Mujeres, noviazgo y trabajo. Una experiencia en la provincia de Buenos Aires, 1906-1910

Yolanda de Paz Trueba

Lucía Bracamonte

Resumen

Durante el siglo XIX y en los albores del XX, la escritura de cartas fue el medio más difundido para mantener vínculos familiares, amistosos y amorosos entre personas de las clases populares a la distancia. El presente trabajo persigue el objetivo de analizar las cartas escritas entre 1906 y 1910 por una costurera residente en Olavarría a su novio de Bahía Blanca ciudad situada a unos 300 km de distancia, a fin de identificar las concepciones y experiencias en torno al amor, el noviazgo y el matrimonio que cristalizaron en ellas y evaluar de qué manera se articularon con su condición de trabajadora. El corpus documental analizado permite vislumbrar de qué manera los hombres y mujeres comunes se apropiaron en forma personal de las ideas o las creencias de su época; es decir, cómo las prescripciones normativas del orden de género se tradujeron en conductas cotidianas asumidas y reelaboradas por los propios individuos en un entorno sociocultural específico. Buscamos también reflexionar en torno al amor en el mundo de los trabajadores, tema que la historiografía argentina ha abordado escasamente, en especial con fuentes que remiten al mundo de los afectos producidas por los mismos actores sociales.

Palabras claves: mujer trabajadora, cartas de amor, distancia, comunicación, matrimonio.

Women, Engagement, and Labor: A Case Study in the Buenos Aires Province, 1906-1910

Abstract

During the 19th Century and the beginning of the 20th, writing letters was the most used method to stay in contact with the family, friends and keep a love relationship between working class persons that lived in distant places. The main objective of this work is to analyze the letters written between 1906 and 1910 by a seamstress that lived in Olavarria and her fiancé from Bahia Blanca both cities are 300 km away in order to identify the experiences and conceptions about the love, courtship and the marriage that are expressed in the mail; and to evaluate the way in which these expressions articulate with her condition of a working woman. The documentary corpus used for the analysis lets see the way in which common men and women embraced the ideas and beliefs of the time, that is, how the prescriptions of the genre regulations were taken like daily habits and how they were partially re-elaborated by the persons in a specific sociocultural environment. We also seek to reflect about the love in the working class world, a subject that the argentine historiography has rarely studied, specially with sources related to the emotional world of the same social actors.

Keywords: working woman, love letters, distance, communication, marriage.

Fecha de recepción: 13 de julio de 2015 Fecha de aceptación: 6 de noviembre de 2015

Yolanda de Paz Especializada en Historia Social con perspectiva de género en Argentina. Doctora en Historia por la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires y docente en la carrera de Historia de la Facultad de Ciencias Humanas. Investigadora asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, así como del Instituto de Geografía, Historia y Ciencias Sociales.

Lucía Bracamonte Especializada en Historia de las Mujeres en Argentina. Doctora en Historia por la Universidad Nacional del Sur. Investigadora asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, así como del Centro de Estudios Regionales Profesor Félix Weinberg, en el Departamento de Humanidades de la Universidad Nacional del Sur.

En la Argentina de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, se asistió a la construcción, desde una multiplicidad de discursos sociales, de una serie de mandatos reguladores que, a partir de la diferencia sexual, identificaban la femineidad con la maternidad y la masculinidad con la provisión material, asociando a las mujeres con la esfera doméstica y a los varones con la esfera pública. En el marco de esta división sexual del trabajo sustentada en la idea de la complementariedad de los roles femeninos y masculinos, se subordinó jurídicamente a las mujeres y se posicionó idealmente y legalmente al matrimonio heterosexual y monógamo como fundante de la familia nuclear. Las etapas de la carrera matrimonial cortejo, noviazgo, compromiso y casamiento, estaban socialmente pautadas. Todas estas dimensiones prescriptivas implicaban una vigilancia sobre la moralidad y la sexualidad que, si bien afectaba en mayor medida a las clases altas y medias, pretendía irradiar también hacia las clases populares.

La historiografía ha ahondado profusamente en esas dimensiones normativas de la época tendientes a consolidar el ideal de domesticidad y a maternalizar a las mujeres, pero también ha puesto en evidencia los distanciamientos y resistencias que implicaban las uniones de hecho, los nacimientos ilegítimos, el aborto, el infanticidio, el abandono de niños y el trabajo asalariado de las mujeres, entre otros aspectos. Al menos en las grandes urbes como la Capital Federal, la sociabilidad familiar cuya importancia evidencian las crecientes tasas de nupcialidad, convivía con el bajo mundo de la prostitución, el crimen, el sexo callejero y las relaciones sexuales entre varones. Se ha sostenido que la cultura sexual y de género de las clases populares gozaba de una relativa independencia respecto de los discursos elaborados desde el Estado y la Iglesia católica
(
Guy, 2006; Ben, 2014).

Los estudios aportan también indicios acerca de una articulación compleja y problemática: la del matrimonio y el trabajo en términos de clase y género. Se ha afirmado que para las mujeres el casamiento significaba encontrar un sólido proveedor material que les garantizara un bienestar económico alejándolas del mercado laboral, cuando no de la prostitución. De hecho, la variación de la escala de observación mediante el acercamiento a experiencias individuales que efectuaron algunas investigadoras muestra que, en ocasiones, el matrimonio significó el abandono del mercado de trabajo, ya fuera por internalización de los códigos de género dominantes, presiones maritales o disposiciones empresariales. Sin embargo, no fue así en otros casos, debido primordialmente a la necesidad del salario femenino para mantener la unidad familiar, pero también a deseos de autonomía o a la sensación de bienestar y respetabilidad que derivaban de la labor realizada (Barrancos, 2008; Queirolo, 2009, 2014).

En este contexto, el presente trabajo persigue el objetivo de analizar las cartas escritas entre 1906 y 1910 por una costurera residente en Olavarría a su novio de Bahía Blanca ciudad situada a unos 300 km de distancia, a fin de identificar las concepciones y experiencias en torno al noviazgo y el matrimonio que cristalizaron en ellas y evaluar de qué manera se articularon con su condición de trabajadora.1
Se trata de 40 misivas que fueron encontradas por obreros de la construcción en una casa que se encontraba en refacción y cuya veracidad fue comprobada a partir de la consulta de censos y libros bautismales que certificaron la existencia e identidad de quien las escribió y de los familiares que menciona.2

Desde la línea de historia de las mujeres con perspectiva de género, este artículo busca atender los avatares de la recepción de los intentos reguladores y la capacidad de agencia de actores concretos, en esta ocasión, desde la óptica de una persona que estaba transitando la etapa del noviazgo. El estudio de este caso no busca quedarse solo en él, ya que entendemos, siguiendo a Martha Eva Rocha (1995-1996), que el corpus documental analizado permite vislumbrar de qué manera los hombres y mujeres comunes se apropiaron en forma personal de las ideas o las creencias de su época; es decir, cómo las prescripciones normativas se tradujeron en conductas cotidianas asumidas y reelaboradas por los propios individuos en un entorno sociocultural específico (p. 119).

Buscamos también, a través de la historia de Rosa y Luis, reflexionar en torno al amor y los sentimientos en el mundo de los trabajadores, tema que la historiografía argentina ha abordado escasamente, en especial con fuentes que remiten al mundo de los afectos producidas por los mismos actores sociales. El acoso y el romance en las fábricas y talleres, por ejemplo, han sido estudiados a partir de relatos orales, registros fabriles y documentos judiciales (Lobato, 2014). También se analizaron la literatura destinada al consumo popular y centrada en el amor, el deseo y la pasión (Sarlo, 1985), los folletos que tematizaban el amor y enseñaban a escribir cartas amorosas como parte de una pedagogía sobre los afectos (Lobato, 2014) y las crónicas periodísticas que construían estereotipos de trabajadoras que daban el “mal paso” (Diz, 2000; Queirolo, 2001). Sin embargo, como indica Mirta Lobato (2014), “existe un cono de sombra sobre las formas en que las clases populares expresaban sus sentimientos a través de la escritura, de ese mundo íntimo de quien le escribe al sujeto y objeto de su amor” (p. 166). Las cartas con que contamos permiten observar, al menos en un caso particular, de qué modo una mujer de la clase trabajadora expresaba sus sentimientos y emociones sin mediación de las voces de otros. Su importancia se acrecienta, además, porque la emisora trabajaba en un sector que, a pesar de que englobaba a gran cantidad de asalariadas, ha sido poco estudiado, y menos aun en el caso de costureras que trabajaban en su domicilio y en la zona del centro sudoeste de la provincia de Buenos Aires.

Durante el siglo XIX y en los albores del XX, la escritura de cartas fue el medio más difundido para mantener vínculos familiares, amistosos y amorosos entre personas de las clases populares a la distancia. Pese a ello, se trata de documentos no empleados durante mucho tiempo para el estudio sistemático del pasado, por varios motivos. En primer término, recién desde las últimas décadas del siglo pasado la historia como disciplina comenzó a focalizar aquellas fuentes que daban cuenta de los procesos de la vida cotidiana, como las memorias, fotografías, postales, diarios y cartas. A esto se suma el hecho de que el contexto de producción de este tipo de materiales fue generalmente el ámbito hogareño, lo cual genera dificultades para acceder a ellos debido a que no se encuentran en repositorios institucionalizados y, además, están sometidos a los avatares propios de la conservación o eliminación de los escritos y objetos en los que cristalizan las memorias personales y familiares. Ahora bien, en los últimos años, la ampliación de preguntas y perspectivas de análisis en la historia ha permitido incorporar como fuentes para el abordaje de distintos aspectos, recursos documentales como los epistolarios escritos por plumas femeninas que resultan fuente de reflexión y son útiles para el acceso a cuestiones que van más allá de este ámbito.3

Cuando hablamos de la escritura epistolar del siglo XIX y comienzos del XX, tendemos a pensar en las mujeres de la élite que tenían acceso a cierta educación y en las maestras que por su capital cultural pudieron desarrollar este género.4 Además, en general la historiografía también ha logrado acceder a retazos de vida de mujeres a partir de los escritos de algunas féminas ilustres y de otras desconocidas, pero que en definitiva pertenecían a las clases medias y altas de la sociedad. Por su parte, la escritura de las integrantes de las clases populares fue a menudo invisibilizada, debido no solo a la pérdida de sus textos, sino también a los prejuicios que conducían a pensar que su cultura era esencialmente oral y que, por lo tanto, no eran capaces de producir escritos con valor documental.

Pese a lo anterior, la escritura de cartas era también una práctica de la clase trabajadora, como lo muestra el caso de Rosa, la protagonista de la historia que nos proponemos contar aquí. Las mujeres de todos los sectores sociales usaron el género epistolar como herramienta de comunicación con la que se explayaron sobre temáticas domésticas, para exponer sus intimidades y también para discutir sobre asuntos públicos y políticos. En las cartas de Rosa se hicieron presentes el noviazgo, el matrimonio, la familia, el trabajo y, sobre todo, el amor y el sufrimiento que le provocaban la ausencia de su novio y la distancia que la separaba de él. Por constituir una conjunción de cartas de amor producidas por una mujer trabajadora, el corpus documental con que contamos supone un desafío: el de adentrarnos en una relación entre dos personas avanzando al mismo tiempo en otras direcciones. Si en primera instancia quiénes eran los protagonistas del noviazgo, qué hacían, con quiénes se vinculaban, cómo vivían y en qué trabajaban fueron las interrogantes que guiaron el trabajo, esas preguntas no resultaron suficientes al aventurarnos un poco más allá de la historia personal y familiar narrada en las cartas. Debíamos intentarlo a pesar de lo fragmentario que era, a primera vista, el universo que ofrecía ante nuestros ojos, dado que no contamos con el intercambio completo al carecer de las epístolas que Luis envió a Rosa. Pasamos a interrogarnos entonces por las formas de expresar el amor a través de las cartas y por las concepciones y las prácticas en torno a la carrera matrimonial.

Cartas de amor: de Olavarría a Bahía Blanca

Los protagonistas y su espacio

El abordaje de distintos materiales que nos hablan de estos personajes y su entorno familiar nos permitió elaborar una reconstrucción a partir de huellas dispersas, que conecta la relación específica que es objeto de análisis con su contexto, entendido este último, parafraseando a Guinzburg (2010), como “lugar de posibilidades históricamente determinadas” (p. 440). De este modo, mediante los datos obtenidos a partir de las cartas, algunos sobres, las cédulas del Segundo Censo Nacional de 1895 y los libros bautismales de la época, hemos podido reconstruir parcialmente los rasgos del universo familiar de los novios y de los espacios en los cuales transcurrió esa etapa de sus vidas.

Aparentemente, Luis y Rosa estaban unidos por una relación de parentesco, pues sus madres compartían el mismo apellido y el contenido de las cartas permite inferir que eran primos. Durante los años del noviazgo, Luis, que había nacido en 1887 y había sido bautizado en Buenos Aires en 1894, residía con sus padres y su hermano menor en Bahía Blanca, localidad fundada en 1828 por el coronel Ramón Estomba.5 Hasta la realización de la denominada Campaña al Desierto, dicho poblado se configuró como un reducido enclave fronterizo, relativamente aislado y sometido a las vicisitudes de las relaciones con los aborígenes, que en 1881 tenía 2 096 habitantes (Provincia de Buenos Aires, 1883).6 A partir de allí comenzó un proceso de inserción en el modelo agroexportador que se consolidó a principios del siglo XX y conllevó la extensión de las líneas férreas, el desarrollo portuario y la expansión agraria.

En 1884, la empresa Ferrocarril Sud inauguró la línea que unió Bahía Blanca con la Capital Federal vía Olavarría, General Lamadrid y Tornquist (la misma que en innumerables ocasiones tomó Luis para ir a visitar a Rosa a lo largo de los años que duró su noviazgo), que luego se extendería hasta Punta Alta y Neuquén. Por su parte, la empresa del Ferrocarril Bahía Blanca al Noroeste inició en 1887 las conexiones hacia La Pampa y la región cuyana. Finalmente, el ferrocarril Rosario-Puerto Belgrano fue liberado al servicio público en 1910. Al estar dispuesta la red ferroviaria en forma de abanico con vértice en Bahía Blanca, la urbe se convirtió en centro de una vasta región. En lo que respecta a los puertos, hacia 1880 se estableció la primera aduana a orillas del arroyo Napostá. En esa misma década, el Ferrocarril Sud inició las construcciones que darían origen al Puerto de Ingeniero White. Además, en los primeros ocho años del siglo XX se habilitaron Puerto Militar, Puerto Galván y Puerto Arroyo Parejas. El trayecto entre el centro urbano y el Puerto Militar, facilitado por estas nuevas conexiones, habría sido recorrido con frecuencia por Luis, pues debió prestar el servicio militar durante un año.7

En ese contexto, Bahía Blanca concentró un amplio movimiento de productos agropecuarios y se transformó en un gran núcleo consumidor y distribuidor de alimentos y manufacturas. Se establecieron algunas industrias consagradas a la elaboración de insumos provenientes del campo, como molinos, frigoríficos, fideerías, fábricas de manteca y queso, etc., y otras dedicadas a la fabricación de equipos agrícolas. En líneas generales, se trató de una industrialización fundamentalmente liviana y dependiente de la producción agropecuaria. Por otra parte, la producción de ladrillos adquirió proporciones inusitadas, dato significativo en relación al tema que nos ocupa, pues las actividades mediante las cuales el padre de Luis sustentaba a su familia estaban vinculadas a la construcción (República Argentina, 1895).8

Los padres de Luis habrían llegado a Bahía Blanca, procedentes de la Capital Federal, en la década de 1890.9 Eran inmigrantes de origen italiano, radicados en el país en el contexto del arribo de miles de extranjeros que buscaron labrarse un futuro mejor en estas latitudes. Como muchos otros, luego de permanecer un tiempo en Buenos Aires tomaron rumbos diferentes, encontrando un destino definitivo en el interior de la promisoria provincia de Buenos Aires. En Bahía Blanca, la inmigración masiva, cuya corriente principal fue justamente la italiana (seguida por la española), construyó una nueva fisonomía demográfica. Debido a que la explotación agropecuaria requería cantidades reducidas de trabajadores, la mayor parte de los extranjeros engrosaron la mano de obra ocupada en los sectores del comercio, la industria, los servicios, el trazado de líneas férreas y las labores portuarias. La escasa población nativa y la ausencia de una elite tradicional que obstaculizara la movilidad social ascendente, posibilitaron la aceptación de los recién llegados y su incorporación a las diferentes dimensiones de la vida urbana. Los inmigrantes modificaron las costumbres, la sociabilidad y la lengua, al mismo tiempo que dieron lugar a la aparición de barrios obreros, asociaciones gremiales y sociedades de socorros mutuos.

La mutación en la fisonomía de la zona urbana reflejó claramente los cambios producidos. Se erigieron y ampliaron casas comerciales y hogares familiares en el centro y se realizaron loteos de tierras en la periferia. Al mismo tiempo, se edificaron imponentes inmuebles, como el Palacio Municipal, la Estación del Ferrocarril Sud, el Teatro Municipal y las instalaciones destinadas a las instituciones bancarias y judiciales.

Además de las modificaciones edilicias, se efectuaron otras para adaptar la ciudad al crecimiento poblacional y paliar los problemas habitacionales y sanitarios. Fue constante la preocupación por ampliar el ejido, construir cercos y veredas, habilitar nuevas calles y pavimentar con adoquines de granito el radio céntrico. La localidad tuvo energía eléctrica desde 1899, gas desde 1907 y aguas corrientes desde 1909. En 1902 se instaló la primera línea de ómnibus, de tracción a sangre; dos años después surgió el tranvía de vapor y en 1906 el tranvía de nafta. En cuanto a las comunicaciones, el telégrafo nacional (que como el correo postal facilitó las comunicaciones entre Rosa y Luis) fue inaugurado durante la campaña de Roca, mientras que la primera empresa telefónica se instaló en 1885.

El auge de la construcción, que como mencionamos posibilitó al padre de Luis encontrar ocupación como albañil, y los adelantos en materia de servicios públicos, comunicaciones y transportes, estuvieron secundados por la creación del Hospital Municipal y el Registro Civil a fines del siglo XIX, a lo cual se sumó la instalación de los Tribunales Federales y los Tribunales Provinciales Costa Sud en el inicio de la siguiente centuria. En el marco de estos procesos, una gran cantidad de profesionales eligió residir en la localidad, pasando a engrosar los sectores letrados de la sociedad.

En los aspectos educativos y culturales, la expansión fue igualmente notable. Se fortaleció el ciclo primario compuesto por instituciones estatales y privadas (laicas y religiosas), al cual se integraron numerosos hijos e hijas de inmigrantes. Este fue el caso de Luis, quien asistió a la escuela durante su infancia y cuya madre era analfabeta (no así su padre). A principios del siglo XX, se inició la etapa de secundarización educativa con la fundación de la Escuela de Comercio en 1903, el Colegio Nacional en 1905 y la Escuela Normal Mixta en 1906. También se generaron espacios propicios para las actividades teatrales, artísticas y literarias y se desarrolló un campo periodístico con proyección regional, como lo demuestra el hecho de que Rosa leyera el diario La Nueva Provincia.

Como consecuencia de todos estos procesos, Bahía Blanca, que había sido declarada ciudad en 1895, se convirtió en una urbe modernizada y cosmopolita, cabecera de un partido que ese año contenía 14 238 habitantes y para 1914 alcanzaría la cantidad de 70 269 pobladores (República Argentina, 1895, 1914).10 Esta ciudad cambiante fue el telón de fondo en el que transcurrió parte de la relación amorosa de la que tenemos noticia a partir del intercambio epistolar, y el lugar que la pareja proyectaba como destino final una vez celebrado el matrimonio.

Por su parte, Rosa había nacido en 1883 y había sido bautizada en Azul en 1886. Olavarría, la ciudad en la que vivió con su familia durante su noviazgo con Luis, había sido fundada décadas más tarde que Bahía Blanca, en 1867 (y erigida cabecera de partido en 1878), a instancias del coronel Álvaro Barros, sobre un espacio ya ocupado previamente en el margen derecho del arroyo Tapalqué, formando en esos primeros tiempos el cuartel 5º del vecino pueblo de Azul.11 Barros, tras ser designado para desempeñar acciones militares en la frontera sur, trabajó en una política que comprendía mantener a raya el avance indígena.12 La colonización de tierras para la agricultura por medio de un sistema privado, era parte también de su plan para poner a producir esas tierras y lograr así su poblamiento con brazos industriosos. Cuando se hizo cargo en 1865 de la comandancia de la División Sud de la Guardia Nacional, volvió sobre esta idea con fuerte convencimiento.

Barros era optimista respecto de la rápida instalación de familias en el lugar, y no se equivocó: ya en 1868 el casco urbano había aumentado a 13 manzanas (de las cuatro originales) y se comenzaban a poblar algunas chacras.13 Tampoco estaba errado cuando llamaba a practicar la agricultura en el lugar, para lo cual instó al gobierno de la provincia a entregar pequeñas parcelas de tierra a los pobladores presentes y futuros que quisieran comenzar allí su nueva vida.

En este marco se formó el núcleo familiar de origen de Rosa, que residió en la zona rural de Azul al menos desde la década de 1880 y luego se trasladó a Olavarría. Su familia estaba compuesta por los progenitores, que procedían de Italia, y ocho vástagos. El padre de Rosa se dedicaba a las tareas agrícolas y aparentemente algunos de sus hermanos realizaban labores similares, pues en las cartas se mencionaba que viajaban a estancias y quintas ubicadas en la zona rural aledaña a Olavarría,
Azul y Bahía Blanca.

Tras la creación del partido, la instalación de personas se aceleró y la población fue rápidamente en aumento.14 A fines de 1880 se observaba ya un cierto florecimiento comercial que se correspondía con el crecimiento del pueblo y la expansión de las actividades agropecuarias, de lo que daban cuenta la temprana formación de la Sociedad Rural en 1885 y el desarrollo de las instituciones de crédito que acompañaron este crecimiento.

Sin embargo, este adelanto no tuvo que ver solo con lo agropecuario o la vida comercial, sino también con una industria que se desarrolló en Olavarría tempranamente y que cambió la fisonomía del pueblo de forma definitiva: las explotaciones de la piedra y la caliza que prosperaron ya desde los años 1880, siendo muy activas en los pueblos de la campaña circundante como Hinojo, Sierra Chica y Sierras Bayas, lo que se sumaba a otras industrias incipientes como la producción de leche y la de los molinos harineros.

Durante la década del noventa tuvo gran impacto el arribo de inmigrantes (de lo que no fue excepción Olavarría en relación al resto del país y en especial la zona pampeana). Si bien se radicaron italianos como los padres de Rosa, los españoles eran mayoría, sobre todo los gallegos, vascos y navarros, y se destacó por su singularidad respecto de otros espacios de la zona la colonia que formaron los alemanes del Volga. Estos conformaron el primer asentamiento en la provincia de Buenos Aires, a partir de la situación ventajosa que les ofrecía la ley bonaerense de colonización del año 1877. El primer grupo, compuesto por ocho familias y tres solteros, llegó en enero de 1878, fecha oficial de la fundación de la colonia madre, y se asentó en la actual colonia Hinojo. Otro grupo lo hizo en la zona de los Campos de Nievas y otros, en 1881, en la zona de San Jacinto, trasladándose más tarde hacia la actual colonia San Miguel.15

El adelanto y la urbanización redundaron en un crecimiento de los pueblos de campaña, así como también el avance de los servicios que conllevaron la posibilidad de una mejor calidad de vida, como la línea telefónica local que proveyó a Olavarría de comunicaciones en 1907. También avanzaron el pavimento de las calles que a diario surcaba Rosa en busca de los enseres para desarrollar su labor y la luz eléctrica, tanto de uso diario doméstico como en la vía pública, desde 1909.

En los espacios descriptos, ambas familias nutrían permanentemente sus relaciones. Las constantes menciones de Rosa a las cartas intercambiadas por distintos miembros de los dos núcleos parentales nos hablan de una importante densidad comunicativa interfamiliar. Del mismo modo, eran frecuentes visitas y desplazamientos laborales, especialmente de los hombres, mientras que las mujeres solían permanecer en sus hogares. La llegada de invitados implicaba, además de establecer un contacto interpersonal, recibir cartas, noticias, retratos, productos encargados y regalos.

El corpus

Rosa escribía las cartas en el espacio de su hogar, en el que también recibía, leía y atesoraba las misivas de Luis. La correspondencia era enviada por correo postal o por medio de esos familiares que se trasladaban entre ambas localidades, especialmente a través del ferrocarril que desde las décadas finales del siglo XIX había transformado el sentido de las distancias. Como mencionamos anteriormente, también el telégrafo era un medio de comunicación entre ellos (aunque menos usado), producto de la pléyade de oportunidades que el progreso que alcanzó a las ciudades en que ambos vivían puso a su alcance.

El hecho de que las cartas de Rosa hayan sido conservadas y recobradas en su lugar de destino constituye un indicio del valor otorgado por aquel a quien estaban dirigidas, y no solo como fuente documental para quienes hoy buscamos a través de ellas reconstruir esta relación y especialmente las experiencias de quienes la vivieron. Si Rosa se expuso en el acto de poner en carta sus sentimientos, Luis se expuso también ya que probablemente fue el responsable de conservar la prueba, al ir leyendo y guardando las cartas al menos durante los cuatro años del noviazgo. Aunque no podemos ignorar que tal vez fue el azar el que hizo posible la conservación de las cartas de Rosa hasta nuestros días, también es factible en el marco de esas posibilidades de las que nos habla Guinzburg (2010) que fuera él quien tuvo el poder de hacer que esta historia trascendiera al no eliminar las misivas luego del casamiento.

La cantidad y periodicidad de las cartas (que de acuerdo con algunos indicios no serían todas las que Rosa habría escrito16) indican que los novios mantenían una relación continua y fluida que, además de sostenerse en el intercambio de correspondencia durante los lapsos de separación, se nutría de las visitas efectuadas por Luis. En las cartas se mencionan varios viajes suyos a Olavarría,17 mientras que no se registra ninguno realizado por Rosa a Bahía Blanca, si bien esto último era viable, tal como se evidencia a partir de una carta en la cual Luis, que se encontraba muy atareado, le propuso a Rosa que fuera a visitarlo. Sin embargo, ella se excusó argumentando que su presencia solamente le haría perder tiempo de trabajo.18

Las cartas fueron confeccionadas en papel de cartas rayado, con diseño de cuartillas dispuestas en bifolios. En relación a los rasgos de su escritura, puede observarse que Rosa empleaba letra cursiva, de tamaño uniforme, y tinta negra. Su forma de escribir era rudimentaria, lo cual se evidencia, por ejemplo, en los errores ortográficos y gramaticales que cometía y en el uso irregular y sumamente esporádico de los signos de puntuación. No se aprecian muchas tachaduras, pero sí el agregado de palabras olvidadas en la primera redacción, en particular en el momento de la despedida. Varios de estos rasgos pueden atribuirse al hecho de que la alfabetización de Rosa habría sido relativamente tardía, ya que como consignaban las cédulas del censo de 1895, a los 12 años aún no sabía leer ni escribir.

La forma de redacción continua también puede ser interpretada como un rasgo propio de la escritura de los sectores populares, más familiarizados con el mundo de la oralidad que con el de la palabra escrita. Esto no implica que la escritura de cartas no fuera una práctica habitual en la época, favorecida por los avances de la alfabetización y fundada en diversas necesidades de comunicación interpersonal.19 Como señalamos anteriormente, en las cartas de amor intercambiadas entre los novios hay alusiones a otras misivas de carácter familiar enviadas y recibidas por Rosa. La correspondencia le permitía mantener los lazos con quienes se ausentaban del hogar o con parientes no convivientes. A través de ella, transmitía y recibía noticias, preguntas, respuestas y saludos. Por ello, las cartas de Rosa revelan no solo lo que ella quería transmitir, sino también “lo cotidiano de sus actividades, o las preocupaciones familiares” (Benítez, 2007, p. 171). Los comentarios de Rosa sobre esta práctica permiten presumir que constituía una tarea a la cual consagraba significativos lapsos de tiempo.

En cuanto a la estructura de las cartas, puede observarse que la espontaneidad se combinaba con cierta regularidad en el formato de acuerdo con los lineamientos comunes del género epistolar, que las personas aprendían a través de manuales o imitando los rasgos de la correspondencia que recibían. Como señala Caldo (2014), las cartas están pensadas menos como un acto espontáneo y más para ser leídas por otros. De hecho, dice la autora, las reglas de urbanidad dedicaron un renglón particular a la escritura epistolar fundamentalmente femenina, con el propósito de recordar a quienes escribían cartas que tal acto implicaba hacer público lo sentido y lo pensado (p. 252). En cada una de ellas, Rosa consignaba el lugar y la fecha de su escritura al inicio (sobre el ángulo superior derecho) y estampaba su firma al final. Repetía también ciertas fórmulas de tratamiento del amado al comenzar y terminar; es decir, en los tramos dedicados al saludo y la despedida.20 Al comenzar las cartas solía acusar recibo de la epístola anterior y expresar su agradecimiento. En la mayor parte de ellas agregaba unas palabras finales de despedida, usualmente en el margen inferior o lateral izquierdo, a modo de posdata.

En relación a su temática, si bien la carta como fuente otorga la posibilidad de acceder a las redes de sociabilidad de las que sus protagonistas formaron parte, las cartas de Rosa a Luis están plagadas de informaciones de carácter íntimo y personal, donde se cuelan algunos comentarios dispersos sobre conocidos en común y especialmente la familia compartida residente en Bahía Blanca (tíos y primo), a la que Rosa no dejaba en ninguna carta de recordar. Con excepción de las menciones de la asistencia de Rosa a una ceremonia de matrimonio, de un viaje en tren a una estancia y de una visita a una anciana cuya familia había sufrido una “horrible desgracia”, prácticamente no hay en las cartas alusiones a actividades extrahogareñas.21

Si bien la identidad personal y social se define por las diversas posiciones ocupadas por las personas en los distintos ámbitos y grupos en los que transcurren sus vidas, en estos escritos aparece como dominante una de esas facetas: la construcción del papel de novia. Se trataba de una mujer que durante cuatro años direccionó sus pensamientos y acciones hacia la persona de su novio ausente la mayor parte del tiempo, y supeditó su vida a la meta del matrimonio, que no tenía una fecha precisa de concreción.

Así, estamos frente a cartas en las que antes que la mención a terceros, predominan la tristeza y el anhelo. Como desarrollaremos con mayor profundidad en el siguiente apartado, por el hecho de que los protagonistas de esta relación residían en lugares diferentes, el rol de Rosa se fue desplegando como el de una novia cuyo estado de ánimo estaba sometido a los vaivenes de los encuentros signados por la alegría y los desencuentros que le provocaban una intensa nostalgia, añoranza del contacto físico, ansiedad por volver a ver a Luis y preocupación por su estado de ánimo y su salud.22

Por constituir una experiencia de fijación de algo tan etéreo e intangible como los sentimientos,23 la carta de amor para Rosa estaba ligada a la confidencialidad; en otras palabras, era percibida como una expresión de la intimidad que debía resguardarse de los ojos de terceras personas, como ella misma lo expresó en una oportunidad con las siguientes palabras: “querido vos no me escribes asta [sic] que yo no te mande desir [sic] que estoy en casa porque pueden abrirme la carta y yo no quiero”.24 Rosa se mostraba consciente del riesgo que implicaba exponer por escrito lo que sentía y pensaba, por lo cual reservaba algunos de sus pensamientos para expresárselos oralmente cuando se vieran.25 Asimismo, deseaba mantener en secreto las palabras que Luis le dirigía, pero no tenía garantías de que así fuera, probablemente porque era frecuente que los integrantes de su familia leyeran en forma completa o parcial las cartas que llegaban a la casa e incluían, como las de Luis, recados o saludos dirigidos a terceros. Como se ha documentado para siglos anteriores, muchas veces las cartas familiares constituyeron un medio de comunicación interpersonal que contribuyó a la formación de redes de intercambio de información, ya que se escribía por y para muchos, lo cual daba lugar a una lectura compartida, en voz alta, y sucesiva por varias personas, conformando una comunidad de escritura.26

Para finalizar, cabe señalar que si bien el intercambio epistolar parecía ser una práctica cotidiana para los miembros de ambas familias, la escritura de cartas de amor era transitoria. En palabras de Rosa: “cuando llegara ese dia que no tendre [sic] que escribirte”.27 En el mismo sentido se expresaba Luis cuando manifestaba a su novia el deseo de estar pronto a su lado para no tener que pensar más en escribirle.28 En suma, asumían que esta forma de comunicación entre ellos duraría lo que durara la separación.

La relación de noviazgo

Los ideales inculcados a las mujeres desde la infancia, desde el punto de vista moral y religioso, privilegiaban la preparación para el casamiento, concebido como su deber y destino. Se les exigía mantener la virginidad y el pudor durante el noviazgo, que era el periodo previo a, como escribía Rosa, la “unión”.29 En este sentido, las cartas reflejan un cumplimiento de pautas socialmente aceptadas y deseables. En ellas se desplegaba un discurso amoroso que evocaba el rostro del amado, su mirada, los recuerdos de su presencia y los sueños que lo tenían como protagonista. Las alusiones a los contactos corporales se limitaban a las menciones de abrazos, besos y caricias.

En concordancia con esas ideas, buscando preservar el honor y la virtud, los idilios se desarrollaban bajo supervisión familiar. En el caso que analizamos, se trataba de una relación consentida por los padres. De acuerdo con los comentarios de Rosa, sus progenitores fomentaban y celebraban las visitas de Luis.30 En sus encuentros, cuyo escenario era el hogar, los novios se dedicaban a conversar y pasear, y en los periodos de separación se comunicaban mediante la correspondencia.

Las cartas de Rosa, como cartas de amor, son reiterativas, escritas de un modo irregular, en las que se pasa de un tema a otro y se recae siempre en el lugar común de las ansias por ver al novio. Como sostiene Bouvet (2006), la escritura amorosa está signada por la repetición de lugares comunes, a los que Rosa recurrió de manera constante. Es que “estereotipos, clisés, balbuceos, atropellos y saltos de tema, que simulan el correr de la pluma, crean tonos de espontaneidad para avivar el afecto y mostrar sinceridad” (p. 93). Reiteraba palabras como “tuya soy” y “eres mi dueño”, y expresaba su permanente deseo de hablarle, escucharlo, acariciarlo y ser mirada por sus “ojitos”. También recurría a imágenes de su corazón órgano por excelencia del amor dolorido, triste, lleno de penas y que, decía, latía anhelante por verlo.31

Hay un predominio de la sensación de soledad que transmite Rosa, en la que se sentía sumida por la distancia y las ansias de ver a Luis, que se combinó con la necesidad de respuesta, de recibir sus cartas que significaban, tal como ella lo expresó en innumerables ocasiones, un consuelo, una alegría y un placer. De acuerdo con Bouvet (2006) y derivado del mismo carácter de la epístola de amor, esta encierra la necesidad de mantener encendido el sentimiento ante la ausencia; quizá por eso, este tipo de carta más que ninguna otra quiere ser correspondida, exige reciprocidad “para lo cual despliega una retórica de la súplica de respuesta” (p. 96). No era infrecuente que Rosa, con una exigencia plagada de afecto, solicitara a Luis que le escribiera con mayor frecuencia y que, dentro de lo posible, sus cartas fueran más extensas para calmar su desasosiego y sus deseos siempre insatisfechos de saber más de él. Si bien sus palabras conllevaban una recriminación, iban acompañadas de una actitud comprensiva hacia su falta de tiempo para escribirle en razón de sus numerosas ocupaciones.32

En suma, las cartas de Rosa exigían y reclamaban respuesta, nos hablan de sus ansias por ver a su prometido y de su soledad. Manifestaba, por ejemplo, su angustia por las horas que pasaba bordando “solita” y esgrimía algunos reproches a las promesas incumplidas de Luis que le producían desencantos, referidas tanto a posibles visitas como a la pronta consumación del matrimonio, si bien los matizaba volviendo a excusar las actitudes de su novio en el hecho de que se encontraba afanado en sus “quehaceres”.33 Temía, asimismo, que él pensara que era “cargosa” porque deseaba verlo a menudo, y no quería disgustarlo.34

Las cartas también evocaban el momento en el que se conocieron y sus encuentros posteriores, como manera de mantener vivo el amor a partir de recuerdos compartidos en el marco de circunstancias en este caso determinadas por el hecho de tratarse de una novia que aguardaba, pero que se encontraba sumida en un tiempo de espera que terminó por ser más extenso de lo esperado, puesto que en medio de su relación Luis resultó sorteado para realizar el servicio militar. Durante esos años, el tiempo transcurrido entre cada visita fue más largo, llegando a pasar un año sin verse, algo que la misma Rosa reconoció que no sabía cómo había podido soportar. Las cartas contienen muchas referencias al transcurso del tiempo. Rosa describía, por ejemplo, cómo se alteraba su percepción debido a la ausencia del ser amado, haciendo que los días parecieran interminables y semejaran años.

Rosa se mostraba sufriente y este sentimiento se sumaba a la preocupación por la salud de su prometido durante el tiempo en que él estuvo en el ejército. La constante pregunta de si había perdido mucho peso se combinaba con el pedido de fotografías suyas, como cuando le escribió: “no te olvides de mandarme tu retrato de militar que yo quiero verte mi querido como estas si estas mas [sic] grueso”.35 Si, como indica Rocha (1995-1996), obsequiarse un retrato autografiado formaba parte comúnmente del ritual de los enamorados, pues la fotografía simbolizaba la compañía perenne (p. 125), la importancia de este gesto se incrementó en el caso de estos novios separados por la distancia.

Rosa estaba atenta a ese tipo de signos, como lo muestra la angustia que manifestó en una oportunidad en que él estuvo enfermo. Si bien Luis le mandó un telegrama a través del cual le comunicó su mejoría, ella le manifestó por carta que no se quedaba conforme y esperaba su respuesta, puesto que a través de su letra observaría si realmente estaba bien.36 En razón de esa distancia apelaba a elementos imperceptibles para poder sentir una presencia que en verdad estaba muy lejos. Las cartas hablan de la separación y la desesperación, pero también de los signos de los que ella hacía uso para vislumbrar su estado, para rememorar momentos felices y para sentirse cerca, para acortar ese trecho. La llegada de noticias a través de terceras personas, los telegramas, las fotografías, las postales y los regalos, además de las cartas, ayudaban a suplir esa ausencia que se erigía en un obstáculo que debía ser superado.37 Los momentos en los que podía hablar de su novio con los familiares que la visitaban eran especialmente atesorados por Rosa. De esta manera narraba a Luis una de esas situaciones: “mil veces en el dia le pregunte a Jose de vos querido para gozar siquiera con las preguntas”.38 Desde su perspectiva, la mera escritura era insuficiente para acortar la distancia física.

Las enfermedades y el servicio militar, del mismo modo que los viajes y las ocupaciones laborales de ambos, eran presentados como variables que en ocasiones dificultaban la comunicación epistolar. Rosa se excusaba cuando, por esas razones u otras contingencias, no podía escribir de inmediato o sus respuestas eran de menor extensión que lo habitual.

A partir de lo expuesto hasta aquí, podemos decir que el contenido de las cartas muestra cómo se configuró una relación de noviazgo basada en el amor romántico, al que Rosa aludía como un sentimiento correspondido: “vien [sic] pronto nuestros corazones se amaron y se amarán para siempre… se [sic] que me quieres y me amas de corazón”.39 En general, se dirigía a su novio usando el hipocorístico y expresiones cariñosas como “Luis de mis amores” y “mi amadísimo Luisito”.40

Se trataba de un noviazgo entre dos personas separadas por la distancia, que compartían un entorno familiar y una extracción socioeconómica, pero cuyas experiencias de vida eran diferentes en función de sus respectivos roles de género. Rosa era una novia trabajadora y en sus cartas aparecían referencias a su trabajo, algo central en la experiencia de vida de muchas mujeres de su clase. Como mencionamos, ella era costurera, del mismo modo que su madre quien, comentaba, en ciertas ocasiones la ayudaba en su labor, como aquella oportunidad en que se encontraba confeccionando un “traje de novia”.41 Por lo tanto, era una mujer trabajadora que no se alejaba de la media, ya que además de trabajar desde su hogar lo hacía en una ocupación típicamente femenina, que se conceptualizaba en la época como un oficio decente. Si bien las mujeres que lo ejercían se alejaban en parte del estereotipo de domesticidad, sus ocupaciones eran justificadas por enraizar con habilidades adquiridas tradicionalmente en la socialización familiar. Además, se consideraba que la elaboración manual de vestimentas en el hogar era una ocupación que permitía compatibilizar ciertos espacios y tiempos con las tareas domésticas.

Esas tareas se consideraban discursivamente como una proyección de las capacidades y roles naturales de las mujeres en virtud de la diferencia sexual que dividía las esferas pública y doméstica y las vinculaba con la masculinidad y la femineidad, respectivamente.42 Por tanto, podemos encontrar en Rosa un ejemplo de cómo el mercado laboral reproducía la división sexual del trabajo: ella se desempeñaba como costurera, lo cual tenía una fuerte ligazón con tareas que culturalmente se consideraban femeninas (como el lavado, la limpieza, el planchado de ropa, entre otras). Además, lo hacía desde el hogar, es decir, su lugar natural. Aunque es probable que no percibiera un buen salario, al considerarse que estas tareas no requerían de conocimientos ni de pericia especial, al ser labores casi naturales de las mujeres, nunca lo reflejó directamente en sus cartas. Sí hizo referencia a sus aprendizajes, al mencionar las habilidades que iba adquiriendo en relación a la costura y el bordado, tal vez como consecuencia de las enseñanzas de su madre.

Lo anterior no quita, sin embargo, que la mujer trabajadora comenzara a vislumbrarse por entonces como una amenaza para la mujer madre y para la formación de las futuras generaciones. En el marco de los cambios y reconfiguraciones de la época, la idea de la mujer doméstica aparecía como elemento central en el nuevo modelo de la familia moderna. No obstante, la estrategia de la disciplina y el control no fue solo de género, sino también de clase: la mujer doméstica era un ideal que debía alcanzar a todas las mujeres, aun a aquellas de los sectores populares que rompían con ese ideal desde algo tan básico como su necesidad de contribuir al sustento familiar: la madre pobre tenía que trabajar fuera del hogar (o dentro de él a veces), pero en ningún caso podía dedicar a sus hijos el tiempo que el modelo prescribía (Nari, 2004).

En cuanto a Luis, sus ocupaciones no se especificaban claramente.43 Sin embargo, hay un tema recurrente en las cartas a partir del cual pueden delinearse algunos aspectos que Rosa transmitió con respecto a él: el del servicio militar.44 Esta cuestión nos coloca frente a la perspectiva de una integrante de los sectores populares sobre uno de los dispositivos de la época tendientes a la construcción de la masculinidad, en relación binaria y complementaria con la femineidad. La ley que impuso el servicio militar obligatorio en 1901, pocos años antes de que su novio resultara sorteado para realizarlo, perseguía un propósito estratégico por la aparente inminencia de un conflicto armado con Chile, pero también tenía objetivos de control, moralización y construcción de una identidad masculina basada en el honor y el patriotismo traducidos en el deber de defender a la nación.45

Rosa estuvo pendiente del resultado del sorteo que decidiría la suerte de Luis. Desde su punto de vista, el servicio militar tenía una connotación negativa, pues contribuía a dilatar la fecha de su enlace y a incrementar los lapsos de separación. Lo expresaba con palabras como las siguientes:

Bieras [sic] la pena que siento que te a [sic] tocado el serbicio [sic] mi querido no an balido [sic] mis rezos ni ardiente deseo que no te fuera a tocar se vendito [sic] servicio o dios quisiera que en vez de tocarte los 40 días quisiera que fueran horas mi querido así estarías vos más contento y yo no te digo que alegría sentiría este triste corazón.46

Hacía extensivo su sentimiento de tristeza a la madre de su novio, pensando que se apenaría en tal circunstancia. Desde el enrolamiento de Luis, las preguntas sobre las características de la vida militar, los pedidos de envío de fotografías con la escolta y las especulaciones sobre la fecha de su baja, fueron temas reiterados en las misivas de Rosa.

Debe señalarse que la sensación de malestar con respecto al servicio militar también estaba presente cuando se refería a otros miembros de su familia que debían enrolarse como conscriptos. Lo percibía como un padecimiento tanto para los jóvenes soldados como para sus familias, lo cual se observa, por ejemplo, cuando en una de sus cartas escribía a Luis: “bastantes penas abras [sic] pasado”.47 Pese a ello, reconocía que se trataba de una obligación y pensaba que al terminar sentiría la satisfacción de haber cumplido con su deber.

En suma, a partir de las cartas vemos cómo la figura del novio-ciudadano-trabajador y soldado actuante en el espacio público se construía diferenciada de la imagen de la novia-no ciudadana desde el punto de vista formal-trabajadora en el ámbito doméstico.

El matrimonio como horizonte

En gran parte por influencia de las preocupaciones que generaron la inmigración masiva y la construcción de la nacionalidad, el inicio del nuevo siglo presenció una retórica cada vez más fuerte acerca de la necesidad de extrapolar el orden social al familiar. Se creía que una familia moralmente ordenada, que respondiera a cierto modelo nuclear y sexualmente jerarquizado, donde el varón fuera el proveedor material y la mujer la madre de los futuros ciudadanos, sería también la base para una sociedad moderna. A comienzos del siglo XX, momento en que la familia comenzó a ser considerada central en relación con el futuro de la nación y el matrimonio su pilar fundamental, Rosa y Luis decidieron casarse de acuerdo a la Ley 2.393 de Matrimonio Civil sancionada en 1888, pero también ante la Iglesia.48

Para Rosa, el matrimonio representaba la solución definitiva a su sufrimiento, un deseo casi tan fuerte como el de ver a Luis o de recibir sus cartas. Ocasiones como la asistencia a la ceremonia religiosa de una pareja allegada a su familia, eran propicias para que fantaseara con el día “dichoso” de su propio casamiento.49 Por otro lado, y si bien implicaba la separación de su familia de origen (puesto que tras la boda se iría a vivir con él), no transmitió un sentimiento de desprendimiento. Al contrario, celebró cuando planificaron que, sin demora, el mismo día de la ceremonia emprenderían juntos el viaje hacia su nuevo hogar. Es probable que avizorara que la felicidad de haber cumplido el sueño de casarse y el hecho de que algunos de sus familiares residieran en Bahía Blanca aminorarían el impacto emocional del traslado. No es desdeñable tampoco que apreciara la posibilidad de abandonar la casa paterna para trasladarse a una ciudad pujante, en la cual existía un mercado laboral expansivo con numerosas oportunidades para trabajar en el rubro de la confección, si deseaba hacerlo una vez casada.

Las constantes menciones de Rosa a su futura y deseada unión iban acompañadas por comentarios sobre los avances que efectuaba en la preparación del ajuar. El deseo de exhibir las fundas, sábanas, toallas y pañuelos bordados a su novio, su tía y su tío nos habla del tiempo que dedicaba a su confección y de la importancia que le adjudicaba como parte de su rol de novia próxima a contraer nupcias. Esperanzada en que el matrimonio se celebrara pronto, organizó esa tarea dando prioridad a “las cosas más necesarias”.50 Bordar las iniciales de su nombre, su apellido y el apellido de su futuro esposo le producía una gran dicha que operaba como bálsamo en medio del dolor provocado por las separaciones. Por su parte, Luis se mostraba interesado en conocer los progresos de su novia en estas tareas, por lo que a menudo Rosa le explicaba en detalle qué prendas había terminado y cuáles proyectaba confeccionar.51

No obstante, fue Luis quien lideró los preparativos del lugar que habitarían en Bahía Blanca (una “pieza” según los términos de la propia Rosa). Ello pudo deberse a que Rosa no vivía en la ciudad o a que, como indica Perrot (1991) refiriéndose a familias francesas de fines del siglo XIX, en esa época la elección de la decoración de la casa era, mucho más de lo que se cree, masculina (p. 132).

Luis realizó incluso las compras para la boda, desde los manteles hasta el vestido y los zapatos que su prometida usaría el día de la ceremonia. La moda de la época posicionaba al traje y los zapatos de la novia como prendas especiales por su tipo de confección, que podían adquirirse en las grandes tiendas instaladas en Bahía Blanca, como Gath & Chaves. Podemos aventurarnos a pensar que Rosa era una mujer poco preocupada por estos detalles, ya que nada indica que en aquellos años Olavarría careciera de los comercios que pudieran proveerla de esos artículos, más bien todo lo contrario, puesto que coincidían como comentamos antes con un florecimiento comercial importante. Cabe también la posibilidad de que no dispusiera de recursos suficientes para efectuar esas adquisiciones, sugerida por el hecho de que en una ocasión solicitó a su futuro marido que le enviara cierta suma de dinero sin especificar el motivo; se disculpó por hacerlo y le agradeció de antemano por su “buena volunta [sic]”.52 También llama la atención el hecho de que a pesar de que supiera confeccionar trajes de novia no planeara diseñar ni coser el suyo. Tal vez la falta de tiempo le impidiera hacerlo, debido a la envergadura de sus trabajos de costura sumados a la preparación del ajuar y a la doble jornada, y no deseara dilatar aún más el día de su matrimonio.

Rosa también dejó en manos de Luis la elección de la fecha del matrimonio e incluso del momento del día más conveniente para efectuarlo. Su único pedido fue que le avisara con unos días de anticipación, para poder poner en orden sus cosas. Por el hecho de que se casarían en Olavarría, se limitó a realizar las averiguaciones mínimas necesarias en el Registro Civil y la Iglesia sobre los requisitos para contraer matrimonio. Tampoco parecía otorgar relevancia a la cuestión de los invitados a la ceremonia, pues expresaba que su padre tal vez estuviera interesado en convocar a algunos conocidos y que ella solamente haría partícipes a unas pocas amigas. Relativizaba la importancia de todos estos aspectos manifestando su deseo de que Luis estuviera “conforme” y reafirmando que su único anhelo era estar definitivamente a su lado. A simple vista, estas actitudes de docilidad, obediencia y dependencia parecían responder a los estereotipos de femineidad de la época, pero también podría conjeturarse que configuraban una suerte de estrategia tendiente a ceder ante los deseos de Luis, a fin de despejar todos aquellos obstáculos que entorpecieran el logro de su mayor anhelo: casarse lo más pronto posible.

Cuando Rosa se proyectaba a sí misma como esposa, hacía alusión a un rol de acompañamiento cotidiano consistente, por ejemplo, en conversar con Luis y cebarle mate. Sus palabras transmiten la idea de que pretendía ser una esposa cariñosa y dedicada fielmente a cuidar a su esposo. En algunas cartas mencionaba que Luis le había pedido que le enseñara a cebar mate a una chica que vivía con ella y que midiera su altura para confeccionarle ropa. Eso hace suponer que pensaban contar con una persona que los auxiliara con los quehaceres domésticos una vez casados. Sin embargo, en apariencia eso no sucedió, debido a que Rosa tuvo que devolverla a su madre biológica por recomendación de un médico, que juzgó que la chica que no se encontraba en óptimas condiciones de salud.53

En la época se consideraba que la esposa debía ser ante todo madre y ocupar el centro de la familia, produciendo así un desplazamiento en el eje clásico de la familia patriarcal: del padre-hijo se pasó al binomio madre-hijo. La familia nuclear construida a partir de una pareja heterosexual y monogámica tenía como mandato social principal la procreación. Si bien al decir de Nari (2004), “las prácticas domésticas no siempre confirmaban esta ‘normalidad’… la fuerza de esta hacía que se las viviera como excepciones o desviaciones” (p. 70). En La Nueva Provincia (1915), periódico de circulación regional que, como mencionamos, leía Rosa, podían encontrarse en la década de 1910 frases como la siguiente: “Es verdaderamente interesante el dato estadístico que tenemos a la vista sobre la fecundidad de las madres en Bahía Blanca... Lo que indica salud moral, y que se tiene un elevado concepto de la maternidad, cuya misión es tan grande en las naciones”.

Sin embargo, Rosa no parecía percibirse como madre. Si bien ella añoraba el momento de transformarse de prometida en esposa, y en sus escritos nos ofrece una imagen de novia sufriente y anhelante, que se avizoraba como esposa viviendo humildemente de la manera que Luis lo dispusiera, en ningún momento su escritura estuvo atravesada por la maternidad como ideal. Para Rosa, el matrimonio representaba algo más inmediato: el fin de un noviazgo a la distancia que se había prolongado más tiempo de lo esperado. Si bien los noviazgos largos eran parte de una práctica habitual en la época, que implicaba por ejemplo entre otras cosas resolver las dificultades económicas de los novios antes de asumir la responsabilidad de constituir un nuevo hogar, es evidente que a los ojos de Rosa el suyo se había extendido demasiado.

Si bien no podemos aventurar que tuviera relación con la posibilidad de la maternidad, podemos documentar su preocupación por el incremento de su edad, cuando comentaba que se estaba haciendo “viejita” mientras esperaba la celebración del matrimonio, postergada en varias ocasiones. Sabemos que en el momento de casarse Rosa tenía 27 años. Aunque no contamos con información referida al marco espacial estudiado, los datos recabados por Torrado (2003) para la ciudad de Buenos Aires indican que a fines del siglo XIX la edad de las mujeres al casarse fluctuaba entre 21 y 22 años, mientras que entre 1900 y 1930 subió de 23 a 26 años. En el resto del país pareció existir una mayor precocidad nupcial. En Córdoba, por ejemplo, a principios del siglo XX la edad media de las mujeres que contraían matrimonio era inferior en tres años a la registrada en la Capital Federal (pp. 253-256). La soltería, como se leía por ejemplo en la prensa regional de la época, no era un estado deseable para las mujeres y las “solteronas” solían ser compadecidas o despreciadas.54

En algunos sentidos, los protagonistas de esta historia respondían a ciertas prescripciones en torno a la familia extendidas en la época: la meta de la relación de noviazgo sostenida y plasmada en las cartas era claramente comenzar una vida familiar basada en el matrimonio civil y religioso. Se trataba de una pareja heterosexual y aparentemente nuclear y monogámica, en la cual el varón llevaba la responsabilidad por las decisiones acerca de la celebración del matrimonio, la vivienda y el lugar de residencia. Parecía, además, cumplir el rol de proveedor. Pese a que la futura esposa trabajaba como costurera, no mencionaba si continuaría o no con esas labores una vez casada, lo cual conduce a preguntarse si las consideraba transitorias, propias de su periodo de soltería, o perfectamente compatibles con el rol doméstico de una esposa y susceptibles de contribuir a complementar los ingresos de su marido. Por su parte, la ausencia de referencias a la maternidad plantea incógnitas en relación a la extensión y los alcances de los procesos contemporáneos de maternalización de las mujeres.

Conclusiones

Rosa no dejó de escribirle a Luis hasta días antes de su boda, celebrada finalmente el 26 de febrero de 1910.55 En este trabajo hemos pretendido acceder, mediante las huellas dejadas por uno de los protagonistas de este intercambio epistolar, a la relación mantenida entre ambos y a través de ella, a la manera en que estos vivenciaron las experiencias del noviazgo, el matrimonio y la familia.

Si bien la epístola ha sido incorporada hace tiempo al conjunto de fuentes válidas para el análisis de diferentes aspectos de la historia, es poco habitual que esta sea una fuente para abordar la vida de las clases trabajadoras. La fuente aquí analizada nos ha otorgado el valor adicional de poder adentrarnos en ciertos procesos sociales a través de la reconstrucción de una relación amorosa entre personas pertenecientes a esos sectores subalternos como eran Rosa y Luis.

Si bien ni Rosa ni Luis escribieron sus cartas pensando en que fueran leídas por sus contemporáneosmenos aun las pensaron como pruebas para la posteridad, a nosotras, sin embargo, ese valor contemporáneo se nos revela con toda su fuerza en el acto de la preservación, pero también en la importancia que tiene para quienes por su medio, podemos adentrarnos en estos procesos estudiados desde tantas ópticas, aunque pocas veces desde el prisma de las mujeres trabajadoras. La carta como una forma de satisfacer una necesidad comunicativa y también como manera de relacionarse entre los protagonistas para entablar y sostener en el tiempo un vínculo amoroso, nos ha permitido acceder a ciertas pistas para pensar el mundo tal como Rosa y Luis lo experimentaron.

Las consideraciones resultantes sugieren que el caso estudiado se acerca a ciertos marcos normativos de la época en cuanto a la construcción de esferas y formas de accionar diferenciadas y jerarquizadas de acuerdo al sexo, la asociación de las mujeres con la domesticidad y la fuerte presencia del matrimonio como meta en los términos pautados por el Estado y la Iglesia católica. Sin embargo, también revelan una relativa distancia de los dispositivos regulatorios en otros aspectos, como aquellos que posicionaban la identidad de madre como constitutiva en primer término de la femineidad. La identidad de novia actual y esposa futura eclipsaba parcialmente la identidad de trabajadora y completamente la de futura madre.

Cierto es que, en muchos aspectos, hemos oscilado entre lo que el mismo Ginzburg (2010) señala como las pruebas y las posibilidades; sin embargo, si bien desde los documentos no es tan habitual encontrar casos como el aquí relatado, y sin ánimo de generalizarlo en términos de representatividad, eso no nos permite pensar que haya sido tan excepcional en su contexto de producción. ¿Qué tan habituales eran las relaciones como las que mantuvieron Rosa y Luis? ¿Era frecuente que las mujeres trabajadoras se plantearan y se pensaran como novias y como esposas del modo en que Rosa lo hizo? ¿Por qué motivo el trabajo remunerado, esencial para la subsistencia familiar, no era problematizado? ¿Para todas ellas el mandato de la domesticidad y la maternidad había calado hondo a comienzos del siglo XX o como en el caso de Rosa los hijos eran una posibilidad que no se mencionaba? ¿No se mencionaba porque no era relevante o porque estaba dada por sentado?

Más allá de observar de qué manera los sujetos de las clases populares reflejaban en sus concepciones y prácticas las prescripciones socialmente establecidas sobre la diferencia sexual o se desviaban de ellas, el caso analizado nos invita a adoptar una mirada menos lineal. Ello implica reflexionar acerca de las formas en las que los sujetos, y especialmente las mujeres, manifestaban sus propias lógicas en la construcción de las relaciones que conducían a la formación de una familia. En consecuencia, las cartas nos ponen en presencia del deseo explícito de Rosa de convertirse en esposa basado en un sentimiento amoroso que era transmitido con el lenguaje del amor romántico. Al mismo tiempo, desnudan una serie de estrategias desplegadas por ella para cumplir esa meta y cuyo grado de racionalidad es difícil de desentrañar, tendientes a mantener el vínculo a pesar del tiempo y la distancia y a disipar los obstáculos que impedían la celebración del matrimonio. Este último significaba para la novia no solamente la unión con el ser amado, sino también el abandono de la familia de origen, de la casa paterna y de la ciudad de residencia, todo lo cual implicaba una apertura de horizontes nada desdeñable en el marco de la condición femenina de la época.

Notas

1 Laura Benítez Barba (2004, 2007) analiza algunas cartas de amor en la Guadalajara porfiriana para explorar patrones culturales en torno al amor, el noviazgo y el matrimonio. Si bien estos casos se asemejan al estudiado aquí por el uso de las cartas como medio para superar la distancia física entre los novios, se distancian por ser varones sus emisores, por tratarse de misivas enmarcadas en procesos judiciales ligados a raptos de mujeres y por el hecho de que en ninguno de los dos casos se celebra el matrimonio.

2 Debido a que las fuentes llegaron a nuestras manos por obra del azar, hemos optado por omitir los apellidos de los protagonistas y de los integrantes de sus familias para respetar su intimidad.

3 Buenos ejemplos de estos usos en “Contingencias de la intimidad”, por C. Iglesia, en E. Devoto y M. Madero (Comp.), Historia de la vida privada en Argentina, 2000, Argentina: Taurus; “Cartas y salones: mujeres que leen y escriben la nación en la Sudamérica del siglo XIX”, por S. Chambers, 2005, Araucaria. Revista de filosofía, política y humanidades, 7(13); A recuperación da experiencia da emigración galega na Arxentina: as cartas familiares e as fotos dos emigrantes, por M. L. Da Orden, 2007, recuperado de http://www.nova-escola-galega.org/almacen/documentos/Ponencia%20%20Da%20Orden.pdf/; “La correspondencia familiar en el ámbito conventual femenino: cartas de María de Jesús de Ágreda a la Duquesa de Albuquerque”, por E. Chicharro, 2013, Via Spiritus, (20), 191–213.

4 Véase: “Por los senderos del epistolario: las huellas de la sociabilidad”, por P. Caldo y S. Fernández, 2009, Antíteses, 2(4), 1011-1032.

5 Bahía Blanca permaneció varios años bajo el mando de las autoridades militares del fuerte, hasta que, en 1834, se le asignaron autoridades civiles, creándose el partido y erigiéndose un Juzgado de Paz.

6 Estos datos fueron extraídos de un censo provincial efectuado en 1881. Sobre esta etapa véase: “Contribución al estudio de la evolución social de la ciudad de Bahía Blanca 1828-1880”, por F. Weinberg, en M. Cernadas (Comp.), Bahía Blanca de ayer a hoy, 1991, Argentina: Universidad Nacional del Sur-Colegio de Escribanos de la Provincia de Buenos Aires.

7 En una de sus cartas, Rosa mencionaba la posibilidad de que Luis viajara al Puerto Militar; ver carta del 23 de agosto de 1908.

8 Los datos relativos a las ocupaciones del padre de Luis fueron extraídos del Segundo Censo Nacional y de una guía comercial de 1911 de Meyer y Cía, en Bahía Blanca.

9 El hermano menor de Luis fue bautizado en 1893 en la Parroquia de San José de Flores de Buenos Aires. Al año siguiente, Luis fue bautizado en la misma iglesia. En los registros de ambos sacramentos se indica que el padre y la madre residían en esa parroquia. En el censo de 1895, el grupo familiar ya aparecía instalado en Bahía Blanca.

10 Para profundizar en los cambios producidos durante la etapa abordada puede consultarse: Estudios sobre inmigración I, por M. N. Cernadas de Bulnes, M. Buffa de Bottaro y A. S. Eberle, 1994, Argentina: Universidad Nacional del Sur; “Cien años de periodismo”, por La Nueva Provincia, 1998, La Nueva Provincia.

11 En 1879 comenzó a funcionar la primera corporación municipal y desde ese momento se aceleró el proceso de institucionalización independiente.

12 Sobre los orígenes de Olavarría véase: Los orígenes de Olavarría, los indígenas, hacia una identidad plena. Otro proyecto alternativo para la gestación del Estado Argentino: Álvaro Barros, por M. C. Angueira y A. M. Zapico, 1993, ponencia presentada en el 7º Encuentro de Historia Regional, Municipalidad de Olavarría.

13 Para ampliar este tema puede consultarse: Manual de Historia Olavarriense (tomo I), 2004, Argentina: Municipalidad de Olavarría y Archivo Histórico Municipal.

14 El Primer Censo Nacional de Población no nos brinda información sobre Olavarría, pero debemos recordar que en este momento ocupaba aún el Cuartel 5º de Azul, que por entonces contaba con 7 209 habitantes en su totalidad. El Segundo Censo Nacional de 1895 nos muestra para Olavarría (que hacía ya tiempo se había convertido en cabecera de partido), una población total entre urbana y rural de 15 977 personas. Para 1914, esa cifra había ascendido a 27 417 habitantes (República Argentina, 1895, 1914). Véase también: Primer Censo Nacional, por República Argentina, 1869, Argentina: Gobierno de la República.

15 Estos temas son desarrollados en Los alemanes del Volga, por V. Popp y N. Dening, 1978, Argentina: edición del autor.

16 Por ejemplo, en una de sus cartas Rosa le mencionaba a Luis que le había mandado una misiva el día anterior, la cual no se conserva; ver carta del 16 de febrero de 1910. Tampoco se han preservado dos postales que ella le envió; ver carta del 27 de octubre de 1908.

17 Además del viaje que dio inicio al noviazgo, se mencionan seis visitas más. Eso no significa que fueran todas las que Luis realizó, ya que hay lapsos de tiempo de los cuales no contamos con correspondencia y Rosa no necesariamente mencionaba todas las visitas en sus cartas: 15 de julio de 1907, 2 de junio de 1908, 9 de febrero de 1909, 21 de octubre de 1909 y 19 de diciembre de 1909.

18 Carta del 23 de enero de 1908.

19 Como sostiene Laura Benítez Barba (2007), el acto de escribir “implicaba mínimo un grado de alfabetización para poder escribirlas o por lo menos leerlas” (p. 61).

20 Por ejemplo: “querido”, “cariñoso”, “Luisito de mi corazón”.

21 Cartas del 9 de agosto de 1907, 15 de febrero de 1908 y 8 de noviembre de 1908.

22 Cartas del 29 abril de 1907, 1° de noviembre de 1908, 8 de noviembre de 1908 y 7 de febrero de 1909.

23 Este aspecto es desarrollado en “Contexto archivístico y registro de sentimientos de amor y muerte en la edad moderna y contemporánea: una propuesta de integración desde la Historia Social de la Cultura Escrita”, por D. Navarro, 2011, Investigación Bibliotecológica, 25(53), 59-101.

24 Carta del 9 de agosto de 1907.

25 Carta del 21 de octubre de 1909.

26 Un ejemplo de esto puede verse en “La correspondencia familiar en el ámbito conventual femenino: cartas de María de Jesús de Ágreda a la Duquesa de Albuquerque”, por E. Chicharro, 2013, Via Spiritus, (20), 191-213.

27 Carta del 7 de febrero de 1907.

28 Carta del 19 de diciembre de 1909.

29 Carta del 15 de febrero de 1908.

30 Carta del 9 de mayo de 1909.

31 Cartas del 29 abril 1907, 16 de noviembre de 1907 y 6 de septiembre de 1908.

32 Carta del 4 de diciembre de 1908.

33 Cartas del 18 de julio de 1907, 23 de enero de 1908, 19 de diciembre de 1909 y 30 de diciembre de 1909.

34 Cartas del 7 de marzo de 1908 y 31 de enero de 1909.

35 Carta del 2 de abril de 1909.

36 Carta del 28 de septiembre de 1908.

37 En varias cartas se observa que las fotografías actúan como complementos de la escritura al permitir un acercamiento al otro a través de la imagen. Por ejemplo, Rosa las utilizaba para constatar el buen estado de salud de Luis y expresaba su alegría al saber que él había enmarcado un retrato suyo y lo conservaba cerca de su cama; ver cartas del 23 de febrero de 1908 y 24 de septiembre de 1909. En una ocasión, Rosa mencionaba que había enviado a Luis un ramito y dos “postal”. Con motivo de su cumpleaños, le hizo llegar un alfiler de oro para corbata; ver cartas del 23 y 27 de octubre de 1908.

38 Carta del 7 de febrero de 1909.

39 Carta del 29 de abril de 1907.

40 Cartas del 15 de febrero de 1908 y 23 de febrero de 1908.

41 En sus cartas hay algunas menciones a su ocupación. Por ejemplo, en una de ellas contaba que estaba terminando un “traje”, y en otras dos que debía interrumpir la escritura debido a que tenía que terminar un “trabajo” y una “gran tarea de costura”; ver cartas del 16 de marzo de 1908, 19 de febrero y 24 de septiembre de 1909, y 30 de diciembre de 1909.

42 Desde un punto de vista analítico, distinguimos el espacio privado, que implica la retirada voluntaria del espacio público para beneficiarse de un tiempo propio, del espacio doméstico, que está estructurado a partir de una lógica de entrega que se traduce en una presencia continuada y atenta a los asuntos de los otros; ver El mito de la vida privada. De la entrega al tiempo propio, por S. Murillo, 2006, España: Siglo XXI Editores.

43 En una de las cartas, Rosa mencionaba que Luis se encontraba realizando un balance para su padre y en otra que estaba esperando a una persona procedente de Europa; ver cartas del 16 de noviembre de 1907 y del 19 de febrero de 1909.

44 En 17 de las cartas escritas por Rosa entre julio de 1907 y febrero de 1909 hay alusiones directas e indirectas al servicio militar, tanto en referencia a Luis como a otros integrantes de la familia que se encontraban en edad de realizarlo.

45 Adriana Valobra señala que los dispositivos de masculinización específicos que se dieron paralelamente al proceso de maternalización de las mujeres, han merecido menos atención que este último. Se refiere a aquellos mecanismos que se construyeron en torno a los varones como proveedores y defensores, roles que resultaron centrales como fundamentos que, a posteriori, habilitaron el acceso a los derechos políticos masculinos y excluyeron a las mujeres; ver “Claves de la ciudadanía política femenina en la primera mitad del siglo XX en Argentina”, por A. Valobra, 2011, Revista Estudios, (24).

46 Carta del 16 de noviembre de 1907.

47 Carta del 4 de diciembre de 1908.

48 Hasta la sanción de la ley mencionada, en lo concerniente a la constitución y eventual disolución del matrimonio, la legislación argentina adoptó como propias las disposiciones canónicas, reconociendo la competencia de los tribunales eclesiásticos en las cuestiones litigiosas que pudieran originarse. Se continuó de esa manera la tradición hispana, que adoptó como leyes del Reino las resoluciones del Concilio de Trento, las cuales al menos en el tema que nos concierne fueron incorporadas a nuestro Código Civil de 1869. La ley sancionada en 1888 mantuvo la indisolubilidad del vínculo, de acuerdo con el Código Canónico, y no redundó en una modificación drástica de la condición de las mujeres, que continuaron en una situación de inferioridad jurídica. Por ejemplo, la esposa no estaba autorizada para contratar, disponer de su patrimonio ni contraer obligaciones laborales o financieras sin permiso de su marido. Sobre estos temas véase: Matrimonio civil y divorcio¸ por H. Recalde, 1986, Argentina: CEAL; Divorcio y familia tradicional, por R. Rodríguez, 1984, Argentina: CEAL.

49 Carta del 15 de febrero de 1908.

50 Carta del 15 de septiembre de 1908.

51 Por ejemplo, en una carta de 1908 Rosa le respondió que iba bien con el bordado, pues ya había terminado la ropa de cama y planeaba comenzar con las toallas para luego confeccionar los pañuelos de su “querido” y finalmente su propia ropa; ver carta del 6 de septiembre de 1908.

52 Carta del 9 de febrero de 1909.

53 Cartas del 27 de octubre de 1908, 8 de noviembre de 1908 y 26 de febrero de 1909.

54 En algunos artículos de periódicos liberales bahienses se señalaba que la soltería constituía un estado de imperfección, de incompletud. Por ejemplo, en El Argentino (2 de agosto de 1887) se manifestaba: “La más grande preocupación de una niña al llegar a cierta edad es indudablemente la de quedar soltera”. Incluso se publicaban oraciones de este estilo: “Oración de una soltera: Yo, Señor mío, creo en ti,//Y, pues te adoro de hinojos//Vuelve a mí tus santos ojos,//Que estoy sin novio: ¡ay de mí!” (El Argentino, 4 de junio de 1886). Aparecían también apreciaciones risueñas, como cuando se relataba un casamiento en Asunción debido a la gracia de la Virgen: “entre nosotros que hay tantas solteronas, deberían sus mamás implorar la intercesión de la Virgen con el fin de casarlas” (El Argentino, 17 de junio de 1885). La preocupación por las solteronas también se manifestaba en la prensa católica bahiense de principios del siglo XX. Véase, a modo de ejemplo: Carta abierta (El Mensajero, 17 de julio de 1909). Para Olavarría: Casamiento por amor (El Popular, 27 de julio de 1902) y El destino de la mujer (La Razón, 28 de julio de 1907).

55 Los datos relativos al matrimonio se consignan en los registros bautismales de ambos miembros de la pareja. No se registra que hayan solicitado una dispensa debido al vínculo sanguíneo; véase Libro de Bautismos de la Parroquia de San José de Flores, 1894, Argentina; Libro de Bautismos del Partido de Azul, 1886, Argentina.

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