Ramón Garibaldo
Valdéz
Mario Bahena Urióstegui
Palabras claves
Tesoros: actividades culturales, música
contemporánea, música pop, construcción de la
nación.
Thesaurus: cultural
activities, contemporary music, pop music, nation building.
Fecha de recepción: 2 de mayo de
2014 - fecha de aceptación: 1 de octubre de 2014
Este artículo describe el proceso como el rock
pasó de ser considerado una expresión cultural ajena a
convertirse en el eje de promoción
regional de unificación al romper las barreras nacionales erigidas
durante el siglo XX. Argumenta que la base
de este desliz cultural se debió al capitalismo auditivo, la posibilidad
de compra-venta de bienes culturales,
permitiendo su sustentabilidad económica. No obstante, debido a su
origen extranjero, el rock
interactuó, retó y puso a la defensiva identidades nacionales
patrocinadas por el Estado en la primera mitad del siglo XX, en particular en México. En varias ocasiones, esta
defensiva cultural se convirtió en una lucha política de
represión política directa en varios países
latinoamericanos. Sin embargo, en los ochenta el rock salió de su clandestinidad y las clases bajas comenzaron a
usar este medio como plataforma de expresión de su injusta realidad, convirtiendo al rock en una demanda
política, pasando así de las clases altas hasta la clase baja.
Con la llegada de MTV en 1993, las fronteras
culturales nacionales se colapsaron en el imaginario de la audiencia, y los
espacios geográficos se expandieron al incluir a Brasil, Miami y
España. Así, el medio cultural que en los cincuenta pertenecía a la clase alta y en los setenta puso
a la defensiva a varios gobiernos, en los noventa se convierte en el medio por el cual se cartografiaba una nueva comunidad
iberoamericana en el imaginario colectivo de los jóvenes.
This article describes the historical process through which the music
rock went from being a foreign cultural intrusion to become a cultural axis of
regional identity by overcoming the national berries built in the early 20th
century. We argue that the underlying basis of this move was audio capitalism:
the ability to exchange cultural goods for money, ensuring the music economic
sustainability. In the 50’s only the upper class was able to travel
abroad, buy and play the emerging music of rock and roll that represented the
post-war youth. However, due to the rock’s foreign origins, it
interacted, challenged and put on the defensive national cultures with state
support, in particular in Mexico. On several occasions, this cultural defense
became a political repression in numerous countries. In the 70’s, several
local governments banned the rock and roll music, creating an underground scene
where rock not only survived but thrived. Nonetheless, in the 80’s rock
and roll came out of its clandestine status, and the lower classes started
using it as a platform to express their unjust reality, turning their music
into political demands. In the 80’s, rock and roll became expression of
the lower class, crossing different social classes in three decades. With the
advent of MTV Latino in 1993, the cultural national frontiers collapsed in the
imaginary of the audience, and the geographical spaces expanded to include
Brazil, Miami, and Spain. Thus, the cultural medium that in the 50’s was
part of the upper classes and in the 70’s put on the defense several
Latin American governments, on the 90’s became the medium through which a
new Ibero-American community was imagined in the
youth that bought the music or watched MTV Latino.
Desde 1998, cada año —con la
excepción de 1999 y 2000— miles de personas de varias clases
sociales y lugares de procedencia se reúnen en el ForoSol
para uno de los eventos musicales más importantes del continente: El
Festival Iberoamericano de Cultura Musical Vive Latino. Aunque se promueve como
un “festival de rock,” bajo las carpas del evento en tierra
mexicana convergen una gran variedad de legados e identidades culturales y
artísticas. Así se convierte en un frenesí musical en el
que no es sorprendente encontrar a una banda de “ritmos mayas”
precediendo a un cantante de folk-rock español, quien a su vez comparte
la cartelera con una banda de rock alterno de los Estados Unidos y un DJ de
Colombia. Entre letreros promocionando cervezas y marcas de ropa —una
clara insignia del consumo de productos culturales/identitarios—
celebran jóvenes, en su mayoría de México, Centro
América y Sur América. En estos días, la audiencia de la
región corea canciones que, como aquellas interpretadas por Molotov y La
Vida Bohéme en el
Vive Latino 2012, celebran varias identidades y, a su vez, critican fuertemente
a gobiernos tanto de “izquierda” como de “derecha”.
Pero, es en esta escena estruendosa y colorida que el sueño de
Simón Bolívar —“formar en América la
más grande nación del mundo” (Bolívar, 1967, p. 37)— se siente como una realidad tangible en aquellos
que participan: jóvenes de diferentes países y de diferentes
razas y estratos sociales consumen y celebran una misma expresión
cultural por la cual canalizan una forma de entender su mundo. De esta forma el
Festival Vive Latino se convierte en una demostración de cómo el
rock iberoamericano, a pesar de sus
orígenes extranjeros, ha reafirmado y redefinido la idea misma de
América Latina como una posibilidad de unificación cultural que
incluye incluso a Brasil, España
y las comunidades de habla hispana en Estados Unidos.
Este
artículo explorará la forma como el rock and roll —o
rocanrol— pasóde representar lo
extranjero que amenazaba la visión idílica de la nación
mestiza autóctona a convertirse en un eje cultural fundamental en la
posibilidad de una unificación
regional que sobrepasa la heterogeneidad cultural de la región. Desde sus inicios cuando el rock iberoamericano se
desarrolló y expandió su audiencia, interactuó con,
contradijo —y puso a la defensiva— a identidades nacionales
establecidas de la región. Durante este tiempo, este estilo musical se
deslizó desde las márgenes culturales hacia el centro,
convirtiéndose en frente cultural promotor de unidad regional al
desarrollar una cultura transnacional hispanoparlante y que llegó a
incluir hasta lusoparlantes. Y la base de este desliz
de la periferia al centro fue el capitalismo auditivo, la posibilidad de
compra-venta de la música de acuerdo con los gustos del consumidor.
Dicha posibilidad, característica del neoliberalismo que llegó a la región a finales de
los setenta, permitió que el rock sobreviviera sin la ayuda económica del Estado. El rock en
Latino América ha sobrevivido gracias a su audiencia que en su momento
gastó su dinero en la música. El argumento subyacente de este artículo es que, gracias
al capitalismo auditivo, el rock pudo establecerse como una expresión
cultural autosustentable entre la población de la región sin
necesidad de subvenciones estatales de ninguna índole. El capitalismo
auditivo, la posibilidad de compra-venta de bienes culturales auditivos, basado
solo en el interés del consumidor permitió que el rock existiera
entre “lo popular” y “lo culto” (García Canclini, 1995, p. 37). Siguiendo la tradición de
culturas e identidades llegadas a Latinoamérica que se mezclan con las
identidades autóctonas, el rock iberoamericano ha venido a cambiar el
medio así como las imágenes sobre por las cuales se imagina una
región entera a sí misma.
Así el rock que se produce en los
países hispanoparlantes y de habla portuguesa refleja los
procesos culturales que, de ser originalmente juzgados extranjeros y
extranjerizantes, pudieron llegar a centralizarse como polos culturales de la
asimilación. Y, por otro lado, pudieron convertirse en la
expresión de lo autóctono que re-fuerza ciertas identidades
establecidas mientras desarrolla otras. En la primera parte, se
describirá la llegada de la música rock a América Latina
como una expresión cultural “ajena”, además la manera
en que fue vista como una amenaza a las identidades nacionalistas de la
época. Se analizará las hibridaciones culturales por las cuales
este género pasó para convertirse en una expresión
“propia” de la región. En la segunda parte, se
describirá el proceso a través del cual la
comercialización masiva del rock iberoamericano conllevó a la
reafirmación de la comunidad latinoamericana
como una entidad unificada bajo nexos culturales que admitían expresiones heterogéneas. En la tercera parte,
veremos la nueva cartografía de la comunidad imaginada que nació
a través de esta forma de expresión artística. Veremos cómo
el rock redefinió las fronteras tradicionales de lo que se llama Latino
América y las remplazó con el término “Ibero
América”. Hemos querido usar esta particular expresión
musical por los cruces y entrecruces culturales (local vs. extranjero),
ideológicos (izquierda vs. derecha), clasistas (altas, medias y bajas) y
étnicos (eurodescendientes, mestizos,
afrodescendientes e indígenas) que se encuentran, dialogan y se expresan
a través de la música del rock
and roll. Pero más importante, para empezar a cambiar el
desdén intelectual que existe en la región al ser el rock
todavía considerado como “extranjero” por ciertas elites
epistemológicas, además de no ser apreciado como una
expresión cultural digna de análisis académico. El rock
iberoamericano es una fuente primaria esencial en la difusión de
lógicas, puntos de vistas, novedades estéticas y grandes
narrativas entre la población latinoamericana como cualquier otro medio
de expresión cultural —novelas, cuentos cortos, películas,
pinturas, etc.— que ya está claramente establecido en el
imaginario colectivo como expresión de la región. Pero más
importante, el rock es una representación artística del
más íntimo sentir de la juventud latinoamericana.
Las culturas que
comenzaron a brotar en América Latina durante la era moderna
contemporánea después de la migración pueblo-ciudad que se
dio durante la industrialización a mediados de siglo, no pueden ser
explicadas simplemente en términos de clase o procedencia. En Consumidores y ciudadanos: conflictos
multiculturales de la globalización,
Néstor García Canclini explica que
durante la segunda mitad del siglo XX, los nuevos medios de producción
mediática y el constante movimiento entre naciones conllevaron a la
“desterritorialización” y a la
“territorialización” de la cultura
(García Canclini, 1995, p. 24). En este
proceso, las identidades nacidas gracias a la radio y a la televisión
—los medios de comunicación emergentes— se combinaron con
las identidades étnicas, raciales y nacionales ya existentes en
Latinoamérica, formando lo que llama “culturas híbridas”
como lo explica en su libro del mismo nombre (García Canclini,
1989, p. 21). En este contexto social de unas inter-expresiones identitarias de “lo propio” —una amalgama
de identidades locales y regionales— aparece el rock and roll estadounidense
en las urbes latinoamericanas. Al llegar en la década de los cincuenta,
la cultura del rock —una cultura descentralizada que dependía de
un medio sujeto a las leyes de mercado
y no de un lugar como las culturas locales— entró en conflicto con
el nacionalismo cultural mexicano. En
ese país, por ejemplo, a través de las expresiones culturales
patrocinadas por el Estado, desde los años veinte se buscaba crear una
ilusión de homogeneidad cultural nacional. Así, las expresiones
culturales de compra-venta auditiva que apelaban a la juventud se enfrentaron
con la cultura mexicana delimitada —y patrocinada— por el Estado a
través de murales, la radio y el cine. De esta forma se enfrentaron dos
identidades culturales a través de dos medios
y sistemas económicos diferentes, una ligada a un lugar
geográfico con financiamiento estatal y otra ligada a la oferta y
demanda del mercado que cruzaba fronteras
nacionales sin ningún problema al apelar al gusto del consumidor. La estabilidad identitaria
sostenida por un nacionalismo oficial de “lo autóctono” se basaba en una narrativa que dividía toda
expresión popular endógena como “buena” y todo gusto
de la expresión extranjera como “malinchismo”,
sinónimo de traición en aquellos tiempos (Messinger
Cypess, 1991, p. 10). La revolución cultural
mexicana, bajo la dirigencia de José Vasconcelos desde principios de la
década de los veinte, usó medios de comunicación
establecidos y emergentes —por ejemplo, murales que rescataban el pasado
indígena y la historia nacional, las películas que celebraban el
charro, lo mestizo, el tequila, y la radio que celebraba la música
mariachi, entre otras— había creado una ilusión de
nación mestiza con una cultura propia que existía dentro del
Estado mexicano. Como resultado, se desarrolló una fuerte conciencia cultural y política celosa
de “lo nuestro” a pesar de la vaguedad de tal concepto en el
imaginario colectivo. Al principio, esta idea de la expresión cultural
de la música rock como extranjera fue reforzada al ser en su
mayoría un lujo de las clases altas, las cuales, debido al alto precio
de los discos de acetato (y muchos de ellos solo vendidos en los Estados
Unidos), eran las únicas que podían comprar y entender la
música estadounidense. En la lógica de un nacionalismo que
celebraba la dignidad de la realidad local, incluyendo al indígena y al
pobre —realidades anteriormente olvidadas por gobiernos
eurocéntricos—, el fenómeno del rock, como producto
cultural extranjero consumido por la clase con alto poder adquisitivo que
podía viajar al extranjero en avión, era una antítesis de
lo que se consideraba “ser mexicano” en los años cincuenta.
Poco a poco, sin
embargo, la música de artistas anglosajones se empezó a filtrar en estaciones de radio latinoamericanas, causando
un revuelo en sectores conservadores parecido al que se vio en Europa y Estados
Unidos. Entre los primeros artistas de rock en ser escuchados en
Latinoamérica estaban Jerry Lee Lewis, Chuck Berry y Elvis Presley. Este
último, con una personalidad energética e hipnótica, se
volvió el modelo a seguir para la primera generación de cantantes
de rock en el continente. A finales de
la década de los cincuenta, gracias a una audiencia cada vez más grande que tenía acceso a la radio y la
televisión, se dio a conocer la primera ola de “rock and roll latino” en el
continente. No obstante, esto no significó que el rock se latinizó completamente
sino que, por el contrario, se reafirmó lo extranjero como
el referente de música juvenil. En México, este movimiento fue
dominado por grupos que en su mayoría se limitaban a interpretar standards de rock
n’ roll en español, tales
como los Teen Tops y los Rebeldes del Rock. Sin
embargo, no por esto fue menor su impacto. Canciones como “La
Plaga” y “El rock de la cárcel” de los Teen Tops se volvieron de entre las más pedidas en
Latinoamérica, tanto en estaciones de radio como en clubes de baile (Los
“Teen Tops”, 1960, pistas 1 y 3). La semilatinización del rock de alguna forma hizo
sentir partícipe a la audiencia, no tanto como oyentes de sonidos
musicales de otro país sino como consumidores y, más importante,
productores de este nuevo fenómeno musical. A pesar de
“traducir” y semi-latinizar canciones
populares del inglés, el rock seguía rompiendo con paradigmas
sociales establecidos durante la ola nacionalista mexicana. Teniendo como
líder al vocalista afromexicano Johnny Laboriel, los Rebeldes del Rock rompieron con la
ilusión del mestizaje racial de la cual dependía gran parte del
nacionalismo mexicano. Esta inclusión de grupos marginados
anticipó los modos en que el rock iberoamericano habría de
cuestionar las ilusiones del imaginario colectivo de homogeneidad cultural. En
Argentina, por ejemplo, el cantante Sandro se ganó el apodo de “el
Elvis de Latinoamérica” gracias a su dinamismo, el cual, cargado
de insinuaciones sexuales, fue adoptado por una juventud que buscaba crear un
legado musical
lejos del tradicionalismo musical y cultural establecido. Bandas como los Shakers de Uruguay y los Flippers
de Colombia se volvieron famosas al introducir el rock n’ roll de Liverpool a audiencias sudamericanas de clase
media, sentando las bases de lo que sería un rock cada vez más
complejo y autóctono. Teniendo éxito en ambientes urbanos en un
continente aún visto como rural, estas primeras bandas fueron
consideradas más una moda pasajera que un nuevo componente en el
panorama cultural. No obstante, durante el primer periodo de rock en
el continente 1955-1965, la intelectualidad latinoamericana se negó a
reconocer al rock como una expresión artística válida de
la región. A pesar de esto, el rock, junto a la moda de faldas cortas y
cabello largo que este traía, comenzó a hacer grietas en la
visión que existía del latinoamericano hasta entonces. La
estética de la juventud en las grandes urbes comenzaba a cambiar.
En los sesenta,
un grupo de Tamaulipas, Los Johnny Jets, inmortalizaron la popularidad de las
minifaldas entre la juventud en su canción “La minifalda de Reynalda” resaltando que se mira “hasta
espalda” (Johnny Jets, 1968, pista1). En esta canción se puede
apreciar la manera en que la hibridación de culturas sucede como una frontera
política donde se produce una forma de vivir entre las dos culturas
principales. Lo que en términos políticos es una manera de
dividir dos naciones, en términos culturales es el punto de unión
entre dos maneras de ver el mundo, con identidades distintas que conviven
diariamente y se combinan a través de prácticas culturales
compartidas. En “Escenas sin territorio” Néstor García
Canclini describe la manera en que la juventud que
creció en la frontera México-Estados Unidos se ve a sí
misma: “Ya que viven en lo intermedio, en la grieta entre dos mundos, ya
que son ‘los que no fuimos porque no cabíamos, los que aún
no llegamos o no sabemos a dónde llegar’, deciden asumir todas las
identidades disponibles” (García Canclini,
2004, p. 205). Fue precisamente en esta frontera donde, gracias a un grupo de
músicos que buscaban expresar una identidad única y que al mismo
tiempo reconocía el legado de sus experiencias culturales,
comenzó a brotar el primer movimiento de rock iberoamericano autóctono:
el rock chicano. Alcanzando su apogeo en los sesenta, las raíces de este
género se remontan a 1958, con el éxito del carismático rockero mexico-americano RitchieValens y su interpretación de “La
Bamba” —una canción veracruzana adaptada a los ritmos del rock n’ roll—(Ritchie Valens, 1958,
pista 1). La música de Valens, así como
la de la mayoría de los artistas “chicanos” de la
época, fue el resultado de un proceso de intercambio cultural y
transculturación. Durante los cuarentas y cincuentas, la
migración de músicos caribeños a comunidades de bajos
recursos en Estados Unidos conllevó a la creación de la llamada latin music —una
identidad musical compartida que en sí misma englobaba a expresiones
como la salsa y el merengue—. Al ser incluidos dentro de la misma
categoría racial que los caribeños, los músicos chicanos
reclamaron el legado de la latin
music yla combinaron con el blues de las
comunidades afroamericanas y con expresiones autóctonas como los
corridos, ambas expresiones culturales propias delas comunidades pobres de
color. De esta manera, nuevas bandas brotaron en las ciudades como San
Francisco, Los Ángeles y Tijuana, combinando los sonidos del rock pesado
con ritmos afro-caribeños y letras bilingües. El más
prominente de estos fue el guitarrista Carlos Santana, quien se entrenó
musicalmente tocando en bandas de mariachi y de jazz latino. Complementando los
sonidos psicodélicos de pioneros como Jimi
Hendrix con una dosis de espiritualidad y percusión, Santana
rápidamente se convirtió en una de las figuras más
prominentes del rock estadounidense, llegando incluso a tocar en el
festival Woodstock. La música debandas chicanas como Santana y War eventualmente llegó a oídos de las audiencias
latinoamericanas, quienes, también influenciadas por el rock
psicodélico de la década, no tardaron en responder con su
propio movimiento, el cual tuvo su punto focal en México. Fue así
como, en el periodo entre 1969 y 1971, nació la “Onda
Chicana” (Zolov, 1999, p. 202).
La Onda
Chicana fue un movimiento que emergió poco después de la Matanza
de Tlatelolco en 1968, durante un clima político en el cual era claro
que toda expresión cultural y política divergente a la
patrocinada por el gobierno sería castigada por la fuerza. A pesar de
esto, la Onda Chicana fue en gran parte apolítica, lanzándose al
grito nihilista de “el sexo, las drogas y el rock and roll”
(Herman, 2009, p. 64). Uno de los mayores triunfos de la Onda Chicana fue la
transformación del espacio
urbano y rural, el cual comenzó a reflejar la cultura cambiante y maleable de los jóvenes. Pueblos como
Coyoacán y Tepoztlán se volvieron centros hippies,
donde la venta de artesanías mexicanas se mezclaba con la de
parafernalia del rock, y bazares como el Tianguis del Chopo en la Ciudad de
México comenzaron a florecer.
Esta hibridez cultural se hizo presente al mismo tiempo en otras partes del continente. En Brasil, la banda Os
Mutantes popularizo la “Tropicana”, un género que combinaba
la música tradicional brasileña con el rock psicodélico,
introduciendo el rock en portugués por primera vez al imaginario del
rock latinoamericano. También por estos años, se originó
en Perú la “chicha”, una variación de la cumbia
colombiana que combinaba ritmos andinos con técnicas musicales propias
del rock inglés, como el uso de guitarras distorsionadas y
órganos eléctricos. Este género musical, también
conocido como la “cumbia psicodélica”, fue considerado la
síntesis de las culturas rurales y urbanas en Perú (Bailon, 2004, pp. 53-54). La Onda Chicana y el rock
latinoamericano alcanzaron su máximo esplendor en uno de los eventos
más destacados de la historia de este género: el Festival Rock y
Ruedas de Avándaro. El 11 de septiembre de
1971, más de 300 000 personas de diversas clases sociales se reunieron
cerca de Valle de Bravo en el estado de México para ver a las 11
bandas más prominentes de la Onda Chicana, entre ellas los Dug Dug’s, Peace & Love y Three Souls in My Mind (Zolov,
2009, p. 204). Con sus abundantes drogas y pocas inhibiciones, Avándaro demostró que lo que en los cincuenta
había parecido una moda pasajera, en los setenta era ya un nuevo
movimiento cultural que había alcanzado a la mayoría de los
sectores de la sociedad. Durante la transmisión en vivo la audiencia
comenzó a gritar la palabra “culero, culero, culero”,
sobrepasando la tolerancia oficial de tal manera que el gobierno
cortó la transmisión radial del evento. Y cuando el vocalista de
la banda Peace & Love
mencionó “¡Chigue su madre al que
no cante!” se volvió a cortar la transmisión. Otra vez, el
rock superó los límites socialmente establecidos sobre lo que era
socialmente aceptable. Para la sociedad tradicional, el rock todavía era
desafiante a pesar de su popularidad entre los jóvenes
estudiantes que buscaban otra forma de expresarse. Una división
entre una elite política tradicional nacionalista y una juventud
clase media que se identificaba con movimientos juveniles de protesta internacionales
crearon dos identidades que, en la lógica gobernante, no podían co-existir. La elite política vio a los
jóvenes rockeros como disidentes culturales en
un ambiente político donde ser disidente cultural era sinónimo de
ser traidor político. En ese entonces, las lógicas delimitantes
del nacionalismo mexicano llevadas hasta sus extremos por el gobierno del
Partido Revolucionario Institucional (PRI), el partido político que se
autoproclamó heredero de la Revolución Mexicana —y que
rescató las demandas de los pobres e indígenas—, no
permitían aceptar al rock como algo propio.
Como
resultado de la paranoia gubernamental, la década de los setenta fue una
década de represión, expresión poética y
consolidación para el rock iberoamericano. Amenazados por la manera en
que esta cultura extranjera se había vuelto parte esencial de los movimientos
estudiantiles, los gobiernos del continente iniciaron una cruzada para
erradicar la producción y distribución del rock en
español. En México, el Festival de Avándaro
trajo consigo una década de oscurantismo comercial para el
género. En 1973, el presidente Luis Echeverría ordenó que
se prohibieran los conciertos de rock en grandes escenarios y clubes, penando
incluso a aquellas estaciones de radio que se atrevieran a transmitir rock en
español (Zolov, 1999, pp. 2017-2019). En
Perú, un país cuya escena musical
apenas empezaba a emerger, la dictadura de Juan Velasco Alvarado confiscó equipos de sonido y bloqueó la entrada de
nuevas grabaciones de rock o el uso de instrumentos extranjeros en el
país, siguiendo los pasos de gran parte de los gobiernos sudamericanos (Turino, 1993, pp. 142-143). En Brasil, las protestas estudiantiles de finales de los sesenta provocaron
que el gobierno promulgara el Acto
Institucional 5, por el cual, en su supuesta lucha contra el comunismo, se
ordenó la persecución de intelectuales, artistas y activistas (Harnecker, 1994, p.
222). Sin embargo, a principios de los setenta, Argentina —una
nación que llevaba casi dos décadas sumida en la represión
estatal— se volvió la encargada de continuar con el legado del
rock iberoamericano a través de su “rock nacional”. Influenciado por el rock
progresivo y el art rock, el rock nacional fue un movimiento liderado por
músicos y poetas universitarios que buscaban elevar el rock a un nivel
artístico no visto hasta el momento, rompiendo con el mito
de que el rock no era un arte “culto”. Las figuras más
prominentes de este movimiento fueron Luis Alberto Spinetta
y Charly García. Spinetta, un joven poeta,
alcanzó fama al liderar bandas como Spinetta
Jade y Almendra, las cuales combinaban el rock en español con géneros
como el jazz, la música clásica e incluso el candombe. Charly
García, por su parte, continuó con el legado de la Onda Chicana,
creando un rock basado en el uso de sintetizadores que pudiera ser al mismo
tiempo complejo y “reventado”. Al principio conocido solamente en
el país, en 1975 el lanzamiento de Artaud de la banda Pescado Rabioso
convirtió al rock nacional en el mayor movimiento musical disidente del
continente. A pesar de su éxito, el rock nacional también
sufrió las consecuencias de la represión política
argentina. En una entrevista, el músico ítalo-argentino Billy
Bond habló sobre el peligro de ser rockero en
esta época: “Eran momentos de represión, eran momentos en
que el sistema estaba apretando mucho… el rock and roll, era una cosa
absolutamente marginal y te trataban como si fueras guerrillero” (Abalos, 1995, p. 109). En 1976, la llegada de un nuevo
gobierno militar trajo consigo una nueva ola de violencia y desapariciones al
país, la cual incrementó la censura del rock. Ante este panorama,
los músicos argentinos comenzaron a escribir críticas cada vez
más discretas en contra del sistema. Uno de los ejemplos más
famosos de estas críticas fue la canción “Los
dinosaurios” de Charly García, la cual trataba el tema de la
desaparición de jóvenes en Buenos Aires en manos de las juntas militares:
“Los que están en el aire/ pueden desaparecer en el aire/ Los que
están en la calle/ pueden desaparecer en la calle/ Los amigos del barrio
pueden desaparecer/ pero los dinosaurios van a desaparecer” (Charly
García, 1983, pista 7). Aunque de fuerte conciencia
política, la sofisticación del rock nacional provocó
que este fuera visto como un modo de arte elitista. Debido a la
prohibición del rock en gran parte de Latinoamérica, solo
jóvenes de clases altas y algunos dela clase media, en su mayoría
universitarios, podían consumir y formar parte de este género.
Ellos participaban en las lógicas y las novedades estéticas que
esta música expresaba. Sin embargo, aquellos jóvenes
músicos influenciados por la primera ola del rock nacional
serían después los arquitectos del rock que habría de
ofrecer una imagen de unidad a Latino América.
Si bien al principio el rock era parte de la clase
alta con una sensibilidad estética desarrollada por su estilo de vida, a
principios de los ochenta en México el rock se convirtió en la
expresión cultural de grupos económicamente marginados. Durante
la represión política de los setenta, la mayoría de los
músicos y fanáticos de rock se congregaban en los llamados
“hoyos funky” o “hoyos fonquis”—bodegas abandonadas y clubes
escondidos que fungían como escenarios de rock clandestino por su prohibición oficial (Zolov, 1999, p. 153)—. Dada
la localización de estos
lugares, los hoyos fonquis eran uno de los entretenimientos
principales de la juventud urbana de clase baja, la cual, debido a los medios
de comunicación masiva, ya había alcanzado una conciencia de
clase. Estos jóvenes eran “nacos”, “pobretones”
e “indios”, portando etiquetas denigrantes que, en las palabras de
Paulo Freire, comunicaban “la negación del ser humano”
(Friere, 1996, p. 102). En una sociedad cada vez más expuesta a las
lógicas opresivas del capitalismo, el poder adquisitivo —o la
falta de este— se convertía en una forma de identificar a grupos enteros. Teniendo el rock como
vehículo de expresión, estos jóvenes comenzaron a producir
un estilo musical que redefinía las etiquetas sociales denigrantes como motivos de orgullo cultural. Las
bandas de esta época dejaron de lado las canciones de amor y las
pretensiones del rock nacional argentino, decidiendo componer himnos
estruendosos que exaltaran la vida de las clases bajas en centros urbanos. En
1983, salió a la venta Botellita
de Jerez, el primer disco de la
banda del mismo nombre, cuyas canciones trataban sobre la vida de un joven en
la Ciudad de México, rodeado de escupe fuegos, policías corruptos
y líneas del metro. Botellita de Jerez lograba llenar estadios
completos, con canciones que, al grito de “¡Lo naco es
chido!”, empoderaban a sus audiencias de clase baja (Kun,
2005, p. 206). De igual manera, el grupo Three Souls in My Mind,
conocido también como “El Tri”
pronto se convirtió en el principal embajador del rock mexicano, con
canciones que cada vez lamentaban más la deplorable condición de
ciertos grupos sociales en el país. Una de estas fue “El
niño sin amor”, la cual revelaba la realidad de los miles de
niños ambulantes que vivían en extrema pobreza en la Ciudad de
México: “El miró/ suplicó/ vendió globos y
chicles, limpio parabrisas/ Aprendió a vivir/ entre miles de gentes que
siempre traen prisa/ Ese niño no conoce el amor” (El Tri, 1986, pista 5). De esta manera, el rock mexicano se
volvió un medio de conciencia social, comunicando una demanda
política e inspirando a las clases bajas a transformar su identidad de negación social en una cultura
que podía ser amplificada gracias a los nuevos
medios. Entonces, el rock pasó de representar exclusivamente a la clase
alta con elevado poder adquisitivo en los cincuenta y principios de los sesenta,
a la clase media de finales de los sesenta y setenta, a representar a la
clase baja en los ochenta. En México, este rock con conciencia
social preparó el terreno para la explosión que habría
de ocurrir a finales de la década.
En la
década de los ochenta, el rock iberoamericano dejó de ser
simplemente una expresión cultural ajena asociada con clases pudientes
para convertirse en aquello que expresaba las realidades económicas
más injustas de la región. Pero, también durante esta
época, el rock se convirtió en el vehículo que
hacía tangible la nación latinoamericana. El rock permitió
la posibilidad a su audiencia de sentirse contemporáneos unos de los
otros al pertenecer a la misma comunidad en un lugar geográfico
específico. Benedict Anderson define la
nación como un grupo de personas que se imaginan a sí mismas como
parte de una misma comunidad, debido a los medios de comunicación que
crean una auto referencia de aquellos que se consideran como parte de la
comunidad. No obstante, esta comunidad “tiene fronteras finitas, aunque
elásticas” (Anderson, 1993, p. 25). Según Anderson, la creación
de las naciones modernas fue el resultado de lo que denominó el capitalismo
impreso —la habilidad de
imprimir textos y distribuirlos en masa debido al interés comercial en
el idioma del texto (Anderson, 1993, p. 73)—. La
palabra impresa en la lengua vernácula no solo permitió una
estandarización del lenguaje —marginando aquellas formas de hablar
y pronunciar que no llegaron a imprimirse— sino que homogeneizó el
discurso de lo que es comunidad. Esta palabra impresa de gran alcance
distribuía lógicas, puntos de vista, visiones e imágenes
de aquellos que pertenecían a la comunidad-audiencia auto referenciada y, por lo tanto,
auto legitimada. Por eso, la palabra escrita se ha deificado como
expresión del alma de una
nación o región al supuestamente “indagar” lo
profundo a través de lo cual
una comunidad se ve reflejada. Al recibir la misma información en un tiempo sincronizado, esta audiencia alcanza una
conciencia de unidad, viéndose a sí misma como una comunidad que,
además de un presente, comparte un legado histórico. Al mismo
tiempo, gracias a la palabra impresa, la cartografía de la comunidad
imaginada se demarca al incluir la geografía como parte del lugar donde
vive la audiencia, delimitando la frontera nacional. Al narrar noticias o
historias que pasan en lo que se considera territorio nacional, la palabra
escrita provee un punto de vista panorámico a la audiencia sobre la
comunidad (que es ella misma) dentro de un territorio, creando así el
efecto audiencia-nación ligada a un lugar geográfico. En efecto, la nación, en la idea de
Anderson, se crea como una audiencia de las
imágenes sobre ella misma ligada al espacio que el mismo medio —la
palabra escrita— naturaliza como propio. Es decir, tanto la imagen de la
comunidad como el lugar donde supuestamente habita son naturalizados por el
medio al dar por sentada la existencia de ambos. Así, el capitalismo
impreso —la venta de la palabra escrita— describe y, al
mismo tiempo, reafirma la nación-estado. Y, para los nuevos lectores,
la palabra impresa tiene el efecto pedagógico de creador del
concepto de la nación ligada a un territorio político,
auto perpetuando en el imaginario colectivo el concepto de nación-estado.
Por supuesto,
esta unidad imaginada no sería posible sin un mercado en el cual pudiera
circular la información y un lenguaje compartido que permitiera que esta
información fuera decodificada por un grupo de individuos. En la
teoría de Anderson, el mercado mismo se encarga de diseminar la imagen
de la nación entre una audiencia que cada vez más se identificaba
con la imagen hegemónica y, al mismo tiempo, homogeneizadora de la
comunidad. En la región, el capitalismo auditivo fue el fenómeno
que emergió cuando un grupo crucial de personas con cierto poder
adquisitivo tenía electricidad y un reproductor de música, ya
fuera un tocadiscos o casetera. Estos tres fundamentos permitieron la
posibilidad de comprar y reproducir música en formatos físicos,
garantizando el financiamiento de las bandas de rock. Gracias a la posibilidad
de comprar discos de acetato de rock, ya desde los inicios en los cincuenta,
esta música pudo sobrevivir sin ayuda del Estado en comparación
con la cultura oficial. El capitalismo auditivo dependió de la venta del
producto cultural en forma física en el idioma vernáculo y
demostró su fuerza tanto que puso a la defensiva a las culturas y
gobiernos nacionalistas de la región. Pero a pesar de la hostilidad
oficial y hasta la ilegalización, la música sobrevivió
gracias a su fiel audiencia que estaba dispuesta a pagar por escucharla. Sin
embargo, con el advenimiento de las lógicas neoliberales en el
continente cerca de los años ochenta, las naciones de América
Latina se vieron forzadas a abrir sus mercados más que nunca a la
comercialización y privatización de la cultura. Ante esta
situación, no fue posible ya mantener las ilusiones de homogeneidad
nacional que habían relegado al rock y a otras subculturas a las sombras
de la censura y la represión. No obstante, a pesar de la apertura
sociopolítica, la producción y distribución de
álbumes individuales resultaba muy cara e inconveniente, en particular
en los países que sufrían crisis económicas (una de las
razones de la apertura comercial). A mediados de la década, varias
empresas discográficas de Estados Unidos y Europa empezaron una búsqueda
por encontrar y promover bandas que revivieran una vez más la llama de
la música rock en Latinoamérica, presuponiendo, debidamente, la
existencia de una audiencia establecida. Por lo tanto, en 1986 la
discográfica BMG Ariola
comenzó la iniciativa mercadotécnica que le daría forma al
rock iberoamericano como se le conoce hoy día: el Rock en tu idioma. Y con este disco y
los que vendrían, el capitalismo auditivo redefinió la
establecida comunidad-audiencia local a una supranacional,
además redefinió el específico espacio geográfico
que habitaba al incluir a
España y parte de los Estados Unidos. El rock propagado por este medio
bajo las lógicas neoliberales llevaba un lenguaje, y, por tanto, una
estética, representadora y pedagoga que auto creada
y auto perpetuaba una comunidad-audiencia que se miraba a sí
misma como una unidad orgánica. A finales de los ochenta, el ideal
bolivariano de una nación americana unida fue reafirmado no a
través del capitalismo impreso —el medio de
comunicación que dio viabilidad mental y emocional a la nación
criolla del siglo diecinueve—, sino con el fenómeno del
capitalismo auditivo, la posibilidad del mercado de proveer cultura
autosustentable —en particular, CD, casetes, o discos de
acetato— que gustó a la audiencia-comunidad dispuesta a romper las
fronteras delimitantes de su cultura nacional.
Facilitado
por los nuevos formatos de audio que permitían el fácil
intercambio y transportación de música, el propósito de Rock en tu idioma
fue compilar canciones de algunas de las bandas más destacadas de rock
en Latinoamérica y España en álbumes que fueran
fáciles de distribuir entre una población de clase baja y media.
Concentrado a la distribución de discos, BMG Ariola organizó competencias de bandas en
países de Centroamérica y Sudamérica y puso a la
disposición de estaciones de radio una gran variedad de sencillos de
rock en español (Cabrera, 2012). Con miles de copias vendidas dentro de
sus primeros dos meses de lanzamiento, el Rock
en tu idioma logró su
propósito de poner al rock una vez más al frente de la cultura
latinoamericana. Antes presentando exclusivamente artistas de géneros
“autóctonos”, los programas de espectáculos del
continente comenzaron a presentar artistas de rock una vez más. En
México, por ejemplo, el Canal 2 de Televisa, un canal que hasta entonces
promovía una visión conservadora de la cultura mexicana, se vio
obligado a invitar bandas de rock como Botellita de Jerez y Caifanes para mantener
su audiencia regular. Para finales de la década, los hoyos fonquis habían
sido reemplazados por centros nocturnos como Rockotitlán.
Estos recibieron artistas de todo el continente, convirtiéndose en la
manifestación física del Rock
en tu idioma. En Argentina, el
rock nacional no se vio eclipsado sino amplificado
por el Rock en tu idioma. Tanto Luis Alberto Spinetta
como Charly García fueron redescubiertos por nuevas audiencias a lo
largo del continente, junto a otros artistas hasta entonces desconocidos como
Los Abuelos de la Nada y Soda Stereo. El éxito
del rock argentino fue tal que este llegó incluso a oídos
estadounidenses. En 1993, por ejemplo, el guitarrista argentino Pappo Napolitano tuvo la oportunidad de compartir el
escenario del Madison Square Garden con el legendario
guitarrista B.B. King, ante una audiencia en su
mayoría anglosajona que descubría anonadada que Argentina, una
nación “subdesarrollada”, también podía
producir blues. Ya para los ochenta, Colombia y Chile, dos naciones que hasta
entonces se habían mantenido al margen de la producción de rock,
habían logrado consolidar una clase media que comenzó a producir
y consumir no solamente rock, sino también sus propios géneros
alternos, como el ska y el punk. El mayor legado de Rock en tu idioma
fue darle una narrativa al rock iberoamericano. Un buen ejemplo de esto es el
primer álbum lanzado por la iniciativa. Este disco, también
conocido como Rock en tu idioma 1, arrancaba con el tema “Oiga doctor”,
del cantautor español
Joaquín Sabina. Después, seguía con “Mojado”,
de La Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio, una banda de ska mexicana. Entre temas españoles y mexicanos, el
disco cerraba con “Se busca Presidente” del cantante rock argentino
Alejandro Lerner. Al distribuir estos artistas dispares en el mismo formato
bajo un slogan que enfatizaba una unidad cultural a través del lenguaje,
el Rock en tu idioma
permitió que jóvenes centroamericanos y sudamericanos adoptaran
el rock mexicano y español como algo propio. Para comienzos de los
noventa, se volvió ya imposible hablar solamente del “rock
mexicano” o el “rock uruguayo”; las bandas latinoamericanas
existían en el mismo mercado, tocaban en los mismos lugares y
compartían la misma audiencia-comunidad. Los jóvenes de la
región, hasta entonces criados en nacionalismos decadentes, comenzaron a
imaginarse a sí mismos como una misma comunidad unida bajo un mismo
legado histórico y una modernidad que constantemente se renovaba.
Rossana Reguillo Cruz habla del cambio de mundo simbólico de la juventud
que pudo reinterpretar su historia entre las nuevas realidades
económicas y culturales. Para entonces, “Ciudadanos que ante la
globalización de la economía, ante la cultura-mundo, le sacan la
vuelta al poder generando nuevas respuestas, conectando la experiencia local
con lo universal, estableciendo nuevas redes de relaciones donde los actores
sociales, protagonistas cotidianos de la historia, van encontrando —sin
manuales— formas de empatar viejos sentires con nuevos saberes”
(Reguillo, 2005, p. 22). De esta manera, Latinoamérica, como
una unidad regional, empezó a existir ya no a través de un
acuerdo político, sino a través de una música compartida
con una audiencia que no miraba las fronteras nacionales, sino que apreciaba
las expresiones culturales.
En el aspecto musical, la unidad forjada por el Rock en tu idioma provocó que los nuevos artistas del
continente se sintieran conectados no solamente con el legado musical de sus
propias naciones, sino también con el legado de otras naciones latinoamericanas. Esto conllevó a que la
producción de las bandas de la época reflejara no solo nexos con
naciones específicas, sino también nexos con el continente como
un todo. Al mismo tiempo, la apertura
de los mercados expuso a los músicos del continente a géneros
alternativos emergentes de Europa y Estados Unidos, tales como el New Wave y el Krautrock.
La gran cantidad de influencias y recursos culturales a la disposición de las bandas de rock
iberoamericano provocó una gran cantidad de fusiones y una
fragmentación que hizo del rock de la época una unidad cultural
heterogénea. Un ejemplo de la hibridación de culturas que dio
lugar a esta música fue el primer disco de la banda mexicana Caifanes. Lanzado en 1988, Caifanes
llamó la atención por su llamativa portada, la cual retrataba a
los miembros de la banda con gabardinas oscuras, maquillaje negro y cabello
largo, siguiendo el código estético establecido por los
movimientos de rock “gótico” en Gran Bretaña. Canciones
como “Será por eso” y “La bestia humana”, con
sus sonidos lentos y fuerte distorsión, también reflejaban
la influencia de los sonidos del New Wave (Caifanes,
1988, pistas 1 y 10). Sin embargo, la mayoría de los oyentes se
llevó una gran sorpresa al escuchar la tercera canción del CD,
“La Negra Tomasa”. Esta última canción es un son
cubano interpretado con una combinación de instrumentos
eléctricos distorsionados y una pequeña orquesta de
música tropical, que refleja, más que ninguna otra canción
hasta el momento, la hibridez entre el rock y la música
autóctona del continente. Además, “La Negra Tomasa”
dejó entrever la creciente conciencia de unidad de un continente, gracias
a la cual era posible que una banda mexicana se sintiera identificada con el
legado cultural afrocaribeño. Siguiendo esta misma línea, la
canción “Cuando pase el temblor” de Soda Stereo,
de 1985, dejaba de lado los sonidos eléctricos del rock argentino y en
su lugar optaba por una combinación de instrumentos de viento andinos,
acompañados por simples riffs
de bajo y guitarra. Herederos directos del rock nacional, Soda Stereo fue la banda más prominente de rock de la
época, con tours que iban desde Brasil hasta Los Ángeles y
sencillos que no podían faltar en las compilaciones de Rock en tu idioma.
Ya que
salió al mercado poco después del terremoto que destruyó
parte de la Ciudad de México en 1985, la canción —obra de
una banda argentina a base de sonidos peruanos— se convirtió en un
himno de esperanza entre la juventud mexicana, sonando fuertemente en las
estaciones de radio del país. “Cuando pase el temblor” no
solamente reflejó la unidad latinoamericana, sino también la
heterogeneidad de los sonidos que eran promovidos en el continente bajo la
sombrilla del rock. Durante esta época el término rock
dejó de ser usado para nombrar un género de música y
comenzó a usarse como un general que englobaba todas las nuevas
expresiones musicales que habían resultado de la fusión de
culturas durante los ochenta y noventa. De esta manera, grupos de ska como Los Auténticos Decadentes y Los Fabulosos Cadillacs eran clasificados dentro de la misma
categoría sociocultural y
comercial que bandas de rock pesado como los Héroes del Silencio.
Sorprendentemente, la mayoría de los grupos de la época, en vez
de renegar de la etiqueta del “rock latinoamericano”, decidieron
adoptarla como una plataforma para su música, la cual les daba una
fuerte conexión con el resto del continente. De esta manera, el rock
iberoamericano se convirtió en una matriz cultural que en una etiqueta
artística engloba una gran cantidad de legados y sonidos.
Si bien el rock
al principio se consideró cultura foránea que invadía el
espacio idílico nacional, el
espacio geográfico de la comunidad imaginada que se construyó a través de esta nueva
música ha sobrepasado la concepción tradicional de Latino América. En 1910, el escritor
uruguayo José Enrique Rodó escribió “Magna
Patria”, un ensayo en el cual explicaba que usar el término
“América Latina” era insuficiente para describir la
complejidad cultural del continente y sus nexos con Europa. Buscando
destacar los nexos del continente americano, España y Portugal,
Rodó propuso usar un nuevo término para describir al continente:
Ibero-América, en un ensayo del mismo nombre (Rodó, 1913, p.
435). Siguiendo el “Sueño de Bolívar”, Rodó
imaginó un futuro en el que España, Hispanoamérica,
Portugal y Brasil pudieran estar unidos bajo un mismo nexo político,
basado en una “unidad moral” (Rodó, 1913, p. 291). A
pesar de la novedad de la definición geocultural
de Rodó, esta fue relegada a las sombras por los nacionalismos
del siglo XX cuya misión fue crear fronteras nacionales
claramente definidas. Sin embargo, la idea de una unidad moral
iberoamericana, como lo argumentaba Rodó, cobró fuerza una vez
más gracias a la participación de España y Brasil en la
distribución del rock a finales del siglo XX, una vez pasada la
ola nacionalista. En 1975, la muerte del dictador Francisco Franco trajo
consigo un viento de cambio en España. Hasta ese momento, el rock
había sido estrictamente prohibido en clubes y la mayoría del
rock entraba de manera clandestina a España. Con el advenimiento de la
democracia (y las libertades individuales prohibidas durante el franquismo),
comenzó la Movida Madrileña, un movimiento de contracultura que
buscaba expresar los sentimientos de una España moderna sin el yugo de
la disciplina cultural ni el conservadurismo que definieron al
franquismo. Héctor Fouce Rodríguez
explica el cambio drástico en el paisaje cultural,
político y económico con el advenimiento de la Movida
Madrileña:
La
movida puede ser considerada el resultado de la confluencia de toda esta serie
de cambios en el contexto de la ciudad de Madrid. Política, cultura y
economía son marcos en los que se desarrollan los valores, experiencias
y prácticas de una generación joven que, liberada de la losa del
franquismo, conectada con sus coetáneos de otros países y con una
capacidad de gasto en expansión, se lanza a vivir el presente. (Fouce Rodríguez, 2002, p. 13).
Así
la Movida Madrileña se convierte en la vanguardia estética que
nada tiene que ver con la España franquista, llevando a cabo una renovación
de la forma de imaginar la vida juvenil madrileña, y por
extensión, española. Buscando la manera de crear un rock
puramente español, los oídos de los músicos
madrileños se tornaron hacia los sonidos provenientes de
Latinoamérica, principalmente a géneros como el ska y la trova. Fue gracias a esta fascinación que
en 1986, los primeros discos de Rock
en tu idioma fueron editados en España, y desde entonces, se
volvió imposible hablar del rock latinoamericano sin antes referirse a
la península ibérica. Gracias al rock español, el
imaginario colectivo latinoamericano cambió al incorporar a la
península dentro de esta comunidad de audiencia-comunidad del rock.
La
primera ola de rock proveniente de España fue compuesta por bandas
de pop-rock y ska como los Toreros Muertos, Nacha Pop y Aviador Dro. Al final
de la década de los ochenta, los sencillos “Lobo hombre en
París” de La Unión y “Devuélveme a mi
chica” de los Hombres G se habían convertido en los más
pedidos en las estaciones de radio de la región. De todos los grupos de
la Movida Madrileña, el más exitoso fue Mecano, el cual,
combinando ritmos de jazz con pop, llenaba escenarios enteros en el continente.
Al incluir al menos dos temas españoles en cada disco de Rock en tu idioma, BMG Ariola se encargó de
que España fuera incluida dentro de la visión del nuevo rock, por
lo que, ya en la década de los noventa, Madrid era una parte esencial de
la nueva comunidad imaginada por el capitalismo auditivo. Y cuando se
creía que el movimiento de rock iberoamericano había
alcanzado sus límites geográficos, de Brasil irrumpió un
nuevo movimiento musical que, siguiendo los pasos de la primera ola de
los sesenta, tomaba géneros como la bossa nova y el ska
y los combinaba con los sonidos del rock hispanoamericano. Con videoclips
siendo transmitidos en canales latinoamericanos, Os Paralamas
Do Succeso se convirtió en la banda
brasileña de rock más exitosa del país y una de las
más prominentes del rock iberoamericano. También influenciados por
los sonidos del New Wave y la música de bandas como Soda Stereo, salieron de Río de Janeiro bandas de rock
como los Picassos Falsos y Fellini.
Aunque si bien era cierto que estas bandas no cantaban en español, sus
sonidos familiares fueron recibidos por audiencias de España y Latinoamérica
como propios. Para mediados de los noventa, hablar solamente del rock en
español o del rock latinoamericano era ya insuficiente para
describir este movimiento musical y la cultura que esta cargaba, cuyas
fronteras elásticas, como las de toda nación, incluían ya
un nuevo grupo de individuos. El término “rock
iberoamericano” comenzó a ser usado por publicaciones
hispanohablantes de música en los Estados Unidos para describir este
movimiento musical, cuya magnitud ya no podía ser contenida por el capitalismo
auditivo. Y fue a principios de los noventa cuando el medio por el cual la
música llegaba a la audiencia se expandió al incluir
imágenes en movimiento.
Fue con
estas palabras sacadas de la canción “We
Are Sudamerican Rockers”
del grupo chileno Los Prisioneros, que una noche del mes de octubre de 1993 a
las 12 p.m. comenzaron las transmisiones del canal MTV
Latinoamérica: “Son hermosos ruidos que salen de las tiendas/
atraviesan a las gentes y les mueven los pies/ …No nos acompleja revolver
los estilos/ mientras huelan a gringo y se puedan bailar/ Nuestra pésima
música no es placer para dioses/ Jamás ganaremos la inmortalidad”
(Los prisioneros, 1987, pista 1). Tal como lo había hecho la iniciativa Rock en tu idioma solamente seis
años antes, MTV Latinoamérica se
convirtió en el principal editor de la cultura contemporánea del
continente y la plataforma principal del rock iberoamericano. MTV irrumpió en una época en la que el
capitalismo auditivo ya había definido no solamente lo que
escuchaba toda una generación, sino su estética
común, la cual se dejaba entrever en la vestimenta de la juventud urbana
y en los afiches con motivos de rock que colgaban ya en las calles de las grandes
ciudades. A comienzos de los noventa, la televisión ya había reemplazado
completamente al radio y a los medios impresos como el medio de
comunicación dominante en la región. Sin embargo, los canales de
televisión abierta, dirigida en su mayoría a las clases bajas, no
podían satisfacer las demandas de las audiencias de clase media, las
cuales pedían más que la aparición ocasional de un grupo
de rock en un programa de variedades. De la misma manera, al tener
programación en su mayoría de Estados Unidos, los canales
de televisión por cable no reflejaban las experiencias de vida de
la clase media latinoamericana (Kunz, 2007 p. 199). MTVLatinoamérica le dio un espacio a la juventud de
los noventa donde su identidad de “latinoamericanos” no
entraba en conflicto con su identidad de consumidores dentro de
economías cada vez más capitalistas ni mucho menos con su
identidad nacional. MTV reforzó la unidad
heterogénea creada en los ochenta al transmitir videos de rock en
español, inglés y portugués la mayor parte del día,
exponiendo a la audiencia —que también se consideraba consumidora
de bienes— no solamente a una unión a través de sonidos,
sino también de imágenes y narraciones caóticas que, al
transmitirse por el mismo canal, se volvían parte de la misma
categoría cultural. Fue así como imágenes de la Ciudad de
México se combinaron con el panorama de Miami y Buenos Aires,
confirmando la unidad que ya existía en el subconsciente del
escucha de rock. Sin embargo, probablemente el mayor triunfo de MTV fue acabar con la Otredad que existía entre los pueblos
americanos.
Al
transmitir programas de variedades y música que contaban con invitadosde Sudamérica y Centroamérica, MTV expuso a las audiencias del continente una gran
variedad de acentos. En países como México y Perú, por
primera vez fue posible escuchar comentaristas uruguayos y argentinos
interactuando entre sí y con artistas de distintas regiones del
continente. A través de sus reality shows, MTVmostró
las calles y casas de ciudades como Lima y Buenos Aires, demostrando que, a
pesar de sus diferencias nacionales básicas, los habitantes de los
países latinoamericanos vivían en condiciones similares e incluso
consumían los mismos productos. Junto a esto destaca la visibilidad que
el canal televisivo le dio a las clases medias y altas de Latinoamérica.
Transmitido por televisión de paga, MTV le
permitió a la juventud latinoamericana reflejarse a sí misma de
manera que pudiera mostrar fielmente la diversidad socioeconómica de la
región, convirtiendo además a esta en partícipe de un
mercado cultural internacional. La importancia de MTV
fue tal que en una ocasión el novelista Alberto Fuguet
se refirió al canal como “aquel alucinante consenso, ese flujo que
coloniza nuestra consciencia a través del cable, y que se
está convirtiendo en el mejor ejemplo del sueño bolivariano
cumplido” (Fuguet y Gómez, 1996, p. 18).
Esta expresión de sonidos e imágenes comenzó a conquistar
los espacios públicos asociados al capitalismo nacional e internacional.
Según Motti Regev,
ya para los finales de la década, esta música acompañada
de imágenes llegó hasta los espacios públicos.
Además de tener canciones de rock que constantemente eran tocadas en la
radio y en la televisión, esta cultura también tomó los
centros comerciales, tiendas de moda, cafés y taxis. Al fin del siglo,
los espacios públicos donde se reproducía la música
rock parecían multiplicarse, llegando a lugares antes impensables. Para Regev, esta repetición en público de las
canciones de rock en diferentes países en América Latina
demuestra cómo dichos, expresiones, puntos de vista y estéticas
se replican a través de diferentes países (2013, pp.
20-25). Siguiendo la lógica de Regev, la
realidad del rock a finales de siglo en
América Latina
demostró cómo esta música desarrolló una cultura
que constantemente y fácilmente se replicaba a través del mundo.
A finales de la
década de los noventa, el rock iberoamericano pasó por un periodo de fragmentación extrema. Aun siendo
clave en el desarrollo del rock de la época, el Rock en tu idioma
creó un monopolio en la escena del rock iberoamericano, forzando la idea
de la “Latinoamérica unida” como un slogan comercial. El Rock en tu idioma
no tomó en consideración el surgimiento de nuevos géneros
alternos en centros urbanos y rurales, e ignoró en gran manera los
cambios culturales que ocurrían dentro de cada nación
latinoamericana. Por lo tanto, ya para mediados de la década, este
movimiento había sido reemplazado por el bombardeo musical de MTV y los proyectos de nuevas disqueras cada vez más
conscientes de la especialización del mercado. Durante los noventa y ya
entrando en el nuevo siglo, las propuestas musicales que salieron de la
región buscaron deslindarse de la gastada perspectiva de un continente
unido, y optaron por una creación musical que ya no buscaba representar
a todo un continente, sino solamente un país o una tradición
cultural. En México, la banda que llegó a dominar el panorama
musical fue Café Tacuba. Los “Tacubos”,
como eran conocidos en el país, buscaron crear álbumes que
combinaran todos los aspectos de la música mexicana, incluyendo
expresiones rurales, como los corridos y la cumbia, y urbanas, como el rock
industrial y el funk. Canciones como “María” y “Las
batallas” rescataron el legado de los escritores mexicanos Juan Rulfo y
José Emilio Pacheco, combinando la tradición literaria mexicana
con la música contemporánea (Café Tacuba, 1992, pista 1 y
1). En Argentina, el rock nacional volvió a su propósito original
de representar solamente a su nación. Artistas como Andrés Calamaro y Bersuit Vergarabat hicieron las paces con la tradición
cultural de su nación, combinando el tango y la poesía con los
sonidos del rock pesado. En España, la banda de folk-metal Mago de Oz
adquirió gran éxito con canciones que combinaban la historia e
instrumentos de la España antigua con el heavy metal, componiendo
canciones como “Fiesta Pagana” (2000, pista 1) y “El Jesús de
Chamberí” (1996, pista 2). Al tiempo que el rock iberoamericano se
dividía por naciones una vez más, la división de
géneros se hizo cada vez mayor.
En el Caribe, el rap y el hip hop se volvieron los
géneros dominantes, con el grupo Calle 13 de Puerto Rico como su mayor
exponente. En los centros urbanos de Argentina, México y España,
el heavy metal se volvió parte del panorama urbano, con bandas como Transmetal y Brujería clamando que
Latinoamérica era “el lugar más pesado de todo el
mundo”. El mismo rock-pop promovido por las grandes disqueras se
desestabilizó con la introducción de la música
electrónica, la cual en sí misma creó escenas musicales de
gran prestigio en el mundo. Sin embargo, aun dentro de esta
fragmentación, el sentido de unidad transnacional de Iberoamérica
no se perdió. Las canciones de Mago de Oz alcanzaron su mayor éxito
en el continente americano y los DJ de México encontraron una nueva audiencia
en el público español. Se volvió normal ver colaboraciones
entre artistas con estilos tan diferentes como Café Tacuba y Calle 13, o
Andrés Calamaro y el grupo de música
regional mexicana Los Tigres del Norte. Musicalmente, el rock iberoamericano
pasó por múltiples hibridaciones que hicieron imposible su identificación con un género.
Culturalmente, todos estos movimientos musicales se mantuvieron fieles a la
identidad iberoamericana, ya no como un slogan comercial, sino como una consciencia colectiva. En las
palabras de Enrique Rodó, la identidad iberoamericana es ya una
“unidad moral” (1913, p. 291). Actualmente, el panorama del rock
iberoamericano está evolucionando a la par que el panorama musical
global gracias a la “Web 2.0” y a los nuevos medios de
comunicación social que poco a poco están transformando la esfera
cultural pública. Si bien es cierto la difusión del rock
iberoamericano fue permitida por las grandes disqueras, la Internet está
creando un nexo más directo entre músicos y consumidores. A
través del uso de blogs y redes sociales tales como My
Space y Face-book, los
músicos iberoamericanos han podido promover su música de manera autónoma
a través de una audiencia-comunidad global. Servicios de video
instantáneos, tales como Youtube, han servido
para reemplazar a MTV como el servidor de videoclips
en este nuevo espacio público, con la capacidad de reproducción múltiple
a una escala que el canal de televisión nunca pudo alcanzar.
Actualmente, pareciera que el espacio donde se desarrolla el rock
iberoamericano está pasando por un proceso de fragmentación,
siendo relegadas las ventas de CD y el uso de medios como la televisión
y la radio, por medios digitales más exclusivos. El desarrollo del rock
iberoamericano y de la concepción del continente que se ha ganado gracias
a este, dependen de la interacción de la audiencia con este nuevo espacio
de consumo y producción públicos (Yudice,
2007, pp. 47-53).
La historia del rock iberoamericano está
llena de luchas, logros y grandes fracasos. Por más importante, esta
historia ya se puede reconocer como propia de la historia
de Latino América a pesar del rechazo oficial y cultural que en su
momento se dio. El rock pasó de
ser una expresión puramente extranjera que representaba la
antítesis del ideal regional en los cincuenta, a una expresión de
la clase media estudiantil que añoraba cierta libertad en los setenta y
a un vehículo de representación y empoderamiento de la clase baja
en los ochenta. Ya en los noventa, el rock, junto con el canal MTV, contribuyeron a crear esta comunidad supranacional que
expandió la cartografía de la audiencia. El rock expandió
la comunidad auto referida en su
música, redefiniendo lugares geográficos de su
audiencia-comunidad. Este fenómeno musical, a pesar del desdén
intelectual y la persecución oficial que
sufrió, se ha convertido en un nuevo espejo cultural de la región
a través del cual la cartografía y la audiencia se han expandido
más allá de lo que soñó en su momento Simón
Bolívar y articuló Enrique Rodó. En comparación con
la cultural oficial patrocinada por el
Estado, en particular en México, en la primera mitad del siglo XX, el rock iberoamericano, en sus diferentes
expresiones, ha encarnado una expresión auténtica regional al ser
un fenómeno económico autosustentable.
Sería absurdo creer que se le puede poner un
punto final a la historia del rock iberoamericano.
Después de todo, el rock iberoamericano ha perdurado gracias a su
capacidad de reinventarse constantemente, combinando y rompiendo identidades
aparentemente establecidas. Si bien es cierto que el éxito del rock en
Iberoamérica se debe en gran parte al advenimiento del neoliberalismo y
a la privatización de la cultura, también cabe mencionar que a lo
largo de su historia, el rock ha sido propiedad de individuos que han encontrado
en este género un modo de expresión, transgresión y
unidad. La historia del rock en Iberoamérica no es solamente la historia
de MTV o de las grandes disqueras; es la historia de
los hoyos fonquis y de la marginación social,
de la represión estatal y la canción de protesta, es la historia
del músico cuya expresión nunca podrá ser reducida a un
término comercial. La historia del rock iberoamericano ha demostrado el
poder de las expresiones culturales
para reafirmar y transformar naciones mejor que cualquier entidad política, empoderando individuos en tiempos de crisis y
creando puentes entre culturas aparentemente desiguales. Hoy en día,
estamos viviendo en una época única en la historia del rock
iberoamericano. Gracias al advenimiento de la Internet, los músicos de
la región ahora tienen la capacidad de exhibir su visión de mundo
y construir sus propias identidades sin necesidad de usar las disqueras
tradicionales.
El
poder de definir el continente no está ya en manos de una junta de
directivos o un productor, sino en las manos de individuos con visiones
divergentes sobre lo que es “Iberoamérica” o
“Latinoamérica”. Como escribió el poeta mexicano
Manuel Maples Arce: “En este instante asistimos al espectáculo de
nosotros mismos” (1988, p. 102).
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“Diálogos Revista Electrónica de
Historia” se publica desde octubre de 1999.
Diálogos
está en los siguientes repositorios: Dialnet
http://dialnet.unirioja.es/servlet/ revista?tipo_busqueda=CODIGO&clave_revista=3325
Latindex
http://www.latindex.unam.mx/larga.php?opcion=1&folio=12995;
UCRindex
http://www.revistas.ucr.ac.cr/
Scielo
http://www.scielo.cl/
eRevistas
http://www.erevistas.csic.es/
REDALYC
http://redalyc.uaemex.mx/src/inicio/FrmBusRevs2.jsp?iEdoRev=2&cvepai=11;
LANIC
http://lanic.utexas.edu/la/ca/cr/indexesp.html;
Repositorio de Revistas Universidad de Costa Rica
http://www.latindex.ucr.ac.cr/
Directorio
y recolector de recursos digitales del Ministerio de Cultura de España
http://roai.mcu.es/es/inicio/inicio.cmd
DOAJ Directory of open access & Hybrid journals
http://www.doaj.org/doaj?func=byTitle&hybrid=1&query=D
Biblioteca de Georgetown
http://library.georgetown.edu/newjour/d/msg02735.html
Asociación
para el Fomento de los Estudios Históricos en Centroamérica
http://afehc.apinc.org/index.php?action=fi_aff&id=1774
Universidad
de Saskatchewan, Canadá
https://library.usask.ca/ejournals/view/1000000000397982
Monografias
http://www.monografias.com/Links/Historia/more12.shtml
Hispanianova
http://hispanianova.rediris.es/general/enlaces/hn0708.htm
Universidad del Norte,
Colombia
http://www.uninorte.edu.co/publicaciones/memorias/enlaces.html
Universidad Autónoma de Barcelona
http://seneca.uab.es/historia/hn0708.htm
Repositorio Invenia - Gestión
del Conocimiento
http://www.invenia.es/oai:dialnet.unirioja.es:ART0000086144
Enlace Académico
http://www.enlaceacademico.org/biblioteca/
revistas-en-formato-digital-centroamerica/
Electronic Resources
http://sunzi1.lib.hku.hk/ER/detail/hkul/3987318
Revistas académicas en texto completo
http://web.prw.net/~vtorres/
Diálogos se anuncia
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Asociación
para el Fomento de los Estudios Históricos en Centroamérica
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de Saskatchewan, Canadá
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Monografias
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