EL RETRATO DEL
RECUERDO Y EL OLVIDO. POLÍTICAS DE CONCILIACIÓN, OLVIDO Y
MEMORIAS EMBLEMÁTICAS DE LA DICTADURA DE FEDERICO TINOCO
GRANADOS (1917-1963)
Alejandro Bonilla Castro
Memoria, transición democrática,
políticas públicas, dictadura, Federico Tinoco Granados, Costa
Rica.
Memory, democratic transition, public policies, dictatorship, Federico
Tinoco Granados, Costa Rica.
Fecha de recepción: 25 de julio de
2014 - Fecha de aceptación: 8 de setiembre de 2014
El objetivo principal de esta investigación es
analizar las memorias emblemáticas creadas por los tinoquistas,
los grupos revolucionarios y los trabajadores urbanos de la sociedad
costarricense durante la dictadura de Federico Tinoco Granados (1917-1919) y la
transición democrática, conocida como el Proceso de la
Restauración (1920-1926). Se analizarán las confrontaciones de
estas memorias en los medios de comunicación, el espacio público
de la ciudad capital: San José, las instituciones del Estado y el efecto
a largo plazo de las llamadas políticas de conciliación,
aplicadas por los presidentesJulio Acosta
García y Ricardo Jiménez Oreamuno, para
poner fin al conflicto político y social internodel
país, y para erradicar cualquier expresión de estas memorias
emblemáticas, después de 1927.
The main objective
of this paper is the analysis of the emblematic memories created by the tinoquistas, the revolutionary groups and the urban workers
about the Federico Tinoco Granados dictatorship
(1917-1919) and the democratic transition – known as the Process of
Restoration (1920-1926). The focus of the analysis will be the battle of those
memories in the media, the public spaces in the capital city San José,
the Costa Rican government’s institutions and the long term effect of the
conciliation policies, applied by the Presidents Julio Acosta García and Ricardo Jiménez Oreamuno,to put an end to the
inner political and social conflict in the country after the dictatorship and
to erasewhichever expression of the emblematic
memories after 1927.
Este artículo sintetiza los principales
hallazgos de un trabajo más extenso (Bonilla, 2013), el cual, en cierto
sentido, tuvo como impulso la publicación del libro Federico Tinoco…
en la historia (Aguilar, 2008). En este, Óscar Aguilar Bulgarelli analizó la validez y la
constitucionalidad del mandato presidencial de Federico
Tinoco, y proporcionó una revisión interesante sobre la figura
del expresidente, quien ha sido
calificado por la historia oficial como un dictador sanguinario y un traidor a la Patria. En su análisis,
Aguilar concluye que Tinoco fue más bien un gobernante interesado por la
estabilidad democrática y un patriota que defendió a Costa Rica
de la inminente intervención estadounidense (Chacón, 2009;
Fonseca, 2009). Fue el estudio
histórico más reciente que planteó una revisión de
la figura de Tinoco y, por tanto, de
su memoria histórica.
La publicación de este estudio puso de
realce una problemática muy singular para el caso costarricense: ¿Por
qué la dictadura de Tinoco ha sido desplazada al reino del olvido y no
se recuerda como una parte esencial de nuestra historia política?,
¿hay otras coyunturas históricas que compartieron este mismo
destino?, ¿por qué motivo? Indudablemente, la historia
costarricense –así como otras alrededor del mundo– está
llena de omisiones que buscan, entre otras cosas, consolidar versiones oficiales de la historia, para
estabilizar un proyecto político o ciertas identidades de grupo. Y esto es lo que ocurre con
la dictadura de Federico Tinoco y otras etapas de la historia costarricense
igualmente álgidas, como la Guerra Civil de 1948. La historia oficial navega constantemente el
río Lete, y procura que el olvido de
estas etapas pueda facilitar la construcción de una identidad
homogénea. Sin embargo, siempre hay tensiones.
El periodo histórico ubicado entre 1920 y
1926, que incluye los gobiernos de Julio Acosta García (1920-1924) y
parte del mandato de Ricardo Jiménez Oreamuno
(19241928), constituye un caso sumamente interesante, en el cual las
instituciones del Estado y la política pública se convierten en
protagonistas de una lucha entre la memoria de la dictadura –y
el deseo de una reestructuración del Estado costarricense– y
la continuidad del proyecto liberal, que dio forma al régimen
tiránico de Tinoco. Es decir, el discurso
oficial sobre un hecho histórico difícilmente pueda encontrar el
camino libre para consolidarse, sin
antes enfrentarse a las distintas versiones que hay sobre él.
La bibliografía disponible sobre la
dictadura de Federico Tinoco ha sido profusa, pero sumamente dispersa en cuanto
a su enfoque. Las tendencias de investigación más explotadas han
sido las vinculadas a la historia política y la historia del poder y de
las relaciones internacionales, siendo ésta última la que ha
hecho mayor avance en el análisis de los efectos de la
intervención estadounidense en Costa Rica, acaecida entre 1917 y 1919, a
partir de un estudio exhaustivo basado en las fuentes del Departamento de Estado de los
Estados Unidos (Bresciani, 1984; Murillo, 1981; Rosenberg, 1980). Los trabajos de historia política,
a pesar de la introducción de fuentes orales en el pasado reciente, se
han limitado a narrar lo que sucedió
entre 1917 y 1919, desde la
caída del gobierno de González Flores hasta la llegada de Julio
Acosta al poder. (Fernández, 1923; Morales, 2010; Obregón, 1981; Oconitrillo, 1980; Salazar, 1959). No obstante, se han
explorado otras vetas de análisis sobre este tema, como la historia
aplicada (Naranjo, 2004), historia social (Bonilla, 2010) y el derecho
jurídico (Tinoco, 1984).
Esta investigación, no obstante, se inserta
dentro del enfoque de la historia de la memoria y específicamente
en los efectos de las dictaduras y las transiciones democráticas
en América Latina. Esto permitirá analizar las memorias
colectivas sobre el régimen dictatorial tinoquista,
su confrontación en los medios de comunicación y en el espacio
público, y el papel del olvido en la reformulación o
extinción de esas memorias, durante los gobiernos de Julio Acosta y
Ricardo Jiménez.
En la
primera parte de este artículo se presentará el modelo
teórico propuesto para abordar la problemática señalada.
El segundo apartado delimita y analiza los llamados eventos de ruptura que
incentivan a los actores sociales a crear las memorias emblemáticas,
mientras que el tercer apartado se centra en el análisis de los nudos de
la memoria que permiten consolidar las memorias a nivel individual y social.
Los portavoces humanos, las conmemoraciones, la estatuaria y el espacio público
serán las categorías de análisis que se tomarán en
cuenta para este fin. El cuarto apartado destacará los efectos de las
políticas de conciliación, aplicadas por los gobiernos de Julio
Acosta y Ricardo Jiménez Oreamuno, en las
memorias emblemáticas y su desplazamiento hacia el olvido social de la
dictadura.
El modelo teórico de esta
investigación parte de la premisa de que la memoria, al tener su propia
historicidad, se puede considerar como un proceso intersubjetivo, pues los
individuos crean o componen un pasado que sea públicamente aceptable, de
manera que las versiones de su pasado correspondan con las colectivas creadas
por otras personas y viceversa. La memoria es un proceso de autoaceptación
y aceptación social (Green, 2004, p. 39-40, Ricoeur,
2004, p. 4;). A su vez, en un estudio publicado hace unos años, Luz Mary
Alpízar y Oriester
Abarca (2012) sostenían una idea similar, en el tanto la memoria parte
de su capacidad performativa respecto a los
individuos y respecto a los grupos (p. 93).
Por lo tanto, la memoria vista como un producto
intersubjetivo y dinámico, se aleja un tanto de la propuesta del
sociólogo Maurice Halbwachs, quien la
consideró como un catalizador
de la identidad grupal; por lo tanto, el pasado permanece en el presente
mediante los llamados cuadros sociales de la memoria y de esta depende el
individuo para articular sus propios recuerdos. Es decir, la posibilidad del
individuo para recordar está subordinada a las condiciones de la
colectividad: los cuadros sociales (Dobles, 2009, p. 90-92).
Con el objetivo de matizar este determinismo, el
modelo teórico que se propone en esta investigación toma el
concepto de memoria emblemática de Steve Stern,
que además de heredar la noción de cuadros sociales de la memoria
de Halbwachs (Stern, 2004,
p. 107) se apropia de la noción de emblemas de Emile Durkheim, la cual
señala que los grupos sociales construyen imágenes de sí
mismos y de sus creencias, que luego son reconocidos en el espacio
público (Díaz, 2007a, p. 179-180). De esta forma, la memoria
emblemática surge de la experiencia del evento de ruptura (LaCapra, 2006, p. 181),2 y define los términos de apropiación
o conexión de las memorias
individuales, por medio de los nudos de la memoria. Estos nudos involucran
portavoces humanos, que incentivan a otros a recordar las conmemoraciones o
actos públicos y la estatuaria o el espacio público (Nora, 1989,
p. 19).
Dentro de los nudos de la memoria, es preciso
señalar que estos parten también de iniciativas de corte
político, que pueden ser iniciativas populares, pero muchas veces son
políticas públicas. Para el caso que compete, estas
últimas serán entendidas como políticas de la memoria, las
cuales pueden tener dos connotaciones: la primera, servir como factores de
transformación institucional o, en segunda instancia, proporcionar
únicamente un alivio psicológico que no involucra un cambio en la
cosa pública. Asimismo, dentro de las políticas de la memoria, el
dejar de hacer se considera como actuar del poder político (Gerston, 2010, pp. 7-9; González, 2005, p. 108).
Se han definido cuatro memorias
emblemáticas: la primera es la de salvación, que considera necesario que se restaure el
equilibrio perdido a raíz del evento de ruptura; la segunda se denomina
resistencia y se conforma a partir de la experiencia de la persecución
política, las torturas, los asesinatos y los problemas económicos derivados de la dictadura; también se
identifica la de sanción, que tiene como objetivo
realizar una purga institucional y política para eliminar todo resabio
del gobierno dictatorial; y finalmente
la de conciliación, que por medio de políticas de perdón y olvido busca traer el equilibrio a
la sociedad.
¿Dónde
entra el olvido en todo esto? Como parte del proceso de la memoria, el olvido
es una dimensión que posee dos naturalezas: una positiva y otra
negativa. La positiva es que es una memoria en latencia,
es decir, que con los recursos adecuados la memoria puede ser recuperada, a pesar
de que haya estado oculta de la vida cotidiana por un lapso de tiempo (De Gaulejac y Silva, 2002, pp. 435-436, 439). Su dimensión negativa refiere a los
actos de repetición y a la presencia de un trauma, en donde se crean mecanismos de defensa
en contra de aquello que perjudique la integridad de un individuo o de un
colectivo. Pero, ¿cuáles pueden ser estos mecanismos de defensa?
¿Cómo surgen? Al igual que las memorias emblemáticas
parten de la vivencia de un evento, el olvido puede ser localizado también
en uno, solo que con la función inversa: desplazarlo (Bertrand, 1977, p.
173).
Se parte del concepto de obliteración (cuyo
equivalente en inglés sería oblivion) para
designar un olvido radical, entendido como aquel que no puede estar asociado
con la memoria pues las condiciones bajo las cuales se puede recordar no
están presentes (Lucas, 1997, p.13). Esta obliteración borra o
banaliza una memoria (Trouillot, 1996, p. 96) por
medio de lo que se llamará aquí evento desplazante.
Este evento conlleva la negación pública, directa o indirecta, de
un recuerdo que forma parte de una memoria emblemática, actuando desde
tres diversas vías: la negación de la identidad de grupo,
útil si se quieren eliminar diferencias que provocan división
social y construir una identidad conciliatoria; la transformación o
destrucción de los lugares de la memoria, creando silencios de la
memoria en el espacio público; o la inviabilidad comunicativa,
que permite reconocer la existencia de una memoria a nivel individual, pero las
condiciones para hacerla social no existen.
El golpe de Estado del 27 de enero de 1917 fue el
único en su clase que tuvo éxito en Costa Rica durante el siglo
XX. Ejecutado por Federico Tinoco Granados, el entonces Ministro de Guerra del
gobierno de Alfredo González Flores, el golpe tuvo como objetivo tomar
los principales cuarteles de San José: el de la Artillería – ubicado
en el centro de San José–
y el Principal, ubicado al lado de la
Penitenciaría Central. El
discurso oficial que fundamentó el
golpe fue la defensa de la democracia, frente a la amenaza de que Alfredo
González Flores se reeligiera, una opción que no podía
darse pues la constitución lo prohibía (“Proclama del
General”, 1917).
La prensa en ese momento, liderada por los
periódicos La Información y El Imparcial, se dieron a la tarea de
fomentar una visión homogénea del golpe de Estado como un acto
político y militar en el que prevaleció la paz. Su objetivo es
claro: insertar el movimiento militar dentro de una “evolución
política”, que no rompió con la estabilidad interna
del país, en comparación con la convulsa Centroamérica,
donde sus constantes golpes de Estado y guerras civiles cobraron muchas vidas
(“Cómo ocurrieron”, 1917; “Se disipan”, 1917).
No obstante, la información disponible sugiere que el golpe de Estado
tuvo también episodios violentos, todos enmarcados en la zona del
Cuartel de la Artillería, en el centro de San José.
Además,
en Heredia se dieron las primeras persecuciones políticas en perjuicio
de la familia del presidente depuesto, González Flores (“El
General”, 1917).
¿Por qué el golpe de Estado fue
presentado ante la opinión pública como un movimiento pacífico, si tuvo episodios
violentos? Además de las razones que tocan
las raíces discursivas de la identidad nacional, también hay una
mucho más importante: crear una versión socialmente aceptable del
golpe de Estado, como un movimiento popular que buscó la
restauración de la política costarricense y su unificación bajo la bandera del “peliquismo”, como se le denominó al movimiento
político liderado por Federico Tinoco. De esta forma, el golpe de Estado
del 27 de enero de 1917 se convirtió en un símbolo de
salvación, el emblema de una memoria de triunfo y renovación,
construida para legitimar el gobierno de Tinoco y reformar la política
de partidos (“Cómo ocurrieron”, 1917; “La
verdadera”, 1917).
Sin embargo, para los opositores del peliquismo (quienes fueron liderados por Alfredo
González Flores, Manuel Castro Quesada, José María
Zeledón Brenes, Rubén Coto, Mario Sancho, Jorge y Alfredo Volio Jiménez, José Albertazzi
Avendaño, entre otros) el golpe de Estado no fue sinónimo de salvación, sino de traición. Y como traición
debía ser purgada. Por lo tanto, los revolucionarios del Sapoá configuraron
un discurso de “higienización social”, que buscó la persecución de los grupos
políticos liberales que apoyaron el golpe de Estado y se convirtieron en
agentes del peliquismo. Al enarbolar las consignas de
la “Proclama del Sapoá”,
los revolucionarios constituyeron su emblema de sanción
(“Páginas clandestinas”, 29 de agosto de 1919).
Paralelamente, los revolucionarios apelaron a otro
símbolo: el martirio, para legitimar su lucha en contra de los Tinoco.
Recurrieron para esto, además de la experiencia de la persecución
política y la represión del Estado, al asesinato del líder
revolucionario Rogelio Fernández Güell y sus compañeros,
para reforzar esta idea. El emblema de resistencia se empezó a construir
a partir de la publicación de la denuncia de Marcelino García
Flamenco, profesor de primaria de la localidad de Buenos Aires de Puntarenas y
quien presenció el asesinato político de Fernández
Güell (García, 1918) y los discursos revolucionarios pronunciados
días después de su asesinato en la Catedral Metropolitana, el
Cementerio General y desde Panamá (“Páginas
clandestinas”, 30 de agosto de 1919).3
Ahora bien, a
partir del estudio de estos emblemas, ¿cómo se dio el proceso de
apropiación y adopción social de estos, para formar memorias
emblemáticas? Para los tinoquistas fue preciso recurrir a la construcción
de la figura caudillista de Federico
Tinoco, de forma que se popularizara su imagen de líder y “gendarme
de la democracia”, como él se autoproclamó el 27 de
enero de 1917. Además de la prensa, los Clubes 27 de Enero (C27E) fueron
los encargados de fortalecer este perfil
y llevarlo al espacio público. En su estatuto, el C27E del distrito El
Carmen adoptó el 27 de
enero como emblema de la regeneración política (“El
Lic.”, 1917). ¿Cómo materializaron los C27E estos discursos
en el espacio público? Por medio de un evento multitudinario: el
desfile cívico. El 18 de marzo de 1917 se llevó a cabo la
mayor manifestación política del tinoquismo
hasta ese momento, cuya convocatoria se realizó a nivel nacional,
siguiendo un patrón como el siguiente:
A todos
los buenos ciudadanos del valiente y progresista cantón de Moravia, se
les invita cordialmente a contribuir con su presencia a la Gran
Manifestación que los pueblos de Costa Rica preparan con gran entusiasmo
para el día 18 del presente mes en San José, en honor del popular
y meritorio hombre público General don Federico Tinoco G., quien ha
salvado de un rudo fracaso a la Nación, y quien con clara inteligencia y
reconocido patriotismo, la llevará al más alto grado de
prosperidad, cultura y bienestar (“La reunión”, 1917).
Esta manifestación, hizo uso de
alegorías como las de la Patria, la Paz, el Trabajo, el Progreso y el
Engrandecimiento, todos símbolos de lo que sería el gobierno de
Tinoco, en contraposición al de su predecesor, Alfredo González
Flores (“La reunión”, 1917). Sin embargo, ¿fue un
sentimiento de aceptación nacional del tinoquismo
el que yacía detrás de todos estos recursos? No, contrario a las
fiestas cívicas, como el 15 de setiembre, en donde se conformaba
la celebración a partir de un rito político y cultural construido
en el largo plazo (Díaz, 2007b, pp. 267-279), la manifestación
tinoquista del 18 de marzo se configuró
más bien como un desfile de la élite, similar a los que se
celebraban en las inmediaciones del Parque Morazán, la Plaza de la
Fábrica, la Avenida de las Damas y La Sabana en la alborada del siglo XX.
La ostentación de la riqueza de los organizadores, las señoritas,
la exhibición tecnológica y la poca representatividad de los
sectores populares caracterizaron estos eventos (Quesada, 2011, pp. 146-153).
El desfile tuvo como propósito popularizar el nombre de Tinoco y hacerlo
presidenciable para las elecciones del 1 de abril. Incluso, un indicador de
esto es que los C27E se disolvieron después de abril de 1917, por lo el tinoquismo perdió a uno de sus portavoces más
importantes, justo en el momento en que empezaron a brotar los primeros
indicios de oposición.
Las
conmemoraciones del golpe de Estado entre 1918 y 1919 fueron tímidas y
con poca sustancia política, ya que redirigieron las celebraciones del
espacio público al espacio privado. Esto se explica primeramente por la
transformación del régimen en dictadura a mediados de 1917;
segundo, por la pérdida de popularidad producto del asesinato de Rogelio
Fernández Güell en marzo de 1918 y tercero, por la persistencia de
un problema de subsistencia cada vez más grave (Barrantes, Bonilla y
Ramírez, 2011). Sin embargo, el régimen comprendió que el
uso de las políticas de la memoria en el espacio público
podría fomentar en la sociedad un espíritu de hermandad y “concordia” con
los símbolos adecuados. Por eso, inauguró en 1918 dos sitios en
San José que materializaran este deseo: el Parque de La Concordia
(actual España) y un monumento en honor a Mauro Fernández frente
al Edificio Metálico (Díaz, 2007b, p. 167;
“Preparativos para”, 1918). El problema para Federico Tinoco
no fue la legitimidad de estos símbolos, sino el contexto en el que
fueron puestos en práctica como nudos de la memoria, pues ya para 1918
el otrora emblema de salvación no era más que un mal recuerdo y
un símbolo de la represión.
Se
podría pensar que tuvieron mayor éxito los portavoces y las
conmemoraciones de las memorias emblemáticas de resistencia y de
sanción. Pero fue todo lo contrario. Al igual que la memoria de
salvación sufrieron también de una pérdida de legitimidad
y además de la falta de apoyo estatal, cuando se requirió. El que
pudo colarse con mayor éxito en el espacio público fue el emblema
de resistencia, y la memoria que conformó. Como portavoces, los
revolucionarios fundamentaron la lucha contra los Tinoco bajo la imagen del
martirio, una fuerza moral de grandes proporciones por sus raíces
judeocristianas y que permitió inspirar y movilizar a la
población en contra de la dictadura (“Rogelio
Fernández”, 1919). Fue también una fuerza moral
internacional, ya que el emblema de resistencia no se quedó en Costa
Rica, sino que recorrió casi toda Centroamérica, llegando incluso
a Estados Unidos; lo que otorgó legitimidad a los revolucionarios
liderados por Alfredo Volio, como una fuerza
beligerante (Archivo Nacional de Costa Rica, s.f., Nº 54, ff. 30, 41, 43-47, Nº 55, Nº 57, ff. 13, 14, 16, 19-22).
En el espacio público, la memoria de
resistencia generó un panteón anti-tinoquista
en el casco urbano de la ciudad de San José. Estas políticas de
la memoria surgieron a lo interno de la Municipalidad de San José
(Archivo Nacional de Costa Rica, 1919); pero también de un interesante
proceso de apropiación por parte de los sectores populares, mediando la
identidad de clase. Así, los obreros, los artesanos y los docentes
promovieron políticas de la memoria que favorecieron a Marcelino
García Flamenco, Jeremías Garbanzo, Joaquín Porras y
Ricardo Rivera e inmortalizaron su recuerdo en la ciudad de San José.
Estas políticas, que incluyeron la inauguración de un parque, la
construcción de una escuela y un monumento en honor a García
Flamenco, así como el bautizo de varias calles en memoria de Garbanzo,
Porras y Rivera, no sobrevivieron al embate del olvido, con algunas excepciones
(Archivo Nacional de Costa Rica, 1923). En 1937, los estudiantes fueron
honrados con un boulevard que atravesaba la Calle 9 y tuvo como puntos focales
el Liceo de Costa Rica y el Parque Morazán (aunque las obras de
infraestructura llegaron hasta la Iglesia de La Soledad), y que se
denominó Paseo de los Estudiantes (“La capital”, 1937).
Los otros puntos
que funcionaron como lugares de la memoria de resistencia fueron la Calle
Central y la Avenida Central, llamadas Alfredo Volio
y Rogelio Fernández Güell, respectivamente. Como se estableció, esta política de la memoria tuvo como objetivo inmortalizar el símbolo
de la cruz, que formó el núcleo del emblema de resistencia
(martirio). Ahora bien, ¿cuáles fueron las condiciones limitantes
de las políticas de la memoria de resistencia? En primer lugar, el poco apoyo
oficial para constituir una fiesta cívica que conmemorara la muerte de Rogelio
Fernández Güell. Estas conmemoraciones fueron esfuerzos localizados
de algunos docentes que procuraron honrar la memoria de Fernández
Güell y sus compañeros, pero nunca se institucionalizó como
una fiesta dentro del calendario cívico y escolar, a pesar de existir
iniciativas políticas al respecto. Tampoco hubo voluntad oficial
para construir un monumento que honrara su gesta en contra del tinoquismo (“Sesiones municipales”, 1923).
La iniciativa para un monumento fue absolutamente local, ya que solamente el
cantón de Buenos Aires de Puntarenas posee un obelisco que marca el
lugar de la muerte de los héroes anti-tinoquistas.
Igualmente, el proyecto para declarar a Fernández Güell y a Volio como beneméritos de la patria no
fructificó (Archivo Nacional de Costa Rica, 1920). 4
El funeral
de Estado de Rogelio Fernández Güell y sus compañeros en
1923 y la inauguración del monumento a García Flamenco en 1926
convirtieron el espacio público en el escenario de las batallas por las
memorias emblemáticas sobre la dictadura tinoquista.
Los portavoces de esta acción abogaron por la preservación de la
memoria de Fernández Güell y sus compañeros, para fortalecer
los proyectos de sanción, ahora olvidados debido a las políticas
de conciliación del gobierno de Acosta. La dureza de los portavoces de
ese momento, Billo Zeledón y Jorge Volio,
condensaron la desesperación ante el fracaso de sus políticas de
sanción, frente a una sociedad que ya se había identificado, por
convicción e identidad, con el perdón y el olvido (Archivo
Nacional de Costa Rica, 1923; Zeledón, 1923).
¿Qué
hay al respecto de la memoria de sanción? Los revolucionarios pudieron
cohesionar su recuerdo de la lucha anti-tinoquista y
la purga política por medio de la Proclama del Sapoá
–el
emblema de sanción– y su participación en la opinión
pública a través de los periódicos El Hombre Libre,
Semanario Costa Rica y en menor medida, el Diario de Costa Rica. En estos
medios fundamentaron su proyecto político de forma tácita. Sin
embargo, éste fracasó al
no contar con el apoyo oficial del
gobierno de Julio Acosta y sucumbió frente a las políticas de
conciliación, que revirtieron el discurso de la violencia y la
persecución, por uno de fraternidad política. Las
conmemoraciones, por lo tanto, no fueron fructíferas. Las celebraciones
del 13 de junio, que recordaron el movimiento social contra los Tinoco, fueron
olvidadas, por un lado por servir como catapulta para el movimiento feminista
(“Gran manifestación”, 1920; Rojas y Palmer, 2003, pp.
120-121); y por otra parte, por la poca voluntad política existente para
dimensionar correctamente la importancia del movimiento popular en la historia.
Tampoco aquellas que conmemoraron la Batalla del Jobo dieron resultado, ya que
aunque iniciaron con actividades en salones, marchas y actividades en el Cementerio General,
perdieron trascendencia conforme se disipó la legitimidad el emblema de
sanción. Al igual que las conmemoraciones del 27 de enero, pasaron poco
a poco a ser celebraciones clandestinas, para desaparecer del todo
después de 1924 (“La jornada”, 1920; “Congreso Constitucional”,
1920; “Segundo aniversario”, 1921; “La
procesión”, 1921; “Celebración del”, 1922;
“Rememorando la”, 1923; “5º aniversario”, 1924;
“Un ramo”, 1924).
Las políticas de conciliación fueron
esfuerzos pro-olvido. Durante el Proceso de la Restauración, el emblema
de conciliación que se conformó a partir del nombramiento de
Alejandro Alvarado Quirós, extinoquista, en el
gobierno de Julio Acosta (Sancho, 1961, p. 140; “La
situación”, 1920; “La nota”, 1920; Volio,
1922) y después con el veto a la Ley de Recompensas y las de
Sanción y Nulidad, produjo una política que se esforzó por
no conmemorar la lucha contra el tinoquismo.
¿Por qué razón? Porque recordar la revolución
hubiera legitimado los esfuerzos pro-memoria de los revolucionarios y su
proyecto político. La búsqueda de la paz y la fraternidad de
Costa Rica fueron considerados como un evento desplazante
que operó primordialmente para alejar al país de una posible
intervención, pero después se convirtió en un freno hacia
la renovación de la cosa pública por parte de los revolucionarios
(“De nuestros”, 1919; “Para resolver”, 1919;
“¡Cordura!”, 1919).
¿Cómo operó la
obliteración? Lejos de limitarla solamente a las políticas de
conciliación, lo cierto del caso es que para constituirse, las memorias
de resistencia y sanción también asumieron eventos desplazantes. Uno de los eventos desplazantes
más importantes para configurar
la memoria de resistencia fue confinar en el olvido la memoria del coronel Juan Bautista Quesada
López, héroe del tinoquismo. La
razón: de haberse conmemorado el 22 de febrero como parte de la memoria
de resistencia, inevitablemente se haría referencia a la batalla del
Pozón - en la que triunfaron los revolucionarios liderados por Rogelio
Fernández Güell - y a la muerte de Quesada López.
También, dicha fecha fue una utilizada como parte de la memoria de
salvación, pues el régimen tinoquista
construyó un monumento a la memoria del
finado coronel (“Puntarenas al”, 1919). Por lo tanto, conmemorar la
gesta de Fernández Güell
comportaba desplazar esta parte de la memoria de salvación. Otro evento
de menor impacto fue la exclusión de Carlos Sancho –miembro
de la compañía de Fernández Güell– del
panteón anti-tinoquista en la ciudad de San José,
por su origen cartaginés. Un evento desplazante,
derivado de la identidad local.
La memoria de sanción también fue
conformada a partir de eventos desplazantes. Esta
fuerza pro-olvido estuvo fundamentada en la nulidad legal del gobierno tinoquista y su
emblema de salvación. Unos de los primeros hechos fue el
desmantelamiento de los restos del monumento de Mauro Fernández (Diario
de Costa Rica, 1920e)5, así como el freno al
proyecto de un nuevo complejo escultórico en honor al prócer
(“Juan Ramón”, 1920; “No se volverá”,
1920), seguido del cambio de nombre al Parque de la Concordia por el actual
Parque España y el traslado de la Casa Presidencial del Castillo Azul a
la Casa Amarilla.
De mayor impacto político fue la Ley de
Sanción y Nulidad, que estuvo conformada por varios eventos desplazantes: la nulidad de la Constitución de 1917 –símbolo
del tinoquismo–
y de todos los contratos, pagos y
emisiones realizadas durante su gobierno; y otras acciones, que más bien
fueron los límites estructurales de la sanción, como la
omisión de extraditar a Federico Tinoco y juzgarlo por el delito de
rebelión, y a todos aquellos que participaron en el régimen; no
incluir como parte del proyecto de sanción la indemnización de
todos aquellos prisioneros políticos, de forma que se dejó el
drama humano y la identidad de las víctimas en el olvido (Leyes y
decretos, 1921, pp. 163-172).
Aunque la Comisión de Reclamos tuvo la
intención de resolver los abusos cometidos por la dictadura, el contexto
histórico limitó su acción, pues tomó como base el
Tratado de Versalles donde las indemnizaciones eran únicamente de
naturaleza económica (Leyes y decretos, 1921, pp. 596-599).
También, no apoyar las políticas de la memoria a favor de Rogelio
Fernández Güell y Marcelino García Flamenco, forma parte de estos eventos desplazantes. El único apoyo oficial por parte de los revolucionarios y del gobierno de
Acosta a la memoria de estos fue el funeral de Estado, que, aunque ayudó
a institucionalizar el duelo por los héroes anti-tinoquistas,
no logró revivir los proyectos de sanción. Con respecto a
García Flamenco, la discusión sobre su martirio derivó en un reconocimiento oficial de que no fue quemado vivo, con lo cual se creó
un evento desplazante y se rompió el
vínculo entre este personaje y el emblema de resistencia. A partir de
ese momento se transformó en “un muerto más”
que luchó en contra de los
Tinoco (“A los maestros”, 1926). Por esto es necesario incluir en
el análisis de la memoria colectiva los eventos desplazantes,
pues permite conocer también cómo el olvido es parte de este
proceso de construcción.
Posteriormente,
las memorias de resistencia y sanción sobrevivirán en la forma
del “estigma tinoquista”,
discurso utilizado como arma electoral para disminuir la popularidad de un
candidato a la presidencia o militante de un partido político. El
estigma tinoquista se preservó como una
sanción moral (de la misma forma como se atacó a los “traidores” con
fines electorales) ante la ausencia de una sanción
institucional. Su uso no constituyó la posibilidad de resucitar los
proyectos de sanción surgidos durante la transición
democrática, sino que se mantuvo solamente en la dimensión del
discurso (“León Cortés”, 1936).6
Sin embargo, para José Figueres
Ferrer y Alberto Cañas, la Guerra Civil de 1948 fue el renacer de la
memoria de resistencia y sanción. Sus testimonios son un indicador de
cómo el tinoquismo fue una época sin
solución, donde la impunidad política fue el método oficial
para legitimar nuevamente la democracia liberal a costa de las víctimas
de la dictadura tinoquista. Figueres
simbolizó su lucha en contra del caldero-comunismo como una
continuación del Proceso de la Restauración y el cierre
definitivo del periodo, aunque dichas posiciones fueron solamente usadas
para legitimar su levantamiento en armas (Cañas, 2006, pp. 153-154)
(Figueres, 1987, pp. 37, 39-41, 150, 202, 240). ¿Pero fue la guerra la
clausura de una época de impunidad y desunión? No, puesto que la
Guerra Civil abrió una nueva etapa de ruptura social, que aún en
la actualidad, repercute en la sociedad costarricense y es motivo de debate.
Desde la
perspectiva oficial, la creación de la memoria de conciliación,
que al apropiarse del emblema de conciliación surgido durante la
transición democrática, tuvo como escenario el contexto
postguerra civil y el llamamiento a la fraternidad y el perdón, fue
materializada por medio del monumento a Julio Acosta, que condensó
simbólicamente el Proceso de la Restauración como una
época de Libertad, Justicia y Paz. En ella, las confrontaciones entre
las diversas memorias emblemáticas, los proyectos de sanción y
las víctimas fueron invisibilizados, para dar
paso a una representación pacífica de la transición
democrática, más acorde con la identidad nacional (Guevara,
1960).
La dictadura de
Federico Tinoco Granados es uno de los periodos de la historia de Costa Rica
que transgrede ciertos elementos que conforman nuestra identidad nacional.
Costa Rica, que se constituyó bajo una excepcionalidad en su vida política y la resolución de
conflictos a partir del siglo XIX, en contraposición
a la región centroamericana, y después a toda
Latinoamérica, en el siglo XX,
encuentra en la dictadura tinoquista una pared, con
un espejo y un reflejo que ha sido
ignorado por mucho tiempo: que también forma parte de un concierto de
naciones que, en ocasiones, asumieron el autoritarismo como la herramienta para
consolidar reformas y proyectos de Estado, o frenarlos. El tinoquismo
fue el freno a un proyecto de Estado más obligado con la cuestión
social y la reivindicación de las clases obreras, con un compromiso
hacia la tributación directa como la fuente de riqueza del Estado y con
políticas económicas socialistas que favorecerían en el largo plazo una mayor diversificación
productiva y la movilidad social. La transición
democrática reinstaló nuevamente la democracia liberal, que no
tuvo más opción que ceder ante la avalancha de reivindicaciones
sociales que llenaron las las calles
y la opinión pública, durante las décadas de 1920 y 1930.
Pero, retardó reformas
políticas, económicas y sociales que tuvieron que esperar hasta
la conflictiva década de 1940
para consolidarse.
La experiencia del tinoquismo
presenta a Costa Rica como un país con una democracia en constante
reforma y si bien es cierto, más estable que la de otros países
latinoamericanos, también tuvo épocas de retroceso. ¿Hubo
democracia plena durante la dictadura de Tinoco? No, tan solo existió
una democracia electoral, pero bajo la
premisa de una sola bandera tolerada y confirmada por los líderes políticos de entonces y tutelada por el Senado del
Congreso. Pero no en esencia, porque la democracia se basa en el disfrute de
los derechos ciudadanos consagrados en la Constitución, los cuales
fueron reprimidos durante este periodo. El tinoquismo
fue una especie de experimento político, para que la élite
política se mantuviera en el poder y se limitara el papel de los
partidos y las reformas esenciales como el voto directo,
lo cual nos lleva a otra dimensión: la (des)confianza en el electorado.
Se podrá argüir que el tinoquismo no fue una dictadura cruenta, que la violencia
de Estado fue localizada y las víctimas se contabilizaron en menor
cuantía que las crueles dictaduras modernas que poblaron el universo
político del siglo XX. Pero para el contexto en el que se
desarrolló, la dictadura tinoquista supuso una
ruptura del orden social como no se había establecido hasta ese momento
y la violencia de Estado fue institucionalizada y utilizada
sistemáticamente en contra de sus detractores, en forma exponencial. No
obstante, su impacto real únicamente puede ser determinado con exactitud
hasta que se realice un análisis comparativo entre los gobiernos que
recurrieron a la violencia de Estado para mantener a raya a sus opositores. Sin
embargo, asumir que el tinoquismo fue una dictadura
de “caricatura” o banalizarla sería crear y reafirmar un evento desplazante,
para no mirarnos al espejo, que en su momento, Jorge Volio
dijo no querer evadir.7
Digno de
recordar y examinar con mucho mayor detalle es el proceso de transición
democrática. El más cercano que tuvo Costa Rica con
relación a los procesos de transición sucedidos a lo largo y
ancho de Latinoamérica en el siglo XX. El Proceso de la
Restauración aporta una dimensión política poco explorada,
de las estrategias utilizadas por los sectores políticos para
institucionalizar los medios de sanción en contra de criminales de lesa
humanidad y la re-significación de la responsabilidad y compromiso
ciudadano hacia su país y su papel en la democracia. Las dictaduras
llevan a otro nivel la experiencia ciudadana, su participación y la
creación de nuevos espacios de “opinión pública”
clandestina, que mantienen vivos los deseos de reivindicación frente al
autoritarismo. El voto deja de ser la única esfera de
participación ciudadana; pues en ese momento histórico su
movilización y el despertar de viejos ideales revolucionarios de
antaño, como la desobediencia civil y el derecho a la rebelión,
perfilan su responsabilidad hacia la patria.
El tinoquismo, a su vez,
es una ventana hacia una dimensión de la cultura política
costarricense que aún se mantiene vigente: el perdón y el olvido.
En el contexto histórico que enmarcó la redacción de este
trabajo, el gobierno de la Presidenta Laura Chinchilla Miranda (2010-2014) fue
blanco de críticas por la banalización de “irregularidades” realizadas
por altos funcionarios y la institucionalización de una política
de no sanción. Parte de la apatía que vive el ciudadano frente a
la política se deriva de esta cultura del perdón y el olvido, que
necesita ser revisada desde el punto de vista interdisciplinario y en el largo
plazo.
También, la experiencia del tinoquismo se mantiene actual en asuntos de espacio público. A finales del 2012, la
inauguración del Barrio Chino provocó una serie de críticas de organismos
dedicados a la preservación de la memoria tangible de la ciudad. En uno
de estos comunicados se promueve la preservación del tejido urbano
histórico que le da forma a la memoria colectiva del Paseo de los
Estudiantes, pero no determina su origen. No obstante, en Internet y en los
medios de comunicación, varias opiniones expresaron su descontento por
las políticas urbanas de la Municipalidad de San José y su
alcalde, Johnny Araya Monge, que deliberadamente eliminaron este pasado para dar
forma al Barrio Chino (Pacheco, 2012; Ducca, 2013).
Este cambio en la memoria urbana ocurre a escasos cuatro años del
centenario del golpe de Estado del 27 de enero de 1917 y a menos de seis para
conmemorar los movimientos sociales en contra del tinoquismo.
Esta investigación es tan solo un aporte a esta discusión, que
sin duda alguna tomará más fuerza en los años venideros.
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1 Máster en Historia
por la Universidad de Costa Rica. Docente de la Escuela de Historia de la misma
universidad y Presidente del Centro Internacional para la Conservación
del Patrimonio (CICOP) Costa Rica. Correo: alejandro.bonillacastro@ucr.ac.cr
2 Definido por Dominick LaCapra como un
acontecimiento que rompe las normas de convivencia
de la sociedad y que no puede ser previsto, imaginado o simbolizado en ese
contexto. Robert Jay Lifton
señala, en esta misma tendencia, que esta “dislocación histórica” destruye
las metáforas culturales y los arquetipos que afectan las relaciones
sociales entre los individuos. También véase (Dobles Oropeza,
2009: 106).
3 Estos discursos fueron
posteriormente publicados en 1919, en la sección “Páginas
clandestinas” del periódico El Hombre Libre.
4 Una de las oportunidades que
pudieron fortalecer esta iniciativa, era otorgarles el benemeritazgo
a Rogelio Fernández Güell y Alfredo Volio
Jiménez. El proyecto de ley impulsado por el diputado Manuel Zavaleta en
1920, no fue puesto a discusión, ocasionando un evento desplazante a esta iniciativa.
5 Este monumento fue destruido
por los movimientos sociales anti-tinoquistas del
primero de setiembre de 1919.
6 De los casos más
relevantes está el ocurrido durante las elecciones de 1935, donde los
comunistas acusaron constantemente a León Cortés Castro de
su tinoquismo y afición por los estilos
autoritarios.
7 Ver referencia a estas declaraciones en la
página 11.
Alejandro Bonilla Castro: Máster en
historia graduado en la Universidad de Costa Rica. Docente en la Escuela de
Historia de la misma casa de estudios. Presidente del Centro Internacional para
la Conservación del Patrimonio (CICOP) Costa Rica.
“Diálogos Revista
Electrónica de Historia” se publica desde octubre de 1999.
Diálogos
está en los siguientes repositorios: Dialnet
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Latindex
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UCRindex
http://www.revistas.ucr.ac.cr/
Scielo
http://www.scielo.cl/
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http://www.erevistas.csic.es/
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http://redalyc.uaemex.mx/src/inicio/FrmBusRevs2.jsp?iEdoRev=2&cvepai=11;
LANIC
http://lanic.utexas.edu/la/ca/cr/indexesp.html;
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http://www.latindex.ucr.ac.cr/
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recursos digitales del Ministerio de Cultura de España
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Biblioteca de Georgetown
http://library.georgetown.edu/newjour/d/msg02735.html
Asociación para el
Fomento de los Estudios Históricos en Centroamérica
http://afehc.apinc.org/index.php?action=fi_aff&id=1774
Universidad
de Saskatchewan, Canadá
https://library.usask.ca/ejournals/view/1000000000397982
Monografias
http://www.monografias.com/Links/Historia/more12.shtml
Hispanianova
http://hispanianova.rediris.es/general/enlaces/hn0708.htm
Universidad del Norte,
Colombia
http://www.uninorte.edu.co/publicaciones/memorias/enlaces.html
Universidad Autónoma de Barcelona
http://seneca.uab.es/historia/hn0708.htm
Repositorio Invenia - Gestión
del Conocimiento
http://www.invenia.es/oai:dialnet.unirioja.es:ART0000086144
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revistas-en-formato-digital-centroamerica/
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Fomento de los Estudios Históricos en Centroamérica
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