Memoria histórica del movimiento campesino de Chalatenango (Colección Estructuras y Procesos, vol. 50). Carlos Benjamín Lara Martínez. (2018). El Salvador: Universidad Centroamérica José Simeón Cañas

Luis Rodríguez

Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera Sur (Cimsur), Chiapas, México

lurodri@unam.mx

Cuadernos de Antropología

Julio-Diciembre, 2020, 30(2)

DOI: 10.15517/cat.v30i2.42012

Recibido: 26-05-2020 / Aceptado: 07-06-2020

Revista del Laboratorio de Etnología María Eugenia Bozzoli Vargas

Centro de Investigaciones Antropológicas, Escuela de Antropología, Universidad de Costa Rica

ISSN 2215-356X

Introducción

En años recientes, el tópico de la Memoria Histórica ha vivido cierto resurgimiento político y académico. Desde luego, en lo político “Una multiplicación fulgurante del uso de la palabra “memoria” estampada en acciones públicas (…) se trata de un simulacro” (Schmucler, 2019, p. 431).

En cambio, la importancia académica se estampa en, además del que más adelante se reseña, cinco libros más con este eje: Casaús (2019) y Soriano (2019) sobre Guatemala; La Casa de Todas y Todos (2018) [La Casa, en adelante] sobre México, así como los de Arfuch (2018) y Schmucler (2019) sobre Argentina. Es en este concierto que debemos ponderar la obra que aquí comento.

Estructura y contenido del libro

El libro Memoria histórica del movimiento campesino de Chalatenango se encuentra confeccionado en ocho capítulos, siete ricamente documentados y las conclusiones, que están divididos en dos partes; a los que se suman una introducción y el prólogo a cargo del Dr. Andrés Fábregas Puig. La primera parte, conformada por los capítulos II al V, está dedicada a la etnohistoria de la región de estudio; mientras que, la segunda parte, dos capítulos, documenta los diálogos de la memoria histórica y los analiza como un sistema de normas y valores que prevalece en los marcos culturales chalatecos.

La introducción es una apretada síntesis del marco teórico-metodológico construido por Lara para su estudio, sustentado en cinco autores (Halbwachs, Nora, Jelin, Candau, Ricoeur) y vinculados a ellos, tres para fines metodológicos (Alejos, Bajtin y Voloshinov) lo cual hace de fácil comprensión para sus lectores qué es la Memoria Histórica. La tarea de presentar un marco interpretativo también lo hace Arfuch, aunque se trata de dos matrices teóricas distintas: Lara desde el análisis y la etnografía del discurso con una visión muy clásica de la antropología de la totalidad sociocultural; Arfuch desde las corrientes feministas de la sociología y los estudios culturales, que hace énfasis en el paso al “giro afectivo”. Posicionamiento, por cierto, apreciado en la fórmula “lo personal es político”1.

En las antípodas, los libros de Casaús, La Casa y Schmucler no tienen preocupación en establecer modelos de análisis. No obstante, cabe destacar que el último va prodigando pistas, orientaciones, dudas sobre qué es y para qué de la memoria a lo largo y ancho de los ensayos reunidos; mientras en los trabajos reunidos por Soriano se hacen densas discusiones sobre la verdad histórica y la validez metodológica del testimonio y la memoria, pero sin ofrecer un modelo común en la obra y de utilidad para futuras investigaciones.

El Capítulo I. El Contexto Social es un marco histórico contextual en el proceso de transformación de la sociedad salvadoreña y también marca una diferencia junto con el libro de La Casa. En este, el ensayo introductorio de Neil Harvey sitúa el contexto relevante de los documentos reunidos. En ambos, el lector encontrará esa guía que le facilita comprender los porqués de aquello que se va presentando en la obra (documentos, testimonios, relatos “pasadas”, etc.); mientras que en los otros libros, el lector descubre de manera directa, en los testimonios y memorias, el contexto que comparten los seis libros. En su tiempo y espacio particular, guerrillas, contrainsurgencias y conflictos político-militares que aspiraban a la transformación social, pero dejaron una profunda huella de violencia.

Para abordar la Primera parte. Etnohistoria de Guarjila y San Antonio los Ranchos, recurro al poeta tapatío (es decir, oriundo de Guadalajara, Jalisco, México) Ricardo Castillo, quien, en La Oruga (1988), afirma:

Cuánto vale lo nuevo que trae tu impulso de ser hombre

Si la historia resulta ser el producto de preservativos ingeniosos

y trampas de vacuidad

Con esto introduzco que el lector no encontrará las descripciones románticas del campesinado, ni sus épicos levantamientos que han generado la imaginación y la imaginería de esos «preservativos ingeniosos» que buscan analizar y/o convivir con lo exótico y los subalternos, siempre en resistencia al régimen neoliberal; pero si encontrará el proceso organizativo del movimiento campesino y el surgimiento de una conciencia revolucionaria (capítulo II). Tampoco, tropezará con los grandes mitos sobre el guerrillero, las épicas batallas revolucionarias, el avance del socialismo; pero si el proceso que siguió el conflicto político-militar, la represión y el refugio en Honduras (capítulo III).

En lugar de imaginerías, visiones románticas o mitos, el autor recupera relatos y sueños de los protagonistas de estas historias. Nos permite un viaje por los espacios y tiempos de personas reales que cuentan sus vidas, su historia, sobre hechos que presenciaron o de los que incluso fueron protagonistas; que son conocidos dentro y fuera de la región estudiada; sin que la exclusión de esos hechos culturales -visiones románticas y mitos- quiera decir que no existan visiones utópicas. Desde luego que las hay y son abordadas (sin expresamente argumentarlo) al más puro estilo de Varela (2005), es decir, como el componente ideológico y aspiracional que conduce u orienta el comportamiento político.

Desde luego, una parte de esas aspiraciones era el retorno, documentado en el cuarto capítulo. Demuestra esas aspiraciones flotando en el discurso, pero no como algo etéreo, sino como guía a las acciones que llevan a los habitantes de las localidades de estudio a organizar el retorno, la reconstrucción y el establecimiento de las instituciones que les permitan -afirma el autor- “un nuevo tipo de sociedad y cultura” (pp. 21).

En ese sentido, lo que el lector encontrará son esas narrativas del “nuevo impulso de ser hombre”, los motivos de ser un guerrillero o “enmontañarse” y las de ser auténticos revolucionarios. Desde luego, son los discursos de la memoria histórica los que desde mi punto de vista liberan a los semicampesinos de las “trampas de vacuidad” y como afirma Fábregas Puig en su prólogo, le dan a la sociedad salvadoreña “una sorprendente capacidad para levantarse frente a la adversidad y construir nuevos enlaces sociales” (pp. 8).

En la etnografía del discurso presentado por Lara se expresan dos grandes aspiraciones a lo largo de esta primera parte: frente a la violencia y opresión, el deseo de justicia y, frente a la desposesión y desigualdad, la necesidad de poseer tierras.

Desde luego, reconocemos a través de Lara Martínez, y aquí un importante aporte a la antropología salvadoreña y centroamericana, que esas interpretaciones ya sean coherentes, divergentes y hasta contrapuestas, son legítimas creaciones de quienes vivieron e hicieron la vida en lo que hoy vemos como una región. Son instituciones, relatos, ideas que parten de diferentes presentes recorriendo simultáneamente direcciones opuestas en el tiempo, para formar la historia de los pueblos cuyos avatares nunca han perdido su imprecisión (campesinos, pequeños agricultores, semicampesinos que viven influidos por el sistema capitalista mundial), pero que luchan por mantener sus formas de vida, su identidad y sus lógicas culturales (capítulo V). Los campesinos del oriente de Chalatenango son, somos, al fin de cuentas, partes de una totalidad sociocultural.

La segunda parte corresponde a un análisis estructural del discurso y de los rituales en relación con las masacres y los de repoblación. Aquí me es útil Milan Kundera, quien en su novela La lentitud (1996) nos expresa en su particular manera, pues se acerca a la filosofía sin serlo, y establece una relación entre la memoria y el olvido, como lo que corresponde a la relación entre la lentitud y la rapidez, puesto que “la velocidad es la forma de éxtasis que la revolución técnica ha brindado al hombre” (pp. 10) y, por ello, conduce al rápido olvido.

En las antípodas del olvido, Lara presenta, en el Capítulo VI Diálogos de la memoria, la estructura discursiva de las narrativas que van desde las hazañas guerrilleras, hasta las nuevas prácticas en el repoblamiento producto de los procesos organizativos durante el refugio, como lo son los trabajos comunitarios, la organización y la educación popular; pasando por las masacres y narraciones de creencias populares como el nagualismo. Todo ello, con lentitud, pasando y repasando sucesos a través de las preguntas que guían los testimonios recolectados.

En La dimensión ritual, título del capítulo VII, establece el análisis semiótico de las relaciones causales del tipo expresado por Kundera; en este caso, muerte es a opresión lo que opresión es a terror y vida es a la libertad lo que esta es a, y requiere, sacrificio. Aunque hay un gran contenido religioso en los rituales y en sus respectivas cadenas interpretativas, no deja pasar los significados que se construyen en actividades más mundanas, como son los torneos de futbol que se organizan en las conmemoraciones. Asimismo, demuestra como el torneo implica competencia por ganar y la convivencia intercomunitaria, lo que es a la reproducción de valores individualistas de la sociedad capitalista contemporánea y a los valores comunitarios lo que el autor llama un nuevo tipo de sociedad y cultura.

Mirada crítica a la obra

La lectura de este libro no es, ni será a sus futuros lectores, un desafío pequeño. Por un lado, al ser una obra voluminosa. En mi punto de vista, se trata de dos tipos de análisis que constituyen dos libros sobre la memoria; pero entiendo que mantenerlos unidos se trata de su insistencia por su perspectiva de totalidad sociocultural. Por otra parte, es metodológicamente fiel a la noción de etnografía del discurso; entonces, hay largos relatos de situaciones con gran crudeza e incomprensible -a la vista del presente- de la violencia y terror en un contexto de guerra.

En ese mismo factor, descubrimos que Lara responde al reto etnográfico de una observación detenida de personas y sus historias. No obstante, los descubrimientos de memorias y testimonios de participación en guerras son prácticas que se asocian con posesión y dominio colonial, pero en esta obra ni en la de La Casa se denota la reflexión ético-política de la que nos previenen los libros de Soriano, Arfuch y Schmucler, sobre si la indagación de la memoria de los sujetos es una forma de violencia. Desde luego, el grado superlativo de la violencia se encuentra en la “muerte ontológica” perpetrada contra los sujetos sociales y a quienes los vuelve a enfrentar los trabajos de la memoria y la recolección de testimonios que, al final, servirá para la utopía que seguían: alcanzar algo de justicia social. Este es el rasgo aspiracional más delicado, su “por qué”, según la perspectiva de Schmucler, Arfuch y Casaús.

Exhorto a la lectura

Memoria histórica del movimiento campesino de Chalatenango es un libro que debe ser leído no solo por aquellos interesados en las expresiones campesinas y revolucionarias de los movimientos sociales y de la Antropología en El Salvador, pues viene a llenar un vacío, total o parcial, de otros estudiosos (Almeida, 2017; Burrell y Moodie, 2015); sino también por aquellos interesados en los procesos de reconstrucción y las aspiraciones que guían las acciones de la población en lo denominado “neocomunidades”.

Aunado a lo anterior, estamos frente a un libro que en el concierto de las publicaciones recientes sobre memoria histórica se destaca por su rigor científico. Construye su propio modelo teórico-metodológico que sigue a lo largo de su análisis. De igual forma, tiene un objetivo claro: documentar y analizar -tanto en forma como en contenido- la pluralidad de discursos sobre la historia en una región acotada desde una perspectiva de totalidad sociocultural, lo cual no implica que la aísla de las dinámicas de cambio. Todo ello como resultado de un sostenido esfuerzo antropológico de más de una década por comprender y aportar nuevos conocimientos sobre el conflicto político-militar en El Salvador a través de testimonios de los participantes.

Desde luego, las publicaciones recientes son de distinta manufactura. Excepto el editado por La Casa de Todas y Todos, un híbrido entre el análisis y la documentación; el resto se sustenta metodológicamente en testimonios. Los de Lara, Soriano y Casaús acuden al testimonio del “otro”. Mientras que Arfuch y Schmucler tienen un carácter más autobiográfico y se elaboran a partir de conferencias, ensayos, intervenciones en paneles de discusión, entre otros; Casaús se destaca por sus compromisos y el uso de los testimonios en su apoyo a los procesos políticos y el juicio contra Efraín Ríos Montt y Mauricio Rodríguez Sánchez. La apuesta de la autora es lograr, con ese aporte, condiciones para una sociedad “democrática y que respete la pluralidad étnica, de género, etaria y de clase”; pero se queda en el camino incompleto que marca Schmucler sobre el ejercicio de la memoria para la justicia y un utópico cambio.

En este complejo panorama de ideas y propósitos, solo los trabajos de Lara y Schmucler trascienden una discusión que resulta banal si solo se inserta en el debate político y es (o debería ser) un posicionamiento epistemológico del investigador: desde la memoria no es susceptible la definición y es imposible lograr la verdad como un valor único y unitario. Hay verdades, historias, interpretaciones diversas que también cambiarán desde la coyuntura del presente en la cual se recuerde.

Lo que une a estos trabajos es que nos hablan del “espíritu” de una época en El Salvador, Guatemala, Argentina y México; pero que es parte de la historia latinoamericana. Documentan períodos difíciles de flujos y reflujos de la violencia; no solo como un hecho material, sino como la escalada de un sentimiento que esa era la única salida posible entre los diferentes actores.

Exhorto, pues, a la lectura de esta obra por permitirnos entrever que esas historias no solo han servido para modificar el presente de los semicampesinos del Oriente de Chalatenango y combatir la vacuidad y el olvido de los que nos hablan, en sus propios lenguajes y discursos -Ricardo Castillo y Milan Kundera-, sino por recordarnos que la mayor responsabilidad política es procurar un vivir que admita alguna esperanza y, como bien advierte Schmucler: “Nada más importante, si se piensa en sostener el mundo, que lograr su permanencia como [una ética de la] memoria” (2019, p. 146); y complementará Lara que se aporta algo al futuro: concepciones y valoraciones que hacen posible la construcción de un nuevo tipo de sociedad y cultura.

Referencias bibliográficas

Ahmed, S. (2015). La política cultural de las emociones. México: UNAM.

Almeida, P. (2017). Olas de movilización popular: movimientos sociales en El Salvador, 1925-2010. El Salvador: UCA.

Arfuch, L. (2018). La vida narrada. Memoria, subjetividad y política. Argentina: Eduvim.

Casa de Todos y Todas, La. (2018). Cruce de caminos: luchas indígenas y las Fuerzas de Liberación Nacional. México: La Casa de Todas y Todos.

Casaús, M. E. (2019). Racismo, genocidio y memoria. Guatemala: F & G editores.

Castillo, R. (1988). El pobrecito señor X. La oruga. México: FCE.

Burrell, J. L., y Moodie, E. (2015). The Post-Cold War Anthropology of Central America. Annual Review of Anthropology, 44(1), 381-400.

Kundera, M. (1996). La lentitud. España: TusQuest.

Schmucler, H. (2019). La memoria, entre la política y la ética. Textos reunidos de Héctor Schmucler (1979-2015). Buenos Aires: Clacso.

Soriano, S. (coord.). (2018). Guatemala en la memoria. México: UNAM.

Varela, R. (2005). Cultura y poder. Una visión antropológica para el análisis de la cultura política. México: Anthropos y UAM-I.


1 Al igual que Ahmed (2015), Arfuch destaca que las emociones no son estados psicológicos, sino prácticas culturales que se estructuran socialmente a través de circuitos afectivos. Eso es un problema cultural, ya que lo mismo facultan que incapacitan para la acción social.