Comentario del libro:
David Díaz, Iván Molina y Ronny Viales (editores)
Pintarse a sí mismo… Sobre el malestar de la historiografía en un libro. Reseña de: Díaz, David; Molina, Iván y Viales, Ronny (Editores) La historiografía costarricense en la primera década del siglo XXI: tendencias, avances e innovaciones, San José: EUCR, 2014
Dennis Arias Mora
Hace 20 años, el historiador costarricense Rodrigo Quesada (1997) publicó un obituario sobre el profesor argentino-alemán Germán Tjarks (1919-1997), cuya estancia en el país a partir de 1975 coincidió e incidió positivamente en el proceso de profesionalización de la historia en Costa Rica (Molina, 2012, pp. 39-99). El retrato que pintara Quesada de su profesor Tjarks fue muy humano; no se trata solamente del respetuoso homenaje de un historiador marxista a un historiador positivista y de derechas, sino también de un testimonio que sugiere que esa profesionalización iniciada hace cerca de cuatro décadas fue protagonizada por personas, y que fue todo menos un proceso ascendente, carente de conflicto. Para Tjarks, en el recuerdo de Quesada, este país era “una pila de mierda”, el “país del no se puede”, que solo obstáculos ponía a sus proyectos, por los cuales “lo terminaron odiando”, sentimiento que reaparece en un obituario donde la historia, en la era de su modernización, aparece con personas muy solas y “llenas de odio”.
No es antojadizo recordar este texto para iniciar el comentario del libro editado por los historiadores David Díaz, Iván Molina y Ronny Viales (2014), sobre el último balance historiográfico realizado en Costa Rica. Lejos de ser solo un recuento de producción historiográfica, esta publicación ha nombrado y delineado formas de aproximarse a las fisuras de la disciplina; por la misma razón, conviene referir, en un registro metafórico, a una litografía del artista y caricaturista francés del siglo XIX Honoré Daumier (1808-1879), perteneciente a una serie llamada Escenas del taller, y titulada “Un francés pintado por él mismo”.1 Como ese que se mira molesto al espejo,
y se retrata igualmente molesto, en este nuevo balance historiográfico2 emerge la molestia, aquella de quien se mira al espejo y no puede pintar otra cosa. Entre la imagen y el libro hay una conjunción de elementos; el profesor David Díaz ha empleado la metáfora del espejo para referir a los modos en que hacemos análisis historiográfico de nuestra producción, y su reflejo no es menos ingrato, y el profesor Lowell Gudmunson, además, ha hablado de las metáforas que usan los historiadores: curiosamente, según el historiador alemán Tim B. Müller (2009), una de las metáforas más comunes empleada desde la época de los Annales ha sido la del taller, el taller del historiador, y como Daumier, este libro nos lleva a adentrarnos en ese lugar a veces molesto.
En este comentario se observan primeramente esas formas de hacer historiografía que algunos autores del libro proponen; luego se rescatan algunos aportes valiosos en los balances realizados, sobre todo respecto al ángulo de su mirada historiográfica, y no tanto a los campos temáticos a que refieren, pues en tal caso es mejor hacer de publicista e invitar a conseguir el texto; finalmente, tratando de corresponder a la calidad de esas aproximaciones, se intenta imaginar otros modos de asomarse a las escenas del taller para quizás, al final, y pese a la molestia, poder robar alguna sonrisa.
Formas de hacer historiografía
El libro editado por Díaz, Molina y Viales (2014) contiene, a diferencia de los balances realizados en 1995 y 2002, tres textos que discuten de diversas formas el quehacer historiográfico, no desde sus balances temáticos, sino desde los modos de hacer introspectiva de la disciplina. La primera de esas contribuciones, del profesor Gudmunson, es en parte testimonial por tratarse de uno de esos profesores extranjeros partícipes de la renovación historiográfica; no hay en su escritura el grado de malestar con que recuerda Quesada Monge las vivencias de Tjarks por Costa Rica, lo cual hace pensar en la multiplicidad de experiencias y memorias que tuvo aquel proceso de profesionalización entre maestros y aprendices.
Gudmunson caracteriza parte de la evolución de la llamada “nueva historia” y concluye con las corrientes que hoy actualizan la disciplina en el país. Dos momentos de su abordaje confirman una evolución no lineal de la renovación historiográfica; primero, aquel de ruptura ocasionado por el agotamiento de las revoluciones y las utopías socialistas, lo cual, señala el autor, cierra “una etapa historiográfica” (Díaz-Arias, Molina-Jiménez y Viales-Hurtado, 2014, p. 7), donde se trasladan los intereses de investigación, algo que ha generado algunas reflexiones aisladas (Marín-Hernández, 2006) que esperan ser ponderadas en su conjunto y con un más prolongado recorrido; segundo, el arribo del giro lingüístico y la historia posmoderna al país en la década de 1980 (Díaz-Arias, Molina-Jiménez y Viales-Hurtado, 2014, p. 7).
No hay, sin embargo, una caracterización de ese giro ni de sus alcances en aquella década, pero el autor da elementos para pensar en su probable influencia en el decenio del 90. Gudmunson ha puesto atención en la producción ligada al estudio de las múltiples expresiones político-culturales de la invención de la nación que, dice, mostró mucho talento al emplear metáforas para nombrar sus temas y problemas de estudio —aquí menciona los trabajos de Steven Palmer e Iván Molina— (p. 10). Tal propuesta parece muy sugerente, pues remite a una escritura científica con figuras literarias para comprender la historia, algo empleado igualmente en la historiografía regional y ambiental reseñada en el libro, donde emergen desde coyotes hasta pericos, estragos y repúblicas verdes (p. 19) para retratar los problemas de este interesante y novedoso campo de estudios. El balance de historia ambiental incluido de último en la publicación, le da la razón con esa hermosa metáfora shakespeareana del lobo universal y su apetito por el universo (p. 299); si a esto se suma lo afirmado por Gudmunson sobre la importancia de la literatura en el inicio del estudio de la modernidad en el país y de la intolerancia sufrida por sus mujeres intelectuales (pp. 9, 16), hay entonces elementos suficientes para formular hipótesis distintas a los pronunciamientos de varios historiadores costarricenses entre 2003 y 2006, que salieron en defensa de la historia frente al giro lingüístico y la literatura (Malavassi, 2006; Arias-Mora, 2010). ¿Qué sentido tuvo esa posición de defensa en la evolución de la historiografía local? ¿Era aquel giro un ataque? ¿Cuál fue realmente su alcance en Centroamérica: negaba la violencia político-racial, como en otros lugares se dice que negaba el holocausto judío? Luego de leer las reflexiones de Gudmunson, y si se consideran las diversas experiencias de experimentación estética, refinamiento del estilo e incursión literaria entre algunos historiadores e historiadoras costarricenses (Arias-Mora, 2014), posiblemente la respuesta sea más compleja.
David Díaz Arias formula de manera rigurosa esta inquietud; luego de repasar las distintas formas en que se ha hecho análisis historiográfico en el país, cuestiona que sean ignorados los estudios del historiador estadounidense Hayden White (Díaz-Arias, Molina-Jiménez y Viales-Hurtado, 2014, pp. 103, 116), exponente de aquel giro y precisamente en quien se concentraron las críticas de la defensa de la historia. El propio profesor Díaz Arias dibuja con metáforas su análisis al hacer que su corporación académica “enfrente el espejo” y “descorra el velo” de sus motivaciones ideológicas. El autor va más allá y se adentra en las escenas del taller, allí donde el malestar arruga rostros y lienzos; refiriéndose a los balances colectivos realizados en el país, concluye que los historiadores son poco críticos de su producción, dejan de lado el debate directo y se limitan a hacer resúmenes de trabajo, así como llama la atención sobre “el vacío de exploración de los posibles conflictos… al interior del gremio” (p. 112). De esto exceptúa al profesor José Antonio Fernández, quien planteara en 1995 la necesidad de evaluar a profundidad el proyecto de la llamada nueva historia: su composición social, su nivel de investigación, etc. (p. 117).
Tales interrogantes comienzan a ser retomadas por el profesor Iván Molina en un elaborado estudio, el tercer texto de análisis historiográfico del libro, donde propone que la renovación historiográfica ha sido parcial e incompleta, y la profesionalización ha quedado en un nivel inicial (p. 120), para lo cual emplea una metodología cuantitativa con múltiples indicadores: incorporación profesional de graduados y requisitos de titulación, productividad y tendencias temáticas, redes sociales de apoyo, y composición por edad, etnia, género, grado de formación, origen geográfico, orientaciones teóricas, políticas y sexuales. El perfil que descubre Molina sobre la colocación exitosa de historiadores, según tales datos, remite a cierto conservadurismo cultural y político (p. 137) que permite hacer en este comentario una última observación sobre el giro lingüístico y las motivaciones ideológicas de la historia. Siguiendo el planteamiento de Müller, sobre la constante presencia de metáforas y referentes extra-científicos desde el historicismo hasta Annales, conviene preguntarse si el malestar político e historiográfico manifestado por Quesada al derrumbarse la utopía socialista (1992),3 al que ha dado continuidad en reflexiones sobre la lógica de la nostalgia y lo utópico en la historiografía (2001, 2006), es exclusivo del lamento por el paraíso perdido de la promesa revolucionaria, o si podría extenderse también a una generación historiográfica que ha venido perdiendo paulatinamente su estado de bienestar. ¿Será este uno de los motivos ideológicos profundos, además de melancólico, en la producción intelectual de la historiografía reciente?
Las escenas del taller: balances y horizontes
Como se aclarara al inicio, no es mucho lo que podrá decirse sobre la calidad o justicia de los balances temáticos en historia colonial, económica, social, de género, de la masculinidad y ambiental que incluye el libro, pues en muchos tramos de este ha de admitirse, no sin deleite, la propia ignorancia. La valoración final de los recorridos parece ser, en general, positiva; se percibe cierto nivel de sofisticación teórico-metodológica e interdisciplinaria en la producción de la última década que provoca, en ocasiones, que sea tan difícil ubicar con certeza una investigación en una sola línea precisa de estudios, situación vista aquí como valiosa, al igual que lo hacen Patricia Alvarenga y Carlos Hernández, analistas en el libro de eso tan general que es la historia social.
Extraña que este libro no incluyera balances sobre la historia política y del poder, así como de lo cultural y literario, campos muy productivos en la última década y de los cuales existen algunas discusiones historiográficas.4 Por momentos parece repetirse la dinámica que acusa Díaz Arias de los encuentros anteriores, acerca del plano descriptivo al que se limita el ejercicio historiográfico; pero también hay balances que destacan por su rigurosidad y detalle, como el de Eugenia Rodríguez sobre la historia de las mujeres y del género, pues además de una amplia categorización de temas y problemas, da espacio a los estudios producidos fuera de la academia histórica, ya sea por personas, organizaciones e instituciones, así como a los estudios sobre otros fenómenos que, no obstante, incluyen la variable de género.
Con otro fin, Gertrud Peters y Jorge León han determinado los vínculos y las transformaciones institucionales que se generan alrededor de la historia económica; ambos coinciden, además, en destacar la forma en que la variable ambiental ha enriquecido las preguntas sobre lo económico, por lo cual es grato apreciar que el último capítulo, dedicado a esa historia ambiental evaluada por Patricia Clare, Anthony Goebel y Francesca Rivero, logra una cuidadosa genealogía de esa reciente y fructífera corriente. La aproximación de Mauricio Menjívar a la historia de la masculinidad es similar a la ambiental, en el sentido de que el carácter incipiente del campo motiva a indagar sobre sus múltiples orígenes académicos y sociales; como en el balance de la historia de género, destaca el haber incluido la producción desde otras ciencias sociales sobre lo masculino.
La presencia, no por primera vez, de un reconocido arqueólogo entre historiadores, como lo es Francisco Corrales, deja muchas enseñanzas sobre las formas de hacer historiografía. Muy sugerentes son sus categorías de análisis sobre “comunidades epistémicas” y “colegios invisibles” (p. 28) para comprender las redes, evidentes o no, que constituyen la producción del conocimiento académico; también muestra una arqueología más habituada que la historia a moverse entre espacios transnacionales que diluyen las nociones convencionales de territorio. Esto lleva a reiterar la extrañeza de no ver un balance de la historia literaria en el libro, pues en los últimos años ese campo ha retorcido bastante nuestras concepciones nacionales de la historia y la cultura,5 en tiempos en que la historiografía declara su necesidad de saltar fronteras.
A partir de estas últimas observaciones podrían entonces ensayarse otras formas de retratar(se) (en) las escenas del taller, que quizá posibiliten evitar la repetición, pero no la molestia. Primero, podría ser importante abrir algunas puertas de ese taller, mirar hacia fuera o dejar que otros nos retraten dentro; podría ser de importancia, al momento de pensar lo transnacional o global, empezar por reconocer aquellos trabajos de historiadores e historiadoras locales que han dedicado gran parte de su tiempo a investigar lo sucedido en la historia de otros mundos fuera del nuestro; no son muchos los especialistas, menos aún los observatorios para ello, de allí lo meritorio de ese reconocimiento. Que Lowell Gudmunson encabezara los capítulos de esta publicación es, además, muestra clara de lo relevante que resulta ser evaluado desde otros horizontes académicos,6 algo que podría combinarse con hacer balances temáticos considerando la producción centroamericana sobre problemas similares o vinculantes, o hacer historiografía de los congresos del istmo: lo dicho por Eugenia Rodríguez sobre las mesas de género evidencia que esto es posible y loable.
Segundo, puede ser relevante dejar que otros cambien de pared nuestros espejos; es decir, discutir las formas de interdisciplinariedad del quehacer investigativo, acercando al ejercicio historiográfico a académicos de otros campos que de distintos modos han participado o requerido del saber histórico; el economista y el arqueólogo que participan de este balance demuestran la utilidad de ello, así también podría ponderarse en qué medida se han integrado ciertas categorías (sexualidad, ambiente, espacio, etnia, género, subjetividad) al curso corriente de las investigaciones históricas; de igual manera, puede salirse por la puerta del taller para preguntar cómo han sido y han cambiado las formas de participar en la esfera pública, las experiencias intelectuales, extensionistas, comunales y aplicadas: ¿cómo es la historia fuera de archivos, bibliotecas, salones de clase y textos?7
Finalmente, y en cierto modo vinculado con lo anterior, puede ser relevante echar un vistazo al desarrollo de las formas de militancia, compromiso y distanciamiento, lo cual involucra darle un estatuto de saber a las historias militantes e historias de aficionados, e indagar en los modos en que nos relacionamos, bien o mal, con ellas; esto, claro, nos expone a enfrentar nuestras propias narrativas, nuestras formas de escritura, las cuales, como bien indican los estudiosos de las metáforas, revelan más de lo que dicen (Sarasin, 2003), y allí, justamente, termina este comentario, sospechando que la historia, como un autorretrato furioso, tiene algo de estético…
y como un obituario, algo de existencial.8
NOTAS
1 La imagen “Un français peint par lui-même” (Daumier, 1849) puede descargarse del sitio web de la Biblioteca Nacional de Francia, en Les Galeries Virtuelles de la
Bibliothèque Nationale de France, en: http://expositions.bnf.fr/daumier/grand/078.htm/
2 Este es el tercer balance historiográfico general producido en la academia costarricense; el primero fue realizado en 1995 y publicado en un número especial de la Revista de Historia (1996), y el segundo, Entre dos siglos: la investigación histórica costarricense 1992-2002, por I. Molina-Jiménez, F. Enríquez y J. M. Cerdas (Eds.), 2003, Alajuela: Museo Histórico Cultural Juan Santamaría.
3 Una respuesta de Steven Palmer en: “Comentarios sobre ‘El Paraíso Perdido’ de Rodrigo Quesada M ”, por S. Palmer, Revista de Historia, (2), 179-187.
4 Sobre la historia cultural: (Marín-Hernández, 2006). Sobre la historia política:
La Campaña Nacional (1856-1857): historiografía, literatura y memoria, por I.
Molina-Jiménez y D. Díaz-Arias, 2007, Editorial de la Universidad de Costa Rica.
5 Al momento de realizarse el encuentro que motivó la publicación aquí comentada, en setiembre del 2010, existían dos de los tres números de la colección de Historia de las Literaturas Centroamericanas; véanse Intersecciones y transgresiones: Propuestas para una historiografía literaria en Centroamérica, por W. Mackenbach (Ed.), 2008, Guatemala: F&G Editores; Tensiones de la modernidad: Del modernismo al realismo, por V. Grinberg y R. Roque-Baldovinos (Eds.), 2009, Guatemala: F&G Editores.
6 Otros académicos extranjeros también aportaron testimonios y análisis del medio historiográfico local; véanse Ciencia Social en Costa Rica. Experiencias de vida e investigación, por M. Edelman, F. Lehoucq, S. Palmer y I. Molina-Jiménez, 1998, Heredia: Editorial de la Universidad Nacional-Editorial de la Universidad de Costa Rica.
7 Una aproximación al tema se encuentra en “Historia local: una manera de hacer historia”, pp. 257-276, por F. Enríquez, en Entre dos siglos: la investigación histórica costarricense 1992-2002, por I. Molina-Jiménez, F. Enríquez y J. M. Cerdas (Eds.), 2003, Alajuela: Museo Histórico Cultural Juan Santamaría.
8 Sobre esa dimensión existencial de la historia, véanse Historia e incertidumbre,
V. Acuña, 2007, Editorial de la Universidad de Costa Rica; El conocimiento histórico, pp. 167-180, por H. I. Marrou, 1999, España: Idea Books.
Referencias
Arias-Mora, D. (2010). Historiografía sin camisas de fuerza, o las prácticas del comentar: en torno al libro de Isabel Gamboa Barboza, En el Hospital Psiquiátrico. El sexo como (lo)cura. Istmo, Revista virtual de estudios literarios y culturales centroamericanos, (21). Recuperado de
http://collaborations.denison.edu/istmo/n21/foro/2_arias_dennis_historiografia_form.pdf/
Arias-Mora, D. (2014). La estética historiográfica. Mutaciones en la historia performativa de las mujeres. Comentario a la presentación de la revista Cuadernos Intercambio sobre Centroamérica y el Caribe, 11(1). Universidad de Costa Rica (Inédito).
Díaz-Arias, D., Molina-Jiménez, I. y Viales-Hurtado, R. (Eds.). (2014). La historiografía costarricense en la primera década del siglo XXI: tendencias, avances e innovaciones. Editorial de la
Universidad de Costa Rica.
Malavassi, A. (Ed.) (2006). Historia: ¿ciencia, disciplina social o práctica literaria? Editorial de la Universidad de Costa Rica.
Marín-Hernández, J. J. (2006). La historia cultural entre la utopía y la imaginación. Hacia un proyecto historiográfico. Diálogos, Revista Electrónica de Historia, 6(2), 142-174. Recuperado de
http://dialogos-ojs.historia.ucr.ac.cr/index.php/Dialogos/article/view/174/172/
Molina, I. (2012). Revolucionar el pasado. La historiografía costarricense del siglo XIX al XXI. Costa Rica: Editorial de la Universidad Estatal a Distancia.
Müller, T. B. (2009). Arbeiter und Dichter. Über professionelle, ästhetische und ethische Motive moderner Historiker. En M. Baumeister, M. Föllmer y P. Müller (Eds.), Die Kunst der Geschichte.
Historiographie, Ästhetik, Erzählung (pp. 29-51). Alemania: Vandenhoeck & Ruprecht.
Quesada, R. (1992). El paraíso perdido. Nueva historia y utopía en Costa Rica. Revista de Historia, (26), 187-200.
Quesada, R. (1997). Germán Tjarks (1919-1997): el fundador de la Revista de Historia. ABRA, 18(25-26), 139-144.
Quesada, R. (2001). La lógica de la nostalgia. Historia y cultura en el siglo XX. Diálogos, Revista Electrónica de Historia, 2(2). Recuperado de http://www.redalyc.org/pdf/439/43920201.pdf/
Quesada, R. (2006). Utopía y anarquía en el discurso historiográfico contemporáneo. Escáner Cultural, (82). Recuperado de http://www.escaner.cl/escaner82/perfiles.html/
Sarasin, P. (2003). Geschichtswissenschaft und Discursanalyse. Alemania: Suhrkamp.
Fecha de recepción: 28 de febrero de 2017 • Fecha de aceptación: 28 de febrero de 2017
Dennis Arias Mora • Doctor en Historia por la Universidad Libre de Berlín, Alemania. Profesor en la Escuela de Historia, e investigador en el Centro de Investigación en Identidad y Cultura Latinoamericanas (CIICLA), ambos de la Universidad de Costa Rica. Contacto: dennis.arias@ucr.ac.cr