuesta a la vulnerabilidad que implica ofrecer servicios sexuales en la calle, sino que son los propios hombres quienes se le acercan con ofertas en discotecas o bien, consigue su clientela a través de una intermediaria. La reivindicación de una situación privilegiada que realiza llega al punto de asegurar que algunos clientes le agradan tanto como para pensar “yo debería pagarles a ellos”, casos en los cuales se permite tener la deferencia de decirles -luego de haber acordado el precio del “regalo” y de consumado el acto sexual- que si quieren pueden no pagarle, aunque admite que en realidad espera que le paguen y que no juzgaría bien que no lo hicieran.
c) Fundamentalmente está orgullosa de su aspecto físico actual; no obstante, quiere seguir haciéndole “retoques” para mejorarlo y llegar a ser “la travesti más linda”. Estudia asesoría de imagen, se ocupa permanentemente de la estética y la apariencia es un tema absolutamente recurrente en su conversación, ligado a la cuestión de la femineidad y precisamente a la gestión activa y deliberada de la apariencia que lleva a cabo. A pesar de que admite de buen grado la atención que le presta a la apariencia, aclara que tal preocupación es meramente para perfeccionar su femineidad, pero no implica bajo ningún término algo problemático, por lo que deba esforzarse, ya que da por sentado que su femineidad es espontánea y exitosa, con sobradas pruebas derivadas de ser confundida a menudo con una mujer biológica.
Siendo su grupo de referencia el de las mujeres, debe afrontar cierta ambivalencia identitaria con respecto a las travestis como grupo de pertenencia. “El individuo estigmatizado presenta una tendencia a estratificar a sus «pares» según el grado en que sus estigmas se manifiestan y se imponen” (Goffman, 2010, p. 136). Cuando Marina habla de otras travestis, suele comenzar con apreciaciones con respecto a su belleza o fealdad y -en superposición, casi como si fueran sinónimos- según cuan femenina y confundible con una mujer es la persona aludida. Para Marina, ser travesti no es algo que de por sí implique estigmatización, siempre y cuando se sea bella, femenina y no pobre. Cuando en el transcurso de su vida se ha encontrado con travestis con las características deseables, las ha tomado como modelo a seguir para sí y para otras, lo cual se evidenció con la mayor claridad cuando relataba el momento epifánico cuando se encontró una travesti cuya belleza la deslumbró al punto de darse cuenta que quería llegar a ser como ella. En palabras de Goffman (2010, p. 138): “[…] no puede ni aceptar a su grupo ni abandonarlo. (La frase «preocupado por la purificación endogrupal» se utiliza para describir los esfuerzos de las personas estigmatizadas, destinados no sólo a «normificar» su propia conducta sino también a corregir la de los otros miembros del grupo)”.
Si Marina no pretende ser considerada por los otros actores como mujer biológica, sí aspira a que no queden dudas sobre su natural identidad femenina y su carácter de persona valiosa, lo cual conlleva una permanente gestión de sí misma, que en su caso lleva adelante: a) mostrando cómo convertirse en transexual era la alternativa más razonable en consonancia con su “verdadera identidad”, b) explicando que si no lo hizo antes fue porque las circunstancias no lo permitían, c) haciendo notar su mérito por atreverse a gestionar para ser “la mejor versión de sí misma”, d) diferenciándose de otras travestis pobres y vulnerables, portadoras de un estigma que ella reivindica no tener y e) enfatizando la envidia que genera su belleza para sacar a relucir que es un valioso objeto de deseo.
Marina lleva a cabo una exitosa y activa gestión de las impresiones que emite. Los recursos que utiliza para gestionar su tránsito son variados, pero no se orientan principalmente al ocultamiento de informaciones ni en dejar que el ambiente indique lo que se espera de ella para así adaptarse pasivamente, sino que por el contrario su gestión es activa, anticipatoria y condicionante de las posibles reacciones de los otros, logrando eficazmente dominar las circunstancias prácticas con las que debe lidiar. Aunque asegura que le interesa pasar desapercibida, a menudo le gana la tentación de mostrarse altiva y orgullosa de sus logros. Marina parece estar atravesada por una tensión entre exhibirse y pasar desapercibida, que hace que si por un lado afirma que decidió venir a vivir a Buenos Aires para “evitar las miradas” en su país natal y lograr manejarse con discreción inmersa en el anonimato de una gran metrópolis; por otro lado, no se resiste al deseo de mostrarse altiva, atractiva y llamativa.
Marina tematiza recurrente, deliberada y explícitamente su sexualidad al presentarse ante los otros y se muestra particularmente diestra en el manejo de las impresiones sobre su sexualidad. Al tomar la iniciativa para abordar la cuestión, restringe el margen de libertad de los actores que interactúan con ella para definir la situación en los asuntos concernientes a su estatus sexual. Prefiere resignar prácticamente cualquier reivindicación de reserva de información (Goffman, 1979) con tal de ser ella quien defina la situación de su estatus sexual. Antes de que se le pregunte algo, ella frecuentemente “rompe el hielo” de inmediato y comienza a contar numerosos detalles del éxito en su proyecto de devenir mujer, proceso que ella denomina “ser una Barbie en construcción”, y se muestra tan satisfecha con sus logros, tan a gusto con su condición actual y con la marcha del tránsito que, prácticamente, induce a sus copartícipes a felicitarla por su transformación. La búsqueda deliberada de la deferencia de los demás puede entenderse a partir de dos de los aspectos involucrados en dichos rituales de devoción: la expresión del sentimiento de respeto y la promesa tácita de tratar al destinatario de forma especial en la próxima interacción. Marina pareciera manejar lo tenso de la presentación de sí al apresurar la revelación de toda la información en que pudiera llegar a estar interesado el auditorio que comparece ante ella. Adelantándose de este modo, saca ventaja poniendo al otro en situación de tener que elegir entre realizar el acto de deferencia esperado o bien, entrar inmediatamente en el abierto conflicto y ruptura del consenso de trabajo que implicaría la descortesía.
Permanentemente, pone el acento en las numerosas ventajas que le reporta su nueva condición y en las gratas sorpresas que cotidianamente se lleva al descubrir nuevos aspectos de su flamante femineidad. Precisamente, por eso, algo en su relato en ocasiones no resulta del todo verosímil a parte de su audiencia. El optimismo a veces parece desmedido y las dificultades que podría conllevar el hecho de ser transexual, por ejemplo ser objeto de prejuicios, discriminación o agresión, son sistemáticamente omitidas por Marina. Ella da cuenta de su actitud tan positiva fundamentándola en que no muchas travestis corren con su suerte. De acuerdo con sus palabras, su suerte consiste, en primer lugar en su belleza natural, a la que le imputa la mayor parte de su buena fortuna en su relación con los otros, sea en la aceptación de la gente en general, en la atracción de los hombres, o en la admiración de gays y mujeres. Luego, otros factores, como el provenir de una “familia de buena posición”, la cual además ha aceptado de buena gana su nueva condición; o su voluntad y esfuerzo por perfeccionarse para “ser cada día más linda”, también son puestos de relieve en la justificación de su decidido entusiasmo y su omisión de cualquier adversidad vinculada a su tránsito sexual.
Su visión positiva también se extiende a su vida previa a convertirse en transexual. No opone un pasado malo a un presente bueno, sino que en la presentación dinástica de su vida (Hankiss, 1993; en Meccia, 2012), el idealizado presente es la continuación renovada y perfeccionada de su brilloso pasado, por lo menos en lo que respecta a su familia de origen y a su fama como modelo en Ecuador. Cuando se le pregunta si fue objeto de burla o si debió sufrir algún tipo de maltrato por ser afeminado, elude ahondar en el tema respondiendo que “eso nunca falta”, restándole importancia, y enfatizando que lo relevante es que el grueso de la gente que ha conocido en su vida la aceptó tal como era sin poner en tela de juicio su forma de ser. Independientemente de la cuestión de dilucidar en qué medida pueda constituir una racionalización, una exageración, o lisa y llanamente un engaño, su presentación de sí como alguien afortunado está fundada entre otros aspectos en su situación de clase y parece un recurso fundamental de gestión de su exposición ante los otros y del manejo de las situaciones de interacción.
Reflexiones finales
En síntesis, en el análisis efectuado sobre la presentación de sí misma de Marina, ha resultado central la cuestión de la femineidad. Por una parte, la femineidad es presentada en su relato de vida como una característica que ella ha tenido naturalmente desde siempre. Principalmente, cuando se le pregunta por su infancia, pone de relieve que siempre se ha sentido femenina y que los demás la han tratado en concordancia con su autopercepción. De este modo, presenta su biografía a partir de la selección de acontecimientos significativos coherentes con su presente, lo que le permite reivindicar la razonabilidad y legitimidad de su nueva identidad. Por otra parte, la femineidad es presentada como una cualidad que ha adquirido laboriosamente, mediante un trabajo continuo sobre innumerables detalles de su cuerpo y su proceder. El manejo de las impresiones producidas en los otros es una preocupación central y por ello lo efectúa activamente, al tomar la iniciativa para ser ella quien imponga las definiciones sobre su identidad. Las estrategias de distinción en torno a su posición social y belleza física -incluida su exitosa transformación- son fundamentales en su presentación de sí como una travesti desprovista de los estigmas que habitualmente padecen.
La noción de fachada de consenso (Goffman, 1974) puede resultar particularmente útil para sintetizar lo que parece estar ocurriendo frecuentemente en sus relaciones cara a cara. Tal como ella se encarga de contribuir activamente a la definición de la situación y de su propia identidad, no deja lugar a que los otros puedan insinuar cuestionamientos a su condición sexual, salvo que se quiera romper con acuerdos tácitos de cualquier interacción y entrar en abierto conflicto; esto es destruir la fachada de consenso derivada de la expectativa de que cada uno reprima sus sentimientos sinceros inmediatos y transmita aquello que siente que será aceptable para los otros. Marina encubre sus necesidades con aseveraciones que expresan valores que los otros se sienten obligados a decir que apoyan. ¿Quién puede poner en duda la felicidad y realización personal que transmite cuando cuenta la historia de su tránsito sexual? Los otros con quienes interactúa tendrán la cortesía de permitir que establezca la versión oficial de los asuntos que le atañen a ella y que no presentan importancia inmediata para ellos, por lo menos mientras entablan relaciones cara a cara con ella, aunque luego en su ausencia puedan expresar definiciones bien distintas de cómo son “en realidad” las cosas.
Habiéndonos centrado en el tránsito de Marina, procuramos describir sus realizaciones prácticas y los recursos de gestión para lograrlo. Queda pendiente la tarea de indagar el punto de vista y las percepciones sobre una transexual que tienen los actores que se consideran a sí mismos como normalmente sexuados, en un contexto cultural como el actual, caracterizado por vertiginosos cambios en torno a la aceptación social de la diversidad sexual. Sin habernos abocado a ello, como primera aproximación se puede sostener que las impresiones producidas por Marina en los otros son de lo más variadas, suscitando desde la sincera sensación de obligación de tratarla con la caballerosidad que peticiona -recordemos al actor avergonzado por haber sido grosero con ella- hasta la consideración de que es alguien indigno que desconoce las más elementales normas de los actores respetables pretendiendo ser lo que no puede ser -recordemos al actor al que le “produce mucho rechazo”-.
Asimismo, la posibilidad de lograr que los otros dispensen el trato que se reclama varía según las propiedades corporales, que son socialmente percibidas como signos distintivos de la naturaleza moral de las personas, en relación con la distancia al cuerpo legítimo (Bourdieu, 1986). Por ello, merecería futuras indagaciones la comparación con otros casos de cambio de identidad de género realizados por personas de distintas posiciones de clase, habida cuenta de las implicancias de la distribución diferencial de las propiedades y usos sociales de los cuerpos.
Por último, en un plano más político, resultaría de gran interés indagar cómo los contextos socioculturales habilitan o restringen las posibilidades de una persona de lograr el derecho a ser tratada según su autopercepción de género. El reconocimiento social y legal de la diversidad sexual en la Argentina, con la Ley de Matrimonio Igualitario y, sobre todo, con la Ley de Identidad de Género -esta última sancionada en 2012-, han dado entidad a la diversidad sexual, haciendo que sean alternativas posibles algunas sexualidades que no se adecuan al binario varón-mujer. Aunque Buenos Aires sea la ciudad argentina donde más admisible resulta la diversidad sexual, no parece del todo claro hasta qué punto sigue teniendo vigencia la moral dicotómica de la sexualidad como algo natural de la vida. Cabe preguntarse por lo que ocurre en otras latitudes, teniendo en cuenta que si bien la tendencia parece dirigirse hacia una mayor aceptación, aun son pocos los países con leyes de identidad de género. Aunque la aceptación legal no implique aprobación social, es esperable que contribuya a la legitimación.
Referencias bibliográficas
Bourdieu, P. (1986). Notas provisionales sobre la percepción social del cuerpo. En F. Álvarez-Uría y J. Varela (eds), Materiales de sociología crítica. Madrid: Ediciones La Piqueta.
Goffman, E. (1970). Ritual de la interacción. Buenos Aires: Tiempo Contemporáneo.
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Goffman, E. (1979). Relaciones en público. Macroestudios del orden público. Madrid: Alianza.
Goffman, E. (2010). Estigma. La identidad deteriorada. Buenos Aires: Amorrortu.
Mead, G. H. (1972). Espíritu, persona y sociedad. Desde el punto de vista del conductismo social. Buenos Aires: Paidós.
Meccia, E. (2005). El teatro que no representa. Una reseña tardía con algunas reflexiones actuales de La presentación de la persona en la vida cotidiana de Erving Goffman. Revista Argentina de Sociología, 161-168.
Meccia, E. (2012). Teorías sobre el yo y la organización social después de la homosexualidad. Una aproximación desde el método biográfico. En G. Gómez y A. De Sena (comps.), En clave metodológica. Reflexiones y prácticas de la investigación social (pp. 19-43). Buenos Aires: Ediciones Cooperativas.
Schutz, A. (1974). El problema de la realidad social. Buenos Aires: Amorrortu.
Cuadernos de Antropología
Julio-Diciembre 2015, 25(2)
Recibido: 07-06-2015 / Aceptado: 15-10-2015 / Publicado: 27/11/2015
Revista del Laboratorio de Etnología María Eugenia Bozzoli Vargas
Escuela de Antropología, Universidad de Costa Rica
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ISSN 2215-356X