De lo privado a lo público: la celebración del Orgullo LGBTI en Costa Rica, 2003-2016

José Daniel Jiménez Bolaños

Resumen

En este artículo se hace un análisis sobre las celebraciones del Orgullo LGBTI (lésbico, gay, trans, bisexual e intersexual) en Costa Rica entre 2003 y 2016, utilizando principalmente fuentes periodísticas. Se argumenta que dichas celebraciones se pueden entender como movimientos sociales que buscan alcanzar la igualdad legal, cultural y en algunos casos estructural. Se establecen las diferentes modalidades que han tenido esas celebraciones y se hace énfasis en las paradojas que surgen a partir de sus dinámicas. Se concluye que en el Orgullo se evidencia una mezcla de celebración y reivindicación política, una tensión en cuanto a la forma “apropiada” de representación y entre los objetivos de corta, mediana y larga duración. Al mismo tiempo se concluye que los derechos civiles se convierten en el principal eje discursivo a lo largo de todos los festivales y marchas.

Palabras claves: homosexuales, minorías sexuales, festival, ciudadanía, identidad.

Abstract

This article presents an analysis of the LGBTI Pride celebrations (lesbian, gay, transsexual, bisexual and intersex) in Costa Rica between 2003 and 2016, using journalistic documents as primary sources of information. It is argued that these celebrations can be understood as social movements that seek to achieve legal, cultural and in some cases structural equality. The different modalities that these celebrations have had are established, and the paradoxes arising from their dynamics are emphasized. It is argued that in Pride celebration there is a mixture of celebration and political demands, a tension as to the “appropriate” form of representation and the short, medium and long term objectives. As a conclusion, civil rights become the central discursive thrust along all the festivals and marches.

Keywords: homosexuals, sexual minorities, festival, citizenship, identity.

Fecha de recepción: 24 de julio de 2016 Fecha de aceptación: 18 de octubre de 2016

José Daniel Jiménez Bolaños Investigador en el Centro de Investigaciones Históricas de América Central. Licenciado en historia por la Universidad de Costa Rica. Cursa maestría académica en historia en esta Universidad. Contacto:josezero6@gmail.com

Introducción: desigualdad y movimientos sociales

En este artículo se hace un análisis utilizando principalmente fuentes periodísticas como La Nación, Diario Extra y Al Día sobre una de las principales formas de visibilización en torno a la diversidad sexual que se presenta entre 2003 y 2016, la celebración del Orgullo LGBTI. Se considera necesario enfatizar en la importancia del tema debido a que la visibilización se convierte en un elemento fundamental dentro del discurso de la diversidad sexual. Los grupos organizados con más frecuencia exponen sus demandas y reclamos a partir de un lenguaje de ciudadanía, el cual remite a la idea de que la visibilidad es una estrategia y un objetivo fundamental debido a la invisibilidad histórica en la cual se han visto sumidos los grupos minorizados (Iosa y Rabbia, 2011, p. 67).

Con respecto a la visibilización, es importante considerar algunos puntos: primero, esta no se puede entender como una categoría dicotómica, esto quiere decir que la invisibilidad social no representa su única alternativa, al contrario, ambos conceptos poseen diversos grados y tonalidades, no valores absolutos; segundo, las consecuencias que se derivan de ambos conceptos dependen del contexto y los sujetos, no es posible conocerlas de antemano, y tercero, los dos términos son construcciones históricas y culturales (Moreno, 2008, p. 227). A pesar de que es posible constatar una invisibilidad histórica de la diversidad sexual en Costa Rica durante décadas, esta es opaca y presenta diferentes grados dependiendo de su ubicación histórico-espacial.

Una aproximación teórica al tema de la celebración del Orgullo en Costa Rica se puede llevar a cabo a través de los diferentes conceptos de igualdad/desigualdad social. La desigualdad existe cuando los individuos en un grupo tienen mayores facilidades de acceso a beneficios sociales como la seguridad física y económica, el respeto cultural y la capacidad de tomar decisiones públicas. Se pueden distinguir tres tipos de desigualdades: la estructural se centra en las condiciones económicas de los individuos, la cultural gira en torno al respeto proporcionado por otros miembros de la sociedad, y la legal se enfoca en la condición de ciudadanía. Cada tipo de desigualdad opera en un entorno distinto con su propia lógica en términos de los objetivos y las reglas seguidas (McFarland, 2012, pp. 6-7).

La desigualdad estructural se refiere al ámbito económico, su dinámica se basa en la adquisición de bienes materiales, tanto por el deseo como por la necesidad. Cuando los individuos tienen los mismos recursos económicos o cuando dichos recursos no determinan su condición material, se puede afirmar que hay una igualdad estructural. La desigualdad cultural existe en el sistema simbólico de la cultura, y está presente cuando los individuos son tratados por otros, de mejor o peor manera, con base en la pertenencia a ciertos grupos étnicos, de género, de identidad sexual, entre otros; entonces, la igualdad se alcanza cuando la diferencia entre grupos no es la base para un trato discriminatorio. Por último, la desigualdad legal se circunscribe al ámbito del Estado y la igualdad se logra cuando todos los ciudadanos tienen los mismos derechos independientemente de su identificación con diferentes grupos sociales (McFarland, 2012, p. 8).

La habilidad del Estado para influenciar y afectar cada tipo de desigualdad depende de la medida en que logra controlar los mecanismos que la provocan. Debido a que la igualdad legal está vinculada con el Estado, este tiene control total y puede ejercer su accionar directamente; no obstante, puesto que tanto la desigualdad estructural como la cultural operan en otro entorno, al menos parcialmente afuera del control gubernamental, el Estado puede jugar a lo sumo un rol indirecto en ambos tipos. A menos de que el Estado tuviera control total sobre el sistema económico, no se puede intervenir directamente sobre la desigualdad estructural, pero se pueden ejercer ciertas acciones como por ejemplo políticas redistributivas de la riqueza y de regulación del mercado. Igualmente, el Estado no controla la cultura y por lo tanto no puede garantizar la igualdad cultural, su rol está confinado a su habilidad para conferir legitimidad cultural a través del reconocimiento oficial a la diferencia y por cambios a nivel político y legal (McFarland, 2012, p. 9).

De esta manera, los movimientos sociales buscan la igualdad legal como un medio para alcanzar la igualdad estructural y cultural. Por ejemplo, el matrimonio entre personas del mismo sexo es tanto un asunto que atañe a lo legal como a lo cultural. Este tipo de cambios a nivel normativo tienen como objetivo implícito el reconocimiento de la orientación sexual y de la identidad de género como ejes positivos de la diversidad social, pues se vincula la protección legal con el respeto cultural (McFarland, 2012, p. 12).

Es en este contexto de múltiples desigualdades sociales en donde se pueden ubicar las diferentes maneras con las que se ha visibilizado la celebración del Orgullo en Costa Rica, ya que se configura una dinámica de movimientos sociales donde se busca primeramente una igualdad legal, pero que a la larga se tiene como meta una transformación cultural. En ese sentido, la sociedad civil crea nuevas identidades y nuevos espacios de acción social a través de las luchas y manifestaciones ciudadanas. Es posible afirmar que entre los principales propósitos de los movimientos sociales está la conformación de un espacio público plural y democrático. Dentro de este espacio se configuran coordenadas que permiten la visibilización de una gran cantidad de grupos sociales que usualmente son catalogados jerárquicamente como ciudadanos de segunda y tradicionalmente silenciados y excluidos del discurso público y la sociedad civil (Bobes, 2002, pp. 375-376). Este desafío a las descripciones típicas de sociedad civil y ciudadanía da luz acerca de la aparición de una gran variedad de movimientos sociales, por lo que:

La aparición y auge de los llamados ‘nuevos movimientos sociales’ en América Latina a partir de la década de los ochenta, y particularmente a partir de su actuación en los procesos de democratización de nuestros países, han contribuido a modificar el horizonte simbólico de la política, a modelar una nueva relación entre Estado y sociedad, a redefinir los criterios simbólicos de inclusión y los valores de la sociedad civil, a ampliar y transformar el espacio público y, finalmente… a proponer una nueva comprensión de la ciudadanía democrática… cuya característica principal es la ampliación de lo político… y el ingreso a la esfera de lo público de ciertos temas que olvidados, negados o silenciados siempre estuvieron confinados a los ámbitos privados y la esfera íntima de la vida social. (Bobes, 2002, p. 337).

Estos movimientos son primordialmente sociales y culturales, en contraste con las formas clásicas de manifestaciones colectivas, ya que su objetivo es la movilización de la sociedad civil, no la toma del poder político (Susen, 2010, p. 269). Es decir, los nuevos movimientos sociales en Latinoamérica no solo visibilizan una red temática anteriormente marginada, sino que también representan un reto a la tradicional esfera de acción limitada al Estado y sus instituciones, se transforma la relación vertical entre sociedad y Estado, y este último pierde su posición hegemónica como el espacio por excelencia para promover la transformación social. Lo colectivo ya no es simplemente lo nacional, sino que se ha fragmentado en un archipiélago de identidades.

Estas identidades colectivas se desarrollan a través de la interacción, las emociones compartidas y la creación de límites, se enfatiza en las similitudes, se negocia la representación cultural del grupo, se definen aliados y opositores, se producen identificadores y herramientas culturales como símbolos y eslóganes. Así mismo, las identidades colectivas demuestran su valor, su unidad y su compromiso al explicitar estas características, y es a través de las demostraciones masivas que se reclama el poder político necesario para hacer que sus demandas sean escuchadas (McFarland, 2012, pp. 19-25). En este artículo se coloca la celebración del Orgullo LGBTI en Costa Rica como parte de ese conglomerado de movimientos sociales que han venido a complejizar el paisaje social latinoamericano, y que se mueven en diferentes coordenadas que tienen como objetivo buscar una mayor igualdad a nivel legal, estructural y cultural.

La celebración del Orgullo en Costa Rica ¿por qué hasta 2003?

En el contexto analizado se pueden encontrar diferentes formas de promover una mayor visibilización; por un lado, están los festivales, los cuales se llevan a cabo en un lugar específico, usualmente plazas públicas o universidades, y combinan actos culturales e informativos con discursos de corte político y, por otro lado, están las marchas, las cuales tienen un punto de inicio establecido y siguen una ruta que transcurre por algunas de las calles y avenidas más importantes de la ciudad, se utilizan carrozas, se hacen performances y se explicitan consignas políticas.

La visibilización de la temática gay y lesbiana a través de actividades no es exclusiva del siglo XXI; por ejemplo, en 1990 el II Encuentro Lésbico Feminista de América Latina y el Caribe y el I Foro de Diversidad Sexual en Costa Rica en 1998 (Gamboa-Barboza, 2009, p. 46; Trejos-Camacho, 2008, p. 74), son dos ejemplos importantes. Sin embargo, fue hasta 2003 cuando se llevó a cabo el primer Festival del Orgullo público y masivo en el país, un evento de carácter internacional que se ha posicionado en varias ciudades del mundo como la actividad pública de temática LGBT con mayor visibilidad.

Cabe preguntarse ¿por qué hasta 2003?1 Si se toma en cuenta que en países como México las primeras marchas del Orgullo se llevaron a cabo en 1979 (Diez, 2011) y en Argentina en 1992 (Brown, 2002), es claro que entre los países latinoamericanos existen diferencias temporales sustanciales en cuanto al desarrollo de estrategias de visibilización por parte de los colectivos sexualmente diversos. En los países mencionados, el auge del movimiento gay se insertó dentro de cambios políticos y dinámicas sociales más amplias: los procesos de redemocratización, así como una mayor apertura política y la presencia de grupos importantes de izquierda dinamizaron la organización de las identidades sexuales no normativas, al mismo tiempo que crearon contextos de oportunidad política para la conformación de una agenda de visibilización.

Aquí se puede ligar el proceso de visibilización con la teoría de las olas democráticas de John Markoff (1996). Este autor plantea que la democracia está sujeta a un continuo proceso de reinvención a partir de movimientos ondulatorios u olas. Una ola es un grupo de cambios políticos que suceden en un contexto temporal muy cercano y en diferentes lugares al mismo tiempo. Para analizar esto, Markoff aborda la interacción entre los movimientos sociales (que plantean una serie de demandas), las élites políticas (que responden de un modo u otro a esas demandas) y el contexto transnacional. El clima cultural de la época, la forma en que las élites actúan frente a las demandas de los movimientos sociales en otros contextos y la influencia de las potencias extranjeras son todos elementos que ayudan a comprender la forma en que se estructuran las olas democráticas.

En el caso de Latinoamérica, el creciente compromiso por la defensa de los derechos humanos y la influencia que tienen los avances de los movimientos por la diversidad sexual en países de Norteamérica y Europa son elementos necesarios de tomar en cuenta para tener una visión más completa del panorama en que se insertan los movimientos sociales y su visibilización. El mismo Markoff (1999) afirma que la fuerza motriz detrás de la democratización se ha originado a menudo entre aquellos que desafían a las elites: la historia de la democratización no puede descuidar las marchas, peticiones, huelgas, insurrecciones y otras formas de retos asumidos por los movimientos sociales. En otras palabras, en muchos países latinoamericanos, al caer las dictaduras y los regímenes autoritarios, se empezó a gestar una ola democrática en la que se insertaron muchos grupos progresistas, entre ellos los de diversidad sexual, la transición democrática como un catalizador del cambio social y la visibilización.

En contraste, en Costa Rica no hubo grandes revueltas sociales como sí ocurrió en otros lugares de América Latina, en parte debido al proyecto que inicia con Liberación Nacional, partido político fundado en 1951, el cual propició hasta cierto punto que el conflicto social se estructurara a través de instituciones públicas,
encargadas de atender las cuestiones sociales de mayor relevancia. Aunado al hecho de que no había ejército y que las fuerzas policiales eran muy débiles, en la Costa Rica antes de la crisis económica mundial de la década de los ochenta se logró con éxito evitar movilizaciones sociales radicales (Molina y Palmer, 2005, p. 21), además de que desde la guerra civil de 1948 las fuerzas políticas de izquierda se habían debilitado; por ejemplo, el partido comunista fue considerado ilegal a partir de ese conflicto armado, condición que se prolongó hasta 1975, y en general las organizaciones de izquierda han permanecido en un relativo estado de crisis a partir de los ochenta (Rovira, 2001, pp. 196-210).

A pesar de que ha habido cambios estructurales a favor de un sistema neoliberal a partir de los años ochenta, Costa Rica sigue siendo hasta cierto punto un Estado que ofrece protección social a algunos sectores, promoviendo la canalización e institucionalización de intereses. El neoliberalismo en Costa Rica no ha sido tan liberal como se suele asumir, ya que muchos de los elementos que ayudaron a enfrentar la crisis de los ochenta tuvieron una mayor relación con la herencia socialdemócrata que con las políticas neoliberales. La falta de un consenso a nivel general sobre los procesos de ajuste estructural evidencian que después de la coyuntura de la crisis muchas de las metas económicas no se alcanzaron, gran porcentaje de la población vive en la pobreza y no se vislumbra una clara historia de éxito por parte del libre mercado (Edelman, 2005, pp. 133-149). En ese sentido, la desigualdad estructural se ha vuelto más palpable y crítica.

Si bien en ocasiones se recurre a la coerción, el Estado ha buscado obtener el consentimiento de la ciudadanía a través de la cooptación y la legitimidad de las instituciones políticas, y el resultado ha sido que muchas veces los movimientos sociales compitan en un contexto de statu quo donde impera una cultura política dominada por la apatía, el individualismo y el miedo al conflicto que impugne los límites del consenso hegemónico (Thayer, 1997). Esto no quiere decir que en Costa Rica imperara un carácter conformista, ya que como lo ha investigado Alvarenga Venutolo (2009, pp. 292-295), los movimientos sociales y las protestas ciudadanas durante la segunda mitad del siglo XX han sido canales importantes de negociación entre la ciudadanía, el Gobierno y, hasta cierto punto, el mercado.

El neoliberalismo es usualmente entendido como una doctrina económica global, desarrollada e implementada en los últimos años de la década de los setenta y principios de los ochenta. Para ciertos autores, “es una ideología y una práctica envolvente y universal de carácter conservador y reaccionario, que lucha por conservar y acrecentar las ventajas y los privilegios históricamente acumulados, de las fuerzas hegemónicas de hoy” (Montero-Mejía, 1996, p. 20). Además del factor económico ligado al capitalismo, el neoliberalismo tiene un engranaje cultural cuyos componentes se materializan en valores como la privatización, la despolitización, la responsabilidad personal, el individualismo y la agencia propia. Como ideología, el supuesto mercado libre y sin restricciones es entendido como la solución a los problemas sociales, y la libertad individual se convierte en la capacidad de escogencia libre en ese mercado (Weiss, 2008).

Duggan (2002, p. 177) ha establecido que el neoliberalismo de hecho tiene una política sexual, en un contexto donde el neoliberalismo enfatiza en la desregulación de la vida social, el objetivo termina siendo que las fuerzas del mercado operen libremente. El neoliberalismo da concesiones en lo cultural y en ese sentido la sexualidad inserta el engranaje cultural en lo económico. Este empuje de la privatización en todos los ámbitos de la vida social produce que lo privado se convierta en el sitio por excelencia para desarrollar un sentido de pertenencia y de acción. La relación entre las políticas sexuales, las políticas de identidad, la creciente visibilización, el accionar estatal y el contexto neoliberal es muy compleja; sin embargo, es importante tenerla presente ya que la ciudadanía y más específicamente la ciudadanía sexual dentro de un sistema neoliberal a veces adquiere más relevancia por su capacidad de interactuar con el mercado que con una serie de derechos humanos, provocando que la búsqueda de una igualdad estructural pierda relevancia frente a otros aspectos vinculados con la cultura y los avances legales.

Los avances legales en torno a la diversidad sexual en varios países, el marcado discurso nacional sobre la “Costa Rica multicultural” y el valor de la diversidad promovido por entes gubernamentales y agencias de turismo, el carácter internacional de la “identidad gay”, un mayor acceso al financiamiento para actividades por parte de las organizaciones LGBTI, la creciente politización de la vida privada y el peso del discurso sobre los derechos humanos en el ámbito nacional y mundial, son elementos que podrían ayudar a entender el incremento en actividades de visibilización en Costa Rica a inicios del siglo XXI.

Tal vez sea una coincidencia que el primer Festival del Orgullo se lleve a cabo el mismo año en que se plantea por primera vez un recurso de amparo con el objetivo de propiciar una legislación sobre las parejas del mismo sexo;2 no obstante, esta aparente casualidad muestra muy bien la manera en que durante los años analizados el discurso sobre el matrimonio, la unión de hecho, la unión civil y las sociedades de convivencia fueron ejes de discusión que influyeron claramente sobre la agenda de visibilización. A continuación se analizarán algunas de las formas y los discursos que ha adoptado dicha agenda.

Festivales del Orgullo por la diversidad sexual: los derechos civiles como eje de cohesión

La apropiación del espacio público es un elemento importante de la ciudadanía sexual; el espacio público, ya sea este una calle, una plaza o un parque, ha sido reapropiado y resignificado como un lugar de reivindicación, visibilización y conmemoración. Los festivales del Orgullo producen identidades y por lo tanto constituyen un campo privilegiado de análisis sobre los mecanismos a través de los cuales la diversidad sexual manifiesta y expresa discursos y prácticas. La visibilización ha estado intrínsecamente relacionada con el contexto urbano (Enguix, 2009, pp. 15-16) y, en ese sentido, la historia de los movimientos en pro de la diversidad sexual en Costa Rica es, en su mayor parte, una historia anclada en la ciudad, de manera que no es coincidencia que todos los festivales del Orgullo se lleven a cabo en San José, la capital del país.

Además del carácter urbano, los festivales del Orgullo también son producto de una lucha global, son celebraciones con una fuerte influencia norteamericana. Carlos Monsiváis (2004) dice que lo diverso es, y solo puede ser, internacional, y en ese sentido la celebración del Orgullo gay, lésbico, bisexual y transexual tiene una cualidad global cuyo origen está en las revueltas de Stonewall en junio de 1969, donde las constantes redadas por parte de la policía de Nueva York a ese bar provocaron el histórico surgimiento del movimiento estadounidense por la diversidad sexual, hecho que se conmemora anualmente en varias ciudades del mundo (Carter, 2010). En definitiva se puede afirmar que la celebración del Orgullo, en tanto movimiento social, se caracteriza por la transnacionalización de los discursos y de las agendas (Bobes, 2002, pp. 379-380).

La visibilización es una herramienta que justifica la búsqueda de atención pública, privada y mediática con el objetivo de colocar los asuntos relacionados con los grupos sexualmente diversos dentro de una agenda política. En ese sentido, este movimiento social encuentra en los derechos civiles una estructura discursiva inteligible al Estado y fácil de entender para el discurso popular.

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Nota: Fuente: elaboración propia.

Todos los festivales del Orgullo en Costa Rica desde 2003 hasta 2007 se caracterizan por tener entre sus objetivos primordiales la aprobación y el reconocimiento de un conjunto de derechos civiles que, de una u otra forma, no son completamente accesibles a raíz de la orientación sexual y la identidad de género. A continuación se presenta una tabla donde se sistematiza la información sobre estos festivales.

Derechos como el acceso a créditos de vivienda, a la oportunidad de asegurar a la pareja ante la Caja Costarricense de Seguro Social, a dejar herencia en caso de muerte y a una mejor legislación frente a la discriminación laboral son algunos de los elementos más recurrentes que año con año forman parte de la plataforma discursiva de los festivales. Sin embargo, uno de esos derechos ocupa el papel central dentro de la agenda de visibilización, y ese corresponde al reconocimiento legal de las parejas del mismo sexo. En 2003, ese tema comienza a posicionarse como eje central de las discusiones en torno a la diversidad sexual en el país. Los festivales del Orgullo y demás formas de visibilización no son ajenos a esta dinámica. En una primera instancia, los festivales buscan remediar la desigualdad legal y para eso hacen apelaciones al Estado para que lleve a cabo las legislaciones necesarias para regular la existencia de parejas del mismo sexo.

En el festival de 2003 se firmaron algunos documentos que buscaban que el Gobierno creara políticas favorables a los grupos sexualmente minorizados (Chávez, 2003, p. 8). En el de 2004 se pidió a los asistentes que dieran su firma para recordarle al Gobierno el artículo 33 de la Constitución Política de Costa Rica, en el que se establece que toda persona es igual ante la ley y que no puede practicar discriminación alguna contraria a la dignidad humana (Chávez, 2004, p. 6).
En el festival del Orgullo de 2005 se anuncia que se ha presentado un proyecto de ley a la Asamblea Legislativa, el cual pretende homologar los derechos civiles que tienen las parejas heterosexuales en unión libre al caso de las parejas del mismo sexo y, para ello, se busca modificar el artículo 242 del Código de Familia (“Homosexuales piden”, 2005, párr. 7). El festival en dicha ocasión funcionó como una plataforma para la recolección de firmas.

Un año después en 2006, el festival del Orgullo se celebró bajo el lema “Unidos por nuestros derechos” y su principal objetivo consistía en llamar la atención de la Asamblea Legislativa para que se aprobara el proyecto de uniones civiles entre parejas del mismo sexo. Francisco Madrigal, representante del Centro de Investigación y Promoción para América Central de Derechos Humanos (Cipac), afirmaba que habían presentado al Congreso “un proyecto de ley que permitiría a las parejas de gays tener cobertura del seguro social, créditos conjuntos, acceso a herencias y hasta pensiones alimenticias. Lamentablemente, se encuentra congelado en el Parlamento” (Arrieta-Arias, 2006, párr. 4).

Durante todos los festivales es posible observar que el discurso sobre los derechos civiles, especialmente el reconocimiento de las parejas del mismo sexo, constituye un eje de cohesión bastante fuerte. Al escogerse una serie de objetivos bajo la forma de derechos civiles, se están deliberadamente favoreciendo aspectos como las reformas legales, el acceso político, la visibilización y la legitimación; mientras que las metas de más larga duración como la aceptación cultural y la transformación social quedan en un papel secundario. Los derechos civiles se pueden ganar sin la obligación de desestabilizar la jerarquía sexual y moral que refuerza la estigmatización hacia la diversidad sexual. El discurso principal de los festivales del Orgullo busca una igualdad legal, mientras que el tema de la desigualdad estructural, a partir de la organización alrededor de intereses socioeconómicos y de redistribución de la riqueza (Brown, 2002, pp. 130-132), queda relegado a un segundo plano.

De esta forma, los discursos, al concentrarse en la figura legal de la pareja del mismo sexo, tienden a consolidar una dinámica donde unas personas se benefician más que otras. Los más privilegiados son aquellos que viven en una relación monogámica sancionada por el Estado y con buenos ingresos, es decir, las dinámicas relacionales que más se parecen a la modalidad heterosexual normativa.

No obstante, dentro de los festivales es posible encontrar ciertas intervenciones que apuntan hacia la desigualdad estructural, como por ejemplo en 2003, cuando el secretario de la Asociación Nacional de Empleados Públicos y Privados (Anep), Albino Vargas, afirmó que “los gays no pueden permanecer al margen de las luchas contra los problemas sociales”, para luego manifestar que “nos identificamos y los respaldamos en sus luchas por un trato de respeto e igualdad, pero esta población debe unirse asimismo a las luchas nuestras contra el proyecto neoliberal” (“Reclaman fin”, 2003, párr. 7-8). Vargas evidenciaba su interés de que “en Costa Rica la comunidad gay se transforme en una fuerza política de cara a manifestarse en los conflictos sociales en su lucha contra el neoliberalismo”
(Chávez, 2003, p. 8). En ese sentido, mientras que dichas afirmaciones de alguna manera ponen la desigualdad estructural en la discusión de los festivales del Orgullo, también tienen un tono disciplinario, el cual crea un mandato en torno al modelo de sociedad y Estado que se debe seguir, al mismo tiempo que propone un alineamiento político que cabría suponer no es totalmente representativo o unívoco al interior de la comunidad LGBTI.

La agenda de visibilización tiene sus contradicciones y paradojas. En el caso de este movimiento social en Costa Rica, pareciera que la tensión entre objetivos más inmediatos que buscan solventar vacíos en la legislación nacional y los objetivos de más larga duración que pretenden un cambio social más amplio, estructural y radical, se vuelve visible en los discursos que emanan de actividades públicas como los festivales.

¿Qué tipo de actividades se llevan a cabo en los festivales? En general existe una mezcla de accionar político y celebración; por un lado hay discursos, recolección de firmas, lemas de protesta y, por otro lado, hay actos culturales como conciertos, recitales de poesía y obras de teatro. Si se conceptualiza la celebración del Orgullo como una demostración masiva, entonces su significado simbólico recae en la exhibición de poder político. Por ejemplo, en Nueva York en 2010 asistieron alrededor de 1 millón de personas al desfile, lo que lo convertiría en la más grande demostración política sobre cualquier causa en ese año. Pero las celebraciones del Orgullo no son generalmente tratadas como demostraciones políticas, ya que incluyen elementos de festival como comparsas, música y carrozas que no hacen reclamos explícitos para un cambio político. Esto hace que exista una cierta ambivalencia en cuanto dónde se puede ubicar este tipo de movimientos sociales (McFarland, 2012, p. 26). El carácter reivindicativo se entrelaza con la fiesta y la teatralización.

En todos los festivales hubo música, charlas, actividades culturales e informativas, danza y teatro. Un ejemplo notable es el quinto festival del Orgullo en 2007, el cual evidenció una serie de modificaciones; entre ellas, se cambió la plaza de la Democracia, espacio donde se habían llevado a cabo los primeros cuatro festivales, por el parque de La Paz. Al igual que con el festival de 2006, se modificó la fecha, pues en lugar de ser en la última semana de junio como se acostumbraba, se hizo el 9 de diciembre, para que fuera una celebración que se enmarcara dentro del Día Internacional de los Derechos Humanos (Comunidad homosexual”, 2007, párr. 5). Otra razón por la cual se cambió la fecha se debe a cuestiones meteorológicas, pues se pasó de junio a diciembre debido a la lluvia que había afectado la convocatoria en festivales anteriores (Chávez, 2006, p. 19). Finalmente, el festival fue declarado de interés cultural por el Ministerio de Cultura y Juventud por primera vez (González, 2007, párr. 13).

En dicho festival hubo una participación cultural bastante grande, su carácter abierto atrajo a muchas personas, la cantidad y calidad de las presentaciones fueron notables, por lo que cabe preguntarse ¿qué fue más importante? ¿La agenda política, la visibilización y la búsqueda de apoyo para diferentes proyectos, o el carácter celebratorio de la actividad? No es posible abordar este tema de una manera tan dicotómica, ya que la reivindicación política y la fiesta se intersecan, se sostienen y se refuerzan mutuamente. Las manifestaciones y protestas tradicionales siguen un patrón en el cual comunican poder político, mientras que las celebraciones del Orgullo despliegan una teatralidad que pone en disputa los códigos culturales hegemónicos. Esta tensión entre ambos aspectos es una más de las paradojas que caracterizan a las políticas de visibilización tanto en Costa Rica como a nivel internacional.

Junto a los elementos de reivindicación y celebración, también hay un componente importante dentro de los festivales: la actividad comercial alrededor de la diversidad sexual. En 2003, Francisco Madrigal afirmaba que “un grupo de organizaciones, empresas y personas decidimos que ya es hora de que en nuestro país se visualice el aporte de este sector” (“Homosexuales costarricenses”, 2003, párr. 4). Un año más tarde en 2004, Madrigal afirmaba que había alrededor de 20 negocios y organizaciones no gubernamentales presentes en el festival, uno de esos negocios era una agencia de viajes orientada hacia el público gay cuyo director, Manfred Gutiérrez, declaraba que era importante que los negocios y las organizaciones apoyaran a la comunidad gay, ya que es una comunidad que cada año se hace más fuerte y que es necesario que el país tenga conciencia de qué tan grande es dicha comunidad (Yagla, 2004).

¿Qué tan grande es la supuesta comunidad lesbiana, gay y bisexual en Costa Rica? Esa es una cuestión que se menciona repetidamente en todos los festivales. Un 10% de la población se estableció en 2003; entre un 20% y un 25% se dijo en 2004; en 2005 Madrigal manifestaba que “la población gay-lésbica en Costa Rica es bastante grande, tanto así que San José es una de las ciudades que tiene más centros de socialización para esta población pues posee más de 30” (“Homosexuales piden”, 2005, párr. 11), y en 2006 se afirmó que había alrededor de 400 000 personas gais en el país (Chávez, 2006, p. 19).

Esta relación que se establece entre el supuesto tamaño de la población homosexual y la oportunidad de los negocios para hallar un mercado potencial está implícita. El acceso a la ciudadanía a través del consumo de mercancías elaboradas específicamente para un mercado es uno de los aspectos que caracteriza a la ciudadanía sexual. El ciudadano se convierte a la luz del neoliberalismo en un consumidor y las mercancías en el motor de esa ciudadanía (Evans, 2004, pp. 2-8).

Esta dinámica no es exclusiva del contexto costarricense, ya que se puede evidenciar de manera más clara en ciudades cosmopolitas, donde se han conformado verdaderos barrios gay en los cuales una visibilidad creciente ha propiciado la aparición de empresas dedicadas de manera exclusiva al público sexualmente diverso, a través de películas, programas de televisión, locales de ambiente, revistas, libros, inmobiliarias y agencias de viaje, entre otras (Mancero-Villarreal, 2007, p. 65). La problemática que se genera al enfatizar un discurso que le da importancia al peso económico y a la potencialidad como consumidores de un sector de la población como forma de justificar su acceso a una ciudadanía más completa, consiste en que se producen nuevas jerarquías y tiene el potencial de introducir a los grupos sexualmente minorizados dentro de dinámicas cada vez más profundas de poder y desigualdad; en otras palabras, es posible alcanzar una igualdad legal e incluso cultural, sin necesidad de cambiar las coordenadas que determinan la desigualdad estructural.

Es importante recalcar que en los festivales del Orgullo entre 2003 y 2007 hubo un énfasis en el concepto de diversidad. La diversidad sexual en este contexto agrupa tanto a gais, lesbianas, bisexuales, transgéneros e intersexuales, y desde un inicio la presencia de estos grupos fue evidente.

En el festival de 2003 se recogían impresiones de los participantes, entre ellos estaba Natasha J., quien en nombre de la comunidad transgénero afirmaba que “no soy una aberración ni un monstruo. Yo amo, río, lloro y sueño como todas las personas” (Oviedo, 2003, párr. 8). Divine, un travestido, expresaba que “solo queremos que nos dejen en paz por siempre y de una vez por todas. No somos un experimento de laboratorio: somos gente normal” (Oviedo, 2003, párr. 10). En 2007, Karolina Hernández del Cipac manifestaba que “en la diversidad sexual estamos todos, tanto homosexuales como heterosexuales, la idea es crear solidaridad y limar asperezas” (González, 2007, párr. 3), además de que en varios de los festivales hubo presentaciones de transformistas. Todo esto evidencia que el concepto de diversidad sexual ha permitido a los grupos organizados, hasta cierto punto, crear una identidad colectiva unificadora.

Los festivales del Orgullo han sido un escenario fundamental para las políticas de visibilización del activismo por la diversidad sexual en Costa Rica, su aparición tardía en comparación con otros países latinoamericanos tiene causas externas e internas. El eje de cohesión a nivel discursivo y práctico ha sido la lucha por los derechos civiles, en tanto la participación de grupos organizados es fundamental, especialmente del Cipac. También se concluye que los festivales son escenarios de paradojas ejemplificadas por la tensión entre los objetivos de corta, mediana y larga duración, entre el tipo de actividades que se llevan a cabo, entre el consumismo y las identidades, y entre los grupos que representan la diversidad.

Asimismo, hay otro tipo de actividades de visibilización de un corte más formal y estructurado; por ejemplo, las conferencias son una forma más de llevar lo privado a lo público. En el periodo analizado, esta estrategia de visibilización tiene una repercusión en el debate nacional sobre la diversidad sexual, a pesar de llevarse a cabo en ámbitos que no están abiertos al público en general.

Entre el 28 y el 30 de abril de 2006, año en que es electo presidente Óscar Arias Sánchez, se lleva a cabo la Primera Conferencia Nacional GLBT. Abelardo Araya, del Movimiento Diversidad, establece que en la conferencia “analizaremos a profundidad el contexto nacional de la comunidad GLBT… en el que no sólo reconoceremos la problemática que existe, sino que vamos a plantear propuestas para construir una democracia más participativa y menos exclusiva” (“Comunidad homosexual”, 2006, párr. 3). Aquí es posible ver que la problemática de la diversidad sexual no es tomada como un aspecto aislado de la sociedad, como usualmente sucede con las políticas de identidad, sino que se adopta una perspectiva más global,
en donde el contexto socioeconómico y político nacional es un elemento fundamental para comprender los sistemas de poder, desigualdad y discriminación.

Abelardo Araya también manifestó que la Conferencia era “un espacio idóneo para intercambiar ideas, experiencias y acciones de resistencia al neoliberalismo, contra la exclusión social, la no discriminación y en pro de la vigencia de los derechos humanos, la igualdad y el desarrollo de la ciudadanía plena” (Madrigal-Ávila, 16 de marzo de 2006, párr. 4). Como ya se vio, este tipo de declaraciones también se hicieron presentes en el Festival del Orgullo de 2003. Mientras que acabar con la desigualdad legal es el objetivo más aparente en las celebraciones del Orgullo, y la igualdad cultural como un propósito de larga duración, la desigualdad estructural es la menos mencionada, por eso se considera importante hacer énfasis en los detalles que caracterizaron esta conferencia, ya que su discurso y dinámica contrastan con otras formas de visibilización.

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Nota: Fuente: elaboración propia.

La conferencia contó con la participación de activistas de Costa Rica, así como representantes de la comunidad homosexual de Argentina, Panamá y España, incluso acudieron los diputados electos José Merino, del Frente Amplio, y Andrea Morales, del Partido Acción Ciudadana (Madrigal-Ávila, 29 de abril de 2006, párr. 5). La participación de miembros de partidos políticos es un elemento interesante de recalcar, José Merino del Río sería uno de los diputados que apoyaría el proyecto sobre uniones civiles entre personas del mismo sexo, y en general la postura del Frente Amplio en relación al tema de la diversidad sexual contrasta con otros partidos durante el periodo analizado. Este vínculo que se crea entre dicho partido y varios de los grupos organizados por la diversidad sexual se volvería más notable unos meses después cuando se presenta el proyecto de uniones civiles.

La conferencia se llevó a cabo en el Complejo La Catalina, en Birrí de Heredia, provincia ubicada en la región norte-central de Costa Rica, lo cual representa un cambio espacial en cuanto a actividades de visibilización, ya que como se ha visto hasta ahora, la mayoría de las actividades se concentran en San José. Se realizaron mesas redondas, talleres y charlas sobre salud, género y diversidad, exclusión por orientación sexual e impacto del Sida en la comunidad homosexual; además, se abordó el tema de la negociación del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, principalmente en relación con los medicamentos que toman las personas que padecen Sida (Madrigal-Ávila, 29 de abril de 2006).

El componente histórico de dicha conferencia es un factor importante, ya que no es una casualidad que se haya escogido el mes de abril como fecha para su celebración. Diversos acontecimientos claves del movimiento activista por la diversidad sexual en Costa Rica como la publicación de la carta en La Nación que dio origen al Movimiento 5 de Abril,3 así como la celebración del II Encuentro Lésbico Feminista de América Latina también en abril,4 fueron la inspiración para escoger ese mes. En ese sentido, la conferencia funcionó como un catalizador de la memoria histórica sobre un movimiento social que, debido a diversas circunstancias, se ha visto relegado de la historia oficial y de los discursos sobre los movimientos sociales en Costa Rica.

¿Cuáles fueron algunos de los resultados de dicha conferencia? En primera instancia, se le exigió al Gobierno de Óscar Arias la erradicación de la discriminación por cualquier razón, especialmente por orientación sexual, se hizo explícita la oposición al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos por su carácter excluyente, se hizo un llamado de atención a los diferentes sindicatos nacionales para que evitaran la discriminación laboral por orientación sexual y de género, se les solicitó a los medios de comunicación una producción de comunicaciones libre de prejuicios, enmarcada en el ámbito de los derechos humanos y el respeto a los grupos discriminados, y se instó al Ministerio de Educación, al Ministerio de Salud, y a la Caja Costarricense de Seguro Social a promover un mejoramiento de la educación sexual (Asociación Nacional de Empleados Públicos y Privados, 2006).

A pesar de que la conferencia fue una actividad privada, sus objetivos y sus resoluciones finales se proyectan a un ámbito público. Es interesante que en contraste con otras actividades de visibilización, el discurso sobre las uniones entre personas del mismo sexo no ocupó el papel central de la conferencia, lo cual evidencia que la agenda de los grupos activistas es multifacética, abarca una pluralidad de temas y no sigue una ruta lineal.

En conclusión, entre 2003 y 2007, la visibilización se convierte en uno de los elementos más importantes del activismo por la diversidad sexual en Costa Rica; la realización de actividades masivas de carácter público a inicios del siglo XXI tiene causas internas y externas. Internamente, los festivales del Orgullo nacen como una iniciativa que va de la mano con los diferentes proyectos que se plantean a lo largo de la década para legislar sobre las parejas del mismo sexo, por lo que se establece una conexión directa entre la visibilización y el contexto. Para entender el devenir de la visibilización sobre este tipo de movimientos sociales, es necesario tener presente cuál es el discurso mediático y legal sobre los avances y retrocesos que incumben a la comunidad LGBT.

A pesar de que el discurso sobre los derechos civiles, especialmente el de las uniones entre personas del mismo sexo, se convierte en el eje de cohesión del activismo, las formas que adopta la agenda de visibilización es variada; durante este periodo analizado hay festivales del Orgullo y conferencias. No obstante, más adelante se analizará también otro tipo de modalidades como las marchas. La reapropiación del espacio y el carácter político que implica pasar de lo privado a lo público es uno de los factores más importantes del ejercicio de una ciudadanía sexual, la cual toma algo tradicionalmente vinculado con el ámbito privado como lo es la sexualidad, lo politiza y lo lleva a las calles, dándole un carácter público.

Finalmente, dentro de la misma agenda de visibilización se evidencian tensiones que ponen de manifiesto las paradojas que existen al interior del colectivo LGBT, como el equilibrio entre actividades de reivindicación y protesta frente al carácter celebratorio, lúdico y de fiesta. Los movimientos sociales no son entes monolíticos y siempre coherentes, las agendas no siguen una ruta lineal, la visibilización no se alcanza con una receta específica; el llevar la sexualidad al ámbito público implica desestabilizar, crear tensiones, promover cambios. Para 2007 ya se anunciaba que el Cipac no seguiría organizando los festivales por varias razones, entre ellas una necesidad de relevo, así como la asignación de recursos para otro tipo de proyectos (Chávez, 2007, p. 8). Sería hasta 2010 cuando una nueva organización tomaría de lleno las riendas de la celebración del Orgullo, cambiaría la modalidad de la actividad y le daría un carácter masivo.

“Un reclamo justo y necesario no tiene por qué ser tradicional y aburrido”: Marchas del Orgullo LGBTI

Como ya se ha visto, desde 2003 los festivales del Orgullo son una forma de visibilización pública,5 una estrategia utilizada por los colectivos de la diversidad sexual para resignificar la identidad. Las marchas del Orgullo son otra más de las expresiones de las políticas de visibilidad que pretenden y tienen como objetivo presentarse como un conjunto de estrategias colectivas para crear valoraciones positivas de la diversidad sexual (Iosa y Rabbia, 2011, pp. 62-63).

Al contrario de todos los festivales anteriores, los cuales se caracterizaban por ser estacionarios, el de 2010 marcó un cambio, ya que en lugar de un festival, se realizó una marcha. El 27 de junio de 2010, en el marco del Día Mundial del Orgullo Gay, se llevó a cabo en San José, la capital costarricense, la celebración pública de dicha festividad. La marcha salió de la estatua de León Cortés en La Sabana, avanzó por todo el Paseo Colón, para llegar finalmente al Parque Central de San José. Uno de los organizadores del evento afirmaba que “la finalidad de la manifestación este año, aparte de honrar los derechos que tienen los homosexuales del país, es que no están de acuerdo en que se haga el referéndum por la aceptación del matrimonio gay” (Chávez, 2010, p. 2). Otras declaraciones de participantes de la marcha enfatizaron en que se trataba de un evento pacífico, que giraba en torno a los derechos de las minorías y los derechos humanos. Los coordinadores de la marcha fueron un grupo de organizaciones, discotecas del país y principalmente transformistas. Otra de las organizadoras afirmaba que “el movimiento no tiene tinte político… los que deseen pueden llevar pancartas y referirse al referéndum” (Morales, 2010, p. 17).

Esta inclusión del tema del referéndum dentro de las consignas de la marcha del Orgullo en Costa Rica de 2010 refleja una de las características fundamentales de las políticas de visibilización. Anteriormente se estableció que para conocer el significado que puede tener la visibilización (y la invisibilización) es imprescindible comprender y entender el contexto en el cual se está inmerso.

El referéndum6 era un aspecto central dentro de las discusiones de la diversidad sexual en esta coyuntura. La visibilización no está limitada a promover una serie de objetivos internos y estables; al contrario, sus objetivos se construyen constantemente. La visibilización es un recurso que tienen los movimientos sociales para adaptarse, transformarse y reorientarse hacia condiciones políticas contextuales (Iosa y Rabbia, 2011, p. 62). Las condiciones políticas durante la marcha de 2010 tenían un carácter urgente y, por lo tanto, no es sorpresa que dentro de las estrategias de visibilización se cuelen, de manera amplia, elementos del referéndum. En la tabla 2 se sistematiza la información de las marchas del Orgullo.

A lo largo de las siguientes marchas, todas llevadas a cabo en la ciudad capital de San José, y muy similar a lo que sucedía con los festivales, hubo una mezcla de celebración y reivindicación política. En todas las marchas hubo consignas políticas que buscaron promover la igualdad de derechos para las parejas homosexuales; por ejemplo, en la marcha de 20127 el trasfondo político que impregnaba a los manifestantes era el impulso en la Asamblea Legislativa del proyecto de sociedades de convivencia. Uno de los organizadores expresaba que “no pedimos ley de matrimonio homosexual; pedimos poder manejar los bienes de manera común… no nos ven como una familia” (Rivera, 2012, p. 8).

Un año más tarde en la marcha de 2013 las coordenadas habían cambiado, ya que se afirmaba que “la táctica de usar conceptos intermedios ha resultado infructuosa (o al menos insuficiente) y ahora los activistas usan la palabra que sectores religiosos no querían ver en boca de homosexuales: matrimonio, así sin atenuantes” (Murillo, 2013, p. 10). En esa marcha se empezaron a recoger firmas para plantear el proyecto de matrimonio igualitario por medio de iniciativa popular, e incluso se vio la palabra matrimonio múltiples veces en camisas, pancartas y consignas. El nivel de demandas empezó a hacerse más grande en las siguientes marchas; para 2014, el matrimonio no era la única petición, sino que también se pidió acceso y garantía a una educación de calidad, trabajo, derecho al cambio de nombre, acceso a la salud pública, tratamientos hormonales y penalización de la transfobia (Morris, 2014,
p. 2). El tema trans se empezó a consolidar y sus reclamos particulares se añadieron a la red de consignas encontradas en la celebración del Orgullo. Para las marchas de 2015 y 2016, el matrimonio igualitario siguió siendo uno de los ejes fundamentales.

Una característica que distingue a las marchas de los festivales es que su convocatoria ha sido más exitosa y ha evidenciado hasta cierto punto la creciente apertura que ha tenido el tema de la diversidad sexual en Costa Rica. El hecho de que la marcha ocupe varias cuadras importantes del centro de San José durante varias horas es una manera bastante efectiva de llevar a cabo una política de visibilización. Todas las marchas desde 2010 hasta 2016 iniciaron frente a la estatua de León Cortés en el Parque Metropolitano La Sabana, y de ahí siguieron la ruta que va por el Paseo Colón; en algunas ocasiones la marcha finalizó en el Parque Central, en otras a la entrada del Barrio Chino y en otras en la Plaza de las Garantías Sociales. Para 2011, los organizadores afirmaban que el nivel de convocatoria había superado sus expectativas (López, 2011, p. 10). Para 2012 se calculó la asistencia en unas 3 000 personas, y para 2016 algunos cálculos estimaron que habían llegado alrededor de 40 000 asistentes. El salto cuantitativo es bastante notable.

No solo hay diferencias en términos de la cantidad de asistentes, sino que su composición también fue variando. En los medios de comunicación se suele hacer énfasis en los aspectos más coloridos y llamativos de las marchas, y como todo movimiento nunca es homogéneo, la variedad de asistentes es algo importante a tomar en cuenta. Se pueden encontrar transformistas que usualmente llevan la batuta con respecto a la organización y la dinámica festiva, también es posible encontrar grandes organizaciones y discotecas del país que apoyan con carrozas, música y espectáculos. Hay grupos de activistas, representantes de lesbianas, gais, transgénero y bisexuales, hay presencia de familiares y amigos de personas LGBTI, en algunos casos como en la marcha de 2012, se contó con el apoyo de la municipalidad de San José. También hay mariscales de la marcha, los cuales son personajes designados como tales por sus aportes a la comunidad, algunos de ellos fueron Carmen Muñoz, diputada del Partido Acción Ciudadana; Marco Castillo, presidente del Movimiento Diversidad; Ofelia Taitelbaum, defensora de los habitantes; José María Villalta, candidato presidencial, y José Luis Loría, directivo de la Caja Costarricense de Seguro Social, en su mayoría personajes políticos. Otro grupo importante de asistentes son las empresas, las cuales como parte de una directriz a nivel mundial, participan en estos eventos, como por ejemplo INTEL, Amazon, Hewlett-Packard, Pozuelo, Procter & Gamble y Thompson Reuters. También se pueden encontrar grupos de universidades, colectivos políticos, la Iglesia luterana y delegaciones internacionales, especialmente la embajada de Estados Unidos, la cual empezó a participar desde la marcha de 2013 y ha colaborado con artistas, infraestructura y logística.

¿Representa la marcha del Orgullo gay, sus manifestaciones y demandas, a todos los individuos de la diversidad sexual en Costa Rica? La marcha de 2010 fue la iniciativa de un colectivo de transformistas que trabajan en algunas discotecas capitalinas. En razón de eso, Abelardo Araya del Movimiento Diversidad declaró que su movimiento no apoyaba la marcha, afirmando que “la forma como está prevista [la marcha], de sacar las plumas, no es trascendente. Debe haber debates con diálogo. No creemos que esa sea la forma pues reafirma mitos y prejuicios” (Oviedo, 2010, p. 12).

Es importante enfatizar en la disyuntiva que se presenta al interior del movimiento social. Las marchas del Orgullo además de funcionar como espacios de socialización y valoración de la diversidad sexual, también se construyen como espacios en los cuales se dan disputas entre organizaciones y activistas en relación con la agenda de acción (Moreno, 2008, p. 233). Los desacuerdos entre las diferentes formas de visibilizar la diversidad sexual ponen en evidencia la pluralidad de maneras que existen para construir una identidad pública.

Los debates dentro del colectivo LGBTI sobre las formas “apropiadas” de expresarse públicamente y de mostrase como unidad en un contexto controlado se vuelven evidentes en las marchas del Orgullo, especialmente en la de 2010. Se podría argumentar que sin importar la manera en que los participantes de la marcha decidan representarse a sí mismos, la participación en el evento es ya de por sí un acto político en sí mismo, ya sea para buscar reivindicaciones o simplemente para celebrar. La estrategia de convertir lo privado en público es una de las razones por las cuales se llevan a cabo este tipo de actividades, la dicotomía entre el ámbito público y privado es un eje fundamental de la ciudadanía sexual (Enguix, 2009, pp. 23-26). Cabe preguntarse ¿el incremento en la dramatización y teatralización de las actividades eclipsa el carácter reivindicativo de la marcha? Como ya se vio, en los pasados festivales del Orgullo este tipo de tensiones, aunque presentes, no parece que hayan causado conflictos.

La posición de Araya en ese sentido adquiere un tinte normalizador, ya que expone una óptica asimilacionista; ser diferentes no es productivo, la celebración de la extravagancia afeminada es precisamente lo que está excluido del activismo homonormativo (Weiss, 2012). Incluso a nivel mundial, una agenda asimilacionista ha dominado los movimientos de ciudadanía sexual (Richardson, 2004). Este tipo de posiciones opta por representar a los grupos sexualmente minorizados como similares, iguales a cualquier otra persona, adaptándose a las formas normativas de vestimenta y comportamiento. El objetivo es, a fin de cuentas, normalizar a los homosexuales (Brown, 2002, pp. 130-132). Incluso en el interior de la comunidad gay existen desacuerdos en torno a la mejor forma de adquirir una visibilización y presencia pública. Esta asimilación y emulación de las características normativas del ciudadano “modelo” no es gratuita, pues la carga del compromiso para adquirir una ciudadanía completa dentro del sistema imperante conlleva la necesidad de acoplarse a los modelos de “buen ciudadano” (Bell y Binnie, 2000, p. 3).

En conclusión, es posible observar que desde 2010 el contexto de la celebración del Orgullo se ha vuelto cada vez más político, la asistencia se ha incrementado considerablemente, así como la variedad de asistentes. Las paradojas presentes en las marchas son similares a las evidenciadas en los festivales, es posible encontrar una mezcla de celebración y lucha política y se encontraron discusiones en torno a la forma apropiada de representación pública. Así mismo, la convocatoria ha crecido considerablemente y la búsqueda de una mayor igualdad legal constituye el eje central que cataliza la movilización.

Conclusiones

La celebración del Orgullo es conceptualizada en este artículo como un movimiento social que combina la protesta social, la reivindicación política, la crítica cultural y la celebración colectiva. El tema que con más consistencia se vincula con esta temática es el de la visibilización, ya que la exposición pública de orgullo hace que las personas que practican o se identifican con una sexualidad diferente a la heterosexual y sus aliados sean visibles para un público mucho más grande personas que transitan la ciudad, políticos y personas que leen los periódicos. El desafío de la visibilidad es tanto demográfico como cultural, al reunir a grandes cantidades de personas en un espacio público, la celebración de Orgullo muestra de alguna forma el tamaño de la comunidad, y se demanda legitimidad cultural (McFarland, 2012, p. 214). En el caso de Costa Rica, la visibilidad de la temática LGBTI empezó a tomar fuerza a partir de la década de los ochenta, cuando surge el VIH/Sida y en los medios de comunicación empieza a desplegarse una discusión sin precedentes en un primer momento sobre los homosexuales (Jiménez, 2016, p. 66).

Se estableció que la celebración del Orgullo en Costa Rica, al contrario de lo que sucedió en otros lugares en Latinoamérica, empezó a consolidarse a partir de 2003 debido a varias razones. Se plantea la hipótesis de que los procesos de transición y consolidación de la democracia en ciertos lugares del continente dieron el espacio y la oportunidad política para que varios grupos sociales y agendas activistas pudieran tener un accionar más efectivo y visible. Una vez que terminaban las dictaduras quedaba un terreno fértil para el surgimiento de nuevas demandas de diversa índole. En el caso costarricense, al no haber un proceso de transición hacia la democracia como tal a finales del siglo XX, la celebración del Orgullo más bien se inserta en una dinámica donde muchos factores entre ellos el neoliberalismo y las nuevas concepciones de ciudadanía ancladas en el mercado permiten el tránsito desde lo privado hasta lo público.

Otro aspecto importante es que dentro del debate sobre el concepto de ciudadanía, en el cual se establece que hay una dimensión sexual, la visibilidad se convierte en uno de los principales objetivos de los movimientos sociales y grupos organizados, y por ende la importancia que cobra la celebración del Orgullo como un ritual que pone en evidencia su propia existencia. El hecho de que a lo largo del artículo se haya usado el término celebración apunta a que los diferentes individuos que participan en dicha actividad le dan vuelta a la mesa del código cultural dominante que enfatiza en la vergüenza, y en su lugar buscan celebrar públicamente las identidades LGBTI. La celebración del Orgullo funciona como una herramienta que crea grietas en la barrera cultural, al eliminar la vergüenza como una razón para ocultar la sexualidad y la identidad de género (McFarland, 2012, p. 216).

A lo largo del artículo se analizó la manera en que la celebración del Orgullo, en tanto movimiento social, busca solventar diferentes tipos de desigualdades: la estructural, la cultural y la legal y, por lo tanto, su relación con el Estado se ve mediada por los objetivos en cada uno de estos tipos. Esto es algo novedoso en el paisaje sociopolítico costarricense, ya que se trata de un movimiento que busca inicialmente una serie de legislaciones a través del Gobierno, pero que a la larga el objetivo principal es la legitimidad cultural.

Las celebraciones del Orgullo son el lado cultural del movimiento organizado LGBTI. En el ámbito político, los activistas buscan hacer campaña para alcanzar una igualdad legal, haciendo peticiones y demandas al Estado por reformas de no discriminación y reconocimiento de parejas del mismo sexo, mientras que en el aspecto cultural, el Orgullo tiene como meta alcanzar un reconocimiento de la comunidad sexualmente diversa como un grupo minoritario legítimo. En ese sentido, en el artículo se evidenciaron dos modalidades principales de visibilización los festivales y las marchas y aunque tienen diferencias a nivel operativo, sus similitudes recaen en las paradojas y tensiones que los identifican: entre el carácter celebratorio y el accionar político, entre los diferentes tipos de igualdad que se buscan, entre las formas de representar a un grupo heterogéneo y entre las tácticas de visibilización. El eje discursivo que une a todas estas celebraciones es el de los derechos civiles, específicamente los diferentes proyectos que se plantearon a lo largo de los años analizados para legislar sobre las parejas del mismo sexo. Por último, otro aspecto que se evidencia en el análisis es el incremento a nivel de convocatoria.

Este estudio plantea algunos elementos necesarios para comprender el devenir de las políticas de identidad, los reclamos por una ciudadanía más igualitaria y la creciente visibilización de formas alternativas de sexualidad y género en Costa Rica. Se hizo énfasis en las celebraciones del Orgullo, ya que consisten en una actividad sistemática y a través de la cual se pueden evidenciar algunas de las tácticas, discursos y contradicciones presentes en un movimiento social como lo es el de la diversidad sexual. Un análisis que queda pendiente y que se podría explotar en otro estudio es el del vínculo entre este tipo de actividades de visibilización y el desarrollo que tiene el accionar activista en otros ámbitos como la Asamblea Legislativa, los colegios profesionales, las universidades, entre otros.

Así mismo, durante el periodo analizado hubo otras formas de visibilización que requieren ser examinadas con mayor profundidad, entre ellas están las manifestaciones, las cuales son más espontáneas y responden a objetivos más específicos; las jornadas de reflexión, conferencias y debates académicos, cuyas coordenadas a veces no son públicas, pero que de una u otra forma contribuyen e influyen en la discusión sobre esta temática. Finalmente, sería importante hacer un análisis de larga duración que ponga en evidencia la manera en que lo cultural y lo político han interactuado a lo largo de la historia costarricense a través de los movimientos sociales. La celebración del Orgullo no es la única que ha utilizado herramientas culturales para alcanzar objetivos políticos y, en ese sentido, un abordaje comparativo permitiría problematizar de manera más profunda las dinámicas de la organización colectiva y los movimientos sociales en Costa Rica.

NOTAS

1 Algunas fuentes sugieren que la conmemoración del Día del Orgullo Gay fue celebrada en Costa Rica desde antes; sin embargo, dichas celebraciones fueron en su mayoría de carácter privado y no convocaron una asistencia masiva de personas. Por ejemplo, en el año 2000 Adonay Villalobos, quien era el director del periódico costarricense Gayness, afirmaba que el 26 de junio de ese año se llevó a cabo una fiesta para celebrar el Día del Orgullo. Dos años después en 2002, Francisco Madrigal del Cipac mencionaba una iniciativa para marchar por las calles de San José como forma de celebrar ese día; no obstante, puntualizaba que para ese momento muchos de los miembros de la comunidad tenían temor de ser marginados e incluso despedidos de sus trabajos.

2 El 29 de julio de 2003, el abogado Yashin Castrillo propuso una acción de inconstitucionalidad debido a la negativa del Juzgado de Familia de Alajuela para aprobar la solicitud de matrimonio civil con su pareja del mismo sexo. Esta negativa estuvo basada en el artículo 14, inciso 6, del Código de Familia, el cual establece que es legalmente imposible el matrimonio entre dos mujeres o dos hombres; véase Las uniones de hecho, su legislación y la violación de los derechos humanos de las lesbianas. (Tesis de maestría en Derechos Humanos y Educación para la Paz), por E. Aguilar, 2004, Universidad Nacional, Costa Rica.

3 Esta carta se publica en La Nación el 5 de abril de 1987, en un contexto donde el Estado en colaboración con las fuerzas médicas y policiales, ejercía una persecución sistemática de hombres homosexuales, mediante el uso de redadas nocturnas en bares y discotecas. En la carta, firmada por varias personas, se critica al Estado por sus políticas represivas y su accionar violento, se establece que “las redadas nocturnas, indiscriminadas, vejatorias e infamantes no constituyen ninguna medida preventiva del SIDA y si lesionan garantías constitucionales básicas”; véase “Carta abierta”, 5 de abril de 1987, La Nación, p. 37. El legado de esta publicación recae en que fue una de las primeras manifestaciones públicas, aunque no explícitamente, a favor del respeto por la diversidad sexual.

4 El II Encuentro Lésbico Feminista de Latinoamérica y el Caribe se llevó a cabo entre el 11 y el 15 de abril de 1990, bajo una gran represión. El entonces arzobispo de San José, Román Arrieta, expresó su oposición pública al evento a través de una conferencia de prensa, al mismo tiempo que exhortaba al Gobierno a no permitirlo. El 9 de abril, el Gobierno anunciaba que negaría la entrega de visas a las lesbianas que quisieran venir al evento, y el mismo ministro de Gobernación, Antonio Álvarez Desanti, llegó a afirmar que “un congreso como el que se anuncia afecta nuestro estilo de vida, y atenta con la educación y principios morales que queremos inculcarles a nuestros hijos”; véase “Guerra a lesbianas”, 11 de abril de 1990, Diario Extra, p. 7. A pesar de la represión, el grupo organizador del encuentro ―Las Entendidas― decidió seguir adelante y el evento tuvo lugar fuera de San José. Llegaron cerca de 60 mujeres de diferentes partes de Latinoamérica y se llevaron a cabo varios talleres. Una vez que finalizó, un grupo de participantes tuvo una conferencia en la Plaza de la Democracia, en donde se criticó al Gobierno por su accionar represivo; véase “Meeting with Repression: 2nd Encuentro Lésbico-Feminista de Latinoamérica y el Caribe”, por A. H. Obando y M. Sagot, 1990, Off Our Backs, 20(8), p. 2.

5 Otra modalidad de visibilización son los Festivales Interuniversitarios por la Diversidad Sexual, los cuales se llevan a cabo a lo largo de tres días en la Universidad de Costa Rica, el Instituto Tecnológico y la Universidad Nacional. En 2008 se firma un decreto por parte del Gobierno para celebrar anualmente el Día contra la Homofobia cada 17 de mayo, a raíz de esto, un año después en 2009 se lleva a cabo el primer Festival Interuniversitario como una manera de conmemorar ese día, y se han seguido celebrando anualmente; véase “Declaratoria oficial del día contra la homofobia (Decreto Ejecutivo No. 34399-S)”, 25 de marzo de 2008, La Gaceta, (58); “Universidades promueven el respeto por la diversidad”, por A. Mata, 17 de mayo de 2009, La Nación, recuperado de http://www.nacion.com/vivir/Universidades-promueven-respeto-diversidad_0_1049895039.html/

6 Para 2010, el Tribunal Supremo de Elecciones pretendía llevar a cabo un referéndum para conocer la posición de los costarricenses con respecto al tema de la legislación de las uniones civiles entre personas del mismo sexo; sin embargo, no se llevó a cabo por la presión de diferentes grupos sociales y concretamente debido a un recurso de inconstitucionalidad que frenó el proceso el 10 de agosto de ese año; véase “Sala IV prohíbe referendo sobre uniones civiles gais”, 11 de agosto de 2010, La Nación, p. 11, recuperado de http://www.nacion.com/nacional/politica/Sala-IV-referendo-uniones-civiles_0_1140086130.html/

7 La marcha de 2012 fue particular debido a que unos días antes, el 16 de junio, se había llevado a cabo otra actividad denominada Marcha de los Invisibles, la cual contó con una convocatoria bastante grande y que tuvo como objetivo protestar contra los pronunciamientos del diputado Justo Orozco, el cual al ser nombrado presidente de la Comisión de Derechos Humanos de la Asamblea Legislativa, afirmó que las relaciones homosexuales eran un pecado y una desviación, como argumentos para oponerse al proyecto de ley que buscaba regular dichas relaciones. La marcha inició en el Parque Central y se dirigió hacia la Asamblea Legislativa, en donde también se hicieron consignas por el Estado laico y la fecundación in vitro; véase “Multitud caminó en marcha de los invisibles y “limpió” el Congreso”, por T. Gutiérrez, 16 de junio de 2012, La Nación, p. 16, recuperado de http://www.nacion.com/archivo/Multitud-camino-Marcha-Invisibles-Congreso_0_1275072634.html/

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