Director de la Revista: Dr. Juan José
Kevin Coleman
Fotografía,
cultura visual, Sartre, autorretrato, la sexualidad, homosexualidad,
género, estudios queer, Honduras, América
Latina, la United Fruit Company, masculinidad.
Photography, visual culture, Sartre, self-portraiture,
sexuality, homosexuality, gender, queer studies, Honduras, Latin America, the United Fruit Company, masculinity.
Resumen
En una imagen
inédita de la década de 1930, aparece el fotógrafo Rafael
Platero Paz abrazando a un estadounidense blanco cerca de
un río en El Progreso, Honduras. Ambos hombres se muestran completamente
desnudos y cubriendo sus genitales únicamente con unas
hojas. Ambos miran directamente a la cámara. Este trabajo examina los autorretratos de Platero
Paz que hemos encontrado en un archivo visual compuesto por fotos
de campesinos y bananeros, imágenes de nuevas madres y de comerciantes locales.
Utilizando la teoría de la fenomenología de la mirada postulada
por Jean-Paul Sartre, propongo que en sus autorretratos tradicionales,
Platero Paz posó para un “otro” eventual. Ahí estaba
él, esperando el reconocimiento y la aprobación del Otro. Y en la
medida en que el Otro fue postulado como el observador ideal de estos retratos,
Platero Paz declaraba: “Yo soy el Otro”. En contraste,
en la foto del Jardín del Edén Platero Paz incorpora al Otro en
su paisaje y declara “Yo soy nosotros”, estableciendo una
relación homosocial, sino homoerótica,
una relación sujeto-sujeto en el espacio hipermasculino
de una plantación bananera.
Abstract
In an unpublished image from the 1930s, studio photographer Rafael
Platero Paz embraces a white North American man near a river in El Progreso,
Honduras. Both men are stark naked and cover only their genitals with leaves.
They look directly into the camera. This essay examines Platero Paz’s
self-portraits, found in a visual archive made up mostly of photos of peasants and
banana laborers, new mothers and local merchants. Invoking Jean-Paul
Sartre’s phenomenology of sight, I argue that in his traditional
self-portraits, Platero Paz posed for an eventual Other.
He was there, waiting for the Other’s recognition and approval. And
insofar as the Other was posited as the destination
and ideal viewer of these portraits, Platero Paz was declaring: “I am the
Other.” In contrast, in the Garden of Eden photo, Platero Paz
incorporates the Other into his landscape and declares
“I am we,” establishing a homosocial,
if not homoerotic, subject-subject relation in the hypermasculine
space of a banana plantation.
El hombre que se capta
directamente por el cogito, descubre también a todos los otros y los
descubre como la condición de su existencia. Se da cuenta de que no
puede ser nada (en el
sentido en que se dice que sé es espiritual, o que sé es malo, o
que sé es celoso), salvo que los otros lo reconozcan por tal.
—Jean-Paul
Sartre (2001, p. 39)
En una imagen
inédita, procedente de la década de 1930, aparece el
fotógrafo Rafael Platero Paz abrazando a un estadounidense blanco cerca
de un río en El Progreso, Honduras (ver Figura 1). Ambos hombres se
muestran completamente desnudos y cubriendo sus genitales únicamente con
una hojas, encerrados por un denso follaje que abre un claro en el primer
plano, justo donde la cámara se encuentra ubicada. Con la mano derecha
en su cintura, Platero Paz sostiene un par de ramas de un árbol
simulando un cornejo florido, con sus tersas malezas de hojas anchas cayendo un poco, para cubrir completamente
su región púbica. Mientras tanto,
el otro hombre a quien no hemos podido identificar, pero que seguramente era un estadounidense empleado de la United Fruit Company, permanece
con la mano izquierda sobre su cintura y sosteniendo una sola gran hoja que
mete entre las piernas entrecruzadas. Los ojos de este hombre miran
directamente al lente de la cámara, al tiempo en que Platero Paz, con
las esquinas de su boca levemente levantadas y mostrando los inicios de unas
patas de gallo en sus ojos, muestra una tímida sonrisa de Duchenne. El norteamericano entrecierra los ojos por efecto
de la brillantez de la luz del sol del mediodía, pero se aprecia que,
seguro de sí mismo, sostiene su cabeza un poco hacia atrás y saca
su pecho. Cada uno se tornea ligeramente hacia el lado del otro formando un
ángulo cuyo vértice está justo entre ellos, cerca de sus
costillas. En su desnudez y a través de sus brazos, los dos hombres se
conectan uno al otro por medio de signos superpuestos de intimidad. La homosociabilidad, que podría catalogarse
además como homoerotismo, de esta imagen nos
da una muestra de las múltiples formas de encuentro intercultural que se
produjeron en las áreas de producción bananera en Honduras.
¿Qué podríamos hacer con respecto a
esta fotografía, que carece de un texto explícito, que nos
indique los significados que tuvo para quienes se autorretrataron? ¿Sería
posible reconstruir el momento y las condiciones de la producción de
esta imagen? Y, ¿qué luz podría arrojar esta foto
sobre la problemática de género y sobre las sexualidades en las
zonas rurales de Latinoamérica, o en zonas de contacto en la periferia del imperialismo estadounidense de
principios del siglo XX? Considerando
estas preguntas, este trabajo examina los autorretratos de Platero Paz que
hemos encontrado en un archivo visual, compuesto por fotos de campesinos y
bananeros, de imágenes de madres primerizas y de comerciantes locales. En un intento por desacelerar las acciones de ver
y ser visto, este estudio también explora la manera en que el observador
y el observado se constituyen mutuamente a través
de sus respectivas miradas. Así, las reflexiones fenomenológicas
de Jean-Paul Sartre nos ayudarán a
describir la posibilidad que se abre ante el potencial de ser visto por otra persona. Mediante el ejercicio de
decodificación del lenguaje visual inscrito
en los mensajes plasmados en los auto-retratos de Platero Paz, esperamos
mostrar cómo, inexorablemente, él buscó la
aprobación y el reconocimiento de su implícito observador
norteamericano, solamente para encontrar, en un momento de emergencia nacional,
que él había sido expulsado de la comunidad hondureña en
la cual había sido putativamente integrado. Pero en la foto que llamamos
El Jardín del Edén, Platero Paz y su amigo de Norteamérica
permanecen juntos como iguales, artística y físicamente,
enfrentando las normas reinantes de heterosexualidad.
Figura 1. El
Jardín del Edén. Del
Archivo Rafael Platero Paz de Aída López de Castillo.
A pesar de que los
tradicionales autorretratos de Platero Paz se han pegado en álbumes
familiares y se han colgado en las paredes de la sala de su hija, El Jardín del Edén parece no haber circulado ni pública ni
privadamente en las economías de la imagen.2
El
norteamericano de la imagen, muy probablemente, tuvo acceso a una copia
de la foto, pero tal cosa plantea la pregunta de su significado, dado que, antes
de que se descubriera esta imagen entre los negativos del archivo Platero Paz,
quizás solamente dos personas la habían visto con anterioridad.
Así, su primer nivel semántico es el de un recuerdo de un
acontecimiento, como lo son todas las fotografías. Este retrato
constituye la evidencia de un encuentro entre dos personas y una cámara,
pero su mayor valor representativo, como trataremos de mostrar, es el registro
de una clase particular e inesperada de encuentro, de una igualdad
íntima inusitada en un lugar caracterizado por la presencia de una
violenta jerarquía.
Una buena parte del análisis de la cultura visual
se enfoca en imágenes que circularon en economías
públicas. La idea es que de las formas que estas imágenes fueron
producidas, mercadeadas y consumidas y los investigadores pueden hacer
inferencias sobre los valores y las creencias de aquellos que las hicieron y
admiraron. Esta hermenéutica,
que se mueve entre las representaciones fotográficas y los registros de las culturas públicas dentro de
las cuales circularon, es metodológica y epistemológicamente
atractiva. Se trata de la aproximación adoptada por luminarias
—tales como Deborah Poole (1997), Jens Andermann (2007), Beatriz Jaguaribe (2009) y John Mraz
(2009), en el estudio de las culturas visuales latinoamericanas.
Empero, al mismo tiempo
que los investigadores continúan examinando las imágenes que
juegan los papeles más importantes en la fabricación de
realidades sociales, hay vastos, y a menudo negados, archivos de
fotografías, que circularon en economías privadas. Esos retratos
cotidianos —epitomizados por un profundo océano de fotos
familiares— son a menudo banales, raramente artísticos y casi
nadie los ha visto. En la mayoría de casos, esas iconografías se
intercambiaron entre familias, amigos o amantes (James y Lobato, 2004) (Hirsch, 1999) (Bourdieu, 2003) (Batchen,
2006) y en otros casos, viajaron a través de circuitos cerrados de
compañías privadas u oficinas estatales, especialmente por medio
de la policía (Sekula,
1984) (Tagg, 1993). Rechazadas por la
estética, los movimientos intelectuales de su tiempo y por historiadores
del arte, estas imágenes han permanecido mudas.3 Este, ciertamente, es
el caso de la mayoría del repertorio que se encuentra en el archivo de
Rafael Platero Paz.
El valor de este
archivo radica en una rara y extensa colección de fotografías
hechas por y para sujetos subalternos de la Costa Norte: trabajadores de las
plantaciones bananeras, campesinos, mujeres, indígenas, “garifunas” e inmigrantes chinos y palestinos. Sin
embargo, el inconveniente que surge al trabajar con este valioso archivo es
que, casi todas las imágenes se encuentran separadas del contexto en el
que fueron intercambiadas y vistas, besadas o maldecidas. Raramente, las
fotografías del archivo Platero Paz vienen acompañadas de
algún texto para fijar su significado. Como todas aquellas
imágenes sin un texto al pie que las describa, estos retratos pueden
evocar, pero no hablan, pueden sugerir, pero no explicar
(Sandweiss, 2004, p. 330). Aún
así, sí es posible situarlas en los siguientes contextos: en el
archivo mismo y en la posición de cada una dentro del archivo como un
todo; por su ubicación en el estudio; por el periodo de tiempo en el que
cada foto se produjo; y en la materialidad de cada imagen (e.g.
la mayoría se puede levemente fechar por la marca y el tipo de
película utilizada, por el papel sobre el que se imprimieron y por el
contenido de las mismas fotografías).
Consecuentemente, al tratar de interpretarlas, nos
inclinamos fuertemente por los elementos composicionales de las imágenes
y por los signos sociales y culturales
codificados en cada una. Sin embargo, cuando los significados de esos signos no son muy claros, o parecen contradictorios
e inestables, no intentamos convertimos
en aquellos que pueden fijar la cadena
de significados.4
En
cambio, buscamos reconocer el umbral de indeterminación interpretativa y
quedarnos de su lado, justo de la forma en que se debe proceder cuando se
realizan aproximaciones a los archivos textuales. Acercarse a las
fotografías que circularon en economías privadas nos recuerda los
límites de utilizar imágenes como fuentes primarias. No obstante,
realizar este ejercicio de investigación nos invita también a
subir al umbral y preguntarnos sobre qué se puede ganar al examinar
fotos que se tomaron y fueron apreciadas por apenas unos pocos observadores.
Nuestro objetivo es
mostrar que las imágenes analizadas en este trabajo proyectan una luz
sobre problemas más amplios de género y disconformidad sexual.
Recientemente, los analistas de la vida
“queer” han mostrado que las condiciones sociales de ser
rural y homosexual no son mutuamente excluyentes (Howard, 1999) (Gray, 2009).5
A
pesar de que ese trabajo crítico ha sido un intento por excavar las
transgresivas subjetividades y prácticas “queer”,
en el corazón de un espacio que previamente había sido
considerado como los más homofóbicos remansos de los Estados
Unidos, nuestra investigación cuestiona ideas ya asumidas sobre heteronormatividad e hipermasculinidad,
que a menudo han sido consideradas como endémicas de las regiones
dedicadas a la plantación bananera en Centroamérica.
Este intento no
pretende, obviamente, minimizar el guión
machista que prevaleció dentro y alrededor de los bananales, ni tampoco
empequeñecer las violentas repercusiones que produjo el exagerado
sentido de defensa del honor masculino. De hecho, entre los trabajadores
bananeros, el cuestionamiento de la masculinidad de un hombre, por parte de
otro, fue a menudo el pretexto para peleas con machetes o a balazos.6
Por otro lado, en vez de trabajar con la perspectiva
binaria urbano-rural o ciudad-campo, nos interesa preguntarnos qué
ocurre cuando problematizaciones de la sexualidad queer masculina se postulan desde la periferia, en
relación con la metrópolis. El progreso de los inicios del siglo
XX era un espacio intermedio, considerado por muchos estadounidenses como un
lugar necesitado de ingenio tecnológico y de racionalización y,
en cambio, apreciado por muchos hondureños como un centro
dinámico que representaba el futuro de su país. Además, El Jardín del Edén representa la clase de evidencia fragmentaria que
los estudios queer
rurales podrían aprovechar
mientras que los investigadores intentan volver legibles las experiencias de
aquellos no conformistas sobre su género en espacios no urbanos.
Finalmente, al leer esta imagen a través de Sartre, esperamos ofrecer un
ejemplo de
una lectura que podría dar sentido a los trazos
fotográficos que sugieren un grado de inestabilidad y fluidez de
género, incluso en los lugares más inesperados.
En 1898 nació un
niño en el próspero poblado cafetalero de Santa Tecla en El
Salvador. Sus padres, Florencio Platero y Andrea Paz eran unos pequeños
caficultores que vivían en una
región conectada a la economía mundial por medio de las
vías del ferrocarril, los puertos y las calles.7 El niño fue
llamado Rafael Platero Paz quien luego, con tan solo 20 años,
dejó su hogar en busca de un mundo más amplio. De El Salvador,
Platero Paz se dirigió hacia el norte hasta México D.F. donde
encontró trabajo en un laboratorio farmacéutico llamado “El
Águila”. Allí, se dedicaba a medir las dosis de
medicamentos y las cantidades de químicos que la farmacia vendía,
de esta forma aprendió los rudimentos de la técnica que
más tarde utilizará para revelar las películas
fotográficas en un cuarto oscuro.
No tardó mucho
en dirigirse más al norte, hasta los Estados Unidos, en donde consiguió
trabajo como vendedor de plumas “Parker, en la ciudad de Nueva York.
Allí,
Platero Paz explotó sus dones de conversador y artista para lograr
éxito en sus ventas, pues dibujaba las caras de los transeúntes
mientras ofrecía su producto en la acera (López de Castillo,
2000). Su hija Aída recuerda, quizás con nostalgia, las historias
que su padre le contaba acerca de cómo la tienda se llenaba de gente que
lo veía dibujar (López de Castillo, 2008). Como un indicador del
talento de Platero Paz y de su deseo por explotarlo, este recuerdo es evidencia
de la evolución desde su natural atracción hacia lo
artístico, hasta un primer reconocimiento público de sus
habilidades.8
Cuando cumplió
23 años se enlistó en el ejército de los Estados Unidos,
dentro del cual sirvió en el destacamento médico del
escuadrón 41º, como soldado raso de sexta clase.9 En el ejército trabajó
como farmaceuta y es importante indicar que nunca portó armas, nunca
entró en batalla y nunca fue herido. Su condición física
fue catalogada como buena y su carácter como “excelente”. El
21 de mayo de 1921, el ejército le pagó $37.70 y sus superiores
anotaron que su “servicio fue honesto y leal” y que “no
perdió el tiempo para ser bueno”.10
Figura 2. Rafael
Platero Paz en un aeroplano.
Fuente: Archivo Platero Paz de Aída López de
Castillo.
Como el ferrocarril, el telégrafo y el instrumento
escogido por Platero Paz —la cámara—, el aeroplano
era y todavía es un símbolo de la modernidad que confiere al viajero
un aura de pertenencia a una comunidad más grande y cosmopolita. Platero
Paz fue un hombre en movimiento que encontraba esas experiencias como
estimulantes, tal y como se refleja en una nota escrita de su puño y
letra al reverso de esta foto enviada a su familia: “SE-5 [un peleador de
la Primera Guerra Mundial construido por la Royal
Aircraft Factory].
Esta foto fue tomada desde otro aeroplano mientras volaba —noten la
expresión en mi cara debido al terrible viento producido por el
vertiginoso curso del aeroplano— 140 millas por hora”. Una foto es
algo más que una evidencia y podemos imaginar el planeamiento, el
esfuerzo y los recursos involucrados para producir este recuerdo. Como si esta
fotografía pudiera hablar por sí misma, Platero Paz literalmente
escribió a través de la imagen y dejó claro a través
de las palabras, lo que ya había sido explícitamente codificado
visualmente: él, Rafael Platero Paz, participaba del vertiginoso vuelo
de la modernidad.El pasaporte de Platero Paz fue
sellado el 24 de septiembre de 1926 al pasar de Guatemala a Honduras, a donde
llegaría hasta su destino final en El Progreso, un pueblo que se
encontraba a tan solo 240 kilómetros de donde había nacido.11 Después
de pasar de la ciudad industrial de San Pedro Sula y de continuar hasta Tela,
otra villa puerto de la United Fruit
Company, se detuvo en un pequeño restaurante cerca del Hotel Ulúa en la localidad de El
Progreso. La mujer que le preparó la comida ese día, Adelina
López Pinet era una madre soltera y luego se
convirtió en la mujer con quien Platero Paz pasaría los
siguientes 50 años, lo cual demuestra con claridad que la forma de
llegar al corazón de un hombre es a través de su estómago.
Desde los inicios de la década de 1930 hasta la
década de 1980, Rafael Platero Paz fue el principal fotógrafo con
un estudio, en el pueblo bananero de El Progreso. Como artesano y como
empresario documentó todo lo que vio, desde niños recibiendo la
primera comunión hasta prostitutas que eran monitoreadas por los oficiales de salud pública. Hacía
los negativos, los revelaba en su cuarto oscuro y
luego los producía como impresos o como tarjetas postales. Con sus
fotografías impulsó a los trabajadores de la
Compañía bananera, a campesinos y a otros miembros de los
sectores subalternos, a vestirse elegantemente junto con sus esposas e hijos y
de esa forma inscribirse como gente honorable y respetable que participaba en
el imaginario nacional hondureño.
Cuando Rafael Platero
Paz murió, le heredó todo —cerca de 15 cajas de
fotografías y negativos sin utilizar, sus cámaras y su
equipo— a su hija Aída Dolores López de Castillo. Como
historiadora no profesional, la profesora López ha publicado varios
panfletos sobre la historia local de El Progreso y seguramente por eso se interesó inmediatamente por mi
investigación sobre la historia de la cultura fotográfica en Honduras. De esta forma, me
concedió total acceso a su colección privada, compuesta por unos 40.000 negativos, aproximadamente,
de los cuales digitalicé
alrededor de 2.000. Estas imágenes fotográficas capturaron y
fueron a su vez co-constructoras
de los discursos de nación, etnia, clase y género que animaron
ese vibrante pueblo bananero de Centroamérica.12
Junto a las miles de
fotografías que tomó para sus clientes, Rafael Platero Paz
dejó una serie de destacados autorretratos. Con su cámara
creó imágenes de sí mismo que realizaba
utilizándose a sí mismo como modelo, en esos días de lento
transcurrir del tiempo, en los que entraban y salían de su estudio pocos
clientes. Además, seguramente también se autorretrataba por la
misma razón que nos lleva a vemos en el espejo: para mirar cómo
lucía. En otras imágenes, al advertir la forma tan cuidadosa en
que hacía ajustes y la ropa que llevaba puesta, se puede sugerir que la
intención que subyacía detrás de la creación de
esos autorretratos consistía en ofrecer una imagen de sí mismo,
tal y como él deseaba que otros lo miraran. En contraste, en
fotografías en las cuales aparece ya viejo y se puede vislumbrar en su
cara los signos de la enfermedad, ya no utilizó esta técnica como
una proyección de sí mismo para elevar su estatus social, sino
que su mirada es introspectiva; mira hacia adentro y se siente a gusto
documentando su propio declive físico.
Empero, a través
de muchos autorretratos, Platero Paz se mostró como la persona que
deseaba ser. En la siguiente imagen que se analiza (Figura 3), recrea esta
lógica de la representación de sí mismo. Así, se
describe mirando a lo lejos en la distancia y lo vemos justo como
“otro” lo vería. La posición del observador
está diseñada para ubicarlo en su entrada con la suficiente
distancia como para contemplar su cuerpo
entero como un objeto. Al convertirse a sí mismo en el sujeto de
esta producción icónica, se ha transformado en el objeto de la
mirada del espectador; él no nos mira, sino que nosotros lo vemos a
él para objetivarlo, para mirarlo como aquel que él desea ser.
¿Qué es
lo que vemos? Observamos un hombre fuerte, seguro de sí mismo y jefe de
su casa. Con su espalda dando hacia la casa, él mira a la distancia,
aunque permanece en la entrada envolviéndose así en el espacio
doméstico. No obstante, su pierna cuelga en el espacio más
allá de la casa y esta posición lo conecta con aquello que se
encuentra más allá del pórtico. Su mano yace sobre su
cintura en una postura que denota seriedad. El “hecho” de que él
está en este mundo y de que está dispuesto a ensuciarse las manos
se acentúa con sus mangas arrolladas. La naturaleza, a juzgar por los
árboles y arbustos, funciona como su telón de fondo. De esa
forma, se sitúa justo en el punto que separa su casa del resto mundo,
externo a ella; al tiempo en que tiene sus raíces bien puestas en el
espacio doméstico, en cuyo interior literalmente está sentado y
además, corporalmente está orientado hacia afuera, hacia el
horizonte.
Platero Paz, como
protagonista de la imagen, se muestra contemplativo, no activo. Lo que hace en
la foto es permanecer sentado y podríamos decir que sentarse es simplemente eso,
sentarse y no hacer nada. O quizás se encuentra en una esterotipada postura contemplativa. Al contemplar la
distancia, el espectador lo mira como un sujeto con proyectos y metas, como un
hombre que mira al horizonte y piensa sobre
lo que es posible. En ese sentido, se nos manifiesta como un hombre completo. Sin embargo, sabemos que lo que hace es
construirse como la persona que quiere ser, y al hacerlo, él tiene en
mente ciertos papeles y paradigmas.
Entonces, una de
las posibles interpretaciones de esta imagen es la que ubica a Platero Paz como
un “Pensador”. Pero hay otra: la que lo miraría como una
“estrella de cine”. En esta segunda interpretación, no estaría
actuando como caudillo o como campesino, ambos papeles con su propia
iconografía distintiva,13 sino como un nuevo
sujeto urbano, es decir, un latinoamericano futuro, anclado en su hogar y su
familia, pero con la perspectiva de construirse a sí mismo, para lo que
es necesario rechazar las restrictivas identidades locales. De esa forma,
mientras Platero Paz se sienta a contemplar el horizonte, lo hace en una
postura que connota un gran potencial de acción intencional.
En el arte modernista,
el triángulo ha servido por mucho tiempo como un símbolo cargado
de acción generativa (piénsese por ejemplo, en los carteles
revolucionarios de la temprana Rusia soviética, especialmente aquel de
El Lisitski titulado “Vence a los blancos con
la cuña roja”). En este autorretrato, Platero Paz usa su cuerpo
para formar varios triángulos, inclusive dos grandes triángulos
que se forman con su brazo izquierdo, que apunta hacia su casa, y su pierna
derecha, que apunta hacia afuera del hogar, hacia la naturaleza. Su mirada
duplica la fuerza de este vector que lo conecta más allá del
espacio de su casa. Así, en esta autorepresentación,
nos ofrece una combinación de líneas fuertes que salen de su
mirada y que narran su papel como mediador entre su hogar y el mundo más
allá.
Otra forma de pensar
esta imagen es aseverar que a través de este autorretrato,
Platero Paz afirma que él es el encargado de llevar adelante la
modelación de su propia identidad, pero que lo hace dentro de un
contexto particular, posicionado entre un mundo más amplio y su hogar.
Así, la identidad que él proyecta para sí mismo no es
aquella de un yo trascendental y descontextualizadamente
auténtico, sino que se trata de un individuo enraizado en un lugar y que
se erige en el espacio fronterizo entre la naturaleza externa y lo
doméstico. En esta fotografía, Platero Paz narra la historia
contingente y en desarrollo, de su propio proceso de “llegar a
ser”.
Figura
3. El Pensador, autorretrato de Rafael Platero Paz. Del Archivo Rafael Platero Paz Archive de Aída
López de Castillo.
Figura 4. Autorretrato
de Rafael Platero Paz. Del Archivo
Rafael Platero Paz Archive de Aída López de Castillo.
Figura 5. Autorretrato
de Rafael Platero Paz. Del Archivo
Rafael Platero Paz Archive de Aída López de Castillo.
Figura
6. “El Fotógrafo”. Autorretrato de Rafael
Platero Paz. Del Archivo Rafael
Platero Paz Archive de Aída López de Castillo.
Figura
7. “Un Viejo”, autorretrato de Rafael Platero
Paz. Del Archivo Rafael Platero Paz
Archive de Aída
López de Castillo.
Por lo general, Platero
Paz se fotografió a sí mismo de la forma en que él deseaba
ser visto por otros. Al vincularse con ciertos artefactos culturales
particulares (e.g.: el aeroplano, la cámara,
el traje y la corbata) y al impactar con poses formulaicas (como El Pensador y el
hombre burgués del estudio fotográfico, epitomizado en las galerías de retratos de los
hombres ilustrados), reafirma repetidamente
su estatus como individuo moderno y cosmopolita. Empero, estas reiteradas
interacciones podrían también sugerir que el “Otro”,,
al que Platero Paz se dirige fotográficamente,
quizás nunca lo reconoció como la persona que él insistentemente representaba, el individuo que deseaba ser.14
A primera vista, los
autorretratos parecen ser el más narcisista de los proyectos.
Después de todo, al crear autorretratos, el artista se me transforma
sí mismo en el sujeto y el de su propio trabajo. Sin embargo, a partir
de las reflexiones existencialistas de
Jean-Paul Sartre, pretendemos dejar en evidencia que, es estructuralmente
imposible para alguien, de forma solitaria, convertirse a sí mismo en un
objeto y que, para poder objetivarse a sí mismo, siempre se debe
postular la posible presencia de otro ser, que sea capaz de mirarme. En lugar
de concebirse como meras complacencias, sugerimos que los autorretratos
siempre, e inevitablemente, nos
conectan con otras personas, nos reafirman que somos seres en este mundo y que un aspecto esencial de nuestras vidas es lo que
Sartre (1956: 256) refirió como
la “permanente posibilidad de
ser visto por el Otro”.
Al seguir Sartre en su
fenomenología de la mirada, llegamos a la presencia del Otro, reconocida
o no, en el proceso del autorretratado. Antes de dirigirnos a ese argumento,
empero, es importante anotar que no es necesario aceptar completamente el
proyecto ontológico de Sartre expuesto en El ser y la nada,
fragmentos del que, él mismo renegó en su trabajo posterior,
aparte de otros aspectos Maurice Merleau-Ponty criticó sonadamente, para
recobrar parte de su pensamiento y aplicarlo a la fotografía. De hecho,
mientras que podría decirse que Sartre es reconocido como el filósofo más ambicioso del siglo
XX, su trabajo ha sido ampliamente criticado y algunas
veces simplemente ignorado por varias generaciones de fenomenologistas,
feministas, psicoanalistas y postestructuralistas.15
Sin
embargo, esperamos mostrar que la “dialéctica personal e
intelectual de atracción y repulsión” de la visión
de Sartre produjo importantes puntos de vista sobre cómo el sujeto se
constituye a sí mismo a través de los actos de ver y ser visto (Jay, 1993, p. 276).16
Sartre combina el punto
de vista de Husserl de que la consciencia nunca es independiente de su objeto y
de que siempre estamos conscientes de algo, con el énfasis
de Heidegger en ser-en-el-mundo. Tal posición le permite demostrar que,
en contra del indubitable cogito de Descartes que fue extraído del mundo y
todo su sentido de percepción, la consciencia está siempre
integrada al mundo.
Sartre inicia su
trabajo poniendo al lector a imaginar un mundo hecho solamente de objetos. Ese
mundo tendría solamente una ontología. En él
existirían la casualidad y las leyes de la física se
aplicarían, pero Sartre indica que no habría subjetividad y por
eso mismo no existiría la posibilidad de llegar a ser, ya que no
habrían proyectos intencionales. Tendríamos lo que él
llama la estructura en sí, a la cual podemos hacer brillar como un
“objeto”, pero no existirían testigos, objetivos, ni telos.
Lo siguiente que Sartre
propone es agregar un sujeto a este mundo. Ahora todo aparece como si estuviera
ahí para el sujeto, quien reorganiza el mundo entero para referirse a un
punto de vista particular —es decir, su
punto de vista— y los
objetos en el mundo se presentan a sí mismos para él como
herramientas o como obstáculos para
los proyectos que él desea seguir. Esto es a lo que Sartre refiere como la estructura del “para
sí”, o como “el ser de la consciencia” y al que
podemos hacer brillar como el “sujeto” o la
“subjetividad”.
Ahora bien, es
tentador tratar de ubicar el autorretrato en ese segundo nivel
ontológico, ya que, después de todo, estamos hablando de un
artista solitario que pretende representarse a sí mismo para sí
mismo. Por un momento, yo, como individuo, podría intentar conocerme a
mí mismo “desde el exterior”, convertirme a mí mismo
en un objeto, pero es estructuralmente imposible hacer eso, porque se
trataría de una perspectiva desde el punto de vista que ocupo, pero que
no puedo nunca ver (Spade, 1995, p. 213). Cuando
intento convertirme a mí mismo en un objeto inerte, entro en lo que
Sartre llama “mala fe” o auto-decepción. Solamente el Otro
puede tener éxito al verme como un objeto. De esa forma, dentro de la
fenomenología de Sartre, el autorretrato debe ser considerado como un
acto de mala fe, en la medida en que intento objetivarme a mí mismo
—el yo se desliza de mis manos— o se trata de un ejemplo de un acto
llevado a cabo por un artista que postula la posibilidad de ser visto por otro.
Y es la presencia, y la mera posibilidad de
la presencia de otro, lo que crea las nuevas posibilidades ontológicas.
Sartre sugiere pensar sobre cómo se entra en
contacto con otras personas y para hacerlo nos pide, como lectores, que nos
imaginemos sentados en un parque. Yo, como este individuo sentado en un parque,
miro el césped verde que se extiende a lo
largo y ancho, los bellos árboles que están a una cierta
distancia y un hombre, más allá, que está leyendo un
libro. De repente, el hombre deja su libro y me mira a los ojos y en ese
instante me aterrorizo de solo pensar que el mundo está también
organizado alrededor de él. El mundo, tal y como existe para mí,
de repente se disuelve en el mundo tal y como existe para él.
Esa otra persona entiende las cosas y a mí, desde su propio
punto de vista, y los valores en el mundo son sus
valores, los cuales yo nunca puedo
ver completamente desde su punto de vista. Además, me percato de que
solamente puedo ser visto por él y es esta nueva revelación de
“ser-visto-porotro” la que crea la
posibilidad ontológica de que yo pueda ser un objeto.
Dado lo
anterior, sostenemos que esta posibilidad (ser-visto-por-otro) gobierna el
autorretrato ya que, aunque nadie más me vea creando una pintura de
mí mismo, la concibo al postular la presencia invisible de un otro que
está mirando y quien podría, quizás, observar esta imagen de mí. Si estoy al
tanto o no de eso, si es un acto reflexivo y
autoconsciente o un acto no reflexivo de consciencia, hecho mientras soy “absorbido en” la
actividad misma; inevitablemente, en algún nivel, presumo la
eventualidad de que alguien más pueda ver este retrato de mí.
Esto ocurre así porque es una relación de ser, no de conocimiento,
un movimiento que permite a Sartre refundir el problema de otras mentes. Como
anota Paul Vincent (1995, p 214): “Para Sartre,
la pregunta fundamental es: ¿cómo
entro en contacto con otras
personas? La pregunta no es: ¿cómo sé que otras personas existen?” (el énfasis es del texto original).
Si Sartre
está en lo correcto en su visión de estas básicas
estructuras de la consciencia, entonces sabemos que el problema se agrava
cuando pasamos a la discusión de cómo cualquier práctica
significante, como la fotografía, representa al mundo
tal y como es experimentado por los seres humanos. Me pinto a mí mismo o
hago una fotografía de mí mismo, fundamentalmente al tanto de
que, a pesar de mis incesantes
intentos para definirme, para ser quien soy; hay dos límites ontológicos que no puedo cruzar: no podré nunca
ser un objeto para mí mismo y no podré conocerme a mí
mismo de la manera en que otros me conocen.
El autorretrato es una manera en la que desplazamos este
problema del auto-conocimiento. Comenzamos por reconocer que hay otras
consciencias en el mundo y que hay
otros puntos de vista. Entonces, nos pintamos o fotografiamos a nosotros mismos al lanzarnos en la dirección del
Otro. Al proyectarnos a nosotros mismos en la pantalla en la que otros pueden
mirar, comenzamos a convertirnos en lo que pretendemos ser. En este sentido,
construimos una situación en la que el Otro puede atraparnos, utilizando
nuestra libertad para describirnos a nosotros mismos como deseamos que seamos
descritos. El Otro todavía tiene la posibilidad de objetivarme y de
objetivar mis metas (podemos imaginar al Otro diciendo: “se pintó
a sí mismo de esa forma porque quiere aparecer inteligente, o
angustiado, o bondadoso”). Así, yo experimento la libertad del
Otro en la misma indeterminación del autorretrato, en la que ese Otro
experimenta la mía.17
Para ponerlo de otra
manera, Sartre razona que al mirar a otra persona, al que él llama el
Otro, tiene que ser posible que esa persona pueda verme. En sus palabras,
“‘ser-visto-por-el-Otro’ es la verdad de ‘ver-al-Otro”
(Sartre, 1956, p. 257). Por extensión y de forma mucho más
concreta, notamos que un autorretrato no consiste meramente en mi persona
mirándome en mi propia reflexión, que tiene lugar por efecto
de un proceso mecánico-químico
y que produce un resultado no
diferente del que se obtiene cuando me miro en una piscina o de lo que
se refleja en el espejo. Podemos incluso decir que el autorretrato no es solamente
recrearse a uno mismo en la mente y tratar de representar la imagen percibida.
Al contrario, de manera importante el autorretrato nos
permite dejar de ser el centro del mundo, porque al construir una cierta imagen
de nosotros mismos, reconocemos la importancia del observador, que nos
gustaría que nos hubiera identificado en esa imagen. Así que, al
crear una autoimagen, lo hacemos conscientes de que otro puede mirarla y
más aún, de que necesitamos a otro para que la mire y nos reconozca en ella.
Además, ese Otro es necesario para aceptarme de la
manera en que me muestro a mí mismo como soy, en la imagen. Si la
persona cuya aceptación deseo obtener mira la foto y dice que
simplemente me estoy dando aires, entonces el Otro habría actualizado la
posibilidad que debo temer más, ya que al no ser reconocido como la
persona que retrato, como la que auténticamente pretendo ser, el
observador ha dejado en claro que hay una desconexión entre mi
apariencia y mi esencia. De hecho, la mirada del Otro crea nuevas posibilidades
del ser y algunas de ellas nos pueden hacer temblar. Sartre (1956, p. 256)
escribe que “no es que me perciba perdiendo mi libertad para llegar a ser
una cosa”, sino que “mi naturaleza
—allí fuera de mi vivida libertad— está dada como un
atributo de este ser que soy para el Otro”.
Para volver más
concreto este problema del reconocimiento, podemos poner por ejemplo cuando
quiero ser visto como profesor: puedo haber obtenido un Doctorado y estar
formalmente calificado para enseñar en la universidad, pero si en realidad no doy clases y no tengo estudiantes que
me reconozcan como profesor, entonces no podré denominarme a mí
mismo como profesor y reconocerme entonces como tal. Así que, mi
identidad como profesor está condicionada por el reconocimiento que
hagan otros de mi posición. Somos lo que describimos que somos,
solamente en la medida en que otros nos reconocen como esa persona descrita.18
En
este sentido, nuestro auto-conocimiento es de hecho conocimiento en
referencia al Otro.
Brevemente,
podemos decir que hay dos pasos en nuestros encuentros con nosotros mismos a
través de los otros: primero, puedo ser visto y eso crea la posibilidad
de que puedo ser el objeto de la mirada de otro, pero esta operación
subjetiva permanece incompleta hasta que, en el segundo paso, obtengo el
reconocimiento del Otro.
De esa manera, hemos
dado con un aspecto formal de la fotografía. Los lentes de la
cámara pueden sustituir los “dos globos oculares” de otra
persona (Sartre, 1956, p. 257). La cámara es un aparato que nos recuerda
que el Otro nos verá y nos permite reproducir la imagen que captura.
Pero los ojos no son la mirada del otro, como nos recuerda Sartre.
Esa persona podría estar mirando otra cosa. Y, más
importante aún, mientras veo la mirada del otro como un objeto, me
pierdo la nueva posibilidad ontológica que ella crea. Para Sartre,
aprehender la mirada es estar consciente de estar-siendo-visto. Así, la
cámara representa la mirada que aprehendemos cuando estamos conscientes
de estar-siendo-vistos o la mera posibilidad de que podamos
estar siendo mirados como somos ahora mismo, en
este momento que será detenido en el tiempo. Esta comprensión de la mirada incluso
congenia con la tradición radicalmente diferente en la
iconografía, que sostiene que los “ojos son las ventanas del
alma”. En esa tradición, mirar a Otro o nuestro yo, se entiende como
una ventana al ser, a Dios, o al infinito.19
David Hume anotó que
nunca podía mirarse a sí mismo mientras miraba. Una de dos, o Hume estaba comprometido con el comportamiento dirigido a
una meta de mirar, o estaba
reflexionando sobre el hecho de que él podía mirar, pero ambas cosas ineluctablemente permanecían como
modos separados de consciencia.
De esa forma es como difiere mi propuesta sartreana del
autorretrato, de otras interpretaciones
de este género. Por ejemplo, David Lomas examina los autorretratos del
pintor surrealista Joan Miró y de manera útil muestra cómo
el escenario del espejo de Lacan puede ser utilizado para interpretar
prácticas pictóricas de auto-construcción. Pero lo que
muestra Lomas es cómo los retratos de Miró son “del yo como
otro” (1997, p. 170). De esa manera, al representarse a sí mismo
como fragmentado y consumido por flamas en Autorretrato 1,
Miró podría ser visto como intentando representarse no meramente
a sí mismo, sino a la Europa de “entreguerras”. En la
lectura de Lomas, el ideal hiperbólico del retrato realista, socialmente
inflexionado,
no era una descripción realista, sino la auto-inmolación del
artista.
Sin embargo, el autorretrato continúa siendo un
acto altamente complejo que puede ser entendido de múltiples razones:
para explorar quién sé es y quién no sé es,
quién sé fue, pero ya no sé es, y quién quiere uno
ser. En resumen, el autorretrato ciertamente puede permitirle a uno representarse
a sí mismo como el otro, al tiempo en que también permite al
artista meditar sobre problemas e ironías de identidad, relaciones, reflexiones sobre el ser y la técnica. De
forma importante, el autorretrato, especialmente
en la fotografía, que no puede escapar a su propia naturaleza indexical, también permite al artista intentar
representarse a sí mismo para el otro. Esto es, a través de la
mirada el otro y la propia, mutuamente nos constituimos en nosotros mismos.
Tal cosa es así
a pesar del hecho de que la fotografía es siempre una observación
en una vía. El espectador de la foto mira una imagen de un sujeto, pero
el sujeto de la foto no puede mirar al observador de su imagen y no
podrá nunca mirarse a sí mismo de la forma en que el espectador
lo mira. Así, el sujeto de la foto está “siendo-visto-por-el-Otro”
sin poder “ver-al-Otro”.
Al construir esta imagen particular, al llamar la
atención con esta pose, el artista siempre lo hace teniendo en mente
un espectador “ideal”. Esto ocurre porque no puedo objetivarme a mí mismo, necesito a
otro, o al menos a otro potencialmente imaginado, para lograrlo.
Como un ser
relacional, solamente si otros me miran es que puedo ser lo que quiero ser y me
convertiré en lo que quiero convertirme. Entonces, de forma curiosa, los
autorretratos validan la importancia del Otro, del espectador. Autorretratar
es, por efecto de mi analogía, un cogito
sartreano. Como el “yo
pienso” sartreano que necesariamente ocurre ante la presencia de otro, el
autorretrato no implica solamente una distancia entre el sujeto y el objeto,
sino que también postula la necesaria presencia de otro que tiene que
estar ahí para reconocerme, mientras deseo ser visto y reconocido por
otros y por mí mismo. Esta nueva posibilidad ontológica es la que
me permitirá convertirme en lo que quiero llegar a ser. En el autorretrato,
el artista no puede aprehender la mirada del otro, pero está consciente
de ser o de potencialmente ser-mirado.
El Otro
está necesariamente afuera del sujeto, pero está también
dentro del sujeto. El sujeto es validado cuando el Otro lo reconoce como
“él” desea ser visto y además, el Otro se reconoce a
sí mismo en él. El sujeto ha sido exitosamente interpolado por la
ideología del Otro.
Hasta el momento, hemos
indicado que los sujetos, sépanlo o no, siempre posan para una foto
teniendo la mirada del Otro en mente. Incluso aunque un observador diferente
pueda siempre llegar a ver la imagen, el modelo se comporta de acuerdo a una
tácita referencia a los ojos de un potencial espectador
“ideal”. Por “ideal” nos referimos, por un lado, a lo
“arquetípico” y por otro a lo “imaginado”, lo
“ideacional” y lo
“hipotético”; pero no queremos decir que este Otro imaginado
es de alguna manera “perfecto”. En el acto fotográfico, un
sujeto se imagina a una persona
particularmente, o a una clase de persona, observado desde la imagen de esta,
tal y como es en ese momento.
Debemos preguntarnos:
¿quién era el observador implícito en los autorretratos
de Rafael Platero Paz? ¿Quién era ese “Otro” a quien
visualmente se dirigía? ¿Quién era este observador ideal,
imaginario o presente, hacia el que Platero Paz dirigía estas
imágenes de sí mismo? Dado que existen fuertes vínculos
entre un estilo y una perspectiva, ¿cuáles muestras
estilísticas en estas fotografías pueden ser usadas para
describir el arquetipo que Platero Paz proyectaba?
De las poses y las capturas culturales empleadas en sus
autorretratos, es evidente que el espectador implícito de Platero Paz
era fundamentalmente un extranjero, un estadounidense. Por lo menos, en sus
autorretratos postuló espectadores locales, que entenderían la retórica más
general de las nociones estadounidenses de progreso y modernidad. Se
vinculó a sí mismo, visual y textualmente, con avances
tecnológicos específicos como
el aeroplano y la cámara, y con los proveedores de esas
tecnologías. Así, la segunda persona de Platero Paz —es
decir, el Otro hacia el que proyectó las imágenes de sí
mismo— era una marca particular de modernidad social y cultural,
epitomizada no solamente por su cámara, sino, también por sus
poses.
La experiencia hondureña con la modernidad
capitalista comenzó en el siglo XIX. Los intelectuales y
políticos liberales —entre ellos, especialmente Antonio R.
Vallejo, Ramón Rosa, Rómulo E. Durón
y Marco Aurelio Soto— iniciaron varios proyectos de modernización
social que incluían la creciente burocratización del Estado y la
vinculación de Honduras con la economía mundial, otorgando
generosos incentivos a las compañías estadounidenses que
explotaban las minas, la producción de frutas y la construcción
de vías férreas. Igualmente, buscaron elaborar una modernidad cultural basada en la especificidad de
Honduras y que pudiera ser reconocida
en su historia, territorio, etnología, tradiciones y lenguaje.20 El mismo nombre del lugar donde Platero Paz vivió
y trabajó es un emblema de la apropiación hondureña de una
retórica fundamental de la modernidad: El Progreso se fundó en
1893.
Al construir, sobre la infraestructura social y cultural
creada por los pueblerinos, la United Fruit Company reprodujo lo que Charles Taylor
conceptualizó como una noción desarrollista “acultural” de modernidad (1999, pp. 153-174). De
hecho, la compañía cambió el cauce de los ríos, construyó
puentes y situó de manera jerárquica las casas de los
trabajadores; mientras que al mismo tiempo atrajo a miles de personas para
laborar en las plantaciones bananeras como asalariados. La
modernización, y los estados apropiados de conciencia, asociados a este
proceso, fueron vistos por los más influyentes progreseños
como un beneficio que se debía materializar.
Por ejemplo, el 15 de mayo de 1925, el gobierno municipal de El Progreso
debatió sobre una propuesta de la Tela Railroad
Company, la subsidiaria local de la United Fruit Company (conocida como Chiquita Brands).
Como representante de la compañía, el señor Rufus Thomas señaló: “Los ingenieros de
la compañía son de la opinión de que el sistema propuesto,
los generadores, los motores y el otro equipo, son modernos y
de gran eficiencia para suplir a la población con el servicio de luz eléctrica desde un sistema
moderno” (Archivo de la Gobernación, 1924, pp. 69-78) (Archivo
Municipal de El Progreso, 1925).21
La
planta utilizaba el poder de un motor de combustión interna de sesenta
caballos de fuerzan —motor de tipo “Y”, estilo
“VA” con un generador “SKVA 47”— hecho por la
Fairbanks Morse Company. Las calles de
El Progreso ahora estarían iluminadas por 60 bombillas de 200-300 watts
que se sostenían en la cima de 25 postes eléctricos. Para la
construcción de la planta eléctrica, el municipio de El Progreso
estuvo de acuerdo en pagarle a Tela Railroad Company
la suma de $34,747. Los pagos se hicieron de una
manera muy particular: la municipalidad le perdonó a la
compañía el pago de impuestos y derechos de importación
que esta debía, hasta que cancelara la deuda contraída con la
empresa por la iluminación eléctrica. Empuñando el
instrumento que mecánicamente reproducía imágenes, Platero
Paz era un agente histórico del desarrollo capitalista y de la
modernidad cultural, en esta dinámica región.
Empero, esta
noción “acultural” de modernidad
no era simplemente estadounidense o europea. De hecho, los comerciantes
industriales, descendientes de palestinos, ejercieron un creciente poder
económico en la Costa Norte. En la historia de estos pueblos aparecen
como aquellos que vendían las mercancías a través de las
cuales se definía el estatus social del consumidor, así como su
participación en el proyecto de
progreso nacional. Esto es importante, porque los inmigrantes árabes
cristianos encontraron un cierto grado de estrechez comunal en Honduras. Esos
inmigrantes fueron excluidos de la esfera del poder criollo en el interior del
país y de los círculos de poder estadounidenses, que dominaban
las tierras bajas del Caribe (Euraque, 1996, p. 34).
Llamados de manera peyorativa con el nombre de “turcos”,
los comerciantes descendientes de palestinos llegaron a identificarse
más con una comunidad imaginada
en ciudades distantes, que con sus vecinos de El Progreso. El hecho de que los
inmigrantes palestinos crearon identidades cosmopolitas, para lo que de hecho fueron presionados,
significó que su mirada se lanzó más hacia Jerusalén, Europa y los Estados Unidos
que hacia Tegucigalpa.22
Es en este complicado
terreno donde se entrecruzan discursos nacionales y transnacionales, que
Platero Paz se insertó visualmente en un proyecto modernista,
tácitamente “racializado” y con un
fuerte componente desarrollista. Este proyecto estaba incorporado de forma
parcial en los empresarios descendientes de árabes, quienes negociaron
su estatus externo traficando con sombreros de fieltro y camisas de lino, perfumes y relojes; artículos que
permitían a los trabajadores de la bananera demostrar su movilidad
social. Además, la formación discursiva en la que Platero Paz
buscó implantarse excluía las comunidades negras e
indígenas de Honduras. Así, aunque Platero Paz intentó
unirse a esta comunidad de modernidad sobre la base de su modo de ser y no de acuerdo
con su identidad ladina, dentro de la mirada del espectador “ideal”
se mezclaban elementos de nacionalismo, raza y clase social.23
Reiteradamente, en sus
tradicionales autorretratos, Platero Paz intenta afirmar que él
pertenece a un lugar de riqueza, progreso y “refinamiento”. Para
lograr tal cosa, se vincula a sí mismo con artefactos culturales de alto
rendimiento simbólico y al tiempo
invierte en lo que Barthes (1977, p. 51) identifica
como el poder denotativo de la
fotografía, para naturalizar los mensajes connotativos construidos en
cada imagen.
Sin embargo, tal y como
aparece en sus fotos, Platero Paz oculta una parte de sí mismo que es
obstinadamente estable y que él intenta negar y superar. Ese aspecto
estable de su identidad es posición social, cultural y de clase, que lo
ubica en el “Tercer Mundo”, en la periferia del imperio
estadounidense, como un inmigrante salvadoreño y como un
artesano-empresario de Honduras. De acuerdo con eso, sus autorretratos no
constituyen “mentiras”, sino puertas abiertas al mundo
simbólico
de su consciencia. Más modestamente, sus retratos reflejan varios
aspectos de su identidad y el cambio de código necesario para
girar en múltiples mundos.
Entonces, ¿qué de lo real, o qué
rastros del yo de-simbolizado de Platero Paz permanecen sin ser totalmente
excluidos de esta historia de progreso y modernidad, geográficamente
estratificada? Para decirlo de manera más simple, ¿en
algún momento consiguió Platero
Paz el reconocimiento que deseaba del ese Otro ideal implícito en su arte?
De las
fotografías que se muestran arriba, tomadas en varios momentos de su
vida, podemos concluir que Platero Paz nunca logró ser reconocido como
el ser que él deseaba proyectar a la mirada ajena. Así, la
continua necesidad de afirmar fotográficamente su membrecía a una
comunidad más amplia de modernidad se muestra a través de
elementos específicos de consumo y en la búsqueda de su oficio.
En 1969, la tranquila
zona de pertenencia de Platero Paz fue de repente sacudida por el conflicto
armado entre Honduras y El Salvador. Desde 1963 había trabajado como
oficial consular salvadoreño para El Progreso. Como representante del
gobierno salvadoreño, su misión
principal consistía en enviar cientos de peticiones legales al gobierno
hondureño para que trabajadores salvadoreños y sus familias
pudieran permanecer en Honduras. Y
como fotógrafo comercial, puso su oficio al servicio del aparato
represivo del Estado. La tarjeta de identificación obligatoria
permitió a la policía y
a los militares ubicar a los ciudadanos y no ciudadanos, tarea importante en la
década de 1960 durante la cual las disputas fronterizas con El Salvador
se volvieron más frecuentes. Las fotografías de las tarjetas de
identidad constituyeron un pilar del
negocio de Platero Paz, dándole un flujo constante de ingreso durante su
carrera. Por otro lado, como el
destacado ciudadano que era, organizaba la colonia salvadoreña para
venir al rescate en momentos de emergencia local, lo que probablemente
él interpretaba como un servicio invaluable a su país de
residencia y a sus compatriotas, y no como una acción de facilitar al
Estado los medios para reprimir a los no ciudadanos más vulnerables, que
se encontraban bajo su jurisdicción.
Sin embargo, mientras que se multiplicaba el
número de campesinos sin tierra debido, en parte, a las décadas
de migración de El Salvador a Honduras, los salvadoreños que
habían vivido y trabajado en Honduras por generaciones llegaron a servir
como el Otro constitutivo, en oposición al cual los hondureños se
definieron a sí mismos, lo que
ocurrió de forma más extrema durante el breve conflicto de 1969, entre los dos países.24 Fue entonces —a mitad de julio de 1969— que
Platero Paz, un hombre que se había destacado como el más
importante fotógrafo en El Progreso y se había casado y criado a
sus hijos con una hondureña, tuvo que esconderse por temor. Su hija, la
profesora Aída López, recuerda la experiencia de mirar a su padre
siendo perseguido por una multitud:
En la guerra con El Salvador, en 1969, entraron a todas
las casas de los salvadoreños y los agarraron… Había un
vecino que era, como decían, “oreja del D.I.N. [Departamento
de Investigaciones Nacionales],” espía de la policía.
¡Vino a sacarlo [a Rafael Platero Paz]! ¡Vino al mediodía a
sacarlo para llevárselo prisionero al estadio de San Pedro Sula! Porque
en los estadios, metían a todos los salvadoreños. Pero cuando yo
fui a la policía a buscarlo, que mi hermana me fue a llamar al colegio
que me quedaba cerca, yo fui a la policía. Pero él ya iba en un
bus. Pero adentro del bus, iba Roberto Micheletti,
que estaba jovencito, y William Hall, que fue también diputado. Y
entonces, me dijeron: “¡No te preocupés!”
Yo, por eso, he seguido a Micheletti siempre.
“¡No te preocupés! ¡Que
nosotros te lo vamos a sacar!” Y así fue. Yo me vine acá.
Yo no hallaba que hacer. Mi mamá ya había muerto. Yo estaba sola
con mis hermanos, yo, mis hermanos pequeños. Y entonces, allí
había una ventana, allí donde está ahora el baño.
En la tarde, como a las dos de la tarde, yo, yendo para allá, decía:
“¿Qué hago?” Voy a llevar los papeles de Rafael, de
que estuvo en el ejército de Estados Unidos y todos los tenía
él bien guardados. Pero yo sabía dónde estaban. Y
preparándome, estaba yo. Y Eloy, no estaba aquí, porque antes
trabajaba con un bus a Morazán. Entonces, yo estaba tramitando en mi
mente. “¿Cómo hago? Yo iba ir allá y
voy…” Cuando yo veo que venía así, ¿ve? Venia
caminando él del parque. Lo sacaron, los amigos. Porque fue terrible.
Destruyeron las casas de los salvadoreños. Allá, al otro lado,
había un fotógrafo salvadoreño, también le
destruyeron todo el negocio. Ese hombre se tuvo que ir y nunca volvió.
Fue horrible. (López, 2008) (Platero, 2008).25
Dada su posición de sujeto, Platero Paz era un
extranjero tanto para el orden simbólico de la modernidad como para el
aislado mundo de políticas hipernacionalistas.
De esa forma, a pesar del hecho de que en su vida diaria Platero Paz encajaba y
se desenvolvía como un puente intercultural entre hondureños,
salvadoreños e ingenieros, sacerdotes, pastores, maestros y misioneros
estadounidenses, algo permanecía sin encajar.
UNA CÁMARA EN EL
JARDÍN DEL EDÉN
La
Historia, y cosas de ese tipo, uno no las puede tapar, verdad.
–Prof. Aída López de
Castillo, hija de Rafael Platero Paz (2010)26
¿Quién
tomó la foto de El Jardín del Edén? No sabemos si
había una tercera persona presente en este encuentro fotográfico
y que esa persona hubiese sido la que apretó el botón, o si
Platero Paz posicionó su cámara para que tomara la foto sin que
fuera necesario que él estuviera detrás del lente. Pero sí
sabemos que, desde un punto de vista técnico, las cámaras se
podían programar con un mecanismo equivalente al actual “auto
accionado de tiempo”. No estoy seguro de que Platero Paz utilizara un
aparato para tomar esta fotografía y es muy posible que hubiera una
tercera persona, no obstante, después de examinar sus equipos y luego de
ver y tocar sus viejas cámaras, queda demostrado que era un
fotógrafo profesional y que
tenía una extensa colección de cámaras, lentes,
trípodes y otros accesorios. Ya que
el negativo fue encontrado entre miles de otros negativos que había
metido en cajas y guardado en la parte de atrás de su estudio, estoy
seguro de que esta imagen fue tomada con una de sus cámaras. Aunque la
pregunta de quién accionó el botón puede ser secundaria,
esta foto, como todas las fotografías, es el registro de un encuentro.
La inmediata presencia de otro cambia lo que pasa cuando dos personas
están solas. La sola presencia de otra persona crea una dinámica
diferente de aquella, como mediación de la actividad solitaria del
autorretrato. Dado que hubo al menos dos personas presentes en este encuentro,
se plantean varias interesantes y todavía irresolubles preguntas:
¿Cómo se produjo la idea de tomar la
fotografía? ¿Hubo algo de humor tonto en el acto? ¿Fue
quizás un movimiento atrevido hacia un nuevo tipo de autenticidad?
¿Quizás una muestra de coraje? ¿Para quién se
tomó la foto y por qué?27
Es posible que esta
imagen fuera tomada por el estadounidense, quien probablemente había
llegado a El Progreso a trabajar para la United Fruit Company, y también que este individuo haya
presionado a Platero Paz a tomar una imagen de ambos en una posición de
burla del Jardín del Edén. Después de todo, es viable que
tuviera más poder y los medios para forzar económicamente al
fotógrafo comercial con el fin de reproducir esta
situación. Además, el hecho de que el estadounidense estuviera
ahí, dando forma a los paisajes y medios de vida de los trópicos
puede ser trazado, en parte, a discursos “abrahámnicos”
de lo que Jacques Derridá refiere como “falogocentrismo homo-fraternalista”,
que todavía gana atracción en nuestras culturas públicas y
que se presentó inicialmente en el libro del Génesis: “Y
les dijo Dios: Sean fecundos y multiplíquense y llenen la tierra y
sométanla; manden en los peces del mar y en las aves de los cielos y en
todo animal que serpea sobre la tierra”.28 Aún más,
la mirada imperial de la compañía frutera que hemos explorado en
otra parte tiene también sus microscópicas unidades tiernas y
libidinales.29
Así, esta foto puede leerse como una
manifestación de un hombre blanco homosexual, que aprovecha los
estereotipos coloniales de piel oscura tentando y a su vez amenazando al Otro
masculino colonial. Esta lectura sería similar al desmantelamiento
que ha hecho Kobena Mercer
de las imágenes clínicamente precisas de hombres negros desnudos,
creadas por Robert Mapplethorpe. La imagen de Platero
Paz del Jardín del Edén sería así entendida: como
el esfuerzo estadounidense por objetivar eróticamente la otredad racial,
mientras que simultáneamente afirma “su propia identidad como el
“yo/ojo”30 soberano, empoderado
con la autoridad sobre la abyecta cosificación del Otro” (Mercer, 1999, p. 438).
Pero, por varias razones, esta lectura de la imagen
estudiada, en la que el poder del estadounidense eclipsa totalmente al del
fotógrafo salvadoreño, parece limitada. Primero, porque Platero
Paz mira a la cámara con una mirada fija y natural y con la sonrisa voluntaria de una persona que no
se encuentra bajo una presión indebida. Segundo, porque parece que los
dos hombres colaboran en un intento por parodiar el pasaje bíblico del
Jardín del Edén. Tercero, porque los hijos y los nietos de
Platero Paz a menudo recuerdan cuán a gusto se mostraba al estar con
estadounidenses y al conversar con ellos en un perfecto inglés.31 Cuarto, porque los códigos visuales operativos en
este espacio pictórico revelan que ni Platero Paz, ni el norteamericano,
fueron objetos, de ninguna manera, en forma totalizadora. Por ejemplo, en
contraste con las imágenes de negros desnudos de Mapplethorpe,
el Jardín del Edén de Platero Paz incluye varias referencias a
contextos políticos, religiosos y ecológicos, que permiten al
observador mirar a los sujetos descritos como seres humanos traviesos que se
encuentran haciendo alguna cosa.
En esta foto,
Platero Paz y el norteamericano no se convierten en esencias
descontextualizadas, reducidas ontológicamente a ser objetos puramente
sexuales, manifestaciones concretas de estereotipos neocoloniales
tácitos y poco tangibles; por el contrario, ellos claramente se
encuentran en medio de la naturaleza; no se presentan abstractos ni fuera del
tiempo y el lugar en el que son “fijados”, como si fueran
significantes de algún ideal estético erótico y racializado. No, ellos se paran sobre
rocas, se envuelven en arbustos y la luz del sol es tan brillante que los tonos
de su piel están casi lavados. Además, situarlos es justamente el
punto de fuga de la imagen y
también el foco del observador: la “hoja de la higuera” como
el significante de un mito fundador de
la cristiandad. La hoja de la higuera repele la mirada, lo que permite a los
sujetos mantener su dignidad y resistir así el intento del espectador de
convertirlos en meros objetos. Así, este elemento actúa como la
tanga tachonada de diamantes que Roland Barthes describe en “Striptease” (1972, p. 85),
solamente que en esta ocasión la desnudez permanece irreal porque el
objeto que esconde el sexo re-sexualiza a los sujetos
al colocarlos en el mundo mítico del Edén que están
reconstruyendo. En breve, mientras que las desigualdades de etnia, nacionalidad
y clase social ciertamente condicionaron la relación entre los dos
hombres, es muy improbable que esta imagen haya sido el resultado de la
coacción del norteamericano sobre el fotógrafo salvadoreño
para que posara con él de la manera en que lo hizo.
Una explicación
más convincente se encuentra en la manera en que los dos personajes se
enlazan uno al otro en ese momento, tanto de forma física y
mítica, como lúdica y fotográfica. Lo que se codifica en
esta imagen es una clara alusión a la
historia del estado pre-pecado original de los humanos en la Biblia. En el
comienzo, según la narración, Dios creó al hombre y lo
puso en el Jardín del Edén para habitarlo, solamente
dándole una instrucción: no comer del árbol del
conocimiento del bien y el mal. Entonces, tomando una costilla del hombre, Dios
creó a la mujer. Pero muy pronto, una serpiente convenció a Eva a
comer de aquel árbol, diciendo: “Es que Dios sabe muy bien que el
día en que coman de él, se les abrirán los ojos y
serán como dioses, conocedores del bien y del mal” (Gn. 3, 5). Así, la epistemología ocularcéntrica de la civilización occidental
está parcialmente alimentada por una mitología de impulsos voyerísticos en competencia: Dios es el que todo lo
ve y sin embargo desea que la humanidad vague con sus ojos cerrados y con
nuestro humano deseo de ver de la forma en que ven los dioses.32
Continua
el relato del Génesis: “Y como viese la mujer que el árbol
era bueno para comer, apetecible a la
vista”, Adán y Eva cayeron en la tentación (Gn. 3, 6) y comieron del árbol prohibido.
“Entonces se les abrieron a entrambos los ojos, y se dieron cuenta de que
estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos
ceñidores” (Gn. 3, 7). Sus ojos se
abrieron, pero no se volvieron como dioses, sino que se hicieron humanos
avergonzados de su desnudez. Tomaron así consciencia del Otro que los
vio desobedecer. Habían sido atrapados en el acto. Habían sido vistos.
No fueron reconocidos de la manera en que deseaban ser. Avergonzados,
Adán y Eva buscaron cómo esconder su desnudez, cubriéndose
con hojas de higuera.
Así, una
interpretación de esta fotografía tomada en El Progreso, dice que
las hojas son el significante intertextual de la vergüenza humana ante
Dios y ante cada cual. Sin embargo, y llegaremos a esto pronto, aquí esa
vergüenza es fingida y meramente
convencional. En otras palabras, al tiempo en que las hojas técnicamente
sitúan la alusión al momento post-pecado original, esta imagen, y
otras como ella en el repertorio, evoca el estado pre-pecado original.33
Dado
lo anterior, las hojas de higuera son un signo de una convención del
pudor sexual en proceso. El encuentro se produce claramente “en el
Jardín”, el sitio natural, no construido y pre-cultural de la bendecida
experiencia humana.
El Jardín
del Edén reverbera con la imaginería religiosa que Platero Paz
estratégicamente insertó en muchos de los retratos en su estudio
(ver Figuras 8, 9 y 10). Por ejemplo, él produjo cientos de fotos de
primera comunión. Realizar esas imágenes involucraba un proceso
en dos etapas. Primero, él fotografiaba al niño mirando hacia su mano como si él estuviera
sosteniendo la hostia. “Aquí es donde aparecerá Dios”,
solía decirle al niño (López, 2008). Luego,
superponía a la película una imagen de la cara de
Jesús. La imagen final era de un niño rezando que miraba a Jesús.
La naturaleza escenificada en estos eventos fotográficos es evidente en
cada uno de los negativos, a través de la yuxtaposición
del muchacho y la mano, en el que al joven se le había pedido
reverentemente entrenar su ojo. De esa forma, estas fotografías
describen inadvertidamente el momento de interpolación que postula Althusser (1972, 127-188), en el cual un individuo es
reclamado por una ideología y, en el momento en que la persona reconoce
que está siendo requerido, se convierte en el sujeto de esa
ideología, por el solo acto de reconocimiento. Al realizar estas alegorías
religiosas, Platero Paz repetidamente caracterizó el papel de sacerdote
ya que produjo cientos de estas imágenes para niños y
niñas de El Progreso. Aparte del negocio de producir imágenes
religiosas, en las fotos de la esposa de Platero Paz, Adelina López Pinet, posando frente de Nuestra Señora de Guadalupe
en México, irónicamente resuena el Jardín
del Edén.34
Figuras 8 y 9.
Primera Comunión, década de 1950. Del Archivo Rafael Platero Paz de Aída
López de Castillo.
El motivo del jardín, como una figura para los
hondureños de la Costa Norte, no era inherente de esa región. En cambio,
era parte de una representación discursiva que empezó a emerger
en la década de 1880 junto con el proceso de promoción del
Caribe, como un “paraíso tropical” para turistas y hombres
de negocios. Como Krista
A. Thompson (2006) ha mostrado, en el caso de Jamaica y de las Bahamas, los
administradores de las colonias británicas contrataron fotógrafos
y artistas para crear “imágenes tropicalizadas”
que entonces circularon internacionalmente por medio de tarjetas postales y de
guías ilustradas. La costa caribeña de Centroamérica fue
representada a los norteamericanos de forma similar como un jardín verde
y abundante. Esas tarjetas postales creadas por J.A. Doubleday
y P. Maier podían ser compradas en San Pedro
Sula y enviadas a familiares y amigos en Arizona, Alabama y más
allá (ver Figura 11). Igualmente, la United Frut Company y sus apologistas promovieron las
explotaciones de la compañía en la región, en
términos más de autoservicio: “Estos trópicos son
productivos casi en la misma proporción en que la iniciativa
estadounidense, el capital estadounidense y la empresa estadounidense los hacen
productivos”, escribió Frederick Upham
Adams (1914, p. 36). Empero, parece que las fotos a menudo fallaban en
otorgarles a los norteamericanos los exuberantes paisajes que imaginaban, ya
que muchas de esas tarjetas postales eran pintadas en colores vibrantes con
más plantas tropicales de las que la escena fotografiada daba por su cuenta. El mismo Platero
Paz solía pintar ese paisaje turístico
como el fondo fotográfico en su estudio (ver Figura 12).
En El Jardín del Edén, una fotografía que se encontraba
secretamente escondida entre miles de negativos, nuestra
vergüenza es burlada por
Platero Paz y el norteamericano que
posa junto a él. Esa imagen ocurrió; los dos hombres sí posaronjuntos
y desnudos para ser fotografiados. Este hecho ocurrió en algún
momento cerca de 1935 y tuvo lugar en las orillas del Río Ulúa o
uno de sus afluentes. Como una especie de
autorretrato, esta imagen comparte con sus antecesoras el deseo de expresarse a
sí mismo como un hombre que se ha auto construido. Otra vez, Platero Paz
nos muestra, como lo hicieron los pintores humanistas renacentistas, que
él tenía la libertad de
escoger su propia forma de vida. Esta vergüenza no le pertenece a él —aunque ciertamente él
escondió esta foto de las manos de su familia— sino que es nuestra.
La
relación entre la desnudez social, la naturaleza y el erotismo
está llena de tensiones que cambian de un contexto histórico y cultural
a otro. Por ejemplo, David Bell y Ruth Holliday
(2000) han trazado los discursos y las prácticas de los movimientos
naturalistas en el Oeste, demostrando que el cuerpo sin ropas en medio de la
naturaleza ha evocado algunas veces una secreta geografía de lugares
para el sexo homosexual masculino que se produce al aire libre, más a
menudo, reforzando la matriz homosocial-heterosexual,
como en el caso de las “colonias nudistas” inglesas. Lo que estos
disparejos movimientos comparten es una particular relación corporizada
con la naturaleza, ya que el campo es románticamente imaginado como el
lugar apropiado para estar desnudo al aire libre, lo que se imagina como un
sitio edénico pre-cultural (a veces incluso pre-homofóbico).
Tanto para las culturas heterosexuales y homosexuales, “la privacidad
podría ser tenida en público”, como describió George
Chauncey la ironía de los poco vigilados y
poco regulados espacios de las sociedades contemporáneas occidentales
(citado en Bell y Holliday, 2000, p. 134). Hago
referencia a estas dispares tradiciones de desnudez social para sugerir que,
aunque algunos ojos del siglo XXI puedan ver el homoeroticismo
en esta imagen, hay una fuerte posibilidad de que lo que estamos viendo haya
sido para los dos sujetos nada más una amistad platónica.35
Pero,
sin importar si los dos hombres vieron su encuentro como homosocial
o homoerótico, en esta fotografía
Platero Paz demuestra su conciencia de las convenciones aceptadas de retrato y
las cuestiona visualmente.
Típicamente considerado como una invención del Renacimiento por articular la irrupción de lo individual, el retrato generalmente asume, como lo ha indicado Patricia Simons, “una particular clase de individualismo modernista, occidental y autónomo… un sentido de un individualismo etario único y público que universaliza la acción masculina como una norma”. Simons avanza todavía más y dice que “estas aproximaciones también asumen una heterosexualidad universal tanto para los modelos como para los observadores, reprimiendo de esa forma otras subjetividades más complejas y los placeres ilícitos” (1997, 29). El Jardín del Edén de Platero Paz confronta las limitaciones metadiscursivas de esa masculinidad monolítica y lo hace aprovechando la cualidad realista de la fotografía —este hecho sí ocurrió— para demostrar inequívocamente que los hombres se entrelazaron en formas que contradecían, o al menos, desestabilizaban las rígidas definiciones de masculinidad que dominaban las culturas públicas del retrato en los inicios del siglo XX.
Otra forma de analizar El Jardín del Edén es comprendiendo lo que no
es.
Un
fotógrafo anónimo que trabajaba para la revista Life
Magazine tomó un fotografía de la Eva “tentada”
cubriéndose con una hoja gigantesca (ver Figura 13). La revista Life fue pionera en el periodismo fotográfico y
para 1938 tenía una
circulación masiva de aproximadamente 80.000 suscriptores, con unas
ventas adicionales de ejemplares al menudeo que alcanzaban el millón de
copias.36 Como en El
Jardín de Edén de
Platero Paz, los tropos que guían esta imagen de Life son la vergüenza de esconder el cuerpo ante
los ojos de otro. La hoja vertical se convierte en esa foto en un significante
divisorio de la vergüenza y del órgano sexual masculino que visualmente intercepta el
cuerpo de la mujer. Empero, la “vergüenza”
es parcial y artificial en la medida en que la imagen ha sido claramente producida por el fotógrafo con la
aparente complicidad y consentimiento del sujeto.37
La
escala de la hoja de banano y la mujer que se utiliza para demostrar el aspecto
“gigante” de esa hoja acentúan la proeza de la horticultura
estadounidense, ofreciendo otro ejemplo del poder de la United
Fruit Company en Centroamérica. Es posible
imaginar la reacción de algunos lectores estadounidenses:
“¡Una sola hoja de banano empequeñece a esta dama de piel
oscura!”.
Esta fotografía
tomada por Life
no era claramente un autorretrato y se
tomó para los ojos de los espectadores estadounidenses. La mujer era un objeto
para la vista de esos estadounidenses y calzaba dentro de los estereotipos que
los estadounidenses tenían sobre los centroamericanos a inicios del
siglo XX. Esta mujer es, para
parafrasear a Homi K. Bhabha,
un objeto apropiado “de una cadena de mando colonialista”, una versión autorizada
de la otredad (2007, p. 126). Esta visión estadounidense del
“paraíso” indica que la imagen busca retratar la
“belleza” y la “inocencia” no de una sola persona, sino
de un lugar y un pueblo (antes del pecado original).
Y si la joven es de hecho un reflejo del país entero, entonces Honduras es
“exótica, modesta, inocente y posiblemente curiosa” respecto
de quien la mira. Aún así,
también es precavida y no quiere revelarse completamente. Por tanto,
estamos en presencia de una bien arreglada alegoría de las relaciones
entre Estados Unidos y Honduras, una recreación de la mirada dominante
estadounidense y de “la Honduras” que los norteamericanos deseaban
ver. La “Banana Republic” se transpone
del país al texto y al ícono.
esconde detrás de una hoja gigante de
banano con forma de remo”. Nótese que el pie de la
fotografía dice “Jardín del
Edén” y no
“Después del pecado original”. En este caso, la hoja cubre
completamente el cuerpo de la mujer; sin embargo,
el espectador puritano estadounidense logra
ver su desnudez. Fue tomada cerca de 1925.
Fuente: Colección Propiedad de Getty Images.
Las relaciones
capitalistas y neocoloniales no se codifican solamente de forma visual en este
espécimen botánico y antropológico; fueron repetidas e
intensificadas cuando el fotógrafo se iba con su negativo. Es muy
probable que la modelo no recibiera ni dinero, ni una copia de la imagen. En su
lugar, la foto fue vendida a la revista, donde se unió a una
sucesión de imágenes y textos que los lectores compraron y que
ahora se pueden rentar en la compañía Getty
Images por $331.38 Esa foto se
volvió parte de una más amplia gama de imágenes
paisajísticas que alimentaron el apetito estadounidense por las
aventuras imperialistas.
A pesar de los mensajes
explícitamente transmitidos por decisión del editor del pie de
página de la foto y por los arreglos hechos por el fotógrafo de
los participantes representados, es posible realizar una lectura no
intencionada y antiimperialista de esta imagen. Mientras que la “naturaleza”
y la “inocencia pérdida” son significados intencionados,
comunicados textual y visualmente, al mirarlos más detalladamente nos
damos cuenta de que esos significados se contradicen por efecto de la casa o el
edificio, que intencionalmente aparecen difusos por el uso de una toma más abierta de la fotografía.
Incluso, aunque esas construcciones aparecen difusas, los bordes cuadrados y
los aleros del techo sugieren la presencia de la “modernidad” y
niegan la interpretación intencional de un “Jardín del
Edén” o de una comunidad indígena “natural”.
Otro detalle que pone en problemas la mirada imperialista es la presencia de un
pedacito de la enagua de la mujer asomándose en la parte de abajo de la
hoja: ¡ella no es una “india” desnuda, sino que tiene ropa! Estos detalles subrayan la naturaleza
artificial de este hecho fotográfico, y revelan
involuntariamente que la imagen fue hecha para
los ojos estadounidenses, que
querían ver una particular Honduras “tribal”. Así, lo
que vemos y lo que un astuto espectador en 1925 podía mirar, es el
proceso de creación de la ideología cultural que suscribió
las actividades de las compañías fruteras estadounidenses en Centroamérica. ¿De quién,
entonces, “se esconde la modesta hondureña”? Dios vio a Adán y a Eva transgredir y entonces ellos
intentaron esconder su desnudez. Al encuadrar y ponerle pie explicativo a esa
fotografía, ¿a quién pusieron los editores de Life
Magazine a jugar el papel de Dios?
Ponerse
la ropa es esconder el estado objetual de uno; es demandar el derecho de ver
sin ser visto; estos es, de ser sujeto puro. Es por eso que el símbolo
bíblico de la caída tras el pecado original es el hecho de que
Adán y Eva “saben que están desnudos”.
–Jean-Paul
Sartre (1956, p. 289)
El Jardín del Edén de Platero Paz habla el mismo lenguaje de la imagen
publicada en Life
Magazine. Se trata de un lenguaje de
miradas, de miradas ante el otro. Realmente no importa si Platero Paz y su
compañero estadounidense habían visto o no la foto publicada en Life, ya que ambos estaban embebidos de
la retórica sobre los trópicos americanos vistos como el
Jardín del Edén. Su dominio de ese discurso neocolonial es lo que
les permitió hacer una mímica del mismo, convirtiendo lo que una vez fuera la figura de una
fuerte y “varonil” relación entre los Estados Unidos
y sus vecinos centroamericanos en una jocosa relación homosocial. Reflexionando sobre el imperialismo
británico en la India, Bhabha
identificó este movimiento discursivo: “La amenaza de
la imitación es su doble visión que al revelar la ambivalencia
del discurso colonial, también rompe su autoridad” (2007, 126) (El
énfasis es del texto original).
Una agresiva masculinidad gobernó las relaciones
entre los trabajadores itinerantes de las plantaciones bananeras. Por ejemplo,
Lara Putnam describe una distinción hecha por un costarricense que
trabajaba para la compañía estadounidense productora de caucho,
durante la Segunda Guerra Mundial: “El trabajo era rudo y
riesgoso”, recordaba el trabajador, “solíamos decir que era
un trabajo para machos y muy machos” (2002, p. 201). El humor subversivo
proviene del juego que hace el trabajador de la palabra “macho”.
Putnam lo explica: “Los jefes eran machos porque eran rubios y blancos,
con todo el privilegio de su origen incluido, pero los trabajadores eran muy
machos porque eran verdaderos hombres y sí
trabajaban para probarlo”
(2002, pp.1-2). Dentro de ese contexto de la fuerza laboral de la United Fruit Company, constituida
por trabajadores que la compañía trajo de diferentes partes de
Centroamérica y el Caribe, el norteamericano que aparece en El
Jardín del Edén sería considerado como un
“macho”, en sus interacciones cotidianas como empleado de la Tela Railroad Company. Los trabajadores por encima de los que
él estaba tenían que mostrarse a sí mismos que eran
“muy machos”, una posición que podía unirlos en
“una acción colectiva y en la demanda de respeto para ellos de
parte de sus jefes” (Putnam, 2001).
Pero,
¿dónde calzaba el artesano y empresario bilingüe Rafael
Platero Paz en esta jerarquía? Una clientela diversa lo llegaba a buscar
a su estudio, cada cual pretendiendo, entre otras cosas, encajar sus
estructurados y moldeados gustos: ingenieros y administradores estadounidenses,
sacerdotes y maestros, así como comerciantes locales, familias enteras,
trabajadores individuales y campesinos de las comunidades vecinas. La respetada
posición social de Platero Paz, que no lo definía ni como
jefe, ni como peón; le permitió transgredir furtivamente el
código de honor masculino dominante. Al hacerlo, él y su
amigo estadounidense dieron una pista sobre las normas prevalecientes en el
retrato fotográfico, en la cristiandad y en el dominio neocolonial.
También ofrecieron una nueva alegoría para
la cultura política, una cultura basada no en las tradicionales
divisiones entre hombres y mujeres, entre estadounidenses y hondureños,
sino en lo que podría denominarse cosmopolitismo homosocial.
La imagen es cosmopolita en la medida en que los dos hombres procedentes de culturas,
naciones y etnias diferentes se juntan para este hecho fotográfico, con
el objetivo de crear la imagen de una única comunidad moral. Como tal,
la fotografía se constituía
como una potencial amenaza para la cristiandad, la heteronormatividad
y el dominio jerárquico neocolonial. Aunque ambas imágenes, el
Jardín del Edén y la foto publicada en Life
Magazine, se originan en el locus
amoenus,39 El
Jardín del Edén de Platero Paz puede leerse como una
inversión directa de la foto publicada en Life Magazine. Ese es el
poder de representarse a uno mismo de la forma en que uno quiere representarse.
Ahora,
procedamos a postular la pregunta utilizando nuestra lectura sartreana de
esta imagen: ¿Logró ganar Platero Paz el reconocimiento de su
Otro? Después de examinar sus autorretratos, más bien
convencionales, y después de recordar el momento en 1969 cuando fue
forzado a esconderse y cuando fue detenido por la policía, concluimos
que probablemente él nunca fue reconocido como el cosmopolita moderno con
el que se representó fotográficamente. Pero El Jardín del Edén sugiere
que de hecho él sí se ganó el reconocimiento de su Otro.En esa imagen, Platero Paz es aceptado por su Otro.
Además, no se presenta como un Otro negativo en contra del cual se
definían los hondureños “nacionales”. Se
fotografió desnudo y con su Otro, incorporado en su propio paisaje. El
Otro norteamericano no se encuentra mirándolo a él; en cambio, se
asimila en lo que Platero Paz nos muestra. De la misma forma, su
compañía norteamericana deja atrás todos los artefactos
culturales que podrían testificar su exclusión en el orden
dominante simbólico. Así, esta foto explícitamente rechaza
las relaciones asimétricas que suscriben la fotografía como un
arte filisteo, empleado fundamentalmente para naturalizar las desigualdades. En
esta imagen, no hay relación jerárquica del tipo amo-esclavo,
sujeto-objeto, dominante-dominado. Aquí no hay una narrativa silenciosa
de superioridad. En ella, el Otro —ya sea manifiesto e incorporado o
simbólico y en la forma de una ideología cultural— no se
cierne sobre nosotros, observando a Platero Paz como un ser omnisciente,
silenciosamente mediando nuestra comprensión de él y su
comprensión de sí mismo. Lo que es más, el Otro
también ha sido exteriorizado por esta foto. Platero Paz ha tomado al
Otro fuera de sí mismo, haciendo manifiesto y concreto su
súper-ego freudiano, la ley que él había aceptado
incuestionablemente como la suya propia.40
El Jardín del Edén de Platero Paz
está construido alrededor de una relación intersubjetiva a
través de la cual el “Yo” se convierte en
“nosotros”. En sus tradicionales
autorretratos, Platero Paz posó para un eventual Otro. Ahí estaba
él, esperando el reconocimiento y la aprobación del
Otro. Y en la medida en que el Otro fue postulado como el observador
ideal de estos retratos, Platero Paz declaraba:
“Yo
soy el Otro”. Él estaba allí delante del espectador como el
Otro: el progreso, la modernidad, la ley encarnada. Aparecía como
si no existiera, excepto en la forma de un deseo y anhelo de ser el Otro
moderno racializado. En contraste, en El
Jardín del Edén Platero Paz declara “Yo soy
nosotros”, estableciendo una relación sujeto-sujeto en un
encuentro extranjero-local que transgredió las reinantes normas
artísticas, neocoloniales y sexuales.
Cuando descubrí esta imagen en el archivo,
batallé para darle sentido. Para leer estas imágenes a
través de Sartre, se requirió colocarle unos lentes
teóricos a las fotografías, pero esto permitió organizar y
darle sentido a los significados que de otra
manera permanecían latentes. Al colocar El Jardín del Edén en el contexto histórico en el que se
produjo, y situando esa provocativa imagen en relación con los otros
autorretratos del artista, también he buscado probar cuán
sensible es la fenomenología de Sartre sobre la mirada, para analizar
estas imágenes de principios del siglo XX.41 Al experimentar la mirada de otro, Sartre sugiere que nos
percatamos de nosotros mismos como objetivizados,
como personas-conocidas por-Otro. Sin embargo, también nos damos cuenta
del Otro-como-sujeto, como una persona que percibe, conoce y actúa en
este mundo y posiblemente sobre nosotros. Cuando Platero Paz y su
compañero norteamericano montaron este hecho fotográfico, cada
uno vio desnudo el cuerpo del otro. Cada cual fue tanto un objeto para el Otro, como un objeto conocido por el Otro, en el
sentido de ser considerado un sujeto en su propio derecho. Juntos crearon un
espacio intercultural queer
quetrascendió,
aunque solamente por un momento, las dinámicas jerárquicas y heteronormativas de las plantaciones bananeras en Honduras.
Encuadraron así una nueva realidad con una cámara, de forma
lúdica y a través de la cita de un antiguo texto religioso y de
esta manera se crearon a sí mismos como iguales.
Traducido por David
Díaz Arias
Este trabajo no hubiera
sido posible sin la generosidad y el entusiasmo de la profesora Aída
López de Castillo, hija y primera biógrafa de Rafael Platero Paz.
Ella no solamente ha preservado escrupulosamente las fotografías y
negativos hechos por su padre, sino que también ha dedicado incontables
horas a discutirlas conmigo. De vuelta a casa, tres amigos cercanos
—Sebastián Carassai, Joby
Taylor y Brian Morton— me ayudaron a
desarrollar muchas de las ideas aquí presentes. Solamente espero
comprometerme con su trabajo de la manera en que se han comprometido con el
mío. Este análisis también se ha beneficiado de los
comentarios críticos de Daniel James,
Jeffrey L. Gould, Peter F. Guardino,
Darío A. Euraque, John Howard y de dos
revisores anónimos de la revista Latin American Cultural Studies.
Finalmente, le agradezco a mi querido amigo y colega
David Díaz Arias por la lúcida traducción de este trabajo.
1
Una versión anterior de este trabajo se publicó en el 2011 bajo
el título de A Camera in the Garden of Eden en la Revista Journal of Latin
American Cultural Studies: Travesía. Para el presente trabajo se ampliaron algunos
datos y se mejoró parte de la interpretación.
2
El autor utiliza el término “image economies” para referir a las formas en que se
producen
y circulan las imágenes como las
fotografías. De ahí que refiera a esa posibilidad tanto en términos
públicos como privados. [Nota
del traductor].
3 Geoffrey Batchen
explica cómo el canon estético trata de cooptar el género
ubicuo de la fotos de familia pero, al hacerlo, cierra otras formas potenciales
de lectura de tales imagines (2004, 121-142). El foco de las fotografías
de vanguardia es también la materia prima de historias sociales de la
fotografía en Latinoamérica. Al respecto, ver el trabajo seminal
de Esther Gabara (2008) y Roberto Tejada (2009).
4
El autor utiliza aquí una idea de Roland Barthes quien al referirse a análisis de las
imágenes señaló:
“… toda imagen es polisémica, toda imagen implica,
subyacente a sus significantes, una cadena flotante de
significados, de la que el lector se permite seleccionar unos determinados e ignorar todos los demás. La
polisemia provoca una interrogación sobre el sentido; ahora bien, esta
interrogación aparece siempre como una disfunción bajo la forma
del juego trágico (Dios, mudo, no permite escoger entre los signos) o
poético (el ‘estremecimiento de los sentidos’
—pánico— de los antiguos griegos); incluso en el cine, las
imágenes traumáticas aparecen acompañadas de una
incertidumbre (de una inquietud) sobre el sentido de los objetos o de las
actitudes. En toda sociedad se desarrollan diversas técnicas destinadas
a fijar la cadena flotante de significados, con el fin de
combatir el terror producido por los signos inciertos:
una de esas técnicas consiste precisamente en el mensaje
lingüístico”. Roland Barthes, Lo
obvio y lo obtuso. Imágenes, gestos y voces (Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica
S.A., 1986), p. 39. [Nota del
traductor].
5
Pete Sigal (2010, p. 1353) particulariza las
creencias y las prácticas sexuales de las sociedades precolombinas de
Mesoamérica y aunque él no señala explícitamente
que su trabajo se enfoca en el campo, parece inevitable que ese es el enfoque
de su estudio.
6 Ver por ejemplo, “Sumaria instruida contra
Onesiforo Escobar Lazo, por disparo de arma de fuego seguido de lesiones en las personas de Victor Manuel Mendoza Galindo y Paula López,
respectivamente; y contra el citado Mendoza Galindo, por disparo de arma de
fuego seguido de lesiones en dicha señora López”. El
Progreso, D.L. 7 diciembre 1941. Departamento de Yoro, Honduras. Archivo del
Juzgado de Letras. “Archivo Muerto”. Para un estudio de
género y sexualidad en una zona de la compañía bananera en
Costa Rica, ver Lara Putnam (2002).
7
Aída López de Castillo (2000). Sobre la economía
cafetalera en el Departamento La Libertad en El Salvador, ver Robert G.
Williams (1994, pp. 69-79).
8
Correo electrónico de Joby Taylor al autor el
1 de Julio del 2010.
9 Honorable Discharge from the
United States Army, RPP, box 10.
10 Ibid.
11
Para datos específicos sobre el
proceso migratorio de Platero Paz, ver su pasaporte, RPP, box 10.
12 En
su biografía de Platero Paz, su hija Aída escribe que él
murió a los 86, pero ella no ofrece el día exacto de la muerte de
su padre. Ver Aída López de Castillo (2000, p. 4). Me parece que
Platero Paz murió en 1984 o 1985 lo cual depende del mes en que
expiró.
13
El más importante trabajo sobre la
masculinidad hondureña es el de Rocío Tábora,
Masculinidad y violencia en la
cultura política hondureña (1995).
Darío A. Euraque (2003, pp. 177-197) ha
anotado que uno de los problemas del análisis de Tábora
radica en que al deconstruir la masculinidad
patriarcal que oprime a la mujer, la autora falla en considerar cómo esa
misma ideología de género también oprime a los hombres
homosexuales.
14
Correo electrónico de Sebastián
Carassai al autor el 9 de abril del 2010.
15 El tono
incisivo de Martin Jay (1993) sobre la ubicuidad de
los discursos de “ocularcentrismo” y de
“anti-ocularcentrismo” en la historia
intelectual francesa, provee la más excitante narración de la
recepción del trabajo de Sartre por subsecuentes teóricos. Con
respecto a nuestro estudio del retratado en Honduras a inicios del siglo XX, la
respuesta de Merleau-Ponty al trabajo de Sartre es la más relevante. De
acuerdo con Jay, Merleau-Ponty rechazó separar
(como lo hizo Sartre) la imaginación “desrealizante”
y la observación perceptiva del mundo ordinario porque, por su cuenta se
deducía que la percepción, el intelecto científico y racional y
la imaginación
artística se encuentran entrelazados. Merleau-Ponty también se pronuncia en contra del concepto sartriano de
“relaciones sociales no recíprocas” que procede de su
ontología dualística del sujeto y el objeto. En su lugar, como
indica Jay, “su insistencia
en mezclar al observador con el mundo visto significó un descentramiento
extático del sujeto, un reconocimiento de que a pesar lo activa
que la percepción pueda ser, también implica una especie de
rendición del poder del yo, una voluntad a dejar las cosas ser” (
p. 309). Finalmente, mientras que para Sartre las relaciones intersubjetivas
están constituidas por un duelo de miradas objetivadoras,
para Merleau-Ponty la comunicación intersubjetiva es comunicación
“corporizada” que no puede reducirse a su solo componente visual.
16 Jay (276, n. 39) nota que de acuerdo
con Alain Buisine (1986, p. 103), hay cerca de siete
mil referencias a “la mirada” en el trabajo de Sartre.
17
Brian Morton en una
conversación con el autor el 30 de enero del 2010.
18
Correo electrónico de Sebastián
Carassai al autor el 9 de abril del 2010.
19
Correo electrónico de Joby Taylor al autor el 1 de julio del 2010.
20
Para un análisis de la
construcción del “Estado oligárquico liberal”, ver
Marvin Barahona (2005). En un ensayo clásico, Dilip
Parameshwar Gaonkar (1999,
pp. 2, 13) criticó las formas de entendimiento del discurso de la
modernidad como el de una modernización societal
y un modernismo cultural. Ese autor además indicó la necesidad de
producir lecturas locales de modernidades alternativas, construidas a
través de las exigencias de historias locales como las de las
comunidades, en un mundo que se encoge, y que indiquen como esas comunidades
negociaron los impulsos a la mismisidad y las fuerzas
que las hicieron diferentes.
21
Archivo de Gobernación, Departamento
de Yoro. 1924—Actas
reglamentos Dep. de Yoro, “Sesión Extraordinaria, 7 de
Septiembre de 1925,” pp. 69-78. And Archivo Municipal, El Progreso. Libro de Actas—1925, 15 de junio de 1925, p. 244; 1 de agosto de 1925,
p. 231; 15 de agosto de 1925, p. 235. El énfasis es del autor.
22
Para una detallada etnografía de este
grupo inmigrante que a menudo fue visto como una “paria de
empresarios”, ver Nancie González
(1992). Para una discusión de la construcción visual de la
identidad étnica de los palestinos hondureños, ver el
capítulo dos de mi tesis doctoral.
23
Mark Anderson (2009, p. 8) dice algo parecido
en su estudio sobre las políticas de raza y cultura entre
los garífunas de Honduras. Para más información sobre los
discursos oficiales de raza en Honduras, ver Darío A. Euraque (2004).
24
En 1934, los salvadoreños llegaron a
ser el 56% (1,840) de los inmigrantes en el Departamento de Yoro. Registro especial de extranjeros residentes en
Honduras: 1934 (Archivo de
Gobernación, Departamento de Yoro).
25
Entrevista con Aída López de
Castillo, El Progreso, 12 de agosto del 2008. Ver también la entrevista
del autor con Ricardo Arturo Platero López, El Progreso, 20 de noviembre
del 2008.
26
“Estoy de acuerdo con usted sobre todo
esto. [Usted puede interpretar y publicar esta foto] con tal de que incluya las
circunstancias, verdad, de que supuestamente el gringo quería probar las
aguas que eran inmensas en ese tiempo. No es como el [río] Ulúa
de hoy. Y él lo acompañó, así que hay otra
explicación. Y a partir de ahí, usted puede poner en marcha lo
que dice. Estoy de acuerdo con usted. La Historia, las cosas de este tipo, uno
no puede ocultarlas, verdad. Uno no puede decir, estas cosas no”.
Entrevista con Aída López de Castillo, El Progreso, 22 de abril
del 2010.
27
Estas preguntas me las hizo Joby Taylor en un correo electrónico que me
envió el 1 de julio del 2010.
28
La expresión “paisajes y medios
de vida” (“landscapes and livelihoods”) es del trabajo de John Soluri (1998). El “falocentrismo”
es el nombre que Jacques Derridá (1997) le da
al discurso occidental de la masculinidad que ha limitado y deformado nuestros
intentos en proceso de abrir el concepto de democracia y llevarlo a cabo,
empero de forma parcial, en la historia. La cita es de Gn.
1,28.
29
Para más sobre las fotografías
sobre la United Fruit
Company, ver el capítulo 1 de mi tesis doctoral.
30
Aquí hay un juego de palabras
difícil de producir en español: “I/eye”, en el que “I”
o “Yo” suena exactamente igual en inglés que “eye” u “ojo” en
español. [Nota del traductor].
31
En una entrevista con su hija Aída,
ella me contó que: “Él solía contarnos que él
había tomado sopa y comido pan de uno de los cocheros de Nueva York. Por
esa razón, él amaba a los estadounidenses. Los adoraba.
Decía que siempre fue bien recibido y bienvenido por los
estadounidenses”. También, “Todos los nortreamericanos
que venían con la Tela [la
compañía ferrocarrilera] y
todos los sacerdotes jesuitas que eran nortreamericanos,
todo el mundo llegaba donde él.
Porque solo en ingles les hablaba. Era muy querido por todos ellos. Todo el
mundo llegaba a aquí”.
Entrevista con Aída López de Castillo, El Progreso, 12 de agosto
del 2008.
32
“La salvación humana no fue sino
un dispositivo para la auto-revelación de Dios”, es la manera en
que lo postuló Martin Jay (1993, p. 38).
33
Correo electrónico de Joby Taylor al autor el 1 de julio del 2010.
34
Albúm
fotográfico familiar de la colección privada de Aída
López de Castillo, El Progreso, 11 de agosto del 2008.
35 Mensaje
electrónico de Peter Guardino al autor, 26 de
abril del 2010.
36
Los datos de circulación proceden de
“Life Magazine and LOOK Magazine Popularize Photojournalism in the 1930s” en
http://www.things-and-other-stuff.com/magazines/lifemagazine.html (revisado el
23 de febrero del 2010). Las fuentes que se citan en ese artículo son:
Philip B. Kunhardt Jr. (1986) y John Tebbel y Mary Ellen Zuckerman
(1991).
37
Deborah Poole
(1997, pp. 85-106) interpreta una forma similar de fetichización
por parte de los europeos que en el siglo XVIII fueron tanto cautivados como
perturbados por las mujeres criollas de Lima que cubrían sus rostros,
excepto sus ojos, con chales y vagaban libremente por los espacios
públicos. La foto de Life del Jardín
del Edén también
invita al observador a imaginarse qué es lo que se está
escondiendo.
38
Ese era el precio para utilizar esa sola
imagen en un libro de venta al por menor el 17 de febrero del 2010.
http://www.gettyimages.com/detail/3070203/Hulton-Archive>
39
“Lugar placentero” o “lugar
ameno” [Nota del traductor].
40
Correo electrónico de Sebastián
Carassai al autor, del 09 de abril de 2010.
41
Peter Kosso (2001,
pp. 171-177) examina la negociación hermeútica
entre la teoría y la evidencia en los argumentos históricos.
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Sesión Extraordinaria del 07 Septiembre de 1925. Archivo de Gobernación Departamento de Yoro
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Kevin Coleman: Profesor en el Departamento de Historia en la Universidad
de Toronto. Es Doctor en Historia por la Universidad de Indiana-Bloomington. Su actual libro en preparación
se titula A Camera in the Garden of Eden: The
Self-Forging of the Banana Republic. Sus trabajos han sido
publicados en el Journal
of Latin American Cultural Studies, el Boletín
AFEHC—Asociación para
el Fomento de los Estudios Históricos en Centroamérica, Envío-Honduras, Istmo, y Latin American Essays. Sus investigaciones
han sido patrocinadas por la American
Council of Learned Societies / Andrew W. Mellon Foundation, el Fulbright-Hayes,
y la Society for Historians of American Foreign Relations. Ha estado afiliado al Equipo de Reflexión,
Investigación y Comunicación (ERIC), un instituto jesuita que
acompaña a los campesinos y trabajadores de la costa norte de Honduras.
Dr. Juan José
Marín Hernández, Catedrático. Director del Centro de
Investigaciones Históricas de América Central. Universidad de
Costa Rica. Costa Rica. juan. marin@ucr.ac.cr
Dr. Ronny
Viales Hurtado. Catedrático. Historia Económica y Social.
Universidad de Costa Rica. Director de la Escuela de Historia. Costa Rica. ronny. viales@ucr.ac.cr
Dr. David Díaz
Arias: Catedrático. Historia Política, Director del posgrado de
Historia y Docente de la Escuela de Historia, Universidad de Costa Rica, Costa
Rica. david.diaz@ucr.ac.cr
MSc.
Francisco Enríquez. Historia Social. Universidad de Costa Rica. Costa
Rica. francisco.enriquez@ucr. ac.cr
Dra. Ana María Botey. Historia de los movimientos sociales. Universidad de
Costa Rica. Costa Rica. abotey@gmail.com
Dr. José
Cal Montoya. Universidad de San Carlos de Guatemala. Guatemala.
jecalm@correo.url.edu.gt
Dr. Juan Manuel Palacio.
Universidad Nacional de San Martín. Argentina. jpalacio@unsam.edu.ar
Dr. Eduardo Rey.
Universidad de Santiago de Compostela. España. ereyt@usc.es
Dr. Heriberto Cairo Carou. Departamento de Ciencia Política y de la
Administración III - Universidad Complutense de Madrid. España.
hcairoca@cps.ucm.es
Dra. Rosa de la
Fuente. Departamento de Ciencia Política y de la Administración
III Universidad Complutense de Madrid. España. rdelafuente@cps.
ucm.es
Dr. Javier Franzé. Departamento de Ciencia Política y de
la Administración III Universidad Complutense de Madrid. España.
javier.franze@cps.ucm.es
Dr. Jaime Preciado
Coronado Departamento de Estudios Ibéricos y Latinoamericanos.
Universidad de Guadalajara. México. japreco@hotmail.com
Dr. Gerónimo de
Sierra. Vicerrector de la Universidade Federal da Integração Latino-Americana (UNILA) y
Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales de la
Universidad de la República. Uruguay. geronimo@fcs.edu.uy
Dr. Antonio Palazuelos. Departamento de Ciencia Política y de la
Administración III - Universidad Complutense de Madrid. España. palazuelosa@cps. ucm.es
Dr. Werner Mackenbach. Universidad Potsdam. Alemania.
werner.mackenbach@uni-potsdam.de
Dr. Guillermo Castro.
Ciudad del Saber Panamá. Panamá. gcastro@cdspanama.org
Dra. Natalia Milanesio.
University of Houston. Estados Unidos. nmilane2@Central.UH.EDU
Dr. Ricardo
González Leandri. Consejo Superior de
Investigaciones Científicas - España. España.
rgleandri@gmail.com
Dra. Mayra Espina. Centro
de Estudios Psicológicos y Sociológicos, La Habana. Cuba.
mjdcips@ceniai.inf.cu
Dra. Montserrat Llonch. Departamento de Economía e Historia
Económica Universidad Autónoma de Barcelona. España.
montserrat.llonch@uab.es
Dra. Estela Grassi. Universidad de Buenos Aires. Argentina.
estelagrassi@gmail.com
Dra. Yolanda Blasco.
Universidad de Barcelona. España. yolandablasco@ub.edu
Dr. Alfredo Falero. Departamento de
Sociología. Universidad de la República. Uruguay. alfredof@adinet. com.uy
Fotografía: “Jardín del Edén: una
modesta hondureña se esconde detrás de una hoja gigante de banano
con forma de remo”. Tomada del artículo: Una óptica
igualitaria: Autorretratos, construcción del ser y encuentro homo-social
en una plantación bananera en Honduras de Kevin Coleman. Volumen
15.2. Año 2014- 2015. Fuente: Colección Propiedad de Getty Images.
Editora Técnica: M.Sc. Marcela
Quirós Garita.
marcela.quiros@ucr.ac.cr
Diagramación: Cindy Chaves Uribe Soporte técnico: Pablo Hurtado
Granados Revisión filológica: Lic. Ana Lenny
Garro
“Diálogos Revista
Electrónica de Historia” se publica desde octubre de 1999.
Diálogos está en los siguientes repositorios:
Dialnet
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revista?tipo_busqueda=CODIGO&clave_revista=3325
Latindex
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UCRindex
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Scielo
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el Fomento de los Estudios Históricos en Centroamérica
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Saskatchewan, Canadá
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Saskatchewan, Canadá
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