POLÍTICA
EXTERIOR E IDENTIDAD NACIONAL. EL CASO DEL ASILO AL GENERAL GERARDO BARRIOS ESPINOZA
(1863-1865)
Carlos Humberto Cascante Segura
Historia de la
política exterior, construcción de identidad nacional,
percepción de Centroamérica, asilo diplomático.
Foreign Policy History, national identity
building, Central America perception, diplomatic assylum.
Fecha de recepción: 7 de
febrero, 2014 - Fecha de aceptación: 1 de junio 2014
A partir de
la relación entre los conceptos de construcción de identidad y
política exterior, el artículo analiza el caso del asilo
diplomático concedido por el gobierno de Costa Rica al expresidente
salvadoreño Gerardo Barrios Espinoza. Este acontecimiento permite
visualizar cómo el escenario internacional y las acciones que se tomen
en ese campo afectan en diferentes perspectivas las relaciones internas de
poder dentro de la Costa Rica de mediados del siglo XIX.
From
the relationship between national identity building and foreign policy, this
essay analyzes the case of diplomatic asylum granted by the government of Costa
Rica to the former Salvadoran president Gerardo Barrios Espinoza. This event
allows to undestandhow the international scenario and
the actions made and executed in this ambit affect from different perspectives
the domestic power relations within the mid-nineteenth century Costa Rica.
La relación entre la construcción de identidad y la
política exterior (elaboración y puesta en ejecución)
constituye un tema abierto para el debate en el campo de la historiografía
nacional. El abordaje de esta relación, por ende, requiere de un
acercamiento teórico que se ha elaborado, con cierto grado de
continuidad, en la literatura de otras latitudes, y con mayor constancia en el
ámbito de la disciplina de las Relaciones Internacionales que en la
historiografía1. En tal sentido este trabajo se propone, por una parte, efectuar un breve
recorrido por los conceptos teóricos básicos que se han
construido en el estudio de dicha relación. Por otra, a partir de estos
esbozos teóricos, analizar el caso del asilo al ex presidente
salvadoreño Gerardo Barrios Espinoza, concedido por el gobierno
costarricense en los primeros meses de 1865, como un ejemplo de la
relación entre la política exterior costarricense y su particular
proceso de construcción de la identidad a mediados del siglo XIX.
La reconstrucción de la coyuntura histórica de Barrios
Espinoza en Costa Rica será elaborada a partir de los periódicos
que se conservan de la época (El Ensayo y la Gaceta Oficial), así
como la correspondencia oficial que se intercambió relacionada con dicho trance diplomático.
Cabe mencionar que este caso ha sido relatado anteriormente2, no obstante, la serie de aristas que se encuentran inmersas en dicho caso
no han sido debidamente profundizadas. Desde esta línea de
análisis, el texto se encuentra estructurado en cinco apartados. El
primero se concentra en plantear un sucinto enfoque teórico de ambos
fenómenos, el segundopretende contextualizar
las relaciones políticas centroamericanas en la década de 1860,
el tercero establece el panorama de la política costarricense de esos
años, el cuarto se concentra en las acciones de política exterior
desarrolladas por el gobierno y el contenido de los discursos empleados, el
quinto se dirige a revisar los efectos de esta crisis diplomática; finalmente, el sexto, se concentra en el
abordaje que se brindó en uno de los diarios que se conserva de
la época a estos sucesos.
ALGUNOS APUNTES TEÓRICOS. IDENTIDAD Y
POLÍTICA EXTERIOR
El estudio crítico de la relación entre los procesos de
construcción de identidad y política exterior se intensificó con el final de la Guerra
Fría, cuando un grupo considerable de países enfrentaron
el reto de reconstruir su identidad nacional, en razón de los cambios geopolíticos
producidos por el descalabro soviético, la disminución de
influencia del marxismo en los discursos nacionales y la consolidación
de varios procesos de integración regional (la Unión Europea, el
más consistente)3. Contribuyó, igualmente, a este
replanteamiento que en el plano teórico se produjo un significativo cuestionamiento a las
teorías realistas de las relaciones internacionales, dominantes
hasta ese momento, que sobreponen el pragmatismo geopolítico ligado a la
omnipresencia del Estado a los componentes psicológicos y
axiológicos del comportamiento de las personas y grupos que
actúan internacionalmente (Prizel, 1998, pp.
12-37)4. A su vez, se nutrió este proceso de la revisión
crítica al concepto de nacionalidad en disciplinas como la sociología
y la historiografía, que se profundizaron desde la década de
1980, cuando surgió una fecunda discusión académica a
partir de textos como los de Benedict Anderson (1991)
y Eric Hobsbawm (2002).
Cabe resaltar, que los
estudios realizados en este ámbito no realizan una clara
conceptualización del término política exterior5, sino que este se ha empleado, en términos generales, como las
acciones – planificadas o no – que van dirigidas hacia otros actores internacionales. No obstante,
han planteado que la relación entre ambos procesos resulta
dinámica, compleja y condicionante. Es decir, estos fenómenos se
encuentran intercomunicados en diversos aspectos y, consecuentemente,
experimentan efectos recíprocos. Desde esta perspectiva, la
construcción de la identidad y la política exterior constituyen
una relación dialéctica, que puede ser
estudiada desde diversas prismas, que pueden identificarse, con fines
analíticos, en tres espacios: (a) la política exterior como
reflejo de la identidad nacional, (b) la política
exterior como instrumento para la construcción de la identidad nacional
y (c) la política exterior y la construcción del rol
internacional del Estado.
Desde el primer espacio, el
cual ha sido identificado continuamente por la literatura especializada, establece
que la política exterior constituye un reflejo de la
identidad nacional. Por ende, las visiones de la realidad doméstica
permean y conducen la forma en que los estados se comportan en lo
internacional. En otros términos, los mitos y valores que se construyen
en lo interno contribuyen a diseñar los códigos con que se
comprende lo internacional, de forma que construcciones identitarias
llevan a establecer un rol internacional. En este sentido, la
conservación de los grandes intereses y patrones de la política
exterior no resulta más que el resultado de la consolidación y
conservación de la identidad nacional (Hixson,
2008, pp. 66-68).
La segunda perspectiva conlleva una dirección contraria. Desde esta,
la política exterior se conceptualiza como un instrumento dirigido a
construir la identidad nacional. Por consiguiente, al desarrollar su actividad
internacional, los agentes encargados de tomar decisiones emplean los discursos
y resultados de la política exterior para conseguir objetivos domésticos,
dentro de los cuales se encuentra la consolidación de una imagen
interna, que se configura al contraponer esta con los otros actores de la
sociedad internacional. Esto permite la configuración de una
jerarquía interna, que se consolida con los discursos y resultados que
se alcanzan en el ámbito internacional. Este método, usado
tradicionalmente en el ejercicio político, tiende a incrementarse cuando
la élite política se percibe a sí misma en una
situación de debilidad. De forma tal que, la política exterior
– discursos y acciones – contribuyen a reafirmar la unidad
de grupo, mediante la difusión de una imagen (Prizel,
1998, p. 19).
La tercera línea de
análisis pretende estudiar la relación política exterior e
identidad nacional en ámbito de la sociedad internacional. En tal
sentido, se concentra en determinar la forma en que el discurso y las acciones
de la política exterior construyen una imagen del Estado, el cual se
reproduce con el propósito de asumir un rol dentro de la sociedad
internacional. Esta seriede discursos y conductas
permiten construir en los interlocutores una percepción, que termina por
dirigir las relaciones entre estos mediante determinados códigos de
conducta (Lahneman, 2003). Así, los grupos que
formulan la política exterior de un Estado pueden alcanzar grados
distintos éxito; o bien, pueden entrar en contradicciones con la
construcción doméstica de la imagen. Situaciones que son
igualmente sujetas al análisis y evaluación.
En este sentido, la relación planteada permite un acercamiento
novedoso a la historia de las relaciones internacionales de Costa Rica, en
particular, a la historia de su política exterior. Un enfoque necesario
para comprender el desarrollo político costarricense y su actual
visión del contexto internacional. Con tal fin, en los próximos apartados se analizará la
coyuntura del asilo político brindado al expresidente de El Salvador
Gerardo Barrios, durante los últimos meses de 1864 y los primeros de
1865.
La Centroamérica de mediados del siglo XIX se caracterizó por
intensos conflictos internos
y regionales. Si bien, tradicionalmente, se ha señalado que la división
en la política centroamericana constituía una lucha entre
liberales y conservardores, lo cierto es que, como
señala Gudmundson, existían duros
problemas intraclase, que se reflejaban en la lucha
entre los gobiernos centrales y gobiernos locales (1994, pp. 207-208). Estas
disputas constituían, por ende, procesos iniciales de
centralización del poder político y de la fundación de los
Estados nacionales, que trajeron consigo una considerable cantidad de
desplazados políticos. Para muchos de
estos personajes, el exilio y el asilo tenían como fin conseguir los
apoyos necesarios para nuevas
intentonas de retornar al poder. Algunos ejemplos de este comportamiento fueron
los casos de Francisco Morazán y Juan Rafael Mora Porras. No resultaba
extraño, por ende, que los caudillos triunfantes realizaran
intervenciones en los países vecinos para evitar que estos se transformasen,
a su vez, en bases para las intentonas de los líderes derrocados
(Cascante, 2013).
Tabla 1
Principales objetivos estratégicos de la política exterior hacia Centroamérica de Guatemala, El Salvador y Costa Rica (1850-1865)
PAÍS |
PRESIDENTE |
PRINCIPALES OBJETIVOS ESTRATÉGICOS |
Guatemala |
Rafael Carrera y Turcios |
Rodear al
gobierno de El Salvador, con cuyas elites económicas se
mantenían conflictos previos, mediante el control del gobierno de
Honduras y la alianza con el gobierno de Nicaragua. Evitar el
retorno de posibles amenazas al predominio guatemalteco en el norte de
Centroamérica (en especial, de Gerardo Barrios). |
El Salvador |
Gerardo Barrios Espinoza |
Controlar al gobierno de Honduras para rodear a
Guatemala. |
Costa Rica |
Francisco
María Montealgre / Jesús
Jiménez Zamora |
Mantener
una relación lejana del conflicto Centroamericano. Mantener
una relación amistosa con Nicaragua, para que este país
fuese un tapón de la guerra entre los estados del norte de Centroamérica. |
Nota: elaborado a partir de Cascante (2013).
En este marco, existían una serie de objetivos estratégicos,
que implicaban altos grados de intervención en la política
interna de los demás países (ver Tabla 1). La serie de objetivos
señalados concluyó con un enfrentamiento directo entre la
Guatemala y El Salvador, donde intervenían resentimientos coloniales y
una animadversión manifiesta entre sus dos caudillos, Carrera y Barrios.
El enfrentamiento se saldó con el
derrocamiento de los gobiernos liberales de Honduras y El Salvador, quienes
fueron controlados por Carrera, lo que trajo consigo la expulsión de Barrios de su país a finales de 1863
(Cascante, 2013, pp. 15-19). Esta consecuencia
vendría a complicar el objetivo costarricense de mantenerse alejado del conflicto centroamericano.
La década de 1860 tampoco fue especialmente tranquila dentro de la
política costarricense.
La oligarquía nacional se debatía en una serie de conflictos
políticos intraclase, que se
incrementó tras la salida de Juan Rafael Mora Porras (1849-1859), pues tras el gobierno de casi diez años se
consolidaron tres grupos de poder. La facción ligada a la poderosa
familia Montealegre, conformada por los miembros más relevantes del
comercio, los cafetaleros e intelectuales liberales, dentro de los que se
encontraban, además de los hermanos José María y Francisco
Montealegre; Aniceto Esquivel Sáenz, Manuel José Carazo, Lorenzo Montúfar y León Fernández Bonilla. Por
otra parte, la denominada facción “tinoquista”,
compuesta por Julián volio Llorente, Francisco
María Iglesias y Saturnino Tinoco; todos vinculados por lazos familiares
con el obispo Anselmo Llorente y Lafuente (Ibíd,
p. 11). Con el paso de los años, se fue reestructurando una
facción “morista”, integrada por
familiares de Mora Porras, dentro de los cuales se destacaba Manuel Arguello
Mora. No obstante, esta no llegó a tener el peso que tenían las
anteriores (Fallas, 1999, pp. 253-254).
Fallas Santana ha sostenido
que ambos grupos se diferenciaban por sus apreciaciones sobre tolerancia
religiosa, la construcción de un ferrocarril al Atlántico, la
educación pública y, en especial, por la disputa en el manejo del
sistema financiero (ambos grupos se enfrentaban por la
apertura de un banco emisor y de crédito). Tal situación
económica se apreciaba en los fuertes enfrentamientos en el Congreso y
una serie de intrincados juegos de negociación política para
integrar los gobiernos durante esta coyuntura; de forma tal que se evitase un
conflicto abierto entre ambas fuerzas (Ibíd,
254). La disputa financiera fue finalmente ganada por el
grupo montealegrista, el que junto con capital
británico fundó el Banco Anglo Costarricense, con lo que
tomó el dominio de esa materia en Costa Rica (villabolos,
1981, pp. 84-101).
La disputa descrita se reactivó con motivo de las elecciones que
debían celebrarse en 1862. En este proceso se enfrentarían
Julián volio Llorente, por parte del grupo
“tinoquista” y Aniceto Esquivel
Sáenz, por el grupo “montealegrista”.
Para evitar un posible conflicto entre ambos bandos, las cúpulas
militares impulsaron una transacción
política que llevó al poder a Jesús Jiménez Zamora
(Argüello, 1898, 192). Inicialmente, Jiménez Zamora siguió
el esquema de repartición de puestos entre las facciones, para lo cual
eligió a José Ulloa Solares como secretario de Interior y carteras
anexas; Francisco Echeverría como secretario de Hacienda; y Aniceto Esquivel Sáenz, como
secretario de Relaciones Exteriores a (Ibíd,
p. 192). Repentinamente, y sin que se hayan determinado las razones,
Jiménez prefirió establecer una
alianza con el “tinoquismo”, por lo que
poco tiempo después se sustituyó Esquivel Sáenz por
Julián volio Llorente en la cartera de
Relaciones Exteriores e Instrucción Pública (Sáenz
Carbonell, 1996, p. 293).
Un hecho acaecido pocos días después de esta permuta
demuestra como el conflicto
fue tomando cada vez más fuerza en la elite política
costarricense. Este consistió en la difusión de noticias
sobre una serie de contrataciones de agentes filibusteros por parte del
gobierno salvadoreño en su enfrentamiento con Guatemala. La fuente de la
información era el ministro plenipotenciario en Washington, Luis Molina
y Bedoya. Por tal motivo, el 7 de julio, el canciller volio
solicitó al Congreso se concedieran al Poder Ejecutivo potestades
extraordinarias para enfrentar la amenaza (González víquez,
1981, pp. 163-164). El Congreso aún se encontraba dominado por los
“montealegristas”, de forma que, tras la
discusión legislativa, se respondió a volio
que los informes resultaban exagerados. En tal sentido, señalaban que:
“La
Comisión se promete de vosotros, señores Senadores y
Representantes, que no se le pondrá en la necesidad de puntualizar en el
dictamen que le ocupa, además de los ya mencionados, los muchos motivos
reales o aparentes que
la mueven a recomendaros neguéis, como innecesarios en lo que se refiere
a lo exterior y peligrosas en lo interior, las facultades extraordinarias que
el Supremo Poder Ejecutivo pide al Congreso
Nacional le confiera” (Ibíd, p. 276).
Volio respondió que
solicitaba una copia certificada de la resolución del Congreso
para “en su vista
tranquilizarse y tranquilizar al público sobre una eventualidad que no hay que temer a que se realice [la
amenaza]” (Citado por
González víquez, en Ibíd,
p. 165). Esta crisis empeoró un mes después, con la
decisión del gobierno de disolver el Congreso, bajo el argumento de
incompatibilidad de las funciones parlamentarias con las municipales (Ibíd, p. 166).
Mientras esto ocurría, Carrera había logrado deshacerse de la
amenaza de Barrios Espinoza y había tomado El Salvador, como se
señaló anteriormente (Cascante, 2013, pp. 29-30). Barrios
arribó a Nueva york, donde no consiguió ningún apoyo para
realizar una intentona de restauración. Por tal motivo, decidió
regresar a Centroamérica y pedir asilo en Costa Rica. Las razones para
esta decisión no se encuentran claras del todo, pero con el apoyo de
Lorenzo Montúfar y otros exiliados del
liberalismo centroamericano consiguió arribar a Costa Rica y solicitar
su asilo político (Montúfar, 1898, p.
381). Al llegar a Guatemala, la noticia provocó una airada nota, en la
cual se quejaba con anticipación de cualquier tipo de apoyo
costarricense a la causa de Barrios y, además, se amenazaba con el
rompimiento de relaciones diplomáticas. La amenaza de Carrera
también fue seguida por el gobierno de Nicaragua, lo cual
inmiscuía directamente al gobierno costarricense en el enfrentamiento
centroamericano. La nota de respuesta del gobierno costarricense fue igualmente
dura. Se indicaba que la visita de Barrios a Costa Rica no resultaba un acto
inamistoso contra Guatemala, además, se establecía que de darse
el asilo este sería un acto apegado al Derecho de Gentes (Sáenz
Carbonell, 1996, pp. 297-298).
Así las cosas, el ex presidente Barrios desembarcó en Costa
Rica el 27 de diciembre de 1864 e inmediatamente – como había sido
anunciado - presentó su solicitud de asilo (Ibíd,
p. 299). ¿Cómo percibió la oligarquía costarricense
estos hechos?, ¿cuáles visiones se fomentaron en los meses
siguientes a raíz de la llegada de Barrios a Costa Rica? y
¿cómo afectó este contexto a la construcción de la
imagen interna e internacional de Costa Rica? Desde el apartado teórico
que se realizó al principio de este trabajo, de forma ineludible, la
amenaza internacional que se había conformado tendría que causar
efectos en la imagen que la élite costarricense tenía de
sí misma, en contraposición con el resto de Centroamérica.
Igualmente, desde el plano teórico, las motivaciones racionales no son
las que necesariamente privan en las decisiones de política exterior. A
continuación se intentará abordar estas preguntas con fundamento
en el caso concreto al cual va dirigido este artículo.
La crisis más evidente al interior del gobierno se concentraba
alrededor de brindar o rechazar el asilo para Barrios. Esta disputa ha sido
relatada anteriormente por oconitrillo (2000) y,
luego con algunos detalles adicionales por Rodríguez vega (2010). En
resumen de acuerdo con ambos autores, existían al interior del gobierno
dos visiones contrapuestas, la del ex canciller Francisco María Iglesias
(destacado miembro del “tinoquismo”),
quien se mostraba de acuerdo esta decisión, pues constituía una
tradición costarricense proteger a aquellas personas que sufrían
el ostracismo (Rodríguez vega, 2010, pp. 132-133). Por otro lado, el
canciller volio Llorente rechazaba dicho escenario,
dado que el otorgamiento de asilo rompería el objetivo de alejarse del
conflicto de casi tres años entre Guatemala y El Salvador
(oconitrillo, 2000, p. 13; Cascante, 2013, p. 35).
Más allá de esta disputa, que puede resultar
anecdótica, constituyen hechos más importantes las acciones
tomadas a partir de ese momento por las autoridades costarricenses. Es
así, sumamente significativo que el presidente Jiménez y el canciller volio convocasen a
una comisión de notables para resolver el asunto (Idem).
Desde un abordaje puramente teórico, lo internacional parecía ser
un detonante de la integración nacional y de la comparación con
los países del istmo, sin embargo, no existen registros de
quiénes fueron convocados a dicha instancia; a pesar de lo cual tampoco
se registran protestas contra la actitud tomada por el gobierno ni de un bando
ni de otro. Tampoco se ha logrado encontrar evidencia que demuestre que esa fue
la intención con que se convocó este encuentro. La
comisión de notables se decantó por aprobar el asilo, que fue
otorgado el 5 de enero de 1865, bajo la condición para Barrios de no
realizar actos que contravinieran la neutralidad costarricense en el
conflicto. No es posible determinar cuáles fueron las causas que pesaron
en la decisión del presidente y en el grupo de notables. Por una
parte, resulta factible que existiesen presiones internas del grupo ligado a Montúfar; o bien, las expresiones guatemaltecas
previas a la llegada de Barrios causaron una grave impresión y malestar
en algunos miembros relevantes del gobierno, lo que causó la molestia
necesaria para sostener una posición que no resultaba la más
prudente.
Tal y como lo habían
previsto, los demás países centroamericanos rompieron las
relaciones diplomáticas con Costa Rica: El Salvador, el 3 de enero;
Nicaragua, el 20 de enero; Guatemala, el 28 de enero; y Honduras, el 18 de
febrero (Sáenz Carbonell, 1996, pp. 299-300). Por ello, el gobierno
costarricense remitió una contundente nota diplomática al resto
de gobiernos centroamericanos. La misiva en cuestión, era la
expresión de una política exterior en ciernes, dado que
establecía el carácter soberano del Estado, más
allá de la referencia al caso del asilo político. En este sentido, puede afirmarse que este
documento contribuía a consolidar dentro de la oligarquía el
“discurso de la diferencia” planteado anteriormente por
Acuña (2002). En este caso, la diferencia estaba marcada por dos estados
evolutivos antagónicos: “pueblos civilizados” y estado de
“barbarie”. Costa Rica formaba parte de los primeros y mientras que
insinuaban que Centroamérica aún no había logrado
separarse del segundo. De tal forma, en la nota del 5 de enero de 1865 que
informaba el asilo de Barrios a los gobiernos del istmo se indicaba:
“Si el pueblo
y el Gobierno de Costa Rica se creyeran dispensados de obedecer las sagradas
leyes de la hospitalidad; si el humanitario principio sentado por el gobierno Frances en el año de 1844 y aceptado por todo el
mundo culto, no tuviese eco en este pequeño y generoso; si desatendido
de nuestra propia dignidad, olvidásemos los deberes que contrajimos al
declarar la neutralidad que Costa Rica asumió en la guerra contra el
General Barrios, todavía tendríamos que someternos á las leyes consignadas en nuestro códigos, y
mas aun, á los
Tratados celebrados, tanto con la República de Guatemala, como con la del Salvador, mas inmediatamente
interesadas en este asunto” (sic) (volio, 1865).
Si bien, dicha carta
pretendía dejar sentada con claridad la decisión del gobierno, lo
cierto es que el documento en cuestión fue también publicado en
el periódico oficial.
En tal sentido, dado que en el periodo bajo estudio una buena parte de la
población no se encontraba alfabetizada6, la información suministrada a partir de periódicos se encontraba dirigida
a sectores que tenían alguna influencia en los asuntos
públicos. Es decir, el contexto internacional y las acciones de
internacionales que emprendía el gobierno – al menos en parte
– eran empleadas para zanjar temporalmente las disputas internas que
experimentaba la oligarquía.
La segunda acción que
tomó el Gobierno consistió en remitir dos notas
diplomáticas circulares a las misiones extranjeras acreditadas en Costa
Rica. En estos textos se explicaban los argumentos de la actuación costarricense
frente a los acontecimientos descritos al pequeño el cuerpo
diplomático y consular acreditado en el país (integrado por
agentes de los Estados Unidos, Gran Bretaña, España, Italia,
Bremen, Chile y Francia). Sin embargo, estas notas; así como las
respuestas brindadas por el cónsul de los Estados Unidos y la Gran
Bretaña, fueron íntegramente reproducidas por la Gaceta Oficial,
de forma que la correspondencia no solo buscaba objetivos externos, sino
también cumplía efectos internos. El inmediato, consolidar la
gestión del gobierno que acaba de salir de un duro trance interno, como
quedó expuesto. Uno menos inmediato y, posiblemente no premeditado,
fortalecer la imagen interna mediante la visión que proponían
agentes externos.
En el texto de la primera nota, de fecha 20 de enero, seguida de la ruptura
de relaciones diplomáticas con Nicaragua, se explicaban las razones
jurídicas para brindar el asilo. Además, se realizaba una
comparación entre la actitud de los gobiernos centroamericanos y el
costarricense en los siguientes términos:
“Entre
tanto, la actitud de Costa Rica ha sido y seguirá siendo, al paso que firme, conciliadora y de expectativa. Bien
pueden las otras Repúblicas cerrar sus puertos á nuestro comercio y cortar las relaciones
políticas con este país. Costa-Rica responderá á esos actos hostiles, manteniendo los suyos
abiertos a todos los países, y no poniendo trabas ni obstáculos
al comercio: los intereses de la paz son los intereses del pueblo
Costarricense: a ellos debe su existencia y su progreso, y no solamente
procurará hacerlos permanentes en su propio territorio, sino que
también contribuirá á su
consolidación en las otras Repúblicas Centro-americanas”(sic) (Gaceta Oficial, 1865, 1/20, p. 1).
En tal sentido, los textos
reflejan la pretensión de obtener el aprecio de las potencias
de la época, pues se establecían las virtudes de un pueblo
apegado a la legalidad y, por tanto, al progreso y la civilización. En
otros términos, el gobierno pretendía establecer una imagen
internacional, la que se encontraba ligada con la identidad que se venía
construyendo dentro de la oligarquía. Como se han señalado en
algunos trabajos anteriores (Acuña, 2001, p. XXIII; Cascante, 2010; Gólcher, 1998), este proceso no resultaba novedoso
para la época, sino que había sido una la labor que había
empezado lentamente a desarrollar los representantes costarricenses en el
exterior; no obstante, se conoce poco de cómo se efectuaba esa labor con
los representantes internacionales en el país. Desde esta perspectiva, la
“emergencia diplomática” permitía a las autoridades
costarricenses ligar los actos realizados con el derecho de las naciones
civilizadas, en contraposición con la riesgosa y hasta
antijurídica postura del resto de los países centroamericanos
(ANCR, Fondo Congreso, N° 6879).
La siguiente circular, emitida el 17 de febrero, fue una reacción a
la ruptura de relaciones diplomáticas con Guatemala y El Salvador, en la
cual se reiteraba los argumentos jurídicos empleados en la primera. Esta
nota fue publicada, junto con los decretos de ruptura de relaciones
diplomáticas emanados de ambos gobiernos (Gaceta Oficial, 1865, 2/18,
pp. 1-2). Igualmente, fueron publicados en la Gaceta Oficial las respuestas de las representaciones de Estados
Unidos, la Gran Bretaña y Francia. En dichas misivas se brindaba un
apoyo a las actuaciones diplomáticas costarricenses, lo que, por un
lado, servía para apalancar la decisión que el gobierno
había tomado y la justicia de su posición en un momento de
crisis. Con ello, el contexto internacional contribuía a fomentar la
imagen que la oligarquía estaba construyendo en torno a Costa Rica y su
diferencia con en relación con sus vecinos. Sin embargo, la evidencia existente no permite definir en su totalidad el
éxito alcanzado con esta estrategia.
¿Cómo se vinculaban este acto de política exterior y
la coyuntura centroamericana con los procesos de construcción de una
identidad dentro las élites gobernantes? En un interesante debate que
cuestiona fundamentalmente el inicio del proceso de construcción de la
identidad Palmer (1992) y Molina Jiménez (2002) sostuvieron que esta
identidad nacional se elaboró más tardíamente, en el
último tercio del siglo XIX. Por otra parte, Acuña ortega (2002)
plantea que a lo largo de varias décadas, desde la independencia, dichas
facciones habían establecido paulatinamente una diferenciación
con el resto de los países centroamericanos, en la que se
percibía el carácter etnotípico
como un elemento fundamental de comparación. En los últimos
años, Díaz Arias (2007) y Soto-Quirós (2012; 2013)
llegaron a establecer una síntesis en el debate, que examinaba los
procesos pre y post la década de 1870 como un proceso con diferentes
etapas.
En clave de política exterior y para la coyuntura específica
del otorgamiento de asilo, la particularidad se transformó en una
realidad evidente, que podía establecer acciones concretas y necesarias.
Desde este plano, la identidad nacional, la imagen internacional y las acciones
de política exterior empezaron a concatenarse, de forma que estas
brindaban importantes evidencias para el discurso interno, en una suerte de autoafirmación de este
último. Las palabras de Jiménez Zamora y volio Llorente
– citadas en el acápite anterior -, así como la
correspondencia diplomática del periodo permiten una comprensión
de cómo este discurso contribuía a la conformación de una
política soberanista.
Esta partía de concebir a Costa-Rica como una
construcción política distante de Centro-América, lo que se encontraba más allá del
caso específico de Barrios. Sin
embargo, dicho acontecimiento brindaba el escenario ideal para su
expresión y un ejemplo - de acuerdo con el discurso en cuestión -
incuestionable de la realidad de dicha
percepción. El conflicto diplomático, al mismo tiempo,
contribuía a consolidar una
posición respecto a las visiones existentes sobre los demás
países centroamericanos y, por consiguiente, sobre los proyectos de
construcción de la unión política centroamericana.
De acuerdo
con Acuña:
“[e]n la
década de 1860, la conciencia de su diferencia respecto de los otros países centroamericanos y su
voluntad de caminar por su propia vía había avanzado en el seno
de las elites de una manera casi irreversible”
(2002, p. 213).
Al iniciarse esa
década, no obstante, permanecía la idea construir la unión
centroamericana. De hecho, esta posibilidad se encuentra latente en los
discursos presidenciales de esos años, como aparece en 1861, en el
mensaje del presidente José María Montealegre:
Costa-Rica desea sinceramente esta union; quiere dar un paso hácia
este vital objeto, uniformando en lo posible los grandes intereses nacionales,
y sobre todo la Representación en el Exterior. La unidad que fuese el resultado de la
conquista, la expoliacion y la violencia,
sería atentatoria é insubsistente; ella debe ser la consecuencia
necesaria de la convicción de voluntarias concesiones y de
pacíficos esfuerzos. Tiempo es ya de que Centro-América conozca
los peligros que la rodean, si sigue presentándose débil y
disuelta, y si no aparece ante los otros pueblos fuerte y unida en el interior,
cuerda y justa en sus relaciones con los demás Gobiernos” (sic)(Montealgre, 1861).
Adicionalmente, en la
memoria de 1861, el entonces secretario de Relaciones Exteriores, Francisco
María Iglesias señalaba:
“Un
hecho que merece una mención especial, es el que a pesar de las escazas
relaciones entre las Repúblicas Centroamericanas, de la poca intimidad
de sus Gobiernos, de las diferentes tendencias de que están animados y
de la variedad de intereses que por desgracia los mueven, la nacionalidad se
conserva latente y que en lo concerniente a integridad territorial y a conservación de la independencia
proclamada el 15 de setiembre de 1821, se mantienen solidarios.”(ANCR, Fondo Congreso, N°5800).
El propio Iglesias propuso
poco antes del conflicto centroamericano de 1863 una nueva iniciativa para la unión
(Sáenz Carbonell, 1996, p. 280). Con el advenimiento del conflicto, en
el discurso político, la visión de Centro-América se transformó
de una probabilidad a una opción más lejana. Así, en su
discurso de toma de posesión,
el presidente Jiménez Zamora fijó la línea costarricense
de la siguiente forma:
“Por desgracia las otras de
Centro-América se ven hoy empeñadas en una lucha que el Gobierno
de Costa-Rica no ha podido evitar, procurando un arreglo pacífico de los asuntos que tienen
en desacuerdo a los de Guatemala y San Salvador.—
En tal situación, Costa-Rica se conservará neutral; pero siempre
dispuesta a emplear su influjo en favor de la paz centro-americana” (Jiménez,
1863).
Desde esta perspectiva,
dentro de la élite existía para esos años - al menos - un
debate con respecto a la relación que debía construirse con los
demás países centroamericanos. Dentro de las razones que pueden
esgrimirse para conservar la propuesta unionista se encontraban la existencia
de amenazas como las posibles aventuras filibusteras, la Guerra del
Pacífico, la invasión francesa a México y la
intención de los Estados Unidos de establecer una colonia de esclavos
libertos7. Estas situaciones se convertía en un acicate para no desechar por
completo una unión que, como señala ortega, “[n]o
la deseaba en ese momento pero tampoco la rechaza definitivamente” (Acuña,
2002, p. 214).
Sin embargo, el conflicto centroamericano y el caso de Barrios cambio la
prioridad de las amenazas internacionales, en las que los países del
istmo pasaron a ocupar un lugar primordial. En relación con esta
situación, y como demostración del temor ya existente hacia la
actitud del resto de países centroamericanos, el presidente
Jiménez señalaba en su informe al Congreso que:
“Provistos
los almacenes de guerra con un valioso armamento comprado últimamente en
Inglaterra, y convenientemente organizadas las milicias, nos encontramos en
posesión de los medios de defensa, que todo pueblo libre e independiente debe procurarse cuando se
halla en paz” (Jiménez, 1865).
Más adelante,
agregaba:
“Por
desgracia, las Repúblicas de Centro-América, exagerando los
peligros que contra su existencia pudieran surgir, de la presencia de un asilo
político en esta, han creído indispensable para su
conservación y tranquilidad, cerrar sus relaciones diplomáticas,
comerciales y sociales con la de Costa-Rica, privándose de esta manera
de los medios que la amistad ponía a su alcance para vigilar y contener
a la persona que tantas inquietudes les causa, desviando de sus puertos nuestro
pequeño comercio y ahondando la escisión que, ya la diversidad de
principios ya la oposición de intereses ya la diferente
organización política, habían abierto entre pueblos que
por su origen y su situación
geográfica, están llamados a unirse. Nicaragua, sin embargo, ha
dejado abiertas las relaciones oficiales. El Gobierno se ha limitado a
protestar contra la injusticia de semejantes medidas; excusando discutir sus
actos de soberanía y rechazando la presión que sobre él se
haya pretendido ejercer. Su conducta ha merecido elogios de los Gobiernos y de
la prensa imparciales” (Idem).
Una posición, mucho
más clara y contundente fue expresada por el canciller volio, quien en su informe al Congreso realizaba la
siguiente consideración:
“No
obstante la esperanza en que por muchos años permanecieron, de volver a
formar un solo cuerpo de nación, expresada en las leyes fundamentales
inmediatamente promulgadas; esperanza que ha dado motivo a que algunos crean,
por lo menos latente, natural y tan solo aplazada la antigua unión; es
lo cierto que cada una aisló sus intereses, declaró su
propósito de no intervenir en los negocios de las otras, y vinieron a
tratarse entre sí, como si nunca hubiesen estado ligadas […]” (ANCR, Fondo Congreso, N° 6068).
El diagnóstico de volio planteado en su informe al Congreso fue apoyado ampliamente por este, como se puede
apreciar en la respuesta oficial que brindó el Senado. En este
documento, que en principio hace una referencia a la discusión existente
sobre el futuro de la unión con Centroamérica, termina por
concluir no solo la extinción de todo tipo de cercanía con las
demás repúblicas centroamericanas, de cuyos lazos –
agregaba - no existía esperanza de recuperación alguna. Asu vez, el progreso costarricense se relacionaba con la
separación de caminos entre Centro América y Costa Rica.
Así se exponía que:
“Nuestra separación
definitiva fue la señal del principio de nuestro progreso. De esa época para acá datan
los monumentos que nos honran, desde entonces fue que tuvimos rentas, que
tuvimos caminos, que tuvimos educación, en una palabra cuanto hoy
valoramos” (Idem).
La confirmación de
percepciones de la elite costarricense, o al menos un grupo importante de esta, en contraposición
con Centro América y los centroamericanos puede apreciarse en un
interesante y agitado intercambio epistolar entre el ministro plenipotenciario
en Washington, Luis Molina y Bedoya, y volio
Llorente, efectuado pocos meses después de la salida de Barrios Espinoza
de Costa Rica. El ministro, nacido en Guatemala y quien había servido
cargos diplomáticos para El Salvador, había concordado con volio en la necesidad de no conceder el asilo a Barrios
(ANCR, Fondo Relaciones Exteriores, Caja N° 43). No obstante, y pese haber
ejercido como representante de Costa Rica por un largo periodo de tiempo, se
consideraba a sí mismo un recio unionista. De tal forma, con motivo del
informe del canciller al Congreso le escribió lo siguiente:
“La principal
fuente de divergencia entre nosotros: Ud.es Costarricense, exclusivamente la
fuerza del nativismo le hace negar y rechazar la union
centroamericana, a
excepción del caso de invasión filibustera, creyendo que la
suerte de esos Estados esta fijada definitivamente
con absoluta independencia y talvez que tiene cada uno, o al menos CR, los
elementos de desarrollo necesarios para constituir una nación capaz de
bastarse a sí misma y de hacerse respetar. Yo nací, me crié y permanezco Centro Americano […]
(sic)” (ANCR, Fondo
Relaciones Exteriores, Caja N° 44:10:B)
La respuesta de Volio reflejaba el “nativismo” planteado por
Molina, además, establecía
muy claramente la noción de la visión que se fue imponiendo
dentro de la oligarquía en relación con Centro América:
“Yo sé
perfectamente que Costa Rica es un país pequeño, desprovisto de
toda clase de recursos, sin elementos para hacerse respetar y que su debilidad
la expone a mil peligros, decepciones y a veces faltas de consideración;
pero por otra parte conozco que la unión con los otros Estados de Centro
América no la
haría cambiar esta situación, complicaría sus dificultades
y aumentaría su debilidad y su miseria, sujetándola además
a sufrir las consecuencias del necio orgullo de sus vecinos […]
[…] Lo mismo
que Ud. nací centroamericano; pero solo quiero ser costarricense, y nada
deseo tanto como que en el exterior se sepa que esta República nada
tiene de común con las que un día formaron la Federación,
en buena hora tan ilógica y tan imposible que no
volverá a pensarse en ella mientras subsistan las condiciones
actuales de aquellos pueblos” (ANCR,
Fondo Relaciones Exteriores, Libro copiador, N° 140, f. 36).
Como puede apreciarse, la
visión de diferenciada que planteaba la paz costarricense
con el conflicto permanente en el resto de países, que se había
ido construyendo en los años anteriores tuvo un cambio de tono. Esta
consistía en entrelazar ambos componentes, de forma que las
particularidades costarricenses se encontraban dentro de un medio amenazante:
Centro América. Por ello, volio planteaba la
necesidad de construir una imagen internacional, para que los países
ajenos al istmo pudiesen conocer las diferencias entre Costa Rica y
Centroamérica. Igualmente, las consecuencias políticas de la
ruptura planteadas por Molina, eran soslayadas por algunos de los personajes
más conspicuos de ese periodo. En tal sentido señalaba el Dr. Castro
Madriz:
“Yo
creo que la suspensión de relaciones que ocurrido el Gobierno de El
Salvador, seguramente también el de Nicaragua y remotamente el de
Guatemala es más perjudicial a sus respectivos pueblos que los de Costa
Rica, y que
ésta debe manifestarse fría e indiferente en semejante
emergencia” (Castro, 1865).
Desde esta línea, la
amenaza a la supervivencia del naciente Estado pasaba de ser un componente
ligado a las grandes potencias de la época y a las antiguas
metrópolis, para estar vinculado con las actuaciones seguidas por las
repúblicas centroamericanas. Inexorablemente, en el imaginario, los
futuros de Costa Rica y Centro-América habían sido bifurcados. La
excepcionalidad solo podía consolidarse con la existencia de una
normalidad odiosa y malsana, compuesta por el resto de Estados
centroamericanos. La consecuencia, en términos de política
exterior, fue la supresión de la idea de una unión futura, para
convertirse en un intento del pasado, infructuoso, que debía ser
superado.
¿Cuán difundido se encontraba el discurso descrito en los
acápites anteriores dentro de la sociedad costarricense?;
¿qué matices tomaba el discurso al eliminar las
“cortesías” diplomáticas? En la Hemeroteca Nacional
se conservan para el caso que se estudia en este artículo La Gaceta
Oficial y el semanario El Ensayo8. En este último se efectuó una detallada crónica de
los sucesos relativos al asilo brindado al general Barrios. Estas reflejaban la cercanía que
tenían tanto el dueño, Fulgencio Carranza, como el editor,
Mauro Aguilar, con las ideas soberanistas expresadas por el gobierno. Si bien
con esta evidencia no puede concluirse que el gobierno alcanzó un apoyo
interno generalizado a causa de una acción de política exterior;
lo cierto es que los sucesos vinculados con Centro-América y la amenaza
existente facilitaban la difusión de las visiones identitarias
basadas en la excepcionalidad costarricense y la peligrosidad centroamericana,
de las cuales las ediciones de El Ensayo son un buen ejemplo. En este sentido,
el estudio de las noticias vinculadas a este evento permite apreciar el
contenido que era presentado a la población alfabetizada.
La cobertura de El Ensayo
inició con la llegada de Barrios Espinoza a San José. Al parecer
este hecho produjo sentimientos encontrados en el país. El 11 de enero,
el editor del semanario describía la llegada de Barrios de la siguiente
forma:
“La
semana antepasada llegó á esta ciudad
el Sr. General Barrios acompañado a su llegada por una numerosa concurrencia,
que con anterioridad se había adelantado algunas leguas á topar al ilustre proscrito. Ya entre nosotros ha sido visitado por toda, ó casi toda la sociedad Josefina que le ha dado no pocas
muestras de simpatía y aprecio, queriendo sin duda hacer una formal
protesta contra ciertas exigencias de las otras Repúblicas Centro
Americanas…” (El Ensayo,
1865, 1/11, p. 1)
En ese mismo
periódico se publicó posteriormente una carta de respuesta, firmada por “Unos
costarricenses” que contradecía estas apreciaciones al indicar
que:
“Es sobre
manera sensible que el Señor Redactor haya dado cabida en las columnas
del “Ensayo” á un artículo
que de suyo no tiene una correspondencia
real y positiva; cuando fueron muy pocas las personas que se dignaron favorecer
al expresado General, en su ingreso á esta
ciudad; habiendo sido la mayor parte de ella parientes de Su Señora, y
tres ó cuatro emigrados movidos por la
identidad que con el conservan en principios políticos.- Mas ahora, si por
esto se ha lanzado nuestro articulista á
deducir que la sociedad Josefina, abriga fuertes simpatías en favor de
Barrios, por cierto que una lógica muy peregrina…” (El
Ensayo, s.f.)
A esta discusión
inicial siguió un apoyo decidido a favor de la postura asumida por el
gobierno. En este sentido, completamente libre de óbices
diplomáticos, en el mismo número el redactor del semanario
efectuó una serie de notas y artículos cortos dirigidos a
respaldar la decisión del gobierno y a construir una explicación de la
situación política que se experimentaba. Desde esta perspectiva,
señalaba en referencia a los gobierno Guatemala y El Salvador:
“¿Creerá
el partido servil ó conservador dominante hoy
en otras secciones de
Centro-América que nosotros hemos perdido, ó
sacrificado como ellos en las ambiciones o el interés personal el
pundonor nacional? - ¿Creerán acaso, que por debilidad dejaremos
hollar impunemente nuestra soberanía y nuestro orgullo de pueblo libre?
Oh! Se equivocan, si tal creen: el pueblo entero tiene á honor repetir
con su Gobierno las nobles y valientes frases con que el H. Ministro Sr. Volio ha sabido revindicar el honor nacional” (sic) (El Ensayo, 1865, 1/11, p. 1).
Más adelante, en el
mismo artículo, las comparaciones para fundamentar la superioridad
costarricense fueron arto groseras y despojadas de
toda cortapisa. No obstante
reflejar solo la opinión del periódico en cuestión, lo
cierto es que dichas ideas estaban rondando a la sociedad costarricense desde
mediados del siglo XIX.
“En efecto,
no puede haber mancomunidad de ideas ni intereses entre dos países, si
se quiere antípodas. Guatemala cuando se independizó Centro
América era, como la Metrópoli, la más adelantada de los
seis Estados. Allí habían más luces y mayores riquezas,
Costa Rica entonces casi no existía: tal era el atraso en que se
encontraba. Hoy Guatemala ha retrocedido cien años, y se encuentra
respecto de Costa Rica en un nivel muy bajo; y más bajo aun respecto de
su anterior posición. […] […] Los que manejan el estado en
Guatemala propenden por el absolutismo, están educados bajo las ideas de
privilegios y distinciones sociales, y tienen horror a todo aquello propenda á igualar las clases, y predican por la desigualdad
de sangre y castas. En Costa Rica no hay círculo exclusivo que maneje
los intereses de la nación, y los que hoy forman gobierno son
republicanos de corazón amantes de su país y que profesan las doctrinas más
benéficas y humanitarias del siglo” (sic) (El Ensayo,
1865, 1/11, p. 1).
Para los autores de estos
extractos, en realidad la situación que se había presentado con
el asilo político otorgado y la subsiguiente ruptura no era casual. No
resultaba viable explicar el problema desde sus características
inmediatas. El conflicto que
envolvía a Costa Rica con sus vecinos se urdía en causas
más complejas, que incluso podían encontrarse en la
constitución de los cuerpos políticos de Costa Rica y los
demás países centroamericanos. En este caso, dado que el
conflicto se concentraba primordialmente con Guatemala, el cronista se enfocaba
en establecer las diferencias entre los grupos gobernantes de ese país y
Costa Rica. Por consiguiente, mientras Guatemala (y junto con ella
Centroamérica) se mostraba inmovilista y atrasada, Costa Rica se
identificaba como progresista y moderna. Esta reproducción de diadas
permitía plantear con facilidad la visión de excepcionalidad que
las diversas facciones de la oligarquía costarricense estaban
construyendo, con la ventaja de establecer el entorno regional y el caso
particular de Barrios como una evidencia sensible de estas afirmaciones.
En las publicaciones del 9 y
26 de febrero, que se produjeron con posterioridad a la ruptura oficial de relaciones
diplomáticas, el editor y sus colaboradores utilizaron un lenguaje
más áspero e insultante.
“Un
particular puede muy bien romper sus relaciones á
la hora que se le antoje sin que nadie pueda quejarse, porque á nadie se perjudica; pero los gobiernos deben
actuar de muy distinto modo: su conducta está sugeta
á reglas establecidas en los principios del derecho internacional. Estas
reglas pues, no están al antojo y al capricho de cada uno, y si se falta
a ellas su resultado es una grave responsabilidad de que tendrán que dar
cuenta en su día los Gobiernos del Salvador y Nicaragua. En cuanto á
Costa Rica si las cosas no pasan del actual estado, lo que debemos esperar de
la prudencia y tino de la administración, más bien tendrá
que felicitarse por la ruptura de las relaciones con las otras
Repúblicas. Nuestras relaciones con los Estados C. Americanos estaban
reducidas desde hace mucho tiempo á un
pequeño comercio que traia ropa de lana de
Guatemala; azúcar, arros, sombreros, petates,
rebosos y tabaco del Salvador; sombreros, petates, jáquimas, cacao y
ganado de Nicaragua, cosas que se pagaban a dinero constante, porque ninguna de
nuestras producciones se consume en aquellos estados. Hoy pues esos productos
se manufacturan en el país, porque la necesidad es madre de la
industria, ó se traerán de otra parte
donde se puedan pagar con nuestro café; de modo que los Estados pierden
un mercado regular, y Costa Rica gana unos centenares de miles de
pesos”(sic) (El Ensayo, 1865, 2/9, p. 1).
Las expresiones del redactor
demuestran que existían en las clases letradas dentro de la sociedad
costarricense, más allá del gobierno de turno, claras muestras de confianza en las oportunidades de
sobrevivencia del recién creado estado. Estas se sobreponían a
las dificultades que podía causar la ruptura con los países del
istmo, que fueron consideradas insignificantes. En otros términos, el
progreso y la futura riqueza se encontraban más allá de
Centroamérica y, por el contrario, mantener una relación cercana
con las antiguos miembros de la República Federal significaría
una rémora o, peor aún, un riesgo para el esperanzador porvenir
costarricense. ¿Cuáles fueron las razones esbozadas por los
redactores de El Ensayo para justificar ese presente? La respuesta fue
establecida en la edición del 26 de febrero, donde se publicó lo
siguiente:
“Bien miradas
las cosas, Costa-Rica nada pierde con el rompimiento de toda relación.
Los lazos que un día unieron a la República Federal de Centro-América más bien eran
ficticios que verdaderos lazos fraternales, no existiendo como no ha existido
nunca la cacareada identidad de origen, de costumbres, de hábitos ni de
leyes. En el pueblo Costarricense domina el elemento blanco descendiente de
colonias gallegas, que como es bien sabido se conservaron en la
península ibérica libres de toda mezcla con los árabes ó moriscos africanos, mientras que en las otras
Repúblicas Centro americanas, por una parte las masas son indias, y por
otra parte el elemento blanco desciende de colonias venidas de los reinos
meridionales de España que durante siete siglos estuvieron bajo
dominación de los moriscos; de ahí la profunda diferencia que se
nota en los hábitos y costumbres de ambos pueblos, y de aquí
también las revoluciones periódicas en unos, y la paz y el
progreso en el otro”(sic) (El Ensayo, 1865, 2/26, p. 1).
De esta forma el cronista
ligaba el presente y el destino de Costa Rica, así como el resto sus
vecinos con pasado conformado por la conquista y la colonización
española. Esta descripción caracterizaba a la población
costarricense como pura y, de seguido, la comparaba con la población del
resto de Centroamérica, que se establecía como el producto de las
mezclas raciales de árabes y, posteriormente, de población nativa. Es decir, la causa de
un conflicto puntual se planteaba como una nueva diada entre pureza y
mestizaje, parangón que resultaba muy útil para explicar la
situación de riesgo que por su excepcionalidad experimentaba el
país a causa de sus vecinos. Por consiguiente, el discurso relacionaba
el asilo a Barrios como un ejemplo de un estado civilizado, y la ruptura
política de los países centroamericanos como un acto propio de
pueblos inferiores. Estos elementos serán claramente retomados y
profundizados en las décadas siguientes en el ámbito interno para
difundir una identidad nacional en Costa Rica (Palmer, 1992).
Sin recibir apoyo del gobierno costarricense para sus intereses de
restauración, Barrios abandonó el país en mayo de 1865.
Meses después, realizó un intento de golpe en su país, que
se saldó con un desastroso resultado. De tal forma, tras la derrota se
dirigió a Panamá, pero el navío en que escapó
debió atracar en el puerto de Corinto, donde fue detenido por las
autoridades nicaragüenses. Con la promesa de que la vida del ex presidente
no corría ningún riesgo fue entregado al gobierno
salvadoreño. Sin hacer mayor caso al compromiso, Barrios fue sometido a
un consejo de guerra y luego fusilado el 29 de agosto de 1865 (Sáenz,
1996, pp. 300-301).
La salida de Barrios permitió que se restablecieran las relaciones
diplomáticas con Nicaragua y Honduras (ANCR, Fondo Congreso, N°
6086). No fue el caso de Guatemala y El Salvador, que se mantuvieron
interrumpidas por algunos años más. Empero, la guerra
centroamericana de 1863 y, en especial, el problema del asilo habían
consolidado en el discurso identitario de la
oligarquía costarricense la idea de que, por su diferencia con el resto
de los estados centroamericanos, se encontraba más amenazado por su
entorno cercano que por las potencias europeas o los Estados Unidos. Esta
percepción de amenaza contribuyó a establecer un rechazo por la
idea, así como por los procesos unión centroamericana en los
años posteriores a estos acontecimientos, por lo que replanteó
nuevos mecanismos de relación con sus vecinos, los cuales deben ser
estudiados con mayor detenimiento.
El caso en cuestión también demuestra como los
acontecimientos internacionales, en especial las coyunturas
problemáticas en el entorno centroamericano que afectaron directamente
al país, fueron un acicate del proceso de elaboración del discurso
nacional costarricense, que merece ser estudiado con mayor profundidad en otros
momentos históricos. En esta línea, parece que en este periodo la
política empezaba a estar impregnada de elementos del discurso identitario nacional, pero al mismo tiempo se configuraba
como un instrumento de autoafirmación.
Desde esta perspectiva, a modo de hipótesis y como objeto de estudio
posterior, debe analizarse como la agenda de política exterior
costarricense ha contribuido a galvanizar las diferencias políticas
existentes entre las distintas facciones dentro del país. Lo que no
parece quedar claro, aún, es cuándo y cómo se empezó a perfilar un rol internacional
que fue aceptado o modificado por el resto
de la sociedad internacional. Componente que también debe estudiarse en
investigaciones posteriores.
1 Empero en ciertas
academias se ha producido una clara preocupación por analizar historiográficamente esta relación.
Sobre las dificultades del uso de nuevas metodologías
historiográficas para comprender el fenómeno resulta significativo
el primer capítulo del texto
Walter Hixson (2008).
2 Entre estos
esfuerzos de investigación se encuentran los de obregón Loría (1951), López vallecillos (1965),
González víquez (1973), Meléndez
Chaverri (1978) y Sáenz Carbonell (1996).
3 En este
desarrollo fue fundamental el texto Bloom (1990). Por otra parte, sobre los
cambios en el estudio de la política exterior pueden verse el texto Beasley, Ryan y Snarr (2002, pp. 321-348).
4 otro ejemplo de
este viraje pueden verse en William Wallace (1991, pp. 65-80), Antony Smith (1992, pp. 55-76) y Lisbeth Aggestam (1999).
5 Una
discusión sobre este concepto en Murillo Zamora (2012).
6 De acuerdo con
los datos aportados por un estudio realizado por Iván Molina
Jiménez (2008), para 1864 solamente un 15,7% (21,2% de los varones y
10,4% de la mujeres) de la población se encontraba alfabetizada.
7 Respecto de las
intervenciones europeas en América, el gobierno costarricense mantuvo
una clara neutralidad hacia los casos de México y el Perú. ver en este sentido ANCR, Fondo Congreso
N° 6044. Asimismo, en relación con la Guerra del Pacífico y
como justificación a la ausencia
de los sendos congresos convocados por el Perú para condenar las
acciones españolas en la memoria al Congreso de 1866, con suma practicidad
el entonces secretario de Relaciones Exteriores
Julián Volio Llorente señalaba:
“Costa Rica ha tenido que lamentar los conflictos que estas dos repúblicas hermanas y amigas,
se han encontrado últimamente, con la España,
absteniéndose de tomar parte en una cuestión que, por más
que se diga, no afecta inmediatamente sus intereses, ni compromete su
seguridad.” ANCR, Fondo Congreso, N°6879.
8 Dicho inventario
se encuentra en la página electrónica de la Biblioteca Nacional,
en dirección electrónica: http://www.sinabi.go.cr/biblioteca%20digital/periodicos/index.aspx.
Igualmente, puede consultarse la obra
de Quesada Camacho (1986).
a)
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Mensaje del Presidente de la República de Costa Rica al Congreso
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5jaWFsy3J8Z3g6M2E1NzA0NTJhZjBmyjM5oA..
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(1865), Mensaje del Presidente de la República de Costa Rica al Congreso
Nacional de 1865. En
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Recuperado de 5 de enero de 2014.
ANCR, Fondo
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ANCR, Fondo
Relaciones Exteriores, Caja N° 43. Carta de Luis Molina al canciller
Julián volio Llorente, 19 de diciembre de
1864.
ANCR, Fondo
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Julián volio Llorente, 14 de julio de 1865.
ANCR, Fondo
Relaciones Exteriores, Libro copiador, N° 140, f. 36. Carta de
Julián volio Llorente a Luis Molina y Bedoya,
10 de agosto de 1865.
volio, J. (1865). Nota del canciller volio
Llorente a los gobiernos de Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua, 5 de
enero de 1865. Extracto en El Ensayo, 11 de enero de 1865. En página
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Carlos
Humberto Cascante Segura: Universidad
de Costa Rica / Universidad Nacional Costa Rica. Licenciado en Derecho por la Universidad de
Costa Rica. Máster en Diplomacia por la Universidad de Costa Rica.
Máster del Programa Centroamericano en Historia de la Universidad de
Costa Rica. Profesor de la Escuela de Relaciones Internacionales de la
Universidad Nacional. Profesor del Programa de Maestría en Diplomacia de
la Universidad de Costa Rica.
Dr. Juan José Marín Hernández,
Catedrático. Director del Centro de Investigaciones Históricas de
América Central. Universidad de Costa Rica. Costa Rica. juan. marin@ucr.ac.cr
Dr. Ronny Viales Hurtado.
Catedrático. Historia Económica y Social. Universidad de Costa
Rica. Director de la Escuela de Historia. Costa Rica. ronny. viales@ucr.ac.cr
Dr. David Díaz Arias: Catedrático. Historia
Política, Director del posgrado de Historia y Docente de la Escuela de
Historia, Universidad de Costa Rica, Costa Rica. david.diaz@ucr.ac.cr
MSc. Francisco Enríquez. Historia Social. Universidad
de Costa Rica. Costa Rica. francisco.enriquez@ucr.
ac.cr
Dra. Ana María Botey.
Historia de los movimientos sociales. Universidad de Costa Rica. Costa Rica.
abotey@gmail.com
Dr. José Cal Montoya. Universidad de San Carlos de
Guatemala. Guatemala. jecalm@correo.url.edu.gt
Dr. Juan Manuel Palacio. Universidad Nacional de San
Martín. Argentina. jpalacio@unsam.edu.ar
Dr. Eduardo Rey. Universidad de Santiago de Compostela.
España. ereyt@usc.es
Dr. Heriberto Cairo Carou.
Departamento de Ciencia Política y de la Administración III -
Universidad Complutense de Madrid. España. hcairoca@cps.ucm.es
Dra. Rosa de la Fuente. Departamento de Ciencia
Política y de la Administración III Universidad Complutense de
Madrid. España. rdelafuente@cps. ucm.es
Dr. Javier Franzé.
Departamento de Ciencia Política y de la Administración III Universidad
Complutense de Madrid. España. javier.franze@cps.ucm.es
Dr. Jaime Preciado Coronado Departamento de Estudios
Ibéricos y Latinoamericanos. Universidad de Guadalajara. México.
japreco@hotmail.com
Dr. Gerónimo de Sierra. Vicerrector de la Universidade Federal da Integração
Latino-Americana (UNILA) y Departamento de Sociología, Facultad de
Ciencias Sociales de la Universidad de la República. Uruguay.
geronimo@fcs.edu.uy
Dr. Antonio Palazuelos.
Departamento de Ciencia Política y de la Administración III -
Universidad Complutense de Madrid. España. palazuelosa@cps.
ucm.es
Dr. Werner Mackenbach.
Universidad Potsdam. Alemania. werner.mackenbach@uni-potsdam.de
Dr. Guillermo Castro. Ciudad del Saber Panamá.
Panamá. gcastro@cdspanama.org
Dra. Natalia Milanesio.
University of Houston. Estados Unidos.
nmilane2@Central.UH.EDU
Dr. Ricardo González Leandri.
Consejo Superior de Investigaciones Científicas - España.
España. rgleandri@gmail.com
Dra. Mayra Espina. Centro de Estudios Psicológicos
y Sociológicos, La Habana. Cuba. mjdcips@ceniai.inf.cu
Dra. Montserrat Llonch.
Departamento de Economía e Historia Económica Universidad
Autónoma de Barcelona. España. montserrat.llonch@uab.es
Dra. Estela Grassi. Universidad
de Buenos Aires. Argentina. estelagrassi@gmail.com
Dra. Yolanda Blasco. Universidad de Barcelona.
España. yolandablasco@ub.edu
Dr. Alfredo Falero. Departamento de Sociología. Universidad de
la República. Uruguay. alfredof@adinet. com.uy
Portada:
Fotografía:
“Jardín del Edén: una modesta hondureña se esconde
detrás de una hoja gigante de banano con forma de remo”. Tomada
del artículo: Una óptica igualitaria: Autorretratos,
construcción del ser y encuentro homo-social en una plantación
bananera en Honduras de Kevin Coleman. Volumen 15.2. Año 2014- 2015.
Fuente: Colección Propiedad de Getty Images.
Equipo Técnico Editorial:
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