Carlos Barros
Historia, historiografía, historiador, positivismo, paradigma.
History,
historiography, historian, positivism, paradigm.
Resumen
Balance de las tendencias y los debates actuales e internacionales, desde una óptica trasatlántica y latina, sobre el método, la historiografía, la teoría y la relación con la sociedad de los historiadores del siglo XXI. A partir del preámbulo y las posiciones del Manifiesto de Historia a Debate (2001), y considerando los últimos debates del grupo en las redes sociales, para analizar la polarización historiográfica entre los partidarios de nuevos paradigmas, quienes no hacemos tabla rasa de las vanguardias del siglo XX; y los partidarios de un retorno al positivismo, aguijoneados por el posmodernismo radical. Este repliegue historiográfico se estudia a través de frases, prácticas y lugares comunes, dichos y hechos dentro y fuera de aulas y despachos. Datos de tipo digital y oral que manifiestan, en cuanto al regreso de Ranke, una gran homogeneidad y transversalidad entre las diferentes especialidades, universidades y países.
Abstract
In this paper we
try to sum up new and international trends and debates, using a transatlantic
and Latin point of view, about methods, historiography, theories and
relationship between historians and society in the 21st century.
Using the preamble of the History under Debate Manifesto (2001) and using the
most recent debates in HaD in social networks as
well, as starting point, we analyse the polarization
of the historians between the ones who think that we need new paradigms without
forget the avant-garde of the 20th century, and the ones who want the return of
the positivism and the postmodernism. This is
a historiographic withdrawal that we study through the sentences, methods and clichés said and done inside and out of
the classes and offices. Digital and oral data seem to demonstrate, inasmuch as
Ranke’s return, an important homogeneity between the different fields,
Universities and countries.
Veinticuatro años después de la caída del muro de Berlín la historia continúa aceleradamente. El mundo está inmerso en una crisis peor que la generada por el fascismo y la II Guerra Mundial, durante la década posterior a 1929. No sucede lo mismo en el siglo XXI, estamos en otro contexto. No pasará en cualquier caso: del siglo XX heredamos lo malo, pero también lo bueno; hemos aprendido y los actuales ciudadanos y sus movimientos sociales quieren más democracia, no menos.
Sabemos de dónde venimos históricamente,
pero no a dónde vamos, aunque barruntamos a dónde nos quieren
llevar. En esta tesitura de gran calado histórico: ¿cuál
es la situación de la historia que escribimos? De modo más
general: ¿cuál es el futuro de la universidad y de la
enseñanza pública? Estas preguntas son parte importante de los
derechos sociales y humanos, que tanto sudor y sangre costó conquistar
en el siglo XX, y además se constituyen en objetos de
investigación para los
historiadores de la educación.
Llevamos también
dos décadas de acción académica como Historia a Debate ,
observando e interviniendo globalmente sobre las realidades
historiográficas inmediatas, por medio de congresos, listas de correo,
página web y ahora redes sociales, a través de las cuales
convergen historiadores de la Europa latina y de América latina. La sede
física desde donde coordinamos esta vieja, pero joven red
trasatlántica, está en Santiago de Compostela, principio y final
del camino de peregrinación medieval más importante de Europa
(Barros, 2003). Este camino lo hemos seguido historiográficamente, cada
Año Xacobeo, cientos de historiadores de los
cinco continentes para encontrarnos en Santiago, con el fin de debatir
públicamente sobre el estado de la historia y la historia que del
futuro. Compostela está en
Galicia, parte autónoma de España y Europa, donde la crisis se ha convertido en una recesión
económica que provoca que más de uno, de cada tres miembros de la población activa,
estén en este momento desempleados, muchos de ellos licenciados universitarios. Una
recesión gestionada por instituciones políticas que recortan
gravemente nuestro Estado de bienestar, la educación y la salud, y amenazan el devenir histórico global.
Hablamos pues, con
doble conocimiento de causa: conocimiento crítico desde una Europa
meridional que sufre las peores consecuencias de la larga crisis mundial del
2008, y el conocimiento histórico mediato e inmediato que nos viene de
oficio. Tenemos mucha experiencia en “Historia a Debate” cuando se
interrelacionan la historia y la historiografía, los debates y los
consensos y la academia y la sociedad, desde un punto de vista internacional,
latino y global (Barros, 2005a). Mundo latino, americano y europeo, que ha
visto nacer en el siglo XXI movimientos sociales y gobiernos, que pugnan por
cambiar la historia que nos tienen “precocinada”.
El 11 de septiembre del
año 2001 dimos a conocer a través de la red, en Europa y
América, el “Manifiesto historiográfico de Historia a
Debate”, que ha sido firmado hasta este momento por 584 colegas de 37
países (23 de ellos de Brasil). En el preámbulo de este
histórico manifiesto identificábamos, a inicios del siglo XXI,
cuatro grandes tendencias de la historiografía internacional: 1) el
retorno al viejo positivismo de Ranke, Langlois y Seignobos, 2) la
continuidad de las nuevas historias de los años 60 y 70, 3) la historia
posmoderna y 4) los nuevos paradigmas historiográficos, donde se
inscriben en lugar destacado los logros de “Historia a Debate”.
Doce años después del Manifiesto de 2001 constatamos una neta
polarización del debate y del consenso −sean implícitos,
sean explícitos−, en el seno de la historiografía
internacional, entre dos posiciones o tendencias actuales más o menos
organizadas o latentes.
Por un lado, detectamos
un acusado retraimiento de bastantes colegas hacia las certezas positivistas,
como si el positivismo de raíz alemana del siglo XIX fuese la
“última fortaleza” donde ha de refugiarse nuestra disciplina
después de la caída del marxismo y “Annales”.
Repliegue espoleado, hay que decirlo, por una epistemología posmoderna
que equipara (en su versión más radical y filosófica)
historia con ficción, con la pretensión de retroceder,
todavía más respecto a la propuesta de Ranke,
a la etapa pre-paradigmática de nuestra disciplina, en el lenguaje
histórico-científico de Thomas S. Kuhn.
Paralelamente a esta marcha atrás, estamos inmersos en un movimiento hacia un nuevo paradigma (entendido como nuevo consenso), del que “Historia a Debate” forma parte de manera consciente y global, como sector organizado de una academia historiográfica internacional, la cual busca y encuentra, de varias formas, una síntesis coherente y articulada, con la mirada hacia adelante, entre la historiografía de ruptura del siglo XX y la nueva historiografía que nace con siglo XXI, dentro y fuera de Internet. Venimos modelando y pensando el presente y el futuro historiográfico alrededor de dos ejes: a) asumir y reformular la autocrítica de las aportaciones esenciales de las vanguardias historiográficas del pasado siglo; b) nuevas preguntas y nuevas respuestas, tanto teóricas como aplicadas, para la historia que estamos escribiendo en este siglo, y no me refiero solamente al paradigma digital, el reto más evidente (Barros, 2013).
En el tránsito del siglo XX al siglo XXI sufrimos un doble proceso crítico, aún sin cerrar, que incluye la crisis de la historia y la crisis de la historiografía, ambas relacionadas estrechamente. Se explican mutuamente y encontrarán salida juntas, si somos inteligentes y sabemos leer historiográficamente la historia más inmediata y sus efectos, deseados e indeseados, sobre la historia académica.
En la segunda década de este nuevo milenio, la
universidad y la investigación están en el ojo del
huracán, son presas fáciles de las políticas neoliberales;
más aún para los
historiadores que laboramos, enseñamos e investigamos encuadrados en
ciencias humanas y sociales, las cuales no se rigen por la
“lógica” del mercado, que prefiere más una historia
erudita, academicista y por lo tanto marginal, a una historia renovadora, crítica y social. Con
todo, el relativo, pero llamativo auge del positivismo
clásico, también se explica, especialmente entre las nuevas generaciones, por un “nuevo pesimismo” sobre
el presente y el futuro de la historia como disciplina científica y
crítica, que no tiene sólo como portadores a los historiadores tradicionales de toda la vida, sino también
a historiadores progresistas decepcionados de la escuela de Annales,
del materialismo histórico y el neopositivismo cuantitativo e hipotético-deductivo de los
años 70. Desencanto que estos profesores
transmiten, voluntaria o involuntariamente, a sus alumnos, quienes de sus
enseñanzas captan que, desde el punto de vista de la escritura de la
historia, lo único “sólido” es la idea de que la
“historia se hace con documentos” y punto (Langlois
y Seignobos, 1898); aserto que Marc Bloch y Lucien Febvre criticaron tanto y tan justamente en la primera
mitad del siglo XX. Ni se les ocurre pensar a estos alumnos, con independencia de su nivel de
compromiso social o ideología política, que es posible y necesaria una renovación
historiográfica en el siglo XXI, bajo la inspiración de los
movimientos sociales indignados (Barros, 2011), del mismo modo que en el siglo
XX las vanguardias historiográficas se inspiraron en el movimiento obrero, estudiantil, feminista y/o
ecologista.
En el II Congreso de
Historia a Debate (1999) hablé (hoy se puede decir que precozmente)
sobre el “retorno de la historia” (Barros, 2000, pp. 153-173),
revelando que había una doble vuelta a la historia: por un lado, un
mayor interés de la sociedad, la cultura (empezando por los escritores
de ficción) y la política por la historia, que continúa en
el presente; y por el otro, un regreso, que se fue haciendo más evidente
con los años, a los temas tradicionales; biografías de “grandes hombres”, historia de
los acontecimientos, militar, institucional, etc.) y, lo que es peor, a las
metodologías objetivistas del viejo positivismo, que el marxismo y Annales creyeron haber
derrocado en las décadas centrales del pasado siglo.
Partiendo de la experiencia de “Historia a Debate” como plataforma internacional para el examen de la evolución de nuestra disciplina (Barros, 2012a), constatamos pues, en esta segunda década, un claro repliegue de bastantes colegas, incluidos los protagonistas de la revolución historiográfica del siglo XX, acogidos ahora a la certeza final de la historia “tal como fue”. Esta noción objetivista “total” resulta bien ajena a lo que se entiende hoy en día por método científico y viene a ser, más bien, lo que en los años 70 solíamos tildar (peyorativamente) de “cientificismo”. Hablamos de un positivismo científicamente retrasado, que restringe y limita la investigación a una práctica empírica elemental: uso de fuentes como único criterio para definir una actividad como científica. Este hiperobjetivismo contradice la intrusión del sujeto cognoscente en la investigación, no menos demostrable en la práctica, generalmente para bien, desde la selección del tema a las conclusiones, pasando por las hipótesis y demás fases del proceso de la investigación, cuya verdad resultante viene a ser consecuencia de la paciente y creativa (re) construcción del objeto por parte del investigador (Barros, 2005c).
Revival historiográfico iniciado en los
años 90, que suele pasar desapercibido para el historiador pragmático
y que urge sacar a la luz para combatirlo con argumentos. Involución, que suele pasar
inadvertida justamente porque el positivismo genuino se caracteriza por
desvalorizar la historiografía, el debate y la reflexión de los historiadores, como táctica perfecta
para cambiar, por ejemplo, los temas a estudiar,
sin que nada cambie en cuanto al concepto básico de historia se refiere.
El positivismo es una suerte de
paradigma o consenso pasivo, usualmente no organizado
pero real y efectivo, aunque potencialmente reversible, toda vez que empuja
“hacia atrás” cuando la historia se mueve como nunca
“hacia adelante”. Lo que es seguro es que las primaveras que la
historia como oficio, y más aún como presencia inmediata, que se
requieren en este nuevo siglo, no vendrán de este comprensible, pero rocambolesco y pernicioso giro
ultraconservador, hacia los orígenes de la historia como disciplina
profesional.
El mundo actual exige
de la ciencia mucho más que un positivismo simplista. Para responder a
esta demanda se precisa una metodología científica más
compleja y actual, esto es, más global. Si bien, una evolución
paradójica, que estimule la fragmentación y la ultraespecialización de las disciplinas
académicas, beneficia en primera instancia el reduccionismo
decimonónico de la historia y al uso de fuentes para la
recolección de datos y fechas, nombres y lugares; con el aplauso insonorizado
de un posmodernismo, que en su afán trivializador
teoriza como “excelente” el paradigma de la segmentación y
la relatividad absoluta −idealista− del saber histórico.
Algunos pueden estar preguntándose si esta retirada, tan desordenada como decidida, de un sector de la historia académica a los cuarteles de invierno es definitiva. Esperemos que no: este hecho estaría presagiando la decadencia de la historia como ciencia social en la sociedad de la información. Dijo un célebre filósofo político ruso de principios del siglo XX que, en ocasiones, conviene dar un paso atrás para avanzar dos pasos adelante. Pueda que, finalmente, “no haya mal que por bien no venga”. Estamos luchando para que así sea, de forma que aclaradas las consecuencias negativas del retorno a la historia según Ranke, el debate se salde con un reforzamiento epistemológico y metodológico de los avances historiográficos. Previa toma de conciencia de que no estamos en el siglo XIX, ni siquiera en el fabuloso siglo XX, sino en un nuevo siglo global y complejo, sujeto a un intenso cambio histórico que también impulsa una escritura diferente de la historia, pensada hacia adelante, empeñada en derivar hacia los márgenes a los empecinados, en mirar hacia atrás como la mujer de Lot.
Si no queremos que los
sectores retardatarios internos y externos, que venimos criticando, arrastren
al conjunto de nuestra disciplina, aprovechando la inercia y pasividad de
muchos; es apremiante generar conciencia sobre el silencioso retroceso que
sufre la historia generada en la academia, de forma “inconsciente”,
en los dos sentidos del término: ignorancia e irresponsabilidad.
Para convencer a
dudosos e informar a quienes están alejados de este tipo de reflexiones,
vamos a detallar y examinar una serie de palabras y frases, argumentos y
hábitos que se transmiten y repiten acríticamente en despachos y
pasillos, en conversaciones informales entre colegas y también en las
aulas, ante los alumnos, e incluso por escrito. Podemos identificar los signos
indiciarios, pues el fenómeno es universal. Exponemos síntomas y
pruebas de cierto repliegue historiográfico en el siglo XXI que son, en
realidad, señales de alarma para una disciplina donde muchos de sus
componentes semejan no saber, o no querer saber, a dónde vamos y a
dónde nos quieren llevar. “Neutrales” en apariencia, como
dicta el positivismo, representan sectores que miran provocativamente hacia
atrás, “saltándose” el siglo XX,
para imponer sus propios intereses, en contraposición a sectores
críticos, menos o nada vinculados al poder académico,
mediático, económico y/o político, que miran por vocación profesional y provecho
social hacia un presente y un futuro alternativos.
Empecemos por analizar qué significa la expresión, utilizada a menudo del que se dice ser “buen historiador”, o hacer “buena historia”. Es sencillo, se refiere a trabajar con fuentes. La historia “se hace con documentos” (Langlois y Seignobos): lo demás es secundario, aun perjudicial, piensan muchos. Un rebrote posterior de la “idolatría de las fuentes”, que denunció hace setenta años Marc Bloch en Métier d’historien (publicado en español como “Introducción a la Historia” en 1952), por desgracia dejado en los últimos años en el olvido. Yo sigo aconsejando a mis alumnos que para aprender el oficio lean tres breves obras fundamentales del siglo XX: la citada Introducción a la historia (1941-1943) de Marc Bloch; Combates por la historia (1952, francés; 1970, español) de su compañero Lucien Febvre y ¿Qué es la historia? (1961, inglés; 1983, español) del marxista E. H. Carr. Estos textos pertenecen, ciertamente, a otro tiempo histórico e historiográfico, pero recobran actualidad cuando unos adversarios, que parecían derrotados, nos quieren hacer retroceder ahora a su vetusta manera de hacer la historia. Las críticas al positivismo del siglo XIX, por parte de los fundadores de Annales y del marxismo historiográfico de Past and Present, están tanto o más vigentes en el siglo XXI que en la primera mitad del siglo XX, por mucho que debamos asumir, autocríticamente, todo lo que fracasó de las nuevas historias, adaptando en general el métier al contexto histórico de la era global.Con lo anterior, vuelve el mito positivista de la neutralidad o imparcialidad del historiador, signo de una supuesta “buena historia”. Eco anacrónico de la ya citada y harto divulgada frase de Leopold von Ranke: la historia es conocer el pasado “tal como fue”, como si tal cosa fuese posible, como un concepto absoluto de la verdad histórica, más propio, según ya dijimos, de una religión cientificista que de una historia científica. La propia práctica historiográfica, individual y colectiva, cotidianamente demuestra que la verdad empírica que descubrimos es inseparable del propio historiador, de sus competencias y sus valores. Resulta un mal asunto que determinados historiadores no sepan, especialmente los más jóvenes, o no quieran, en el caso de los más desencantados, distinguir el mito de la realidad en las propias definiciones de nuestra disciplina y alimenten un imaginario hiperobjetivista que nos hace perder credibilidad conforme nuestro público se amplia y deviene más culto, más crítico y más exigente, gracias a la sociedad de la información y el conocimiento.
Este retroceso epistemológico ignora, o lo que es
peor, desconoce un siglo de cambios en el concepto de ciencia, que poco tiene
ya que ver con el empirismo decimonónico
o con el racionalismo del siglo XVII, construidos por creyentes en la perfección divina de la realidad
física como Descartes o Newton. Repliegue historiográfico que nada sabe, o nada quiere
saber, de los descubrimientos de la ciencia desde
inicios del siglo XX, considerando en su ignorancia, un siglo después de
Heisenberg
y Einstein, que la relatividad de la ciencia de hoy es un invento posmoderno, entendida literalmente como el
condicionamiento dado por el sujeto.
Hemos observado igualmente como se impone, en medios académicos de distinto signo ideológico, la eliminación del término futuro del lenguaje historiográfico. El futuro no interesa al historiador, se dice, recuperando la vieja idea reaccionaria de que los historiadores no somos profetas ni adivinamos el porvenir, como si se tratara de eso. En plena marcha historiográfica atrás, muchos han dejado caer imprudentemente el futuro del trinomio pasado / presente / futuro (estudiar el pasado para comprender críticamente el presente y construir un futuro mejor), que tanto y tan bien nos sirvió a lo largo del siglo XX para ubicar nuestro oficio en el continuum temporal. El desinterés por relacionar el pasado con el presente, y más aún con el futuro es claro síntoma, causa y consecuencia del retorno sigiloso (parcial o total) de no pocos historiadores ex-marxistas y ex-annalistes al positivismo antaño denostado. Si nos fijamos alrededor, raramente se habla de historia y futuro, en el mejor de los casos se relaciona pasado y presente. Por lo tanto, pensemos: ¿qué utilidad social tiene una historia que dice comprometerse críticamente con un presente, pero “interrumpe” su análisis cuando se trata de interactuar con los actuales actores históricos, a fin de proyectar su conocimiento, coadyuvando a la viabilidad de futuros alternativos?
Otro indicio nefasto del revival positivista es separar y
enfrentar la historia (académica)
con la memoria (social), el objeto con el sujeto histórico. Enfoque
historia versus memoria formulado en Francia por Pierre Nora (Barros, 2012b),
con algún eco y bastante
oposición en España y los países latinoamericanos. Esta
perspectiva entraña una
insensibilidad suprema hacia los vencidos de la historia oficial y afronta torpemente la historia profesional con
los sujetos históricos, sociales y políticos;
tanto pasados como actuales. Una consecuencia más de la típica
cosificación que el positivismo
historiográfico transmite a sus objetos, en este caso seres humanos que
sufrieron las consecuencias de las guerras y las dictaduras del siglo XX, cuyas familias, descendientes y
compañeros, organizan movimientos por su memoria y por los derechos
humanos, con la colaboración, cada vez más frecuente, de historiadores y otros académicos.
Víctimas de la historia que siguen mereciendo, en España y otros
lugares, menos consideración que los monumentos, los sitios y las fechas
de los “grandes acontecimientos” de las historias oficiales, por
parte de los poderes públicos y
de colegas de tendencia conservadora.
Nos alarma asimismo que
haya historiadores que descalifiquen como relativismo todo lo que no sea
objetivismo total: la intención no es otra que justificar un
tardío entusiasmo por el primitivo concepto científico de la
historia, con el peregrino pretexto de “combatir” al posmodernismo.
Ignorando, consciente o inconscientemente, el diccionario, que define
‘relativo’, en su primera acepción, como lo “que
guarda relación con”. Olvidando que la verdad histórica es
fruto de la relación continuada
del historiador con sus fuentes, como defendió, sin demasiado
éxito, E. H. Carr en los años 60 y 70
(Barros, 2005c). En suma, desdeñando, la práctica del oficio que
nos enseña que las fuentes no hablan solas, sino que responden a las
preguntas, hipótesis y problemas, de acuerdo con qué, quién
y cómo se plantean. Otra muestra más de que, normalmente, no se
reflexiona sobre el trabajo que se hace.
Otro argumento probatorio del retorno al positivismo es considerar asunto de filósofos y de otros científicos sociales la tarea de reflexionar sobre la historia −“pensar la historia”, decía Pierre Vilar−. Es todo lo contrario, el buen historiador tiene que leer filosofía, psicología, economía, sociología, antropología, filología, politología, entre otras, en función de sus temas y enfoques de interés; si realmente quiere hacer una buena investigación. Se trata pues del anverso y el reverso de una misma moneda: los colegas que piensan que la reflexión, pensada como abstracción más allá de las fuentes, no es tarea del historiadores y suelen concentrarse en trabajos únicamente empíricos, pragmáticos y “concretos”, siempre provechosos, pero jamás excelentes, principalmente por falta de conocimiento y reflexión sobre el método, la historiografía y la teoría.
El seguimiento que hoy vuelven a tener estas prédicas en favor del no-pensarla-historia revela el riesgo de declive que corre nuestra disciplina, respecto al pasado siglo, cuando gracias a los movimientos de cambio, historiográficos y sociales, la historia entró a formar parte, de manera relevante, del sistema universitario público y de las ciencias sociales. Consecuencia de esta deriva es la añeja tentativa, que cobra fuerza con el regreso a Ranke, de subordinar la historia a otras disciplinas más sabias y pensadoras −sociología, filosofía, antropología, economía, ciencia política, etc.−, que se aprovechan de nuestros resultados empíricos para implementar sus análisis reflexivos y aportar una perspectiva temporal, casi siempre imprescindible, a sus investigaciones sobre lo inmediato. Es inaceptable esta división del trabajo, que aspira a reproducir la historia y lo consigue a menudo, como una “ciencia auxiliar” de la filosofía y las ciencias sociales, disciplinas que están, por otro lado, tanto o más en crisis que la propia historia.
Aleccionar y poner en práctica la idea de que la ambición intelectual es mala para el historiador, sobre todo si es joven, en consonancia con la oposición larvada a “pensar la historia”. Se trata de un cliché activo en nuestro medio, manifiestamente contradictorio con la apuesta oficial de las universidades por la excelencia. Sus partidarios acostumbran, si se les presenta la ocasión, a juzgar los méritos ajenos como deméritos. Malas actitudes y prácticas en pro de la mediocridad, que tienen una trascendencia especialmente negativa en el oficio de la historia, donde la tradición positivista ha sido y es más intensa y duradera que en otras humanidades y ciencias sociales. Si hay una disciplina académica donde debiera ser obligatorio formar hoy a los jóvenes de manera teórica e interdisciplinar, animándolos a combinar fuentes con reflexión, debería ser la historia. Para esto debe tomarse en consideración nuestra deuda al respecto, y también la nueva era que estamos viviendo, portadora de profundos cambios históricos e historiográficos, los cuales no se pueden afrontar devolviendo la historia académica a sus orígenes decimonónicos y dejando las palabras mayores sobre la historia, pasada y presente, a políticos, escritores y otros intelectuales.
Hay quien asevera, temerariamente, que la historia como
ciencia nada tiene que ver con la física y las ciencias de la
naturaleza, y todavía menos con la joven disciplina
de la Historia de la Ciencia. Este estereotipo, como los otros mencionados y por mencionar, nadie lo explica o demuestra
abiertamente en forma académica,
tarea difícil, sino que se transmite bajo cuerda, eludiendo el debate,
sin aportación de pruebas, por
estrategia, inercia o pereza. Descolgarse del vigente sistema científico
en su conjunto, al tiempo que se congela la ciencia histórica en su
estadio positivista, es, en el fondo y en la forma, una maniobra defensiva para
excusar la falta de actualización, en este caso del concepto de la
historia como ciencia. No nos cansaremos de recordar que la ciencia en general
ha dejado de ser positivista desde inicios
del siglo XX, a partir del principio de incertidumbre de Heisenberg,
la teoría de la relatividad de
Einstein y la teoría cuántica de Planck. Proceso que se
completó en los años 60 y 70 al entrar la historia de la ciencia
en su actual fase pospositivista con Thomas S. Kuhn.
La puesta al día de noción científica de la historia
(reintroduciendo el papel del sujeto
duplo) en nuestra opinión es la clave de bóveda de una necesaria
adaptación del historiador al siglo XXI, que no conlleve a la
marginación de la escritura
profesional de la historia como erudición reciclada, al servicio, por
activa o por pasiva, de los poderes de nuestro tiempo.
Parte obligada de esta
regresión historiográfica que estamos evaluando, donde las partes
se complementan entre sí como las piezas de un “puzle”, es
el ya mencionado “olvido” de las críticas hechas al
positivismo, por parte del materialismo histórico, de Annales y del neopositivismo, que iluminó y
propulsó a los historiadores del siglo XX, conquistando para la historia
un lugar relevante, dentro y fuera de la academia, el cual hoy se está
perdiendo, pese al creciente interés público por nuestro objeto
de estudio.
Felizmente, bastantes colegas continúan trabajando
las líneas temáticas de las nuevas historias del siglo pasado, a
modo de especialidades “concretas”, empezando por la historia
económica-social. Pero también es cierto, que hace tiempo que no
se defienden, ni tampoco se practican, las contribuciones más avanzadas
del marxismo y de Annales como la “historia
total”, la historia teórica o el compromiso del historiador con la
sociedad (pasado / presente / futuro). La prueba es que somos relativamente
pocos quienes cuestionamos en público el retorno triunfal de Ranke, Seignobos
y Langlois. Primera consecuencia de la
desaparición en las dos últimas décadas
de las vanguardias historiográficas del siglo XX como corrientes colectivas, lo que dejó su continuidad al albur
de iniciativas individuales en el ámbito de las investigaciones “concretas”, sin
reivindicaciones, debates y reflexiones de carácter general, en un
contexto de grandes deterioros, retornos y fragmentaciones.
Hacer “historia
de la historia” (o sea, hacer historiografía) para el viejo
positivismo nunca fue más allá de describir autores y obras con
un criterio temporal y/o temático, sin otras
“complicaciones”. Un síntoma más, por tanto, del
regreso al positivismo es, en
consecuencia, el revival -o la continuidad- de una historiografía
descriptiva de autores y obras, con énfasis, en lo mejor de los casos,
en lo académico-institucional.
Ante la experiencia vivida del carácter colectivo de la renovación de la historia en el siglo XX, algunos se sienten obligados a hablar de tendencias, aunque, si tienen que escribir sobre la historiografía inmediata o reciente, no identifican las tendencias realmente actuales, si no que regresan al análisis positivista autor-obra, como puerto seguro. Extrañamente denominan “tendencias” a simples líneas de investigación, temáticas y otras especializaciones “concretas”, con enfoques más o menos nuevos (con frecuencia del último tercio del pasado siglo), nada homologables, independientemente de su interés y proyección, a las tendencias historio-gráficas que hasta ahora han sido. Tendencias transversales que tuvieron en común la participación de historiadores de distintas especialidades temáticas y cronológicas, que compartieron paradigmas generales referidos al oficio de historiador, disponiendo de claros liderazgos y medios académicos de expresión, sin dejar de promover (en un segundo plano) líneas “concretas” de investigación, que todavía sobreviven al margen de las escuelas que las suscitaron en el siglo pasado.
En 2001 hemos determinado, en el preámbulo del Manifiesto historiográfico, como resultado de nuestro debate, reflexión e investigación; cuatro grandes tendencias de la historiografía internacional: retorno al positivismo, continuidad de la historiografía de los años 60 y 70, historia posmoderna y nuevo paradigma historiográfico (Barros, 2009a). Para España, y conectado en parte con lo anterior, he definido asimismo tres grandes tendencias actuales, por orden de aparición: Historia a Debate, Idea Histórica de España y Recuperación de la Memoria Histórica (Barros, 2007a). Las siguientes con las posibles razones de que estas corrientes historiográficas, auténticamente presentes no aparezcan en la mayoría de los manuales al uso, que estamos criticando: 1) falta de perspectiva o interés de los autores con las tendencias actuales y su futuro(por cuestión generacional u otro motivo personal); 2) su aparición implicaría hacer pública declaración de la propia posición y compromiso historiográficos; 2) porque exigiría, en todo caso, una investigación de la historiografía reciente que fuese más allá del autor-obra positivista, buscando movimientos colectivos, con base en las fuentes de la historiografía digital.
Manuales de historiografía escasamente actualizada pues, que vienen a reforzar, por omisión, la precoz implantación de la teoría del conocimiento histórico del positivismo decimonónico en una parte de los alumnos, a contrapelo de la pública pujanza social y global de las tendencias verdaderamente actuales. Movimientos coetáneos de historiadores que buscan de manera plural, con frecuencia colisionando entre sí, nuevas relaciones pasado / presente / futuro, sin rehuir en general al debate y desarrollando una dimensión reflexiva −unas más que otras−, conectada en mayor o menor medida con la sociedad, la cultura y la política de nuestro tiempo.
La táctica de avestruz sobre las tendencias
actuales en estos manuales de encargo,
que viene a confirmar lo “no-dicho” como la vía fundamental
que ha permitido al positivismo
regresar silenciosamente en el presente siglo. Siendo tarea prioritaria del historiógrafo avisado,
desvelar precisamente aquello que no se manifiesta
en la superficie de las cosas, conforme al método de Marx, compatriota y
contemporáneo de Ranke, del cual
divergía no sólo ideológicamente, sino también en
el concepto de ciencia y su aplicación a la historia. Lo que parecen
ignorar aquellos historiadores que se consideraron cercanos al marxismo y
tutelan pragmáticamente ahora,
por la hiperempirista noción rankeana de la historia como ciencia.
Para terminar, otro
indicio del retroceso al positivismo es la ruptura entre la historia que se
escribe y la historia que se vive, entre la academia y la sociedad; en momentos
de grandes cambios y convulsiones históricas. Desfase acumulativo que
ilustra la regresión científica y social y que conlleva el
repliegue positivista de sectores de la historia académica, desde la
caída del muro de Berlín en adelante. Refugiarse
en las viejas certidumbres historiográficas, epistemológicas y
temáticas, puede ser compresible en lo personal, pero resulta
tóxico para el presente y el futuro
de la disciplina de la historia, víctima perfecta de la
mercantilización galopante, en
mayor medida incluso que el resto de la universidad.
En resumen, a causa de
la aceleración histórica posterior a 1989, distinguir hoy entre
el historiador y el ciudadano, y más todavía después de la
crisis del 2008 en vigor, es más difícil que nunca; tanto
individual como colectivamente. Nunca fue tan cierto eso de que la historia, si
quiere tener futuro, ha de preocuparse del futuro, mostrando su utilidad en un
momento crítico para el porvenir de la humanidad y de las humanidades.
Muchos creemos que es un mal negocio, por consiguiente, seguir repitiendocomo avestruces que somos una cosa como historiadores y otra distinta como ciudadanos, como si eso fuese hoy posible o creíble, más allá de las indudables diferencias entre ambos tipos de actividad. Pretender ser una cosa en la academia y otra, a menudo opuesta, en la sociedad, sólo se puede conciliar asumiendo el paradigma positivista (con todo los aderezos que se quieran), cuyo idealismo objetivista y academicista legitima la escisión entre una historia mediata (pasada) e inmediata, entre el objeto y el sujeto doble de la historia, lo cual es aprovechado cada vez más por actores actuales para enmendar e impugnar, vía novela histórica o memoria histórica, por ejemplo, la historia académica.
Parte de los argumentos que venimos utilizando para reprobar el repliegue positivista de la historiografía desde los años 90, ya fueron utilizados académicamente en el siglo XX por Annales y el marxismo, para hacer avanzar la historia. ¿Qué hay de nuevo medio siglo después?: Se pueden enumerar: 1) el contexto de una historia profesional menos elitista que está presente en todas las universidades públicas del mundo y sigue atrayendo a muchos miles de estudiantes, por no hablar de su peso en la enseñanza media; 2) la imposibilidad de borrar, desde el poder académico, político o económico, la revolución historiográfica del siglo XX que demostró, con sus errores y aciertos, que fuera del positivismo “otra historia es posible”; 3) la irrupción de una crisis económica, social y política que sitúa a los estudios e investigaciones universitarias, a la enseñanza y a la ciencia en general, en el centro de la tormenta, transmutando en palabras peligrosamente huecas el pretendido divorcio entre la historia que se escribe académicamente y la historia que se hace social y políticamente, de la cual dependemos en última instancia.
¿Cuáles son las causas internas y externas de este inesperado impulso del viejo positivismo en pleno siglo XXI? Ya hicimos referencia a la ola conservadora que siguió a la caída del Muro de Berlín y que tanto afectó a las ciencias humanas en Europa y América. Lo más obvio, así y todo, es la causalidad interna: el declive sin aparente retorno de las tendencias críticas comprometidas con la sociedad y la innovación académica, difundidas en los años 60 y 70. Decadencia que viví de primera mano, antes y durante los inicios de Historia a Debate, junto a la escuela renovadora francesa y Past and Present. Espacios fecundos de militancia historio-gráfica que fueron ocupados, en no poca medida dialécticamente, por una historia tradicional que volvió por sus fueros, temas y conceptos; sin mayores exigencias de innovación y compromiso para sus retornados y a menudo embozados seguidores. Al dejar de funcionar las vanguardias historiográficas como movimientos académicos activos, críticos y colectivos, la primera consecuencia fue el resurgir paulatino (primero sus temas, después su teoría del conocimiento) de la vieja histoire historizante, événementielle, epidérmica y descriptiva, interesada ante todo por la biografía de “grandes hombres” y una historia política, institucional, narrativa, diplomática, militar, etc., de metodología naturalmente positivista.
Involutivo contexto disciplinar, sobredeterminado por el conservadurismo ambiental y el peso de la biología en los académicos, que desencadena una reacción instintiva y adaptativa en no pocos colegas, negativa para el presente y futuro de la historia como profesión y ciencia social. Dicen los sicólogos que la reacción humana habitual ante una situación de cambio o estrés es “huir o luchar”; es evidente que el agotamiento del impulso renovador de la historiografía ha beneficiado la “huida” silenciosa de colegas valiosos al pasado historiográfico.
El ascenso durante los años 90 de los valores y de las ideologías hostiles a la historia tal y como se entendió en el siglo XX, tanto en lo académico como en lo político, provocó una frustración historiográfica en curso, que conlleva el olvido de cómo y por qué nacieron las pretéritas nuevas historias. Sin comprender que si en el siglo XX fueron los movimientos sociales tradicionales quienes acompañaron y alentaron la renovación historiográfica, ahora el futuro de la historia cabalga, o debe cabalgar, sobre una ola mundial, que emerge con fuerza desde el inicio en Seattle del movimiento antiglobalización en 1999, reemplazado en 2011 por el movimiento global de los indignados, el cual tuvo sus comienzos en el Magreb y
España, y se extendió después a EE. UU., México y Brasil. Fases de una inacabada lucha internacional por una globalización alternativa, más humana, y por lo tanto, más amiga de las humanidades, de la cultura, la educación y por una universidad que no esté al servicio del comercio, los beneficios empresariales y la especulación financiera.
Al igual que en los años 60 y 70, soy optimista sobre
el futuro de la historia. En los dos sentidos habituales del concepto: la
historia que vivimos y la historia que escribimos, sobre la que podemos actuar
más positiva y directamente, siempre y
cuando seamos capaces de revertir la inercia de esa parte de la academia historiográfica que predica el aislacionismo para
nuestra profesión, correlato del retorno positivista que ponemos a
debate. Aislacionismo que viene en el peor momento, si consideramos lo que
está pasando en el mundo: una crisis económica, social y
universitaria que dejará hondas secuelas, especialmente en la Europa
latina. Separar hoy la historia que se hace de la historia que se escribe
contribuye, por otro lado, al agravamiento de las condiciones pre-existentes
para el relevo generacional, por la gran cantidad de plazas para profesores e
investigadores jóvenes que se están anulando por las
políticas de austeridad que imponen los poderes financieros. Urge pues, defender la universidad pública, no
sólo como ciudadanos, también como historiadores
y educadores, explicando a los jóvenes, que tienen vocación para
la investigación, que sus posibilidades de futuro dependen del desenlace
final de las luchas sociales y
políticas de este momento histórico.
En la academia tenemos también muchos jóvenes inteligentes y sensibles que no dan la espalda a la historia que sufren, y saben que para ser buen historiador, aquí y ahora, hay que hacer una historia distinta de la tradicional y coadyuvar a las luchas, académicas y no académicas, para invertir estas políticas neoliberales que mercantilizan la universidad, impiden la creación de plazas de docencia e investigación y recortan el espacio de las ciencias humanas. Son precisamente los que, teniendo vocación académica, acostumbran a estar más lúcidos y motivados para llegar al final del túnel. Otros, menos sagaces y comprometidos con la historia y sus problemas, frecuentemente con buenas calificaciones, pero menos preparados para la vida real, no suelen salir del túnel: se cansan pronto y abandonan la carrera cuando se les acaba la beca. Lo vemos constantemente. Otra forma de aislacionismo, resultado perverso del retorno de los positivistas, es la desconexión de esa parte de la escritura de la historia, de las fuerzas innovadoras del momento actual: académicas, sociales y digitales. Me refiero a las disciplinas científicas más avanzadas (Física, Biología, Informática y Ciencias de la Comunicación), por un lado, los nuevos movimientos sociales, por el otro, y como nexo global, las nuevas tecnologías de la información.
No digo nada nuevo, pasó lo mismo en el siglo XIX,
¿no nace el positivismo historiográfico al calor del nacionalismo
emergente? Los referentes de la historia positivista, Leopold
von Ranke el primero, eran parte del movimiento
político-social dominante y luchaban con sus obras por el éxito y
consolidación del Estado-nación −o de las naciones sin
Estado, en otros lugares−, aunque ellos decían ser
“neutrales” a la hora de hacer historia, viviendo así en
constante contradicción, favorecidos y financiados en cualquier caso por
el Estado en construcción −o simplemente añorado−,
que exigía una historia propia, más rigurosa y documentada. Un siglo después, la historia no se
concibe ya sin el uso de documentos, los viejos
Estados-nación se resisten a la globalización y los nuevos
sujetos históricos precisan de
los historiadores, bastante más que pericia con las fuentes.
Y en el siglo XX,
¿Se hubieran desarrollado el Marxismo y Annales
como corrientes historiográficas hegemónicas en Europa −salvo
Alemania− y en América −salvo EE. UU.−, sin el
movimiento obrero, estudiantil y demás movimientos sociales del
“siglo de las masas”? Y después del marxismo y Annales, ¿No han generado asimismo, los movimientos
feministas, ecologistas o pacifistas, nuevos enfoques de investigación?
Igual se puede decir en el cambio de siglo de la globalización y la
antiglobalización con la World History (Barros, 2009b, 67-84) y la Historia Inmediata. No
obstante, lo específico del momento actual, texto y contexto, no es
tanto la temática que se investiga −o se puede investigar−,
como la noción epistemológica de la historia, cuya cientificidad
se niega con los posmodernos o se reafirma torpemente con los retornados en los
márgenes del debate.
Entre 2011 y 2013 hemos vivido, en Europa y América, una movilización mundial de indignación social de origen africano que no tiene parangón desde mayo de 1968 (Barros, 2011). Iniciado en Túnez, este nuevo movimiento social de dimensión global saltó a España el 15 de mayo de 2011 (15M) , donde se acuñó y difundió el término ‘indignados’, sacado del libro de Hessel (2010), pasando en setiembre a Estados Unidos (Occupy Wall Street), en 2012 a México (Yosoy132) y en 2013 a Brasil. En todos los casos, los estudiantes (como en el 68), y de manera más destacada los graduados universitarios, constituyen la parte más activa de este nuevo ciclo histórico de movilizaciones sociales juveniles, críticas con el capitalismo global. Este movimiento de los indignados releva al medio fenecido movimiento altermundista, y muestra una vez más que la sociedad civil global se reinventa: ha venido para quedarse.
La historia que vivimos
se mueve rápidamente, por arriba y por abajo, hacia atrás y hacia
adelante: los historiadores conscientes del carácter objetivamente
colectivo de nuestro oficio tenemos que optar, el futuro de nuestra disciplina
depende de ello. Desde HaD hemos dicho, desde hace
dos décadas, que ni positivismo ni posmodernismo, diferentes y
contradictorias formas de desandar el camino y asumir la derrota, sólo
construir nuevos paradigmas nos asegurará un lugar en el siglo XXI, que
no desmerezca al espacio ocupado por la historia profesional en el siglo XX.
Historia a Debate es la prueba de que es viable una escritura de la historia que
mire hacia adelante, sin hacer tabla rasa del siglo XX, que sea potencialmente
mayoritaria, cuando menos, en el ámbito académico latino. Veinte
años de experiencia, propuestas, debates e investigaciones muestran la
necesidad y la viabilidad del nuevo paradigma −consenso según Kuhn−
que venimos practicando, sin “pensamientos únicos”, combinando incesantemente el debate con
sucesivos acuerdos, aprendiendo de nuestros interlocutores, dentro o fuera de
nuestra red / movimiento, a perfilar dinámicamente nuestras posiciones
metodológicas e historiográficas, epistemológicas y
sociales.
Cerraremos nuestra exposición haciendo referencia a la dilatada y diversa trayectoria de Historia a Debate (Barros, 2012a), desde la nueva historia al nuevo paradigma, en contextos históricos tan dispares como la caída del Muro de Berlín, el atentado de la Torres Gemelas, la crisis económica mundial o la emergencia del movimiento social global. El objetivo de este resumen final es que se comprenda mejor el carácter constructivo y proactivo de nuestra crítica al retorno del positivismo, y de paso, a su complementario posmodernista, filosóficamente residual en este siglo de búsquedas de una nueva y global “Ilustración”.
En 1993, cuatro años después de la caída del Muro de Berlín, organizamos en Santiago de Compostela el I Congreso Internacional de Historia a Debate, con la colaboración de Annales y Past and Present. Terminadas las jornadas de trabajo, tomé conciencia, en mi condición de promotor y máximo responsable, del agotamiento de los focos de renovación historiográfica, en francés y en inglés, que habían iluminado la profesión de historiador en el pequeño siglo XX. La revista Annales seguía editándose, ciertamente, pero había dejado de representar una escuela o movimiento colectivo, y lo mismo podríamos decir de la Revista de Historia que, buscando conectar pasado y presente, fue creada en 1952 por el grupo de historiadores del Partido Comunista Británico. Tendencias historiográficas que se percibieron en los años 90, y más aún en los años 2000, como tradiciones, más que como realidades historiográficas activas. Nos planteamos, en consecuencia, explorar nuevas alternativas que recogieran el espíritu de las viejas vanguardias, respondieran a los nuevos tiempos de la historia y la historiografía, y pudieran concitar apoyos y complicidades en diversas historiografías y continentes: así nació Historia a Debate (Barros, 2004b, pp. 84-90).
Aprendimos rápidamente cómo evoluciona la
ciencia con Thomas S. Kuhn y su libro La estructura de las revoluciones
científicas (1962) y otros escritos. Aplicando
de forma rectificada a la historia de la historia los conceptos de paradigma como consenso, comunidad de especialistas y cambio
de paradigma entendida como
revolución científica. Kuhn decía que las ciencias no
avanzan por acumulación, sino
mediante revoluciones científicas. Es verdad, las disciplinas avanzan
mediante rupturas, pero también por acopio, añadimos,
según nuestra propia experiencia
como historiadores de la escritura de la historia.
Cada nuevo paradigma
recoge y mantiene en parte el paradigma o consenso anterior, en un nuevo
contexto histórico e historiográfico. Es así como, del
positivismo, la primera lectura científica de nuestra disciplina, Annales y el Marxismo aprendieron
el rigor documental a través del uso crítico de las fuentes,
superponiendo al oficio de historiar
otros paradigmas temáticos e historiográficos, junto con compromisos sociales y políticos bien
distintos al positivismo. El error estuvo, con todo, en no haber desarrollado
en el siglo XX, de forma clara y consecuente, una
epistemología distinta al objetivismo sacro de Ranke,
Langlois y Seignobos. Una
teoría del conocimiento histórico que restituyera con nitidez el
papel activo del historiador como sujeto cognoscente, más allá
del “falsacionismo” de Popper, pensado
para atacar al marxismo), en el cual la verificación empirista siempre
tenía la última y
verdadera palabra.
En resumen, a pesar de
la “revolución historiográfica del siglo XX”, el
positivismo epistemológico nunca se fue del todo, de ahí la
facilidad con que sectores de los annalistes y
marxistas desencantados (y âgées)
retornan a la “idolatría de las fuentes”.
De las nuevas historias de los años 60 y 70, asumimos y reformulamos −reconociendo defectos y limitaciones− sus propuestas más avanzadas, incluso más imprescindibles en el siglo XXI que en el siglo XX, entre las que acostumbramos a destacar tres: historia total, compromiso y teoría, que desglosamos de la siguiente manera: 1) hoy es más obligatorio que nunca hacer una historia más global, vista la fragmentación creciente de nuestra disciplina, a contrapelo del mundo en que vivimos; 2) este mundo hace ineludible una historia más comprometida con el presente y el futuro, porque siendo el futuro más ignoto que nunca, puede pasarnos lo peor y debemos contribuir desde la historia a que las mejores hipótesis se confirmen, aportando el punto de vista del historiador de profesión; y finalmente 3) la herencia recibida, junto con la complejidad presente, exigen una historia más pensada, difícilmente se puede hacer ahora una buena historia sin reflexionar sobre el método, la historiografía y la teoría.
Contra otras previsiones interesadas, desde la
caída del Muro de Berlín, la historia ha cambiado enormemente,
por lo tanto, urge también mudar la historiografía, si no queremos que nuestra
disciplina se convierta en una estatua de sal como la mujer de Lot. Para evitarlo elaboramos un nuevo
concepto de la historia profesional
que denominamos “ciencia con sujeto”. Ciencia histórica con
un doble sujeto: social (agente histórico) y cognoscente (historiador).
En el primer caso, buscamos no olvidar, en tiempos de regreso
“triunfal” de la historia más tradicional, el papel de la
acción colectiva en la historia: una vieja y vigente contribución
del marxismo historiográfico (no estructuralista). En el segundo caso,
reside la mayor novedad epistemológica que implica reintroducir al
historiador y a la comunidad de historiadores
como hacedores “en última instancia” de la historia que se escribe:
condición subjetiva sine qua non del realismo y la cientificidad de
nuestra disciplina.
Historia a Debate representa como sujeto cognoscente una nueva forma de sociabilidad académica en Internet (Barros, 2007b), centrada en un renovado interés, colectivo y generacional, por la reflexión y la autorreflexión sobre el oficio y la escritura de la historia. Dicho de otro modo, en un momento de grandes cambios, internos y externos, hemos incrementado nuestra capacidad de intervención historiográfica, como sujeto consciente de la historia que se escribe. Somos la avanzada de una nueva historiografía digital (Barros, 2013), capaz de intercambiar debates y consensos en tiempo real con la participación de colegas de cientos de universidades, utilizando un medio académico de comunicación impensable para las tendencias historiográficas que nos han precedido. Gracias a lo cual, llevamos años practicando, en red, una historiografía inmediata que nos permite, junto con nuestros macro congresos, organizar debates, percibir los cambios en la comunidad internacional de historiadores desde una privilegiada óptica latina y hacer propuestas con la garantía probada de una enorme difusión nacional e internacional. Procurando y concediendo apoyos, formulando críticas, recogiendo y replanteando proposiciones y experiencias de diversos orígenes, venimos erigiendo un nuevo consenso o paradigma para el oficio de historiador en el siglo XXI. Haciendo caso omiso, una y otra vez, a los cantos de sirena de un individualismo academicista, que nos condena al “eterno retorno” a una vieja forma empirista de hacer la historia, que simula vivir fuera de su tiempo.
No se puede ejercitar con éxito una historiografía de lo inmediato, sin prolongar hasta el hoy y proyectar al mañana nuestro objeto de investigación histórica (Barros, 2002; Barros, 2008). Frente a los retornados que lamentan y satanizan el “presentismo” de la nueva sociedad de la información, hemos construido sobre el terreno un concepto de Historia Inmediata que abarca la reflexión, el debate y/o la investigación participativa de los historiadores sobre hechos, procesos y movimientos sociales, actuales o recientes, de relevancia histórica, y se incluye su interacción con una historiografía asimismo actual y cambiante, aunque algunos, en su aparente inmovilismo, no lo sepan o quieran ver.
Si los historiadores perdemos pie con la historia que vivimos, sujeta desde 1989 a notorios bandazos, retrocesos y aceleraciones, acabaremos siendo un oficio marginal, en relación a lo que fueron las nuevas historias en el siglo XX, reducido a una pura erudición, simple entretenimiento para autores o lectores o, lo que es peor, medio de propaganda para los poderes establecidos, viejos o nuevos.
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Carlos Barros: Universidad de Santiago de Compostela, Director del
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Historia, Teoría y Método de las
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de Historia Medieval e Historiografia.
Correo electrónico: cbarros17@gmail.com
Dr. Juan José Marín Hernández, Catedrático. Director del Centro de Investigaciones Históricas de América Central. Universidad de Costa Rica. Costa Rica. juan. marin@ucr.ac.cr
Dr. Ronny Viales Hurtado. Catedrático. Historia Económica y Social. Universidad de Costa Rica. Director de la Escuela de Historia. Costa Rica. ronny. viales@ucr.ac.cr
Dr. David Díaz Arias: Catedrático. Historia Política, Director del posgrado de Historia y Docente de la Escuela de Historia, Universidad de Costa Rica, Costa Rica. david.diaz@ucr.ac.cr
MSc. Francisco Enríquez. Historia Social. Universidad de Costa Rica. Costa Rica. francisco.enriquez@ucr. ac.cr
Dra. Ana María Botey. Historia de los movimientos sociales. Universidad de Costa Rica. Costa Rica. abotey@gmail.com
Dr. José Cal Montoya. Universidad de San Carlos de Guatemala. Guatemala. jecalm@correo.url.edu.gt
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Dr. Heriberto Cairo Carou. Departamento de Ciencia Política y de la Administración III - Universidad Complutense de Madrid. España. hcairoca@cps.ucm.es
Dra. Rosa de la Fuente. Departamento de Ciencia Política y de la Administración III Universidad Complutense de Madrid. España. rdelafuente@cps. ucm.es
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Dr. Gerónimo de Sierra. Vicerrector de la Universidade Federal da Integração Latino-Americana (UNILA) y Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República. Uruguay. geronimo@fcs.edu.uy
Dr. Antonio Palazuelos. Departamento de Ciencia Política y de la Administración III - Universidad Complutense de Madrid. España. palazuelosa@cps. ucm.es
Dr. Werner Mackenbach. Universidad Potsdam. Alemania. werner.mackenbach@uni-potsdam.de
Dr. Guillermo Castro. Ciudad del Saber Panamá. Panamá. gcastro@cdspanama.org
Dra. Natalia Milanesio. University of Houston. Estados Unidos. nmilane2@Central.UH.EDU
Dr. Ricardo González Leandri. Consejo Superior de Investigaciones Científicas - España. España. rgleandri@gmail.com
Dra. Mayra Espina. Centro de Estudios Psicológicos y Sociológicos, La Habana. Cuba. mjdcips@ceniai.inf.cu
Dra. Montserrat Llonch. Departamento de Economía e Historia Económica Universidad Autónoma de Barcelona. España. montserrat.llonch@uab.es
Dra. Estela Grassi. Universidad de Buenos Aires. Argentina. estelagrassi@gmail.com
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Dr. Alfredo Falero. Departamento de Sociología. Universidad de la República. Uruguay. alfredof@adinet. com.uy
Fotografía: “Jardín del Edén: una modesta hondureña se esconde detrás de una hoja gigante de banano con forma de remo”. Tomada del artículo: Una óptica igualitaria: Autorretratos, construcción del ser y encuentro homo-social en una plantación bananera en Honduras de Kevin Coleman. Volumen 15.2. Año 2014- 2015. Fuente: Colección Propiedad de Getty Images.
Editora Técnica: M.Sc. Marcela Quirós Garita.
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Universidad de Saskatchewan, Canadá
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Universidad de Saskatchewan, Canadá
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