Jorge Marchena Sanabria
Historia,
microhistoria, Ciencias Sociales, Curridabat, paisajes, café,
catolicismo, urbanización.
History,
microhistory, Social Sciences, Curridabat, landscapes, coffee, Catholicism,
urbanization.
fecha de recepción: 30 de julio, 2013 - fecha de aceptación: 22
de abril 2014
La presente investigación se concentra en analizar
el desarrollo de la comunidad de Curridabat durante la primera mitad del siglo
XX, a partir de una perspectiva vinculada a la microhistoria y tomando en
cuenta algunos postulados de la geografía histórica. De este
modo, los tres ejes centrales
son la
caracterización del paisaje cantonal, la presencia medular del cultivo
café y la influencia que tuvo la reconstrucción del templo
católico. Esto último, influyó en cierto grado, a
estimular el
proceso de
urbanización que se daría en las siguientes décadas; pues
el inmueble funcionó como un punto de referencia para las identidades
locales.
This research focuses on analyzing the
development of the Curridabat community during the first
half of
the twentieth century, from a perspective linked to the micro-history and
taking into account some assumptions of historical geography. Thus, the three
central themes are the cantonal landscape
characterization; the
influence of the coffee crops and the rebuilding of the Catholic Church. The
latter influenced to some degree, to stimulate the process of urbanization that
would occur in the
next
decades, for the building functioned as a benchmark for local identities.
Es notoria la abundancia de publicaciones en torno a la historia comunal de
los distintos barrios y cantones de Costa Rica. Los bazares, supermercados
locales y las bibliotecas públicas ofrecen una amplia gama de obras que,
como patrón generalizado, exaltan las identidades locales, los mitos,
las anécdotas, los personajes célebres y una serie de
cronologías que sobredimensionan nuestra realidad social e
histórica. Más que cuestionar o peor aún, rechazar estas
obras, que por cierto, son muestra del interés cotidiano por reconstruir
la historia y rescatar la memoria colectiva; la tarea de los historiadores de
profesión es contribuir a generar y fortalecer el conocimiento de estas
mismas localidades, y relegar en la medida de lo posible idealizaciones y
visiones maniqueas y románticas; así como tratar de buscar sustento
en un mayor abanico de fuentes y de herramientas
teórico-metodológicas propias de las Ciencias Sociales.
Es importante resaltar que en diversas fuentes se hace referencia a la
antigua Curridabat -en la primera mitad del siglo XX-como un mundo
idílico, descrito como un “caserío de tejas y adobes que
rodeaba la vieja y polvorienta plaza de ayer” (Batista, 1993), o como un
pueblo de empedradas calles, cuadrantes exactos, carruajes, alumbrado por medio
de candelas y “fincas con fantasmas”, pozas
limpias en el María Aguilar y el Tiribí. Es claro que se
resaltaba la mítica frescura y pasividad en Curridabat (Madrigal, 1974,
p.53). Después de 1940, se consideró que Curridabat se
había transformado de una villa marginada a un prototipo de ciudad, por
lo cual, el mundo rural adoptó diversos elementos de urbe moderna: se
pavimentaron las calles (con piedra triturada: macadamización), se alinearon
cuadras, aparecieron talleres e industrias, las redes municipales se extendieron, se establecieron oficinas de
correos, telégrafos, periódicos y teléfonos,
entre otros. Es tarea fundamental de la presente investigación entender
a fondo estos cambios.
De esta forma, se pretende construir una visión preliminar en torno
a dos temas que parecen disímiles, pero que consideramos son
perfectamente complementarios: el desarrollo y consolidación de la
actividad cafetalera en Curridabat y la reconstrucción del templo
católico, como base para la creación de un centro urbano; el que
tendría la función de articular el sistema productivo afín
al modelo agroexportador. El periodo de estudio se extiende principalmente en
la primera mitad del siglo XX y toma en cuenta las décadas precedentes y
subsecuentes.2 Además, abarca un área
geográfica que incluye los límites del actual cantón, aunque se trata de mantener correlaciones
con otras localidades vecinas y la gran influencia que ejerció la ciudad
de San José, como eje medular de sus dinámicas políticas
y económicas.
El
problema de investigación se sitúa en la necesidad de comprender
cómo pequeñas localidades rurales fueron integradas dentro de
mayores regiones agrarias con énfasis cafetalero, y a la vez, la
función que cumplieron en la expansión y consolidación del
sistema agroexportador-liberal durante la primera mitad del siglo XX. Un
segundo aspecto a estudiar es la relación que existió entre la
construcción de templos modernos para el culto católico y la
consolidación de urbes o centros productivos propios del mundo
cafetalero.
Nuestro
argumento central precisa que la comunidad de Curridabat era una población
de larga data, caracterizada por caseríos dispersos, similar a otros
existentes en la Meseta Central hasta por lo menos la primera mitad del siglo
XIX. Diversas obras han clarificado que el café cambió
radicalmente las dinámicas productivas
e integró al naciente país dentro de la lógica capitalista
mundial, a través de las exportaciones cafetaleras y sus nuevos nexos
con las metrópolis transcontinentales. En el caso concreto de la zona
que analizada, fue absorbida por el café y durante más de un
siglo este producto se convirtió en la actividad económica
predominante.
No obstante, en un primer momento, el futuro
cantón simplemente experimentó el nacimiento de múltiples
fincas del grano y mantuvo una escasa población.
Una segunda fase comenzó, aproximadamente, a partir del último
decenio del siglo XIX, como consecuencia de la instalación del tendido
ferroviario en los linderos del lugar. A partir de ello, se constituyó
un paisaje esencialmente agrario con
preeminencia del café y su propia infraestructura: beneficios, caminos,
etc.; sumado al nacimiento de un
incipiente centro semi-urbano o más bien, un punto de control
administrativo-productivo.
Como más adelante se detalla, la expansión urbana y
política de la ciudad de San José, así como el mismo
desarrollo cafetalero, conllevaron la formación de una estructura socioeconómica más
compleja e impidieron que las nuevas zonas integradas a la producción
cafetalera tuvieran un control directo, por parte de la capital. Para ello, a
principios del siglo XX y en las décadas siguientes, se hizo necesario
fundar pequeñas subsidiarias de este poder central. En otras palabras,
los nuevos cantones que surgen o se consolidan en estos años son los
representantes de la autoridad nacional e indirectamente, de los potentados cafetaleros,
ávidos por mantener la estabilidad y el buen funcionamiento del universo
agroexportador.
En consecuencia, la reconstrucción de un templo católico
contribuía en esta dirección, pero más que orientarse al
mero control social3 y de las almas, la infraestructura
religiosa se convertiría, por sus dimensiones y fastuosidad, en una
especie de geosímbolo. Este último se reconoce como un rasgo
destacado del paisaje, también puede ser un cerro, una plaza o un
edificio cualquiera; que posee una carga simbólica y ayuda a articular
la historia de una comunidad o su identidad. Aprovechando la
antigüedad relativa de la parroquia, el predominio ideológico que la
iglesia católica mantuvo a lo largo del siglo XIX y la notoriedad que un
edificio eclesiástico intrínsecamente inviste (su
majestuosidad); se pudo constituir un pilar o punto de partida para levantar la
urbe, la cual tenía, anexa a la iglesia, también la plaza, la
escuela y los inmuebles que daban albergue a la Municipalidad. En síntesis,
el templo fue un incentivo para atraer a los pobladores, concentrarlos en una
zona específica y a partir de ello, seducirlos para que fueran fieles
ciudadanos y miembros activos del mundo cafetalero.
Las fuentes de este
artículo fueron diversas, principalmente constituidas por documentos del
Archivo Histórico Arquidiocesano Bernardo Augusto Thiel (AHABAT) y el
Archivo Nacional (ANCR), así como notas periodísticas, censos
agrícolas y una serie de bibliografía afín a la
temática. La metodología predominante estuvo familiarizada con la
geografía histórica y su énfasis en la
reconstrucción de paisajes pretéritos.4 Aunado a esto, se trató, en la medida de lo posible, abocarse a los
planteamientos de la microhistoria propuesta por Giovanni Levi y en general, de
una historia social entretejida con las comunidades.
Y es que la microhistoria es una herramienta esencial, no para destacar los
idealismos de la historia local, sino para trabajar en escalas más
reducidas de análisis. Básicamente, esta rama
historiográfica no se limita al análisis de lugares pequeños,
sino que extrapola las problemáticas de investigación empleadas
en regiones grandes a espacios más
reducidos, y lejos de simplificar los estudios, lo que pretende es lograr una exploración
más detallada, así como revisar minuciosamente el impacto de
procesos históricos estructurales
en estos espacios. Otra forma de
concebir a la microhistoria es como “una
observación microscópica que revelará factores
anteriormente no observados”
(Levi, 1996, pp. 119-124).
Como consecuencia del auge
de la microhistoria, especialmente la propuesta por Levi (1996), se
consolidaron en las últimas décadas tres grandes tendencias que
vale la pena citar: el estudio de pueblos, el rescate de “personajes
olvidados” y las investigaciones centradas en las familias. Cualquiera
que fuese la opción a seguir, los análisis no deben caer en
extremos, es decir, no se debe escribir con énfasis solo en los
lugareños (esto puede convertir el trabajo en irrelevante para actores
externos), pero tampoco se debe llegar a conclusiones únicamente en
función de los procesos globales o de mayor escala; pues esto
producirá estudios inaccesibles para un lector medio.5
Otro punto a destacar, lo propone el
historiador Iván Molina Jiménez (2000, pp. 1-5), quien
también apunta que con la microhistoria no se intenta estudiar lugares
aislados o tratar de encontrar absurdas y casi míticas
excepcionalidades, ni generar monografías excesivamente descriptivas. Al
contrario, se debe mantener el diálogo abierto con regiones o zonas
más grandes y comprender el grado de integración que los
pueblos tenían con éstas, creando nexos entre aspectos
políticos, culturales y económicos afines.
Por último, esta
disertación se divide en tres grandes secciones: la presente repasa los
elementos fundamentales que guían el trabajo de investigación, la
segunda se concentra en los cambios en el paisaje rural del cantón, la
consolidación del modelo agroexportador y el predominio del café
como mecanismo articulador de las dinámicas
político-económicas y el tercer apartado se enfoca en la (re)
construcción del templo y su relación con el aparato productivo
local.
Administrativamente, Curridabat se constituyó como un pueblo de San
José, además, a
lo largo del siglo XIX se le vinculaba con Aserrí y Desamparados.
Ainicios del siglo XX, todavía era un distrito josefino, hasta su
posterior ascenso como el cantón No 18 de la provincia de San
José, en 1929. Se encuentra dividido en cuatro unidades distritales:
Curridabat, Granadilla, Sánchez y Tirrases; abarcando un área de
15.95 km2 y para el año 2011 contaba con una población de 65.206 habitantes
(Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, 2011).
Geológicamente, está conformado por rocas de origen
volcánico y sedimentario y la mayor parte del cantón se
localiza en una superficie plana ondulada. La región, a su vez, se
encuentra influenciada por el Volcán Irazú; presenta laderas y
diversas pendientes. Su altitud promedio es de 1.200 metros sobre el nivel del
mar. Los ríos de la zona forman parte de la cuenca del Río Grande
de Tárcoles, drenado por los ríos María Aguilar y
Tiribí y las quebradas Zopilote, Mina y Poró surgen en la localidad
(véase el Mapa No1 en los Anexos). La temperatura promedio es de 20,6o y la precipitación de 2.000 mm anuales, aproximadamente
(Municipalidad de Curridabat, 2003, p. 34), (Instituto Fomento y
Asesoría Municipal, 1987, p. 90).
Antes de la llegada de los
europeos, el territorio estuvo ocupado por poblaciones autóctonas. El
otrora cacicazgo de Curridabat era uno de los más importantes del Valle
Central, zona que se caracterizaba en el siglo XVI por el predominio de las actividades agrarias (maíz y pejibaye), y
por viviendas dispersas; aunque probablemente existiera un centro de control
político-religioso, cuyo eje de vida social giraba en torno a una plaza
central. Esta misma locación se mantenía vinculada a las de
Aserrí, Pacaca y Coto; mientras que sostenía
múltiples conflictos bélicos con las del Pacífico Sur
(Ibarra, 2002, pp. 41 y 51-55). Precisamente, a este pasado indígena
debe su nombre el actual cantón, pues
Curridabat o Curriravá, como también se le conoció en
tiempos coloniales, es una variante del nombre de un cacique local
(Sandí, 2011, p. 55).
Pocos datos se han rescatado
de este período y la mayoría caen más en curiosidades que
en información verdaderamente valiosa, que esclarezca la cultura y
desarrollo de estas sociedades. Aparentemente, el lugar, antes de la
invasión española, se denominaba Porrrosquirris y estaba
gobernado por el cacique Corrirabá (Diario de Costa Rica, 1961, p. 4). Otras
referencias afirman que Curi-Aba era una
palabra azteca utilizada por los huetares y chorotegas, mientras que el cacique
Curriravá era un “gran
amigo” de Vázquez Coronado (Portilla, 1979, p. 7).
Las anteriores reseñas exaltan la llegada de los europeos y se
afirma implícitamente que los pobladores se alegraron y sometieron de
buen gusto a los recién llegados, esto minimiza aspectos más
importantes. Tales como la imposición de tributos y encomiendas,
así como otras enajenaciones que sufrió la población
local. Precisamente, entre 1564 y 1568, múltiples asentamientos
autóctonos se levantaron violentamente contra el emplazamiento
español de Cartago; entre las fuerzas rebeldes se encontraban:
Aserrí, Orosí, Ujarrás y Curridabat, entre otros (Ornat,
s.f.). Tras su derrota los nativos fueron encomendados a Don Antonio Pereyra.
Según los registros, éste recibió cerca de 600 personas
(Thiel, 1983, p. 13). La visión de una conquista pacífica y sin
resistencia es imprecisa y carente de fundamentos sólidos.
Comúnmente, se ha
establecido que el poblado españolizado se fundó en el siglo XVI, cerca de 1570 ó 1580, sin
una fecha más específica, además lo más preciso
fue que se otorgaron indígenas en encomienda, no que se construyó
una ciudadela claramente demarcada. Derivado de lo anterior, también se
considera que la parroquia de Curridabat data de 1575 (una de las primeras del
interior de Costa Rica) y así lo atestigua el sello y la
documentación actual de la misma; por el contrario, el material
consultado precisa que dicha condición se le otorgó hasta el
siglo XIX y que antes de esa época solo era una doctrina en conjunto con
Aserrí.
Esto se relaciona, a su vez,
con las dificultades para definir con exactitud la localización del poblado. Al
considerarlo estrictamente como un territorio indígena, éste no
se ubicó, necesariamente, en el actual emplazamiento del distrito
central, puesto que los asentamientos autóctonos también
abarcaban los cantones contemporáneos de Tres Ríos, Aserrí
y Montes de Oca. Por otro lado, el pueblo colonial fue un emplazamiento “errante” que
se trasladaba de una posición a otra, probablemente por la necesidad de
acercarse a Cartago o por problemas con el medio: buscar alimentos, fuentes de
agua, etc.6 Asimismo, la iglesia o ermita era una edificación también “nómada”, que se
ubicó cerca del actual Tres Ríos, en el norte de Curridabat
(cerca del distrito de Cipreses) y por último, en su actual
emplazamiento; cuántos templos hubo y dónde se ubicaron no son
aspectos que se puedan definir de manera concluyente.7
Cabe agregar, que durante el
siglo XVIII, la población apenas superaba el centenar
de habitantes, constituido por blancos, indígenas, mestizos y mulatos.
En 1752 se le describía como un
llano “montuoso”, con una sencilla iglesia, edificaciones de teja, cuatro calles y poco más de
treinta familias (Rodríguez, 1998, p. 35). A lo largo del siglo XIX, se
mantuvo como un territorio básicamente rural, en el cual se introdujo el
cultivo del café a mediados de siglo. La población para el
año 1844, según lo documentó Monseñor Bernardo
Augusto Thiel, era de tan solo 365 habitantes;
pero suficientes como para sostener una escuela, municipios temporales y otras dependencias a lo largo de estos decenios.
También es importante anotar que entre 1830 y 1840, el naciente
Estado costarricense afín a un sistema patriarcal-oligárquico y
con claras simpatías hacia la burguesía cafetalera que tomaba
forma, había comenzado sus ataques en contra de los pueblos y cabildos
indígenas, con la finalidad de apoderarse de esas tierras (a las que
declaraban como “baldíos ociosos”) y dedicarlas al nuevo
cultivo. Pocos años más tarde la arremetida fue más
enérgica y se privatizaron las antiguas tierras comunales, pueblos como
Tres Ríos, Barva y Curridabat fueron parcialmente desestructurados y sus
tierras luego fueron transferidas a los ladinos (Ibarra, 1999, pp. 99-100). Si
observamos el Cuadro No 1, para la década de 1860 se presentó
un notorio repunte demográfico. Esto permite intuir que dicho aumento se
debió a un nuevo influjo migratorio que llegó a Curridabat,
dispuesto a expandir los cafetales tras el desplazamiento de los
indígenas.
Es claro lo antes
mencionado, puesto que en 1860 hay un aumento destacable de la
población, aunque ésta se mantendría estable en las
últimas décadas y es hasta el siguiente siglo, que se
podrá observar una nueva alza. Igualmente, se puede apreciar que el auge
demográfico se patentiza a partir de 1950, posiblemente como efecto de
los progresos en salud pública, especialmente en los rubros de natalidad
y mortalidad. El salto cuantitativo observado en los setentas (cuando la
población superó los quince mil habitantes) se presupone como
fruto del proceso de urbanización y de la atracción de migrantes
hacia el cantón por su cercanía a la capital. Esto mismo dio como
resultado, la constitución de la localidad como un cantón-dormitorio periférico a la ciudad de San
José, a finales del siglo pasado.
De esta forma, la Tabla 1
muestra en detalle la población del cantón, de acuerdo con los
censos disponibles.
EL
MARCO CONTEXTUAL DE LOS CANTONES PERIFÉRICOS JOSEFINOS DEL ESTE
Curridabat es parte fundamental de un sistema de cantones ubicados en el
eje noreste de la ciudad de
San José, entre estos se encuentran: Montes de Oca (otrora conocido
como San Pedro del Mojón), Guadalupe-Goicoechea, Moravia, Aserrí,
e incluso tiene ciertos ligámenes con
secciones del cantón de Desamparados y de La Unión de Tres
Ríos, perteneciente éste último a la provincia de Cartago.
Estos departamentos político-administrativos eran parte del anillo rural
de la ciudad de San José desde mediados del siglo XIX y hasta las
últimas décadas del XX; hoy son cantones con funciones
residenciales, comerciales e industriales, que conforman la Gran Área
Metropolitana. Para comprender más a fondo estas regiones -y a
Curridabat en particular-, es menester revisar el desarrollo del casco
capitalino.
Tabla 1
Población del cantón de
Curridabat por género entre 1844 y 2011
AÑO |
HOMBRES |
MUJERES |
TOTAL |
1844 1864 1883 1892 1927 1950 1963 1973 1984 2000 2011 |
…… …… 577 957 …… 2.187 4.641 7.653 15.323 29.367 30.590 |
…… …… 650 973 …… 2.310 4.850 7.938 16.631 31.522 34.616 |
365 1.206 1.227 1.930 2.551 4.497 9.491 15.591 31.954 60.889 65.206 |
Nota: Elaborado a partir de datos datos del Instituto nacional de
estadísticas y
censos de Costa Rica y Centro centroamericano de
población Costa Rica.
La decimonónica
ciudad de San José, específicamente en las últimas tres
décadas, distaba mucho
de ser precisamente una urbe. En primera instancia, era un pueblo de
dimensiones reducidas, que se extendía desde la Sabana en el oeste hasta
un poco más allá de la Estación del Atlántico en el
este, su límite sur era cercano a la Iglesia de La Dolorosa y el norte,
otro templo, el del Carmen. Superados estos límites se alternaban los
cafetales y los potreros; en otras palabras, era una comunidad claramente
separada de sus vecinas, las ciudades de Heredia, Alajuela y la aún
más lejana, Cartago.
A partir de 1880, con la modernización que
experimentó el casco urbano, motivado por la ideología de progreso material de los liberales, San
José comenzó a dar albergue a una nueva infraestructura
pública: la estación del ferrocarril, plazas, biblioteca,
alumbrado eléctrico, cañerías, edificio de correos y
telégrafo, entre otros. Paralelo a este proceso, la ciudad se
convirtió en el centro de control político, comercial y de
relaciones internacionales; además de foco educativo y cultural.
San José concentraba
la mayor parte de la población y a su alrededor pulularon las pequeñas villas, con una escasa
población, ínfimos servicios y contando, a lo sumo,
con una iglesia y una escuela. Estas periferias agrícolas, que se
ubicaban en un radio de varios
kilómetros con respecto al casco urbano de San José, estaban integradas, principalmente, de acuerdo con dos
lógicas del sistema liberal: una era que funcionaban como abastecedores
del pequeño mercado interno, es decir de alimentos. Ejemplos de esta
especialización rudimentaria fueron Puriscal, en el sur, que abastecía de granos, o Santo Domingo de
Heredia, en el norte, que a finales del siglo
XIX todavía contaba con milpas para al autoconsumo. La otra
dinámica, que siguieron gran parte de estas zonas rurales, era proveer
del producto más importante que se cultivaba en la Meseta Central: el
café.
Siguiendo esta misma argumentación, la capital era el centro
administrativo del comercio exterior del llamado “grano de oro”, en
especial cuando daba asiento a los bancos que financiaban la actividad, a parte
de la élite dueña de las fincas más grandes o de los
beneficios que procesaban el café y al gobierno que supervisaba el buen
desempeño de este sistema agroexportador. A sus alrededores se
desarrollaban, lógicamente, las zonas productoras. Estas localidades,
como ya se mencionó, no contaban con
infraestructura básica, era difícil observar
cañerías, edificios públicos
o afines, ni mercados grandes; a lo
sumo pequeñas pulperías para el abastecimiento de ciertos productos, aunque esto
último se dio en las villas más importantes.Ante una
observación más detenida, estos minifundios de café, antes
de la modernización agrícola (intensificada después
de 1950), contaban con secciones dedicadas al pastoreo, con especial
énfasis en la extracción de lácteos (leche y quesos),
caña de azúcar, zonas para milpas, matas de guineo,
árboles frutales y áreas para animales de granja (cerdos y gallinas).
Estas unidades productivas cumplían dos funciones: abastecer de
café y a la vez, suplir a las familias campesinas. Estas eran sociedades
pre-capitalistas, en las cuales no imperaba el trabajo asalariado, más
bien, dada la escasa población costarricense, dependían de la
mano de obra familiar para las distintas tareas del café: limpieza,
recolección, clasificación y luego acarreo a los beneficios. Dado
que el cultivo era marcadamente estacional (una sola cosecha anual), el resto
del año debía dedicarse al agro para la manutención
básica y a lo sumo, intercambiar productos excedentarios con otras
unidades familiares similares.
En muchos casos, incluyendo
a zonas cafetaleras como La Uruca, Pavas, San Pedro y por supuesto, Curridabat;
lo indispensable o determinante fue la construcción de la línea
férrea, el establecimiento de los beneficios y la apertura de puentes o caminos, que facilitaran la
extracción de los sacos de café. Debe hacerse hincapié en que muchos de los actuales cantones de San
José, en especial los ya mencionados,
se encontraban muy cerca o fueron atravesados por el tendido del ferrocarril.8 Precisamente, la ruta del tren que se comenzó a trazar durante la
dictadura de
Tomás Guardia, en el decenio
de 1870, recorría las principales fincas cafetaleras de la Meseta Central, desde Alajuela hasta
Cartago y conectaba las propiedades de familias de la llamada “oligarquía cafetalera”, lo que favorecía el surgimiento de nuevas
haciendas; todo con miras a facilitar la salida del grano hacia el Atlántico
y de allí, a los mercados europeos.
A principios del siglo XX,
la ruta de la línea férrea incluía lotes pertenecientes a
los clanes Rohrmoser, Castro, Von Schröeter, Sánchez, Dent, Tournón, Montea-legre, Keith, Lindo y
Jiménez, solo por citar algunos de los más connotados. Aparte de
sus fincas, que variaban en tamaño (las más grandes se
encontraron en Pavas, pertenecientes a los Rohrmoser o las de Jiménez y
Lindo en Turrialba); estas familias también poseían los
principales beneficios o plantas de procesamiento de café.
Es necesario retomar
parcialmente los postulados del historiador geográfico Edward Whiting
Fox (1998), quien señala que las ciudades-centros en el mundo
agrícola se convertían en los asientos tanto del mercado
principal, como en los puntos de convergencia de las élites. La
expansión y dimensiones de estos centros dependían principalmente
de los medios de transporte, su integración y control de las zonas
periféricas agrícolas, así como del uso que le
podían dar a los excedentes de la producción, es decir su
colocación en mercados externos.
En otras palabras, las
ciudades en una lógica rural eran meros centros comerciales y de
gobierno, solo podían crecer a través de la integración de
nuevos campos de plantación; y para ello dependían estrictamente
de los tipos de transporte y tecnología que tuvieran a
disposición. En los casos en que solo se contaba con transportes
rústicos y no había ríos navegables, el área de
influencia de las ciudades abarcaba desde la urbe como tal, hasta donde la carreta
pudiera llegar a recoger productos en un tiempo prudencial. Precisamente, ante
los terrenos o climas tortuosos que frenaban el desarrollo de caminos
óptimos, las ciudades se mantenían estáticas y sumidas en
el agro de auto-subsistencia.
En
este punto, se pueden traer a colación las observaciones de la
geógrafa Carolyn Hall (1989, p. 42), cuando apunta que el desarrollo
tecnológico era vital y provocaba grandes modificaciones en el paisaje
rural o agrícola. Y es que precisamente, cuando los medios de transporte
mejoran, como por ejemplo, gracias al ferrocarril; las ciudades y su radio de
acción pueden crecer. Esto se acentúa al abarcar nuevas áreas, creando mercados e
incluso, en determinadas ocasiones se puede acelerar un proceso de
especialización productiva e integración con otras ciudades,
países y eventualmente, hasta continentes.
Precisamente, este marco
puede aplicarse para estudiar sitios como Curridabat y otros afines. Según los datos
recopilados, en tiempos coloniales y hasta por lo menos, mediados del
siglo XIX, la localidad se caracterizaba por su relativo aislamiento y por el
predominio de los bosques, algunos potreros y explotaciones agrícolas;
pero sobre todo, era una zona de paso, que comunicaba la antigua
metrópoli de Cartago con San José. El desarrollo del café,
como la misma Hall (1989) expone, permitió que la ciudad-centro San
José se expandiera y en especial difundiera
su control efectivo sobre los territorios periféricos.
De esta forma, Curridabat,
que poseía terrenos fértiles y una población semiestable
desde tiempos coloniales; fue rápidamente integrada al cultivo del
café como un abastecedor del mercado central, cuyo eje se encontraba en
la capital. El viejo caserío debió ensancharse para suplir de
alimentos a los carreteros locales y aquellos que venían de otras
poblaciones con rumbo a San José y de ahí, al puerto del
Pacífico, única ruta para la salida del café en aquellos
años. A finales del siglo, con
la llegada del ferrocarril, está lógica se consolidó, pues
con toda seguridad se facilitó el comercio; ya que ahora las carretas
recorrían distancias menores, pues solo debían alcanzar la
línea férrea ubicada en medio del actual cantón de
Curridabat y que se dirigía a la costa atlántica (Hall, 1976, p.
73).
Describir un paisaje fiel del Curridabat decimonónico resulta una
tarea un poco azarosa, puesto que las fuentes consultadas no proporcionan
mayores luces al respecto; aunque de manera general se caracterizó
-entre la época colonial y los albores del siglo XIX- por la presencia
de haciendas ganaderas, de trigo, milpas y trapiches: las cuales después
1830 dieron paso a los cafetales, mismos que coexistirían a partir de
entonces con potreros y amplios remanentes de bosques.9 De acuerdo con algunas fotografías disponibles y ubicables en el
año 1922, las fincas de café eran comunes en el lugar, apegadas
al modelo que se había impuesto en el resto de la Meseta: matas de la
variedad arábiga, cogedores de café descalzos, las infaltables carretas
y los caminos de tierra.10
La reconstrucción más precisa se podría comenzar a
dilucidar para el año 1904, a través de los censos
agrícolas. Si bien, este documento no ofrece datos específicos de
Curridabat, ya que este era un distrito de San José, sí permite
apreciar lo que podría definirse como un paisaje
“generalizable”, que sin duda primó en las zonas cafetaleras
bajo la jurisdicción josefina. De esta forma, la ciudad capital
contabilizaba unas 6.589 manzanas
de café, más de 10.000 manzanas de potreros (naturales y
artificiales), y unos 50 beneficios de café (la mayoría de
vapor); así como unos 38 trapiches, 110 lecherías y
numerosas fábricas de tabaco (unas 68). Además, se presentaba
gran cantidad de ganado, tanto vacuno, como porcino y caballar, primando el
primero con más de 7.800 cabezas. A este cuadro también se
sumaban diversas tenerías y serrerías.11
En el Anuario de Agricultura
e Industria de 1907, la superficie dedicada al cultivo de café en San
José superaba las diez mil hectáreas, los maizales también
destacaban con más de 6.000 ha, mientras que otro dato indica que
entre montaña y monte se presentaban más de 78.000 ha. Lo
anterior permite aseverar que el bosque era el rasgo predominante del paisaje.
Aparte de los cultivos ya mencionados, se explotaban cacao, tabaco, yuca,
papas, frutales y frijoles, entre otros. En cuanto a beneficios
de café, se registraron 67, diversos trapiches, cinco fábricas de
puros, 225 lecherías; y en
ganado sobresalían las vacas, los cerdos y los bueyes: casi nueve mil
(República de Costa Rica, 1908, p. 196). El historiador Carlos Naranjo
proporciona datos de mayor precisión para este año (1907) pues
indica que en Curridabat -en fincas
como La Laguna o Hernández- existieron diversos beneficios de Primera Clase (los más avanzados de la
época), movidos por vapor o agua, que contaban con secadoras del grano y
que pertenecían a los clanes González Soto, Gutiérrez, Jiménez Oreamuno y Von Schröeter.12
En términos generales, aunque el citado Anuario es diferente al censo
de 1904, ya que se percibe mayor exactitud con respecto a las explotaciones
agrícolas, lo importante en este caso es el predominio del espacio
dedicado a la agricultura, ganadería y la presencia de importantes
remanentes de bosque. Las descripciones propias de la época se refieren
a un Curridabat de potreros, cafetales, platanares, árboles frutales y
cañaverales, en las numerosas fincas de la localidad. También se
mencionan algunos riachuelos rodeados de charrales, árboles de gran
tamaño, como los higuerones, porós y otros. Lugares como Tirrases
se caracterizaron por la primacía de bosques, los cuales eran destinados
a la extracción de leña y pedregales; aunque luego fueron
convertidos en milpas (Sánchez, 1995, p. 30).
Incluso se podían
observar diversas especies de la fauna de la localidad, tales como ardillas,
aves, venados, culebras (loras, tobobas y zopilotas), armadillos y monos congo.
En las descripciones de José Sánchez (1995) se comenta que para el
periodo 1910-1920 aproximadamente, los cambios habían sido en una escala
notoria. Por una parte, los animales y las zonas boscosas disminuyeron,
mientras que las actividades ganaderas y las lecherías se
imponían poco a poco en las áreas colindantes con el actual San
Diego de Tres Ríos.
Las referencias populares no
solo mencionan el paisaje agrario, sino también las edificaciones: casas de adobe, pisos de tierra
y calzadas de piedra. También primaban las viviendas amplias,
propiedad de la élite cafetalera que vacacionaba en sus fincas rurales.
Las más importantes contaron incluso con una extensa infraestructura
cafetalera: el beneficio, varias bodegas, maquinaria para la actividad
agrícola y amplias cañerías conectadas con los ríos
más importantes.
Gracias al Censo Cafetalero
de 1935-36, se cuenta con una de las imágenes más nutridas del
paisaje agrario del joven cantón. Con estos datos se puede precisar que el
número de fincas ascendía a 392, abarcando un área de
2.027,75 manzanas, de las cuales 1.664
eran de café, 338 de otros cultivos y 25,25 eran terrenos
baldíos. Casi la mitad del área cafetalera se concentraba en el
distrito central, lo que equivalía a 785 manzanas, mientras que
Granadilla sumaba 272, Sánchez 392 y Tirrases 214 (Instituto de Defensa
del Café, 1935, pp. 323-327). Asimismo, contaba con 5 beneficios, cantidad aparentemente irrelevante,
pero sí se suman los 7 que poseía su
pueblo vecino, Montes de Oca, los ubicados en Goicoechea (4) y los de Moravia
(2), se obtenía un total de 18; dato que revela la importancia de estas
zonas, no por su extensión total de manzanas de café, sino por la
concentración de plantas procesadoras de grano en el este de la capital.
Por ejemplo, el cantón de Desamparados, mucho más amplio (con
más de 7.000 manzanas de café), presentaba solo 5 beneficios
(Rojas, 2000, pp. 40 y 68).La maquinaria, aparte de los beneficios ya citados,
incluía 24 arados, 7 camiones, 2 tractores y 106 carretas.13 Aunque es notoria la presencia de estos aparatos, se debe recordar que
muchos de los centros de procesamiento del grano eran propiedad de la
élite cafetalera y que por ello no debe resultar del todo sorpresiva la
presencia de este equipo.
Precisamente, en cuanto a los propietarios de finca, las estadísticas
aclaran que la mayoría abrumadora eran nacionales (297) y unos
pocos extranjeros.14
En cuanto a los abonos, 112
fincas los empleaban y abarcaban casi el 75% (1.235) de las
manzanas cubiertas de café; esto da indicios de que los suelos
podrían estar perdiendo fertilidad a una velocidad alarmante y ello
constituyó un grave problema a mediano plazo.
Por último,
también se puede realizar una revisión superficial en torno a la composición socio-laboral del
cantón, pues de los empleados cafetaleros, 406 eran peones, 26 eran
boyeros, 22 mandadores, 12 sirvientes y 5 choferes. un
dato final, que debe ser tomado en consideración, es que los beneficios
registrados en Curridabat en este lapso
correspondían a los señores Max Koberg y Manuel Francisco “Lico” Jiménez Ortiz, ambos
destacados miembros de la élite, Jiménez en particular, fue ministro y miembro preeminente de la
facción cafetalera.15
Paralelo a la consolidación de un paisaje predominantemente
cafetalero, comenzó a desarrollarse un pequeño cuadrante central
que daría paso, décadas más tarde, a una ciudad satélite de San José.
Popularmente al centro “urbano” de muchos cantones de Costa
Rica se les conoce como “pueblos”, puesto que considerarlos como
urbes es impreciso. Por lo general, son unas pocas manzanas, con la iglesia, la
plaza principal, los edificios administrativos y unas cuantas casas.
Tradicionalmente los asentamientos se habían concentrado en la
región suroeste del actual cantón, incluyendo el distrito central
de Curridabat y posteriormente, el de Tirrases (véase
el Mapa No1 en los Anexos). Las cuadras primitivas
fueron diseñadas por Braulio Carrillo, después de la
destrucción ocasionada por el terremoto de San Antolín en 1841,
lo que señala la existencia de una proto-villa, a partir del periodo
1840-1850 (Muñoz, 1990, p. 62).
En cuanto a servicios
básicos, desde el año 1909 fueron frecuentes las construcciones
de puentes y alcantarillas para manejar las acequias de la localidad, más
específicamente en el norte, entre Granadilla y Guayabos; con la
finalidad de abastecer de agua a estos pueblos y probablemente a las fincas
cercanas. En 1913, la localidad
presentaba un sistema de cañería que ofrecía agua potable,
y se planeaba extenderla como parte de un proyecto para proveer a otras
regiones como San Francisco de Dos Ríos. Años después, en
1935, se solicitó el aumento de los impuestos para las
compañías eléctricas que servían
calefacción, luz y fuerza motriz y que se encontraban en Curridabat; a
la vez se acusó a estas empresas de no
aportar lo suficiente para desarrollo local y en cambio, si explotaban demasiado a los pobladores (Archivo Nacional de Costa
Rica, 1913, Fomento No 8044 y Municipal No 10128), (Archivo Nacional de Costa Rica, 1935, Congreso No 17506). En suma, la región contaba con servicios básicos como
agua potable, electricidad y algunas obras de infraestructura (puentes y
caminos, principalmente), muy lejos de la visión de pobreza que algunos
documentos y obras de historia local pretendían construir.
En la periferia se encontraban
caseríos dispersos que, a simple vista, lucirían como marginales,
algunos como La Laguna presentaron suficientes habitantes como para demandar
una escuela; además, los pobladores afirmaban encontrarse muy lejos del
centro y por ello era indispensable que se les ofreciera tal servicio. En este lugar, colindante con una finca de Minor C. Keith,
se incluían los pequeños barrios de
La Cerveza, La García, Romero y La Itaba, los cuales limitaban al norte
con el actual Concepción de Tres Ríos, al sur con el río
Tiribí, al oeste el Distrito Central y al este con San Diego; lo que
demuestra que el distrito central no era el único relevante en este
periodo y que por ello mereció una infraestructura moderna; más
cuando se toma en cuenta que La Laguna era una de las haciendas cafetaleras
más importantes durante esta etapa (Archivo Nacional de Costa Rica,
s.f., Educación No
10769). De lo anterior, también se deduce que los primitivos caminos y
medios de transporte imposibilitaban el acceso a servicios básicos,
incluso en lugares tan pequeños como Curridabat, donde las distancias
entre barriadas eran de unos pocos centenares de metros. Esto explica el gran
cambio que implicaba la mejoría en los transportes, al acortar
distancias y acercar comunidades.
Por otra parte y para
enfatizar en el curioso sentido de lejanía que se tenía de Curridabat con respecto a San
José; el edificio que mejor ejemplifica esta idea fue el Asilo de
Leprosos Las Mercedes (llamado luego “Sanatorio”). Este se
ubicó en Tirrases dentro de la finca del mismo nombre, en una
región que las fotografías muestran como predominantemente
boscosa y por ende aislada, pues en esa época se abogaba por medidas de
cuarentena, para evitar la diseminación de la enfermedad (Archivo
Nacional de Costa Rica, Fotografías No 211) (Leiva, 2008, p. 59). Durante el siglo XIX el lazareto se encontraba
dentro de la ciudad capital, primero en La Uruca y luego en las
cercanías de La Sabana (desde 1877 y hasta 1908).
Desde 1896 se intentó
infructuosamente instalarlo en las islas del golfo de Nicoya, pero fue en 1903 que se ordenó su
traslado definitivo a la finca ya citada, aunque el nuevo centro sanitario
comenzó operaciones hasta 1909 y fue cerrado en 1979.16 Según los datos consignados, su infraestructura se encontraba en un
mal estado relativo, por lo que demandaba al Ministerio o Secretaría de
Beneficencia nuevos postes para el alumbrado, entre otras de sus
insuficiencias. Tal era el grado de aislamiento que se pretendía
conferirle al hospital, que en la década de 1940 se perforaron monedas
para que fueran del uso exclusivo de éste y del Sanatorio Durán,
que atendía la tuberculosis (Archivo Nacional de Costa Rica, 1913,
Fomento No 5761) (Solano, s.f. p. 3).
Dado que Curridabat era
concebida como una zona con amplias tierras explotables, en 1914 se remodeló la Escuela
de Agricultura, en la misma finca Las Mercedes (probablemente otro predio de la
misma que daba cobijo al Sanatorio). La versión original del centro
educativo antecedía al asilo y se había intentado levantar entre
1892 y 1895, en la otrora hacienda del doctor Antonio Cruz (Herrero, 2009, p.
381).17 La nueva obra consistía en un internado, donde se impartía
cultura universal por medio de clases de moral, aritmética, historia y
geografía; además de cuidados agrícolas (poda, abonos, uso
de maquinaria y otros). Parte de sus objetivos era recibir estudiantes que
provenían de cualquier lugar del país, además contaba con
becas y otros tipos de respaldos por parte del Estado: 14 becas, dos por cada provincia. A pesar de sus nobles fines, el
centro de enseñanza cerró sus puertas en 1919, debido a la
crisis económica desencadenada por la Primera Guerra Mundial y la
dictadura de los Tinoco.18
En cuanto a los aspectos
más próximos a las actividades industriales, predominaban
en San José las pequeñas fábricas de ataúdes,
candelas, zapatos, herrerías, cervecerías
y telares, entre muchas otras. Mientras que en Curridabat probablemente
existieron algunos modestos talleres de zapateros y sastres y fue hasta 1934 que se
instaló la primera fábrica de escobas. Por su parte, el sector
comercial tuvo mayor desenvolvimiento que el industrial. Para la década
de 1910, se presentaron dos notorias pulperías: La Rosa y
La Bola Blanca, cerca de lo que antiguamente se conoció
como la Calle Real (frente a la actual sucursal del Banco Nacional), que comunicaba
San José y Cartago, y que permitía el tránsito de las
carretas. Estos locales eran expendedores de carne, pan, dulces,
víveres, cerveza, aguardiente y tabaco. Lo que corresponde al rubro del
trabajo femenino, las señoras se dedicaban, aparte de los oficios
domésticos, a lavar ropa, preparar cigarros, tejer y pescar en el
río Tiribí, cerca de Tirrases.
Para concluir este apartado,
en 1930 se describía un Curridabat de pocoslatifundistas, aunque
algunos peones estaban emigrando a San Isidro de El General y otros sitios,
siguiendo las corrientes que expandieron la frontera agrícola fuera del Valle Central. Con esto parecía
que el sistema cafetalero mostraba ineludibles signos de agotamiento. Otro dato
que revela los conflictos administrativos latentes se presenta en 1934, cuando el distrito de
Granadilla solicitó al gobierno separarse de Curridabat e integrarse al
cantón de Montes de Oca, tras acusar a las autoridades municipales de
irresponsables por no dotarlos de una cañería adecuada, y por
tanto de agua potable (Archivo Nacional de Costa Rica, 1934, Congreso No 17109). El caso parece
irrelevante, pero en el documento se citaba que la municipalidad era reciente y
apenas se estaba ordenando, además, eran unos pocos individuos
interesados en integrarse a Montes de Oca, puesto que la mayoría no
estaba de acuerdo. Lo anterior, no es una referencia pintoresca, al contrario,
se orienta hacia puntos esenciales en el desarrollo de la comunidad.
Y es que San Pedro se convirtió en cantón en 1915, mucho
antes que Curridabat, Este
último se mantenía como distrito josefino, lo que implicaba ciertos
problemas administrativos y de competencia con un vecino que ya estaba
consolidándose como entidad autónoma, más cuando el
control político se tornaba indirecto por parte de la capital. La queja
de los vecinos antes citada, implícitamente demuestra que había
tensiones en torno a la identidad local y que, en la práctica,
aún no se había afianzado una comunidad
inventada que legitimara a los
grupos dominantes de Curridabat y cuyo programa sociopolítico
básico fuera interiorizado por los lugareños; tema que más
adelante será retomado. Era evidente que se estaba fortaleciendo un
modesto centro de población, en plena transición de lo rural a lo
urbano y con cierto desarrollo de infraestructura moderna. El café
jugó un papel primordial en este proceso de cambio, pero no fue el
único que propició la urbanización. La
concentración de propiedades, el declive que el café
comenzó a experimentar y los nuevos campos de inversión de la
élite cafetalera propiciaron el nacimiento de la ciudad actual.
Los mapas de 1950
invariablemente incluyeron a Curridabat dentro de la zona cafetalera, la cual abarcaba buena parte del
Valle Central y colindado con la región de producción de
leche del norte (hacia Coronado y las montañas de Cartago). El
café, en un total global, presentaba más de 5.000 fincas (unas
63.293 manzanas) y la zona lechera incluía otras 4.000 fincas, pero significativamente
más extensas, abarcando 148.293 manzanas (Peterson, 1952).Para el censo
agropecuario del mismo año, Curridabat registraba un total 115 fincas
(más de mil quinientas manzanas), de estas 107 se dedicaban al cultivo
de café con una producción de 8.398 fanegas, 12 trabajaban con
caña de azúcar, 63 con ganado vacuno, 42 fincas lecheras y 12
dedicada a la cría de caballos (Ministerio de Economía y
Hacienda, 1953, p. 116). En cuanto al desarrollo energético, la leña
continuaba siendo el principal recurso, mientras que el uso de la electricidad
era reducido a tan solo 9 propiedades, o sea, 106 haciendas estaban sin servicio.
Por su parte, en el tema de los transportes, aún primaba la carreta,
destinada al trabajo en la finca y para movilizar la producción;
mientras que una sola hacienda presentaba tres tractores, y la cifra de
camiones se había elevado a diez, distribuidos entre siete propiedades,
con respecto a los datos recopilados en 1935.
A partir de estos datos, no es
posible emitir conclusiones apresuradas. Tomar la información de una manera
superficial, en otras palabras, confiar en que los métodos de
recolección y el procesamiento hayan sido estrictos; se podría
afirmar que la superficie cafetalera disminuyó y aun más
importante, que hubo un descenso notorio en el número total de fincas
(de 392 en 1935 a 115 en 1950).
De tal modo: ¿cómo explicar un descenso en el número
de unidades productivas
cercano al 70%, en un lapso de quince años? Se podrían aportar
varias respuestas, las cuales son complementarias entre sí. La
primera, al retomar el contexto de estas dos décadas, se precisa que la
reducción es producto del impacto concreto de la crisis económica
de 1929 y los subsecuentes problemas generados por la Segunda Guerra Mundial,
que produjeron el cierre del mercado europeo y la captación de menores
cotizaciones por parte de los nuevos compradores estadounidenses. Aunque los
precios por saco de café eran inferiores a los de años
anteriores, el país -en términos globales- debió aumentar
su nivel de producción para mantener rentable el negocio (Acuña y
Molina, 1993).
Esta misma caída en
los importes pudo provocar que muchos productores medianos y pequeños
optaran por abandonar el cultivo y se dedicaran a otras actividades
agrícolas e industriales; o integrarse al creciente aparato estatal a
partir de 1950, fruto de las reformas acaecidas en los cuarentas. Ya para esta
época se percibía un ligero cambio en la estructura ocupacional,
pues los campesinos eran desplazados por los obreros, especialmente
aquellos que comenzaron a residir en Curridabat pero que trabajaban en
los alrededores o en el centro de San José (La Prensa Libre, 1989, p.
4).La segunda explicación se remite a lo planteado por Rojas, Samper y
Torres (1994, p. 107) para el caso de las fincas de Alfredo González
Flores y Delia Morales. De acuerdo con esto, Curridabat al encontrarse en una
zona tradicional del café -similar a los cantones donde se localizaban
las fincas de González Flores-, o lo que es lo mismo, en áreas
que por casi un siglo estuvieron sometidas a un sistema productivo ajeno al uso
intensivo de abonos; es muy probable que para 1950 presentara suelos agotados y
esto incidiera en un abandono de las propiedades. Por lo general, en estos terrenos
se aplicaban escasos fertilizantes orgánicos y fue hasta el decenio de
los cincuentas que se comenzaron a utilizar agroquímicos y plaguicidas.
Los citados autores precisaron que las empresas de González no
sobrevivieron a los embates de los nuevos tiempos, sí bien las
cotizaciones habían mejorado en la posguerra, era necesario introducir
cambios afines a lo que luego se denominó como Revolución Verde; caracterizada por el empleo de variedades
híbridas de porte bajo y el uso de un paquete tecnológico con
predominancia de los agroquímicos. Es probable que muchos propietarios
de Curridabat no pudieran costear estas modernizaciones y con ello fueron
absorbidos por los grandes productores y algunos abandonaron del todo sus
cafetales.19
Los datos consignados por los
censos y lo anteriormente expuesto nos conducen a otra respuesta: la crisis de
los años treinta no solo precipitó una serie de problemas dentro
de la estructura productiva cafetalera -como la disminución del número
de fincas-, también exacerbó los ánimos entre los
distintos estratos sociales que la
componían. Precisamente, a partir de 1932 surgieron una serie de
organismos estatales que trataron de
morigerar los conflictos entre los beneficiadores y los pequeños y medianos productores; iniciativas
que desembocaron en la fundación de la Instituto de Defensa del
Café, hoy Instituto del Café de Costa Rica (ICAFE). Estos
episodios de tensiones daban señal de la expansión del
capitalismo agrario dentro de la
lógica cafetalera, lo que motivó a los beneficiadores y grandes
exportadores a transferir sus pérdidas a los sectores más
débiles de la cadena productiva.Retomando los datos estadísticos
ya expuestos, lo que realmente disminuyó fue la cantidad de fincas, no
así el área de cafetales, que se mantenía cercana a las
1.500 manzanas (mientras que en 1935 se
anotaban más de 1.600). Un aspecto más significativo, dado
el gran número de camiones -que incluso había aumentado un poco
entre 1935 y 1950-, fue la llegada de la electricidad y la gran importancia que
tenían los beneficios en esta región oriental josefina. Lo que
ocurría no era un declive del café, sino una paulatina
concentración de las propiedades y un desplazamiento de la
población campesina. Se podría intuir que estas clases
subalternas experimentaron de primera mano
los atisbos de un proceso de proletarización, enlazado con la
industrialización ligera que tuvo lugar en Costa Rica a partir de 1960,
en buena medida, debido a su incorporación al Mercado Común
Centroamericano.
Este mismo proceso explica
el desarrollo del cantón de Curridabat en la segunda mitad del siglo XX
y que hasta el presente mantiene ciertos resabios. En esta
nueva fase, los beneficios fueron paulatinamente reemplazados por grandes fábricas procesadoras de café,
lo que dio asiento a empresas tales como Café
Rey (1953, distrito central), Dorado (1954,
también en el distrito central, luego se desplazó a Calle
Blancos), Maravilloso (Barrio José María Zeledón), Volio (1976,Barrio San
José) y Sánchez (en la localidad del mismo nombre). A pesar de los
evidentes cambios en el paisaje, la base económica seguía siendo
el café, pero en su rama agroindustrial.
Igualmente, a partir de 1970, la aparente concentración de tierras
favoreció un proceso
de cambio en el uso del suelo, que se intensificó entre 1990-2000 (tras
las crisis del café en los ochentas). Esto provocó el
abandono de las actividades agrícolas, puesto que las antiguas fincas
fueron convertidas en lotes urbanizables y a partir de ahí, el paisaje
fue orientándose hacia el uso actual de viviendas y comercios.20
Otro aspecto que
favoreció el proceso de urbanización fue la construcción
de carreteras con mayor número de carriles y por ende, con mayor
capacidad vehicular (las llamadas “autopistas”, dentro
del entorno costarricense). Así, en 1962 comenzó a funcionar la
vía Curridabat-Zapote y más tarde, la autopista Florencio del
Castillo, entre el cantón y Cartago. En muchos casos las zonas ocupadas
por el asfalto fueron fincas
cafetaleras, cuyos dueños las transfirieron al Estado por cuantiosas sumas. Esta infraestructura vial se
convirtió, sin lugar a dudas, en un importante atractivo para los nuevos
pobladores que arribaron en los setentas, fruto del poblamiento
centrípeto que experimentaba el Área Metropolitana.
Empero, no fue únicamente este movimiento migratorio, producto de la
industrialización y la especialización en servicios que
experimentaba el casco josefino, o del agotamiento de la frontera
agrícola; el causante del cambio en el uso del suelo.21 Es
evidente que el acceso a servicios básicos (escuelas, clínicas,
acueductos, etc.), que acumulaban cantones como Curridabat desde 1930,
jugó un papel primordial y la concentración de valiosas tierras
por parte de familias acomodadas. Otros atractivos adicionales en la
conformación de este paisaje idealizado, y que no deben menospreciarse,
fueron la vista panorámica al llamativo cerro La Carpintera y el
supuesto buen clima de la zona.
Es destacable que el surgimiento de nuevas barriadas o residenciales se
dio, en gran medida, gracias, a las élites cafetaleras, que decidieron
reinvertir sus capitales en
el naciente negocio inmobiliario. Esta transformación quedó
ejemplificada con el caso pionero de la familia Terán, la cual en
1967 y ante una de las crisis del
café, optó por fundar la Urbanizadora La Laguna. En las tierras
de la hacienda del mismo nombre (establecida en 1856, ubicada en el distrito de
Sánchez), se conformó el proyecto de vivienda hoy conocido como
Lomas de Ayarco y que luego sería imitado en otros cantones como La
Unión, Escazú y Santa Ana, entre otros (Camacho, 2004, p. 10).
Este auge inmobiliario de
ninguna manera provocó un cambio inmediato en el panorama local. En los
primeros años de la década de 1990, los cafetales, pastizales y
charrales todavía eran predominantes en la región norte del
cantón (distritos de Sánchez y Granadilla), incluso
permanecían algunos beneficios; mientras el suroeste era de uso residencial-fabril (Tirrases y
Curridabat) y en el sur se preservaron bosques,
más específicamente en La Colina, parque ecológico ubicado
en Tirrases (Instituto Geográfico Nacional, 1991). De acuerdo con el
ICAFE, para el año 2001, se
mantenían en el cantón unas 243 Ha de café, mientras que
en el 2012 solo se registraban 165,2 Ha; concentradas en la parte norte. De
estas, la gran mayoría se encontraba en el distrito de Sánchez
(89 Ha) y en Granadilla (36,6 Ha); aunque parecían reservarse para el
auge inmobiliario (grandes residenciales) que estaba teniendo su epicentro en
dichos lugares (Instituto del Café de Costa Rica, s.f.).
Era claro que se había producido una fuerte especulación en
torno a la venta de terrenos otrora cafetaleros (situación que
también se dio en Montes de Oca), pues muchas fincas fueron urbanizadas
en años recientes, esperando que su plusvalía alcanzara
márgenes de ganancia óptimos. Al respecto, también se ha
argumentado que en la segunda mitad del siglo XX, las clases acaudaladas que
poblaban San José, especialmente el
Barrio Amón, abandonaron la ciudad ante el vertiginoso crecimiento que experimentó entre 1950-1960
y se fueron trasladando hacia el este, primero en Los Yoses de Montes de Oca y
luego hacia Curridabat, Pinares y La Unión de Tres Ríos;
así como al suroeste, principalmente en Santa Ana y Escazú.22
Para el caso en estudio, también jugó un papel fundamental la
construcción de edificios llamativos por su diseño, como el Colegio
Federado de Ingenieros y Arquitectos (obra finalizada en 1981), nuevos
condominios de múltiples pisos, clubes adinerados
como el San José Indoor Club
(inaugurado en 1976) y toda una
plétora de instituciones educativas privadas; que terminaron por darle
al lugar una tergiversada imagen de lujo y sofisticación. A su
vez, esto incidió en que comenzaran a pulular centros
comerciales, grandes supermercados y mega tiendas de ferretería, entre
otros notorios edificios del nuevo sistema socioeconómico afín al
libre mercado.
Sin embargo, todo este
proceso de urbanización no dependió exclusivamente del
café, otro proceso de suma importancia y larga data fue la
reconstrucción del templo católico y su colaboración en la
consolidación de un prototipo de identidad local, tema que será
abordado en breve.
Más que la búsqueda de leyendas, de anécdotas o la
exaltación de personajes ilustres; la historia de los pueblos también
puede enfatizar en las pequeñas, pero siempre perennes obras materiales
(e inmateriales), fruto del esfuerzo comunitario. Lo idóneo no es
perseguir identidades supuestamente olvidadas y que se presume vienen a llenar
vacíos de nuestros días. Lo indicado es reconstruir fragmentos
trascendentales de la memoria histórica colectiva y que parecen hallarse
en el olvido.
De esta forma, lo que las
siguientes líneas pretenden es profundizar en el curioso y vivaz proceso
histórico que llevó a una pequeña comunidad cafetalera a
embarcarse en la notoria construcción de un templo de grandes
dimensiones. Un proceso de edificación que se extendió por
décadas y que, guardando las distancias y proporciones, pareciera un eco
modesto de aquellas grandes catedrales construidas en
el Medioevo, las cuales demandaban siglos para su finalización y el
esfuerzo, casi sobre humano, de
generaciones enteras de pobladores que aportaban todo lo que tenían
(dinero, productos agrícolas, su propia fuerza de trabajo, etc.), con
tal de ver realizado el sueño ancestral de poseer un santuario, no solo
de adoración religiosa, sino de preservación identitaria.
De esta forma, la comunidad
de Curridabat, a partir de la década de 1910, decidió embarcarse en la osada labor de
levantar un edificio religioso moderno, acorde con la época y
similar a los que se inauguraban en otros cantones de Costa Rica, como el de
Santo Domingo, Coronado o La Merced en San José, entre otros. Este
proyecto no resultaría sencillo, especialmente por las limitaciones
presupuestarias y por otra serie de vicisitudes que más adelante se
explicarán.
Continuando con la
sección anterior, la reconstrucción de este inmueble significó, más allá
de la presencia religiosa, el punto de partida indispensable para consolidar
una identidad local y, a partir de ella, construir un centro de control para la
estabilidad y el eficiente desempeño del mundo cafetalero, que se
mantuvo como agente dominante del paisaje hasta la década de 1990.
A partir de la conquista y del ordenamiento territorial subsecuente,
comisionado por las autoridades españolas, Curridabat permaneció
por varios siglos vinculada a su vecina, Aserrí. Al ser ambas regiones
indígenas, se demandó su pronta conversión al
cristianismo, por ende, su evangelización estuvo a cargo de misioneros
franciscanos que establecieron, entre 1570 y 1575, la doctrina conjunta de Curridabat
y Aserrí. Asimismo, estos curatos obedecían, junto con el de
Ujarrás y otros, a la
Provincia de San Jorge, autoridad eclesiástica que agrupaba a las provincias
de Nicaragua y Costa Rica, aunque los poderes máximos radicaban en la
primera.
Entre los santos propios de
los franciscanos -es preciso recordar que cada orden tiene sus santos y cultos
predilectos- estaban San Luis encomendado para Aserrí y San Antonio de
Padua, que fue asignado como patrón de Curridabat. La prioridad de los
españoles era someter a los nativos y controlarlos rápidamente, función
que la iglesia se aprestó a realizar de buena manera, pues
prefirió emplear una estrategia
ideológica por encima de las medidas violentas que caracterizaron la primera
fase de la conquista. Asimismo, el sistema de encomiendas agrupaba a los
indígenas en “pueblos de indios” (sobra aclarar que no eran
ciudades), donde fueron evangelizados
y destinados a trabajos forzados. La primera edificación tipo iglesia que se construyó en Curridabat
correspondió a un mero “rancho pajizo”. Es un misterio en
qué año y lugar fue construido exactamente.
A inicios del siglo XVII, el lugar se caracterizó por el declive
demográfico, puesto que la población total se aproximaba a los 200
individuos y para finales del mismo periodo se había reducido a poco
más de un centenar. Según las quejas de las autoridades
eclesiásticas, la doctrina del lugar no avanzaba en buenos
términos, ya que los “indios” no asistían a las misas
ni a las otras festividades religiosas. Es posible que la represión que
se practicaba jugó un papel predominante en esta actitud contestaria, el
mismo Thiel registró que los curas doctrineros se manifestaban en contra
de los trabajos excesivos que los encomenderos imponían a sus
tributarios, a tal grado que “a veces no veían a los indios ni en
los domingos y los días de
fiesta” (Thiel, 1983).
Era evidente que la
población indígena se encontraba en franca decadencia (las
epidemias también jugaron un papel central) y esto motivaba su
desánimo para participar en la vida religiosa, tal y como
pretendían los curas doctrineros. A pesar de la escasez de
población y la rebeldía que expresaban sus habitantes
autóctonos, entre los años de 1681 y 1693, el Rey de
España Carlos II recompensó a la provincia de Costa Rica por sus
esfuerzos en combatir a los piratas y por ello, mandó que se edificaran
mejores templos en los principales pueblos, por ende se reconstruyeron los
santuarios de Aserrí, Curridabat y Ujarrás. Los dos primeros serían
de adobe con horcones y el tercero de calicanto.
Para
el siglo XVIII, la población del lugar creció levemente,
acercándose a los 150 pobladores. En la visita realizada por el obispo
Morel en 1751, Curridabat se ubicaba en un llano montuoso, con la iglesia y sus
dependencias que incluían claustros y sacristía; pero
el clérigo la consideró como una locación pobre y en
condición decadente. La visión de Morel estaba un tanto fuera de
contexto, pues no se podía esperar que una población reducida y
dedicada a la agricultura de subsistencia pudiera construir un templo religioso
de grandes dimensiones y lujos; con toda seguridad, la iglesia debió ser
pequeña y no necesariamente “miserable”, simplemente
modesta. Al finalizar este periodo, más precisamente en 1776, Curridabat
era consagrada, aparentemente, como parroquia; las razones no parecen claras y
tampoco las nuevas funciones o potestades que podía desempeñar
(Eco Católico, 1962, p. 446).
El siglo XIX fue una
época de importantes cambios, por supuesto la Independencia marcó
la transición hacia una nueva Costa Rica; aparte de que inició el
complejo proceso de construcción de un Estado-Nación moderno. Ya
antes de la autonomía política, se venía
demandando la eclesiástica, específicamente, la separación de la autoridad religiosa con
respecto a Nicaragua. Desde 1753, se comenzaron a emitir reales cédulas
que recomendaban a las órdenes y doctrinas ceder sus labores a los
cleros seculares locales (los clérigos costarricenses). A partir de 1802, las demandas aumentaron y para 1818, la
Provincia Eclesiástica de San Jorge liberó
de su cargo a los curatos de Curridabat, Aserrí y Ujarrás; a
raíz de esto, los tres fueron erigidos como parroquias. No obstante,
tras la separación de España, se intensificaron
las diferencias entre el Estado y la Iglesia, que incluyeron la paulatina clausura de monasterios y la expulsión de
los franciscanos y cualquier otra orden religiosa, lo que se cristalizó
por medio de un mandato del gobierno guatemalteco en 1829 (Picado y
Quirós, 2006, pp. 156-165).
Mientras estas disputas continuaban, los eventos más
anecdóticos en que se vio envuelta la comunidad y la iglesia de
Curridabat fueron los sucesos de la Guerra de la Liga en 1835; lucha en la que
Cartago perdió la capital y se afianzó el poder de la
élite josefina.23 De acuerdo con la tradición, los cartagineses portaban la imagen de
la Virgen de los Ángeles (la “peregrina”, no la original),
pero al ser derrotados, abandonaron la efigie y fue precisamente la iglesia de
Curridabat el lugar que rescató la imagen. Acto seguido, fue tomada por
Braulio Carrillo, quien la empleó como un signo de que gozaba del favor
divino y luego dispuso trasladarla a la
capital con la finalidad de provocar mayores angustias entre los cartaginense. Años después fue devuelta a esta
provincia.
Más que un detalle
accesorio, la estadía de la afamada patrona nacional en el humilde
templo de Curridabat debió significar un punto de partida para la consolidación
de la identidad local, puesto que se manifestó devoción, tanto
política como religiosa. Por lo tanto, constituye un episodio que se
ganó un espacio en la memoria colectiva, hasta el día de hoy.
El archivo parroquial, de acuerdo con muchas fuentes, se quemó en la
primera mitad del siglo XIX; sin embargo, se conservan algunos documentos
posteriores que se enfocaban en los esfuerzos de la pequeña comunidad
por reconstruir su templo. Por ejemplo, para el año 1838 se
comenzó formalmente el proceso para construir un mejor inmueble, sin
embargo, las condiciones materiales parecían interponerse en la
realización de dicho proyecto:
Habiendo hecho
presente el Alcalde de cuartel y otros vecinos del barrio de Curridabat estas aquella Iglesia con
necesidad de reedificarla y siendo esto una obligación a que eso
deben negarse a contribuir todos los vecinos por no haber fondos disponibles,
piden se les dé una orden para poder acumularlos, respecto a que algunos
se niegan a hacer este servicio, y que se acordó comisionar al
Señor Padre Cura de aquella ermita Presbítero Nicolás
Bonilla para que sirva por medio de su exhortación manifestarlo al
Pueblo por el pulpito a fin de que contribuyan (Archivo Nacional de Costa Rica,
1838, Municipal No 473).
A partir de este momento, se
destacó que la obra debía ser impuesta a los vecinos y que estos
mismos debían encontrar las formas de ahorrar o asegurarse los fondos
necesarios; por consiguiente, la construcción del templo no
parecía una obra fácil. En los años venideros, las
peticiones por fondos y colectas se hicieron constantes y las autoridades
locales solicitaron el apoyo de las estatales para concretar la
evasiva obra, afirmaban: “Vista la solicitud de la Municipalidad de
Curridabat suplicando se le dé
permiso para colectar una limosna en toda la República con el fin de llevar adelante y concluir la Iglesia
Parroquial de aquel pueblo” (Archivo Nacional
de Costa Rica, 1848, Gobernación No 26699, folio 17).
La construcción del nuevo
templo obedeció a órdenes expresas de Braulio Carrillo y la destrucción
provocada por el terremoto de 1841. De este modo, el mismo Carillo
supervisó el trazado de caminos y de algunos edificios, que
después dieron forma al actual Curridabat.24 Aparentemente, para
mediados del siglo XIX, la iglesia se pudo concluir, a pesar de que su forma y
características no son muy conocidas; pero lo que sí se
registró fue que la parroquia carecía de fondos y mantenía
una serie de tribulaciones. En 1846 se solicitó al gobierno que
permitiera:“…enajenar el terreno nombrado
los Tirrases, para proveerse de recursos con que construir formalmente la
Iglesia” (Archivo Nacional de Costa Rica, 1846, Gobernación No 24839, folio 8), lo
que permite deducir que para la comunidad, aún no existía un
verdadero templo. Tres años después, la situación más
bien empeoró, ya que algunos vecinos no cumplieron con su trabajo y
abandonaron las obras, incluso algunos incurrieron en robar los recursos
de la iglesia.25
Otro dato consignado
indica que, en 1886, el cementerio, como era costumbre ancestral, estaba ubicado
dentro de los terrenos de la misma iglesia y que era frecuentado por animales
del lugar que provocaban constantes daños y problemas de salubridad
(Archivo Nacional de Costa Rica, 1886,
Judicial No 3846, folio 2).
A partir de la década
de 1880, Monseñor Bernardo Augusto Thiel llevó a cabo una serie de visitas pastorales por todo
el territorio costarricense, con la finalidad de supervisar el
mejoramiento de la institución católica y que ésta pudiera
hacer frente al poderío ideológico que mostraban los liberales.
Son muchas las notas que reportó en torno a Curridabat, aquí
señalaremos solo algunas: en 1889 destacó que, dado lo reducida
que era la villa, se carecía de una casa cural, por lo que el sacerdote
debía alquilar una particular en las vecindades; resultando esto una
verdadera ignominia.
Cuando en 1895 volvió
a visitar el lugar, solicitó que se limpiaran los cálices y los
instrumentos del bautisterio, que se comprara un reloj para la torre y se
mejorara el altozano de la iglesia, aunque fuera con unas matas de café.
Lo más llamativo de sus demandas es que rogaba al clérigo local,
Rafael Ramírez, abstenerse de la ingesta de cualquier bebida
alcohólica. Tres años más tarde, el prelado repetía
muchas de sus recomendaciones, sobresalía que ya se había constituido
una juntapara levantar una nueva iglesia y Thiel
exhortaba para que se tomaran los mayores cuidados y evitar el derroche de
recursos. También planteó, que si era útil, montaran una
ladrillera propia (Herrero, 2009, pp. 500-501).
El siglo XX comenzó con nuevas solicitudes de parte del
párroco local para obtener fondos para comprar campanas y otras
necesidades de carácter eclesiástico, como se muestra en el
siguiente fragmento:
…careciendo
de fondos la tesorería de dicha junta para el pago de un
víacrucis en relieve, fundición de una campana y otras atenciones
de menor importancia; y no contando con otros medios para allegar recursos que
el de celebrar algunos turnos, la junta en sesión última ha
acordado solicitar de Vuestra
Excelencia como tengo el honor de hacerlo, permiso para celebrar cuatro
turnos en ésta localidad, con el intervalo de tres meses de uno a otro
(Archivo Nacional de Costa Rica 1903, Policial No 1461).
El párroco Hilario
Cajigas emprendió oficialmente el proceso de edificación en 1905.
Para 1908, se habían encargado pilas para el agua bendita y rejas de
hierro para la puerta. Un año después, se presentaron los
diseños del nuevo templo, elaborados
por el connotado ingeniero Lesmes Jiménez, quien también
había trazado el plano del
Colegio Superior de Señoritas, de estilo neoclásico. Este
prototipo del santuario se caracterizaba por carecer de cúpula, mientras
que el actual sí la presentaría. Asimismo, las capillas
laterales eran más complejas, pero la fachada es desconocida (Archivo
Histórico Arquidiocesano, 1916). El 29 de mayo de 1909, con gran
júbilo se celebró la colocación de la primera piedra. A
partir de ese momento se buscaron recursos para sufragar la obra, por ello, era
común que el sacerdote de la localidad tuviera que organizar una serie
de “turnos” y rifas para financiar la reparación del templo, ya que la
población era reducida, mayoritariamente pobre y las
labores, costosas (Archivo Nacional de Costa Rica, 1922,
Judicial-Secretaría de Gobernación No 2167).
Sin embargo, estas
iniciativas se vieron truncadas cuando el terremoto de 1910 destruyó los
muros y las capillas; y partió la fachada de arriba a abajo; lo que
frenó por más de una década el proceso de reconstrucción
(Muñoz, 2007, pp. 4-5). Es interesante que en 1913 se mencionaba la
realización de trabajos (reparaciones) en una iglesia vieja, mismos que
se extendieron hasta 1915. Esta iglesia parece corresponder a la anterior,
construida entre 1840 y 1850 y que se mantuvo dentro del armazón de la
nueva, aunque en un estado verdaderamente deplorable.
Entre los años 1920-1922, el inmueble viejo fue demolido totalmente.
A partir de estas ruinas se levantó el nuevo, pero con diseño y
planos diferentes al que se trató de edificar en 1909 y se
concluyó gracias a los encomiables esfuerzos del cura Anselmo Palacios.
La empresa se realizó con el apoyo de la banca (el Banco Anglo
Costarricense), las rifas de artículos tales como leña, relojes,
muñecas y conejos; y las donaciones de los mismos feligreses (Archivo Histórico
Arquidiocesano, 1930). Los planos fueron diseñados por el afamado
arquitecto Teodorico Quirós, mismo que supervisó las labores.26 Los materiales que se emplearon fueron cemento,
ladrillos, madera de cáñamo, cedro y todos los otros que demandan
una obra de esta envergadura. Los salarios de los múltiples obreros eran
variados, dependiendo de su especialidad y rondaban desde menos de un
colón hasta los sesenta; incluso se obsequiaban botellas de ron a las
personas involucradas en la obra.
La fachada por fin se inauguró en 1926, aunque el edificio completo
fue concluido y bendecido en 1933 por el entonces Monseñor Rafael
Otón Castro (Curridabat, 1988). El santuario resultante
correspondía al estilo arquitectónico neocolonial, conformado por
tres naves, seis columnas y cuatro pilares que sostiene la cúpula. En la
base de esta última se presentaban cuatro escudos, los cuales
correspondían al de Costa Rica, España, el papal y el del
prelado. También exhibía diversas pinturas con la vida y milagros
de San Antonio de Padua, localizadas en las escalinatas y encima del altar.
Desde su fundación como doctrina el santo patrón de Curridabat
es el monje franciscano San Antonio de Padua (1195-1231), nacido en Lisboa y
cuya labor se concentró en la ciudad italiana de Padua. Es un santo muy
popular y un gran atractivo para las masas de feligreses, por ejemplo, se
considera que al colocar cabeza abajo su imagen se obtenía éxito
en las relaciones amorosas o se encontraban objetos perdidos. También es
patrono de las mujeres con problemas de fertilidad, de los panaderos y de los
pobres. En vida defendió a los más necesitados y a los presos,
las multitudes acudían a sus sermones y le rompían sus vestiduras
para obtener milagros. En lo fundamental, se le considera un hombre muy noble,
culto y generoso. Murió un 13 de junio y la fecha marca las
celebraciones contemporáneas en su nombre (Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y
María, s.f.). En Curridabat, las fiestas en honor a San Antonio
consistían tradicionalmente en una misa el 13 de junio.
Dependiendo del entusiasmo y capacidad organizativa del párroco, se
celebraban turnos y se preparaban variadas comidas típicas. En 1933,
durante la inauguración oficial del templo, celebrada también el
13 de junio, Monseñor Rafael Otón Castro afirmó que los
sacerdotes locales realizaron un gran desfile, muy ordenado, con arcos y
guirnaldas, mientras se entonaban los cantos religiosos de rigor (Archivo
Histórico Arquidiocesano, 1933, p. 369). Por ejemplo, otra
celebración muy llamativa y fastuosa tuvo lugar en 1961, puesto que las
fiestas patronales contaron con una filarmónica, desfile de campesinos,
rifas y la duración fue más extensa de lo común (Eco
Católico, 1961, pp. 3-4).
En cuanto a los aspectos
arquitectónicos, un punto que influyó poderosamente se
relaciona con los fuertes sismos que sacudieron al país y devastaron la
infraestructura nacional. Estos movimientos tectónicos mostraron al
Estado la necesidad de ajustes en los
códigos de construcción, lo que se tradujo en edificaciones
más resistentes y con
materiales más duraderos como el cemento y el ladrillo; desplazando
paulatinamente al adobe y el bahareque (Fonseca y otros, 1998, p. 320). De
forma paralela, los cambios producidos en el seno de la Iglesia, originados en las
disputas con los liberales desde finales del siglo XIX, provocaron que en las
primeras décadas del siglo XX, las parroquias carecieran de apoyo y por
ende, de mayor financiamiento por parte del Estado. En consecuencia, los nuevos
templos se levantaron gracias al esfuerzo de las parroquias y sus comunidades.
En el caso específico
del templo de Curridabat, presenta un estilo neocolonial, el
cual consiste en una restauración nacionalista, que busca conectarse con
las raíces hispánicas y criollas e incluso con lo
indígena. En sus primeros años la estructura religiosa
tenía muros blancos, un amplio volumen, molduras barrocas y balcones
internos. En términos generales, la obra arquitectónica muestra
rasgos estilísticos muy sencillos, pero con un gran sentido de la
estética, su fachada guarda un espacio en la parte superior de la puerta
principal para una pequeña estatua de San Antonio, con campanarios en
ambos lados y ángeles encima de estos. El interior del templo es
modesto, con un altar pequeño y una cúpula en la que resalta una imitación de un cuadro de Rubens,
elaborada por Gregorio Obando. Probablemente, es la única obra
artística intacta que conserva el templo, ya que las otras,
imágenes de los milagros de San Antonio ubicadas detrás del Altar
Mayor, han sido alteradas en los últimos años y se han agregado
nuevas.
Los vitrales del templo representaban sencillas cruces de colores amarillo
y blanco, pero la
mayoría han sido reemplazados por otros que personifican a santos e
íconos cristianos (colocados después del año 2000). Los
vía crucis ubicados en los muros también son recientes. En cuanto
a las imágenes de santos y similares, no se encuentra ninguna referencia
disponible, aunque muchas son nuevas, ya que se dañaron en los
años noventa por sismos, antigüedad y otros problemas. Asimismo, se
afirma que el templo tuvo fascinantes confesionarios góticos y
lámparas de tipo barroco, pero todos estos elementos desaparecieron de
forma inaudita (Curridabat, 1988, pp. 4 y 9).
Las identidades se pueden definir como una serie de ideas, representaciones
y acciones que se forman entre individuos, grupos y contextos
específicos. Lo anterior, implica una serie de etapas en las que se
trata de generar diferencias y similitudes con respecto a otros colectivos
humanos; generalmente en áreas circunvecinas. El factor espacial posee
un énfasis particular, pues en él se ancla el universo cultural y
a partir de ello se construyen los simbolismos, los límites
territoriales (los imaginarios y los reales), las relaciones materiales, los
nexos entre ser humano y naturaleza; y por último, el control social.
Cuando una sociedad logra consolidar su identificación con respecto a un
espacio dado, consigue forjar un territorio; con ello obtiene un centro de control para todo
su universo socioeconómico y de poder político (Méndez,
2012, pp. 42 y 449).
Imbricado en el proceso de
consolidación de la identidad/territorio, se encuentra la
urbanización. Las ciudades contemporáneas implican una
superioridad tecnológica con respecto al campo, un sistema productivo
afín al sector industrial y a los servicios, así como la
concentración de población; lo que orienta en última
instancia a la conformación de un núcleo
político-administrativo. Esto quiere decir que una ciudad no es un
simple conjunto de edificios y personas, es un eje neurálgico donde grupos
humanos afianzan su identidad, su estructura productiva y las élites establecen su aparato de poder.
Aparte
de lo expuesto, la identidad, sí bien trata de sostenerse a partir de
elementos históricos y generar cohesión social; se torna
peligrosa cuando degenera en mera identidad
local o localismo, pues conlleva una profunda carga de mitificación, artificialidad y otredad (nosotros versus los otros). Similar al caso del nacionalismo, la identidad localista crea
comunidades imaginadas dentro de ciertos límites
geográficos y sus objetivos básicos, haciendo un eco de la misma
Nación, son: “crear membrecía en comunidades
reales/imaginadas, legitimar al régimen y su aparato institucional y
socializar valores o normas convencionales” (Díaz, 2005).
En el caso concreto de la
pequeña aldea que era Curridabat, se produjo una curiosa
aproximación a la creación de una identidad localista. Dos
vertientes tuvieron que entrelazarse a las alturas de la década de 1930:
los esfuerzos del Estado por crear una subsidiaria del poder
central josefino en el nuevo cantón y las iniciativas
de la Iglesia Católica por afianzarse dentro de las almas de los
pobladores; ambas -era evidente- no
habían logrado sus cometidos y de forma intencionada o no, se
originó una simbiosis o yuxtaposición de intereses.
Si recapitulamos lo expuesto en la segunda parte de este artículo,
el café había tenido una notoria y exitosa expansión en
las tierras del este de San José, hasta llegar a convertirse en su base
productiva y gracias a este producto, el recién fundado cantón de
Curridabat se había fortalecido dentro del modelo agroexportador que
prevalecía en el país. Curridabat era una parte esencial del “hinterland” josefino, pero carecía de un centro urbano
que le permitiera maximizar y eventualmente,
modernizar el mismo sistema agrario que le daba sustento. Conforme la capital
se expandía en infraestructura y población, el aparato
público aumentaba en dimensiones y complejidad; era evidente que
carecía de las herramientas y de la capacidad para dominar directamente
a sus regiones periféricas. Por ende, se torno indispensable conceder a
estos satélites independencia administrativa y que, por sí
mismos, supervisaran su desarrollo.
Esto explica el
porqué durante el siglo XIX, los intentos por separar a Curridabat de Aserrí, Desamparados o San
José habían sido infructuosos; la respuesta era muy
simple, la población fue mínima (una aldea dispersa), bastaba con
una escuela como mecanismo indirecto para la reafirmación de la
autoridad estatal y en definitiva, el país no precisaba de
fútiles divisiones administrativas.27 De tal modo, gran
parte de esta iniciativa para descentralizar la autoridad capitalina se
realizó en 1914 e incluyó a Montes de Oca, Coronado, Moravia,
Tibás y otros poblados afines; aunque Curridabat debió esperar quince años
más.
Nuevamente, este retraso de
más de una década demostraba que el programa tenía ciertos
escollos por superar. La escasa población del entonces distrito era uno
de los principales lastres, pues apenas sobrepasaba los 2.500 habitantes en
1927, aunque concentrados en un área relativamente pequeña.28 La insistencia por constituir un cantón señalaba la
posición estratégica que el sitio ocupaba, sin menospreciar la
atractiva cantidad de beneficios que poseía y el hecho de que daba
albergue a fincas pertenecientes a ilustres miembros de la burguesía
cafetalera. También era evidente que estaba reuniendo a una
pequeña élite local, que anhelaba elevar su estatus.
Un problema adicional que
debían superar estos noveles departamentos, era la falta de nexos
internos. Para 1930 el proyecto de Estado-Nación emprendido por los
liberales ya había alcanzado un nivel de madurez óptimo y los
cuestionamientos que recibía estaban encausados en otras vías; el
nacionalismo costarricense tal y como lo habían diseñado los
intelectuales orgánicos entre 1880 y 1900 estaba bien resguardado. Esto
no ocurría con las unidades políticas más pequeñas,
como los cantones. Mientras los nacionalistas se habían enfocado en
reforzar un territorio con fronteras definidas, una historia patria,
efemérides, símbolos y el respectivo ideario que debía
acompañarlas; todo parece indicar que fue la capital, San José,
las cabeceras de las provincias y el grueso del grupo liberal, los que
concentraron a la “intelligentsia” nacional y marginaron a las identidades localistas.
Por otro lado, la misma
intelectualidad liberal que había concebido a la nación
costarricense debía tomar las previsiones del caso y castrar con
antelación cualquier proyecto de identidades paralelas que,
eventualmente, -en un contexto determinado- podría generar una
secesión o una abierta oposición a la democracia liberal.29 De ningún modo, estamos tratando de proponer que una localidad como
Curridabat amenazó la estabilidad del proyecto nación, al
contrario, fue una pieza orgánica del sistema cafetalero. No obstante,
los problemas identitarios que le tocó sortear fueron fruto del relativo
monopolio intelectual que ejercieron los liberales. Así, cuando finalmente
se le otorgó el ansiado grado de cantón y poco después vio
su templo católico finalizado, logró percibir que a su alrededor
no se había generado una sólida identidad comunal.
No se podría definir
categóricamente cuál es la identidad histórico-cultural dominante en el cantón, tanto en la
década de 1930, como en los albores del siglo
XXI. Sí es posible precisar que ha
habido otros intentos por generar cohesión social a partir de visiones
semi-míticas, uno de ellos es la indiscutible asociación del
cantón con las antiguas sociedades autóctonas. Luis Ferrero, en
el prólogo de la obra de José J. Sánchez, afirmaba
que, en los primeros decenios del siglo pasado, el legado indígena era
incuestionable entre los pobladores de Curridabat (Sánchez, 1995, p.
12). Además, el escudo cantonal y el nombre mismo del lugar
“Curriravá” o sus múltiples variantes, hacen
constante referencia a esta herencia indígena. Entonces, la pregunta es
obligatoria: ¿qué ocurrió con este programa identitario
afín al indigenismo?
Efectivamente, Ferrero
estaba en lo correcto al señalar que la población de Curridabat
era tanto indígena como mestiza, pero no se podía apelar a este
pasado común como un mecanismo de unidad e identidad por varias razones.
La primera es que la conquista en el siglo XVI, a pesar de los
intentos por pretender lo contrario, fue un
proceso traumático y violento para los pueblos autóctonos,
seguido por siglos de sometimiento a la Corona Española. En segundo
término, y esto era de repercusiones muy
complejas, la represión indígena no era de origen exclusivamente
colonial, sino también republicana, pues como se había
señalado anteriormente, los pueblos de indios en lugares como Curridabat
habían sido disueltos para favorecer el auge cafetalero de
mediados del siglo XIX. Como tercer punto y final, el programa nacionalista de
los liberales también despreció a la cultura autóctona,
pues la consideraba como un enemigo de su capitalismo agrario, y ajena a las
estereotipadas virtudes europeas que tanto se esmeraban en exaltar dentro del
entorno costarricense.
Entonces, escudriñar
demasiado en este pasado indígena y pretender una identificación con él resultaba
peligroso e imposible, en la década de 1930, cuando se mantenía
incuestionable el ideario nacionalista-liberal. Podría argüirse que
estas nociones a favor de los indígenas fueron retomadas al finalizar el
siglo y que se mantienen vigentes aún hoy, en el marco de una
revalorización de los derechos y el legado de las sociedades
autóctonas.
Ahora bien, esto tampoco
debe generar conclusiones precipitadas y señalar que las identidades
emergieron de su asociación con el poder eclesiástico. La
Iglesia, para 1930, se encontraba en franca inferioridad con respecto al poder
político y social del Estado; mantenía un férreo control
sobre ciertos aspectos morales de la población, pero en
términos generales, no se puede afirmar que estuviera en la capacidad de eclipsar al liberalismo
de la época y su intrínseco patriotismo. Entonces, ¿qué resolvió el
nuevo templo? El santuario proveyó de un “geosímbolo”, de una referencia que
paulatinamente transformó un paisaje meramente rural, en uno cultural,
pues sirvió de pilar para un prototipo de identidad local, una que no necesariamente maduró, pero que dio
la oportunidad de aglutinar edificios públicos
en los cuadrantes colindantes con la iglesia: escuelas, plazas, mercados y lo
más importante, viviendas.
A lo largo de este decenio (1930) y como se revisó en páginas
anteriores, se construyeron obras públicas prioritarias, tales como
cañerías, caminos y puentes; surgieron talleres, en fin, se
construyó una pequeña ciudad. Todos estos componentes
tendían a modernizar lo que antes era un paraje rústico. Para
finales de los cuarentas, la electricidad
comenzó a irrumpir y ya se estaba quebrando el monopolio del café
sobre el paisaje.
Cabe recordar que para el
levantamiento del templo se tomaron predios estratégicos: en un llano
con vista a los cerros (La Colina, al sur), se resguardaron amplios espacios
para los jardines, se mantuvo un atrio y contó con la plaza o parque
para eventos masivos al frente de la puerta principal (posicionada al oeste
como es común). Todo esto con el fin de generar la percepción de
que el edificio era un centro, tanto de la urbe, como de lo sagrado. Habitar e
integrarse cerca de este espacio simbólico representaba formar parte de
la nueva congregación social que constituía Curridabat.
La iglesia funcionó
en virtud de ser la primera obra monumental que el pueblo levantó con
sus propias manos y con escasa participación estatal. Era un símbolo
de esfuerzo mancomunado, de muchos años de fracasos y
desesperación. Incluso, a diferencia de los modestos templos que le
precedieron, de escasa resistencia y duración, éste
demostró sobrevivir a las inclemencias del tiempo y se convirtió
en un legado para generaciones futuras, o por lo menos, esa es parte de la
imagen que exhibe, puesto que sobrevivió al terremoto de 1991 y sigue en
pie, a pesar de las tribulaciones pasajeras que ha enfrentado.
Por lo general, se reafirmaría que el paisaje del cantón de
Curridabat correspondió a uno meramente agrícola, rural o ambos;
tales afirmaciones neutralizarían la riqueza del ambiente examinado. Es
claro que en esta localidad se presentaron tres elementos de mayor
preeminencia: los bosques, los potreros y los cafetales. La mayor parte de
estos espacios se extinguieron a partir de la década de 1970, dando paso
a un horizonte dominado por el cemento. Y precisamente de los resabios de ese
arquetípico mundo cafetalero se ha fraguado la identidad y el actual
paisaje percibido. El paisaje no se compone únicamente de los
elementos materiales y naturales, es por mucho una construcción humana
que expresa su ideología, sus anhelos, su visión de mundo, su
poder y la forma en cómo un grupo social pretende que se visualice el espacio geográfico que
habita.
Entonces, el actual
Curridabat adquiere una mayor complejidad, que supera con creces las antiguas
descripciones bucólicas de cafetales, árboles frutales y
ríos cristalinos o las actuales, de centro urbano de vistosa
arquitectura. Es un entorno que trata de expresar el éxito e
integración que dio el café a unos pocos selectos moradores, la
infraestructura atractiva que atrajo ingentes cantidades de población y
su contemporánea percepción de ciudad-dormitorio, ya entrada a la
capital nacional. Trata de proyectar éxito económico y
modernidad, tanto arquitectónica como cultural. Pero a la vez,
deliberadamente, pretende ocultar sus ambivalencias y las limitantes de su
proyecto localista.
A diferencia de otros autores, que
abrazan la tesis de que lugares como Curridabat, Escazú o Montes de Oca
son el asiento de las clases pudientes josefinas; consideramos que esto es
parte del intento por construir una identidad y un paisaje basados en percepciones distorsionadas y mitificaciones.30 Los
grupos dominantes que habitan estos cantones anhelan presentarse a sí
mismos como parte del triunfo de un ancestral sistema agroexportador, que
evolucionó a un mundo dominado por los servicios y que está
inserto en el libre mercado neoliberal. Tras este discurso, se esconde un
pasado de privatizaciones de la tierra y de ruina campesina; y un presente de
contaminación ambiental, amplios precarios, escasa diversidad laboral y
la privatización, no solo en los rubros esenciales de salud y educación,
sino de ocio y sociabilidad.31 Todas estas contradicciones
son las que conforman el verdadero paisaje de la localidad.
Por otra parte, el significado del templo, más allá de lo
religioso, fue proporcionar a la comunidad un edificio insigne que permitiera
crear arraigo con el sitio habitado y convertirlo en un verdadero territorio,
dominado y apreciado. Su mayor relevancia se da en el hecho de que su
posición ha sido interiorizada como el núcleo mismo del cantón y a partir de éste,
se organizaron los edificios, viviendas, carreteras
y áreas verdes que conformaron posteriormente la urbe
contemporánea. Este centro de veneración también se
convirtió en un elemento fundamental del paisaje imaginado, pues es utilizado como un símbolo
municipal oficial (parte del escudo cantonal)
y es objeto de frecuentes representaciones artísticas por parte de la
comunidad. Al margen de las idealizaciones, este templo católico es una
muestra palpable del esfuerzo de una sociedad que, a pesar de los recursos
limitados y la población reducida, salió adelante y
consiguió heredar un legado cultural y arquitectónico de valor
inconmensurable.
El presente estudio es, al
final de cuentas, solo una visión preliminar en torno a una serie de
temas claramente complejos y que demandan un análisis más
profundo que el aquí desarrollado. Otras fuentes deben consultarse y
nuevas interrogantes deberán ser planteadas. De momento, es un modesto
intento por acercarse a la micro-historia y comprender
en una escala más reducida, el impacto de procesos históricos tan
fundamentales, como la expansión del café en la ecúmene de
la Meseta Central costarricense y la emersión de identidades locales con
fuertes tintes religiosos.
CITAS Y NOTAS
1 El autor quiere agradecer a todas las personas que
colaboraron en la realización de este modesto artículo, a los estimables
historiadores Carlos Naranjo Gutiérrez y José Daniel Gil Zuñiga,
quienes leyeron versiones preliminares varios años atrás.
Especial agradecimiento a Gertrud Peters Solórzano por darle un impulso
final al mismo; así como a mi hermana Lorna, por elaborar el mapa.
2 Se optó por este periodo de cien
años debido a la confluencia de fuentes provenientes de este lapso en
específico, tanto del Archivo Nacional de Costa Rica, como del Archivo
Arquidiocesano y algunos
periódicos locales y nacionales. De acuerdo con la tradición, a
mediados del siglo XIX se quemó el archivo de la comunidad,
perdiéndose gran parte de su acervo documental, mito o no, la
información disponible y de fácil acceso se encuentra en los
años ya señalados.
3 Consideramos que
si bien la iglesia católica, para el periodo en estudio, aun concentraba
un notorio poder político-ideológico, también debe tomarse
en cuenta que distaba mucho de poseer la hegemonía en este campo. Por un
lado, las reformas liberales de la década de 1880 y la expansión
del aparato educativo público le había dado un golpe que
alteró el predominio que tuviese en otros tiempos. Su denominado control
social no era tan absoluto como la misma
institución pretendía, ya que, por ejemplo, las quejas contras
los sacerdotes (por abusos de diversa índole), planteadas tanto por
vecinos como por otros clérigos, eran frecuentes y mostraban los
límites de su aparato institucional. Para más detalles se puede
consultar la obra de Elizabeth Poveda Porras: Moral
tradicional y religiosidad popular en Costa Rica (1880-1920).
4 Una geografía histórica, concentrada en
el estudio de paisajes del pasado, entendidos estos como una combinación
de elementos naturales, tecnológicos, representaciones sociales,
ideologías del poder, simbolismos, etc. Pero básicamente, no es
el paisaje que se aprecia a simple vista, es todo el universo de relaciones y
mensajes implícitos, de infinita riqueza que posee.
5 Otro aspecto muy llamativo de esta historia
de escala reducida, es que revaloriza las acciones y
personajes cotidianos, como los autores Pons y Sema indican, ¿quién decide que lo que sucedió en otra escala o a individuos sin
relevancia especial es menos significativo?
Efectivamente, tras décadas
afirmando que la Historia no se concentra en los grandes personajes, ni en los supuestos “hechos” que cambiaron
el rumbo de la humanidad; esto debería ponerse en práctica y
concentrar los estudios en lo más próximo: nuestro propio entorno
(Pons y Serna, 2004, pp. 6 y 15).
6 Leandro apunta que la iglesia y el pueblo de Curridabat
cambiaron de ubicaciones varias veces y que en general, el primer asentamiento
“español” era un misterio (1990, p. 4).
7 uno de los principales templos de los que se tiene
constancia, se construyó a finales del siglo XVII y hasta 1841, se
ubicó en el actual emplazamiento del Convento de las Hermanas de María
Auxiliadora, cerca del lugar conocido como La Galera (Muñoz, 2007, pp.
3-4 y 9).
8 La importancia del tendido ferroviario no puede
menospreciarse; por ejemplo, un viaje en carretas desde San José a Puntarenas, tardaba de 4 a 6 días,
mientras que el tren lo realizaba en 6 horas.
9 Al menos, ese era parte del paisaje dominante en
el conjunto Aserrí, Curridabat, Barva y Santa Ana, con 160 haciendas de
trigo y ganado en 1662; 11 de ganado mayor y 159 propiedades con trapiches para
1747 (Molina, 2005, p. 542).
10 Las
fotografías revisadas corresponden a la Finca Castro en Curridabat y a la
Hermes en Granadilla, ambas de 1922 y tomadas del álbum Costa Rica, América Central 1922 de Manuel Gómez Miralles (Centro de
Investigaciones Histórica de América Central, s.f.)
11 Debe tenerse en cuenta que la exactitud de estos datos
es bastante dudosa, pero que debe tomarse como una aproximación, como un
fragmento de lo que fuera el paisaje josefino de inicios del siglo XX.
12 Precisar
que existieron diversos tipos de beneficios, algunos mecanizados ya fuera con
vapor o agua, otros sin ello; mientras que algunos carecían del
todo de máquinas (Naranjo, 2007, pp. 66-71).
13 Del
mismo modo, tenemos que el ganado al servicio del café estaba compuesto
por 156 bueyes, 132 vacas, 116 terneros y 46 caballos (Peters y Rojas, 2010).
14 Cuatro
extranjeros, correspondientes a un alemán, un español, un
italiano y un guatemalteco; sus posesiones acumulaban 164 manzanas (Peters y
Rojas, 2010).
15 Otras familias influyentes que poseyeron cafetales en
el cantón a lo largo del siglo XX fueron las siguientes: Terán,
Dent, González Lahmann, entre otras (Instituto de Defensa del
Café, 1935, p. 337).
16 Contaba
con solo 13 pacientes. En 1948 se convirtió en “Sanatorio”,
lo que implicaba que la estadía en el centro era solo temporal y
no un confinamiento de por vida (República de Costa Rica, 1958, pp.
5-6).
17 Por su
parte, Antonio Cruz fue un prestigioso abogado guatemalteco, trabajó en
la elaboración de un nuevo código civil durante la
administración de Próspero Fernández (1882-1885) y
en su bufete comenzó a destacar un joven Ricardo Jiménez
(umaña, 2012, p. 14).
18 La
escuela fue fundada por Luis Cruz Meza y dirigida por Gustavo L. Michaud
(Archivo Nacional de Costa Rica, 1914, Congreso, No 10895)
(Rojas, s.f.)
19 Con respecto al
tema de la modernización de los cafetales, las crisis de precios de
finales del siglo XIX y el paralelo agotamiento de los suelos que mostraban los
cafetales vallecentralinos, obligaron a que se experimentara con nuevas
técnicas de poda, expansión de la sombra para proteger las matas
(de una forma más ordenada) y a la introducción de variedades del
cafeto más resistentes a enfermedades (una de las más
célebres fue la “Nacional Salvadoreño”). En
síntesis, si bien la modernización se hizo patente después
de 1950, el proceso para allanarle el
camino había comenzado medio siglo antes (Naranjo, 1997, pp. 79-105).
20 Para el
año 2000, Curridabat ya se clasificaba entre los productores marginales
de café, con tan solo 6.000
fanegas, mientras que Tarrazú superaba las 200.000 o Pérez
Zeledón con más de 500.000 (Alvarado, 2003, p. 26).
21 Hall
había propuesto que para el decenio de 1970, la frontera agrícola
-mal explotada- se había agotado y que se estaba produciendo una
migración hacia el interior de la Meseta Central;
dado que la ciudad de San José estaba ocupada por la industria y el
sector servicios, estas masas de
pobladores tuvieron que refugiarse en los principales cantones
periféricos, como Tibás, Montes de Oca, Curridabat, Desamparados
y otros. Aunque, esta explosión demográfica
también fue producto de las mejoras en las condiciones de salud
pública acaecidas
después de 1950 que le estaban pasando factura a un país que no
desarrollaba viviendas verticales y no
planificaba correctamente sus nacientes ciudades (Hall, 1983, p. 303).
22 Curridabat, en palabras de Miguel Salguero,
poseía un toque de
distinción por la presencia
de estos edificios y clases acomodadas (Salguero, 2007, p. 329).
23 Sandí
anota que para 1848 Curridabat y Aserrí, aunque vinculados a San
José, eran distritos parroquiales
y cumplían funciones electorales; lo que es lo mismo, estas unidades
podían elegir electores que a su vez emitirían votos para la
presidencia de la república y también tendrían la
capacidad de seleccionar diputados (Sandí, 2011, pp. 77-78). No obstante,
debe tenerse claro que este poder político local podía terminar
siendo solo nominal, puesto que el sistema democrático costarricense
decimonónico era limitado, marginaba a la mayor parte de la
población y los cargos relevantes eran concentrados por las élites
y los potentados josefinos.
Además, para 1844, Curridabat presentaba una población de tan
solo 365 habitantes (más de
1200 en el decenio de 1860), descontando a mujeres, niños y todos
aquellos varones que no podían
votar por su situación socioeconómica; el número de
votantes era ínfimo y es dudable que el sistema democrático
significase algo verdaderamente trascendental en el otrora distrito. Precisamente, Clotilde
Obregón explicitó lo anterior, pues de acuerdo con esta autora,
para las elecciones de 1844 en Curridabat solo hubieron 42 electores, 40 en
Aserrí, mientras que San
José sumaba 769, Desamparados 201 y San Juan del Murciélago 157,
solo por citar algunos. También
agregaba que Curridabat, Aserrí y otros pueblos satélites, simplemente votaban por el candidato grato a San
José (Obregón, 2000, pp. 17 y 113).
24 Lo
extraño, es que Carrillo diseñó las obras en 1848,
hacía mucho tiempo que había fallecido, probablemente se
trató de un mero error en la consignación de los datos por parte
de la autora original, con seguridad debía referirse a 1841
(Madrigal, 1974, p. 13).
25 Fue el caso de
Miguel Loría, quien abandonó las obras en 1849, además,
corrían rumores de robos y situaciones similares (Archivo Nacional de
Costa Rica, 1849, Municipal No 676, folio 17v).
26 Mismo artista que diseñó las
magníficas edificaciones de las parroquias de Santo Domingo y el templo
neogótico de Coronado, verdaderas joyas de la arquitectura
eclesiástica costarricense.
27 Algunos
autores señalan con insistencia la presencia de múltiples
escuelas en la comunidad (Rodríguez, 1998, pp. 29-30), estas con toda
seguridad eran depositarias de la autoridad estatal, representantes -en
especial después de 1870- de sus ideales de orden y progreso y su misión
eran lograr el adoctrinamiento cívico de las masas o lo que es lo mismo,
admirar y respetar a la democracia burguesa-liberal afín al capitalismo
agrario.
28 Mientras que
otros cantones como Montes de Oca, Santa Ana, Coronado o Tibás se
encontraban en el margen de los 3.000-4.000 habitantes, Aserrí y
Goicoechea superaban los 6.000.
29 Es claro que el nacionalismo se nutrió de los
localismos del Valle Central durante el siglo XIX
para lanzar su plataforma ideológica, sin embargo, debía
impedirse que se desarrollara tal nivel de diferenciación, que
entorpeciera la creación de una gran familia o comunidad costarricense,
primero la patria, luego los pueblos (Palmer, 2004).
30 En cierto caso, se trata de reducir a cantones como
Curridabat y Escazú a meros conglomerados de residenciales y centros
comerciales, ambos a orillas de hermosas y verdes montañas. una imagen
romántica y poco fiel de la complejidad socioeconómica imperante
en ambas localidades (Grané, 2011,
15A).
31 Percy Rodríguez hacía alarde
de la cantidad de centros educativos que poseía la comunidad,
menospreciando el hecho de que la arrolladora mayoría eran privados e
inaccesibles para el grueso de la población. Recordemos que más
de la mitad de la población nacional pertenece a los estratos bajos
socioeconómicos, Curridabat no es necesariamente la excepción
(Rodríguez, 1998, pp. 65-66). Por otro lado, las plazas y parques
ofrecen al visitante mallas y candados, mientras que aumentan los
pequeños y grandes centros comerciales, que implican capitalizar la
convivencia humana y se han convertido en los templos modernos: fríos,
impersonales e incentivando el consumismo.
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Marchena Sanabria: Máster
en Historia Aplicada con énfasis en Historia del Poder y Control Social
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CANTÓN
DE CURRIDABAT
Dr. Juan José Marín Hernández,
Catedrático. Director del Centro de Investigaciones Históricas de
América Central. Universidad de Costa Rica. Costa Rica. juan. marin@ucr.ac.cr
Dr. David Díaz Arias: Catedrático. Historia
Política, Director del posgrado de Historia y Docente de la Escuela de
Historia, Universidad de Costa Rica, Costa Rica. david.diaz@ucr.ac.cr
Dr. Ronny Viales Hurtado. Catedrático. Historia
Económica y Social. Universidad de Costa Rica. Director de la Escuela de
Historia. Costa Rica. ronny. viales@ucr.ac.cr
MSc. Francisco Enríquez. Historia Social.
Universidad de Costa Rica. Costa Rica. francisco.enriquez@ucr. ac.cr
Dra. Ana María Botey. Historia de los movimientos
sociales. Universidad de Costa Rica. Costa Rica. abotey@gmail.com
Dr. José Cal Montoya. Universidad de San Carlos de
Guatemala. Guatemala. jecalm@correo.url.edu.gt
Dr. Juan Manuel Palacio. Universidad Nacional de San
Martín. Argentina. jpalacio@unsam.edu.ar
Dr. Eduardo Rey. Universidad de Santiago de Compostela.
España. ereyt@usc.es
Dr. Heriberto Cairo Carou. Departamento de Ciencia
Política y de la Administración III - Universidad Complutense de
Madrid. España. hcairoca@cps.ucm.es
Dra. Rosa de la Fuente. Departamento de Ciencia
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Madrid. España. rdelafuente@cps. ucm.es
Dr. Javier Franzé. Departamento de Ciencia
Política y de la Administración III Universidad Complutense de
Madrid. España. javier.franze@cps.ucm.es
Dr. Jaime Preciado Coronado Departamento de Estudios
Ibéricos y Latinoamericanos. Universidad de Guadalajara. México.
japreco@hotmail.com
Dr. Gerónimo de Sierra. Vicerrector de la
Universidade Federal da Integração Latino-Americana (UNILA) y
Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales de la
Universidad de la República. Uruguay. geronimo@fcs.edu.uy
Dr. Antonio Palazuelos. Departamento de Ciencia
Política y de la Administración III - Universidad Complutense de
Madrid. España. palazuelosa@cps. ucm.es
Dr. Werner Mackenbach. Universidad Potsdam. Alemania.
werner.mackenbach@uni-potsdam.de
Dr. Guillermo Castro. Ciudad del Saber Panamá.
Panamá. gcastro@cdspanama.org
Dra. Natalia Milanesio. University of Houston. Estados Unidos. nmilane2@Central.UH.EDU
Dr. Ricardo González Leandri. Consejo Superior de
Investigaciones Científicas - España. España.
rgleandri@gmail.com
Dra. Mayra Espina. Centro de Estudios Psicológicos
y Sociológicos, La Habana. Cuba. mjdcips@ceniai.inf.cu
Dra. Montserrat Llonch. Departamento de Economía e
Historia Económica Universidad Autónoma de Barcelona.
España. montserrat.llonch@uab.es
Dra. Estela Grassi. Universidad de Buenos Aires.
Argentina. estelagrassi@gmail.com
Dra. Yolanda Blasco. Universidad de Barcelona.
España. yolandablasco@ub.edu
Dr. Alfredo
Falero. Departamento de Sociología. Universidad de la República. Uruguay.
alfredof@adinet. com.uy
Portada:
Fotografía:
“Jardín del Edén: una modesta hondureña se esconde
detrás de una hoja gigante de banano con forma de remo”. Tomada
del artículo: Una óptica igualitaria: Autorretratos,
construcción del ser y encuentro homo-social en una plantación
bananera en Honduras de Kevin Coleman. Volumen 15.2. Año 2014- 2015.
Fuente: Colección Propiedad de Getty Images.
Equipo Técnico Editorial:
Editora
Técnica: M.Sc. Marcela Quirós Garita.
marcela.quiros@ucr.ac.cr Diagramación:
Cindy Chaves Uribe Soporte técnico: Pablo Hurtado Granados
Revisión filológica: Lic. Ana Lenny Garro
“Diálogos
Revista Electrónica de Historia” se publica desde octubre de 1999.
Diálogos está en los
siguientes repositorios:
Dialnet
http://dialnet.unirioja.es/servlet/ revista?tipo_busqueda=CODIGO&clave_revista=3325
Latindex
http://www.latindex.unam.mx/larga.php?opcion=1&folio=12995;
UCRindex
http://www.revistas.ucr.ac.cr/
Scielo
http://www.scielo.cl/
eRevistas
http://www.erevistas.csic.es/
REDALYC
http://redalyc.uaemex.mx/src/inicio/FrmBusRevs2.jsp?iEdoRev=2&cvepai=11;
LANIC
http://lanic.utexas.edu/la/ca/cr/indexesp.html;
Repositorio de Revistas Universidad de
Costa Rica
http://www.latindex.ucr.ac.cr/
Directorio y recolector de recursos digitales del
Ministerio de Cultura de España
http://roai.mcu.es/es/inicio/inicio.cmd
DOAJ Directory of open access &
Hybrid journals
http://www.doaj.org/doaj?func=byTitle&hybrid=1&query=D
Biblioteca de
Georgetown
http://library.georgetown.edu/newjour/d/msg02735.html
Asociación para el Fomento de los Estudios
Históricos en Centroamérica
http://afehc.apinc.org/index.php?action=fi_aff&id=1774
Universidad
de Saskatchewan, Canadá
https://library.usask.ca/ejournals/view/1000000000397982
Monografias
http://www.monografias.com/Links/Historia/more12.shtml
Hispanianova
http://hispanianova.rediris.es/general/enlaces/hn0708.htm
Universidad del
Norte, Colombia
http://www.uninorte.edu.co/publicaciones/memorias/enlaces.html
Universidad Autónoma de Barcelona
http://seneca.uab.es/historia/hn0708.htm
Repositorio Invenia - Gestión del
Conocimiento
http://www.invenia.es/oai:dialnet.unirioja.es:ART0000086144
Enlace
Académico
http://www.enlaceacademico.org/biblioteca/ revistas-en-formato-digital-centroamerica/
Electronic
Resources
http://sunzi1.lib.hku.hk/ER/detail/hkul/3987318
Revistas académicas en texto
completo
http://web.prw.net/~vtorres/
Diálogos se anuncia en las
siguientes instituciones y sitios académicos:
Maestroteca
http://www.maestroteca.com/detail/553/dialogos-revista-electronica-de-historia.html
Biblioteca de
Georgetown
http://library.georgetown.edu/newjour/d/msg02735.html
Asociación para el Fomento de los Estudios
Históricos en Centroamérica
http://afehc.apinc.org/index.php?action=fi_aff&id=1774
Universidad
de Saskatchewan, Canadá
https://library.usask.ca/ejournals/view/1000000000397982
Monografias
http://www.monografias.com/Links/Historia/more12.shtml
Hispanianova
http://hispanianova.rediris.es/general/enlaces/hn0708.htm
Universidad del
Norte, Colombia
http://www.uninorte.edu.co/publicaciones/memorias/enlaces.html
Universidad Autónoma de Barcelona
http://seneca.uab.es/historia/hn0708.htm
Repositorio Invenia - Gestión del
Conocimiento
http://www.invenia.es/oai:dialnet.unirioja.es:ART0000086144
Enlace
Académico
http://www.enlaceacademico.org/biblioteca/
revistas-en-formato-digital-centroamerica/
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Resources
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Diálogos Revista de Historia está
catalogada por Sherpa Romeo como una revista verde.
La revista electrónica Diálogos
es financiada por Vicerrectoría de Investigación de la
Universidad de Costa Rica