Dossier
La pertenencia centroamericana: Belice entre países vecinos
Central American Membership: Belize among Neighboring Countries
La pertenencia centroamericana: Belice entre países vecinos
Anuario de Estudios Centroamericanos, vol. 46, 2020
Universidad de Costa Rica
Recepción: 05 Septiembre 2020
Aprobación: 10 Octubre 2020
Resumen: Este artículo analiza factores externos que incidieron en la formación del Estado nación beliceño desde una perspectiva regional. Resalta las relaciones poco trabajadas en los estudios sociales de la región, entre Belice y Centroamérica. Entre los factores que contribuyeron a construir estas relaciones se mencionan: i) la producción del territorio en medio de disputas e intereses coloniales entre España e Inglaterra, ii) las migraciones sucesivas que tuvieron lugar en Belice y configuraron una sociedad pluriétnica y multicultural, afianzando sus nexos con centroamericana y iii) las disputas fronterizas con Guatemala que provocaron una suerte de externalización de sus efectos tanto en su representación de pertenencia a la región, como en su inclusión dentro de los estudios sociales centroamericanos.
Palabras clave: Belice, Centroamérica, Estado nación, territorio, circulaciones, frontera.
Abstract: This article analyzes external factors that influenced the formation of the Belizean Nation-state from a regional perspective. It highlights the relations between Belize and Central America which have been worked scarcely in the social studies of the region. Among the factors that contributed to build these relationships are i) the formation of the territory in the midst of disputes and colonial interests between Spain and England; ii) the successive migrations that took place in Belize, and that formed a multiethnic and multicultural society, strengthening its ties with Central America; and, iii) the border disputes with Guatemala that caused a sort of externalization of its effects both in its representation of belonging to the region, and in its inclusion within Central American social studies.
Keywords: Belize, Central America, Nation-State, territory, circulations, borders.
Introducción: formaciones de Estado nación, un nacimiento entre-otros
¿Belice pertenece a Centroamérica? Si hiciéramos la pregunta a personas en la calle, en varios países centroamericanos, las respuestas serían variadas. Un beliceño contestaría obviamente que sí. Un salvadoreño, nicaragüense, hondureño o un costarricense contestaría probablemente con un ¿sí? dubitativo. En México, su vecino gigante, las respuestas variarían de norte a sur, entre el desconocimiento y la vecindad. Unos lo ubicarían incluso más allá de Centroamérica y otros contestarían con un sí que sonaría cercano. Finalmente, en Guatemala, la respuesta sería sí, no sin antes aprovechar la ocasión para mencionar la disputa territorial entre los dos países; hasta se podría escuchar con emoción que Belice fue parte de Guatemala. Dependiendo de dónde o a quién hagamos la pregunta, la diversidad de las respuestas nos lleva a interesarnos de manera general en la presencia de Belice en los imaginarios colectivos centroamericanos.
La pregunta por la “pertenencia” y los vínculos no es solo de carácter geográfico. Atañe a un asunto que tiene que ver tanto con procesos de “identificación nacional”, como con mecanismos de consolidación de “Estados nación” y sus relaciones con otros países. Aunque el Estado nación es una formación relativamente moderna (Wimmer y Feinstein; Smith; Hobsbawm), las relaciones que han establecido los pueblos con ‘sus otros’ tienen una larga data. El caso de Belice es un ejemplo contemporáneo, el cual muestra la importancia del exterior en su proceso de formación como Estado nación. Por ejemplo, para que Belice se volviera formalmente un Estado independiente en 1981, hizo falta un largo proceso de reconocimiento internacional, tanto de organismos internacionales como la Organización de los Estados Americanos (OEA) y Organización de las Naciones Unidas (ONU), como de cada uno de los gobernantes de los países centroamericanos que apoyaron la soberanía del Estado beliceño (Shoman, 2009).
El surgimiento de una nación obedece, también, tanto a fuerzas internas como externas. Convencionalmente se cree que una nación se consolida cuando un conjunto de personas se determina como grupo y se reconoce como parte de una misma trayectoria (Gellner), con historias y geografías comunes. Sin embargo, desde el siglo XIX, las naciones se han construido de una manera un tanto diferente a la que cuentan sus historias oficiales. Las invenciones de sus herencias nacionales, referentes y significados comunes fueron un proceso largo y colectivo, aunque siempre en relación con factores transnacionales. De modo que, este proceso no ocurre de manera concertada y autodefinida, sino que cada grupo nacional es influenciado, copiado o inspirado por las invenciones o adaptaciones de sus demás vecinos (Thiesse).
Así, los Estados nación establecen afiliaciones políticas, económicas, culturales y diplomáticas con sus otros; en cuyo contexto se forjan sus ‘pertenencias’ e historias. De modo que, siguiendo el célebre trabajo de Anderson, podríamos decir que las naciones son también “imaginadas” e interpeladas por sus vecinos.
De acuerdo con Hannerz y Gingrich Belice es un claro ejemplo de un “pequeño país”, entendiéndolo como una construcción socioantropológica, y no como un dato geográfico. Es decir, su pequeñez se justifica más por el tamaño de su población y otros factores estructurales que por el de su territorio (4-6). Su densidad poblacional sigue siendo la más baja de la región. Por ejemplo, si comparamos Belice con El Salvador, que dispone de un territorio similar, la población salvadoreña asciende a siete millones de habitantes; mientras que la beliceña apenas alcanza a 400 000 habitantes. Además, varios trabajos han coincidido al señalar su carácter cuasi insular y su identidad escindida entre lo caribeño y lo centroamericano (Correa; Ramírez Romero; Cunin y Hoffmann, 2009). Este hecho configura una experiencia particular de habitar el espacio de lo nacional y da lugar a una serie de transformaciones importantes que sucedieron en períodos relativamente cortos.
Belice ha sido representado como un margen de Centroamérica, encarnando parte de la fachada caribeña del istmo (Le Masne). En el siglo XIX, el territorio que se conoce actualmente como Belice correspondía, junto con la costa caribeña del istmo, al margen del Imperio español, un espacio estratégico donde Gran Bretaña asentó su dominación (Demyk, 1995; Toussaint, 2009). Como consecuencia, el país ha estado orientado particularmente hacia el Caribe (Bolland, 1997a, Bolland, 2002; Twigg 9) y ha sido imaginado como un espacio “diferente” dentro de la región, lo cual lo convierte en una suerte de extraño vecino con pocos o ningún vínculo con el resto de los países que lo rodean.
Independiente de Inglaterra desde 1981, Belice es el único país centroamericano cuyo lenguaje oficial es el inglés; miembro de la Commonwealth of Nations, con una forma de gobierno definida como una “democracia parlamentaria”, que sigue el modelo británico “Westminster”; y un sistema político bipartidista con alternancia moderada en el poder. Además, la reina Elizabeth II funge como la cabeza de Estado, representada por un gobernador oriundo del país. Desde su origen, ese pequeño margen enclavado en Centroamérica, ya sostenía intensas relaciones económicas y políticas con el Imperio británico, Jamaica, México, la costa Misquita en Nicaragua, Honduras y Guatemala (Shoman, 2009).
Por su posición dentro de la geopolítica moderna y su historia colonial, la relación de Belice con el Caribe ha sido más abordada (Bolland, 1992; Macpherson; Wilk), en contraste con la poca atención que ha recibido el país como parte de Centroamérica en los estudios de las ciencias sociales. La Honduras Británica, nombre con que se conocía a Belice hasta poco antes de su independencia, ingresó a las relaciones económicas y geopolíticas del sistema mundo global a partir del siglo XIX, cuando se convirtió en la colonia del Imperio con el mayor índice de exportaciones al Reino Unido, tras las guerras napoleónicas (Bulmer-Thomas).
La aparente posición in-between, entre dos configuraciones regionales e identitarias distintas y complejas, hace que Belice sea un lugar propicio para estudiar conexiones, circulaciones y vínculos entre lo local y lo regional. Además, permite examinar cómo se construyen esas conexiones internacionales que definen, en buena medida, la consolidación de los países y de sus políticas externas. La paradójica situación de ser comúnmente descrita como una nación caribeña incrustada en territorio continental, asemeja la experiencia transfronteriza de Belice con la de otros países como Guyana (Greene), Guyana holandesa (Wolff) y, en cierto momento, Panamá.
La cercanía o lejanía en la construcción de la ‘vecindad fronteriza’ entre los países es un proceso de identificación intra y supranacional que combina elementos subjetivos (sensibilidades y percepciones colectivas) y estructurales (Hannerz y Gingrich 6; Hansen y Steputtat). A su vez, este proceso se relaciona con dinámicas históricas que se manifiestan regionalmente (Ramírez), a través de las cuales las relaciones entre países se caracterizan por unas continuidades y cambios en sus dinámicas territoriales, la explotación de sus recursos y la actuación de sus élites de poder en el espacio regional (Demyk, 2005; Taracena Arriola).
Sin embargo, la naturaleza de los vínculos históricos no siempre es explícita, ni se encuentra presente dentro de la imaginación sociológica con la que pensamos la relación entre países, por lo que está sujeta a interpretaciones, disputas y omisiones (Bond y Gilliam). La opacidad o claridad con que son representados ciertos países dentro de los espacios regionales a los que pertenecen depende, entre muchos factores, de aspectos contextuales de proximidad geopolítica, histórica y cultural, y de los efectos duraderos que causan dinámicas coloniales, disputas territoriales y desarrollos económicos.
En este Dossier queremos preguntarnos por el lugar que se le atribuye a Belice en los estudios de las ciencias sociales en Centroamérica, los cuales, como sabemos, no están estrictamente alejados de los sentidos comunes con los cuales representamos la realidad (Bauman). Así mismo, los artículos que conforman el Dossier tienen un doble objetivo: por un lado, se quiere presentar algunos estudios recientes sobre Belice, y, por el otro, resaltar los vínculos y conexiones de Belice con Centroamérica, con el fin de ampliar la mirada del campo de los estudios sociales centroamericanos y complejizar la representación ístmica –periférica– de la región.
En los siguientes apartados abordaremos tres factores relevantes en la constitución de Belice y sus relaciones con Centroamérica. El primero de ellos se refiere a las dinámicas coloniales que dieron origen a Belice dentro de la macroconfiguración regional centroamericana, fragmentada y disputada por los intereses entre España y Gran Bretaña. El segundo se relaciona con las migraciones históricas y contemporáneas, forzadas y voluntarias, discretas y masivas que tuvieron lugar en varios momentos y acarrearon formas de desarrollo discontinuo y desigual en Belice. En particular, las migraciones centroamericanas dan cuenta de la circulación continua de personas que refuerzan la naturaleza pluriétnica y multicultural de Belice. Por último, retomamos la disputa territorial entre Belice y Guatemala como “punto en suspensión” en el desarrollo de las relaciones de integración entre Centroamérica y Belice.
Espacio entre-dos: dinámicas coloniales y territorio
En este Dossier queremos hacer hincapié en que la formación y la producción de los Estados nación son fundamentalmente resultado de las intervenciones y negociaciones que se dan en los niveles locales, por la combinación de factores contextuales y de proximidad a escala regional (Wimmer y Feisntein 764). La conformación del Estado nación gira en torno a problemáticas elementales relacionadas con el territorio, el cual es la base para su sobrevivencia y la formación de sus identidades (Demyk, 1995). El territorio se produce desde una referencialidad regional que es, al mismo tiempo, histórica y política (Dikeç).
Los anclajes entre identidad y movilidad son elementos fundamentales en la conformación de los territorios (Hoffmann y Morales 12). Por lo tanto, estos se construyen y producen en medio de disputas que múltiples actores, ya sean sujetos subalternizados, poderes coloniales o instituciones, despliegan en el espacio físico o imaginado que experimentan o definen como propio. Esta situación da lugar a la configuración de dispositivos territoriales que instauran formas de legitimación cultural mediante las cuales el territorio es descrito, representado y dominado-apropiado (Hoffmann y Morales; Hoffmann, 2014; Gupta y Fergunson). De manera que la relación entre espacio y movilidad implica no solo el tránsito de sujetos y sus formas de organización, sino también la circulación de proyectos e ideas que se materializan en formas concretas de control y explotación de los territorios.
En este proceso, algunos territorios son conformados como márgenes, alejados de los intereses del poder, y como no-lugares, por su carácter de transitoriedad e impermanencia (Augé). Sin embargo, los territorios pueden resultar también de los entrecruzamientos de intereses coloniales, patrones de asentamientos, acuerdos jurídicos y transformaciones culturales, los cuales les confieren un carácter de espacios entre-dos.
La formación de Belice ilustra el surgimiento de un espacio entre-dos configurado por entrecruzamientos entre prácticas colonialistas que representan lógicas distintas de movilidad, circulación y apropiación de los espacios. Por un lado, las dinámicas expansionistas de la Corona española, orientadas al marcaje territorial mediante leyes y el derecho de conquista, y, por el otro, el extractivismo y la ocupación de facto que caracterizó los patrones de asentamiento del Imperio británico en el territorio.
A diferencia de los patrones de asentamiento colonial que marcaron el siglo XVII y XVIII, liderados por los grandes poderes imperiales en disputa en América (España y Gran Bretaña), la fundación de Belice obedeció a factores de índole fáctico, pragmáticos y un tanto azarosos, que desembocaron más tarde en estrategias de dominio del territorio a través de dispositivos de representación cartográficos en el marco de una política colonial (Hoffmann, 2014), leyes y acuerdos de ocupación entre los imperios coloniales (Shoman, 2009) y administración racializada de la población mediante censos (Cunin y Hoffmann, 2012; Correa).
Por sus características, los imperios coloniales de la época no consideraron asentarse en la zona (Toussaint, 1993; Shoman, 2000; Bolland, 1997b). El terreno era considerado insalubre, su clima extremadamente húmedo, su superficie mayormente cenagosa y unas porciones de selva impenetrables. Particularmente, España había establecido su dominio en una vasta área, alrededor de los siglos XVII y XVIII, que comprendía desde el fuerte de Bacalar, en el actual Quintana Roo, hasta el sur de Guatemala, Salvador y Nicaragua. De manera que el tránsito por Belice se consideraba como un “paso obligado”, sin que por ello primara una intención de establecerse; sin embargo, el territorio fue anexado a su jurisdicción tras el derecho de conquista (Toussaint, 1993; Shoman, 2009).
La existencia del Palo de Tinte o Logwood en el litoral centroamericano, desde las costas de Nicaragua hasta Campeche en la península de Yucatán, atrajo a un centenar de hombres británicos navegantes y comerciantes para explotar una vasta zona donde esta madera abundaba. Belice se encontraba a medio camino entre el Sur de la península de Yucatán y Nicaragua. De modo que, a su paso, algunos de estos navegantes, muchos de los cuales huían de la persecución de las autoridades coloniales, debido a infracciones que imponían las prohibiciones sobre la piratería, decidieron refugiarse en cayos e islotes cerca del litoral del mar Caribe en el territorio Beliceño, justo en la desembocadura del río Belice (Shoman, 2009; Cunin; Chávez y Domínguez), lo cual dio origen a la fundación de la Bahía de Honduras, nombre con que se registró por primera vez el asentamiento británico.
Murray señala que el precio y las ganancias del Palo de Tinte superaban cuatro veces las ganancias de las exportaciones de azúcar producida en Jamaica de las cuales se nutría la economía colonial británica (20). El Palo de Tinte producía un pigmento colorante negro, púrpura, azul, rojo y verde que se empleaba para tinturar las telas producidas para la industria textil europea, por lo cual su valor era sumamente apreciado, al punto de inaugurar una economía forestal entre Europa y las Indias Occidentales.
Tal como lo señalan varios trabajos, los británicos tampoco tenían interés particular por establecer su permanencia en el territorio (Toussaint, 1993; Shoman, 2009; Thomson). Las inclemencias climáticas, las constantes amenazas de los españoles y sus prohibiciones de establecerse en Belice generaron, en aquellos primeros colonos del siglo XVIII, una sensación de habitar aquella tierra hostil solo por necesidad y nunca como una elección deseada. Todavía, durante las primeras décadas del siglo XVIII, casi un siglo después de que aquellos primeros arribos tuvieran lugar y el pueblo de Belice se fuera conformando lentamente, las descripciones del espacio contenían cierto desprecio hacia el territorio y un tono de desafortunada suerte por habitarlo.
El artículo de Ana Cervera en este Dossier ilustra este período particular en la formación colonial de Belice, cuando se entremezclaban la actividad forestal, las tensiones imperiales y la producción del territorio. Su artículo muestra cómo los trabajos de Joseph de Guille, cartógrafo al servicio de la Corona española bajo las órdenes de Antonio de Cortaire, gobernador de Yucatán; y James Cock, teniente inglés, “leal a la Corona”, bajo el mando del superintendente Sir William Burnaby, gobernador de Jamaica, dan cuenta, por un lado, de la producción de la territorialidad mediante la apropiación del espacio por las autoridades españolas y, por el otro, del papel de las relaciones diplomáticas para negociar las intervenciones y la presencia inglesa en la zona en pleno albor de la explotación del Palo de Tinte.
Si con la explotación del Palo de Tinte la Honduras Británica surgió como un territorio-recurso (Hoffmann y Morales) ante la mirada codiciosa de la Corona británica, la extracción de Caoba, otra madera apreciada, consolidó el interés definitivo de los ingleses en Belice y dio lugar a una producción a mayor escala del territorio. Este hecho fue decisivo para el crecimiento demográfico de Belice al provocar una transformación sociocultural y económica que desembocó en una organización social menos rudimentaria, estratificada y más regulada que se conoció como una forestocracia (Iyo et al.; Shoman, 2009) y consolidó la posición de Belice dentro de las colonias británicas en el Caribe.
La inmigración masiva de hombres y mujeres esclavizadas proveniente de Jamaica y África occidental para trabajar en campamentos madereros hizo posible el florecimiento del “Pueblo de Belice” (Henderson) y el desarrollo de las primeras instituciones coloniales que adoptaron la forma de las instituciones inglesas. Robin Schaffer, en este sentido, nos presenta el ejemplo de la escuela en Belice, haciendo un recorrido desde sus inicios coloniales hasta la actualidad, para mostrar su naturaleza contractual y dividida, que tiene repercusiones en su funcionamiento y operatividad, debido a articulaciones y desarticulaciones entre actores políticos claves como la iglesia y el Estado. Del mismo modo, Harry Domínguez en este Dossier pone su mirada en la relación entre la racialización del trabajo esclavizado y la distribución urbanística racializada del espacio (Lipsitz), factores que resultaron decisivos para la fundación y el desarrollo de la Ciudad de Belice y que tienen actualmente unas materializaciones y continuidades reales, las cuales se ven reflejadas en los altos índices de marginación y vulnerabilidad en los que se halla la población creole beliceña que habita el sur de la ciudad.
La extracción de caoba no solo provocó cambios administrativos y económicos, que aceleraron el colonialismo, sino también transformaciones culturales. Se empezaron a gestar procesos de mestizaje y criollización que complejizaron aún más la relación entre los grupos de la colonia. Estas transformaciones socio culturales dieron paso a una jerarquía socioracial en la que prontamente los creoles, un grupo originalmente proveniente de la unión entre británicos y africanos, alcanzaron espacios de dominio y representación al ser considerados el sostén de la colonia (Judd; Cunin; Correa). Toda esta serie de cambios derivó en procesos de expansión territorial liderados por la actividad de los taladores de madera que, poco a poco, extendieron sus dominios hacia el río Hondo y el río Sastoon en las fronteras con Guatemala, lo cual trajo consigo la reproducción del Estado colonial al sur de sus territorios. Joel Wainwright en este Dossier, afirma que, durante este proceso, el Estado colonial se organizó alrededor de relaciones raciales y de clase autoritarias, que buscaban el disciplinamiento de los trabajadores y el control de las comunidades indígenas, fallando en ambos propósitos y volviendo tensas las relaciones de Belice con el sur, hacia Guatemala.
Circulaciones y formación de una nación
El caso de Belice es un ejemplo contemporáneo de formación de un Estado nación. Se proclamó en 1981 como Un Pueblo–Una Naciónen la cual las múltiples diferencias étnicas y lingüísticas serían parte de un nuevo grupo/identidad nacional que formaría el país. El proyecto nacional reposaba sobre la idea de deshacerse de las clasificaciones étnicas coloniales a favor del nuevo grupo nacional. Al respecto, el artículo de Reynaldo Chi Aguilar en este Dossier muestra que, durante la segunda mitad del siglo XX, bajo el liderazgo de George Price, líder político beliceño, quien ocupó el cargo de primer ministro en varias ocasiones, se orquestaron acelerados procesos de construcción de la identidad nacional, bajo una narrativa homogeneizadora que, en medio de tensiones políticas e interétnicas, buscaba tejer lazos con Centroamérica para legitimar la independencia.
Así, la historia nacional relata que al final del siglo XIX, la pequeña población beliceña –con excepción de los mayas que ya habitaban el territorio– se había conformado de la unión de varios grupos migrantes, de culturas y lenguas diferentes, y que cada uno había tenido una participación en la construcción del país (Leslie; Iyo et al; Palacio; Shoman, 2011). El relato dominante sostiene que la consolidación de Belice fue posible gracias al supuesto trabajo hombro con hombro de los británicos y los esclavizados africanos que defendieron el territorio de las invasiones españolas. La historia elaborada por el grupo garífuna relata la llegada de familias a las costas del sur de Belice, quienes huían de múltiples persecuciones en el Caribe. El grupo se construye como una nación indígena transnacional (Agudelo), anclada sobre territorios de varios países centroamericanos (Palacio). Los relatos de los garífunas de Belice cuentan, entre otros asuntos, su participación en las misiones educativas de la Iglesia católica, lo cual tuvo como consecuencia favorecer su integración en las instituciones coloniales y así participar en la construcción del país (Enríquez). Por otro lado, las narraciones nacionales acerca de la Guerra de Castas cuentan cómo ocurrieron múltiples desplazamientos de poblaciones mexicanas –mayas y mestizas– a final del siglo XIX, lo cual cambió por completo la demografía de la colonia británica (Shoman, 2011). Se cuenta que el aporte a la nación de esas poblaciones, llamadas “refugiadas”, originó las primeras formas de actividad agrícola a nivel industrial (Leslie; Bulmer-Thomas y Bulmer-Thomas). Por fin, aunque menos estudiados, los relatos nacionales cuentan que después de la abolición de la esclavitud, los británicos persistieron en el Caribe, propiciando migraciones desde la India y del continente surasiático. En este Dossier, Néstor Véliz-Catalán propone explorar flujos migratorios de trabajadores agrícolas que conectan la India, el Caribe, Belice y Guatemala como un reflejo de esto.
El fenómeno migratorio y su relación con lo nacional es fundamental para tratar de entender la configuración de este país “entre-dos” que se construye en las relaciones con sus vecinos. Por un lado, se encuentra esta nueva nación formada por migraciones del pasado, cuya historia ha integrado como una característica común al pueblo beliceño. Por otro lado, su población sigue creciendo, por la llegada continua de personas nacidas en el exterior y su descendencia, conformando, de este modo, la pluralidad de las poblaciones nacionales.
Las migraciones del siglo XX, por ser contemporáneas, aún no hacen parte de los relatos nacionales de la historia de Belice; a pesar de haber transformado la población beliceña drásticamente. En los años 50-60, las migraciones centroamericanas se definían por una movilidad que se limitaba a desplazamientos interregionales localizados, en los cuales Belice era un país de destino, particularmente de poblaciones hondureñas. A partir de los años 80, debido a las crisis políticas, los flujos migratorios aumentaron y se diversificaron hacia los países “del Norte”, que contaban con mayor grado de desarrollo (Olmos). No obstante, aunque el fenómeno es menos estudiado, Belice es el país de la región que, desde su independencia en 1981, ha recibido –y sigue recibiendo– mayor inmigración centroamericana y, en consecuencia, la población se ha triplicado en los últimos 40 años (Shoman, 2011).
El impacto de las migraciones tiene una incidencia importante tanto en la economía como en las relaciones sociales. El artículo de Victor Bulmer-Thomas en este Dossier muestra, entre otros asuntos, que gran parte de los inmigrantes tienden a ser personas de origen campesino, de escasos recursos y que pueblan particularmente las zonas rurales. Lo anterior tiene como consecuencia, a corto plazo, el aumento de la pobreza del país, pero, a largo plazo, una participación activa en el desarrollo de la economía. Además, esa intensa cercanía con sus vecinos del continente, en oposición a la herencia británica y caribeña, ha diversificado los procesos de identificación del país, tanto entre las culturas creoles y mestizas, como entre las lenguas inglés, kriol y español (además de otras minorías) (Correa; Ramírez Romero; Cunin y Hoffmann, 2012). De esta manera, el proyecto nacional de la independencia parece haber tomado otro enfoque. La nación presentada en ese momento como un solo Pueblo es presentada hoy por las autoridades como una nación heterogénea y multicultural compuesta de diferentes grupos étnicos (Cunin y Hoffmann, 2014).
Las diferencias entabladas en los procesos multiculturales de la sociedad han dado lugar a fenómenos de contactos y de variaciones de las prácticas sociales, particularmente visibles en el campo de la sociolingüística. Por ejemplo, el artículo de Nicté Fuller Medina en este Dossier ilustra parte de la complejidad del multilingüismo beliceño. La autora muestra cómo las personas trilingües han ido transformando el español en sus maneras de hablar, mezclándolo en la práctica con el inglés y el kriol. Asimismo, explica los cambios que ocurren en la lengua considerada nacional, el belizean kriol –lengua que se ha ido formando desde el siglo XVII, a raíz del contacto del inglés y de las lenguas africanas (Decker)–, sobre todo en cuanto a la valorización y los procesos identitarios que suscita. Estos procesos de transformación (constante y acelerada) de las prácticas sociales, resultado en parte del aumento importante de la población hispanohablante, han fomentado desde la independencia una especie de miedo a la “latinización” de Belice (Shoman, 2009), porque tendría como consecuencia borrar la raíz caribeña-británica que caracteriza la identidad del país.
Por lo anterior, una de las consecuencias de esa resistencia al “spanish” es visible en las producciones editoriales, las cuales son en su mayoría en inglés y que tienden poco a poco a diversificarse en kriol. Margaret Schrimpton en este Dossier muestra que, aunque la literatura beliceña cuente y refleje las circulaciones transfronterizas y transculturales, los textos son, para la mayoría, producidos en inglés. En efecto, a pesar de ser una lengua hablada por gran parte de la población y valorada a nivel internacional, el español no consta de un estatus o de un reconocimiento oficial en la Constitución del país. Por lo cual, la literatura beliceña tiende a exportarse principalmente al Caribe y a los mercados anglófonos, antes de compartirse con sus vecinos centroamericanos hispanohablantes. Este hecho tiene un papel sumamente importante en los procesos de construcción de una “comunidad imaginada” centroamericana, en la cual las realidades beliceñas son poco representadas.
Disputa y controversias, la relación con el “Otro” de la nación
Hay que tener en cuenta que el territorio que corresponde a Centroamérica nació de la “fragmentación” en diferentes repúblicas, las cuales en su momento hicieron parte de la Capitanía General de Guatemala, después de la independencia de 1821 y del fracaso de la Federación de las “Provincias Unidas de América Central” (1823-1838). El tema de las fronteras, omnipresente en la diplomacia y en las relaciones entre las “repúblicas hermanas”, originó, en el siglo XIX y XX, una serie de crisis más o menos intensas que afectaron a todos los Estados sin excepción (Demyk y Demyk). En otras palabras, podemos decir que el conflicto fronterizo entre Guatemala y Belice se suma a los procesos de consolidación de los Estados nación centroamericanos. Sin embargo, su diferencia radica en que esta disputa involucró poderes coloniales británicos antes de ser heredada al Estado beliceño, por un lado, y que tanto los procesos de colonización como de independencia en Belice tuvieron un desfase de varios siglos en contraste con los otros países de la región, por el otro.
La externalización de la disputa entre Belice y Guatemala tiene ya sus efectos de larga data, los cuales alcanzaron un punto clímax entre los años de 1945-1948, como lo muestra Rodrigo Véliz-Estrada en este Dossier. El autor resalta precisamente cómo la disputa entre Belice y Guatemala inauguró el inicio de la Guerra Fría en Centroamérica e incendió el clima de las relaciones internacionales, en medio de las cuales Gran Bretaña y Estados Unidos buscaban consolidar su presencia e intervención en la zona. La disputa involucró a naciones vecinas como México, hasta el punto de ser calificado como el “asunto más importante a nivel internacional”, de acuerdo con informes diplomáticos de los poderes en disputa. En particular, la disputa entre Guatemala y Belice ha contribuido a su relativo aislamiento respecto del resto de países centroamericanos. En cierto modo, sería interesante explorar la relación entre los efectos de la disputa con la ausencia general de Belice en los estudios centroamericanos y las secuelas en su integración con los otros.
La idea de frontera es central en el concepto de Estado nación. Tiene el papel de marcar el territorio e indicar que leyes específicas rigen las tierras y las personas. La frontera es el escenario de un espectáculo orquestado por el Estado que tiene que ser visto y mostrado. Primero a su población nacional; segundo, a los otros Estados; y, tercero, a los inmigrantes que transitan por su territorio (Aragón 159). A falta de una frontera clara y reconocida entre Belice y Guatemala, la mediatización del diferendo acerca de la frontera con Guatemala ha jugado, entre otros asuntos, un papel de visibilizar la efectiva separación entre ambos países (Ramírez Romero, en prensa). La línea que debía servir de frontera entre Guatemala y Belice fue decidida en un tratado entre Guatemala y Gran Bretaña en el año 1859; desde entonces ha sido fuente de desacuerdos, negociaciones, disputas e incidentes diplomáticos que han involucrado ejércitos, de manera que podríamos decir que todos los beliceños han pasado toda su vida escuchando hablar del “Guatemalan’s claim to Belize” (Shoman, 2018).
Por lo tanto, la relación con Guatemala ha participado –y participa– en la formación del Estado nación de Belice, así como de su “comunidad imaginada” que se construye en contra de su vecino. “Belice es” porque “no es Guatemala”. Este hecho, además, ha sido aprovechado de distinta manera por los actores políticos de cada país para movilizar adhesiones y generar antipatías partidistas. La necesidad de resolver el caso y de defender su territorio de las amenazas de invasión de Guatemala ha tenido un rol de consolidación nacional y de participación ciudadana en la joven nación. En el texto de Assad Shoman en este Dossier, se puede apreciar en detalle el proceso de resolución del conflicto que se ha llevado a cabo en el siglo XXI, así como se ven también procesos de reconfiguraciones en las divisiones “tradicionales” que existían entre los actores políticos y de la sociedad civil. El “espectáculo” que se lleva en los medios y en la vida política mantiene a los ciudadanos pendiente del caso Guatemala-Belice y reaviva profundos sentimientos que (re)producen la permanencia de la nación. En fin, resaltaremos en el texto del autor que la campaña al referéndum en 2019 fue una ocasión para inspirarse de otras naciones y solicitar el apoyo de expertos de otros países. Este ejemplo reciente, muestra que, en esta relación conflictiva con Guatemala, se generan procesos creativos y cívicos, tanto en el interior como con el exterior, los cuales reafirman la soberanía de la nación, entendida como el vínculo entre los ciudadanos y el Estado, por un lado, y como una producción de nacionalidad basada en la relación con países vecinos, por el otro.
Conclusión
En la introducción de este Dossier sobre Belice quisimos resaltar la importancia de las relaciones y de los factores externos en la formación de un Estado nación contemporáneo. El ejemplo de Belice, el de un Estado nación, insertado en Centroamérica, pero resultado de las dinámicas coloniales británicas en el caribe, ilustra la construcción de los nexos y vínculos no siempre explícitos entre Estado, territorio y formación de las relaciones internacionales a nivel regional. Asimismo, estos procesos orientan en cierta medida la conformación de intereses dentro de los campos de estudios de las ciencias sociales en Centroamérica, en el marco de los cuales, Belice es poco abordada. Este hecho es más el resultado de la ausencia de Belice en los imaginarios de los países centroamericanos que una carencia de temáticas relevantes que harían objeto de inclusión a Belice en las materias de estudios en Centroamérica.
Finalmente, este Dossier cuenta con 11 artículos de trabajos recientes, los cuales muestran la complejidad de las realidades beliceñas y de sus relaciones indudables con la región. Los artículos constituyen en sí mismos un conjunto heterogéneo que reúne diversos enfoques y disciplinas, así como trayectorias de investigación de sus participantes.
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Notas de autor