EL
NEOCLASICISMO LLEGA A LA RURALIDAD NACIONAL EN EL SIGLO XIX: EL PALACIO
MUNICIPAL DE SAN RAMÓN
NEOCLASSICISM ARRIVES TO THE NATIONAL RURAL LIFE IN
THE NINETEENTH CENTURY: THE MUNICIPAL PALACE OF SAN RAMON
Lissy Marcela Villalobos
Cubero
Palabras
claves
Población
rural, San Ramón, municipalidad, arquitectura, ideología liberal.
Keywords
Rural population, San Ramon, municipalities,
architecture, liberal ideology
Fecha
de recepción: 30 de julio, 2013 - Fecha de aceptación: 22 de
abril, 2014
Resumen
El
presente texto incluye un estudio sobre la arquitectura con influencia
neoclásica en un área rural costarricense.
Concretamente el sitio se ubica en el cantón de San Ramón de
Alajuela y temporalmente corresponde
al tránsito entre el siglo XIX y XX. El objetivo de la
investigación radicó en hacer una lectura
de la forma en que la ideología liberal así como el poder
político-económico llegan a ser reflejados
a través del arte, concretamente mediante la arquitectura civil, que se
observa en el que era edificio
municipal y el contexto que influyó en su propia construcción.
Para desarrollar dicha investigación
se consultaron fuentes municipales y del archivo que posee el Museo Regional de
San Ramón, además de
fuentes secundarias.
Abstract
The text includes a study about the
architecture with neoclassical influence in a rural area. This place is located on community named San
Ramón of Alajuela, Costa Rica; between nineteenth and twentieth centuries. The object of
investigation was to read the forms how the liberal ideology, politic-economic power, is represented through the
arts, specifically on civil architecture, with the
municipal building and the context that influenced it. For this investigation
were consulted fundamentally: minutes
of municipal archives; documentation of archive from local museum and other texts about theme.
EL NEOCLASICISMO LLEGA A LA RURALIDAD
NACIONAL EN EL SIGLO XIX: EL PALACIO MUNICIPAL DE SAN RAMÓN
“No debemos olvidar nunca que el estilo, al igual que
cualquier uniforme,
es también una máscara que
esconde tanto como revela”
Gombrich (1999, p. 261)
INTRODUCCIÓN
Los trabajos que se han llevado a cabo en nuestro
país sobre la relación entre las
obras arquitectónicas y la dinámica sociopolítica y
económica del siglo XIX, se han
enmarcado principalmente en la zona del “Valle” Central,
específicamente en los centros
urbanos de San José, Heredia, Cartago y Alajuela.
En ese sentido, es menester destacar la labor realizada
en el texto de Elizabeth Fonseca y
José Enrique Garnier (1998), donde se
entrelaza el conocimiento de la historia
con el análisis de las distintas edificaciones nacionales a
través del tiempo, texto
denominado Historia de la
Arquitectura en Costa Rica, que al
mismo tiempo incluye valiosos aportes
en el reconocimiento de los estilos constructivos durante el siglo XIX, como lo presentan Ofelia Sanou y Florencia Quesada (1998) en su apartado sobre “Herencia, ruptura y nuevas
expresiones arquitectónicas (1841-1870)”.
Tales autoras tienen otros trabajos relevantes por
separado y en el campo que nos ocupa
han venido a contribuir con el conocimiento sobre el desarrollo de la arquitectura religiosa, agroindustrial,
así como el crecimiento y estructura de la capital costarricense (San José).
Así pues, Sanou (2001)
ha publicado Arquitectura e
historia en Costa Rica: templos
parroquiales en el Valle Central, Grecia, San Ramón y Palmares 1860-1914,
explorando en detalle el contexto religioso del sector occidental de la Meseta Central y los estilos involucrados en la
materialización de espacios religiosos. Además,
esta investigadora ha contribuido con el conocimiento del espacio rural y la manera en que eran ordenados espacios y
construcciones en las haciendas, realizando
un estudio más orientado a la relación entre arquitectura y
funcionalidad económica (Sanou, 2002).
Mientras que Florencia Quesada se ha enfocado en la provincia
de San José. En su trabajo
sobre el Barrio Amón (2001), permite observar la estructura habitacional en un entorno de élite
capitalina a inicios del siglo XX, vinculándolo con las prácticas sociales de sus
habitantes. Y en el texto posterior que titula Modernización entre cafetales (2011), estudia el crecimiento josefino entre 1880
y 1930 y la incorporación de
los ideales liberales sobre orden y progreso en la estructuración del entorno urbano.
Relacionados con esa misma línea de
investigación y para un periodo similar, también
encontramos los trabajos de Carlos Altezor (1986) con
su análisis sobre arquitectura
urbana en Costa Rica entre 1900 y 1950; los textos de Rosa Malavassi
(Malavassi y
Jiménez, 2006; Malavassi, 2012) sobre el
cantón de La Unión y el edificio
Pirie, ambos enmarcados geográficamente en el
cantón de Cartago; además del
aporte de Gerardo Vargas y Carlos Zamora acerca del desarrollo urbano y el tema patrimonial en el distrito del Carmen en la
capital, entre la segunda mitad del siglo
XIX y la década de 1930 (Vargas y Zamora, 1999).
Bajo otros ejes de análisis están los
aportes de Luis Ferrero (1986) en Sociedad
y Arte en la Costa Rica del siglo XIX; Arnaldo Moya (2008-2009) y sus aportes en “Arquitectura e Interpretación
Histórica”; quienes no se enfocan en una comunidad específica, edificio o entorno
(urbano/rural), sino que plantean estudios que vayan más allá y funcionen como un insumo
para comprender los contextos regionales y nacionales
en torno al estudio de la historia de la arquitectura.
Precisamente es en el texto de Moya que puede ubicarse la
discusión sobre la escasa
existencia de estudios que vayan más allá del espacio capitalino,
pues se aboca a reconocer la
arquitectura en otras provincias como lo hace con “Arquitectura tradicional en la bajura guanacasteca”
(Moya, 2008-2009, p. 337), de Ligia Franco
y Lucía Riva, por ejemplo.
Concretamente, sobre el sector que nos interesa en este
artículo, área que hoy
constituye el cantón de San Ramón, otrora periferia oeste del
centro del país, lo que
más ha sido analizado es su templo parroquial, pues el edificio que
acá nos ocupa —el Palacio
Municipal— tiene adjudicada solamente una investigación corta (reseña), realizada por Luis Fernando
González (1995), donde además no se da detalle del estilo arquitectónico como
lenguaje social1.
A raíz de ello, el presente artículo se
perfila esencialmente como un esfuerzo por
hacer una lectura de la historia a partir de la iconografía, plasmada en
la arquitectura civil; un edificio que
funciona como uno de los ejes del pueblo ramonense
(ver Figura 1) entre las dos últimas décadas del siglo XIX y las
dos primeras del siglo XX, ya que a la
luz de la construcción del Palacio Municipal de la localidad se hace posible observar la
transformación que sufre un espacio rural y
remoto, el cual poco a poco pasa a establecerse como un sector
económicamente dinámico,
a su vez influenciado por la economía nacional y vinculado a los conflictos políticos durante el periodo de
auge del Estado liberal y la consolidación de la nación costarricense.
Las fuentes primarias utilizadas en la
investigación fueron las actas municipales
de San Ramón de los años 1870 a 1890, que se encuentran en el Archivo Nacional, además de correspondencia
sobre el desarrollo de la obra, planos originales
y copias del edificio, así como fotografías del Palacio
Municipal. Estas fuentes se obtuvieron
tanto del Archivo Nacional como del Museo Regional de San Ramón, con ellas se hizo posible una
aproximación a los detalles de la edificación y los elementos que intervinieron en su proceso
constructivo.
Por su parte, las fuentes secundarias involucran libros,
tesis, artículos de revista e
informes de investigación que funcionaron como insumos para comprender mejor el contexto nacional, regional y local
desde finales del siglo XIX y XX. Es
así que se cuenta entonces con trabajos sobre la arquitectura costarricense de la época, el cantón
de San Ramón en sus inicios y el periodo liberal
en Costa Rica. Además de los trabajos de corte más teórico
sobre las maneras de analizar el arte
y concretamente la arquitectura como formas de expresión
social, económica y cultural.
En términos teóricos, consideramos que
“los arquitectos ponen en práctica aquello
que les es permitido, diseñan construcciones, pero no el valor de lo que
acontezca en sus espacios”
(Mielgo, 2006, p. 437); por ende, el significado de la arquitectura pasa inevitablemente por el lugar del
acontecimiento y el momento en que se
da. Esta investigación se incluye dentro de las tendencias de la historia
del arte y la historia socio-cultural
que interpretan la arquitectura como un objeto sometido
a las leyes de la comunicación (Vera y Sánchez, 1985, pp. 23-45);
es decir, se reconoce como una
creación social que cumple una función social y que puede, por tanto, ser leída y entendida a
través del lenguaje que expresa, observando los rasgos ideológicos que intervienen en ella,
las condiciones económicas y políticas a las que responde y el modo en que funciona de
cara a su entorno. Además de su
condición como representación de poder, en lo que coincidimos con
Rosa Malavassi
cuando cita a Concepción de la Peña, para quien “hablar del
poder en arquitectura implica
analizarla como hecho fenomenológico; considerar el uso del lenguaje artístico como transmisor ideológico
o la elección de los materiales por su
valor o por su simbolismo; indagar cuáles son las estrategias para
conseguir los objetivos; estudiar
qué la distingue o identifica como perteneciente a una tipología,
a una institución o estirpe
familiar” (Malavassi, 2012, p. 942).
La metodología seguida en este trabajo
consistió en llevar a cabo un análisis
de contenido, tanto en actas como en la correspondencia y las
fotografías, identificando
categorías como arquitectura y poder político; arquitectura y economía;
arquitectura y progreso; arquitectura
y espacio geográfico; de manera que una serie de palabras y frases claves asociadas a cada una de
tales categorías pudiesen ser reconocidas,
para luego ser trianguladas con el resto de fuentes. Además se hizo un seguimiento genealógico y prosopográfico de algunos individuos claves que aparecen recurrentemente en los datos municipales
de la época y en las fuentes secundarias,
con la intención de reconocer sus filiaciones económicas y su
origen dentro del área estudiada,
todo ello con la intención de interpretar la influencia que pudieran tener en la materialización de un
edificio como el Palacio Municipal.
En primera instancia, se da a conocer, de manera breve,
el proceso de formación del
cantón de San Ramón, con la intención de contextualizar el
impulso dado a una obra de
infraestructura poco común para un sitio aún inhóspito. Se
pretenderá determinar las
características de una población distante del centro de poder,
pero al mismo tiempo creciendo como
receptora de inmigrantes nacionales y extranjeros. En el segundo apartado se lleva a cabo una
descripción breve del diseño inicial del edificio municipal, así como un abordaje
más amplio sobre sus características como obra construida y se incorpora también un
apartado para examinar el costo de la obra.
Por último, se presenta un análisis sobre el estilo y el papel de
los grupos de poder
socioeconómico y político en esta.
SAN
RAMÓN EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX, UN ESPACIO REMOTO
Costa Rica hacia finales del siglo XIX se estructuraba
como un país de escaso desarrollo
urbano, donde era la capital el principal polo de crecimiento poblacional, industrial y comercial. El resto del territorio
nacional estaba orientado básicamente a
la agricultura y ganadería, además de importantes proporciones de
bosque y áreas sin denunciar.
Con un Estado basado en la ideología liberal, común en esa
época, la intención de
poner en práctica la lógica del crecimiento del mercado, la
importancia de la propiedad privada,
el progreso y el orden, se fueron incentivando los procesos migratorios hacia territorios del interior del
país, de la mano con el uso de terrenos denunciados
como propios y su consiguiente explotación agropecuaria fundamentalmente (Salazar, 1990; Vargas, 1989; Botey, 1994; Silva, 1991; Viales, 2000).
Ese proceso de colonización agrícola se
generó también en el sector occidental
de la Meseta Central, en el contexto que retrata Mario Samper cuando estudia ese fenómeno para nuestro país:
Entre
las décadas intermedias del siglo XIX y mediados del XX, la sociedad
rural costarricense sufrió
cambios muy significativos asociados a la colonización de la mayor parte del territorio nacional, al
incremento natural de la población y
la inmigración, al desarrollo paralelo y entrelazado de la
producción en unidades
productivas domésticas y haciendas, y al replanteamiento de las relaciones socioeconómicas y
sociopolíticas. En gran medida el crecimiento de la producción agraria durante este
período fue extensivo, basado en la incorporación
de más tierra y una cantidad similar de trabajo por unidad de superficie, pero también hubo variaciones
sustanciales en la organización técnica
y social del trabajo (Samper, 2003, pp. 81-104).
Ello incrementó la cantidad de poblados a nivel
nacional y a su vez la implantación
de cierta dinámica política y social a lo interno de esas
comunidades, que ya para la primera
mitad del siglo XX estaban mejor articuladas y comenzaban a incluir algunos elementos representativos de la
modernización que vivía América Latina en la época.
El contexto de los poblados es fundamental para entender
el desarrollo de su infraestructura.
No es posible entender el significado que puede tener una construcción neoclásica en San
Ramón a finales del siglo XIX si no estudiamos primero cómo era esa comunidad en ese momento. De
ahí que hemos de hacer un breve recorrido
histórico que permita retratar su origen como cantón.
La comunidad de San Ramón de los Palmares se
configuró en el sector oeste de
la Meseta Central costarricense (ver Figura 2), a partir de la
inmigración de individuos
durante las décadas de 1840-1850 principalmente, quienes, de acuerdo a Carolyn Hall (1984), se
vieron obligados a adentrarse en la ocupación de tierras de frontera agrícola en las cuales
establecerse, esto debido a la presión que el crecimiento demográfico generó sobre dicho
bien en la Región Central.
Por su parte, Fournier (1994)
es más específico y determina cuatro sitios de procedencia para los grupos de personas que se
convirtieron en fundadores del lugar:
“tenemos un grupo procedente de Alajuela y Heredia (incluyendo a San Antonio de Belén) y que agrupa a los
Alvarado Arrieta y Alvarado Bermúdez, Lobo
Loría, Rodríguez Sancho, Vargas Alfaro,
Villalobos Solórzano… El segundo grupo
estuvo constituido por los que llegaron procedentes de San José:
Rodríguez Reyes
(Zeledón), Paniagua Astúa, Mora
Aguilar, Zeledón (Reyes)… y un tercer grupo estaba formado por individuos, probablemente
ya asentados en Sabana Larga (Atenas):
Brenes, Ruiz y Vega” (pp. 5-7).
De esta manera, muchas de estas familias adquirieron
extensas propiedades para dedicarlas a
producir (con ganadería, caña de azúcar o café) y
por medio de vínculos
matrimoniales lograron mantener cierta estabilidad económica.
Los habitantes, en vista de su lejanía (acentuada
por el mal estado de las vías de
comunicación) y dificultad para acceder a los servicios acostumbrados,
manifestaron su inquietud en una
petición vecinal fechada con sello de 1855-1856 en la que se reconocía que San Ramón no era
“ya una miserable aldea, és una
población que si no ahora muy
pronto competirá en riqueza y hermosura con algunas antiguas Ciudades del país: pide un templo
regular con su Casa Cural, un edificio para cabildo otro para [*ilegible] elementos para formar
los demás edificios públicos que
se requieran”2.
Posteriormente, en 18563 el pueblo se
convirtió en cantón, lo que implicaba contar con su propia representación
municipal, abriéndose así el espacio para que los pobladores prominentes empezaran a vincular el
área con la vida política y económica
del resto del país, tal como lo hicieron los miembros de la familia Acosta4. Mientras otros
pondrían el acento en el campo cultural, como la escultura religiosa de Lico Rodríguez (1833-1901), la
lírica de Lisímaco Chavarría
(1878-1913) y en el área de las
ciencias los aportes de Alberto Manuel Brenes (1870-1948). De manera que se iba perfilando el naciente
cantón como un entorno algo prolífico
en el desarrollo de las artes, la política y las ciencias.
Es fundamental hacer un reconocimiento de los individuos
extranjeros que empezaron a
establecerse en el sector, a partir de la década de 1860, pues su conocimiento de otras ciudades iba a influir en
los intereses posteriores del poblado.
Tales inmigrantes se dedicaron a actividades agropecuarias y comerciales, llegando a constituirse como solventes familias.
Siguiendo a Quesada (1996, pp. 18-19), los principales
foráneos llegados a San
Ramón durante las últimas cuatro décadas del siglo XIX,
fueron Leonardo Steller
Wallen, quien se dice provenía de Alemania y
estableció un aserradero. Otro
alemán es Luis Hine, quien llegó en
1865 y Manuel Caballero, que venía de Colombia
y se dedicó a labores del agro (caña de azúcar). Por su parte,
Ascensión Moncada llegó
de Nicaragua en 1880 y se dedicó a la explotación de minas de oro, “la mina de Moncada” (Pineda,
1983). Así también arribó al cantón a partir de 1870, el yugoslavo Francisco Orlich Ziz, quien
estableció una tienda y una
finca sembrada de cabuya e instaló una fábrica para procesarla,
además de la obtención
de muchas otras propiedades (Castro y Willink, 1989).
En ese año también
llegaron Agustín Pipper y Agustín Sagot, el primero alemán, el otro francés, ambos instalaron tiendas en el
“centro” del cantón.
Además hay que tomar en cuenta lo relevante que
fue la llegada de Julián Volio Llorente a la zona, el cual fue
enviado en 1880 como “reo político” o exiliado a ese aislado sector del país,
aunque ya poseía una finca en el sector e incluso
había promovido la creación de una biblioteca pública en
1879. Con Volio Llorente
vienen muchas familias ilustres a San Ramón, de las cuales, ciertos miembros colaboraron como docentes en las escuelas,
tal es el caso de algunos individuos
de apellidos Gutiérrez y Bolandi (Quesada,
1996, pp. 137-138; Cambronero,
2001, p. 29).
Sin embargo, San Ramón, a pesar de un manifiesto
crecimiento demográfico —pasó
de 5.045 habitantes en 1864 a 9.928 en 1892 (Hernández, 1985, pp. 53, 67)— y una curiosa
pujanza cultural, mantenía siempre una geografía de
carácter rural con terrenos
sembrados y áreas de potrero en el centro del cantón, así
como caminos de tierra.
Eso contrastaba con la formación progresiva de un
grupo socialmente diferenciado de
importante poder económico en el lugar, la existencia de algunas
escuelas (separadas según el
sexo), una biblioteca pública, un alumbrado basado en faroles de canfín en las esquinas de sus escasas
calles (Quesada, 1996)5 y un edificio municipal en construcción.
Fue precisamente esa población que se
configuró como una naciente burguesía local, según Castro y Willink
(1989), la que formó parte de los gobiernos locales en las últimas décadas del siglo XIX
e intervino en la demanda de un palacio municipal,
cuyo diseño fue encargado a un ingeniero alemán recién
radicado en Costa Rica. La obra
debía obedecer a las condiciones de modernización que se daban en
poblados más desarrollados, fue
planeada entonces dentro de las corrientes estilísticas de la época para la
construcción de edificios estatales: con corte neoclásico; donde la sobriedad, la imponencia de las
dimensiones (respecto a su entorno) y las estructuras
al estilo de la Roma y Grecia antiguas iban a evocar el poder y respeto a la autoridad política local; además
de alimentar el sentimiento de progreso característico
de aquel imaginario liberal.
EL
PALACIO MUNICIPAL: ¿LUJO O NECESIDAD?
El diseño original sufre
modificaciones (1878-1924)
Tal como se observa en la Figura 3, del diseño de
la fachada elaborada por el ingeniero
Runnebaum6 en 1878, el Palacio
Municipal de San Ramón estaba pensado
con un estilo neoclasicista desde un inicio.
Contaba con rasgos muy sobrios, con un balcón
sostenido por cuatro columnas y dos
columnas más en la entrada, al igual que en el primer piso; así también, muestra doce ventanas frontales. En
la entrada no había pórtico, las líneas en general eran muy rectas, no hay derroches
decorativos ni en las columnas ni en el
friso o el frontón; la única variante a la sobriedad generalizada
es el efecto que buscaba con la
revelación de los ladrillos o las piezas de mampostería a
utilizar, que enmarcaban la entrada y
los costados del edificio.
En el transcurso de los cuarenta años que se tarda
para la conclusión de la obra,
la edificación cambió muchas de sus características debido
a los problemas presupuestarios que
atravesó la municipalidad, pues era una obra bastante ambiciosa en comparación con las rentas que
poseía el gobierno local. Sin embargo, conserva
su esencia de neoclasicismo sobrio aún en la actualidad, con una mezcla de evocaciones dóricas y jónicas,
como se verá a continuación. Desgraciadamente, ni siquiera se había podido finalizar la
construcción cuando se produjo el terremoto del 4 de marzo de 1924, con el que la segunda
planta del edificio quedó sumamente dañada,
por lo cual en un cabildo abierto se acordó derribar lo que quedaba y dejar el Palacio funcionando en una sola planta;
posteriormente, esas oficinas se trasladarían
y seguiría albergando solo la cárcel del cantón por un
tiempo; mientras que ya en la segunda
mitad del siglo XX fue el espacio usado para la primera Sede Regional de la Universidad de Costa Rica, y en
la actualidad funciona en este edificio
el Museo Regional de San Ramón.
Descripción del edificio
erigido: ubicación, distribución de la estructura, estilo
arquitectónico y materiales utilizados
Por medio del acuerdo municipal del 1º de marzo de
18787 se estableció edificar el Palacio Municipal al norte de la Plaza
Principal, ocupando menos de un cuarto
de manzana, y advirtiendo que se elaboraría de cantería, debido a
que existía “facilidad
para conseguir los materiales y fondos para llevarlo a cabo”; además, ya estaba elaborado el plano por
parte del ingeniero alemán Cristoph Conrad Runnebaum, conocido como “don Carlos”. En realidad,
como se mostró anteriormente
(Figura 3), el “plano” en cuestión consistía en un
dibujo de la fachada que
tendría el edificio, lo cual varió considerablemente al momento
de tener que materializarlo.
No existen versiones en planta del edificio para los
años finales del siglo XIX,
pero sí para el periodo en que se trató de completar el proyecto,
cuando en 1918 se hizo un
levantamiento por parte de Guillermo Gargollo en
vista de la orden dictada desde el
Ministerio de Fomento8 para evaluar la obra y
con la intención de procurar su
conclusión. Gargollo anotaba respecto al
edificio la siguiente leyenda como
encabezado del plano:
Plano
del Palacio Municipal de San Ramón. Levantado por Gmo.
Gargollo el 14
de octubre de 1918, indicando la nueva distribución de los
departamentos. En el caso de que se
acuerde su terminación toda la parte de la izquierda del vestíbulo está inconclusa,
faltando solamente, pisos, cielos, puertas y ventanas.9
El plano levantado en el siglo XX nos permite actualmente
tener una idea clara de los aposentos
y la distribución en general (en forma de C) con que contaba el Palacio Municipal, ya que, al carecer de
material fotográfico sobre la parte interna
del edificio, solamente las descripciones de Gargollo
y la lista de materiales10 empleados en la obra
nos remiten un poco a su apariencia interior.
Tal parece que esa nueva distribución a la que
hacía referencia Gargollo estaba ligada a la funcionalidad que ya en el siglo
XX debía prestar el edificio, con espacios
que fuesen más allá de solamente albergar al cuerpo municipal,
pues en él se concentraban
también el correo, el telégrafo y el dormitorio de los
policías, de manera que
agrupara los servicios que permitían la comunicación a larga
distancia y con las demás
autoridades laicas.
Tal como se muestra en las Figuras (3 y 5), la
edificación constaba de dos plantas,
antes del terremoto de 1924. La primera planta poseía en sus paredes columnas adosadas (especie de pilastras), un
pórtico que salía hasta la calle, frente al vestíbulo, con una puerta amplia de dos
hojas, formando en la parte superior del marco
de esta un arco rebajado. Los dos
pares de columnas del pórtico
se caracterizan por un fuste y capitel
de tipo dórico y una basa de
orden jónico; estos rasgos se repiten
en las columnas del balcón principal
—sobre el pórtico— en la
segunda planta; sin embargo, en medio
de ellas se erige otra estructura
formando un arco lateral de medio
punto hasta unirse con la pared; pero
además, desde la base de la
columna interior del balcón, se
eleva otra formando un arco frontal.
Dichos arcos podrían haber tenido una función meramente decorativa o más probablemente funcionar como contrafuertes volantes para darles
rigidez a las paredes y contrarrestar las
fuerzas que generasen al ser de mampostería, además de funcionar
como sostén del peso ejercido
por el frontón. Este último presenta un orificio circular
vacío, al parecer nunca se
instaló el reloj que debía llevar de acuerdo con el plano de
1878. Posee también un friso sencillo
y parece que rematando el frontón iba una acrótera de tipo jónico.
Contaba con veinte ventanas (de dos hojas y con vidrios)
en el frente, distribuidas de cinco en
cinco hacia cada lado de la entrada en la primera planta y del balcón en la segunda. Los balcones de cada
ventana tenían una balaustrada (de la
misma manera que el balcón central), aunque los del lado oeste de la
fachada se terminaron —al igual
que muchos detalles de esa ala del edificio— poco antes de ser destruidos por el terremoto. Al costado este
contaba con ocho ventanas, cuatro en
cada piso, al costado oeste no poseía ventanas y en el sector norte
tenía cuatro ventanas, dos por
piso en las paredes salientes. Los marcos superiores de las ventanas siguen el estilo de arcos rebajados.
Se encontraba dividida en seis aposentos en el primer
piso: de izquierda a derecha una
oficina, el correo, el telégrafo, la jefatura política,
dormitorio de sargentos y dormitorio
de policías. En la segunda planta se ubicaban cinco aposentos, la tesorería, el salón municipal (con
el doble del tamaño) el Juzgado del Crimen, la oficina del alcalde y la Alcaldía. Para
acceder al segundo piso, debían subir por las gradas que estaban en el corredor, al lado derecho
después del vestíbulo, frente al patio
trasero.11
En lo que respecta a los materiales con que fue
construido el Palacio Municipal, va
adecuándose a los avances de la época, como lo eran la teja de
hierro (placas de zinc) y el concreto
armado, según lo manifiesta Altezor (1986).
El edificio va acercándose a su
culminación alrededor de los años de 1922-1923
La base sobre la que se erige está compuesta de
arena y cal. Sus paredes de calicanto
hechas en el siglo XIX fueron recubiertas con repello y pintadas; no obstante, a raíz del largo periodo que
tardó en terminarse, los arcos y los balcones exteriores se construyeron en “cemento
armado”, es decir, en concreto armado.12 Hay uso de maderas en los cielos, el piso, las
ventanas y las puertas, estas últimas de
cedro. Un sector del piso, el del corredor, tenía mosaicos,
además en un inicio el patio
era alumbrado con lámparas de canfín, pero ya para 1922 contaba
el Palacio con ocho lámparas
eléctricas y de acuerdo con Gargollo “el
citado Palacio es una obra de verdadero
mérito, no por su arquitectura que tiene defectos, si no por su sólida construcción de
calicanto bien trabajada…”.13
El costo de la obra
¿Sería necesario llevar a cabo un proyecto
de tal envergadura para un pueblito que
estaba apenas iniciando su vida como ente autónomo del poder
alajuelense? O ¿sería
esta edificación, más bien una muestra de la creciente
diferenciación socioeconómica
que empezaba a plasmarse en la localidad a través del poder político?
Para responder fielmente a esa interrogante sería fundamental
llevar a cabo un trabajo de
investigación mucho más amplio y exhaustivo, pero en lo que resta
de este ensayo trataremos de empezar a
perfilar la respuesta.
De acuerdo al presupuesto establecido en el Acta
Municipal de San Ramón del 23
de marzo de 1923 (libro 42), se determina que para concluir “la parte
vieja” del edificio se necesita
una suma de ¢8.478.20 y para construir “la parte nueva”, ¢17.939.95; es decir, un total de
¢26.418.15,14 todo esto adicional a
la inversión que se
había hecho desde 40 años atrás (un gasto de alrededor de
¢4.326.9515), pues ya lo que faltaba eran algunas puertas y
ventanas por colocar, el pago de los carpinteros,
arreglar los repellos y la acera, hacer algunas columnas, balaustradas y paredes interiores.
Es decir, por mucho tiempo el Palacio Municipal
permaneció como una especie de
cascarón imponente en el campestre San Ramón. Su interior nunca terminado no sería tan impresionante, pero
su exterior, el que era contemplado por
cualquiera, propio o extraño, daba la impresión de estar en otro
lugar y en otro momento. Era un lujo,
sí que lo era, pero uno que no pudo darse tan pronto como se esperaba. Tal vez no fuese visto por los
ojos del experto como una maravilla
arquitectónica, pero su posición espacial privilegiada y la
función a la cual sirvió
esa estructura, hace de este edificio municipal un monumento para cualquier ramonense en el cambio del siglo XIX
al XX. Y ese discurso que se articula
en la estructura del Palacio Municipal es lo que se analiza en el siguiente apartado.
TRES
GRANDES DE CARA AL PUEBLO: LA ARQUITECTURA, LA IDEOLOGÍA Y EL JUEGO DEL
PODER POLÍTICO-ECONÓMICO
Neoclasicismo, democracia liberal y
progreso
En un momento en que la razón y la ciencia se
convierten en la explicación del universo,
los grandes pensadores del periodo clásico y las obras que se conservan de aquel momento se tornaban en la
manifestación más acertada del orden mediante la simetría estricta y la pureza de las
composiciones geométricas en la construcción arquitectónica, ya que los arquitectos
neoclásicos buscaron los efectos de la solidez y la permanencia, de la solemnidad y la rigidez, de
la evocación serena y silenciosa de
ese mundo arcaico (Honour, 1982).
El neoclasicismo surgido en Europa a finales del siglo
XVIII se deja sentir con mayor fuerza
en Hispanoamérica a partir de la segunda mitad del siglo XIX, asociado con el pensamiento liberal en su
afán democratizante y de la mano de los positivistas alzando la bandera del orden y el
progreso social.
Es así como el Palacio Municipal de San
Ramón con su corte neoclasicista, se convirtió
en una más de las formas de manifestación ideológica de la
época. Siguió una
tendencia —eso sí— poco común en tanto es un edificio
pensado para albergar un cuerpo
municipal, es decir un gobierno local, mientras lo característico era
que se convirtiera en estilo
distintivo del poder del Gobierno Nacional, tal como nos lo presentan Sanou y Quesada
(1998):
En las
primeras décadas del siglo XIX, los estilos dominantes fueron el italianizante de los palacios y villas y el
clásico griego. Este último fue tomado como símbolo de la república y de la
democracia en el hemisferio occidental, debido
a la atención que en el mundo se le dio a la independencia de Grecia ocurrida en 1827. No hubo una tendencia
única dentro del neoclásico para construir
las casas de gobierno; sin embargo todas ellas tuvieron en común, la utilización de cortiles, el juego de
superficies planas y pórticos, la elegancia y fastuosidad de sus interiores y su ubicación
estratégica con respecto a la plaza mayor.
Si observamos las fotografías del Edificio
Municipal de San Ramón, su fachada
se convierte en el lenguaje del poder político de la época,
coincidiendo su construcción
con el ascenso de los liberales al poder costarricense. Esta edificación hace eco de todo un proceso
histórico que va más allá de la mera representación estilística, ya que
nos remite inmediatamente al análisis de una mentalidad dominante que llega a instalarse
inclusive en zonas que son aún de
difícil acceso en la Costa Rica del siglo XIX, tal como
mencionábamos páginas
atrás.
LA
MUNICIPALIDAD Y SU PAPEL EN LA COMUNIDAD RAMONENSE
Para comprender mejor el proceso que se articula
alrededor del Palacio Municipal, cabe
resaltar que con la restauración de las municipalidades (1867-1876) y las nuevas políticas y estrategias
de la Dirección General de Obras Públicas,
que estaban al servicio de las obras materiales de los gobiernos liberales, se creó el clima propicio para el
desarrollo de las principales tipologías arquitectónicas.
Además con la descentralización de las Obras Públicas hubo
un auge en las funciones municipales,
las cuales se fortalecieron durante el régimen
de Tomás Guardia, al disponer de la recaudación de algunos
impuestos y tasas municipales (Sanou y Quesada, 1998, p. 224), lo que explica la autonomía con que comienza a trabajar la
municipalidad ramonense en ese aspecto a
partir de 1877. No obstante, el presupuesto ordinario que se otorgaba a los gobiernos locales dependía del gobierno
provincial, en este caso de Alajuela (Castro
y Willink, 1989).
Ese contexto nos permite comprender también por
qué se le hace tan complicado
al pueblo de San Ramón completar la obra, que por sus
características demanda un alto
presupuesto, no disponible —obviamente— para un gobierno local, que prácticamente se estaba
manteniendo con lo que se le dispusiese y lo que por
su cuenta pudiese recolectar en impuestos; situación que tiene como
agravante el gasto del gobierno
nacional en el impulso que se estaba dando al mismo tiempo a la construcción del ferrocarril, el correo
y el telégrafo.
Para ilustrar la situación de las finanzas con las
que podía costearse la construcción
del edificio considérese la Tabla 1.
A pesar de carecer de la información
correspondiente a los primeros años de
funcionamiento municipal, es perceptible la incapacidad del municipio para terminar por sí solo la obra, pues inclusive
el ingreso total en 1920, es mucho menor que
el costo presupuestado para concluir el edificio. Recordemos que este era de aproximadamente ¢26.418. Y es que es hasta en
1914 cuando se registra una donación
considerable del Estado (¢40016), en el gobierno de
Alfredo González Flores, para
avanzar con las obras.
Además, existían otros gastos que
debía solventar el gobierno local, en este caso sí se encontró el dato
correspondiente a un año anterior, 1877 (un total de ¢2.772); sin embargo, no es posible
contrastarlo con los ingresos. Como se muestra en
la tabla 2, en 1896 hay un saldo positivo de casi la mitad del presupuesto
ordinario anual; no obstante, al
parecer no se empleó parte de ese dinero en avanzar con las obras del Palacio Municipal y no se detalla su uso.
Existe la probabilidad de que los montos destinados por
la municipalidad para continuar con la
construcción del Palacio fueran los obtenidos por las ventas de terrenos, que en un inicio avanzan regularmente,
pero como pudimos observar en el
primer cuadro, ya para la última década del siglo XIX no se
registran. Un documento que
podría respaldar esta hipótesis es una petición de la comunidad
al Ministro de Gobernación
hecha en 1884, en la cual se alega que “siendo obligación de los municipios procurar el bien procomunal y el
adelanto de las poblaciones donde se
hallan establecidas, esta consideración, y el interés que esta
población entera tiene por la
conclusión del Palacio Municipal yá muy
adelantado en esta villa, inducen á este Municipio á suplicar se le concedan
dos leguas de tierra”,17 con la idea de vender una y dar la otra a los
pobres; no obstante, dicha solicitud fue denegada.
Y es que ya en 1881 se mostraban las dificultades que se
tenían para cumplir con el pago
de los trabajadores del edificio;18 por ejemplo, en Acta
Municipal del 15 de julio de dicho
año, se lee que “con presencia de la baratura (de los renglones principales) que ha traido
[sic] consigo la escasez pecuniaria, y de que las Bentas [sic]
Municipales se hallan bastante apuradas se acuerda: que los trabajadores del Palacio Municipal en construcción que hoy
ganan doce reales, continúen ganando diez:
que los que ganan diez, continúen ganando un peso, y que los que ganan
un peso, continúen ganando
noventa centavos”.19
Al parecer, otro de los problemas financieros que
afectó la pronta conclusión
del edificio fue el carácter prestamista que adquirió la
municipalidad hasta mediados de la
década de 1880. Este ente daba préstamos desde 50 pesos hasta
más de 200 pesos20 y muchos de los
intereses no se pagaban a tiempo, por lo que los deudores
se convertían en un verdadero problema y un elemento desequilibrante en su economía.
Las familias dominantes
económica y políticamente
La inauguración del Palacio Municipal se
llevó a cabo en agosto de 1893, en medio
de una celebración con “refrescos”. Se hizo cada vez
más necesario instalar las
principales oficinas, para evitar el pago de alquileres, pues por algún
tiempo el edificio albergó al
Mercado Municipal.
En el grupo de miembros municipales sobresalen ciertos
apellidos a través de los
años, de los cuales algunos tienen además cierta trascendencia en
el curso político nacional. Por
ejemplo, los señores Paulino y Juan Vicente Acosta, este último padre de Julio Acosta fue el
Presidente municipal en 1877-1878-1880 y Jefe político
en 1885,21 era destacado
comerciante de la zona, luego Julio y su hermano tomaron un papel importante a raíz
del conflicto con los Tinoco.
Otra familia, además de los Gamboa (que formaron
parte también por mucho tiempo
del cuerpo municipal),22 con importante
participación política y fuerte poder económico, fueron los Valverde,
representados en aquel momento por Macario Valverde
(padre del Dr. Carlos Luis Valverde) y su suegro Miguel Vega. Posteriormente, un poco más entrado el siglo XX,
los Orlich en la figura de Aquileo y Nicolás, calaron en las luchas de las que
fue testigo San Ramón durante los años de 1916 a 1919.
De acuerdo con Silvia Castro, en 1916 fue Nicolás Orlich (diputado por San Ramón)
quien llevó al Congreso la propuesta de un plebiscito para que San
Ramón fuera la cabeza de una
nueva provincia, en conjunto con Palmares, San Carlos y Alfaro Ruiz. Tal petición se generaba por la
insatisfacción que vivían las autoridades ramonenses respecto al asunto presupuestario
que manejaba Alajuela. Así, persuadieron
a las comunidades aledañas en su intención y su trabajo
rindió frutos en la
votación hecha en todos los pueblos, excepto en Palmares, donde el cura
local había hecho un trabajo
discursivo a favor de los intereses alajuelenses. No obstante, se solicitó dar avance al proceso, pero esta
situación coincidió con la llegada de la dictadura tinoquista al
poder y el rechazo del proyecto por parte de las nuevas autoridades nacionales (Castro y Willink,
1989, pp. 50-55).
Y durante la dictadura de los Tinoco, miembros de
reconocidas familias ramonenses
lideraron un grupo de rebeldes que tomaron el resguardo, la oficina de telégrafos y el Palacio Municipal, en
1918; sin embargo, con la entrada de las tropas
tinoquistas en la noche del 23 de febrero, muchos de
los sediciosos fueron capturados o
escaparon entre la montaña hacia el norte (Castro y Willink,
1989; Cambronero,
2001).
Definitivamente, San Ramón se había
constituido como un punto de lucha social,
de acervo cultural y de prosperidad económica para ciertas familias. Sin
duda, un grupo dominante con
vínculos de parentesco, muchos de ellos con ascendencia foránea, se estaba consolidado y
al cual se le unieron algunos recién llegados
como Federico Hopkins, Mariano Figueres, Lucio Herrera, Ángel y Marcelino Losilla (Cambronero,
2001), quienes también arribaron al cantón, pero ya después de 1900.
Esto nos permite entender el valor y la función
social que podía tener un edificio
municipal como el que se había intentado construir durante todo ese
periodo de apogeo liberal, la
conclusión de tal obra era importante para reafirmar ese crecimiento y ese progreso que iba dándose entre
los vecinos principales del lugar, era la
materialización de esa modernidad que muchos de los extranjeros
sí conocían al proceder
de países con ciudades más desarrolladas.
Con la intención de cerrar este apartado,
presentamos la descripción que hiciera
Moncada, en 1917, sobre ese San Ramón de principios de siglo XX, que tanto interés tenía en conducirse
como un centro de poder autónomo:
Rodeado de verdes colinas… las
calles como toda ciudad moderna, son rectas, amplias
y macadamizadas en su mayor parte. Tiene frente a la iglesia parroquial un hermoso parque, siempre lleno de flores,
pacayas y árboles frondosos. Hay
además tres plazas en donde por las tardes se divierte cierta juventud.
Entre sus principales edificios
citaremos los siguientes: un magnífico palacio que ya está en conclusión, en donde
se encuentran instaladas las principales oficinas
de Gobierno y Justicia… una iglesia espaciosa… escuelas… un mercado de primera que ocupa casi un amanzana, un
hospital de lo mejor… otra iglesia
más pequeña llamada del “Tremedal” y un teatro que
figura como el segundo de la
República…
Abastecida con agua de
cañería que viene del Barranca… el empresario norteamericano, Federico Hopkins por contratos celebrados
con las Municipalidades suministra luz
y fuerza eléctrica a las respectivas poblaciones.
El movimiento comercial y
agrícola es muy efectivo. Hay 7 beneficios de café, 13 aserraderos, 2 talleres de mecánica, 197
trapiches, 3 farmacias y varios botiquines,
4 talabarteras, 4 panaderías, 2 ferreterías, 8 fábricas de
puros y cigarros, 4 herrerías,
2 hoteles, 5 sastrerías, 2 joyerías, 10 fondas, 4 billares, 4 barberías, 3 caballerizas, 3
máquinas de sacar arroz, 2 máquinas de quebrar piedra… hay otras de hacer breva, 3 de hacer
candelas, una de hacer sacos, otra de
mecate, otra de jabón, otra de hielo, otra de hacer fideos y por
último una de hacer aguas
gaseosas, refrescos y siropes... hay un total de 114 establecimientos, entre los que sobresalen el de los
señores Orlich Hermanos, el de don Rodolfo Gamboa e Hijos, el de don Alfredo Salazar,
el de don Angel Losilla, el de don Julio Hernández y el de don
Macario Valverde…
Circula semanalmente el periódico
“El ramonense” editado en la imprenta de los señores Acosta... (Cambronero,
2001, pp. 31-34)
Sin duda, un texto apologista era lo que escribía
Moncada en aquel momento, pero al ser
de la época, nos permite observar la manera en la que se concebía el Palacio Municipal,
quiénes formaban el grupo dominante, visualizar
los cambios del emplazamiento y el avance de servicios y técnicas modernas. Pero también el lenguaje
había cambiado, ya no era una plaza lo que había frente a la iglesia y al Palacio
Municipal, sino un parque, dispuesto para el
disfrute y en torno al cual se erigen las dos fuerzas: el Estado y la Iglesia, que terminaban orientando la vida cotidiana del
lugareño, de forma que, queriendo
o no, la función didáctica del poder estatal en un Palacio
Municipal neoclasicista salía a
relucir.
CONCLUSIONES:
UN LENGUAJE TRAS UNA FACHADA
Tras este breve recorrido por el centro ramonense entre
1877 y 1924, de la mano del Palacio
Municipal, se hizo notable cómo una estructura transmite un lenguaje, aun cuando sea una simple fachada sin
concluir, porque tras ella se mueven
intereses e ideas que le dan la connotación histórica y permiten
reconstruir todo un proceso
dinámico.
De manera que el edificio no solamente se articulaba como
tal, sino como un medio de imponer el
pensamiento de la época —un nexo con el resto del mundo— en su función didáctica a un pueblo
aún en ciernes.
Este neoclasicismo, de acuerdo con sus rasgos
arquitectónicos, era evocador
de la cultura griega y romana, pero a su vez del poder económico en aumento y de la ideología liberal que
marcaba ese imaginario en el tránsito
del siglo XIX al XX, que alimentaba la cotidianidad de una élite local
en ciernes, haciéndose
partícipes de las transformaciones y pugnas vividas a nivel nacional.
Además, como se ha visto acá, la
ostentación buscada para el sitio donde se instauraría la autoridad —el
poder— tuvo demasiados obstáculos, fundamentalmente en su financiamiento, no solo por la
renuencia del gobierno nacional para contribuir
en la construcción, sino también debido a las modificaciones en
los derechos o disposiciones
correspondientes a las municipalidades, ya que con ello algunos recursos que ingresaron en un primer
momento, hacia finales del siglo XIX dejaron
de ser percibidos, con lo que la conclusión definitiva de la obra se
tornó casi en una odisea.
Una edificación como lo fue esta, de acuerdo a sus
dimensiones y ubicación, en un
espacio aún remoto, es muestra también de la fuerte
inmigración que recibió esta
zona hacia finales del siglo antepasado, y del nivel sociocultural de esos habitantes. Para los ramonenses, el Palacio Municipal
se convertiría en un elemento identitario, en un baluarte en luchas
políticas, en un orgullo y representación de la “modernidad”, que se resaltaba junto
con los otros adelantos que iban configurando al
cantón de San Ramón.
La arquitectura, el estilo, sin un contexto no
significarían nada; no obstante, los
pueblos olvidan, no valoran esfuerzos ni lecturas de otro momento que no sea el actual, y es precisamente eso por lo que debe
luchar el historiador, por abrirse a otro
tipo de lecturas, por dar a conocer una comunidad, país o región,
aunque sea una parte de su pasado, que
al fin y al cabo es el que permite comprender nuestro presente.
CITAS Y
NOTAS
1 La investigación fue presentada
como ponencia en el 2010, en el Simposio Interinstitucional de Historia Regional: El caso de las regiones
Occidente y Norte de Costa Rica: 1821-2010. Y
el trabajo había sido realizado en el 2009 como parte del curso de
Iconografía Liberal desarrollado
en la Maestría Académica en Historia.
Este documento corresponde con un trabajo
realizado por y para el mismo Museo de San Ramón.
Se encuentra disponible en el Archivo del Museo de San Ramón. Documento número 0528.
2 (Archivo del Museo de San
Ramón, 1855-1856). Petición hecha al Gobierno de la
República y respuesta de este
proclamando el Decreto XLII por el Presidente Juan Rafael Mora.
3 De acuerdo con la publicación
en línea que posee la Municipalidad de San Ramón, Historia del cantón de San Ramón. Recuperado
de http://www.sanramoncr.com/historia.html/
4 Ver más adelante, en el cuarto
apartado, las pugnas políticas en las cuales esta familia ramonense de gran peso en el municipio se ve
involucrada.
5 “El 6 de julio de 1878 las
gentes se desbordan en las calles, desfilan con la alegría de la banda militar, porque se está celebrando la
iluminación del pueblo con faroles colocados en las esquinas. Este alumbrado permanecerá de
6 de la tarde hasta que aparezca el alba, y como todo
servicio público cuesta dinero, tendrán los usuarios que pagar
dos centavos por cada vara de su
propiedad, por concepto de alumbrado público.
Este encender y apagar los faroles
está a cargo de don Ramón Picado, magnífico colaborador del pueblo ramonense” (Quesada, 1996, p. 25).
6 De acuerdo a los datos manejados por
el Archivo del Museo de San Ramón, Cristoph Conrad Runnebaum,
conocido como “don Carlos”, nació en Dorpel,
Alemania, el 19 de marzo de 1846. Hijo de
Hermann Heinrich Runnebaum y Whilhelmine
Collage zur Collage Schweers.
Con su padre que era geómetra real aprendió los
rudimentos de la ingeniería, siendo más su especialidad el diseño y la agrimensura. En
Costa Rica, el Gobierno lo contrató para elaborar un mapa general, el cual fue realizado por
él y otros colaboradores. Se casó en Esparza en 1881 y regresó a Alemania en 1895.
7 De acuerdo con (Vásquez, s.f.),
en documento facilitado por el Archivo del Museo de San Ramón. Número: 117-S.R.
8 Estaba incluido como parte de una
carta dirigida en respuesta al Ministro de Fomento. San José, 22 de octubre de 1918. Se puede
acceder en: (Archivo Nacional de Costa Rica, 1918-1921).
Y comprende la colección de correspondencia sobre la finalización
de la obra (1918-1921).
9 (Archivo Nacional de Costa Rica, 1918).
10 Facilitado por (Archivo del Museo de
San Ramón, 1982).
11 De
acuerdo con la copia del plano levantado, existente en (Archivo del Museo de
San Ramón, s.f.).
12 Es importante reconocer el
porqué de los arcos en concreto armado, ya que buscando la pervivencia del edificio ante los embates
sísmicos se suponía que este material al formarse como “estructura monolítica,
permitía resistir las tensiones horizontales mucho más
eficazmente que las construcciones
tradicionales de albañilería con sus elementos resistentes
aislados” (Altezor,
1986, pp. 115-116).
13 (Archivo Nacional de Costa Rica,
1918-1921). Esa fue la opinión del ingeniero Gargollo
de acuerdo a su inspección.
14 Según información
facilitada en (Archivo Nacional de Costa Rica, 1918-1921).
15 Aunque en el documento las cantidades
aparecen con el signo de colones, muy probablemente
los montos fueran dados más bien en pesos nacionales. Ver: (Archivo del
Museo de San Ramón, 1982).
16 Datos obtenidos de la
información facilitada en el Archivo del Museo de San Ramón. Documento número117-S.R.
17 (Archivo Nacional de Costa Rica,
1884). Esta petición curiosamente está firmada a nombre de Fadrique Gutiérrez, sin embargo, no fue
posible averiguar si efectivamente era el escultor Gutiérrez.
18 En un inicio (1881), el director de
la obra fue Manuel Cajina, al que se le pagaban 25
pesos, desglosados en tres semanales,
pero más tarde no fue posible reconocer quién continúa a
su cargo, hasta que en 1921 aparece el
nombre del albañil Jesús Pérez.
19 Es un fragmento de la
discusión y resolución en el Archivo Nacional de Costa Rica.
(1881). Actas Municipales de San
Ramón.
20 Archivo Nacional de Costa Rica.
(1881). Actas Municipales de San Ramón. Folio 7.
21 Archivo Nacional de Costa Rica. Actas
Municipales de San Ramón. Ver los años 1877, 1878, 1880, 1885.
22 Fue posible observar esto al
contrastar la información de la Municipalidad de San Ramón entre finales del siglo XIX e inicios del XX, en
(Archivo Nacional de Costa Rica, 1870-1890) y
en (Castro y Willink, 1989).
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ACERCA
DE LA AUTORA
Lissy Marcela Villalobos Cubero: Bachiller
en Estudios Sociales. Estudiante de la Maestría Académica en Historia al momento de su
realización. Correo electrónico: lissvillacuber@gmail.com
Figura 1. Palacio
Municipal de San Ramón. (Año desconocido). Se puede notar que
solo existían el templo católico y el quiosco en ese punto central de la comunidad.
Finales del siglo XIX e inicios del siglo XX.
Fuente: Museo de San Ramón. Fotografía.
Figura 2. Mapa de
ubicación del cantón de San Ramón.
Fuente: Municipalidad de San
Ramón. Imagen.
Figura 3. Plano
inicial del Palacio Municipal de San Ramón. (1878).
Fuente: Museo de San Ramón. Fotografía.
Figura 4.
Croquis de ubicación del Palacio Municipal.
Fuente:
Elaboración propia.
Figura 5.
Levantamiento Planta-Palacio Municipal de San Ramón. (1918).
Fuente: Museo de San Ramón. Copia del original.
Figura 6.
Palacio Municipal de San Ramón. (Año desconocido).
Fuente: Museo de San Ramón.
Tabla 1
INGRESOS
DE LA MUNICIPALIDAD DE SAN RAMÓN, PRESUPUESTO ORDINARIO
AÑO RUBRO |
1896 |
% |
1911 |
% |
1920 |
% |
Ingreso total |
6.219 |
100 |
12.833 |
100 |
15.580 |
100 |
Alquileres |
1.075 |
17,2 |
3.288 |
26,0 |
4.620 |
29,7 |
Patentes |
1.649 |
27,0 |
3.000 |
23,0 |
5.000 |
32,1 |
Impuestos |
2.500 |
40,1 |
3.360 |
26,2 |
2.350 |
15,1 |
Cañería |
- |
- |
*2.690 |
*21,0 |
1.440 |
9,2 |
Alumbrado público |
480 |
7,6 |
1.500 |
9,6 |
||
Policía |
280 |
4,5 |
395 |
3,0 |
20 |
0,1 |
Venta de tierras |
100 |
1,5 |
- |
- |
- |
- |
Otros |
135 |
2,1 |
- |
- |
650 |
4,2 |
Ingresos distritos menores |
- |
- |
100 |
0,8 |
- |
- |
Nota:
*Incluye alumbrado. La autora se basa en actas
municipales. Fuente: (Vázquez,
1982, p. 34).
Tabla 2 EGRESOS
DE LA MUNICIPALIDAD DE SAN RAMÓN, PRESUPUESTO ORDINARIO |
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AÑO RUBRO |
1896 |
% |
1911 |
% |
1920 |
% |
Egreso total |
3.649 |
100 |
18.833 |
100 |
13.240 |
100 |
Sueldos |
1.992 |
55,0 |
2.674 |
21,0 |
4.896 |
37,0 |
Higiene, población, arreglo de calles |
130 |
3,5 |
5.729 |
44,5 |
300 |
2,2 |
Cañería |
- |
- |
N.D. |
N.D. |
500 |
3,3 |
Alumbrado |
360 |
9,7 |
N.D. |
N.D. |
4.000 |
30,0 |
Matadero |
50 |
1,4 |
N.D. |
N.D. |
N.D. |
N.D. |
Subvenciones a instituciones |
252 |
6,8 |
780 |
6,5 |
540 |
4,1 |
Protección social |
840 |
23,0 |
- |
- |
600 |
4,5 |
Reparación de edificios municipales |
- |
- |
- |
- |
300 |
2,2 |
Nota: N.D.:
No datos. La autora se basa en actas municipales. Fuente: (Vázquez, 1982, p. 143).