Cuando la participación inicia con un ‘NO’. Cómo algunos costarricenses realizaron democracia directa oponiéndose al tratado de libre comercio

 

 

 

Jeremy Rayner

 

Instituto de Altos Estudios Nacionales, Quito, Ecuador

Jeremy.rayner@iaen.edu.ec

 

 

 

Introducción1

 

En octubre de 2007, un movimiento de base estuvo a un pelo de amplitud de bloquear la ratificación del acuerdo de libre comercio de Centroamérica con Estados Unidos, generalmente conocido en Costa Rica como ‘el TLC’, por tratado de libre comercio2. Este fue el primer referéndum de Costa Rica y, de hecho, el primer plebiscito que se celebrará sobre un acuerdo de libre comercio en todo el mundo; los autores del régimen neoliberal de comercio e inversión global en general han mantenido su trabajo fuera del debate público, al utilizar tácticas como las negociaciones a puerta cerrada, Ejecutivo empoderado, ratificación acelerada y sesiones legislativas de medianoche. Mientras estas medidas para obtener la rápida aprobación del TLC en Estados Unidos y en las otras naciones signatarias (Spalding, 2014), en Costa Rica, una oleada de oposición surgió entre los ciudadanos preocupados por el futuro del estado de bienestar social, así como su capacidad para proteger la agricultura doméstica y el entorno natural, retrasó ratificación legislativa durante tres años, hasta forzar la cuestión a un referéndum, finalmente.

 

Frente a una coalición poderosa que incluía las ramas ejecutivas de los gobiernos de Costa Rica y los Estado Unidos, capital transnacional y la mayoría de los medios de comunicación, opositores del Cafta organizaron una campaña de base impresionante, fundamentada en una red descentralizada de comités patrióticos. Muchos de los comités continuaron después de que el referéndum pasó: en oposición a la implementación del Cafta; en luchas por el acceso a la infraestructura y los servicios públicos, y para proteger el medioambiente; en la construcción de partidos políticos y el trabajo electoral. En cada una de estas iteraciones del movimiento, protagonistas de los comités trabajaban conscientemente para cambiar la forma de una democracia electoral dominada por la élite, mediante la creación de nuevas formas de participación popular en la política.

 

A continuación, proporciono un recuento e interpretación de esta praxis participativa en evolución, partiendo de mis observaciones durante dos años de trabajo con comités patrióticos (sobre todo en el Área Metropolitana de San José) desde 2007-2009, complementado con visitas de retorno en los años siguientes. Una de mis afirmaciones básicas es que los comités patrióticos realizaron ideales participativos deliberadamente y de manera significativa. Por “ideales participativos”, quiero indicar el valor atribuido al ejercicio de la agencia individual en, y a través de, decisiones y proyectos colectivos. Este ideal básico de agencia realizada colectivamente es esencial para la mayoría de los discursos sobre la participación, ya que es un tema central de la modernidad política que ha sido articulada de manera diversa en tradiciones republicanos, democráticos, socialistas y comunales, dentro y más allá del Occidente—aunque también es importante reconocer que este ideal participativo, generalmente se ha enfrentado con versiones más elitistas o tecnocráticas de cada tradición (Ver por ejemplo: Nugent, 1997, 2008; Pateman, 1970).3

 

Los opositores del Cafta en Costa Rica invocaron una versión de este ideal participativo en el proceso de crear una red descentralizada de comités en que podían ejercer su propia iniciativa en colaboración con otros. Así formaron parte de un movimiento más grande —tanto latinoamericano como mundial—que, estimulada por frustración con las formas limitadas de agencia permitida por la “democracia” representativa, corporativa y administrada, convirtió la participación en un ideal resurgente en la vuelta del siglo XXI (Álvarez et al., 1998; Santos y Avritzer, 2007). En décadas recientes, iniciativas participativas han surgido en lugares tan diversos como las aldeas de Kerala, las comunidades indígenas y barrios urbanos de América Latina, y entre los jóvenes subempleados y sobre-endeudados de Europa, el Mediterráneo y los Estados Unidos (véase, por ejemplo: Abers, 1999; Grisaffi, 2013; Juris, 2012; Razsa y Kurnik, 2012; Sitrin, 2006, 2012; Santos, 2007; Williams, 2008; Zibechi, 2010). Además, modelos y discursos participativos emergentes en un lugar a menudo se han difundido ampliamente; hasta 2007 el presupuesto participativo al modelo brasileño podría encontrarse en cuarenta países (Wampler, 2007).

 

Sin embargo, en la práctica, esta “participación” expansiva ha sido polisémica, empleada por una variedad de actores para fines distintos, con resultados diversos y a veces no intencionados4. Procesos “participativos” de decisión han sido trivializados o instrumentalizados: reducidos a rutinas formalizadas implementadas por consultores pagados; agregadas como una ocurrencia tardía a los procesos excluyentes o tecnocráticos; añadido en la parte inferior de una lista de las mejores prácticas; o utilizado como cubierta para las relaciones clientelares y jerárquicas. El discurso de la participación también puede ser utilizado como un medio de control, capaz de cooptar o distraer a movimientos de oposición, y de facilitar recortes neoliberales por el desplazamiento de responsabilidades para el bienestar desde los Estados hacía los ciudadanos (ver Gill, 2000; Paley, 2001; Wampler ,2007). Sea por circunstancia o por diseño, entonces, “participación” no siempre funciona como lo descrito como el ideal participativo.5

 

A la luz de las críticas de la “participación” como práctica, enfatizo la manera en que los comités patrióticos realizaron su propia versión de participación, en un sentido tanto cualitativo como instrumental: reconociendo que no hay una sola manera de participar, pregunto sobre la forma que tomó el ejercicio de la agencia colectiva, así como la manera en que se logró. De esta manera, destaco tres aspectos interrelacionados de la praxis política de este movimiento, que la distingue del discurso de “participación” más normativa que ahora circula como parte de la infraestructura de la gobernanza global.

 

En primer lugar, destaco la descentralización de los comités y la autonomía de cada uno de ellos. Si fuera solamente por esta razón, la experiencia de los comités contrastaría de manera significativa con la “participación” instrumentalizada y controlada que ha sido sujeta a tanto escrutinio crítico. El segundo punto, que sigue naturalmente del primero, es que fomentaron el ejercicio de la agencia y la acción social creativa, y eran por consiguiente formas sociales diversas y cambiantes. En lugar de receptores pasivos de una plantilla de “participación”, los comités estaban activamente involucrados en una práctica de sociabilidad creativa que generaba nuevas prácticas. Aunque una cierta cantidad de dicha creatividad social fue obligada por el carácter improvisado y descentralizado de los comités, los protagonistas del movimiento también trabajaban deliberadamente para crear nuevas formas de actuar juntos políticamente.

 

En tercer lugar, sostengo que se desarrollaron estas prácticas en un contexto de antagonismo y negación —un “campo de fuerza” que energizaba, pero también restringía, la imaginación política (Roseberry, 1994). La lucha de Cafta surgió de un conflicto ya existente sobre el futuro del “Estado social” de Costa Rica y el proyecto social democrático y de conciencia ambiental que se suponía que funcionaba. Ganando fuerza a mediados de la década de 1990, este conflicto había inspirado a los opositores de las reformas neoliberales para desafiar las instituciones existentes de representación política y buscar nuevas vías de participación. Frustrados con la calidad de representación provista por su democracia electoral de larga data, costarricenses salieron de sus escuelas y lugares de trabajo, fueron a las calles en protesta, bloquearon carreteras con la quema de llantas, organizaron nuevos partidos políticos y dejaron de votar por los partidos de siempre (o dejaron de votar del todo).

 

El ejercicio de “democracia directa”, que era el referéndum, fue un resultado de este aumento de participación contestataria, que también formó la práctica política de los comités. Los polémicos orígenes de los comités contribuyeron en varias maneras a darle forma a la participación que se realizó. En lugar de asumir el trabajo del Estado del bienestar, los comités promovieron la participación como parte de una lucha más amplia para defender el Estado social de la neoliberalización. Y en lugar de promover la desmovilización, los comités trabajaron para promover una ciudadanía luchadora que les valorara a las protestas públicas como medio de participación. Este aspecto de los comités estaba relacionado con el ejercicio autónomo de la creatividad social: una relación de desafío a las formas existentes de la participación política institucionalizada garantizaba su independencia, motivó la participación e inspiró el intento de romper con las prácticas establecidas, y ayudó a unir al movimiento simbólicamente y en la práctica. Sin embargo, resultó insuficiente para mantener el movimiento a lo largo del tiempo.

 

La discusión a continuación está dividida en tres secciones. En la primera, reviso los orígenes del referéndum y los comités en un proceso de disputa sobre la neoliberalización y la calidad de la representación política. En la segunda parte, explico la organización y la creación del movimiento, incluyendo el proceso de sociabilidad creativa a través del cual sus protagonistas buscaban crear una democracia más horizontal, participativa y capaz de interceder en las políticas públicas. Termino esta sección teniendo en cuenta el papel de la negación en unir el movimiento y facilitar formas participativas. En la tercera sección, considero los desafíos para el movimiento después del referéndum, cuando surgió la necesidad de pasar la práctica descentralizada, horizontal y participativa de los comités de una política reactiva a una política proactiva —tanto como las diferentes maneras en que intentaron resolver este problema. En la conclusión, reúno algunas de las lecciones de la experiencia de los comités y ofrezco algunas consideraciones sobre la participación y el ideal participativo.

 

fig1.psd 

 

Estado social en disputa, crisis de representación

 

Cafta es un tratado asimétrico impuesto por los Estados Unidos como parte de una estrategia más amplia para el hemisferio. El tratado requirió que Centroamérica entregara las protecciones para la agricultura orientada al mercado nacional a cambio de relativamente pequeñas mejoras en la capacidad para exportar azúcar, atún y ropa a los Estados Unidos. Y como otros acuerdos de “libre comercio”, Cafta codificó un amplio conjunto de derechos para el capital transnacional en áreas tan importantes como la propiedad intelectual, inversión y finanzas, la resolución de conflictos y la regulación ambiental. (ver: Florez y Hernández, 2004; Pearson, 2009; Rayner, 2014; Spalding, 2014)

 

Los derechos concedidos por el Cafta a los inversores transnacionales fueron particularmente importantes para Costa Rica, que en su mayoría había escapado de la ola de privatización y desregulación que arrasaron la región en los años 80 y los 90. En 2007, Costa Rica mantenía un importante Estado del bienestar que guardaba monopolios del sector público en seguros y telecomunicaciones. Estas instituciones del Estado social habían sido bastante exitosas en universalizar el acceso a los servicios como agua potable, salud, pensiones, electricidad y telefonía, y tenía amplia legitimidad popular (Edelman, 1999; Sandbrook et al., 2007). La liberalización promovida por Cafta y los extensos derechos otorgados al capital transnacional amenaza con minar la base de este estado social y sus logros en el bienestar popular.

 

De hecho, las elites políticas de Costa Rica habían ya estado persiguiendo muchas de las mismas medidas de liberalización, prometidas por el Cafta, aunque sin mayores éxitos. En 2000, manifestantes bloquearon una ley que abriría a los sectores de telecomunicaciones y electricidad, en este entonces monopolios del Instituto Costarricense de Electricidad (ICE). Después de dos semanas de confrontación que incluyó algunos 130 bloqueos y una huelga general en el sector público, el plan fue dejado de lado, a pesar de haber recibido una amplia mayoría de votos en la Asamblea Legislativa (Menjívar, 2013; Solís, 2002). La oposición al “Combo”, como fue llamado el proyecto de liberalización, incluía empleados del sector público, estudiantes, educadores, ambientalistas y agricultores, muchas de las mismas personas, de hecho, que más tarde eran activas en la oposición al Cafta. Y aunque fue una pequeña minoría que participó en las protestas, tuvo amplio apoyo público (Campos y Raventós, 2005; Raventós y Campos, 2005; Sojo, 2004).

 

Los acontecimientos que rodearon al Combo indizan una más amplia crisis de representación política. Escándalos de corrupción que involucraron a tres presidentes consecutivos (dos de los cuales fueron detenidos y juzgados) contribuyeron a una fuerte caída en el prestigio de la clase política (Lehoucq, 2005, 2006; Seligson, 2002). Un pacto en 1995 entre los dos partidos dominantes para aplicar el ajuste estructural manifestó la desaparición de opciones electorales. La participación electoral disminuyó notablemente, más del 60 por ciento (véase: Raventós et al., 2005; Rovira, 2007). Después de 2000, el sistema electoral bipartito fue sacudido por la entrada de nuevos partidos, incluyendo el Partido Acción Ciudadana (PAC), que pretendía mantener el Estado bienestar y luchar contra la corrupción. Y como los eventos del Combo demostraron, ciudadanos frustrados también veían a otras formas de participación además de votar. En particular, los trabajadores del sector público, estudiantes, ambientalistas y agricultores, cada vez más emplearon manifestaciones en las calles como un vehículo para la participación política. La expectativa general de los proponentes y oponentes, por igual, fue que Cafta se disputará de esta forma.

 

De la protesta al referéndum

 

La exitosa oposición a la privatización en el 2000 había despertado en los manifestantes un nuevo sentido de agencia política, que llevaron a la campaña contra Cafta. Protagonistas del NO recordaron los eventos del Combo como un momento de agencia colectiva desafiante y consecuente; “salimos a la calle, y ganamos”. Una característica sobresaliente de muchas de las narrativas de las protestas fue “espontaneidad”. Mientras que algunos de los más involucrados en la organización de las protestas eran críticos de este tropo por subestimar el trabajo necesario para organizar a estos eventos, también expresa el sentido que muchos participantes tenían de ejercer autónomamente su agencia. Eduardo6, estudiante de secundaria en el momento de las protestas, explicó que: “lo que más recuerdo es el sentido que nadie estaba a cargo, que no había nadie para dirigir o controlar las cosas”. Otros utilizan espontaneidad para transmitir un sentido de inspiración de la agencia autónoma de los demás. A Benjamín, un ecologista y un técnico de telefonía en el ICE, le gustaba contar la historia de una anciana que vio las protestas en su televisión y salió a bloquear la carretera en su solidaridad. Este tema reaparece en otras historias: trabajadores judiciales en huelga que no procesaron a los manifestantes detenidos en las protestas, camioneros que abandonaron sus transportes para unirse a los bloqueos (ver Ureña 2002). Si por convertirse en organizadores y líderes, o por la capacidad para actuar independientemente en concierto con otros, muchos que participaron en las protestas encontraron en él un sentido de su potencial para actuar de manera consecuente en el ámbito político, en un momento cuando el orden de poder, autoridad y disciplina parece haber sido suspendido momentáneamente.

 

Cafta entró en este contexto con la amenaza de imponer, por la fuerza de un tratado internacional, las mismas medidas de liberalización en contra de que los manifestantes habían estado luchando —además sumaba a estas una larga lista de medidas adicionales. Peor aún, sus negociaciones a puerta cerrada, tribunales distantes, y dictados de los Estados Unidos encarnaban las tendencias más antiparticipativas de la “democracia” controlada. Por una parte, muchos costarricenses estaban conscientes de las consecuencias del Nafta en México, y ya se había organizado una campaña en oposición a una propuesta anterior de un TLC hemisférico. Por otra parte, personas con inquietudes sobre el tratado (aunque no estuvieran necesariamente en contra de un TLC en principio) sentían que habían sido excluidos del proceso. Una serie de sesiones de ”consulta” organizadas por el gobierno y el Ministerio de Comercio Exterior, después de que ya todas las negociaciones habían concluido, a los asistentes les parecían más como sesiones de propaganda que intentos serios de incluir sus aportes participacipativos (Véase también Martínez [2004]).

 

Frente a la oposición cada vez más estridente, el gobierno de Abel Pacheco (2002-2006) negó a buscar la ratificación del tratado que había negociado. Sin embargo, en 2006, una elección controvertida trajo a Óscar Arias a la Presidencia con una plataforma de ratificación. Organizaciones opuestas al tratado comenzaron a planear huelgas, bloqueos de carreteras y marchas (ver Segura y Coronado [2008]). Una gigantesca marcha por las calles de San José el 26 de febrero de 2007 indicó la posibilidad de interrupciones, así como la profundidad y la amplitud de la oposición.

 

Al mismo tiempo, otro segmento de la oposición, motivado en parte por su preocupación sobre un aumento en los niveles del enfrentamiento político entre defensores y opositores del TLC, inició el proceso de llevar a cabo un referéndum, una posibilidad que recién había sido incorporada en la ley. Este referéndum fue promovido como una resolución que podría volver la política a la arena electoral, pero al mismo tiempo eludir el sistema representativo empañado y responder a “la urgente necesidad de fortalecer la democracia participativa”, en las palabras de un portavoz de la campaña del NO (entrevista con Eugenio Trejos, 02 de abril de 2009). A pesar de reservas sobre el proceso, el Tribunal Supremo Electoral (TSE) eventualmente autorizó la recolección de firmas para el referéndum ciudadano, pero el día siguiente, el Presidente Arias presentó su petición para un acelerado referendo vía decreto presidencial, el cual el TSE aceptó (Raventós, 2008). Aunque el Presidente Arias había insistido en su oposición a efectuar un referéndum sobre el TLC, evidentemente prefería evitar el largo proceso ciudadano de reunir firmas.

 

La coalición que se convertiría en la campaña del NO fue dividida internamente por la perspectiva del referéndum, tanto como por los valores respectivos de la protesta y la votación como formas de participación política. Llamadas a la paz social y al proceso electoral tuvieron amplia resonancia, mientras que otros promotores del referéndum esperaban que el proceso de recolección de firmas facilitara la educación y la organización, o incluso retrasara la ratificación hasta que Costa Rica pasara la fecha límite para aprobar el tratado. Aún otros se opusieron al referéndum como un proceso de desmovilización que debilitaría la resistencia más eficaz de huelgas y bloqueos de carreteras.

 

El referéndum, entonces, incorporó una demanda de participación más directa por parte de los ciudadanos movilizados, mientras se desplazaba esta participación del polémico vehículo de protesta en las calles al más controlado proceso electoral. Mientras que muchos opositores del TLC criticaron el paso a un referéndum como una forma de desmovilización, este proceso sí estimuló nuevas formas de participación política, dentro de ellas la organización de los comités patrióticos. Y aunque el referéndum trasladó la participación a la arena electoral, la práctica participativa creada por los comités seguía siendo formado por la matriz polémica en la que el referéndum había surgido.

 

Reuniendo el NO

El NO fue una creación colectiva, construida en forma de una red horizontal por una multitud de costarricenses opuestos al TLC. Los comités patrióticos eran tanto el producto como el catalizador de este ejercicio colectivo de la agencia. En crear los comités y ponerlos a trabajar, los protagonistas movilizaron sus redes; planificaron reuniones, eventos y acciones públicas; y lucharon para definir las formas de organizarse y de relacionarse que les permitiría trabajar juntos con eficacia de manera sostenida. En todo esto hubo un sentido explícito de que nacía algo nuevo y emocionante, con el potencial de revitalizar la práctica de la política. Sin embargo, estas prácticas también tomaron forma dentro de una matriz de relaciones y representaciones que las constituía de maneras fundamentales y a veces no reconocidas, desde las formas de relacionarse que guiaban la conducta de reuniones, al más amplio contexto de oposición antagónica vinculada a la negación por parte del movimiento al TLC y a sus defensores.

 

Creación de los comités patrióticos

 

Con el anuncio del referéndum presidencial, la oposición al TLC se enfrentó a la necesidad de organizar una campaña electoral, efectivamente de un día para el otro. Destacadas personalidades de la oposición llegaron a la conclusión de que para competir exitosamente con el SÍ, necesitarían el mismo tipo de comités de barrio que eran utilizados normalmente por los partidos en elecciones. Para crear estos comités, activaron y entretejieron sus varias redes. Como una activista involucrada en la organización de los primeros esfuerzos lo explicó, “nos sentamos juntos y nos preguntamos, ‘¿a quién conoce en este cantón? Llámelos para ver si pueden organizar una reunión’”. En las semanas siguientes, el mensaje fue difundido de boca en boca, por teléfono y correo electrónico, mientras los opositores del TLC organizaron comités en barrios, ciudades y pueblos en todo el país.

 

Esta organización descentralizada fue posibilitada por una oleada de iniciativa popular, la cual significó que había un grupo grande de personas que buscaban activamente la manera de participar, o que ya actuaban por cuenta propia. Antes de incorporarse al comité en su barrio, Benjamín había comenzado a diseñar, imprimir y distribuir sus propios volantes, basados en la información que recibía de los sindicatos del ICE por la lista institucional de correos electrónicos. Los integrantes de este mismo comité pasaron varias noches buscando a “el tipo que había puesto los carteles”. Ricardo, a menudo junto con su esposa Patricia y sus hijos adolescentes, dedicaba sus noches a imprimir y colgar carteles del NO en el barrio. “Preguntábamos por el barrio, ‘¿quién era que ponía todos los carteles?’ Eventualmente nos encontramos con alguien que lo había visto, quien dijo que salía a pasear a su perro todas las noches por el EBAIS [clínica]”. Eventualmente lo encontraron paseando a su perro y lo convencieron para llegar a reuniones del comité.

 

No se sabe exactamente cuántos comités habían, y mucho menos cuántas personas participaron en ellos. Algunos más cercanos a la organización han estimado que existían cerca de 180 comités. Encontré entre quince y cuarenta personas asistiendo a cada reunión antes del referéndum, y para el día de la votación, el NO movilizó miles de fiscales de mesa, así como un número desconocido de auxiliares voluntarios. Después del referéndum, la asistencia disminuyó paulatinamente hasta que la mayoría de los comités dejaron de reunirse como tal, aunque muchos de los protagonistas se mantenían activos de otras maneras. Los participantes fueron generalmente bien educados, provenientes de las clases medias tradicionales que tenían fuertes vínculos con las instituciones públicas donde solían trabajar o estudiar. Entre ellos habían muchos trabajadores del sector público activos o recientemente pensionados, notablemente incluyendo empleados del ICE, así como educadores y estudiantes. El resto era una mezcla heterogénea de trabajadores de algunas ONG, profesionales independientes, pequeños empresarios y artesanos. En las zonas rurales, los agricultores constituyeron un componente importante.7

 

Aunque organizaciones formales como los sindicatos y los partidos contribuyeron a su surgimiento, los comités mismos eran formas sociales notablemente diferentes a estas. Eran espacios autónomos de base territorial, con liderazgos generalmente informales, y tendieron a la deliberación y el consenso en la toma de decisiones. Cada comité hizo sus propias decisiones sobre cómo participar en la campaña, ya fuera a donde ir tocando puertas o qué temas incluir en sus volantes. A un grado significativo, la independencia y el igualitarismo de los comités reflejaban las circunstancias de su aparición, dado que la diversidad de orientaciones ideológicas y afiliaciones organizativas dentro de ellos tendía en contra de su subordinación a cualquier línea o entidad particular. En general, participantes en los comités se preocupaban por mantener relaciones de trabajo a través de las divisiones políticas, lo cual tendía a fomentar la deliberación e intentos de lograr consenso. El referéndum sobre el TLC daba una urgencia y claridad de enfoque que alentó a la unidad. Sin embargo, la forma horizontal y participativa de los comités también fue intencional (si no siempre explícitamente intencionada). La posibilidad de ejercer la agencia de forma autónoma fue altamente valorada por muchos de los participantes y contribuyó al sentido de muchos de ellos de formar parte de algo novedoso, histórico y transformador. Esta experiencia de participación continuaba resonando después del referéndum, mientras los participantes en los comités mantenían la esperanza de hacer de estas organizaciones una base para forjar una “nueva forma de hacer política”.

 

Por cierto, el punto alto de la campaña del referéndum fue uno de esos “momentos de locura”, cuando “todo es posible” (Zolberg, 1972, p. 183). Protagonistas del NO comenzaron a imaginar la transformación de las relaciones de poder político a un orden más igualitario y participativo. Alejandra, una activista de software de código abierto, quien normalmente tiende más al escepticismo que a la ilusión política, me explicó que “si gana el NO, Arias tendrá que renunciar y vamos a tener una convención constitucional”. El sentido de posibilidad política expresado por los participantes en el NO surgió, en parte, de la evidente vulnerabilidad del orden de poder político establecido. Sin embargo, Alejandra y otros también fueron inspirados a imaginar nuevas posibilidades políticas por la experiencia de participación en la campaña horizontal y descentralizada del NO, una experiencia que inspiró muchos de sus participantes a imaginar — y sentir— la posibilidad de un orden político más igualitaria y participativa.

 

La campaña del NO: un contra-público participativo

 

La campaña del SÍ podía contar con la organización partidaria dominante del país dominante (el PLN), el liderazgo de la mayoría de las instituciones estatales, y el proselitismo enérgico de la administración de George W. Bush. Las regulaciones y el financiamiento público que prevalecen durante las elecciones ordinarias en Costa Rica fueron lanzados por la ventana por el tribunal electoral, hecho que, entre otras cosas, dejó al SÍ con una enorme ventaja financiera, lo que les permitió ejecutar diez anuncios de televisión para cada uno del NO (Cortés, 2008). Sin embargo, los anuncios eran casi superfluos: con pocas excepciones, los medios de comunicación públicos y privados dedicaron su periodismo y esfuerzos editoriales a la campaña del SÍ (García y Mora, 2008).

 

Para contrarrestar estas ventajas, el principal recurso que tenían los protagonistas del NO era el brío. Los comités celebraban reuniones semanales que empezaban alrededor de las siete de la tarde, y se extendían por horas mientras los participantes negociaron los innumerables detalles implicados en organizar un día de tocar puertas o pegar afiches, una sesión de entrenamiento para fiscales de mesa, o la preparación de transporte y alimentación para simpatizantes y activistas de la campaña del NO en el día de la votación. Activistas de los comités dedicaban grandes esfuerzos a repartir volantes y tocar puertas. Salían a la calle con montones de volantes en la mano, dispuestos a explicar en sus propios términos lo que significaría para el país el tratado de “libre comercio”. Los temas fueron extremadamente complejos y el debate evolucionó rápidamente, incorporando temas tan diversos como las telecomunicaciones, la seguridad social, recursos submarinos, el futuro de la industria textilera mundial, y la política exterior de los Estados Unidos. A diferencia de las campañas de referéndum en las que yo había participado en California en la década de 1990, no había guiones que llegaban de una campaña centralizada8. Mientras tocaba puertas, me encontré intentando explicar por qué era poco probable que el no aprobar el TLC provocaría la pérdida del acceso de Costa Rica a los mercados estadounidenses. El mismo problema fue manejado más efectivamente por un activista en la provincia de Guanacaste, quien utilizó un palo para rayar gráficos en el suelo, ilustrando cuál porcentaje de las exportaciones de Costa Rica a los Estados Unidos entró bajo cuál régimen de comercio.

 

Además de tocar puertas, 0positores del TLC organizaron múltiples foros y presentaciones de documentales en las iglesias y centros comunitarios. En un día cualquiera de septiembre, por ejemplo, se podía encontrar unos diez de estos eventos anunciados por correo electrónico, sitios web y volantes. Activistas dejaron a lado sus responsabilidades laborales y familiares para poder viajar por el país dando charlas sobre el tratado. El Frente Cultural contra el TLC salió a las carreteras en una antigua cazadora (bus escolar). Organizaciones campesinas y sindicatos del sector público comenzaron a distribuir información sobre las consecuencias del tratado para la agricultura y los servicios públicos. Así, por la movilización de sus energías colectivas, los activistas contra el TLC fueron capaces de contrarrestar, hasta cierto punto, la dominación del SÍ en los medios de comunicación.

 

El financiamiento del NO también fue participativo. Los partidarios del NO solicitaron donaciones a través de la campaña “al NO Colaboro Yo”- El lema anima las contribuciones mientras también marca la diferencia entre la campaña de base del NO y el ampliamente financiado SÍ. Los comités regularmente “pasaron el sombrero” para recoger pequeñas donaciones de 1000 ó 2000 colones ($2-$5). Algunos contribuyeron cantidades más grandes, a menudo de manera discreta (pagando por una serie de fotocopias, por ejemplo). El Comité Juanito Mora recibió gran parte de su financiamiento en forma de varios cientos de dólares enviados por un migrante de la comunidad residente en California (les gustaba explicar que fueron “financiados por los Estados Unidos”). Un pequeño empresario confesó que gran parte del financiamiento de su comité fue de forma clandestina, en la que le cobraba una “cuota solidaria” del 10 % en sus servicios a los clientes que tenían calcomanías del SÍ pegados a sus carros.

 

fig2.psd 

 

La campaña del NO también hacía uso extenso de congregación en las calles. El punto alto más alto fue la marcha organizada para el 30 de septiembre del 2007, que sirvió como acto de cierre de la campaña; por unanimidad, la marcha más grande en la memoria y probablemente en la historia del país. Los cánticos enérgicos de “No al TLC”, las pancartas hechas a mano, disfraces y mascaradas demostraron la gran efusión de creatividad e iniciativa popular.

 

Reuniones: participación y creatividad social

 

Los protagonistas de los comités crearon, intencionalmente, una práctica política participativa. Para ello, adoptaron, de manera tanto consciente como inconsciente, los modelos existentes y lenguajes de la sociabilidad (cf. Polletta [2004]). Si bien había grandes semejanzas entre los comités creados, hubo notables diferencias de estilo entre ellos, una diversidad que se podría esperar de cualquier cosa hecha en casa. La diversidad de formas, en otras palabras, fueron índices de la creatividad social implicados en la creación de los comités. Una breve caracterización de dos de ellos dará una idea de cómo los participantes actuaban con base en sus experiencias previas de vida para hacer distintos espacios sociales.9

 

Se celebraban las reuniones del Comité Juanito Mora en la casa de uno de sus fundadores. Desde un principio, pero aún más con el paso del tiempo, los participantes se trataban como amigos, con un estilo relajado e informal. Las agendas de las reuniones eran abiertas y expansivas, lo cual significaba que estas continuaban a menudo desde las siete de la tarde hasta las diez de la noche. A veces se realizaban votaciones cuando parecía que había que tomar una decisión entre opciones contendientes, pero generalmente el proceso de tomar decisiones tendía hacia el consenso, aunque esto no fuera declarado como un valor explícito. Especialmente después de que la urgencia del referéndum había pasado, las discusiones a menudo desviaban de acciones concretas a debates más amplios sobre la política y la actualidad. Con el tiempo, el calendario de actividades se amplió a incorporar visitas al campo los fines de semana, excursiones a eventos culturales, cenas y bebidas.

 

Este calendario social incorporó adaptaciones de tradiciones andinas sagradas, introducidas por un integrante influyente, quien aportó al grupo elementos de una comunidad espiritual o congregación. Los rituales reforzaron un fuerte compromiso ambiental y una orientación política indigenista y pan-latinoamericana, mientras que el cultivo de una dimensión de lo sagrado dio seriedad a un grupo que también fue concebida como una organización con un papel histórico. Tomar el nombre de Juanito Mora, el histórico presidente que encabezó al contingente de Costa Rico en la lucha contra los filibusteros de William Walker en 1856, vinculó el comité con la lucha contra el imperialismo de Estados Unidos y una narrativa de la historia nacional. Empleando estos esquemas, un grupo de amigos, una congregación espiritual, una organización política haciendo historia, los protagonistas del comité activamente crearon una forma particular de sociabilidad. En este caso, “participación” fue, entre otras cosas, un experimento en diversas maneras de relacionarse con otros en el privado y personal, así como en el público.

 

En cuanto a sus objetivos, métodos y funcionamiento general de la organización, el Comité Lomas compartía mucho con el Comité Juanito Mora. Sin embargo, los esquemas con que se llevaron a cabo las reuniones y los participantes se relacionaban entre ellos y fueron notablemente diferentes; si Juanito Mora era un grupo de amigos y una comunidad espiritual, Lomas era un grupo de trabajo de colegas de profesión.

 

Se celebraron reuniones del Comité Lomas en una sala de la escuela del barrio, un contexto más formal que las casas privadas donde Juanito Mora se reunía. La mayoría de los participantes eran profesionales: ingenieros, administradores, profesores y estudiantes de la universidad. Muchos comparten algún grado de conexión a través de la universidad o por militancia en el PAC. El Comité Lomas también se basó en las prácticas de organización características de las instituciones más formales. Después del referéndum, ante la insistencia de uno de sus integrantes más activos (un administrador de profesión), el Comité se embarcó en un complejo proceso de definición de valores compartidos y prioridades políticas para crear una declaración de misión. Aunque esta idea de realizar una declaración de misión fue sin duda influenciada por las prácticas organizacionales de las empresas y organizaciones no gubernamentales, el proceso también fue conscientemente horizontal y participativo.

 

Los participantes aplicaron y reelaboraron modelos de relaciones profesionales, de una manera no muy diferente de cómo Juanito Mora adaptó modelos de amistad. Mientras que las prácticas formales de la organización en contraste con las prácticas más informales de discusión Comité Juanito Mora, el intento de definir el Comité como una organización con una misión y valores explícitos fue paralelo a la adopción de Juanito Mora de un nombre histórico: ambos eran gestos hacia la formalidad que establece el Comité como una entidad única y duradera bajo principios que ellos mismos habían decidido.

 

 

Diciendo ”NO”: negación y participación

 

La participación catalizada por la campaña NO tenía un tono combativo: muchos de los activistas de los comités valoraban las tácticas de protesta “en la calle” (tales como huelgas, marchas y bloqueos de carreteras) y buscaba fomentar una cultura de ciudadanía basada en el reclamo de derechos sociales. Esta combatividad estuvo vinculada con dos más aspectos de la participación en el NO: una relación antagónica con “SÍ” y el papel de la negación como la base común para la organización.

 

La negación era una característica sobresaliente del movimiento que, después de todo, se unieron a decir “no” (al TLC). Las consecuencias de este simple hecho fueron trascendentales. La negación facilitó la creación de una forma de participación política descentralizada y horizontal, precisamente porque proveía un objetivo común para aglutinar una coalición diversa. La negación tiende naturalmente a ser combativa, ya que uno está tratando de negar el deseo o proyecto de algún otro, pero, en este caso, la negación del TLC era parte de una relación antagónica con rastros más grandes. El NO negaba al TLC, pero también se definía a sí mismo en oposición a lo que pensaban que el SÍ representaba: la dominación de una clase política corrupta y venal; subordinación a los Estados Unidos, sus transnacionales y sus valores materialistas; avaricia y egoísmo; falta de solidaridad y sensibilidad ambiental. El NO se autodefinía como la auténtica expresión política del virtuoso pueblo en lucha contra todo esto.

 

Por una parte, en el transcurso de la campaña del referéndum, los participantes en los comités, por lo menos en el Área Metropolitana de San José, comenzaron a identificarse con el “NO”. Antagonismo al SÍ informó el desarrollo de esta incipiente identidad compartida, ayudando a articular una coalición heterogénea y descentralizada, al proporcionar una base común de identificación entre grupos que no necesariamente había sentido anteriormente que compartían una lucha común: ambientalistas, campesinos, educadores, electricistas y técnicos de teléfonos.

 

Por otra parte, este antagonismo movilizaba y motivó la participación. Las mismas personas que decían que “la gente ya se había despertado” se levantaban de la cama antes del amanecer para un día de tocar puertas. El poder afectivo de antagonismo fue notable en los temas y lemas de la campaña del NO: “no tengas miedo”/”no tenemos miedo”, o en otras palabras, el SÍ estaba tratando de ganar a través de la intimidación y el miedo. Están mintiendo: “no comas cuento” y “sí guevón”. La lucha contra el Cafta es una defensa de la nación contra una fuerza invasora empeñada en la dominación y explotación; “es la hora Juanito Mora”, y mientras que el NO estaba motivado por la solidaridad, patriotismo, amor al país y sus compatriotas “mi corazón dice ‘no’”; los del SÍ eran caracterizados como personas poco éticas que buscaban solo su propia ganancia, “vendepatrias”. Ante todo esto, el NO era la auténtica voz de la nación; “Costa Rica dice NO al TLC”.

 

El antagonismo era parte de la política participativa creada por el NO. La reunión de iguales para la cooperación y la deliberación informaba una identidad antagónica de participación que inspiraba la esperanza de recuperar y renovar la soberanía popular. El ejercicio autónomo de la agencia política dentro de una colectividad más amplia imaginada como un “despertar” creaba la posibilidad de una revitalización del imaginario democrático. El NO se hizo significativo por la acción colectiva de sus protagonistas, y también en la oposición y contraposición al SÍ.

 

¿A dónde se va después del “no”?

 

Como hemos visto, los comités surgieron en el contexto de un desafío a las instituciones de representación política, un proceso que los llevó de la protesta a referéndum. Durante y después del proceso de referéndum, la política del antagonismo y de la negación continuaba dando forma a la participación que los comités practicaban. En esta sección final, considero cómo este antagonismo se manifestó en los desafíos que el movimiento enfrentaba en pasar de una política reactiva de NO a una política proactiva en la estela del referéndum.

 

Después del referéndum: lucha y pedagogía política

 

El 7 de octubre de 2007, los votantes aprobaron la ratificación del TLC, 51.6 a favor y 48.4 por ciento en contra. Aunque se había llevado a cabo el referéndum para lo que se habían organizado originalmente, la mayoría de los comités seguían reuniéndose durante al menos unos meses después a la votación, y algunos seguían por un periodo mucho más largo. Muchos en el NO cuestionaron la legitimidad del proceso del referéndum, y se organizaron protestas contra la docena de leyes dizque necesarias para que Costa Rica se adecuara al TLC10. Las movilizaciones más grandes fueron convocadas por los sindicatos del ICE, pero también hubo protestas sobre las cuestiones de derechos indígenas, propiedad intelectual y el medioambiente. Sin embargo, como la aprobación de la agenda de implementación llegó a parecer inevitable, los comités cada vez más giraban su atención a la organización de sus propios vecindarios o en solidaridad con comunidades particulares (Rayner, 2008). Esto implicó a menudo luchas para exigir mayor acceso a infraestructura y servicios; la construcción de un puente peatonal, mejores servicios de autobús, defender el acceso al agua potable, o el derecho de no servir como basurero para residuos municipales.

 

Uno de los aspectos interesantes de la política de lucha en los barrios es que a menudo tenía un lado explícitamente pedagógico: activistas de los comités quisieron interceder en lo que se entendía como una cultura del clientelismo (a la cual culpaban por la aprobación del TLC) fomentando una ciudadanía más luchadora que podría poner demandas al gobierno. Querían que la gente viera la infraestructura y los servicios como derechos que se les debían a ellos en lugar de regalos que se podría conceder discrecionalmente y a cambio de apoyo político. Al fin y al cabo, esperaban que una ciudadanía más combativa sería capaz no solo de demandar bienes locales, sino de detener, revertir y superar la ola del neoliberalismo. Este proyecto de “pedagogía política” pone de relieve el concepto contestatario de participación de los comités.

 

Al mismo tiempo, junto con los esfuerzos para crear una ciudadanía más contestataria, eran expresiones de otro tipo de deseo social: promover la solidaridad, el cuidado colectivo y el bienestar. Lucha, cooperación y cuido no eran necesariamente proyectos contradictorios: la acción colectiva requiere solidaridad, y el punto, de hecho, fue proteger el estado social que se entendía como un fundamento del bienestar colectivo. Además, también hubo intentos de fomentar relaciones de cooperación y comunidad: mediante la creación de cooperativas de alimentos, organización de cursos de agricultura urbana hidropónica, patrocinio de danzas folklóricas, o, como en el caso de Juanito Mora, una caminata por la paz en conmemoración de un niño del barrio que había sido trágicamente asesinado por una bala perdida. Estas iniciativas pueden entenderse también como extensiones de los esfuerzos para crear nuevas formas de relación dentro de los comités. Revelan el deseo de ir más allá de la oposición hacia el fomento de nuevos tipos de relaciones. Estas iniciativas surgieron al mismo tiempo que los participantes en los comités comenzaron a discutir los límites del “NO” como un principio de organización, particularmente en su capacidad de atraer a nuevos integrantes en sus barrios.

 

Democracia participativa para la escala nacional

 

En reiteradas ocasiones, protagonistas del NO intentaron reunir a los comités en grandes foros deliberativos para decidir colectivamente el futuro del movimiento. La incertidumbre que surgió, una vez que el concreto “NO al TLC” había pasado, exigió un nuevo foro para la deliberación y toma de decisiones si el movimiento libremente integrado fuera a seguir compartiendo su camino. Si nada más, la casi victoria en el referéndum parecía demostrar la fuerza potencial que proveía la unidad. Asimismo, había la experiencia de empoderamiento de participar con eficacia en un movimiento descentralizado, participativo. Personas que habían participado en los comités sintieron que pudieron influir en el curso de la historia y, con ello, un sentido renovado de agencia política. El sueño de crear un movimiento unido de los comités fue también un sueño de crear una nueva forma de hacer política, una frase que se escuchaba con frecuencia durante este período, y que seguía resonando después.

 

fig3.psd 

 

Los participantes trataron de extender el carácter no jerárquico y participativo de los comités a estas iniciativas para escalas más grandes, pero la tarea era compleja. Una vez que se eliminó la causa unificadora de oposición al TLC en el referéndum, surgieron diferencias sobre la dirección del movimiento a futuro. Lealtades partidistas se volvieron más sobresalientes. Los comités afirmaron el valor de su autonomía. La torpeza de los foros más grandes hizo lentos y difíciles los procesos de deliberación y de la toma de decisiones. Asimismo, los participantes en el movimiento tenían altas expectativas para lograr cambios concretos en las políticas, sobre todo en las políticas nacionales. Por último, la falta de un proyecto más amplio producía tensiones y frustraciones dentro de los propios comités. Sobre todo, este fue un grupo de personas que se comprometió a transformar la nación (y a veces como parte de una transformación más grande de la región). Sin un movimiento más grande que podía prometer esto, la motivación se disminuyó.

 

En el contexto de la rápida implementación de Cafta después del referéndum y el acercamiento de las elecciones de 2010, disminuyó la paciencia para procesos lentos y deliberativos. Se empezó a escuchar que el NO necesitaba un líder carismático, y que había que “tomar el poder [del Estado]” para que el movimiento tenga un impacto real, meta que el 48 ½ por ciento de los votos contra el Cafta hacía parecer alcanzable.

 

fig4.psd 

 

Después de los comités: partidos y protestas

 

A partir del 2008, un número de activistas de diversos comités comenzaron a discutir la posibilidad de una coalición electoral entre todos que habían apoyado al NO. Aunque no parezca a primera vista, esta iniciativa fue una respuesta al dilema de cómo mantener los comités como una red descentralizada capaz de trabajar en conjunto en un proyecto político transformador común. La idea de una coalición electoral fue imaginada como una iniciativa que podría unir los filamentos dispares del NO — ya sean dentro o fuera de los comités, militantes o simpatizantes pasivos. Tal coalición, era de esperar, recrearía la unidad y la claridad de la oposición en el referéndum. Igualmente importante, muchos en los comités vieron un esfuerzo electoral unido como la estrategia más efectiva de oposición al “neoliberalismo”; como la esperanza de oponerse con éxito a la implementación del TLC a través de la protesta se había decaído, activistas de los comités a menudo argumentaron que solo tomando el control del gobierno era psoible realizar un cambio significativo.

 

Al mismo tiempo, habían sido inspirados por su colaboración en los comités a imaginar nuevas posibilidades para una política más participativa, un conjunto de deseos que se incorporaron a los planes para un nuevo tipo de organización electoral. Los autores de este proyecto proponían que la coalición sería organizada según los principios que la diferenciaran de las prácticas estándares de la toma de decisiones en los partidos electorales. Los activistas de los comités argumentaron que debían poner fin a las prácticas jerárquicas como la nominación de los candidatos por los líderes del partido “a dedo” y propusieron que la plataforma se decidiera colectivamente por la base a través de la deliberación. El impulso hacia una coalición y las críticas de la práctica partidista mostraron las huellas de la experiencia de participación en los comités, incluyendo el proceso horizontal y participativo de deliberación y toma de decisiones, y la experiencia de haber trabajado estrechamente con seguidores de otros partidos a una casi victoria en el referéndum contra probabilidades aparentemente abrumadoras.

 

La transformación participativa del sistema partidista no ocurrió de la manera que imaginaban los activistas de los comités. Sin embargo, para las elecciones de 2014, el PAC se democratizó internamente de manera significativa y pasó a ganar la Presidencia con un liderazgo renovado. El más izquierdista Frente Amplio también surgió como una fuerza electoral importante, a todas luces fuertemente arraigado en el movimiento del NO y las redes que se había construido alrededor de ello. Al visitar en el 2014, encontré varios de los comités que había trabajado en 2007-9 (incluyendo Juanito Mora) trabajando como militantes del Frente Amplio para la elección. Se organizaron reuniones en el mismo sentido participativo con las que se habían trabajado en los comités.

 

De igual importancia, campañas de protesta también continuaron reuniendo a los participantes en el movimiento, incluso después de que la mayoría de los comités había dejado de reunirse como tal. Estas iniciativas incluyeron protestas contra la mala gestión del sistema público de salud y pensiones, una exitosa lucha en contra de la concesión de una carretera, y una campaña exitosa contra una mina de oro en la comunidad de Crucitas, que dio lugar a una declaración presidencial prohibiendo toda minería a cielo abierto. Aunque estas campañas de protesta seguían basadas principalmente en la negación, han movilizado exitosamente la participación ciudadana para hacer reclamos efectivos de poder público.

 

Conclusión

 

Por una parte, en contraste con muchos ejemplos de la “participación” contemporánea, los comités patrióticos crecieron “hacia arriba” y “hacia fuera” (horizontalmente) desde una matriz de protesta y no “hacía abajo” desde una lógica de planificación y gobernabilidad. Por otra parte, protagonistas de los comités entienden la importancia de la participación en términos contestatarios, como forma de permitir a la gente hacer demandas a un sistema político corrupto para la defensa del medioambiente, para la prestación de los servicios públicos y para la sostenibilidad del estado social. Un sentido de antagonismo a la élite política y económica motivaba la participación y ayudó a formar a la identidad colectiva del “NO”, mientras que la organización horizontal y participativa que facilitaba la participación fue habilitada por la lógica unificadora de la negación del TLC.

 

Muchas de las características de los comités como espacios de participación reflejaban este contexto contestatario. pComo eran en gran parte fuera de —antagónicos a — las organizaciones establecidas de gobierno y de sociedad política, pudieron (en realidad fueran obligados a) ejercer agencia en la praxis social creativa de hacer los comités. Sin embargo, la descentralización y dependencia del movimiento a la negación también tendían a limitar sus opciones a la oposición, ya sea a través de las protestas o a través de la campaña por un voto “no”, por lo menos cuando se organizaron en una escala más grande. Como resultado, los comités eran resistentes a la cooptación, pero propenso a la disolución.

 

Los protagonistas de los comités eran conscientes de estos límites. Querían construir algo perdurable que mantendría su aumentada agencia política e incluir las comunidades y las instituciones del estado social en proyectos de cuido y la promoción del bienestar colectivo. De diversas maneras—organizando en sus barrios, trabajando para construir partidos políticos alternativos— intentaron pasar de la posición reactiva de negación a una política más proactiva, mientras que preservaran la forma horizontal y participativa que habían desarrollado en el proceso de lucha contra el TLC.

 

A la luz de estos argumentos, ofrezco algunas reflexiones como modo de conclusión. En primer lugar, el ideal participativo sufre si la lucha contestaría y combativa se retira de la imagen y se reduce a la consulta o deliberación, que es la tendencia marcada en algunas formulaciones contemporáneas (gubernamentales) de la participación (Paley, 2001, 2008; véase también, Hauptmann, 2001; Mouffe, 2009). La deslegitimación de la lucha contestataria es consistente con otras características del momento contemporáneo: una “ideología de armonía” que niega antagonismos (Mattei y Nader, 2008; Nader, 1990), la propagación de una métrica despolitizada de “mejores prácticas” (Brown, 2014) y la militarización de la policía y la criminalización de la protesta (Deshman et al., 2013). El problema es que mientras que la contención es siempre una parte necesaria de la vida colectiva, tiene una importancia particular en una sociedad estratificada por clases, donde los requisitos de la acumulación se enfrentaron constantemente contra el bien público, y lo tiene más que nunca en estos tiempos, cuando el concentrado capital privado se ha fortalecido enormemente y aún los gobiernos con una orientación más popular están susceptibles a ser captados por el poder de la clase dominante. Mientras que el movimiento contra el TLC fue incapaz de detener que el tratado transfiera poder al capital transnacional y socave los derechos sociales, sin una oposición combativa no habría habido ni siquiera un debate sobre el TLC. Tampoco habría tenido un referéndum —un punto ignorado por los partidarios del TLC que celebraron el plebiscito como un ejercicio de soberanía popular mientras deslegitimaron a la oposición a Cafta como subversivos peligrosos (véase Rayner [2014])

 

Al mismo tiempo, los límites de la política de negación reflejan el hecho de que la contención solo lo lleva uno a cierto punto. Además, el compromiso de los comités para fomentar la participación contestataria fue acompañado por expresiones de deseo para relaciones más cooperativas y el cuido colectivo en los barrios y a través de las instituciones del Estado nacional. Otros han señalado que los límites del “paradigma contestataria” para entender la política participativa (o ‘horizontal’) en América Latina contemporánea (Sitrin, 2012). Después de una extensa revisión comparativa de los casos Brasil, Brian Wampler (2007) argumenta que los ejemplos más exitosos de la presupuestación participativa combinan la polémica con la cooperación. Aunque estos parecen ser los resultados contingentes, un Estado que alienta a los ciudadanos a participar en sus propios términos, a través de algo más que negligencia benigna y menos que ventriloquia, parece ser una demanda emergente de los muchos de los movimientos sociales latinoamericanos contemporáneos; véase, por ejemplo, Fernandes (2010).

 

El empuje de algunos de los protagonistas de los comités para crear un nuevo tipo de partido político participativo presenta otra posibilidad (véase también Williams [2008]). Sin embargo, también vale la pena mantener en cuenta que la calidad de la participación es un punto de relativamente poca importancia si esta gran arena de acción social y material que llamamos la “economía” está protegido por la ley de demandas democráticas, algo que el movimiento del NO vio con mucha claridad.

 

 

Agradecimientos

 

Estoy agradecido con el Wenner Gren Foundation y al National Science Foundation (de los Estados Unidos) por su apoyo generoso a la investigación que resultó en este artículo. De igual forma, agradezco a los activistas de los comités por su apertura y generosidad conmigo, y a todos los que han leído y comentado en las varias iteraciones de este proyecto en el transcurso de su evolución.

 

 

Referencias bibliográficas

 

Abers, R. (1999). Practicing Radical Democracy: Lessons from Brazil. Plurimondi, I(2), 67-82.

Alvarez, S. E., Dagnino, E. y Escobar, A. (1998). Introduction: The Cultural and the Political in Latin American Social Movements. En S. E. Alvarez, E. Dagnino y A. Escobar (eds), Cultures of Politics, Politics of Cultures: Re-Visioning Latin American Social Movements (pp. 1-29). Boulder, Colorado: Westview.

Arendt, H. (2013). The Human Condition (2nd Edition). Chicago: University of Chicago Press.

Brown, W. (2014). Benchmarks, Best Practices and the Post-Saddam Transformation of Iraqi Agriculture. Ponencia presentada en el Spring 2014 Anthropology Program Colloquia, Graduate Center, City University of New York.

Deshman, A., Ennarah, K., Pol, L. y Welch, J. (eds). (2013). ‘Take Back the Streets’: Repression and Criminalization of Protest around the World. Nueva York: International Network of Civil Liberties Organizations (INCLO).

Campos, D. y Raventós, C. (2005). Combo del ICE en el momento culminante de las protestas. Sondeo telefónico 24-25 de marzo del 2000. Revista de Ciencias Sociales, (106-7), 35-43.

Cortés, A. (2008). Los límites del referendo sobre el TLC como instrumento de participación política en Costa Rica. Revista de Ciencias Sociales, 121, 31-47.

Edelman, M. (1999). Peasants Against Globalization: Rural Social Movements in Costa Rica. Palo Alto: Stanford University Press.

Fernandes, S. (2010). Who Can Stop the Drums?: Urban Social Movements in Chávez’s Venezuela. Durham: Duke.

Flórez-Estrada, M. y Hernández, G. (eds). (2004). TLC con Estados Unidos: contribuciones para el debate. San José: Universidad de Costa Rica.

García, A. y Mora, S. (2008). La representación de los actores sociales del referéndum en la prensa escrita: La Nación y Dario Extra. Revista de Ciencias Sociales, 121, 89-105.

Gill, L. (2000). Teetering on the Rim: Global Restructuring, Daily Life, and the Armed Retreat of the Bolivian State. New York: Columbia University Press.

Grisaffi, T. (2013). ‘All of us are Presidents’: Radical Democracy and Citizenship in the Chapare Province, Bolivia. Critique of Anthropology, 33(1), 47-65.

Hauptmann, E. (2001). Can Less be More? Leftist Deliberative Democrats’ Critique of Participatory Democracy. Polity, 33(3), 397-421.

Juris, J. S. (2012). Reflections on #Occupy Everywhere: Social media, public space, and emerging logics of aggregation. American Ethnologist, 39(2), 259-279.

Lehoucq, F. (2005). Costa Rica: Paradise in Doubt. Journal of Democracy, 16(3), 140-154.

Lehoucq, F. (2006). Different Times, Different Demands. Journal of Democracy, 17(2), 165-7.

MacIntyre, A. (2013). Dependent Rational Animals: Why Human Beings Need the Virtues. Chicago: Open Court.

Martínez, J. (2004). Participación ciudadana e implicaciones para la democracia. En M. Flórez-Estrada y G. Hernández (eds), TLC con Estados Unidos: contribuciones para el debate (pp. 37-58). San José: Universidad de Costa Rica.

Mattei, U. y Nader, L. (2008). Plunder: When the Rule of Law is Illegal. Malden, MA: Blackwell.

Menjívar, M. (2013). El referéndum de las calles. Lucha social y reforma del Instituto Costarricense de Electricidad (Costa Rica 2000). Diálogos, 13(2), 1-47.

Mouffe, C. (2009). The Democratic Paradox. New York: Verso.

Nader, L. (1990). Harmony Ideology: Justice and Control in a Zapotec Mountain Village. Palo Alto: Stanford University Press.

Nugent, D. (1997). Modernity at the Edge of Empire: State, Individual, and Nation in the Northern Peruvian Andes, 1885-1935. Redwood City, CA: Stanford University Press.

Nugent, D. (2008). Democracy Otherwise: Struggles over Popular Rule in the Northern Peruvian Andes. En J. Paley (ed.), Democracy: Anthropological Approaches (pp. 21-62). Santa Fe, NM: School for Advanced Research Press.

Paley, J. (2001). Marketing Democracy: Power and Social Movements in Post-Dictatorship Chile. Berkeley: University of California Press.

Paley, J. (2008). Participatory Democracy, Transparency, and Good Governance in Ecuador: Why Have Social Movement Organizations at All?. En J. Paley (ed), Democracy: Anthropological Approaches (pp. 147-166). Santa Fe, NM: School for Advanced Research Press.

Pateman, C. (1970). Participation and Democratic Theory. New York: Cambridge University Press.

Pearson, T. W. (2009). ‘Life is not for sale!’ Environmentalism, Civil society, Anti-neoliberal politics (Unpublished doctoral dissertation). State University of New York at Binghamton, Nueva York, Estados Unidos.

Polletta, F. (2004). Freedom Is an Endless Meeting: Democracy in American Social Movements. Chicago: University of Chicago Press.

Raventós, C. (2008). Balance del referendo sobre el TLC en Costa Rica a la luz de la teoría de la democracia. Revista de Ciencias Sociales, 121, 13-29.

Raventós, C. y Campos, D. (2005). Combo del ICE después de las protestas. Segundo Sondeo Telefónico entre el 15 y el 25 de Mayo del 2000. Revista de Ciencias Sociales, 106-107, 45-53.

Raventós, C., Fournier, M. V., Ramírez, O., Gutiererz, A. L. y García, J. R. (2005). Abstencionistas en Costa Rica: quiénes son y por qué no votan?. San José: Universidad de Costa Rica.

Rayner, J. (2008). Vecinos, ciudadanos y patriotas: los comités patrióticos y el espacio-temporalidad de oposición al neoliberalismo en Costa Rica. Revista de Ciencias de Sociales, 121, 71-87.

Rayner, J. (2014). A New Way of Doing Politics: The Movement against CAFTA in Costa Rica (Unpublished doctoral dissertation). CUNY Graduate Center, Nueva York, Estados Unidos.

Razsa, M., y Kurnik, A. (2012). The Occupy Movement in Žižek’s hometown: Direct democracy and a politics of becoming. American Ethnologist, 39(2), 238-258.

Roseberry, W. (1994). Hegemony and the Language of Contention. En G. Joseph y D. Nugent (eds.), Everyday Forms of State Formation: Revolution and the Negotiation of Rule in Modern Mexico (pp. 170-208). Durham: Duke University Press.

Rovira, J. (2007). El Sistema de Partidos en Devenir. En J. Rovira Mas (ed.), Desafíos Políticos de la Costa Rica actual (pp. 109-36). San Jose: Universidad de Costa Rica.

Sandbrook, R., Edelman, M., Heller, P. y Teichman, J. (2007). Social Democracy in the Global Periphery: Origins, Challenges, Prospects. New York: Cambridge University Press.

Santos, B. de S. (2007). Democratizing Democracy: Beyond the Liberal Democratic Canon. New York: Verso.

Santos, B. de S. y Avritzer, L. (2007). Introduction: Opening up the Canon of Democracy. B. de S. Santos (ed.), Democratizing Democracy: Beyond the Liberal Democratic Canon (pp. xxxiv-lxxxiv). New York: Verso.

Seligson, M. A. (2002). Trouble in Paradise? The Erosion of System Support in Costa Rica, 1978-1999. Latin American Research Review, 37(1), 160-185.

Segura, R. y Coronado, J. (2008). El movimiento social costarricense y la lucha contra el Tratado de Libre Comercio: balance y conclusiones del proceso. San José: Comisión Nacional de Enlace (CNE).

Sitrin, M. (2006). Horizontalism: Voices of Popular Power in Argentina. Oakland, CA: AK Press.

Sitrin, M. (2012). Everyday Revolutions: Horizontalism and Autonomy in Argentina. Londres: Zed Books.

Sojo, C. (2004). Líneas de tensión: gestión política de la reforma económica. El Instituto Costarricense de Electricidad (ICE) y la privatización de empresas públicas. Políticas Sociales, 94, 3-57.

Solís, M. A. (2002). Entre el cambio y la tradición: el fracaso de la privatización de la energía y las telecomunicaciones en Costa Rica. Revista de Ciencias Sociales, 95, 33-48.

Spalding, R. J. (2014). Contesting Trade in Central America: Market Reform and Resistance. Austin: University of Texas Press.

Ureña, P. (2002). La nueva batalla de ‘Rivas’ y del ‘General Viejo’. En B. Acevedo, C. Monge, R. Vargas y R. J. Guadamuz (eds), Cuento mi experiencia en la lucha por el ICE (pp. 139-157). Heredia, Costa Rica: EUNA.

Wampler, B. (2007). Participatory Budgeting in Brazil: Contestation, Cooperation and Accountability. University Park: Pennsylvania State University Press.

Williams, M. (2008). The Roots of Participatory Democracy: Democratic Communists in South Africa and Kerala, India. New York: Palgrave MacMillan.

Zibechi, R. (2010). Dispersing power: Social Movements as Anti-State Forces. Oakland, CA: AK Press.

Zolberg, A. R. (1972). Moments of Madness. Politics and Society, 2(2), 183-207.

 

 

 

Cuadernos de Antropología

Enero-Junio 2017, 27(2)

 

Revista del Laboratorio de Etnología María Eugenia Bozzoli Vargas

Escuela de Antropología, Universidad de Costa Rica

http://revistas.ucr.ac.cr/index.php/antropologia

ISSN 2215-356X

 

licencia.jpg 

1 Este documento fue originalmente publicado en la revista Etnofoor en el año 2014 (26[2], 11-32), bajo el título When Participation Begins with a ‘NO’. How Some Costa Ricans Realized Direct Democracy by Contesting Free Trade.

2 El tratado se conoce en inglés como Cafta o DR-Cafta, por Dominican Republic-Central American Free Trade Agreement. El hecho de que se conoce en Costa Rica como el TLC, a pesar de los múltiples tratados de libre comercio que el país ha firmado, indica el significado y peso del tratado para el país. (De manera inversa, es un porcentaje muy reducido de las personas de los Estados Unidos que han escuchado de Cafta. Normalmente tengo que explicar que es “como Nafta, pero para Centroamérica).

3 Más allá de este sentido general de la agencia colectiva activada, tradiciones distintas definen el bien de participación de maneras distintas. Por una parte, “participación” es promovida como una forma de gobernanza eficaz, ya que proporciona acceso a una piscina más grande y más diversa de información e ideas, o porque se dice que los gobernados son más propensos a acatar las políticas si han contribuido a su formación. Por otra parte, “participación” puede ser entendido de manera más contestataria como el medio por el cual los ciudadanos reclaman y defienden a sus intereses frente a las elites políticas o económicas. En sus formas más y menos combativas, “participación” ha sido tratada como un bien en sí mismo, porque se realizan ciertas potencialidades humanas, o por las subjetividades y comunidades que constituye (Arendt, 2013; Pateman, 1970; véase también MacIntyre, 2013). Una consecuencia sería si todo el mundo parece estar de acuerdo con que la participación es buena, sin embargo, no es necesariamente claro para qué lo es. Esto es parte de su utilidad retórica: la ambigüedad del término permite trascender determinados contextos y apelar a públicos múltiples, es un significante vacío/flotante que puede servir a proyectos políticos diferentes, incluso contradictorios. Mientras que la tradición liberal elitista que veía la participación como una amenaza al gobierno bueno y ordenado, o incluso como una puerta de entrada al “totalitarismo”, parece estar fuera de la moda ahora; no está claro qué implica realmente la popularidad contemporánea de “participación”.

4 Desde luego, en su sentido más básico, participar es simplemente “formar parte de” alguna actividad (colectiva), un concepto muy general. En el uso, el término ha adquirido una gama de connotaciones y significados más específicos, distinciones a veces marcadas con modificadores que apuntan directamente a una u otra formación discursiva de circulación global: ahora tenemos “participación política” y “participación comunitaria”, así como “democracia participativa”, “desarrollo participativo” y “presupuestos participativos”. Cada uno de ellos invoca su propia constelación de imaginarios sociales y deseos, regímenes de conocimiento y profesionales expertos.

5 Lo importante es que, a pesar de la naturaleza polisémica de la participación en la práctica, es la promesa del ideal participativo lo que hace de ella una herramienta potencialmente poderosa de cooptación y control. La crítica realmente existente de esta, ya sea académico y popular, normalmente señala el divorcio entre la participación de los ciudadanos-sujetos, por un lado, y el desarrollo y la realización de sus capacidades como agentes, por el otro, así como la traición de la promesa participativa que el divorcio implica. Julia Paley (2001), por ejemplo, destaca cómo el discurso sobre la democracia y la participación desmovilizaron lo que era una comunidad altamente organizada y políticamente activa en Santiago, Chile.

6 Con excepción de las figuras públicas o entrevistas citadas, todos los nombres son seudónimos.

7 Notablemente ausentes eran los empleados de las más grandes empresas del sector privado vinculados con el sector transnacional de importación y exportación.

8 En mi experiencia, así se caracterizaba incluso a los movimientos muy de base, como aquellos en contra de la criminalización y el encarcelamiento masivo.

9 Hago hincapié en el análisis de Francesca Polletta (2004) de los movimientos sociales de los Estados Unidos, donde ella discute cómo estos se ajustan a la novedad de la democracia participativa mediante la adaptación de modelos familiares de sociabilidad provenientes de otras áreas de la vida (amistad, religión, educación). Desarrollo con más detalle cómo los protagonistas de los comités también emplearon modelos conocidos en mi tesis de doctorado (Rayner, 2014).

10 Los requisitos exactos del TLC fueron una cuestión de interpretación jurídica y siempre cuestionables.