Una aproximación a los sistemas de cultivo en las regiones bioculturales colombianas

Marlyn P. Maca Sanchez

Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), Puebla, México

marlynpatriciamacas@gmail.com

Cuadernos de Antropología

Enero-Junio 2023, 33(1)

DOI: https://doi.org/10.15517/cat.v33i1.52703

Recibido: 10-10-2022 / Aceptado: 29-03-2023

Revista del Laboratorio de Etnología María Eugenia Bozzoli Vargas

Centro de Investigaciones Antropológicas (CIAN), Universidad de Costa Rica (UCR)

ISSN 2215-356X

Resumen: El sistema de cultivo, referido en Colombia como la huerta, es un lugar donde se cultiva una diversidad colosal de alimentos, y se hallan imbricados pensamientos, prácticas, lenguajes, ritmos, tiempos, así como formas de convivencia social, establecidas desde una lógica propia. Este artículo presenta una sistematización en torno a los sistemas de cultivo, y se ejemplifica etnográficamente con el caso particular de las huertas andinas en Figueroa, departamento del Cauca. El enfoque acogido en la siguiente investigación es el etnográfico, está sustentado en la revisión cuidadosa de aportes teóricos y metodológicos, realizados principalmente desde áreas disciplinares como las Ciencias Naturales y la Antropología. Se identifica que las unidades de producción son espacios biodiversos, los cuales han sido adaptados con base en las condiciones orográficas, los climas y las dinámicas culturales, aunado a que su nombre varía en cada región, en muchos casos en virtud de la lengua materna de las comunidades que habitan dichos territorios, asimismo, se objetivan, técnicas y saberes empleados, con una suerte de matices en cada porción geográfica.

Palabras claves: Agricultura; cosmovisión; huerta; biodiversidad; regiones bioculturales.

An approach to cultivation systems in Colombian biocultural regions

Abstract: The cultivation system, referred to in Colombia as the vegetable garden, is a place where a colossal diversity of food is cultivated, and intertwined thoughts, practices, languages, rhythms, times, as well as forms of social coexistence, established from a logic of their own. This article presents a systematization around the cultivation systems and is exemplified ethnographically with the particular case of the Andean orchards in Figueroa, department of Cauca. The focus of the following research is ethnographic, it is based on a careful review of theoretical and methodological contributions, mainly from disciplinary areas such as natural sciences and anthropology. It is identified that the production units are biodiverse spaces, which have been adapted based on orographic conditions, climates and cultural dynamics, although its name varies in each region, in many cases by virtue of the mother tongue of the communities that inhabit these territories, likewise, the techniques and knowledge used are objectified, with a kind of nuances in each geographical portion.

Keywords: Agriculture; worldview; vegetable garden; biodiversity; biocultural regions.

Introducción

Colombia está constituida por seis regiones bioculturales (Caribe, Pacífica, Orinoquía, Amazonía, Andina e Insular), posee geografías complejas y una enorme diversidad biológica, advierte Rangel (2015): “es uno de los dos países del globo con mayor biodiversidad. Es el segundo en especies de plantas con flores. En helechos, en musgos y en líquenes es el país más rico a nivel neotropical” (p. 197). Acercarnos a la gran pluralidad ecosistémica encontrada en dichas regiones requiere verla e interpretarla en términos de sus estadios biofísicos y culturales (Escobar, 2010); igualmente, a partir de la interdependencia inmanente alrededor de estos contextos. En el marco de esta colosal riqueza ambiental y cultural, hallamos una articulación con la agrobiodiversidad, cuyos estudios realizados son amplios y vigentes; se han llevado a cabo principalmente desde áreas disciplinares como: las Ciencias Naturales, la Ingeniería Agrícola, la Agroecología, el Desarrollo Rural y la Antropología.

El presente artículo formula como pregunta guía: ¿En qué sentido las huertas en el contexto colombiano constituyen lugares de producción agrícola, cuyos haceres articulan pensamientos y prácticas, es decir expresan una cosmovisión? Frente a dicho interrogante, se intenta demostrar que la huerta es el lugar donde los campesinos llevan a cabo la praxis agrícola, la cual vincula de forma compleja un conjunto de prácticas sustentadas por un profundo e imbricado significado, lógica, valor, emotividad, que guía o restringe cómo, cuándo y dónde sembrar. Aunado, es un hacer que expresa el cuidado y la defensa de la vida. Se realiza un ejercicio de sistematización y análisis en torno a los sistemas de cultivo, denominados como huertas, en los cuales se identifica una serie de atributos, ya que se le reconoce “altamente diversificado, tradicional y frecuente en las unidades productivas, principalmente por la producción constante de alimentos, que aseguran a las familias un abastecimiento regular y una dieta variada (…)” (Montenegro, Lagos y Vélez, 2017, p. 57). Interesa resaltar, de manera específica, dos expresiones que guardan especial interés, a saber, los pensamientos y la diversidad de prácticas agrícolas, es decir su cosmovisión; sin embargo, ello no impide el reconocimiento de matices relativos a la economía campesina, las combinaciones de cultivos, la soberanía alimentaria, las prácticas curativas o saberes medicinales ancestrales, los cuales se hallan articulados en muchos casos.

El enfoque metodológico acogido en la siguiente investigación es el etnográfico, está sustentado en la revisión cuidadosa de aportes teóricos y metodológicos, realizados principalmente desde áreas disciplinares como las Ciencias Naturales y la Antropología. Conexo, los datos recopilados en torno a las huertas y la praxis agrícola en la región Andina, específicamente el departamento del Cauca, Figueroa, son producto del trabajo de campo, el cual se realizó durante seis meses, en el período de agosto del 2021 a enero del 2022, tiempo en el que viví en la comunidad. Opté por asumir el rol de etnógrafa ayudante-acompañante en el lugar-huerta, pues es el escenario donde los campesinos realizan acciones muy concretas relacionadas con el calendario agrícola y la siembra de frijol y maíz, aunado a que representa el espacio de colaboración familiar también, se identifican de manera activa aquellas expresiones de la cosmovisión campesina. Este ejercicio de coparticipación me permitió entender sus pensares y haceres. Con el propósito de comprender y lograr un acercamiento a la perspectiva de los interlocutores, y una comunicación entre distintas reflexividades, me apoyé en aquellas herramientas que abonan a la sistematización del reconocimiento vía la convivencia, empleé las técnicas de observación participante, entrevistas directas, y entrevistas etnográficas.

El trabajo etnográfico y la revisión de las investigaciones desarrolladas permiten reconocer las huertas como lugares donde se objetivan un cúmulo de prácticas y pensamientos, acorde con los nichos ecológicos. De modo que habrá tipos de cultivos, formas, lógicas, dinámicas organizativas, usos del territorio, a partir de las condiciones geográficas: selváticas, aridez, llanura, serranía, cayos e islotes. Por ello, interesa presentar los hallazgos resaltando las seis regiones bioculturales de Colombia, donde habitan pueblos indígenas hablantes de lengua materna, campesinos y afrodescendientes. Se realiza especial énfasis desde el trabajo etnográfico en la región Andina, concretamente en Figueroa, Cauca. Procedemos a presentar primero, la chagra, característica de la región Amazónica; posteriormente, las rozas, apain o yüja, región Caribe; seguidamente, las fincas, hatos de la región Orinoquía, los patios caseros o parcelas y walks, representativos de la región Insular; luego, los huertos caseros y azoteas, situados en la región Pacífica. Por último, la huerta desde los Andes, sur colombiano, también, denominada por los indígenas nasa como thul y en el pueblo misak, referida como yatúl.

Aportes teóricos

Los estudios realizados en torno a las huertas se han llevado a cabo desde diversas áreas disciplinares y perspectivas teórico-metodológicas. Se reconocen las contribuciones de la etnobiología, donde se sitúan las interrelaciones ambiente-humano y formas de manejo de los recursos vegetales en los sistemas agrícolas. Galvis, Ordoñez y Sanabria (2022), a partir de los elementos conceptuales-metodológicos de la etnobiología, resaltan la biodiversidad albergada en las huertas, con base en los saberes locales, “y las caracteriza como unidad económica de autoconsumo, banco genético in situ, y reflejo de la identidad cultural de grupos humanos en relación con la naturaleza” (p. 4). En este sentido, se identifica en estos enclaves su importancia en el ámbito socioeconómico, puesto que influye en la diversificación de las prácticas agrícolas de autoconsumo, venta de productos y trabajo. También, su relevancia biológica como posibilitadora del flujo de agrobiodiversidad-germoplasma; asimismo, en el estadio cultural, en la conservación e intercambio de saberes y prácticas, vinculados a las labores agrícolas y trueque de semillas.

La agroecología comprende la huerta tradicional como un agroecosistema, proveedor de alimentos, cuyas dinámicas de manejo y uso de plantas, animales y hongos, están en vínculo con su producción y reproducción, en concomitancia con la esfera social, económica, política y cultural de las familias, y la generación, así como apropiación de tecnologías. Siguiendo lo expresado por Leff (2004), la agroecología también es una respuesta a los modelos agrícolas depredadores, y se configura como un campo de conocimientos prácticos para una agricultura más sustentable, orientada hacia el equilibrio ecológico del planeta, como un mecanismo de autosubsistencia y seguridad alimentaria de las sociedades rurales.

Igualmente, Mariaca, Jácome y Martínez (2007), reconocen la importancia de la huerta en la alimentación de las unidades domésticas; al mismo tiempo, es el mayor santuario de agrobiodiversidad, puesto que se encuentran cientos de especies domesticadas, y en proceso de domesticación, que coexisten, las cuales varían en virtud de las condiciones ecológicas, económicas, y los valores culturales. Aunado, es el espacio de reproducción social, cultural y simbólica que contribuye a la construcción de la identidad de quienes cultivan cotidianamente y habitan en él.

Franco y Valero (2011), enfatizan que el huerto casero tradicional, llamado por la comunidad indígena Nasa, thul, es un escenario de producción ancestral, el cual tiene como objetivo mantener un equilibrio entre el ambiente y el ser humano, a través de los haceres agrícolas. A su vez, denota un arquetipo de desarrollo alternativo, adaptado a las realidades locales, desde donde se fomenta la preservación de la biodiversidad, la soberanía alimentaria, los saberes ancestrales y la economía alterna. Por su parte, la perspectiva del pensamiento económico hegemónico, como bien advierte Luz Elena Santacoloma (2015), “defiende la agricultura empresarial o agroindustrial como la única capaz de responder a exigencias de competitividad y calidad propias de un mundo globalizado” (p. 39). Sobre ello, Friedmann y McNair (2008), aseveran que las cadenas transnacionales de suministro agroalimentario socavan los mercados locales y los agroecosistemas. Frente a ello, los campesinos han creado tácticas para adaptarse o encontrar conexiones alternativas para vender sus productos; asimismo, se reconocen experimentos que están surgiendo en los intersticios del sistema dominante.

De igual forma, encontramos la perspectiva del Análisis de Redes Sociales - ARS (Wasserman y Faust, 2013) para analizar las relaciones entre función y estructura de las huertas, y articular los factores socioambientales con los valores culturales, expresados en las relaciones de intercambio de simientes, plantas y saberes, que configuran movimientos de ida y vuelta. No obstante, los estudios vinculados a procesos de comprensión y análisis acerca de las formas de manejo de la agrobiodiversidad en huertas tradicionales, como señala Galvis, Ordoñez y Sanabria (2022), “se han caracterizado por la exclusión de variables afines con las condiciones y prácticas concretas del trabajo indígena en estructuras productivas, y su relación con la toma de decisiones frente a componentes económicos, ecológicos y la estructura social” (p. 5). Asimismo, advierte Ortiz (2013) que han sido poco abordados los conocimientos tradicionales y su complejidad; transformación e interacción con múltiples elementos del estadio ecológico y cultural. Desde la Antropología, el autor propone nuevas sendas teórico-metodológicas para entender las técnicas, conocimientos y saberes de los campesinos, constitutivos del sistema de producción agrícola vinculado a elementos de la modernidad.

En este sentido, a partir del trabajo etnográfico y ejercicio de análisis, entiendo la huerta como el lugar donde los y las campesinas llevan a cabo la praxis agrícola, lo cual representa un despliegue de múltiples prácticas, pensamientos, ritmos, tiempos y lenguajes. Este enclave posibilita comprender y aproximarnos a las complejidades de la vida, desde aspectos ambientales, así como culturales; a saber, permite analizar transformaciones, persistencias, así como resistencias, por ejemplo, vía a la conservación de plantas, saberes medicinales, semillas nativas, cultivos, intercambios y conocimientos astronómicos. La huerta es una suerte de laboratorio, donde sobresale el ingenio campesino, el cual tiene como referente la tradición heredada por los mayores, pero, de igual modo, experimenta, crea e innova. Los resultados obtenidos en dichos experimentos son compartidos con los miembros de la comunidad, vía las conversaciones familiares y vecinales, como forma de aprendizaje colectivo, lo cual contribuye al tejido social y ambiental, así como a la continuidad de la vida comunitaria.

La chagra, región Amazónica

En la Amazonía colombiana se encuentran diversas comunidades indígenas cuyo censo actual es inexacto. Uno de los grupos que se sitúa en esta región es el de los miraña, quienes habitan sobre la margen media del río Caquetá. La chagra es el lugar donde se cultivan los alimentos, es concebida como un espacio simbólico importante, está en diálogo profundo con el territorio y las reflexiones en torno a la alimentación. Cabe señalar que la materia prima alimentaria se obtiene de diversos lugares, a saber, la selva, los ríos, las quebradas, y las huertas o chagras. Estos nichos son usualmente frecuentados por los hombres y las mujeres quienes conforman la colectividad; “son ellas quienes diariamente se trasladan a sus plantíos o chagras o simplemente los circundan para realizar otras actividades que tienen que ver con las labores propias en la maloca: lavar los tubérculos recolectados, desangrar y preparar la carne, recolectar los frutos de temporada en el monte, etcétera” (Tapia, 2009, p. 47). Sin embargo, si bien la selva y el río posibilitan la provisión a las familias, no llegan a remplazar la diversidad de alimentos cultivados en dicha escala del territorio.

Señala este autor, que los trabajos al interior de la chagra tales como labrar, cosechar y preparar los alimentos, son tareas homologables a la labor ritual desempeñada por cualquier sabedor de la comunidad. La mujer chagrera es consciente que plantar la tierra significa no solo alistar el terreno y las plantas, que van a ser sembradas, sabe “ante todo, que su labor implica conocer las historias de creación de las principales especies vegetales cultivadas en la chagra; historias que se acompañan con cánticos, que hacen mención al ciclo vital de cada especie vegetal concebida como un ser viviente” (2009, p. 49). Pues, las historias y cantos permiten el crecimiento de tubérculos y frutos que constituyen este enclave; además, se reconoce el beneficio en el rendimiento de los alimentos, una vez que están en la maloca, la vivienda comunal; por ello, si una mujer desea tener buenas cosechas y contar con una buena dispensa de comida, debe ejercitarse en la praxis referida a las narrativas y coros.

El profesor Correa (2017), estudia al pueblo taiwano, grupo étnico del Vaupés, hablantes de lengua tukano, cuya población no sobrepasa los 200 individuos y se encuentra “en los ríos Pira-Paraná y Cananarí, afluentes del Apaporis, en grandes casas multifamiliares conocidas localmente como malocas, bajo un patrón lineal disperso”( p. 212). Su cosmovisión se halla centrada en un complejo conocimiento mítico, ceremonial y ritual en torno a la anaconda, padre ancestral de la cual la comunidad se concibe descendiente. Las chagras tienen un promedio de dos hectáreas, y el ambiente selvático les brinda una protección especial frente a las fuertes corrientes de vientos; asimismo, estos nichos tienen reducidos desniveles a fin de evitar la concentración de agua y la afectación de los cultivos. Estos lugares no son permanentes advierte Correa (2017), que luego de una o dos resiembras, conforme se observa la pérdida de peso y tamaño, de alimentos como la yuca, la comunidad deja descansar la tierra hasta que se restablezca, lo cual dura años. Cuando los espacios cercanos han sido utilizados, el indígena se desplaza hacia otras zonas limítrofes, donde cuenta con nuevos suelos para sus siembras y permite el descanso de los primeros; a su vez, aprovecha los materiales propios del medio como abono.

Al igual que el pueblo miraña, la mujer funge un rol fundamental en la siembra, así como en el cuidado y recolección de los cultivos. Al mismo tiempo, el hombre, señala Correa (2017), se encarga de la pesca y la caza, además de la obtención de alimentos silvestres, dichas prácticas permiten la subsistencia. Por otra parte, el modelo de apropiación del medio ambiente de los taiwano no solo se sustenta en relaciones económicas y saberes profundos sobre la naturaleza, también está vinculado de forma intrínseca con el relato mítico de Yeba y Yawira, el cual describe el origen de la chagra, donde a Yeba se le atribuye el dominio de la selva, encarna la gente del Monte. Yawira representa el ámbito de lo cultivado, es gente del río. La caracterización de estos opuestos complementarios gesta, como bien afirma Correa (2017), una relación de intercambio basada en la reciprocidad, que se evidencia, por ejemplo, en el vínculo profundo entre la gente del monte y la gente del río, lo silvestre y lo cultivado, los cuales se necesitan mutuamente, pues contribuyen al mantenimiento y reproducción de la vida. En este sentido, la chagra denota múltiples técnicas orientadas por saberes ancestrales, evidencia la interacción entre formaciones socioculturales y ecosistemas. En este lugar, los locales plasman su cosmovisión, configurada a través de procesos rigurosos de observación, vínculo y diálogo con los complejos nichos ambientales, como lo son la selva, los ríos, las quebradas, y las chagras.

Las rozas (apain o yüja), región Caribe

En esta región se encuentra la comunidad wayúu, uno de los pueblos indígenas mayoritarios de habla materna en Colombia, habita especialmente en la Guajira. Este departamento está divido en tres grandes territorios, “la alta, que es árido y de costa; el de la media, que es semiárido y alcanza a llegar hasta la serranía del Perijá, y el territorio de la baja, que alcanza a ser un poco más selvático que es parte de la serranía del Perijá y Montes de Oca” (Ramírez, 2005, p. 40). Los pobladores situados en las zonas áridas cultivan en medio del desierto; sobre ello, resaltan Cano, Van der Hammen y Arbeláez (2010), el hecho de que existan sembradíos en estos lugares, lo cual se interpreta “como señal de un amplio dominio cultural de los pueblos tradicionales sobre las condiciones ambientales, en este caso, del pueblo wayúu sobre la península de la Guajira” (p. 9). Si bien las huertas son espacios aparentemente naturales que imponen sus propias lógicas, ritmos (lluvias, sequías, truenos, etc.), también encontramos el actuar humano, exponente de pensares, formas creativas e ingenio, en medio de las condiciones más adversas, no solo para asegurar la continuidad de la vida, sino para externar el arraigo y la identidad con la tierra.

La comunidad siembra en las rozas (apain o yüja), espacios dedicados a la agricultura. Cabe señalar que la comunidad wayúu tiene presente diversos factores al momento de elegir la roza. Se advierten tres formas básicas: “por sueños, porque se sembró ahí de antiguo y porque se ve que la tierra es buena” (Cano, Van der Hammen y Arbeláez, 2010, p. 55). En los diversos casos es menester pedir permiso y consejo a los mayores, quienes poseen sabiduría sobre los mensajes de los sueños, saben también las características de las tierras buenas y las historias de los lugares.

La cosmovisión wayúu refiere a dos personajes mitológicos principales relacionados con la naturaleza y su pensamiento, los cuales constituyen principios opuestos y complementarios; uno de ello es Juyakai, que significa lluvia; y el otro Pulowis, refiere a seres femeninos que habitan en los lugares sagrados o pülasu, y “son la personificación de la sequía que emana del suelo, y están asociadas con las estaciones secas (Jemaia y Jouktale’u) de enero hasta marzo y de junio hasta septiembre” (Cano, Van der Hammen y Arbeláez, 2010, p. 48). Los microclimas tienen una incidencia directa sobre los tipos de rozas tradicionales, especialmente en relación con la disponibilidad de agua, a saber:

Se pueden diferenciar al menos cinco tipos de rozas: rozas de invierno, de verano, de arroyo, de monte o permanentes, de jagüey o laguna […] La más común de los tipos de roza es la llamada «de invierno», de hecho se encuentra en todas las zonas estudiadas, y su práctica consiste en la activación de la productividad agrícola de la roza solamente en tiempos de lluvia (Cano, Van der Hammen y Arbeláez, 2010, pp. 53-54).

Las rozas de arroyo se perciben en lugares, aunque, con algunas variaciones, y se establecen huertos al interior del cauce de los riachuelos que se forman a partir de las lluvias. El tercer tipo de roza se halla exclusivamente en la Makuira, donde el cultivo se da sobre el arroyo de forma permanente, existiendo el riesgo de que, en tiempos de fuertes precipitaciones, las altas crecientes arrasen las siembras. Otra forma corresponde al cultivo constante en la montaña, “sin cercado, y de grandes extensiones, ubicado fuera de los arroyos, pero en las que se aprovecha la humedad relativa del ambiente” (Cano, Van der Hammen y Arbeláez, 2010, p. 54). Están las rozas que utilizan reservorios de agua; por ejemplo, lagunas artificiales, empleadas para impulsar los cultivos en tiempos de sequía o verano. En torno a estas diversas formas de sistemas de cultivo sobresalen conocimientos concomitantes con el ciclo anual y condiciones físicas, propias del territorio, los cuales orientan las prácticas agrícolas de la comunidad wayúu, realizadas cautelosamente en vínculo con la tradición cultural, donde tanto mujeres como hombres fungen un rol participativo en el marco de los múltiples trabajos en las rozas.

Las fincas y hatos, región Orinoquía

Chaura (2012), refiere que en esta región se identifican considerables extensiones de tierra y sabana, las cuales operan bajo la figura de fincas donde se cultivan alimentos como: arroz, soya, piña, caucho, palma africana, pino, maíz, plátano, patilla, yuca, cítricos y árboles maderables, entre otros. Los hatos corresponden a espacios destinados a la cría de ganado bovino, porcino, caprino, equino, avícola y piscícola. Un aspecto cultural importante en esta escala territorial son los cantos de domesticación, señala Pérez, pues son comunes en el trabajo llanero, y es usual que “estén acompañados o se complementen con diferentes expresiones sonoras como los gritos, silbos, japeos (interjecciones para arrear, llamadas así a partir de una de ellas, ¡japa!) O llamadas (la llamada consiste en repetir una palabra varias veces para que un animal llegue a donde se le requiera)” (Pérez, 2014, p. 45). Estos sonidos tienen como finalidad atraer la atención y generar una comunicación entre el cuidador y los animales, aunque no solamente este recurso es empleado con el ganado bovino, igualmente se llaman a los cerdos y perros.

Pa echarle la sal también lo llamo (al ganado), esa es otra cosa que tengo yo, yo llego y golpeo el pozuelo y le digo tooooooooomá, tomá, tomá, tomá toooooooomá, y golpéele ese pozuelo y eso de los tres días en adelante que usted le eche sal ese ganado donde oyen el grito ahí llegan (Cholagogue. Trinidad, Casanare) (en Pérez, 2014, p. 46).

Estas expresiones y cantos se escuchan en los diferentes espacios, las fincas, los hatos, los caminos y los corrales; y están cargados de historia y de tradición, configuran el ser llanero. Chaura (2012) señala que la mayor parte de la actividad llanera está sustentada en la explotación agrícola y pecuaria, así como petrolífera.

La siembra de Palma africana, caucho, pino, piña y algunos cultivos transitorios para ensilaje y compostaje han superado las expectativas del mercado regional logrando superar los porcentajes de producción que datan de años anteriores. La producción pecuaria liderada por la explotación de ganadería bovina, porcícola, avícola y piscícola […] (2012, p. 79).

Por otra parte, en el marco de los Acuerdos de Paz, se han llevado a cabo algunos proyectos productivos, uno de ellos ha estado vinculado con la implementación de huertas caseras; es el caso por ejemplo de las familias de Mapiripán en el Meta, quienes han sido víctimas del conflicto armado, y en sus territorios están sembrando ahuyama, cilantro, maíz, plátano, pepino, tomate, papaya, cebolla larga, maracuyá, yuca, frijol, pimentón y albahaca. Esta región ha sido afectada por la presencia de diferentes actores armados y colonos, quienes han despojado y amenazado durante años a las comunidades, si bien han logrado una recuperación de su territorio ancestral, el miedo y las amenazas aún persisten, lo cual ha afectado diversos estadios de la vida, entre ellos el referido a la alimentación, Meris Maldonado expresa:

Los colonos nos han quemado los pequeños cultivos de yuca y batata. Cuando el hambre desespera nos vamos para el pueblo a buscar qué comer. En esa travesía llevo desde que era chiquita. Ojalá el gobierno saque rápido a esa gente y nos garantice la seguridad. Para una madre es horrible ver a los hijos llorando por comida (Semana Rural, 2019).

A manera de recapitulación, podemos decir que, en la región Orinoquía, la escala territorial donde se realizan las actividades agrícolas y pecuarias son llamadas como fincas y hatos, y corresponden a grandes extensiones de tierra en las que coexisten algunos sembradíos; aunando, se identifican especialmente monocultivos y zonas ganaderas. Las expresiones, cantos que emplean los cuidadores para comunicarse con los animales, tienen un rol fundamental, manifiestan aspectos históricos y culturales del ser llanero. También, se identifican las fuertes implicaciones del conflicto armado, los desplazamientos, las frecuentes amenazas, que inciden en las labores agrícolas, la alimentación y la vida de las comunidades que habitan dichos territorios.

Los patios caseros o parcelas y walks, región Insular

El archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina se encuentra situado en el Caribe suroccidental colombiano; ha sido habitado ancestralmente por el pueblo raizal, es parte del complejo cultural anglo-africano, puritano y de habla creole. Laura Gutiérrez (2019) argumenta que la producción agrícola en dicha región es viable; de igual forma, culturalmente necesaria para garantizar la soberanía alimentaria de las islas, puesto que está sustentada en el profundo conocimiento de la biodiversidad agrícola local, el manejo sostenible de los suelos y el agua; asimismo, se vinculan saberes sobre el autoconsumo y el abastecimiento de mercados locales. La comunidad distingue dos espacios donde se llevan a cabo las labores agrícolas y se desenvuelven los quehaceres del campo:

Los sitios de biodiversidad agrícola son los patios caseros o parcelas de las y los agricultores de San Andrés. Los sitios de biodiversidad silvestre –denominados walks por el pueblo raizal– son aquellos lugares públicos y privados donde se encuentra cierta abundancia de plantas alimenticias como escuelas, hospitales, iglesias, lotes abandonados o sitios de conservación ambiental (Gutiérrez, 2019, p. 212).

Sin embargo, la isla reporta la pérdida de semillas de frutas como el mango y la sandía nativa, “resistentes a la sequía, lo cual es preocupante sobre todo en escenarios de cambio climático. Así mismo, se ha interrumpido ampliamente el intercambio de semillas y alimentos entre el pueblo raizal y los que habitan a lo largo de la costa y en las demás islas del Caribe” (Gutiérrez, 2019, p. 222). Si bien hay un esfuerzo por parte de los agricultores y algunas entidades en la conservación de la diversidad agrícola, y son la razón de que dicha tradición aún se preserve pese a las dificultades, señala de forma atinada Gutiérrez (2019): “Esta producción debe ser apoyada y fomentada desde el Estado y los sectores no agrícolas de la isla (como el turismo), por su importancia para la soberanía alimentaria local, y por ser una producción orgánica familiar de alta calidad y relevancia cultural” (p. 222).

Se observa en la región Insular dos lugares en los que se desarrolla la práctica agrícola, a saber, los patios caseros o parcelas y walks, este último corresponde a espacios públicos y privados como: escuelas, iglesias, lotes, etc., donde se hallan plantas alimenticias. Se advierte que la isla es un caso que refleja la pérdida de seguridad y soberanía alimentaria, pues ya no se encuentran semillas de árboles frutales resistentes a las sequías, tampoco el intercambio de alimentos y simientes, lo cual está vinculado al colonialismo interno y al olvido del Estado colombiano.

Los huertos caseros y azoteas, región Pacífica

La región Pacífica está constituida por el departamento del Chocó, Valle del Cauca, Cauca y Nariño. También es el territorio de muchos pueblos afrocolombianos, donde los huertos caseros se componen de diversos cultivos, árboles frutales, plantas medicinales, herbáceas y en ocasiones animales, cuyos cuidados se dan especialmente a través de la participación de los miembros del núcleo familiar; los productos cultivados coadyuvan a satisfacer las necesidades de subsistencia. Al respecto, Mosquera, Escobar y Moreno (2011) advierten que los huertos han sido implementados por la mayoría de los pobladores de la región del Alto Atrato chocoano. La existencia de dichos espacios data de épocas inmemoriales y corresponden a sistemas agroforestales tradicionales. Una de sus características es la complejidad de su estructura y las diversas funciones que en él se encuentran. Además de aportar a la alimentación de las unidades domésticas, contribuyen a la medicina tradicional y la realización de ritos mágico-religiosos locales.

Barrios y Sánchez (2018) realizaron una investigación en la zona media del San Juan, Chocó, la cual fue contextualizada desde los fundamentos de la agroecología. Reconocen la importancia de los huertos tradicionales en la agrobiodiversidad, conocimiento ancestral, conservación in situ, seguridad y soberanía alimentaria; consideran que la preservación de estos nichos aportaría al mejoramiento y visibilidad de la dieta alimenticia, así como en la salud y la nutrición. De igual modo, se identifican en el departamento del Chocó las características de los Huertos Caseros Mixtos: disponibilidad de variedad de alimentos todo el año, prácticas tradicionales, mano de obra familiar, biodiversidad, fuente de educación y transmisión de saberes en la oralidad (2018, p. 10).

Este reservorio ha sido la base de la seguridad alimentaria en las comunidades; de igual forma, ha posibilitado el ingreso de algunos recursos económicos. Se advierte que: “los efectos benéficos de la asociación de las diversas especies, promueve el uso eficiente de nutrientes, mejor utilización de la luz solar y alta diversidad, por lo que requiere de bajos o nulos insumos externos para su funcionamiento” (Monzón, 2018, p. 2). La variedad de cultivos característicos de los huertos en esta región lo convierten en una despensa donde se pueden encontrar una amalgama de alimentos, plantas medicinales, leña y frutas. La mayoría de productos que genera este enclave son empleados para la manutención, pero tienen una importancia en la continuidad cultural de los habitantes de la cuenca del Atrato.

Se identifican iniciativas para recuperar la práctica ancestral de cultivar en las azoteas, lo cual estaba desapareciendo en la costa Pacífica del Cauca. Dicha tradición agrícola está sustentada en el cultivo de especias y plantas medicinales, expresa Pacheco (Semana Rural, 2018), que era preservada por pocas abuelas campesinas. Desde hace 23 años, Teófila Betancur ideó la forma de recuperarla y junto con sus amigas y vecinas creó la Fundación Chiyangua, la cual promueve, entre aproximadamente 400 familias, la siembra en dichos espacios.

El resultado de esta iniciativa es que en los municipios de Guapí, Timbiquí y López de Micay, la gente ya no usa los cubos de caldo para sazonar las comidas, sino que volvieron a condimentar con albahaca blanca y negra, chiyangua, cilantro cimarrón y orégano cultivado por ellos mismos. La red comercializa las especias y hierbas aromáticas cultivadas en las terrazas –de manera ciento por ciento orgánica– en diversos municipios del occidente del país. Además de recuperar una tradición, la idea terminó siendo una fuente de ingreso para miles de familias (Semana Rural, 2018).

La azotea es donde la comunidad cultiva; corresponde a “huertas elevadas construidas sobre canoas o troncos de palma, generalmente se ubican en áreas expuestas al sol, al viento y a la lluvia, en estos sitios la humedad es poca, el suelo es abonado con tierra de hormiga” (Vásquez y Restrepo, 2013, p. 49). Este nicho es comprendido como la fuente principal de remedios, las plantas que crecen pueden ser frescas o calientes, aunque la mayoría se consideran calientes debido a su fuerte olor. El trabajo realizado es llevado a cabo principalmente por las mujeres; no obstante, hay hombres que participan en él. Los huertos caseros y las azoteas en la región Pacífica son espacios en los que se hallan imbricadas la conservación in situ, la seguridad y la soberanía alimentaria y el conocimiento ancestral; ello se expresa, por ejemplo, en los saberes médicos tradicionales que tienen las mujeres en relación con las plantas y sus efectos terapéuticos. Igualmente, ha sido un lugar recuperado, como es el caso de la costa Pacífica del Cauca, donde, además de permitir volver al uso de alimentos locales en la preparación de las comidas, ha posibilitado a las familias un sustento económico, a partir de la siembra de especias y hierbas aromáticas que son vendidas en diferentes municipios situados en el occidente del país.

La huerta

Thul y yatúl, región Andina

El territorio andino está surcado por tres ramales septentrionales de los Andes: la Cordillera Oriental, la Cordillera Central y la Cordillera Occidental. Las huertas en el sur andino se sitúan cerca de la vivienda, y se cultivan una diversidad de plantas alimenticias, medicinales, árboles frutales y maderables. Los trabajos agrícolas son realizados especialmente por miembros del núcleo familiar. El thul o huerto casero, desde la cosmovisión del pueblo indígena Nasa, es un escenario donde toman lugar mitos, rituales y leyendas, “en el cual se da origen a la vida por medio de la siembra de semillas y cosecha de alimentos para el sostenimiento de cada familia” (Franco y Valero, 2011, p. 8). Por su parte, el pueblo originario misak concibe la huerta o yatúl como un espacio donde los aprendizajes sobre las plantas, se encuentran vinculados con el plano espiritual y tienen un rol fundamental, ya que configuran saberes en torno al cuidado de la vida, la naturaleza y el territorio.

La agricultura desde los Andes es comprendida como una práctica ancestral imbricada con el proyecto del “buen vivir”, característico de los pueblos originarios que aún permanecen en nuestros días, sustentado en mantener un equilibrio entre la naturaleza-vida y el ser humano. El proyecto de vida se constituye de diversas propuestas, como lo es la praxis agrícola, la cual ha fungido un rol fundamental en el sostenimiento de la vida de las comunidades. Ha denotado no solo cuestionamientos al modelo de la agroindustria multinacional, sino también, como bien asevera Gutiérrez (2011), aporta elementos para imaginar y construir otras economías, donde la producción de los alimentos no es una mercancía, por el contrario, garantiza “la reproducción social y el bienestar colectivo a partir de principios de solidaridad, reciprocidad, sostenibilidad ambiental y formas de democracia de base y autogobierno” (p. 59). Estas prácticas se fundamentan en pensamientos, valores, sentires, técnicas específicas y relaciones armónicas con la naturaleza. Esta lógica contrasta con las hegemónicas capitalistas, basadas en la acumulación de recursos monetarios, la ganancia en períodos cortos, la comprensión de la naturaleza como un medio o instrumento y no un fin en sí mismo, y la preponderancia de los “conocimientos científicos” frente a otras epistemologías divergentes.

La huerta, Figueroa, Cauca

El corregimiento de Figueroa está ubicado al occidente del municipio de Popayán, adscrito al departamento del Cauca, sur colombiano, forma parte de la región Andina (Figura 1). La comunidad cuenta con una población aproximada de 1850 habitantes, y se halla conformada por 4 sectores: Aguacatal, Pueblo Nuevo, Sector Centro, y el Sector Bajo. Las porciones del territorio antes referidas están constituidas por lugares específicos vinculados intrínsecamente. Es un enclave que lejos de entenderse aislado se encuentra interpenetrado por la dinámica global. Las actividades campesinas se realizan desde las primeras horas del día, al rayo de sol, básicamente a partir de la fuerza de cada individuo, apoyados por implementos como el machete, el azadón, el hacha, la pica, la carreta, la pala y el palín. No predomina la maquinaría, excepto la guadaña, pero su uso es poco frecuente, debido a los costos del combustible, de modo que se configuran rostros marcados por las huellas del sol; una piel que se ha resecado por el calor y la humedad; manos fuertes, ásperas, pero resistentes, tal como es la sociedad agraria.

Se ha referido que el lugar donde se desenvuelve la práctica agrícola en la región Andina colombiana es conocido como la huerta, los y las campesinas de Figueroa siembran en este enclave una colosal diversidad de alimentos a pequeña escala destinados al autoconsumo, y otros de orden comercial, como el café, a fin de obtener un ingreso económico para las necesidades básicas familiares. Los trabajos al interior del enclave como: labrar, limpiar, cultivar y cosechar, son realizados por hombres y mujeres; igualmente, la niñez participa en algunas actividades; por ejemplo, recogen los frutos livianos. Las labores inician desde las 7:00 a.m. hasta las 4:30 de la tarde, aunque si es tiempo de cosecha de café, se empieza más temprano, refieren los locales “para que rinda el día”. También, en este nicho encontramos flores, mariposas, diversidad de aves, las cuales con su canto permean los quehaceres diarios, y animales domésticos, gallinas, cuyes y conejos, cuyo excremento es utilizado en forma de abono. Asimismo, se hallan algunos animales silvestres que transitan fortuitamente como: zorros, serpientes, ardillas, zarigüeyas, comadrejas andinas, armadillos, guaguas, guatines y venados.

Sobre los cultivos y cuidados

Las diversas siembras están articuladas a haceres; por ejemplo, cuando las semillas del frijol y el maíz han sido cultivadas por el campesinado deviene una serie de cuidados, a fin de que sus frutos puedan surgir y ser cosechados, lo cual implica un conjunto de conocimientos, aprendizajes, reflexiones, formas creativas, combinaciones, operaciones técnicas, así como tácticas transversales a las que refiere acertadamente Michel de Certeau (2000), inscritas en el tiempo oportuno (kairós) y el espacio. Igualmente, encontramos valores ancestrales como la solidaridad, la reciprocidad y el cariño en aquello que se hace. Aunado a una diversidad de herramientas e indumentarias, constitutivas del lugar-huerta, las cuales posibilitan la realización de los trabajos agrícolas y configuran un lenguaje objetual, siguiendo a Abilio Vergara (2013), además de las funciones y usos denotan su emplazamiento sociocultural.

El Cauca con su diversidad de unidades biogeográficas, señala Fernando Ayerbe et al. (2008), es uno de los departamentos más diversos en especies de aves en Colombia. A saber, es usual observar la presencia de avifauna en las huertas, sus cantos gestan un especial paisaje sonoro, algunos campesinos suelen simular su entonación mientras trabajan en el campo. Asimismo, identifican a la par que distinguen ciertas aves que se comen el maíz y el frijol. Por ejemplo, el azulejo cabeza roja, llamado así coloquialmente, le gusta alimentarse de la flor del frijol, lo cual impide que se dé su fruto; igualmente, se come el maíz. De igual manera, otras aves, como la torcaza, el soma, cuyo plumaje es negro con rojo, el cucarrón llamado lorito verde o murupacha, el pájaro periquillo, al cual le gusta comerse el follaje de las dos plantas. A continuación, comparto el testimonio de doña Gloria Sánchez Tovar.

Uno coge una costalilla y pone una vara alta, la sube en el árbol, y los vientos la mueven y suena, y eso a ellos los asusta, a las loras les da mucho miedo, al azulejo cabeza roja casi no [Figura 2]. También, a veces se usan camisetas viejas de colores llamativos, y si hay un sombrero por ahí, que no se usa se le pone arriba, como en forma de humano, mire que ellos son muy inteligentes (Entrevista, 10 de diciembre, 2021, Figueroa).

Avizoré que es recurrente la realización de espantapájaros con el objetivo de cuidar las siembras, consiste en la simulación de una figura humana, donde se usan materiales reciclados como prendas no utilizadas, generalmente de colores vistosos; igualmente, costales o bolsas de color rojo. Se evita el uso de pesticidas comercializados por las industrias. Lo cual denota un conocimiento profundo y respeto por la vida de las especies. De igual modo, una relación no solo utilitaria, sino de coexistencia con los demás elementos silvestres, tanto fauna como flora, con los que se interactúa en la cotidianidad. Asimismo, en el marco del complejo vínculo e interacción que establecen los campesinos andinos con su entorno natural, se reconoce el análisis referente a los comportamientos de las aves y la atribución de grados de inteligencia, lo cual configura formas especiales de convivencia, así como la creación de tácticas, realizadas con el objetivo de proteger las siembras. Lo cual nos sugiere considerar cómo se establece localmente una relación de coexistencia con la fauna, la flora y demás elementos constitutivos del nicho (Figura 3). A su vez, la decisión de incidir de manera regulada es una forma de configurar el territorio, por ejemplo, se hallan árboles, diversos montes1, guaduales, plantas medicinales, así como cultivos de autoconsumo. Ello expresa la complejidad del enclave-huerta.

El astro lunar y la incidencia en los cultivos

Los campesinos reconocen la repercusión directa de la Luna en el cultivo y cosecha de alimentos, refieren que hay lunas provechosas y otras donde todo aquello que se siembre no da frutos. La fase de luna nueva se asocia con una afectación beneficiosa en las plantas de jardín y aquellas que florecen como el limón, el café, la naranja, el aguacate, y el frijol. La luna menguante es considerada la fase adecuada para el maíz, el plátano, la piña, la yuca, el banano, y el zapallo, entre otros. A continuación, comparto la reflexión de doña Norma Vidal.

Para la siembra tenemos presente la tradición de los antiguos, acá mi mamá si decía, que en luna nueva se pueden sembrar sólo algunas matas. Nosotros, acá hemos hecho el experimento con la yuca, y esa si no se da, yo le dije a mi hija: “déjame esas yucas de ahí, no me las vas arrancar, que esas son las de la luna nueva”, y eso se fue en pura raíz, y no dio la yuquita, eso sí creció, pero sin nada.

Yo también, hice la experiencia con el zapallo, lo sembré un tres de luna nueva, vea eso se dio largote y no grano, en cambio en la menguante se da pequeñita la planta, y unas que otras florecen, con el maíz y el frijol es igual, si uno no lo siembra en la menguante se da en vicio, es decir alto, uno deja pasar ocho días de luna y ahí siembra, cuando ella está bien grande (Entrevista, 21 de octubre, 2021, Figueroa).

Se hace referencia a un saber heredado ancestralmente, y se vinculan las fases de la luna y su implicación directa en la siembra y cosecha. Además, los experimentos se comparten muchas veces en las conversaciones vecinales y familiares, donde se involucran las semillas, la tierra, los vientos, el clima, las lluvias y la luna, elementos inmanentes configuradores del nicho ecológico. Asimismo, se reconoce la importancia de la observación y la escucha, esto exhorta a pensar la huerta como una suerte de laboratorio constituido por una amalgama de componentes, donde se experimenta y crea constantemente. A veces, los experimentos pueden ser algo aventurados, refieren los locales, pero se hacen como un ejercicio de aprehensión de la naturaleza, y porque la tierra no se queda con nada. Comparto la experiencia de doña Oliva Pame de Mompotes.

Uno a veces, también hace experimentos acá en la tierrita, mire que yo sembré unas matas de yuca, donde mi hijo tiene un sembrado de café, lejos, lejos… ay padre celestial dios, ay si se dio buena la yuca! la vendimos a buen precio, a cincuenta mil una estopa, ay si era para coger. Esa menguante es muy buena luna, eso también le aprovechó mucho al yucal. Aunque, vea hay gente que le dice a uno: “ay pero, usted no va a sembrar en la luna, sino en la tierra”, yo no les peleo, pero a mí me gusta sembrar con luna, así me enseñaron (Entrevista, 17 de noviembre, 2021, Figueroa).

Es importante resaltar el ejercicio de experimentación al que refieren los locales, puesto que da cuenta de una combinación entre pensamientos y prácticas, los cuales expresan un quehacer creativo, si bien el sustrato base es la tierra, se identifican también y se ponen en juego diversos elementos configuradores de los enclaves. Una buena cosecha, advierten los campesinos, depende en gran medida de la fase lunar en la que se ha sembrado, y se reconoce como un saber fundamental en la praxis agrícola. Un pensamiento reiterado entre los locales es: “si usted siembra con la luna, espere una buena cosecha. Si uno no entiende la luna, y más uno que es agricultor, está llevado, para estos trabajos hay que saber de lunas”. La comunidad reconoce la luna menguante como la más adecuada para las diversas siembras, entre ellas el maíz. Algo contrario sucede con la luna nueva, muchos refieren que si se siembra maíz en esta época u otros alimentos, si bien las plantas crecen, los frutos no se dan. Asimismo, se advierte que, durante la fase de luna nueva, no es adecuado cortar guadua, pues se apolilla. Se identifican ciertas fases del astro y horas específicas, pertinentes para realizar el corte. A continuación cito a don Julio Cesar Pame Camacho.

Nosotros dejamos pasar el tercer día de la luna llena hasta el séptimo, y ahí si nos vamos a cortar, pero, el corte no se puede hacer a cualquier hora, se debe hacer a más tardar a las 6:00 am, cuando se van a cortar muchas, se debe madrugar, uno debe ir acompañado, debe saber dónde se va a pegar el hachazo, y el día antes uno las deja ya marcadas, hace el preliminar. Si uno la corta en otro tiempo, le cae gorgojo, él persigue la savia, los azucares que tiene la guadua (Entrevista, 19 de diciembre, 2021, Figueroa).

Lo anteriormente expuesto nos exhorta a considerar una de las características de la cosmovisión andina, y es que todo se encuentra en profunda coexistencia. Cada parte que constituye la totalidad tiene vida; como refiere Valladolid: “en esta concepción, el sol, la luna, los planetas, las estrellas no son entes sobrenaturales, son nuestros mayores y acompañantes que nos “ dicen”, nos aconsejan cómo criar a la chacra: plantas, animales, agua, suelo, clima […]” (Greslou et al., 1991, p. 174). En Figueroa, se reconoce la importancia de los astros en la cotidianidad, pues orientan e inciden en las siembras, las cosechas, los cortes de madera y la salud.

Se advierte la implicación del astro lunar en el estado anímico, dolores de cabeza y cólicos en las mujeres durante su ciclo menstrual, lo cual en ocasiones impide el desarrollo de los trabajos en el lugar-huerta. También, los campesinos de forma recurrente realizan experimentos agrícolas, donde el conocimiento y comportamiento sobre los elementos que configuran el ambiente son esenciales. Asimismo la elección adecuada de la fase lunar es determinante, es usual que se compartan dichas experiencias entre la comunidad, sus atinos y desaciertos, como forma de aprendizaje colectivo.

Tipos de huertas y configuraciones

La distinción entre una huerta y otra, es realizada mediante cercos de madera y alambre, que se observan desde los caminos. El espacio destinado a la producción agrícola depende de la cantidad de tierra. En promedio una familia posee tres hectáreas, ello incide en las configuraciones y tipos de huertas, algunas son pequeñas y otras más grandes; las siembras varían en su interior. Estas son trabajadas por sus integrantes, expresan una diversidad extraordinaria de cultivos; se hallan leguminosas, cereales, hortalizas, árboles frutales y plantas medicinales. Cabe referir que estos sembradíos están pensados para la alimentación diaria de las unidades domésticas, durante todo el año; claramente dependiendo del tiempo de maduración y cosecha de cada uno. De igual modo, encontramos que estos cultivos coexisten con siembras de café, producto que es vendido en las plazas de mercado, y permite un ingreso monetario para suplir las necesidades familiares. En este sentido, avizoramos una mixtura entre lo local y lo comercial; es decir, aquellos cultivos que permiten la subsistencia cada día y donde a su vez se conservan semillas tradicionales, también otros sembradíos que posibilitan un ingreso económico y coadyuvan a solventar gastos, lo cual denota estrategias y formas creativas propias de los campesinos. Por otra parte, es importante decir que se hallan, igualmente, huertas muy pequeñas, pues no todos los campesinos tienen la misma cantidad de tierra, y en muchos casos es contrastante. Comparto lo narrado por don Plinio Zúñiga.

Esta huerta tiene 10 metros de frente y 15 de fondo, mire tengo no más un cuadrito de tierra, y ahí siembro: romero, ruda, orozuz, tomillo, albahaca, pringamosa, manzanilla, ortiga, hierba buena, sábila, tomate de árbol, lulo, maíz, frijol, plátano, mango, guanábana, cebolla, mandarina, maracua, guayabilla, arracacha, papaya, descáncer, jengibre, granadilla, pique estrella, el toronjil y el cidrón, son buenos para los nervios. Mi esposa utiliza mucho el romero como sahumerio. También, sembré sandía le dicen patilla, no sé si de porque ella es de tierra caliente, pero ahí está, aun cuando sea pa’ verla.

Yo jodo con matas con animales, pero yo no me dejó morir por nada, yo hago cambuchitos2 y en cada uno tengo una cosa y otra, ahí tengo cuyes y un conejo, como no tengo mucho espacio los tengo ahí apretaditos, esa amarilla ya está para parir, tengo como unas seis gallinitas, mire allá atrás tengo un jardín, orquídeas y cactus (Entrevista, 6 de diciembre, 2021, Figueroa).

Lo anterior permite acercarnos a la diversidad, conservación, creatividad y resistencia que hallamos en esta escala territorial, vía los pensamientos y las prácticas cotidianas de la vida campesina. En las huertas pequeñas se identifica la siembra de una gran mixtura de plantas, aunque casi una por cada variedad y ubicadas a pocos centímetros de distancia; por ejemplo el caso de don Plinio, debido a la exigua extensión de tierra. Asimismo, se reconoce la importancia de las plantas medicinales y sus efectos terapéuticos. Enclaves como la huerta denotan una especial intervención, desde el punto de vista agroecológico de los sistemas de cultivo sustentados en alta biodiversidad. Como refiere Santacoloma (2015), constituyen resguardos de desarrollo sostenible, matrices ambientales, donde se presenta baja dependencia de insumos externos en las labores agrícolas, así como el uso de herramientas orientadas a la conservación del medioambiente.

La práctica agrícola está asociada a los astros, particularmente, a las fases lunares, la comprensión del firmamento y su vínculo con las estaciones climáticas, puesto que tienen un rol fundamental; indican la pertinencia de cultivar y la afectación en los sembradíos, la incidencia en su crecimiento, así como en la cosecha. Lo cual sugiere reconocer intrincados, complejos procesos de significación-comprensión por parte de los habitantes de la comunidad, al vincular, explicar y fundamentar las interacciones entre la agricultura, la Luna, el cielo y las temporadas climáticas. Otro aspecto que llama la atención es que las actividades de la huerta están relacionadas con temporalidades específicas; es decir, los campesinos invariablemente realizan jornadas en la mañana y en la tarde. Es un lugar que no se recorre en las noches, tampoco se trabaja, pues se asocia a la presencia de lo que ellos llaman “espíritus”, como el duende, figura que mora y ronda en el lugar, realiza acciones concretas como esconder las herramientas de trabajo y los coletos de café.

Asimismo, se percibe la decisión por conservar las semillas tradicionales de frijol y maíz, ante los avatares de la globalización y procesos de introducción de nuevas simientes modificadas que se promueven de mejor tamaño, mayor productividad e inmunidad a plagas y enfermedades. Predomina la respuesta de los locales a través del intercambio o trueque, praxis acompañada de saberes y recomendaciones, lo cual contribuye a su crecimiento y condiciones favorables. A partir de lo expuesto, se infiere que hay un conjunto de elementos asociados a las prácticas agrícolas, las cuales se estructuran en referentes de sentido. Cultivar, cuidar y cosechar no son acciones simplemente técnicas, sino que están revestidas por un complejo y profundo significado, valor, emotividad, la cual sustenta, ordena, influye o bien limita; por ejemplo, cuándo y dónde sembrar está asociado a las fases de la luna, a horarios: siempre será de día, pero no en la oscuridad; ello exhorta a reconocer dichas representaciones como cosmovisión, especialmente aquella que Broda (2018) denomina producto de un metódico ejercicio de observación a la naturaleza, aspecto que da paso a elaborados marcos estructurantes que se evidencian no solo en la reflexión, sino en la acción campesina. Lo cual da cuenta, también, de los modos de manifestación de la cultura; a saber, lo interiorizado y lo objetivado, el pensar y el hacer, que estriba en códigos compartidos al interior de los colectivos.

Conclusiones

Las investigaciones en torno a los sistemas de cultivo, nominados como huertas, evidencian que en cada región biocultural colombiana este reservorio es referido y significado de formas diferentes, lo cual está relacionado en muchos casos con la lengua materna de las comunidades que habitan dichos territorios; conexo a ello, los alimentos cultivados difieren. Asimismo, las técnicas empleadas y los diversos tipos de huertas varían de acuerdo con la orografía, los climas y la impronta cultural. Sobresale la participación de las mujeres tanto en el cultivo, la cosecha y los cuidados de este nicho, claramente con una suerte de matices en cada porción geográfica. Es menester decir que la relación huerta y trabajo, expresada en el quehacer agrícola, están profundamente vinculadas. No obstante, el trabajo campesino ha sido concebido como una repetición mecánica de prácticas, heredadas de padres a hijos o hijas, donde los campesinos aparecen como sujetos pasivos, cuyos haceres no producen conocimientos. No basta entender el trabajo como un ejercicio técnico; es importante comprenderlo en articulación con aspectos simbólicos-cosmovisivos. Va más allá de un conjunto de prácticas posibilitadoras para la subsistencia y el bienestar. En este sentido, la huerta es un lugar que permite analizar y aproximarnos a las complejidades de la vida, desde aspectos ambientales y culturales, donde se hallan una pluralidad compleja de haceres e ideas, objetivados con especificidades en cada territorio.

La huerta representa un despliegue de múltiples prácticas, pensamientos y lenguajes. Es un escenario social que posibilita pensar y presentar referentes etnográficos de la cosmovisión relacionada con estos nichos, culturalmente modelados por el actuar del campesinado. No obstante, tiene una serie de atributos que condujeron a reflexionar, pues no simboliza un espacio plenamente físico-natural, tampoco corresponde a una invención absolutamente humana, se encuentra que la praxis es normada por tiempos específicos y los locales reconocen la presencia de entidades territoriales, referidas coloquialmente como espíritus con las que se coexiste, así como condiciones climáticas específicas. El hacer humano de alguna manera es regulado por componentes constitutivos del entorno ambiental.

Este reservorio permite analizar transformaciones, persistencias y resistencias; por ejemplo, vía a la conservación de plantas, saberes medicinales, semillas nativas, recetas culinarias, cultivos, intercambios y conocimientos astronómicos. Aunque no ha estado exento en el contexto colombiano del conflicto armado u olvidos estatales, algunas comunidades han tenido que abandonar sus siembras debido a las amenazas por parte de actores armados. Asimismo, es un espacio que expresa la defensa y cuidado hacia el territorio, contenedor de vida, en sus múltiples expresiones (animales, plantas, afluentes de agua etc.). Se identifican interesantes ejercicios y procesos de concientización desde escenarios como la casa, la comunidad y la escuela, sobre la importancia de la huerta, puesto que se reconoce su rol vital tanto en la continuidad de la vida, la alimentación, la conservación in situ, la medicina tradicional y los saberes heredados ancestralmente. A la vez es, un lugar configurador de identidad, lo cual da cuenta de prácticas, pensamientos y creencias situadas; es decir, de una cosmovisión.

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1 En los referentes locales, el monte se entiende como sinónimo de hierba o pasto que crece en la tierra.

2 La expresión “cambuchitos” hace referencia a cuartos pequeños improvisados con latas, cartones, maderas, alambres y plásticos.