Muerte en la costa este del golfo de Nicoya: tratamientos mortuorios en el sitio Orocú (P-328 Or) entre el 300 y el 800 d.C.
Javier Fallas Fallas*
Arqueólogo consultor, San José, Costa Rica
https://orcid.org/0009-0009-1396-3635
*Autor para contacto: javier.fallas89@gmail.com
Juan V. Guerrero
Arqueólogo consultor, San José, Costa Rica
Enero-Junio 2025, 35(1)
DOI: https://doi.org/10.15517/cat.v35i1.59586
Recibido: 04-24-2024 / Aceptado: 29-01-2025
Revista del Laboratorio de Etnología María Eugenia Bozzoli Vargas
Centro de Investigaciones Antropológicas (CIAN), Universidad de Costa Rica (UCR)
ISSN 2215-356X
Resumen: El objetivo de este documento se centró en hacer un primer abordaje de los tratamientos mortuorios del monumento Orocú (P-328 Or), asociados con el período Bagaces (300-800 d.C.). Estos espacios se estudiaron como una expresión material de la realidad de su organización social. Se prestó atención a los lugares destinados para sepultar a las personas, las formas en que dispusieron los cuerpos, así como las características, las cantidades y las distribuciones espaciales entre sí de las ofrendas colocadas en los entierros. La estrategia metodológica incluyó el trabajo de campo realizado en 1997 y la identificación de los distintos materiales asociados con los contextos. En Orocú se determinó que en el interior de los montículos 7 y 13 se llevó a cabo la sepultura de individuos en fosas hechas directamente en el suelo y que luego cubrieron con tierra y piedras. En el montículo 7 se estableció que enterraron miembros de la comunidad sin restricción de sexo o edad, desde infantes hasta adultos, pero resaltó el entierro de un infante que presentó el mayor conjunto ofrendario, pues tuvo el único objeto en piedra verde y la colocación de varias ofrendas cerámicas; resaltando las vasijas provenientes del Valle Central. Las inhumaciones en Orocú se realizaron en distintos momentos del 300 al 800 d.C., pero en el montículo 7 se registró el último evento entre el 597 y el 670 d.C., dato obtenido de una muestra ósea de un individuo del único entierro múltiple, el cual estuvo conformado por siete personas colocadas entre articuladas e inarticuladas. Este dato radiométrico es el primer fechamiento de un espacio funerario de sitios ubicados en la costa este del golfo de Nicoya.
Palabras clave: organización; entierros; ofrendas; montículos; Bagaces; Chomes.
Death on the east coast of the Gulf of Nicoya: mortuary treatments at the Orocú site (P-328 Or) between 300 and 800 AD.
Abstract: The objective of this document focused on making a first approach to the mortuary treatments of the Orocú monument (P-328 Or) associated with the Bagaces period (300-800 AD). These spaces were studied as a material expression of the reality of their social organization, and attention was paid to the places intended to bury people, the ways in which the bodies were arranged, as well as the characteristics, quantities, and spatial distributions between them of the offerings placed at burials. The methodological strategy included field work carried out in 1997 and the identification of the different materials associated with the contexts. In Orocú it was determined that inside mounds 7 and 13 the burial of individuals took place in graves made directly in the ground and which were then covered with earth and stones. In mound 7 it was established that members of the community were buried without restriction of sex or age, from infants to adults, but the burial of an infant stood out who presented the largest collection of offerings, it had the only object in green stone and the placement of several ceramic offerings; highlighting the vessels from the Central Valley. The burials in Orocú were carried out at different times from 300 to 800 AD, but in mound 7 the last event was recorded between 597 and 670 AD, data obtained from a bone sample of an individual from the only multiple burial, which was made up of seven people placed between articulated and inarticulate. This radiometric data is the first dating of a funerary space from sites located on the east coast of the Gulf of Nicoya.
Keywords: organization; burials; offerings; mounds; Bagaces; Chomes.
Presentación
El ser humano otorgó un carácter social y religioso a un acontecimiento biológico indeclinable como la muerte. En las poblaciones antiguas del noroeste de Costa Rica se han documentado tratamientos mortuorios que testimonian la participación de las comunidades en las actividades rituales hacia sus muertos, porque en los contextos arqueológicos se materializaron esas manifestaciones sociales.
En este documento se hace la primera aproximación de los tratamientos mortuorios realizados entre el 300 y el 800 d.C. (período Bagaces) en el sitio Orocú (P-328 Or), monumento que se localiza en la banda oriental del golfo de Nicoya, noroeste de Costa Rica, distrito de Chomes, cantón y provincia de Puntarenas, y situado a la margen derecha del río Lagarto, sobre un terreno que no supera los 10 m s.n.m. (Figura 1).
La aproximación de estos tratamientos mortuorios de Orocú se efectuó con los datos obtenidos en un rescate arqueológico realizado en 1997 por el Departamento de Antropología e Historia del Museo Nacional de Costa Rica, que incluyó excavaciones hechas en los montículos 7 y 13, y que permitió registrar espacios funerarios de los antiguos pobladores de Chomes, además de detectar similitudes con otros contextos excavados en el noroeste de Costa Rica, principalmente de zonas como Cañas-Liberia y bahía Culebra.
Metodología
La estrategia metodológica de este trabajo se basó en el análisis de la información de campo documentada en 1997, cuya investigación inició con una prospección asistemática que determinó la extensión de Orocú en 2 ha (Guerrero y Solano, 1997); sin embargo, en estudios posteriores se estableció que pudo extenderse hasta las 4,3 ha. (Gómez y Villalobos, 2009). Posteriormente, se elaboró un plano general en donde se registraron 18 montículos artificiales (Figura 1). Luego, se efectuaron excavaciones asignadas bajo el término de operación (Op.), como las verticales de 1 por 1 m hechas en zonas donde no aparecieron restos culturales en superficie, y ubicadas entre los montículos 4 y 5 (Op.2), y en las cercanías de las elevaciones 5 y 6 (Op.3 y 4).
En los montículos que presentaron un buen estado de conservación y poca alteración por huaquerismo se hicieron excavaciones horizontales con el objetivo de definir actividades específicas. La denominada Op.1 se localizó en el interior del montículo 1; la documentación in situ de las concentraciones de materiales orgánicos (restos de alimentos entre ellos fauna vertebrada y concha) e inorgánicos como cerámica y lítica, más su análisis, permitió definir este lugar como un conchero (Fallas, 2021).
En el interior de los montículos 13 y 7 se registraron los contextos funerarios, esto con las excavaciones llamadas Op.5 y Op.6 (Figura 1) que presentaron dimensiones de 3 x 5 m y 3 x 7 m, fueron excavadas en niveles arbitrarios de cada 20 cm y, desde la parte más alta de los montículos, alcanzaron profundidades de 105 a 195 cm, respectivamente.
Como se observa en la figura 1, estos dos montículos mostraron formas circulares con diferencias en sus dimensiones y localizaciones: el montículo 7 de 20 m de diámetro se ubicó junto a las elevaciones artificiales principales, y el montículo 13 presentó 5 m de diámetro y se situó hacia el suroeste del sitio, aparte del grupo central.
En los montículos 7 y 13 se registró, mediante dibujos planimétricos, fotografías e informes (Guerrero y Solano, 1997), el hallazgo de restos óseos de las personas sepultadas junto con ofrendas elaboradas en materiales inorgánicos como cerámica y lítica, y evidencia orgánica; por ejemplo, hueso y concha, y que, seguidamente, se detallan las estrategias metodológicas empleadas en sus análisis.
Para la identificación de los materiales cerámicos correspondientes a la Región Arqueológica Gran Nicoya, se hizo un análisis tipológico con los esquemas clasificatorios vigentes como Baudez (1967), Hoopes (1987) y Abel-Vidor et al. (1993). Por la presencia de materiales de la Región Arqueológica Central se usaron las propuestas de Snarskis (1978, 1982); y Solís, Herrera y Guerrero (2019).
En las vasijas también se efectuó un análisis macroscópico de las huellas superficiales relacionadas con los posibles usos desempeñados, como desgastes, desprendimientos, agrietamientos y cambios de color generados por exposición al calor.
La lítica se analizó por sus características morfo funcionales, se tomó en cuenta estudios con análisis de materiales provenientes del noroeste de Costa Rica, y que priorizaron en la morfología de los artefactos junto con las huellas de desgastes en las superficies generadas durante sus usos como percusión, pulido por frotamiento, muescado por presión, entre otros, y que dependió de la dureza, textura y capacidad de fractura de la roca (Bernstein, 1990; Chenault, 1984; Sheets, 1984).
Los restos óseos de las personas sepultadas en Orocú fueron analizadas para este trabajo por la especialista Geissel Vargas, con una metodología de índole macroscópica ya empleada en otros sitios del noroeste del país (Vargas, 2016). El sexo y la edad de los individuos se determinaron con el análisis de las partes anatómicas diagnósticas en los restos óseos humanos, como los huesos dentales, craneales y pélvicos.
La estimación de la edad de muerte de las personas se hizo basándose en varios parámetros; en individuos inmaduros o menores de 16 años, a partir de criterios de desarrollo dental propuestos por Ubelaker (1989); y para personas mayores de 16 años se consideraron criterios de atrición de la superficie oclusal de los dientes y los grados de desgastes dentales planteados por Lovejoy (1985).
Los rangos etarios utilizados fueron los propuestos por Buikstra y Ubelaker (1994): infante (0- 3 años), niño (3- 12 años), adolescente (12- 20 años), adulto joven (20- 35 años), adulto medio a mayor (35- 50 o más años). Asimismo, se empleó la categoría “adulto” cuando no se pudo asignar un grupo de edad, pero el tamaño o la masividad del hueso permitió identificarlo como un individuo maduro (Vargas, 2016).
Para la identificación del sexo se tomó de referencia las cualidades de los restos óseos humanos, como la forma de la escotadura ciática mayor y la presencia de surcos preauriculares del cinturón pélvico; de igual forma, en los huesos craneales se prestó atención a la morfología de la cresta nucal, el proceso mastoide y la prominencia de la cresta supraorbital o glabela (Buikstra y Ubelaker, 1994).
Las patologías se identificaron a través de un examen visual según los criterios establecidos por Buikstra y Ubelaker (1994). En este caso, el análisis de las alteraciones o cambios superficiales de los huesos se concentraron en los restos dentales porque estuvieron mejor conservados.
Materiales orgánicos como huesos de fauna y restos de moluscos (objetos y fragmentos) fueron identificados con un análisis anatómico para determinar el tipo de hueso, y un análisis taxonómico para establecer las familias y las especies respectivas. El estudio de los restos faunísticos fue efectuado por la especialista Maritza Gutiérrez, mediante la comparación de los restos óseos recolectados en las excavaciones hechas en Orocú con los especímenes representados en la colección de referencia contemporánea del Departamento de Antropología e Historia (DAH) del Museo Nacional de Costa Rica; junto con una revisión bibliográfica (Gilbert, 1990; Gilbert et al., 1996).
La identificación de los restos de moluscos las realizó Javier Fallas a partir de la comparación entre las conchas recolectadas en Orocú con los especímenes de la colección de referencia contemporánea del DAH, complementada con la revisión bibliográfica (Dance, 1993) y de bases de datos en línea, como la del Museo de Historia Natural de Rotterdam en Holanda (https://malacopics.nl/).
Generalidades teóricas
Se parte del término “entierro” para hacer referencia al individuo humano fallecido y colocado en el interior de un nicho, dentro de una fosa o depositado en superficie (Estrada, 2016). A los individuos se les realizaron diversos tratamientos mortuorios. Para el noroeste de Costa Rica se ha documentado que entre el 300 y el 800 d.C. se efectuó una preparación del espacio funerario que implicó el entierro de individuos en cajones o estructuras de piedras y/o en fosas directamente en la tierra; los cuales luego se cubrieron con montículos de piedra de variados tamaños y estilos, como túmulos y rodelas, registrados en la zona de Cañas-Liberia (Guerrero y Solís, 1997). Mientras que los reportes en la cuenca del río Tempisque y bahía Culebra muestran la sepultura de personas en tumbas, pero sin túmulos de piedras (Guerrero, Solís y Vázquez, 1992).
Otro tratamiento mortuorio documentado en el período Bagaces fue el uso de urnas funerarias, en bahía Culebra para enterrar infantes y en las tierras altas de Guanacaste para cremar individuos que luego cubrieron con montículos de piedra (Guerrero y Solano, 1993; Lange, 1984; Vázquez y Weaver, 1980).
Las inferencias sobre los espacios funerarios del periodo Bagaces se han enfocado, mayormente, en los contextos con montículos de piedra, en parte porque en zonas como Cañas-Liberia resalta la cantidad de sitios con estas características. Se han propuesto diferencias de los tratamientos mortuorios hechos a la persona social, los cuales, según Binford (1971), se caracterizan por el sexo, la edad y la posición social, así como en el tamaño y la unidad en que la comunidad materializó sus obligaciones hacia sus difuntos.
Los individuos enterrados en estos montículos han sido interpretados bajo la premisa de que un mayor gasto de energía invertido en la magnitud de la construcción de las sepulturas, en la preparación del cuerpo, así como en la calidad y cantidad de las ofrendas, se reflejó en posiciones de mayor estatus (Guerrero et al., 1992). Por tal razón, en los estudios se han priorizado indicadores cualitativos y cuantitativos, como las características de los lugares destinados para enterrar a las personas, las formas en que dispusieron los cuerpos, las cualidades, cantidades, ubicaciones y disposiciones espaciales entre sí de las ofrendas depositadas (Guerrero et al., 1992).
Estos abordajes se enmarcan en posturas procesuales (Binford, 1971, 1981; Buikstra, 1981; Chapman, 1995; Goldstein, 1981, 1995; Goodenough, 1965; O’ Shea, 1981; Tainter, 1978) y parten de la premisa de que la forma y la estructura que caracterizan las prácticas mortuorias de cualquier sociedad están condicionadas por la forma y la complejidad de las cualidades organizativas de la sociedad misma (Binford, 1971).
En esta línea, Goodenough (1965) plantea que la persona social del difunto la compone una serie de identidades sociales que adquirió el individuo durante su vida y que sus derechos y obligaciones fueron reconocidos por la comunidad en la composición y el tamaño de la unidad social. Peebles y Kus (1977) complementan al indicar que los logros individuales adquiridos en la vida forman parte de una dimensión subordinada, y los logros heredados y adquiridos son propios de una dimensión superordinada.
El estudio de los tratamientos mortuorios del noroeste del país bajo este enfoque ha evidenciado algunas limitantes, como la falta de hallazgos de sitios centrales en áreas geográficas determinadas que reflejen gran complejidad de la organización social (Briggs, 1993; Guerrero et al., 1992). Además, la poca conservación de segmentos diagnósticos de los restos óseos humanos que permitan definir la persona social según el sexo, la edad o sus patologías. Esto debido a que la preparación del espacio físico y la colocación de las ofrendas no son variables independientes, no se puede estudiar estos lugares sin conocer a quienes se les hizo el tratamiento (Briggs, 1993). En el caso de Orocú, la buena conservación de los restos óseos humanos sí lo permitió en ubicaciones específicas del sitio, como lo fue en el montículo 7 y 13.
Características de los espacios funerarios en los montículos 7 y 13
Las excavaciones realizadas en 1997 permitieron encontrar dos espacios destinados en Orocú para llevar a cabo las inhumaciones. Estos se detallan a continuación.
Espacio 1. En el montículo 13, de unos 5 m de diámetro, se efectuó la excavación denominada Op.5 (Figura 1); y allí se registró el uso de tierra y cantos rodados (colocados en tres capas) para cubrir un único evento funerario entre los 45 y 60 cm de profundidad.
Este evento estuvo conformado por cinco entierros primarios (Cuadro 1) sepultados en fosas de formas rectangulares, hechas directamente en el suelo, y que se apreciaron por cambios en el color del terreno. Estos entierros correspondieron a tres individuos colocados de manera extendida en decúbito supino, una persona flexionada; y al otro individuo no se dilucidó su disposición por la poca conservación de los huesos (Cuadro 1). Se registraron dos individuos colocados de este/ oeste, uno de sur a norte, y en los otros casos no se pudo determinar.
Espacio 2. En el montículo 7 de unos 20 m de diámetro se llevó a cabo la excavación asignada como Op.6 (Figura 1), y en ella se documentaron entierros principalmente entre los 25 y los 115 cm y de 135 a 175 cm de profundidad del punto más alto del montículo (Cuadro 1). Las fosas se hicieron directamente en la tierra, y fueron identificadas por cambios en la coloración (tonalidad más oscura) y textura del terreno (Figura 2). Se identificaron tres maneras en que dispuso a los fallecidos:
1. Entierros primarios: entre los 30 y 180 cm de profundidad del montículo se registraron once individuos articulados y colocados en fosas rectangulares de entre 100 y 150 cm de largo y de 55 a 65 cm de ancho (Figura 2). Diez personas se depositaron de forma flexionada y el otro extendido en decúbito supino. Se contaron dos individuos orientados este/ oeste, siete personas de norte a sur, y en dos casos no se determinó (Cuadro 1).
2. Entierros con restos óseos desorganizados: de los 25 a los 115 cm de profundidad, se documentaron once entierros en donde los restos de cada individuo (segmentos craneales y huesos largos) estuvieron colocados de manera dispersa, desorganizada o desarticulada (Cuadro 1). La desorganización de los restos óseos de estas personas ocurrió porque fueron removidos y reacomodados para dar lugar a la sepultura de individuos en una mayor profundidad (135 a 175 cm). Esto evidenció que el montículo 7 se utilizó en distintos momentos para realizar eventos funerarios, y generó que no se determinara la orientación de los cuerpos por la poca conservación de los huesos.
3. Entierro múltiple: entre los 150 y 175 cm de profundidad se halló el entierro 23 (Cuadro 1). Este consistió en una fosa de forma “acampanada” que se marcó en el terreno con una mancha café oscura. En el interior se registraron siete personas orientadas del este al oeste y en posiciones combinadas entre articuladas e inarticuladas (Figura 3), siendo el único contexto del sitio con dichas características. Dos de los cuerpos fueron colocados de manera extendida en decúbito supino (individuos 1 y 7), tres flexionados (personas 3, 5 y 6) y los otros dos individuos fueron restos inarticulados (individuos 2 y 4) que estaban situados sobre los pies o los costados de las personas 1 y 3, respectivamente.
La identificación de los fragmentos y artefactos cerámicos provenientes de la Op.5 y la Op.6 (Figura 4, Cuadro 3) permitió determinar que ambos espacios funerarios de Orocú corresponden al período Bagaces (300-800 d.C.). El entierro 23 fue la última inhumación registrada en la excavación del montículo 7 y, por tal razón, se escogió este contexto para realizar un fechamiento radiométrico de AMS. En el laboratorio se extrajo una muestra de la epífisis distal del húmero derecho del individuo 1, que perteneció a una mujer (30-39 años) enterrada de manera extendida (Figura 8).
La muestra ósea (Beta- 512027) se envió para su análisis a los laboratorios de Beta Analytic Inc., ubicado en Miami de los Estados Unidos. El colágeno analizado arrojó una edad convencional de 1400 ± 30 BP, cuyo rango calibrado en dos sigmas con un 95,4% de probabilidad la ubicó entre el 597 y el 670 d.C. (Beta Analytic Inc., 2018). Este fechamiento permitió precisar que los entierros de los primeros niveles (de 25 a 115 cm de profundidad) del montículo 7 ocurrieron antes de la fecha indicada para el entierro 23.
Características de las personas sepultadas
De los 28 entierros documentados en los montículos 7 y 13 de Orocú, en 15 entierros (53,6 % de los excavados) no se extrajeron los restos óseos humanos por su mal estado de conservación (Cuadro 1). En 13 entierros (46,4 %) sí se retiraron los huesos, provienen únicamente del montículo 7 y correspondieron a restos de 18 personas.
Esta muestra analizada en Orocú indica que el tratamiento mortuorio en los 13 entierros se destinó para sepultar a individuos de diferentes grupos de edad, como 2 infantes (de 12-18 meses y de 18 meses-5 años) y 16 adultos entre jóvenes y medios con los siguientes rangos: 14-35, 16-20, 20-26, 25-34, 35-50, 30-39 (Cuadro 2). En cuanto a sexo de las personas, se logró identificar la misma cantidad de hombres y mujeres.
En los individuos sepultados en el montículo 7 de Orocú se identificaron preliminarmente patologías que muestran condiciones de vida de la población (Cuadro 1); enfermedades bucodentales como caries y cálculo dental (sarro) en cuatro mujeres (14-35 años, 20-26 años, 30-30 años, 35-50 años) y en dos hombres (35+ años y otro de edad no establecida), y pérdida de dentición antemortem en los dos hombres antes señalados.
En Orocú también se registraron restos óseos humanos en otras excavaciones ubicadas en el interior del montículo 1 (Op.1, 105-120 cm), entre las elevaciones 4 y 5 (Op.2, 20-30 cm) y en las cercanías del montículo 5 (Op.3, 30-60 cm), cuyos lugares fueron sectores de desecho del período Bagaces1. El análisis osteológico de estos huesos humanos estableció que pertenecían a cuatro individuos, tres recién nacidos y un feto (de 3 a 6 meses). Personas con estas edades no fueron identificadas en los entierros excavados en los montículos 7 y 13 de Orocú.
Artefactos en los montículos funerarios
En las excavaciones hechas en los montículos 7 y 13 de Orocú se documentaron 80 objetos en cerámica, piedra, hueso y concha, que muestran la materialidad del tratamiento mortuorio2.
La cerámica fue el material artefactual más representado con 52 objetos (65 % de la muestra), entre ellos vasijas (n=32), figuras (n=5), ocarinas (n=4), y otros (n=11) como tapas de vasijas, volantes de huso y colgantes. Se reconocieron objetos monocromos y decorados con incisos, punzonados, estampados y pastillajes, cualidades de los tipos Marbella con Impresión Punzonada en Zonas (n=3), Guinea Inciso variedad Gutiérrez (n=2), Mojica Estampado variedad Arrastrada (n=1) (Cuadro 3).
De igual forma, se identificaron artefactos con engobes y pinturas rojas, negras y blancas sobre superficies rojas y cafés (Figura 4, Cuadro 3) correspondientes a los tipos Charco Negro sobre Rojo (n=3), Tola Bicromo y Tricromo (n=3); Galo Policromo (n=2) y Carrillo Policromo (n=1), y fue poca la representación de los objetos policromos.
Se reconocieron escudillas y ollas globulares trípodes con superficies externas cafés y negras decoradas con pinturas moradas, incisos y pastillajes (Figura 4, Cuadro 3), características propias de materiales de la Región Central como Tuis Fino (n=2), Selva Café/ Uruca Inciso (n=2), Coterré Miniatura (n=2), y Tuete Morado (n=1).
El 22 % de las vasijas presentaron huellas de uso en las partes medias e interiores de las superficies externas como ahumado y hollín, específicamente de los tipos Charco Negro Sobre Rojo (n=2), Guinea Inciso (n=2), Monocromos (n=2), y Mojica Estampado (n=1). Esto sugiere que las vasijas fueron usadas previamente en actividades relacionadas con la preparación y almacenamiento de alimentos; posteriormente, como ofrendas.
En estos montículos también se documentaron catorce artefactos líticos; y, por sus características morfo funcionales, muchos se vinculan con el uso en actividades de procesamiento de alimentos, entre ellos: instrumentos hachoides (n=4), metates trípodes sencillos de platos rectangulares y ovalados (n=2), manos de moler en formas de “pan de jabón” y de estribo (n=2) y un pistilo (Figura 5). La muestra incluyó pulidores (n=2), contenedor en piedra verde con agujeros para colgar (n=1), piedra redondeada (n=1) y un petrograbado portátil de diseños abstractos (Figura 5, Cuadro 4).
Algunos de estos artefactos líticos mostraron superficies con uso. Dos instrumentos hachoides y dos metates tuvieron desgastes por pulimento en sectores parciales o totales de las áreas activas (Figura 5), y evidencia que los objetos fueron usados en actividades como la preparación de alimentos (metates) y luego se colocaron como ofrendas en los entierros de ciertos individuos (Cuadro 1).
La muestra artefactual incluyó nueve objetos en restos óseos faunísticos, como cuentas (n=3) hechas con probables vértebras de mantarraya (Myliobatidae), artefactos tubulares (n=5) elaborados con huesos largos de venado cola blanca (Odocoileus virginianus) y saíno (Tayassu tajacu) y un colgante/orejera en hueso largo de mamífero que presentó diseños geométricos tallados y un agujero para colgar (Figura 6).
Además, se contabilizaron cinco objetos en concha, un cambute (Titanostrombus galeatus) sin modificación, herramientas como una cuchara y un azadón, y adornos corporales, entre ellos un pendiente rectangular hecho con una ostra (Pinctada mazatlanica), y otra preforma de colgante realizado en caracol (Strombidae) (Figura 6).
El análisis de distribución espacial entre los materiales, a través de anotaciones en diarios de campo, registros fotográficos y los dibujos planimétricos presentados en Guerrero y Solano (1997), permitió determinar que 31 de los artefactos registrados en los montículos 7 y 13 (38,8 % de la muestra) no mostraron una asociación específica (Cuadro 4). Esto sucedió porque los objetos se encontraron en áreas entre los entierros que no logró asignarlos como ofrendas directas a un contexto en particular. En el caso del montículo 7, esto ocurrió por la remoción de las personas sepultadas entre los 25 y los 115 cm para depositar individuos de 135 a 175 cm de profundidad (Cuadro 1).
Ubicación de las ofrendas por tipo de entierro
Las ofrendas depositadas en los entierros de Orocú cumplieron una función simbólica y social como parte del tratamiento mortuorio realizado para honrar a sus muertos. Se contabilizaron 49 objetos, representan el 61,2 % de los registrados en estos montículos, y fueron colocados en quince entierros específicos (Cuadro 1).
Los tratamientos en estos quince entierros de Orocú mostraron diferencias entre la materia prima de las ofrendas y la posición de los fallecidos, porque los artefactos cerámicos se registraron mayormente en entierros con restos óseos humanos desorganizados (Cuadro 4). Las ofrendas líticas se depositaron en personas con posición flexionada o en aquellos entierros con los restos óseos desorganizados; mientras que las ofrendas en hueso y concha se hallaron en individuos sepultados de manera flexionada y en el entierro múltiple (Cuadro 4).
Los tratamientos mortuorios de las ofrendas en cuanto ubicaciones, cantidades y distribuciones espaciales entre sí variaron según la posición en que fueron sepultadas las personas. Por ejemplo, en dos entierros primarios con individuos extendidos les colocaron adornos corporales en partes anatómicas específicas que sugieren los posibles usos que desempeñaron dichos objetos (Cuadro 1). A una persona le depositaron un colgante zoomorfo en las cercanías del cuello y un objeto cilíndrico sólido sobre las extremidades inferiores (entierro 3, Op.5). A otro individuo le colocaron un objeto cilíndrico sólido en el pecho (entierro 2, Op.5).
En los tres entierros primarios documentados en el montículo 7 con individuos en posición flexionada se mostró la colocación de ofrendas en distintas ubicaciones corporales como parte del tratamiento mortuorio y no por su función. Una mujer de más de 35 años (entierro 19) presentó una vasija bicroma, un instrumento hachoide y un objeto tubular en hueso largo de mamífero (Figura 6b), situadas a un costado, cerca de la cabeza y pecho, respectivamente. En los otros dos entierros primarios les colocaron únicamente una ofrenda: una mujer (35-50 años) con una cuña cerca de la cabeza (entierro 17), y otro individuo con un cambute sin modificación (Figura 6f) en sus pies (entierro 18).
En los tratamientos hechos en los nueve entierros con restos óseos humanos desorganizados se contabilizaron 31 ofrendas (Cuadro 1), cuya ubicación y distribución espacial entre los objetos no pudo asociarse a partes anatómicas específicas de los individuos, debido a que el reacomodo de los huesos también desencadenó la redisposición de ofrendas en grupos. De estos contextos sobresalió el entierro 14 que correspondió a una concentración de huesos de un infante (18 meses a 5 años) depositado con 20 ofrendas (Figura 7, Cuadro 1) y representó el mayor conjunto ofrendario registrado en los entierros excavados en Orocú.
Las ofrendas en este entierro se colocaron agrupadas con variaciones en el número (de tres a ocho objetos) y situadas alrededor de los huesos (Figura 7). Muchas son únicas para el sitio, consisten en catorce vasijas (algunas de ellas en formatos pequeños “miniaturas”), dos tapas circulares, dos ocarinas avimorfas, una figura femenina, y un contenedor en piedra verde. La mayoría de estos artefactos son propios de la Región Gran Nicoya, tipos como Charco Negro sobre Rojo, Guinea Inciso, Mojica Estampado variedad Arrastrada, Marbella con Impresión Punzonada en Zonas y Galo Policromo (Figura 7). Asimismo, se reconocieron vasijas de la Región Central, de tipos como Selva Café, Tuete Morado y Coterré Miniatura.
Ofrendas similares de la Región Central únicamente se hallaron en el entierro 22 que correspondió a restos parciales de un individuo (extremidades inferiores); y hacia su pie derecho se colocó una vasija globular trípode del tipo Selva Café (Figura 4f)3.
El tratamiento mortuorio en los otros seis entierros documentados con los restos óseos desorganizados mostró que alrededor de los cuerpos se colocaron entre una y tres ofrendas por entierro, contabilizando un colgante en hueso y diez artefactos cerámicos; entre los que destacan los objetos policromos como una vasija avimorfa Carrillo Policromo y una efigie Galo Policromo (Figura 4b y 4c).
Los tratamientos ofrendarios en el entierro múltiple implicó la colocación de ofrendas en materiales orgánicos y únicos para el sitio, y únicamente en dos personas: un hombre (16-20 años) en posición flexionada (individuo 3) que fue enterrado con una herramienta en concha; mientras que a una mujer (30-39 años) sepultada de manera extendida (individuo 1) le situaron sobre sus pies un cráneo de una mujer de 20 a 26 años, y a la altura de su húmero izquierdo se colocaron cuatro objetos tubulares hechos con huesos largos de probable saíno (Tayassu tajacu). Debido a que se hallaron en dos grupos distanciados y sin alteraciones como orificios para colgar, es posible que estuvieran integrados con un material orgánico que no se conservó (Figura 8).
Otros materiales asociados al montículo 7
En la excavación hecha en el montículo 7 se registraron varios eventos funerarios entre el 300 y el 800 d.C., así como restos de objetos líticos (metates decorados), y 332 fragmentos de bienes cerámicos correspondientes a vasijas y figuras, ubicados mayormente en las cercanías del RC.3. y de los entierros 18, 19, 20 y 21.
Se contaron 318 fragmentos cerámicos (95,8 % de la muestra) asociados con el período Bagaces, tipos como Carrillo Policromo (n=7), Charco Negro sobre Rojo (n=6), Tola Tricromo (n=6), Guinea Inciso (n=6), Mojica con Impresión Punzonada en Concha (n=5), Galo Policromo (n=1), Los Hermanos Beige (n=1), Piches Rojo (n=1), 230 monocromos y 55 no identificados (Figura 9). También se reconocieron 14 fragmentos (4,2 % de la muestra) de vasijas y figuras de la Región Central, grupos y tipos como Pan de Azúcar (n=2), Tuis Fino (n=2), Tuete Morado (n=2), África Trípode (n=2), y 6 no fueron identificados (Figura 9).
Las características, ubicaciones y asociaciones espaciales de los fragmentos cerámicos en el montículo 7 sugieren que los encontrados cerca de los entierros formaron parte de un ritual de desecho vinculado con el tratamiento funerario. En los casos donde los fragmentos aparecieron de manera dispersa ocurrió porque formaron parte del relleno del montículo (Figura 10), como se ha registrado en otras partes del noroeste del país (Guerrero, Solís y Vázquez, 1992).
En este montículo 7 también se encontraron restos faunísticos entre los 115 y 180 cm de profundidad y cercanos a los entierros 17, 18, 20, 21 y 23. En el análisis de una muestra de 81 huesos se reconocieron restos de ave no definida (n=1) y de mamíferos (n=17) como venado cola blanca (Odocoileus virginianus), saíno (Tayassu tajacu), danta (Tapirus bairdii) y armadillo (Dasypus novemcinctus); anfibios (n=16) como garrobo (Ctenosaura similis), tortugas terrestres y marinas sin identificación específica, y huesos de peces (n=47) como bagres (Ariidae sp., Arius dowii), pargos (Lutjanus novemfasciatus, Lutjanus aratus, Hoplopagrus guentherii), róbalos (Centropomus sp.), y jureles (Carangidae), entre otros.
También se hallaron restos de moluscos asociados con estos espacios; resaltaron 30 valvas distribuidas en pianguas (Larkinia grandis y Anadara tuberculosa), mejillones (Polinices panamensis) y almejas (Leukoma aspérrima, Chione subrugosa y Dosinia ponderosa).
El hallazgo en distintas profundidades del montículo 7 de materiales orgánicos, como huesos de animales y concha junto con áreas de ceniza, evidencia sectores destinados al consumo y desecho de alimentos (Figura 10).
La cercanía de estos materiales orgánicos con algunos entierros sugiere la posibilidad que el consumo de alimentos fue parte del ritual funerario de las personas quienes asistieron al sepelio de algunos individuos, puesto que entre los 140 y 170 cm de profundidad se definió el RC.3, el cual se ubicó hacia el oeste del montículo y cerca de los entierros 18, 20, 21 y 234, y se caracterizó por un estrato de ceniza con restos de animales terrestres y moluscos junto con fragmentos de ollas globulares monocromas y del tipo Mojica con Impresión Punzonada en Concha (Figura 9a-9c), los cuales tenían superficies externas con hollín que evidencia su exposición al calor por el uso en la preparación de comidas.
Discusión de los resultados
Orocú se ubicó sobre una planicie a la margen derecha del cauce del río Lagarto de Chomes y, como se observa en la figura 1, la cercanía a este río permitió a los pobladores disponer de materiales para construir sus montículos funerarios, porque de cortas distancias acarrearon las piedras y la tierra.
Estos montículos se asemejan a los hechos por las poblaciones establecidas durante el período Bagaces en Cañas-Liberia y bahía Culebra (Guerrero y Solís, 1997). En monumentos también localizados en Chomes, como Santolar (P-479 Sl), se registró la construcción de estos montículos con cantos rodados para el relleno interno y las hileras perimetrales (Creamer, 1986; Guerrero, Rojas y Sánchez, 2007; Gómez y Villalobos, 2009). Esto muestra cómo las poblaciones del noroeste de Costa Rica compartieron en tiempo y espacio el sistema constructivo de estos montículos funerarios. No obstante, la presencia de materiales orgánicos, como hueso y concha junto con áreas de ceniza en el montículo 7 de Orocú, sugiere que actividades como el consumo y el desecho de comidas formaron parte del ritual funerario.
Los tratamientos mortuorios en estos montículos de Orocú no incluyeron marcadores superficiales como los pilares en roca ignimbrita registrados en otras partes del noroeste del país entre el 300 y el 800 d.C. (Guerrero y Solís, 1997). La ausencia en la señalización de estos lugares puede estar relacionada con la diferencia entre cementerios y espacios funerarios en los sitios. Estos últimos no muestran límites físicos y se traslapan con otros sectores de la aldea; como fue el caso de los montículos funerarios 7 y 13 cercanos a las áreas domésticas de las elevaciones 1, 2 y 5 (Figura 1).
El esfuerzo físico en los pobladores de Orocú destinado a los tratamientos mortuorios no se materializó en la construcción de cajones, marcos de piedra o pozos cilíndricos, como ocurrió en las zonas de Cañas-Liberia y bahía Culebra (Guerrero y Solís, 1997); sino, más bien, en cavar fosas directamente en la matriz del suelo. Los tamaños de las fosas se hicieron con dimensiones ajustadas para la cabida de las personas, como en los entierros primarios con catorce individuos en posición flexionada (Figura 2), algo “frecuente” en los cementerios excavados para el período Bagaces (Guerrero y Solís, 1997).
En la preparación del espacio mortuorio resaltó el único entierro múltiple (entierro 23) que reflejó un esfuerzo físico y simbólico dedicado para la sepultura de siete personas (Figura 3), debido a que se escogió el lugar más profundo del montículo (150-175 cm) e implicó remover las inhumaciones de los primeros niveles. Además, temporalmente este entierro fue la última inhumación del montículo 7, y en este contexto se detectaron variaciones como nuevas formas de enterramiento (colocación de varias personas en una misma fosa) y el uso de restos humanos como ofrendas, lo cual indicaría cambios en la organización social de esta población hacia el 700 d.C.
Las ofrendas evidenciaron diferentes creencias de estos antiguos pobladores, como significados temporales en el período Bagaces, debido a las similitudes estilísticas de los objetos hallados en Orocú con ejemplares reportados en monumentos arqueológicos de la zona de Cañas-Liberia y bahía Culebra (Guerrero, Solís y Vázquez, 1992).
Los simbolismos religiosos entre el 300 y el 800 d.C. en el noroeste del país han incluido propuestas en torno a las cualidades de las ofrendas colocadas en los espacios funerarios, como la mayor representatividad de la cerámica decorada, en especial la policroma, con respecto a la monocroma (Guerrero, Blanco y Salgado, 1986). Aunque en Orocú más bien resaltaron las ofrendas monocromas y bicromas, y únicamente se hallaron tres objetos policromos, a saber: una efigie humana y dos vasijas zoomorfas pertenecientes a los tipos Galo y Carrillo Policromo (Cuadro 3), y colocados a individuos adultos de edad y sexo no establecido.
Otro evento religioso del tratamiento mortuorio evidenciado en las ofrendas cerámicas colocadas fue el “ritual” de matado, identificado en dos ollas globulares trípodes con soportes ausentes y tres figuras humanas cerámicas sin cabeza ni extremidades inferiores (Figura 4). Se desconoce si ocurrieron otros tratamientos porque muchas de las ofrendas se encontraban fragmentadas en los entierros de individuos con restos óseos desorganizados, condición generada en el reacomodo de las personas.
Los contextos de las personas sepultadas en el montículo 7 de Orocú no mostraron una diferenciación social por la posición en que dispusieron los cuerpos, ni por una organización espacial según el sexo y la edad de los individuos, sino, en primera instancia, a quienes se les hizo una distinción en el tratamiento mortuorio a través de esta materialidad, debido a que se contabilizaron trece entierros sin ofrendas y quince entierros con la colocación de objetos.
En segunda instancia, la diferenciación en el tratamiento mortuorio se reflejó a través de la relación entre las cualidades y las cantidades de ofrendas en individuos particulares sepultados en el montículo 7, porque se reconocieron derechos y obligaciones en la composición funeraria como parte de su realidad social. Entre los contextos sobresalió el infante de entre 18 meses y 5 años del entierro 14, que le colocaron 20 ofrendas en formato pequeño (de entre 1,5 y 15 cm de altura), siendo el mayor conjunto ofrendario en el sitio (Cuadro 1), y, además, fue el único contexto de Orocú que mostró una asociación entre objeto en piedra verde (colgante/contenedor) y ofrendas cerámicas, resaltando siete artefactos procedentes del Valle Central y adquiridos a través de interacciones con pueblos aledaños5 (Figura 7).
El tratamiento ofrendario de este infante del entierro 14 plantea, como un posible escenario interpretativo, lo que señala Saxe (1970) que, a esas edades, los niños en una sociedad igualitaria poseen escasas identidades sociales y por eso en su entierro se indicó una dimensión superordinada con logros heredados y adquiridos en el nacimiento.
Reportes provenientes de Cañas-Liberia muestran tratamientos ofrendarios que asemejan al entierro 14 de Orocú, como el individuo del entierro 12 del sitio Las Huacas (G-28 LH), que fue sepultado con una ocarina, un colgante en piedra verde y diez vasijas, de las cuales tres son del Valle Central (Solís, 1996). Mientras que en el entierro 9 de este mismo monumento se documentaron veinte vasijas (dos del Valle Central), en asociación con dos metates miniaturas, colgantes, cuentas y una vasija en piedra verde (Solís, 1996; Guerrero y Solís, 1997).
Estos casos muestran similitudes en tratamientos mortuorios para individuos específicos, y podrían insinuar prácticas profundamente relacionadas con las estructuras sociales de estas poblaciones del noroeste del país, así como diferenciación en el acceso y distribución de estos materiales.
La información presentada demuestra que el abordaje de la organización social a través de los tratamientos mortuorios debe incluir dimensiones locales y regionales que fortalezcan la discusión en términos cronológicos y geográficos, donde contextos como el montículo 7 de Orocú evidencian dinámicas sociales específicas dentro del sitio y que asemejan con reportes provenientes de Cañas-Liberia. Por tal razón, los resultados en esta primera aproximación no son concluyentes, sino un punto de partida para incentivar investigaciones en otros sectores de este monumento arqueológico y en sitios ubicados en la costa este del golfo de Nicoya que permita comprender la organización social en un marco más amplio.
Palabras finales
Los datos obtenidos en Orocú de los montículos 7 y 13 posibilitaron una primera aproximación de los tratamientos mortuorios realizados por los antiguos pobladores de esta aldea, como una manifestación de su realidad social y exclusiva para el período Bagaces, ya que en las excavaciones de 1997 no se registraron contextos funerarios asociados con los períodos Tempisque (500 a.C.-300 d.C.) ni Sapoá (800-1350 d.C.).
La recuperación en las excavaciones de restos óseos de las personas sepultadas y la conservación de partes “diagnósticas” para la identificación del sexo y la edad de los individuos permitieron determinar que, en el montículo 7, se enterraron diferentes miembros de la comunidad sin restricción, desde infantes hasta adultos.
El montículo 7 se usó en varios momentos entre el 300 y el 800 d.C., y los tratamientos de las personas sociales enterradas implicaron reacomodos para dar lugar a nuevas inhumaciones en espacios más profundos. En algunos individuos sepultados de manera extendida y en entierros con restos desorganizados se notó la ausencia de huesos largos específicos (como el entierro 13) y que, si bien podría ser por una preservación diferencial de los restos, no se descarta que los tratamientos secundarios de los cuerpos durante dichas aperturas implicasen el llevarse ciertos huesos, como parte de un culto a sus ancestros (Solís y Herrera, 2009). Estos tratamientos del cuerpo humano fallecido también se evidenciaron en el entierro múltiple de Orocú, donde los restos inarticulados del individuo 2 fueron empleados como ofrendas.
Entre estos tratamientos hechos a los cuerpos destacaron los restos de fetos en desarrollo o individuos recién nacidos que fueron hallados en el interior del montículo 1 y entre las elevaciones 4 y 5, lugares destinados como basureros. El tamaño de los huesos limitó detectar en las excavaciones si se realizó un tratamiento en estas personas, puesto que quizás los parientes hicieron hoyos pequeños en estos espacios, pero pasaron desapercibidos en las excavaciones. No obstante, en otros sitios arqueológicos localizados en bahía Culebra se documentó el entierro de individuos con estas edades, pero depositados en urnas funerarias o en fosas realizadas directamente en la tierra (Vázquez y Weaver, 1980; Hardy, 1992).
Los restos óseos humanos proporcionan valiosa información y, como plantea Briggs (1993), representan una variable independiente en el estudio de los tratamientos mortuorios de las poblaciones del pasado. Por tal razón se recomienda realizar estudios osteológicos en Orocú orientados al análisis de causas de muerte de las personas sepultadas, estudios de ADN para explorar si el entierro múltiple estaba (o no) conformado por individuos con una línea de parentesco en común o investigar si en los espacios funerarios de Orocú enterraron personas provenientes de otros grupos sociales, como el Valle Central.
Agradecimientos
En la elaboración de este documento se contó con la colaboración de varias personas. Se agradece a Myrna Rojas, exjefa del Departamento de Antropología e Historia (DAH) del Museo Nacional de Costa Rica, por colaborar en la gestión de disponer de un fechamiento radiométrico para un contexto funerario del sitio y enviarlo a Beta Analytic. En el proceso de análisis, se agradece a la Lcda. Maritza Gutiérrez, por la identificación de la muestra faunística en su etapa de funcionaria del DAH. Al Dr. Ricardo Vásquez, a la M.s.C Geissel Vargas y a Nicole Smith-Guzmán, por la identificación de la muestra osteológica del sitio; así como al Lic. Felipe Solís por su colaboración en el análisis cerámico y observaciones al documento. De igual manera, se agradece a la Lic. Andrea Morales y al Bach. Ronny Jiménez, quienes colaboraron en la digitalización de los mapas.
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Contribución de personas autoras (CRediT)
J. Fallas Fallas: conceptualización, curación de datos, análisis formal, adquisición de fondos, investigación, metodología, software, visualización, redacción- borrador inicial, redacción- revisión y edición.
J.V. Guerrero: conceptualización, curación de datos, adquisición de fondos, investigación, metodología, administración del proyecto, recursos, validación, redacción-revisión y edición.
1 Estos sectores se definieron en las excavaciones por las concentraciones de fauna vertebrada, concha y restos botánicos, analizados en Fallas (2021) a través de una muestra de 199 huesos, 1170 restos de conchas, 5 muestras macrobotánicas y 744 fragmentos cerámicos.
2 La presentación de datos de los artefactos prioriza la discusión del documento y se sintetiza en los cuadros 1 y 3 según unidad de excavación y distribución por entierros. Se recomienda consultar a Guerrero y Solano (1997) para conocer la distribución de los artefactos por nivel en cada excavación.
3 Como se observa en la figura 9, en el montículo 7 también se encontraron fragmentos de vasijas procedentes del Valle Central.
4 El RC.3 se registró hacia la esquina este de la Op.6, y no fue cubierta en su totalidad en las medidas definidas de la excavación lo que limitó caracterizar esta área en un marco más amplio.
5 Para otras partes del noroeste de Costa Rica se han reportado contextos que evidencian las interacciones de poblaciones con diferentes grupos como parte de su organización social, y que se materializaron en el tratamiento mortuorio a través de la colocación de ofrendas foráneas (Guerrero, Solís y Vázquez, 1992), porque en zonas como Chomes, Cañas-Liberia, bahía Culebra y Arenal-Tilarán se han encontrado fragmentos y piezas completas de ollas globulares y escudillas trípodes de los tipos y grupos Tuis Fino, Selva Café y Zoila Rojo, así como efigies humanas (Solís, 1996; Guerrero, Aguilar y Peytrequín, 2003; Gómez y Villalobos, 2009; Solís, Gómez y Fallas, 2017). Sin embargo, la mala conservación de los restos óseos de los individuos asociados con estos objetos ha limitado la identificación de su sexo y edad.