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Comentario dossier bicentenario centroamericano

Bicentennial of Independence in Central America Dossier’s Rewiew

Héctor Lindo-Fuentes
Universidad de Fordham, Estados Unidos, Estados Unidos de América

Comentario dossier bicentenario centroamericano

Anuario de Estudios Centroamericanos, vol. 47, 1-8, 2021

Universidad de Costa Rica

Recepción: 08 Diciembre 2021

Aprobación: 14 Diciembre 2021

Introducción

En primer lugar, quiero agradecer a Elizeth Payne y a Ariana Alpízar por invitarme a participar en este evento. Es para mí un honor estar con ustedes, aunque sea virtualmente, para hablar sobre la publicación académica más prestigiosa de nuestra región, el Anuario de Estudios Centroamericanos.

Las grandes conmemoraciones son una invitación para hacer un alto en el camino y reflexionar sobre el pasado. Esto es lo que está haciendo el Anuario de Estudios Centroamericanos (AECA) al producir un número especial para marcar el Bicentenario de la Independencia de Centroamérica.

Esto me recuerda un ejercicio que se hizo hace 100 años. Estoy pensando en los escritos que se publicaron en El Salvador en 1921 durante las conmemoraciones del primer centenario de independencia. En uno de ellos, José María Peralta Lagos, un destacado escritor del momento, decía que “100 años son muy suficientes para juzgar las actitudes de un pueblo para gobernarse dignamente. Durante un siglo de vida seudo libre hemos probado hasta la saciedad nuestra ineptitud para la vida ciudadana”.

A este pesimismo sobre lo que se había logrado en los 100 años anteriores hacía eco otro intelectual que se llamaba Salvador Merlos. Una de las principales preocupaciones de Merlos era la debilidad de El Salvador, y de Centroamérica en general, para responder a las ambiciones imperiales de Estados Unidos. Este era un tema que había guiado su actividad política desde la invasión de los marines a Nicaragua en 1912 y hasta había escrito un libro al respecto. Él lamentaba, y cito textualmente, “que la generación presente lleva infiltrados muchos gérmenes patógenos adquiridos en 100 años de revueltas y despotismos”. Esta era su forma de hablar de la ineptitud para la vida ciudadana, resultado de 100 años de revueltas y despotismos, que debilitaban a El Salvador.

No quiero exagerar la similitud entre el Anuario y los comentarios de los salvadoreños durante el centenario. Desde mi punto de vista, la principal diferencia se encuentra en el rigor metodológico para comprender la compleja realidad centroamericana, la profundidad de la investigación y la voluntad de explorar las conexiones, comparaciones y traslapes entre historias, regiones y disciplinas que demuestran quienes contribuyen al Anuario. La publicación que tenemos en las manos es un buen ejemplo del alto nivel de la comunidad académica centroamericana el año del bicentenario.

Encontramos en este número de AECA reflexiones con diferentes puntos de vista, desde varias esquinas de la producción académica en Centroamérica: la historia, la geografía, las ciencias políticas, la sociología histórica y los estudios literarios. Los trabajos dialogan entre sí complementándose, reforzándose mutuamente, creando un mosaico interdisciplinario que pinta de manera sobria, sin agendas triunfalistas, un cuadro de la trayectoria histórica de Centroamérica.

Como toda buena colección, el todo es más que la suma de las partes, pues después de leerla un se queda pensando en las diferentes formas en que el contenido de cada artículo enriquece la lectura de los otros para ayudarnos a comprender Centroamérica.

El primer trabajo, por Víctor Hugo Acuña, nos da una perspectiva de larga duración que trae a colación algunos de los grandes temas que van a retomar los otros trece artículos en este interesante volumen. Al igual que los salvadoreños de hace 100 años, Acuña habla sobre la inestabilidad política endémica en Centroamérica, con ciclos de apertura y cierre político, de liberalismo y autoritarismo, con fracturas étnicas y sociales. Resalta también lo que implícitamente decía Salvador Merlos, que la posición geográfica de Centroamérica ha sido crucial para definir su relación con el resto del mundo y la ha convertido en una región de tentación geopolítica para las grandes potencias, especialmente Estados Unidos.

Esa localización geográfica, que los próceres de la independencia vieron llena de promesas para situar a nuestras tierras al centro de importantes rutas comerciales, nos colocó en medio de disputas de grandes poderes e incidió en la formación del Estado y las especificidades de los regímenes políticos, temas que otros artículos en este volumen elaboran en mayor detalle.

Acuña nos habla de Estados que nunca lograron consolidarse, donde la democracia nunca se ha enraizado de manera definitiva, y con dudas recurrentes sobre su viabilidad. Al igual que lo hacía Peralta Lagos en 1921, menciona la falta de entusiasmo de la población para defender sin ambages las instituciones democráticas, lo que Acuña llama “un déficit de ciudadanía”. Menciona además élites que practican una concepción muy peculiar y muy centroamericana del liberalismo usando la frase “liberalismo apaleador”, citando al nicaragüense Enrique Guzmán. Este primer artículo, entonces, da la pauta para los trabajos que siguen, que de una manera u otra desarrollan estos puntos y nos dan un panorama amplio, no solamente del pasado centroamericano, sino también de las formas de pensar en los 200 años anteriores, de las herramientas analíticas que nos pueden ayudar a entenderlo. Al hacerlo, nos dan una idea muy clara de dónde están las Ciencias Sociales en Centroamérica el día de hoy.

Además, quiero destacar la presencia de contribuciones de colegas de las nuevas generaciones, lo cual indica la vitalidad de la producción académica en la región.

La colección incluye tres artículos sobre la independencia que se conmemora, sobre ese momento de separación de un imperio en el que se comenzaron a sentar las bases de un nuevo Estado, se ensayaron diferentes regímenes políticos, se comenzaron a trazar fronteras y a construir comunidades imaginadas.

El primer artículo sobre la independencia, por Néstor Véliz Catalán, analiza cómo, desde el comienzo de la vida independiente, la oligarquía se posicionaba de manera pragmática para que el nuevo Estado estuviera al servicio de sus intereses y se las arreglaba para orquestar los procesos políticos, tras las bambalinas o abiertamente, según lo dictaran las circunstancias, para marginar a sectores medios y clases populares de la toma de decisiones. Él habla de una “independencia controlada” que “adquirió el carácter de pacto oligárquico”.

Gabino Gaínza, el último Capitán General de Guatemala y por lo tanto figura clave en este proceso de negociaciones de élite, recibe la atención de Pedro Damián Cano Borrego. La biografía de este personaje es ilustrativa. Gaínza llegó a Centroamérica después de años de labor militar en España y Sudamérica. En esta segunda etapa de su carrera fue testigo de primera mano de los movimientos independentistas en Perú en Chile. El bagaje de experiencias con que llegó a nuestras tierras le ayudó a orientar su estrategia política como representante del Imperio español. La hoja de vida de Gaínza muestra que la historia centroamericana siempre estuvo conectada a procesos lejanos; que los hilos con los que se ha tejido Centroamérica tienen orígenes diversos. De hecho, los movimientos de independencia de Latinoamérica son uno de los ejemplos paradigmáticos de la historia conectada, y la biografía de Gaínza ofrece un vehículo fascinante para aplicar este enfoque a los países del istmo.

La independencia de Panamá, que discute el artículo de Jonathan Chávez Jaramillo, acentúa la posición geográfica que colocó a ese país en el centro del tráfico de personas y mercancías y que, además, orientó su economía hacia la actividad comercial como centro de las relaciones económicas entre continentes. Estas circunstancias definieron el carácter del capitalismo y de la élite. En este artículo se comienzan a articular las conexiones entre geografía y evolución histórica, las cuales ofrecen abundante material de análisis en el resto del Anuario.

El mismo tema de un destino moldeado por la geografía está al centro del artículo de Pascal Girot sobre las rivalidades e intereses en torno al río San Juan. La perspectiva de geografía histórica de larga duración que define al artículo entra inevitablemente en el campo de la geopolítica. Como ruta tentadora para canales, trasiego de tesoros y paso de armadas, la frontera entre Nicaragua y Costa Rica, delimitada por el río San Juan, es un sitio estratégico que inevitablemente se encuentra en las cartografías imperiales. Girot describe su rol cambiante como escenario de actividades de filibusteros y magnates, foco de actividades extractivistas, teatro de operaciones revolucionarias y contrarrevolucionarias, y hoy en día tentación canalera para las nuevas potencias asiáticas. De alguna manera, la frontera que define el río San Juan continúa incluyendo las grandes tendencias en la historia centroamericana.

Otros trabajos de geografía histórica que aparecen en este volumen ahondan en esta relación entre la posición geográfica como fuente de promesa económica a la vez que de inestabilidad política. Así tenemos el trabajo de Elizeth Payne que nos da una idea de las luchas iniciales a principios del siglo XIX de una población pequeña y diversa para conectar la economía de la zona de Matina, en la costa Atlántica de Costa Rica, con el resto del mundo. Sus esfuerzos por obtener recursos para la supervivencia, colonizar tierras aledañas, construir caminos, tener escuelas y municipalidades. Este relato de las tribulaciones de Matina se puede entender como un verdadero microcosmos, incluso como una metáfora para la construcción del Estado y la inserción de Centroamérica a la economía mundial.

Por su parte, el trabajo de Lucile Medina y Tania Rodríguez nos ayuda a pensar en las fronteras entre nuestros países de una forma más compleja y dinámica. Ellas analizan la vaga delimitación de fronteras después de la Conquista y luego la relación entre la necesidad de crear un sentido de identidad dentro de fronteras recién delimitadas. Hablan las autoras de la instrumentalización de las fronteras al servicio de procesos de construcción nacional. En su rico análisis se dinamiza el papel de las fronteras centroamericanas bajo los diferentes contextos de la integración regional, la conservación de la naturaleza, la creación de santuarios nacionales y, recientemente, como barreras de contención y a veces de canalización de flujos migratorios. En fin, las autoras nos estimulan a dejar atrás una comprensión de las fronteras centroamericanas como líneas estáticas y nos incitan a prestar atención a dinámicas de ciclos recurrentes de apertura y cierre.

La visión de largo alcance de la inserción global de la economía centroamericana se encuentra en un ambicioso artículo de Alex Segovia, el cual es particularmente sugerente al colocar en la narrativa de largo plazo los cambios en las economías de la región después de los conflictos del último cuarto del siglo XX. En su análisis caracteriza el modelo económico de la Centroamérica actual como “capitalista rentista transnacional”, una frase con mucho jugo. Describe el proceso de desnacionalización de las economías en el siglo XXI, destaca la importancia de las remesas y subraya el carácter rentista de capitalistas que redefinen el papel económico del Estado para su propia conveniencia. Aquí hay un eco de los oligarcas que menciona Néstor Véliz Catalán para el periodo de la independencia. Se trata, según Segovia, de algo muy diferente al capitalismo de los libros de texto y es, en su lugar, un capitalismo a la carta. Se me antoja que esta frase de “capitalismo a la carta” complementa la de “liberalismo apaleador” que aplica Víctor Hugo Acuña a nuestra idea de la política.

La inserción de Centroamérica en los espacios geopolíticos está a cargo de dos artículos, uno por Alberto Cortés y Diana Fernández y otro por León Araya. Cortés y Fernández demuestran, con un análisis muy persuasivo, que para conocer la evolución de los regímenes políticos de la región es necesario estudiar su interacción con los intereses estadounidenses, cuyas frecuentes interferencias siempre terminaban bloqueando procesos de cambio social. Los autores no son simplistas, toman en cuenta que los actores locales y los procesos internos estaban en constante interacción con esos intereses externos. No era únicamente cuestión de imposiciones desde fuera; pero, a fin de cuentas, los resultados fueron lo que ellos describen como regímenes políticos con gran persistencia conservadora y resistencia al cambio social.

El interesante enfoque de León Araya se concentra en el análisis de golpes de Estado. Considera que estos eventos crean situaciones clarificadoras para reconocer los papeles de los actores políticos. Comienza el estudio con los primeros años del siglo XX, años de coformación de los Estados centroamericanos y el Imperio estadounidense. En su interpretación, los intereses geopolíticos estadounidenses privilegiaron a las fuerzas armadas regionales, dándoles autonomía relativa en sus equilibrios de poder con las oligarquías, y usando el poder para frenar los intentos de grupos subalternos de avanzar sus intereses por medio de una participación política vigorosa. De esta manera, los regímenes autoritarios con liderazgo militar que plagaron nuestra vida política estaban directamente definidos por esa cercanía de Estados Unidos con los ejércitos locales. Nuevamente, el autor establece lazos con el presente al mostrar cómo a Estados Unidos le convienen las alianzas con fuerzas armadas que pueden ser útiles en la lucha contra el crimen organizado.

Otro tema de largo plazo que se encuentra en varios trabajos del dossier es el de la construcción de ideas de nación en Centroamérica, comunidades imaginadas que se relacionan con lo que conciben como el mundo externo. En ese sentido, el artículo de Rolando de la Guardia nos ayuda a pensar en esta dirección en formas innovadoras desde el punto de vista geográfico e histórico.

De la Guardia ilumina un aspecto importante de la construcción de la nación en Panamá, al examinar a quienes se ha exaltado como héroes y a quienes se les ha negado ese privilegio. En Panamá, a diferencia de la mayoría de los países de Centroamérica, para crear un cierto imaginario de nación se escogieron héroes de talante profesional por encima de los líderes militares.

El equipo editorial de Anuario de Estudios Centroamericanos seleccionó dos artículos muy diferentes, pero muy bien atinados, para cerrar el número del bicentenario.

Uno es un estudio sobre dónde está la democracia en Centroamérica hoy. El trabajo resume el desencanto del siglo XXI, con los problemas derivados de las nuevas formas de incorporación a la economía global, la corrupción, violencia, inseguridad ciudadana, desempleo y falta de oportunidades para la juventud. Se trata del artículo de Adrián Pignataro, Ilka Treminio y Elías Chavarría-Mora que contrasta, por un lado, las esperanzas que había después de los conflictos de los años 80 para una consolidación de la democracia y, por otro, la frustrante situación actual. Usando la literatura más reciente de las Ciencias Políticas sobre regímenes democráticos, además de herramientas cuantitativas como encuestas de opinión e índices internacionales de democracia, miden un deterioro muy preocupante de la imagen de la democracia y del interés de centroamericanas y centroamericanos en el tema. Una de las partes más pesimistas del texto es la que muestra cómo en estos últimos años la gente joven en la región está perdiendo fe en las instituciones democráticas. Quizá la única esperanza que nos queda es ver que las mujeres consistentemente expresan mayor apoyo a la idea de la democracia.

A este artículo, más bien pesimista, sigue otro que yo quiero creer que nos da una cierta nota de optimismo. Es un trabajo de Margarita Rojas y Flora Ovares sobre el fenómeno cultural en los años 80 durante el cual Costa Rica, gracias a su singularidad, sirvió de refugio para personajes de la intelectualidad centroamericana que huían de los conflictos en sus países. Esto llevó a la presencia en Costa Rica de una comunidad intelectual tremendamente vibrante y productiva, cuya interacción dio lugar a un verdadero florecimiento cultural en el teatro, el cine, la pintura, la danza, la música, las editoriales, la literatura y las Ciencias Sociales. De hecho, la existencia del Anuario de Estudios Centroamericanos se debe a iniciativas que se tomaron en aquella época.

Esos fueron los años en que el guatemalteco Edelberto Torres Rivas, los salvadoreños Rafael Menjívar, Ítalo López Vallecillos; y los nicaragüenses Ernesto Cardenal y Sergio Ramírez estaban en Costa Rica. Lamentablemente se está repitiendo el fenómeno de personajes de la intelectualidad que tienen que salir de sus países para escapar de la persecución de las autoridades de turno. El mismo Sergio Ramírez, a pesar de su prestigio, ha tenido que volver a abandonar su patria, y esto ocurre en circunstancias en que se ha debilitado esa perspectiva centroamericana de hace tres décadas.

Reconociendo esta situación, la Universidad de Costa Rica parece estar tomando medidas para aprovechar la coyuntura y de alguna manera recrear la sinergia intelectual de la reunión de una comunidad de personas en el exilio que, aunque no puedan contribuir en su país natal, no dejan de escribir ni de crear.

En fin, en ocasiones anteriores momentos muy difíciles crearon oportunidades insospechadas para cargar las baterías intelectuales para pasar a otra etapa. Creo que ese espíritu que dio nacimiento al Anuario se puede reproducir para imaginar otra Centroamérica menos deprimente que la de hoy.

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