Comentario al libro: Díaz-Arias, David, (2015), Crisis social y memorias en lucha: Guerra Civil en Costa Rica. (Colección Historia de Costa Rica), Editorial de la Universidad de Costa Rica
Ciska Raventós Vorst
Crisis social y memorias en lucha: Guerra Civil en Costa Rica de David Díaz-Arias hace una importante contribución a la comprensión de un período que es fundacional para la forma en que nos imaginamos como nacionalidad e imaginamos el pasado común.
Como ya había mostrado Manuel Solís hace unos años, la historia de la década de 1940 es importante, no solo por la huella que dejó en la Costa Rica de las décadas siguientes —en la medida en que de eso se habla y se recuerda mucho—, sino que más bien por lo que este relevamiento distorsiona y esconde: por las confusiones, inconsistencias y vacíos que surgen de la forma en que han sido recordados los “ocho años” y la Guerra Civil de 1948 en la historia oficial, y en otras historias que le han seguido, y que no permiten dar cuenta de lo sucedido, de la naturaleza de las alianzas y los conflictos. David Díaz-Arias hace un importante trabajo de crítica y reconstrucción, que coloca un nuevo piso para la comprensión del período y de sus secuelas.
Las inconsistencias en los relatos existentes me causaban incomodidad cuando daba clases de Estructura Económica y Social de Costa Rica, hace más de 30 años, porque había demasiadas preguntas que no podía contestar y que se basan en supuestos que todavía hoy se manejan en el debate público. Si Figueres fue a la guerra para defender la elección de Ulate ¿por qué no le entregó el gobierno cuando ganó? Si la guerra fue para defender las libertades democráticas ¿por qué se proscribió el Partido Comunista durante más de 20 años, habiendo sido legal antes de 1948? Si la Guerra Civil fue promovida por la oligarquía contra la reforma social ¿por qué no se derogó después del triunfo de Figueres, sino que, por el contrario, las garantías sociales se elevaron a rango constitucional? Si los bandos de la Guerra Civil fueron la base del sistema de partidos bipolar de las décadas siguientes ¿por qué la oposición al PLN con frecuencia unió a sectores que se habían opuesto durante esa guerra?
El libro de Díaz-Arias nos sitúa fuera de los falsos supuestos que subyacen a estas preguntas (que Figueres fue a la guerra para defender la pureza del sufragio, porque había una dictadura caldero-comunista, que los opositores a Calderón se movilizaron para eliminar las garantías sociales) y que son parte de un sentido común social que ha sido difícil de romper. Al hacerlo, y al hacer una crítica a las historias que han circulado en medio siglo, nos proporciona un relato convincente del origen de la polarización, de la posterior violencia, de la guerra y de sus secuelas en la década posterior y aún más allá.
El libro está organizado en seis capítulos, en una secuencia cronológica que analiza la construcción del populismo de Calderón Guardia,que se divide en tres capítulos, uno centrado en la creación de la imagen de Calderón Guardia (capítulo 1), otro en la movilización social de los primeros años de la década y de la polarización política que produjo (capítulo 2) y la construcción de la oposición al populismo (capítulo 3). Los tres capítulos siguientes analizan: el camino de violencia hacia la Guerra Civil de 1948 (capítulo 4), el recuento de la violencia y la improvisación en la Guerra Civil (capítulo 5) y la represión de los perdedores y “refundación” de las décadas posteriores, con énfasis en el decenio 1948-1958. La introducción presenta las preguntas de investigación y el abordaje teórico y metodológico; además, plantea sus principales conceptos de populismo, distancia relacional y discusiones sobre las relaciones entre memoria e historia.
El abordaje a partir de la conceptualización del populismo hecha por Laclau, es un importante aporte, que le permite organizar teóricamente el análisis. Le permite pensar el período desde las relaciones sociales que definen tanto el lugar del caudillo como el de los sectores subalternos, como pueblo. En su relato, Díaz-Arias va colocando las piezas del rompecabezas de la lógica populista, va mostrando cómo al principio del gobierno de Calderón se dan una serie de condiciones necesarias, pero no suficientes, para establecer una lógica populista: la construcción de la imagen del caudillo, su interés por la reforma, un entorno de colaboradores que creían que sería el gran reformador. A estos factores suma luego la condición indispensable para la lógica populista, que es la relación del pueblo movilizado e identificado con la reforma y el caudillo, que se realiza, en el caso costarricense, con la colaboración y mediación de los comunistas. Y, por último, la construcción de la frontera que define al adversario como enemigo, y se le califica fascista, quintacolumnista y, más adelante, capitalista o de los riquillos. En ese sentido, ya para julio de 1942 están todos los elementos de una lógica política populista: el líder, el pueblo, la frontera que divide al pueblo de sus enemigos y los enemigos.
El uso de la teorización de Laclau le permite entonces situar el calderonismo, como señala Jeff Gould en la introducción al libro, en perspectiva de los populismos latinoamericanos de la época. Al hacerlo, puede ver las semejanzas, así como las diferencias con esas otras experiencias. Mientras el calderonismo tiene todas las características de los populismos latinoamericanos de la época, también puede considerársele, de alguna manera, como una experiencia fallida, en la medida en que Calderón no logra quedarse en el gobierno y mantener su lugar de liderazgo. Esta diferencia con lo sucedido en otros países sugiere la existencia de una institucionalidad política capaz de frenar el ascenso del caudillo y abre una veta para investigaciones futuras.
Otro aporte importante del libro es la periodización del proceso de construcción de identidades políticas enfrentadas y de la polarización que llevó a la violencia y a la Guerra Civil del 48, así como la duración de las divisiones causadas por esta. En este sentido, esta investigación, desde la historia, se inscribe en la línea desarrollada por Manuel Solís, en términos del relevamiento de la violencia y la represión así como el posterior olvido por parte de la historia oficial construida por los ganadores de la guerra. Se diferencia de Solís en su mayor énfasis en las relaciones de polarización política. Dos puntos del análisis del proceso político me resultaron particularmente iluminadores:
1. El lugar que le asigna a las protestas del 4 de julio de 1942 como una coyuntura crítica que delinea las identidades, los bandos y el inicio de la polarización.
2. La extensión del período de los efectos inmediatos de la Guerra Civil hasta el traspaso de poderes de 1958.
El 4 de julio de 1942
El autor coloca como el momento a partir del cual se delinearon las identidades políticas, la protesta del 4 de julio de 1942. Ese día, la movilización de protesta por el hundimiento del San Pablo por parte de un submarino alemán y la muerte de varios trabajadores, se desbordó en acciones contra los negocios que se presumía pertenecían a extranjeros procedentes de países de fascistas —alemanes, italianos y españoles—. Ese día fueron destruidos a pedradas 123 negocios del centro de San José y hubo 76 heridos.
Si bien este evento se había analizado antes y aparece sobre todo en las historias de los opositores a Calderón como una muestra temprana de la falta de civilidad y la incapacidad de su gobierno de asegurar el orden público, Díaz-Arias vuelve a fuentes de la época y lo analiza como un momento clave en 1. la construcción del discurso populista de Calderón en términos del establecimiento de la frontera entre el pueblo y sus enemigos, los fascistas, 2. en el acercamiento de Calderón y el Partido Comunista y clave también 3. en la construcción de las identidades políticas en medio de los procesos de movilización popular en defensa de las garantías sociales. Me llamó la atención el análisis de la forma en que el “enemigo” adquirió verosimilitud y materialidad para las personas movilizadas el 4 de julio. Para los manifestantes, los responsables de los muertos del San Pablo eran de alguna forma los dueños de los negocios destruidos en la capital. Se muestra cómo en el discurso se mezclan y hay deslizamientos (slippages) de la lucha antifascista a la lucha en defensa de las garantías sociales, del enemigo externo fascista al enemigo interno opositor a las garantías sociales.
En esta coyuntura crítica, una pensaría que también podrían estar emergiendo identidades populares en oposición a Calderón, a partir del temor que posiblemente causó en habitantes de la capital la destrucción del 4 de julio, y por la represión del discurso radial de José Figueres contra el gobierno de Calderón el 8 de julio, que fuera interrumpido por la policía, Figueres apresado y luego exilado.
Colocar en julio de 1942 el inicio de las disputas que luego llevaron a la Guerra Civil de 1948, también muestra lo breve que fue el período de reforma antes de que se iniciara la polarización social.
El fin de la guerra no terminó con la polarización, la represión y la violencia
En su análisis, Díaz-Arias extiende el tiempo de polarización y violencia hasta 1958, cuando Figueres le entregó el gobierno a Echandi.
La idea de un período refundacional de 10 años entre 1948 y 1958, en el que se mantuvo la violencia contra los perdedores, a la vez que se construyó una historia oficial sobre “la guerra de liberación nacional” es fundamental para entender los obstáculos que tenemos en la comprensión del período, en la medida en que nuestra mirada está, o estuvo, construida por la interpretación de los ganadores que se hizo pasar por historia. El texto es rico en mostrar las múltiples formas en que los ganadores ejercieron la dominación y la venganza a partir de la represión física, la instalación de tribunales fácticos, la represión laboral, legal y en las relaciones sociales. La recopilación de las memorias de niños y niñas que hiciera la Universidad de Costa Rica al cumplirse medio siglo de la guerra, le sirve al autor para analizar lo extendida que estuvo la polarización política, al encontrar huellas en escuelas y barrios y en los juegos de niños y niñas.
Finalmente, en términos metodológicos, y siguiendo a Portelli, el autor hace un análisis reflexivo de los usos de las memorias y de su potencial para el análisis histórico. Hace una crítica, siguiendo el trabajo de Iván Molina, al uso acrítico, y sin verificación con otras fuentes, de los testimonios de los protagonistas para reconstruir hechos y eventos de la década. Comparte la crítica que ya había hecho Molina al testimonio de Manuel Mora sobre las causas y la forma en que se dio la alianza de los comunistas con Calderón, que fue aceptado por Aguilar Bulgarelli y repetido por otros autores. También encuentra fisuras en los testimonios de Figueres y Benjamín Núñez. Todos relatan hechos que no se ajustan a lo sucedido e incluso hay contradicciones entre distintos testimonios en diferentes momentos por parte del mismo personaje. El uso acrítico de estos testimonios en investigaciones anteriores ha llevado a errores y debates que han tenido efectos negativos en la comprensión del período. De esto podríamos concluir que el testimonio de protagonistas con un interés en defender su legado, es un dato que no se puede asumir como verdadero si no se corrobora o triangula con otras fuentes.
Un segundo uso de la memoria es interpretativo, sobre cómo los sujetos ajustamos nuestros recuerdos para eliminar contradicciones y darles coherencia a nuestras acciones pasadas. Este hallazgo, que es similar a lo encontrado por Portelli, Díaz-Arias lo usa para reinterpretar la forma en que campesinos cortecistas entrevistados por Patricia Badilla, borran las posibles contradicciones en sus relatos sobre su comportamiento electoral en los años cuarenta para darles coherencia desde el presente.
Y por último, y de forma más importante, evidencia el aporte insustituible de la memoria para entender las motivaciones y los afectos de los sujetos y las huellas subjetivas de la polarización y la violencia en las colectividades. Distintas memorias, desde excombatientes hasta niños y niñas, se convierten en evidencia para recuperar la violencia de muchos eventos y prácticas del período, que habían sido borrados de la historia oficial. Las narraciones de personas que fueron niños y niñas se convierten en una fuente extraordinariamente valiosa para aproximarse a la violencia ejercida en la guerra y postguerra contra los perdedores y a su estigmatización como caldero-comunistas, en las escuelas y barrios.
En sentido crítico, desde mi punto de vista, el elemento más débil del libro es el uso del concepto de “distancia relacional” para explicar el incremento de la violencia y la emergencia de un discurso contra-populista que colocó la idea de que existían diferencias culturales e incluso raciales entre los caldero-comunistas y los oposicionistas en el Valle Central en la década de 1940. Si bien la distancia relacional es convincente para caracterizar las diferencias en los tiempos en que se exacerbaron la violencia y la polarización, no da cuenta del proceso a través del cual se llegó a construir esa distancia que en muchos casos dividió familias, vecinos, amigos, relaciones que habían sido cercanas, en una sociedad muy pequeña. En otras palabras, describe bien la distancia causada por la polarización, pero no explica de forma convincente cómo se llegó a ella.
Para concluir, es un libro de lectura obligatoria. Está muy bien escrito, hay precisión en el análisis y en la reinterpretación de un período cuyos eventos han sido contados y analizados muchas veces, a partir de un ir y venir entre los aportes de un importante cuerpo de investigación, de numerosos testimonios y memorias, y, en algunos momentos como el de los eventos del 4 de julio de 1942, el retorno a fuentes primarias para recuperar los sentidos a partir de discursos y narraciones de la época. El recurso a la conceptualización del populismo de Laclau es un buen ejemplo de la fecundidad de un uso metodológico de la teoría, en tanto permite organizar el análisis y situar el caso costarricense en contexto latinoamericano.
Fecha de recepción: 4 de agosto de 2015 • Fecha de aceptación: 25 de setiembre de 2015
Ciska Raventós Vorst • Costarricense, PhD en Sociología. New School for Social Research. Estados Unidos, 1995. Profesora Catedrática Jubilada de la Universidad de Costa Rica.