Aquí está todo: ratas, evolución y honor. Cuadrillas juveniles y barrio en Costa Rica Onésimo Gerardo Rodríguez Aguilar, Editorial Arlequín, 2017, primera edición, San José, 327 pp.: ISBN 978-9968-681-39-1

 

 

Erick Benavides

 

Escuela de Antropología, Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica

efbenavides94@gmail.com

 

 

 

Algo hay de ingenuidad en el intento que algunos solemos hacer de separar al autor de su obra. Yo, que tengo la dicha de conocer al doctor Onésimo Rodríguez desde hace poco más de tres años, puedo dar fe de que hablar de él es un poco hablar de su libro. A Rodríguez lo conocí en el curso de Teorías Antropológicas, donde los estudiantes de esta carrera en la Universidad de Costa Rica empezamos realmente a descubrir las costuras o andamiajes (escojan ustedes la metáfora que más les guste) de esta disciplina tan amorfa que aun nadie sabe decirnos a ciencia cierta qué es y que, sin embargo, nos permite tener objetos como este que aquí trato, tan necesarios para entender un poco mejor el mundo que habitamos; a la vez que nos entendemos un poco mejor a nosotros mismos.

 

He recibido varios cursos con Onésimo desde entonces, y he notado en él algunas cualidades profesionales y personales que indefectiblemente permean tanto sus clases como sus investigaciones. La primera de ellas que quiero mencionar es una constante atención y disputa contra las generalizaciones y los prejuicios, especialmente contra aquellos que tienden a simplificar y a criminalizar a los sujetos que forman parte de un grupo o las razones que encausan sus actos. Por eso, no es raro que se haya dedicado a investigar sobre galleros, sobre cuadrillas barriales, y ahora sobre las barras de fútbol, colectivos todos ellos reducidos por la sociedad a, más o menos, hordas contemporáneas sin más fin que la violencia.

 

Esta misma aversión por las simplificaciones es la que lo hace también renegar de quienes gustan de explicarlo todo, incluso en la academia, desde el patriarcado, el neoliberalismo, o cualquier otro sistema social sin ir más allá. No porque él crea que ichos sistemas no se infiltran en todas las dinámicas culturales de nuestros contextos urbanos, sino lo contrario; es precisamente porque son omnipresentes que él sabe que explicar cada aspecto de la sociedad desde allí en realidad no explica mucho: es tautológico y es necesario descifrar aquello que le es particular a cada agrupación, lo que se relaciona también con el rechazo a toda generalización previa de los fenómenos. Por ejemplo, ante este imaginario que se ha construido de Guararí (el barrio protagonista de este libro), como un gran conjunto uniforme de viviendas en precarias condiciones, el autor nos dice al comparar los sectores del lugar:

 

Los de La Milpa experimentan una condición socioeconómica más favorable que la vivenciada por las cuadrillas antes referidas, viven en casas formales adquiridas, en muchos casos, a través del bono de vivienda, construidas ya no con residuos de madera o zinc, sino con materiales que acusan mejoras constructivas como concreto y “blocks”, en un espacio conformado en alamedas, al igual que los muchachos de La Lucía, pero con la variante de mayores espacios entre las viviendas y con algunas, aunque escasas, zonas verdes destinadas para actividades de recreación. En términos generales, la estética del espacio en La Milpa dista sustantivamente de la estética contextual en la que vivían los jóvenes de Villa Paola (Rodríguez, 2017, p. 46).

 

El lector entonces “topa con cerca” y se ve obligado a poner en jaque sus prejuicios acerca de las concepciones de este espacio, cuya imagen no calza con lo que el autor nos va revelando.

 

Pero volvamos un momento a lo que sé del autor. Otra de las cuestiones que nos han acercado durante este tiempo es nuestra afición a la literatura. No pocas veces los temas de sus clases proporcionaban una buena excusa para conducirnos a breves discusiones sobre Debravo, García Márquez o Bob Dylan (que con su reciente Nobel ha ayudado a zanjar toda polémica acerca de si las canciones son o no literatura). ¿A qué voy con esto? Las novelas, los cuentos, la poesía, las canciones… son un producto cultural: se crean en un contexto social específico, nos hablan de él y lo transforman. Creo que Rodríguez tiene esto muy presente cuando incluye, en su obra, intertextos que se articulan con la información que va analizando a lo largo del libro. No es casualidad que uno de sus capítulos esté encabezado por una cita de Max Jiménez (grosso de las letras costarricenses) y otro por los versos de Calle 13, artista que ha sabido llamar la atención de los jóvenes con su lenguaje directo y temáticas barriales: “Aquí yo tengo de todo, no me falta nada: / tengo la noche que me sirve de sábana”, dice en la canción que se cita, y esto será exactamente lo que exprese uno de los muchachos entrevistados: “en Guara está todo, usted escoge su camino” (Rodríguez, 2017, p. 102).

 

Por eso mismo, vemos que para esa reflexión, el todo, que es una de las propuestas centrales del trabajo (tanto así que es parte del título del libro), él toma insumos teóricos de uno de nuestros autores favoritos, Jorge Luis Borges, y su idea del Aleph: un punto en un sótano en el que coexisten el tiempo-espacio universal (Borges, 1949); metáfora que será explicada desde la concepción que del barrio tienen estos sujetos.

 

Tan evidente como en lo teórico está en lo narrativo la relación de Onésimo con la literatura. Hay acá 327 páginas que se leen de un tirón, gracias a que es un texto ordenado que explica al inicio de cada una de sus partes de qué van a tratar los siguientes capítulos, con un lenguaje sencillo que le huye a los regodeos léxicos, y un ritmo ágil, debido en parte a que hay cierta cualidad oral en el tono usado del que se desprende también en ocasiones algunas dosis de humor, motivadas por más de una peripecia en el campo. Por ejemplo, en cuanto a esa cualidad oral del texto extraigo un par de citas. Dice al inicio, al referirse al momento en el cual él se presentaba con uno de los jóvenes a los que quería investigar: “Me tocaba el turno de hablar, no recuerdo exactamente qué fue lo que dije (quizás no quiero recordarlo) pero hice alusión a mis intensiones investigativas y, bueno, toda esa discursiva académica que uno intenta hacer accesible al conocimiento de los ‘sujetos’” (Rodríguez, 2017, p. 22).

 

Más adelante, al narrar uno de los conflictos vividos afirma: “Después de esta situación, solamente vi que los agentes de seguridad de El Observatorio se llevaron al muchacho ensangrentado, que estaba totalmente ebrio, y lo sacaron del lugar en compañía de sus amigos, al joven lo arrastraron por el piso mientras le gritaba no sé qué cosas a Andrés” (Rodríguez, 2017, p. 77).

 

Moduladores como el “y, bueno”, de la primera cita, e imprecisiones intencionales como el “no sé qué cosas”, de la segunda, nos dan la sensación de que estamos escuchando una anécdota de alguien que está ahí frente a nosotros, contándonosla con la misma emoción que la vivió y de esa manera nos ubica y nos hace parte de su experiencia. Otra forma de lograrlo es por medio de sus descripciones: el autor tiene la habilidad de pintar con palabras el espacio que nos describe (sin hacer cuadros costumbristas, claro) y de ubicar fácilmente cada cosa en su sitio en la mente del lector en unas pocas líneas, como vimos en la representación que nos hacía de La Milpa unas citas atrás. Son esas mismas anécdotas las que nos pueden hacer reír en ocasiones, especialmente cuando imaginamos al antropólogo, sumergido en una cultura con valores morales distintos a los suyos, en una encrucijada: ¿hacer lo que considera correcto en su contexto cotidiano o aquello que le haga ganarse la confianza de los jóvenes?:

 

Ernesto y Gabriel están enrolando (preparando marihuana); mientras los demás están a la expectativa. Gabriel prende el puro (cigarrillo de marihuana) e inmediatamente después de unas dos o tres jaladas del mismo, lo hacen circular entre los presentes.

El que está antes de mí es Mori, quien con voz entrecortada por aguantar el humo dentro de sus pulmones, me dice, “¿qué mae, se va a pegar?”, y yo… Me pegué… Una, dos y tres “jaladas” (Rodríguez, 2017, p. 250).

 

Esos puntos suspensivos antes de aceptar que participó de la dinámica con los muchachos no significan más que el corto tiempo en que tuvo que reflexionar sobre qué haría, e imaginarlo en este aprieto nos parece gracioso. Más conflictiva es la situación en que estos muchachos deciden que tienen que ir a vengarse de alguien que ha amenazado con un arma a uno de los integrantes de la cuadrilla. Así lo narra:

 

De un momento a otro ya estaban congregados unos 35 muchachos con los ánimos bastante caldeados. Armados con piedras y demás objetos de la calle, se dirigieron a la casa del muchacho que amenazó con el arma de fuego a Luis. Mori y Nené me dijeron: “Mae, ¡vamos, hay que “sacar jacha” por el chamaco!” y yo, con un sentimiento de indescriptible temor, los acompañé, el asunto es que no podía dejar de hacerlo, tenía que ser partícipe junto con el grupo de la inevitable acción, que para mí no dejaba de ser delictiva.

Me temblaban las piernas, no sé si por la adrenalina, por el temor o ambas, lo cierto es que mientras los chicos se aproximaban a la casa del sujeto, yo intentaba ubicarme atrás de la multitud, aferrándome a la posibilidad de no ser cómplice de lo que en un instante sucedería (Rodríguez, 2017, p. 271-272).

 

Además del regocijo que nos causa la desgracia ajena, estos relatos dan cuenta de algo más valioso: el hecho de que estamos frente a un texto muy, muy honesto. Así como Rodríguez no se niega a narrar estos incidentes y las dificultades que se le presentan, tampoco se niega a decir “no sé” cuando debe decirlo: “no sabía qué decir ni qué hacer en una situación como esa” (Rodríguez, 2017, p. 45); confiesa cuando uno de los muchachos del barrio le pide ayuda con su alcoholismo, confundiéndolo con asistente social del gobierno, “yo no supe qué contestar” (Rodríguez, 2017, p. 22), dice unas páginas antes cuando otro de los jóvenes le reclama que él pretende usarlo como conejillo de indias en su investigación.

 

Mucha agua ha pasado bajo el puente desde el antropólogo todopoderoso tipo Malinowski quien publica un texto coherente en el cual todas las piezas calzan entre sí, que sabe manejar correctamente cada escenario y de manera objetiva, pero que exorciza en su diario personal sus temores, sus problemas y caídas. Ahora, “aquí está todo” narrado, y es por eso mismo que podemos estar seguros de que cada una de sus afirmaciones y hallazgos también son sinceros.

 

No solo de esta forma se demuestra honestidad, también se logra cuando se deja claro cuáles fueron las limitaciones del trabajo, cuáles las del propio investigador, cuál es la ideología desde la cual interpreta sus hallazgos y cuándo se cita extensamente a los sujetos, porque al hacerlo, el autor reniega de apropiarse del dato “en bruto” y entregárselo al lector tallado por su broca teórica, sino que le permite analizar y sacar sus propias conclusiones acerca de lo que aquellos dicen. Todo esto lo concreta Rodríguez en su texto, donde podemos leer extractos de entrevistas de hasta una página.

 

Ligado al protagonismo que tienen las voces de las cuadrillas se encuentra uno de los aspectos mejor logrados del libro: su polifonía. Es claro que Onésimo aprecia aquella reflexión de James Clifford (1995) acerca de que “se hace necesario concebir la etnografía no como la experiencia y la interpretación de ‘otra’ realidad circunscrita, sino más bien como una negociación constructiva que involucra por lo menos a dos, y habitualmente a más sujetos conscientes y políticamente significantes” (p. 61). Por eso, Aquí está todo… es, como ha señalado acertadamente el antropólogo Mario Zúñiga, “un concierto atonal interesante, retador y complejo” (Rodríguez, 2017, p. 17). En ese coro encontramos la voz de las estadísticas, la del policía que representa el discurso oficial, la del investigador, la de los medios de comunicación, la del muchacho que explica su propia experiencia, la de las páginas de la historia y muchas otras que se contradicen, se completan o que se refuerzan entre sí. Por ejemplo, se narra que:

 

Según los Balances del 2009, en Guararí existen en la actualidad 20 731 personas […] Es importante mencionar que, según algunos vecinos entrevistados, estas cifras poblacionales serían muy conservadoras. Don Elmer […] asegura que en Guararí viven más de 45 000 personas, lo mismo esgrime un agente del Ministerio de Seguridad entrevistado para esta investigación […]. Lo destacable de estos datos no es la ambivalencia de criterios (objetivos e imaginarios), sino, cierta certeza de que en Guararí habita un número considerable de personas, muchas de ellas hacinadas (Rodríguez, 2017, p. 62-63).

 

Y más adelante, al hablar sobre la concepción que se tiene de la policía en el barrio, se afirma que:

 

La policía ingresa de manera frecuente al barrio para hacer requisas, fundamentalmente a las zonas de viviendas informales, algunos vecinos se muestran inconformes con este proceder policíaco, argumentando que los oficiales no tienen nada que hacer en la zona, la contraposición es tal que los mismos residentes obstruyen las labores policiales; otros vecinos se muestran a favor de la intervención de la policía en la comunidad, pues, según testimonian, eso ayuda a que Guararí se “libere” de situaciones complejas que la aquejan (Rodríguez, 2017, p. 83).

 

Repitamos esto: las “situaciones complejas que la aquejan”. Este libro es polifónico porque la realidad es polifónica y compleja: tiene múltiples aristas que deben ser tomadas en cuenta para huir de las simplificaciones y prejuicios que se construyen desde afuera.

 

Volvamos ahora a la cita de Clifford (1995). Es interesante que él no hable de sujetos políticamente significativos, sino de sujetos políticamente significantes. Es decir, la población de Guararí tiene una historia y un contexto que le dan significado a su existencia, pero a la vez ella misma dota de significado a su barrio y activamente lo transforma por medio de una dialéctica constante, de una tensión permanente entre dos fuerzas a las que Ortega y Gasset llamaba “circunstancia” y “decisión”:

 

Cuando se habla de nuestra vida suele olvidarse esto, que me parece esencialísimo: nuestra vida es en todo instante y antes que nada, conciencia de lo que nos es posible. Si en cada momento no tuviéramos delante más que una sola posibilidad, carecería de sentido llamarla así […]. Tanto vale decir que vivimos como decir que nos encontramos en un ambiente de posibilidades determinadas. A este ámbito suele llamarse “las circunstancias” […]. Circunstancia y decisión son los dos elementos radicales que componen la vida (Ortega y Gasset, 2014).

 

Se refiere a que si bien el contexto en que existimos nos ofrece un abanico de posibilidades limitadas para ser y actuar, la decisión última ante esta oferta es solo nuestra. Esta tensión se encuentra en el libro de principio a fin, y su autor tiene una forma mucho más sintética de decirlo: “cuando usted trata a los sujetos como víctimas –me ha repetido un par de veces- los hace doblemente víctimas: los revictimiza, y estos chamacos saben y tienen conciencia de sus actos”. Y es que ellos mismos lo dicen, como en aquella frase de uno de los entrevistados que ya mencioné: “en Guara está todo, usted escoge su camino” (Rodríguez, 2017, p. 102). Por eso, no es de extrañar que se dedique más de un capítulo completo a explicar el acontecer histórico de este barrio: su fundación, los eventos más decisivos en su conformación, y la construcción discursiva que se ha hecho de este desde afuera: información que nos ayuda a entender las razones de las dinámicas juveniles de hoy. Sin embargo, debe extrañarnos menos que sea obstinado en mencionar la responsabilidad que los muchachos tienen sobre sus acciones y pensamientos, por lo cual defiende que “los jóvenes transitan por caminos existenciales diferenciados: lo lúdico, lo político, la violencia, la posibilidad de ser agentes activos de su propio devenir” (Rodríguez, 2017, p. 100) y tal vez de forma más enfática, un par de páginas más adelante:

 

Cierto es que el sujeto joven se encuentra constreñido por una multiplicidad de factores (sociales, culturales, tecnológicos, políticos) que determinan el posicionamiento de este actor en cuanto a sus elecciones más inmediatas, pero esto no implica que el joven deje de elegir-pensar su situación y se arroje a un sinsentido de emociones efímeras; la misma adscripción de muchachos a diferentes agrupaciones (cuadrillas, pandillas, skates, skinheads, equipos y barras de fútbol) es una decisión política pensando en las repercusiones que conlleva cualquier tipo de adscripción social y cultural (Rodríguez, 2017, p. 102).

 

La agencia también se concede cuando el autor tiene la sensibilidad para afirmar textualmente que los sujetos “resemantizan” términos, “analizan” escenarios políticos, “reinvindican”, “recrean”, “se posicionan” “producen”, “critican”, “reflexionan”, etc. En resumidas cuentas: tenemos un libro que detalla un contexto, sin ser determinista y que señala a un individuo, sin ser ahistórico.

 

Por este motivo, al hablar de la violencia dice que esta “no deviene en explicación determinista como se advierte, por ejemplo, en los medios de comunicación” (Rodríguez, 2017, p. 26) y quizá esa es la cita que nos ubica, por primera vez en el texto, ante una relación complicada del autor con los noticieros. Digo complicada porque para mí fue difícil de comprender, pero creo haberla descifrado al final de la lectura. “Onésimo -me decía yo-, es despiadado con ellos al acusarlos de ser los principales responsables de todo el imaginario negativo sobre Guararí: parece que les recrimina politizar, sesgar, estigmatizar, y enfatizar lo negativo del barrio, pero, luego, cuando le conviene -continuaba yo cavilando- cita a la misma prensa para reforzar sus puntos de vista. ¿Entonces?” La respuesta me llegó con esta cita del mismo libro: “El asunto central es que a la prensa pareciera no interesarle visualizar el fenómeno agregativo juvenil más allá de lo manifiesto o evidente; es decir, reflexionar sobre explicaciones posibles de la violencia suscitada por chicos y chicas en Guararí no está en la agenda mediática-informativa” (Rodríguez, 2017, p. 236-237).

 

Entonces, no es que Rodríguez polarice la situación en “medios de comunicación malos” versus “voz de los marginados buena”, es más, ni siquiera está diciendo en ningún momento que los medios de comunicación mientan y que los jóvenes son los únicos capaces de decir la verdad sobre ellos mismos. ¿Vamos a negar que Guararí sea un sitio violento solo porque lo dijo una nota televisiva de cinco minutos? No, ¡claro que hay violencia en este barrio! El problema son justamente esos cinco minutos, insuficientes para explicar y reflexionar sobre el trasfondo de dicha violencia. Así, debemos entender a la prensa en este trabajo como una más de ese coro de voces polifónico sobre la realidad del barrio, pero que debe ser señalada, especialmente, por su capacidad para influir en el imaginario de una gran cantidad de personas dispuestas a consumir una información que si bien no es necesariamente falsa, está sesgada e incompleta.

 

No obstante, las críticas no se limitan a la prensa. Debo decir que además de ser un libro honesto, Aquí está todo… es un libro valiente. Figuras políticas respetadas, organizaciones consideradas por algunos como emisarias del progreso, y la misma historia oficial de Costa Rica se ponen en entredicho entre sus páginas. Basta como ejemplo la imagen de uno de los considerados “padres de la Segunda República”, José Figueres Ferrer, quien se retrata en el texto como padrino del estafador y prófugo Robert Lee Vesco, personaje central en el mito fundacional de Guararí: “Lo sugerente de este personaje es su vinculación con el poder político: la relación personal y las ‘ayudas económicas’ que, según los diarios La Nación de Argentina y La Nación de Costa Rica, ofreció a Figueres Ferrer y a su Gobierno en la Costa Rica de los 70” (Rodríguez, 2017, p.156).

Además, se enfrenta sin reparos a teóricos renombrados cuando lo que ve en el campo no calza con las propuestas de aquellos, no para invalidarlos, sino para mostrar que Guararí es un lugar de enunciación distinto de los que guían sus reflexiones, con sus particularidades, que exige ciertos puntos sobre ciertas íes. Por ejemplo, cuando habla de la desestructuración provocada en las cuadrillas por su presencia, relativizando a Turner (1988) y de paso a van Gennep (2008):

 

Ahora bien, no se está sugiriendo que esta communitas se presente como conditio sine qua non; cierto es que se pueden observar ciertas rupturas en las vivencias colectivas de la estructura específica, pero no al grado que sugería Turner. Tampoco hay acuerdo con este autor en que para transitar por la liminalidad es necesario ser una tabula rasa, como si los significados precedentes, la historia, quedara suspendida o peor aún, relegada (como en van Gennep). Los jóvenes, en tanto sujetos históricos insertos en una trama que he llamado vida cotidiana barrial, no son entes que se puedan sustraer de los conocimientos previos, más bien, como hemos visto, éstos suelen identificarlos (Rodríguez, 2017, p. 278).

 

Así, vemos en el libro constantemente una relación entre experiencia y teoría: el autor va y viene de la anécdota y del relato a su interpretación sin descanso, para negar, complementar o reafirmar lo ya dicho. Ante este panorama, es inevitable que aquello que no concuerde con el estado de la cuestión y abolle los marcos teóricos disponibles, le dé la materia prima para proponer sus propios conceptos y ajustar la teoría inductivamente. Por tal motivo, creo que este libro será valioso también como consulta bibliográfica para cualquiera que pretenda investigar las dinámicas barriales. Algunos de los conceptos teóricos propuestos en él son: “fuerza barrial” (basándose en la idea de Rosaldo [1991] sobre la fuerza emocional) y “cuadrilla” (como una diferenciación respecto del concepto de pandilla, mucho más estudiado).

 

En cuanto al diálogo con lo propuesto por otros autores, se puede citar como ejemplo la idea de José Manuel Valenzuela (2009) de que hay identidades proscritas, grupos tolerados y grupos fomentados. El primero se refiere a aquellos grupos que son rechazados; los segundos, como su nombre lo dice, a aquellos cuya existencia le es relativamente indiferente a la sociedad; y los últimos son los que se estimulan y son apoyados por las clases dominantes. Ante esto, hace notar Rodríguez (2007):

 

La categorización proscritos, tolerados y fomentados pareciera no contemplar la posibilidad de conjunciones eventuales, efímeras o perdurables en esa concepción tripartita. Además, no se deja espacio para la ampliación de la categorización de grupos juveniles ubicados en los intersticios, en los grandes espacios que esta tríada genera (p. 99).

 

Es decir, Rodríguez desarrolla la teoría de Valenzuela (2009) proponiendo estas imbricaciones. Yo creo que esto ocurre por la habilidad halcónica del autor de poner atención a los detalles; cualidad indispensable de todo buen antropólogo. “¿Por qué las cuadrillas se reúnen precisamente en las esquinas? -se pregunta-, ¿qué posibilidades ofrecen esos puntos del barrio?” Y lo vemos más claramente en su atención al lenguaje: “¿qué significa el término “cuadrilla”?, ¿qué connotaciones tiene el hecho de decir que Guararí es un “hueco”?, ¿por qué se habla de una “invasión” cuando se narra el mito fundacional del barrio?” Cada una de esas ideas rastrea el autor y les da respuesta.

 

Redacté esta reseña a modo de presentación del libro en el XVI Congreso de Antropología en Colombia, por lo que en esa oportunidad quise cerrar con la siguiente reflexión que me parece oportuno rescatar y que me hice cuando la escribía: ¿por qué le debería importar a ese país este texto? Recordé entonces que Gabriel García Márquez (uno de esos escritores que se cuela entre las clases de Rodríguez) solía decir que Macondo, más que un pueblo, era un estado de ánimo. Bueno, pues yo llegué a la conclusión con la lectura de Aquí está todo… que Guararí, a pesar de sus especificidades que son intransferibles a ningún otro contexto, más que un barrio marginado de Costa Rica, es una realidad estructural socioeconómica que afecta a toda Latinoamérica. Una realidad que nos avergüenza y que por tanto nos retrata y nos señala. No importa si estamos hablando de los precarios en Costa Rica, las favelas brasileñas, las ciudades perdidas de México o de Patio Bonito en Bogotá; al final de cuentas, hablamos de lo mismo: territorios estigmatizados que merecen ser comprendidos desde sí mismos:

 

Porque usted al ingresar a Guararí –dice uno de sus habitantes- […], por cualquier lado que usted entre, usted se va a topar, te va a dar la bienvenida un poco de ranchos, indigentes vendiendo droga en las entradas, después de que usted pasa esa etapa, usted se encuentra con una comunidad organizada, trabajadora, honrada, gente que quiere mejorar la calidad de vida de la comunidad (Rodríguez, 2017, p. 227).

 

De más está decir que Aquí está todo… pasó esa etapa e invita a sus lectores a hacer lo mismo en cada uno de estos espacios latinoamericanos.

 

 

Referencias bibliográficas

 

Borges, J. (1949). El Aleph. Argentina: Emecé.

Clifford, J. (1995). Dilemas de la cultura. Recuperado de: https://antroporecursos.files.wordpress.com/2009/03/clifford-j-1988-dilemas-de-la-cultura.pdf

Ortega y Gasset, J. (2014). La rebelión de las masas. España: Alianza editorial.

Rodríguez, O. (2017). Aquí está todo: Ratas, evolución y honor. San José, Costa Rica: Editorial Arlequín.

Rosaldo, R. (1991). Cultura y verdad. Nueva propuesta de análisis social. México: Grijalbo.

Turner, V. (1988). El proceso ritual. Madrid. Taurus Alfauara, S.A.

Valenzuela, J. M. (2009). El futuro ya fue. Sociaantropología de l@s jóvenes en la modernidad. Tijuana, México: Colegio de la Frontera Norte.

van Gennep, A. (2008). Los ritos de paso. Madrid: Alianza Editorial.

 

 

 

Cuadernos de Antropología

Enero-Junio 2017, 27(1)

 

Revista del Laboratorio de Etnología María Eugenia Bozzoli Vargas

Escuela de Antropología, Universidad de Costa Rica

http://revistas.ucr.ac.cr/index.php/antropologia

ISSN 2215-356X

 

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