MORIR POR “ALFERECÍA” EN LA PARROQUIA DE SANTIAGO DE QUERÉTARO, MÉXICO: 1838-1851
Luz María Espinosa Cortés
Liliana Ruiz Arregui
Resumen
El siguiente artículo corresponde a un estudio interdisciplinario en el que participan la Historia y la Salud Pública. Como objetivos principales se pretende dar cuenta de las discusiones entre los médicos occidentales sobre la “alferecía” (enfermedad convulsiva) y su construcción como expresión diagnóstica de causa de muerte infantil; conocer la distribución y estacionalidad de las causas de muerte de los menores de 5 años; y finalmente, conocer la distribución y estacionalidad de los decesos por “alferecía” según grupo etario. Respecto a la metodología seguida, se tiene un análisis histórico y estadístico. Como resultados se obtuvieron datos como los siguientes: de enero de 1838 a diciembre de 1851 se registraron 5,358 decesos de todas las edades: 2,649 (49.3 por ciento) correspondieron al grupo de 0 a 5 años de edad. Se encontró que la disentería fue la primera causa de muerte en niños de 1 a 5 años; y la “alferecía” en menores de un mes. En este segundo grupo el 81 por ciento murió por “alferecía” durante las dos primeras semanas de vida. Al final del artículo se puede ver cómo el porcentaje de decesos de menores de un mes por “alferecía” coincidió con el periodo de incubación de la bacteria Clostridium tetani que es de 3 a 28 días, lo cual demuestra que existió la posibilidad que se debieran al tétanos neonatal o “mal de los siete días”.
Palabras claves: mortalidad infantil, enfoque interdisciplinario, enfermedad del sistema nervioso, distribución por edad, conocimiento.
Fecha de recepción: 1 de agosto de 2017 • Fecha de aceptación: 25 de setiembre de 2017
Luz María Espinosa Cortés • Doctora en Estudios Latinoamericanos e Investigadora en Ciencias Médicas “B”, adscrita al Departamento de Estudios Experimentales y Rurales. Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, México, Ciudad de México. Contacto: luzmac597@yahoo.com.mx
Liliana Ruiz Arregui • Doctora en Ciencias en Salud Púbica, Investigadora en Ciencias Médicas “C” adscrita al Departamento de Vigilancia Epidemiológica. Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, México, Ciudad de México. Contacto: lruizar@hotmail.com
TO DIE OF “ALFERECÍA” AT THE PARISH OF SANTIAGO QUERÉTARO, MÉXICO: 1838-1851
Abstract
This is an interdisciplinary study in History and Public Health, which principal objectives are to present the discussions among Western physicians on “alferecía” (convulsive disease) and its conception as a diagnostic expression as cause of infant death; to establish the distribution and seasonality of the causes of death in children under 5 years of age, and to establish the distribution and seasonality of deaths due to “alferecía”, according to age groups. Regarding the selected methodology, this article was constructed by historical and statistical analysis. The results show information as the following: between January 1838 and December 1851, 5,358 deaths were registered in all age groups: 2,649 (49.3 percent) occurred in the group between 0 and 5 years of age. Dysentery was found to be the first cause of death in children between 1to 5 years of age while “alferecía” was the primary cause in those under a month of age. In this second group, 81 percent died due to “alferecía” in the first two weeks of life. As a conclusion, it is possible to see that the percentage of deaths resulting from “alferecía” in infants under one month coincided with the incubation period of the bacterium Clostridium tetani, 3 to 28 days, and it is probable they were due to neonatal tetanus or ‘seventh day disease´.
Keywords: Child mortality, interdisciplinary approach, nervous system disease, age distribution, knowledge.
Introducción
La “alferecía” en México es una noción que pervive (Vargas, 2012) en la mentalidad de algunos grupos socioculturales, y al igual que en el pasado, la consideran una enfermedad que principalmente afecta a los menores de un mes. El síntoma más importante que reportan los estudios antropológicos de Gómez (1990); Padrón (1956); Módena (1987) citados UNAM (2009); Osorio (2001) y Saldivar y Espinosa (2015), es una especie de convulsión acompañada por otros síntomas como labios y uñas moradas. En la costa Chica de Oaxaca, por ejemplo, esta entidad nosológica es mencionada como uno de los síntomas del llamado “coraje de amor”1 que afecta a niños y niñas (Saldivar y Espinosa, 2015).
Si bien hoy día el concepto de “alferecía” está presente solo en las medicinas tradicionales de México, retrocediendo al siglo XIX se puede encontrar que pertenecía al campo de la medicina occidental. Acerca de la misma discutieron los médicos europeos, aunque tanto la mayoría de ellos como la población hispanoamericana compartían la idea de que se trataba de una enfermedad convulsiva. Un ejemplo de la asociación convulsión-”alferecía” lo da Ledermann (2011), quien encontró que a finales de ese siglo el médico chileno Federico Puga Borne explicó en 1894 que la gente y algunos médicos de su país cultivaban la idea de que toda convulsión era “alferecía”.
El relato del médico chileno hace pensar que posiblemente en algunas regiones geográficas de México como Querétaro, era la misma idea que tenían las madres, parteras y los sacerdotes encargados de los libros de entierros. En su imaginario social, el niño o la niña que moría en medio de posibles convulsiones era porque padecía de “alferecía”, ergo epilepsia si se sigue el criterio de la medicina hipocrática. Bernabeu-Mestre, Fariñas, Sanz, Robles (2003) plantean que con frecuencia la definición de las expresiones diagnósticas de causa de muerte “respondía, supuestamente a criterios de naturaleza sintomática” (p. 181), o en “el síntoma más prominente de la enfermedad o enfermedades” (Bernabeu-Mestre, 1993, p.14). Madres, curas y otros familiares del fallecido no podían distinguir la diferencia,
[…] entre causa inmediata que condujo la muerte, la causas antecedentes
–incluida la causa básica de defunción y otras causas intermedias- y las causas contribuyentes, es decir otras circunstancias que contribuyeron al deceso pero que no están relacionadas con la enfermedad o el problema de salud que la produjo, nos impide conocer, en muchas ocasiones, las circunstancias reales que lo rodearon (Bernabeu-Mestre et al. 2003, p.170).
Así, de acuerdo con lo planteado por Bernabeu-Mestre (1993) y Bernabeu-Mestre et al. (2003), la expresión “murió por alferecía” asentada en los libros de actas de defunción parroquiales de Querétaro encierra varias causas antecedentes y contribuyentes, pero ante la falta de un certificado de defunción emitido por un médico no se pueden conocer. Por otra parte, lo que sí se puede sostener es que los numerosos decesos por “alferecía” en las dos primeras semanas de vida, plantean la posibilidad de que se debieron al temible tétanos que afecta al sistema neurológico. El resto de los decesos pudo deberse a otras infecciones como las gastrointestinales frecuentes todavía en el siglo XIX en México, Latinoamérica y España.
Para realizar este dossier se partió del supuesto de que la salud-enfermedad y las expresiones diagnósticas de causa muerte son construcciones socioculturales flexibles y acomodables a la experiencia vivencial, ideologías y cosmovisiones de los actores sociales que participan en el proceso salud-enfermedad-atención-muerte (Bernabeu-Mestre, 1993; Menéndez, 1994).
El presente trabajo tiene tres propósitos; uno, indagar las discusiones entre los médicos occidentales sobre la “alferecía” y su construcción como expresión diagnóstica de causa de muerte infantil en el saber lego; dos, conocer la distribución y estacionalidad de las principales causas de muerte del grupo etario menor de 5 años; y tres, explorar la distribución y estacionalidad de los decesos a causa de la “alferecía” por grupo etario en un período de 14 años.
Para acercarse a la comprensión de la “alferecía” como enfermedad y causa de muerte desde los ámbitos médicos de la época y del sentido común, se plantean las siguientes preguntas: ¿Cómo los médicos ingleses, franceses e hispanos del siglo XIX explicaban la “alferecía”?; ¿Las defunciones por “alferecía” fueron por epilepsia, o por otros padecimientos que también tienen como síntoma a las convulsiones?; ¿Qué relación tenía la “alferecía” con otras enfermedades de la niñez?; ¿Qué relación tuvo la “alferecía” con el “mal de los siete días” o trismus neonatorum?; ¿Qué lugar ocupó la “alferecía” entre las principales causas de muerte infantil en la parroquia de Santiago Querétaro?
Estado del arte: literatura médica y diario de viajes de los siglos XVIII y XIX
“Alferecía”: explicaciones desde el saber médico y el saber lego
El término “alferecía” era considerado por la medicina hipocrática como expresión vulgar que hacía referencia a la epilepsia en los niños (Rodríguez, 1764, p.135). En el Aforismo XXXIV de Hipócrates (1699 a.C.) se decía que la epilepsia la padecían principalmente los niños debido a que:
[…] tienen más disposiciones respecto de que en ellos abunda la humedad excrementicia, tienen el cerebro débil, el qual, por su ternura, con facilidad recibe excrementos que le obstruyan, y por la debilidad de la facultad expultriz, dificultosamente expelen lo nocivo. También combate más frecuentemente a las mujeres, que a los varones, por ser más húmedo el temperamento, y más semejante al de los niños: quando en la niñez acontece, se llama en vulgar, “alferecía”; quando en la edad adulta mal del corazón, o gota coral; en las mujeres desmayo […] (p.41)
En la edad moderna los facultativos occidentales, especialmente españoles e hispanoamericanos, utilizaron con frecuencia el término de “alferecía” en lugar de epilepsia, que en griego significa convulsión (Escobar, 2004). Desde la lectura del sentido común toda convulsión era “alferecía” (Venegas, 1788), y así fue como el Diccionario de la Lengua Castellana la definió en su edición de 1726:
[…] la primera especie de enfermedades convulsivas, que consiste en una lesión y perturbación de las acciones animales en todo el cuerpo, ó en algunas partes, con varios accidentes: como son apretar y rechinar los dientes, echar espumarajos por la boca, y ordinariamente con contracción del dedo pulgar (p.198).
Casi cincuenta años más tarde, el Diccionario de la Real Academia Española (1770) definió a la “alferecía” como enfermedad convulsiva. En esta ocasión sus signos fueron omitidos, no obstante, apareció la aclaración de que era “más frecuente en los niños” (p. 163). Como enfermedad de niños, el doctor Rubio (1774) advirtió de “las señales antecedentes de convulsión” diciendo lo siguiente:
Quando en los ni ños es tanta la restricción de vientre que no deponen nada, y no puede hacer sueño alguno, y mudan de colores, ya se ponen pálidos, yá encendidos, yá aplomados, ya están continuamente llorando, ó con quexido, es muestra sin duda que les dará alpherecia (pp.109-110)
Mientras en España y Latinoamérica los médicos asociaban la “alferecía” con las convulsiones (Puga, 1894 citado por Ledermann, 2011, p. 599) y algunos la consideraban acompañante del “mal de los siete días” o tétanos neonatal porque uno de sus síntomas son los “movimientos convulsivos” (De la Sagra, 1831), en Inglaterra y Francia los galenos Boissier (1768); Buchan ([1769], 1792); Cullen ([1799], 1800); Tissot (1795) y Barrier, (1843) avanzaban en la redefinición del término, tipificaban las convulsiones y las diferenciaban por causa, sexo y edad.
Boissier (1768), médico francés, enumeró 2400 enfermedades y sus síntomas en su libro Nosologie méthodique sistens morborum classes, juxta Sydenhami mentem & botanicorum ordinem. En dicho libro utilizó el término de eclampsia en los niños para designar una convulsión aguda en lugar de los términos epilepsia o “alferecía” (Lindheimer, Taylor, Roberts, Cunningham y Chesley, 2015, p. 78). Entre las eclampsias en los niños mencionó las verminosas, por fiebres, por dentición y por otras causas (Boissier, 1768, pp.569-577). En la larga lista de eclampsias también aparece la eclampsia de las mujeres parturientas.
Buchan ([1769] 1792), médico escoses, habló en el capítulo XIII “de las convulsiones, ó accidentes de “alferecía” en los niños” e hizo hincapié de que morían más niños de convulsiones que de cualquier otra enfermedad (p.200). En este capítulo clasificó los accidentes de “alferecía” o convulsiones en: sintomáticas y “primitiva” o esenciales. Para este médico, las diferencias se debían a que las convulsiones “primitivas” o esenciales se derivaban de los humores del cerebro por lo que los niños eran más propensos a padecer de epilepsia o pesadillas (pp. 201-203),
no así las convulsiones sintomáticas que de acuerdo a lo que había observado, tenían varias causas, entre ellas:
[…] por la dentadura, la ropa demasiado apretada, o por la aproximación de la viruela, sarampión y otras enfermedades eruptivas. El estreñimiento, los retortijones, las violentas pasiones del ama de leche, como v.g. la cólera, la alegría excesiva, la repercusión de una erupción, las lombrices, los parasismos de calenturas intermitentes, la piedra en la vejiga, las drogas cálidas, como v.g., la triaca, el diascordio, opio, del que con demasiada frecuencia hacen abuso las malas amas de leche y en general las mercenarias, el mal venéreo, la diarrea, el vómito, que son tantas causas que pueden ocasionar convulsiones en los niños (Buchan, [1769], 1792, p.200).
Tissot ([1761], 1795), médico inglés, describió en su texto Aviso al pueblo acerca de su salud o tratado de las enfermedades más frecuentes de las gentes del campo, las convulsiones agudas de “alferecía”, su tratamiento y prevención, además de otras enfermedades como la viruela y la forma de inoculación. Por su parte Cullen ([1799], 1800) citado por Lindheimer et al. (2015), médico escoses, no utilizó en su libro publicado en 1800 el concepto de “alferecía” sino el concepto de epilepsia al que subdividió en epilepsia cerebralis, epilepsia sympathica y epilepsia ocasionalis. En el último tipo de epilepsia agrupó las eclampsias siguiendo la propuesta de Boissier de Sauvages, las que clasificó en eclampsia verminosa y eclampsia doliribus: por dentición y crudeza en el estómago (eclampsia de saburra o empacho), además de la eclampsia parturientium, (Cullen, 1800, p. 115-116).
Barrier, médico francés, se preocupó por identificar y describir las enfermedades infantiles en su trabajo Tratado Práctico de las enfermedades de los niños, ([1842], 1843), quien apoyándose en Cullen ([1799], 1800), planteó en su libro que la epilepsia o “alferecía” era distinta a la eclampsia, pues la primera se presentaba en edades mayores, además de caracterizarse por:
[…] la inteligencia, la sensibilidad y la locomoción se hallan alteradas primitivas y simultáneamente: al paso que en la 2ª (eclampsia), la abolición del conocimiento y de la sensibilidad sobreviene como efecto de un grado mayor de la inervación locomotriz (p. 376).
Según Barrier, en la eclampsia las causas de las afecciones convulsivas eran varias, por ejemplo: indigestión, excesivo calor, erupción de los primeros dientes que produce irritación nerviosa, lombrices intestinales y calenturas, entre otras. En sus propias palabras:
En los niños en general ofrece poca dificultad: no puede confundirse la eclampsia con las convulsiones tónicas ni la corea [ mal de san vito aclaración nuestra] en vista de los caracteres de estas enfermedades que tenemos indicados; la catalepsia se diferencia también con mucha facilidad, y la hidrofobia, cuya distinción sería en ciertos casos más difícil en los niños muy pequeños, por fortuna es una afección rara; y muy regularmente la hacen conocer las circunstancias conmemorativas, cuando se trata de la hidrofobia virulenta. En ciertos casos puede confundirse con la epilepsia cuando es intensa y vá acompañada de la abolición completa de las capacidades intelectuales y sensoriales; pero puede decirse con los Sres. Brachet y Gendrin que en la epilepsia la invasión es más pronta, las convulsiones van acompañadas de mayor rijidez, el espumarajo de la boca es constante, el ataque generalmente dura menos, y cuando cesa el enfermo presenta un estado de estupor más manifiesto; pero estas diferencia no son siempre tan marcadas que no puedan dar lugar á dudas y equivocaciones, y entonces deben investigarse los antecedentes del enfermo: si ha tenido otros ataques en los cuales no había perdido el conocimiento, se ha declarado el paroxismo bajo la influencia de una causa apreciable y los padres no son epilépticos puede admitirse la existencia de la eclampsia […]. Conviene la distinción de estas enfermedades, pues en ellas es diferente el pronóstico y el tratamiento; pero lo que importa más es el conocimiento exacto de la naturaleza y causa de las convulsiones (p.389-390).
Mientras los médicos de Europa del Norte desde el siglo XVIII planteaban que las convulsiones en los niños se debían a causas diversas; madres, parteras y hasta los curas cultivaban la idea de que si el neonato (0 a 28 días) y los niños de un mes a siete años morían en medio de una crisis convulsiva, la explicación estaba en la “alferecía” y así era asentada como causa de muerte en los libros de entierro parroquiales.
“Alferecía” acompañante del “mal de los siete días” o trismus neonatorum
Algunas veces los conceptos de “mal de los siete días” y “alferecía” eran utilizados como sinónimos. En América este “mal”, tan temido por funcionarios, médicos y población en general porque cobraba la vida de cientos de neonatos (0-28 días), tomó nombres distintos. En Argentina se le conoció como pasmo (Di Liscia, 2002); en México recibió el nombre de mocesuelo o morcesuelo, “alferecía” y convulsión, y en los países de habla inglesa se llamó «jaw fall» o trismus nascentium o trismus neonatorum2 (Cerrada, 1976, p. 963). Ulloa (1772) y De la Sagra (1831) lo consideraron como mal endémico de las regiones tropicales de América. Por ejemplo, Ulloa dijo en su obra Noticias Americanas (1772), que este mal se acompañaba de la “alferecía”:
El mal que llaman de siete días en las criaturas recién nacidas, es generalmente en ambas Américas, y no menos peligroso en la parte alta, que en la baja: muchos de los que nacen perecen con él, y sin tener antecedentes para sospecharlo, hallándose al parecer sanos y robustos, les sobreviene acompañado de “alferecía”: es muy raro el que escapa si llega a darle. Aunque en Europa se conoce igualmente, no es tan general, ni tan grave como en aquellas partes, y por eso acostumbran, resguardarlos del viento, hasta que pase aquel término, fuera del cual quedan libres: de aquí viene, que le llamen «de siete días, porque dura el peligro este tiempo (p. 205).
Por su parte, De la Sagra (1831) dijo, refiriéndose a los niños de Cuba, que el tétanos (trimus mascentium):
[…] llamado vulgarmente mal de los siete días, ocasiona esta gran mortandad de niños en los primeros días de la vida, mortandad mucho mayor en los de color, por el abandono general con que son criados y el poco cuidado de no exponerlo á las repentinas variaciones de la atmósfera (p. 56).
Todavía bajo la influencia de la medicina hipocrática, para Ulloa (1772), De la Sagra (1831), Woodworth (1831), Parish (1839) y otros contemporáneos, el clima y la humedad eran una de las varias causas que provocaban este “mal”. En Río de la Plata, Parish (1839) expuso que desde sus observaciones, este mal se presentaba con frecuencia entre los recién nacidos de las clases bajas. Esto por el descuido de las madres, ya que a pocos días de haber dado a luz, regresaban a trabajar como era el caso de las lavanderas:
The native practitioners attribute its frequent occurrence to some peculiarity in the atmosphere acting upon the system in a manner they are as yet unable to explain. Under the name of the “mal de los siete días” (the seven days’ sickness), a vast number of children are carried off by it in the first week of their existence; but, as this mortality is principally limited to the lower orders, its perhaps in most cases be traced to mismanagement and neglect. With us, the long confinement of the mother ensures the same care of infant in the first week of its life; but in a country where the mother leaves her bed in two or three days to return to her work, the child must often be neglect (p. 52).
Otra explicación lógica de esta enfermedad, desde el punto de vista de Parish (1839), dice Di Liscia (2002), estaba en el aire (húmedo y frío) y en el uso de agua fría para bautizar a los “infantes”, que:
[…] provocaban un desequilibrio severo en los infantes causándoles directamente el pasmo. Por lo cual, una circular ordenaba a los párrocos que no utilizasen más que agua bendita tibia o bien que no se bautizara a los niños hasta el octavo día, una vez pasado el peligro (p. 161).
Por su parte, Woodworth (1831), médico en Kingston, Mississipi, señaló en su artículo publicado por Boston Medical and Sugical Journal que este “mal” prevalecía en algunos lugares del Sur de Estados Unidos y afectaba más a los niños negros de las plantaciones. Señaló varias causas entre las que estaban el frio y el aire:
Trismus nacentium is a disease which prevails extensively through-out some portions of the Southern United States. Its ravages are exclusively confined to those infants who have just passed threshold of life. It prevails mostly among black children, though white children occasionally attacked whit it…Its cause have been ascribed:
1st. The cold
2st. The smoke
3st. To retention of the meconium
4st. To confined air
5st. To dividing the funis umbilicalis in an improper manner
6st. To the ulceration which succeeds the falling off of the funis
7st. To irritation in the intestinal canal (p. 277)
De la Sagra (1828) aclaró que además del clima existían otras condiciones como la falta de aseo del cordón umbilical:
Sus causas más frecuentes son las repentinas mutaciones atmosféricas del clima, los vientos acanalados por la mala disposición de las casas, el poco aseo, la falta de cuidados en la curación del ombligo y principalmente la ulceración de este ocasionada por la caída demasiado pronta de la ligadura, la cual se observa por lo general a los cuatro o cinco días, ó hablando con más rigor cuando se deseca la linfa de Warthon (p. 27).
Acerca de la caída del cordón umbilical antes de los ocho días, Cerrada (1976) recogió en su artículo el relato de José Celestino de Mutis, médico español. En el Diario de observaciones (1793), Mutis describió la patología del “mal de los siete días” a partir de las narraciones de Juana de Mier, protomédica en Mompox, Colombia:
Deciame que en unos niños aparece el mal a los 4 días, en otros a los 7, y en otros a los 11 y en adelante, rara vez, conjeturando que cuando más tarde aparece el mal, tanto mayor esperanza queda de su vida, pero en aquellos en que se nota hacia los primeros días después de nacidos, ninguno escapa. Comienzan a llorar los niños inoportunamente, se les traban las quijadas de modo que no pueden abrir la boca para tomar el pecho: se encienden en una violenta calentura, se les agranuja el cutis de la frente y mueren haciendo unos violentísimos esfuerzos. Quedan después de muertos todos moreteados. Por esta relación conocí, desde la vez pasada, que el mal llamado comunmente «de siete días», era una verdadera convulsión. Pero ciertamente que ignoraba la causa de un mal endémico, y no veía el menor rastro de donde inferir cual fuese la causa. Pero en esta última vez, atendiendo repetidas veces a la relación, le oí proferir a esta señora que se tenía medio observado que todos aquellos niños a quienes se les caía más prontamente el ombligo estaban más dispuestos a ser acometidos por este mal. Fué tanta la impresión que me hizo esta especie, que al momento le suplique me infórmase que método tenían las parteras en hacer la ligadura del ombligo. Hízolo con individualidad, refiriéndose que la partera, para hacer esta operación, tomaba el cordón y reintroducía, con repetidas expresiones, hechas con los dos dedos de la mano derecha, la sangre en él contenida llevándola desde la placenta hasta el ombligo. Después ataba tres dedos cumplidos, más arriba de su origen, con un hilo tosco, las más veces redondo y fuertemente ligado, para cortar a otra casi igual distancia, con unas tijeras rudas, el cordón. Este pedazo, que debe separarse, envolvían con azufre, el cual cauterizaban con una cuchara o hierro caliente, y a veces, hecho ascuas; poniéndole después unos polvos de que no me acuerdo. Quede abismado al oir tal relación y se me puso en la cabeza que no podía tener la convulsión otro origen que esta barbara ligadura... Parecióme también que no sin fundamento caía más prontamente el ombligo en los que bien prontamente les acometía el mal; siendo efecto de una, fortísima compresión, y por consiguiente más activa la causa del mal (p. 965).
Ni el clima, ni el bautizo antes de la caída del cordón umbilical eran causas per se, sino la contaminación de la herida umbilical u otra producida en el feto durante o inmediatamente después del parto (Almirón, Flores, González y Horrisberger, 2005) por las esporas de Clostridium tetani, descubiertas en 1884 por el bacteriólogo alemán Arthur Nicolaier. En el siglo XIX el médico Mañé (2009) expuso en su trabajo, refiriéndose a las costumbres de tratamiento del cordón umbilical, que:
La puerta de entrada del mal es casi siempre la cicatriz del cordón umbilical. Las conductas frente al cordón y la cicatriz umbilical han sido tan variadas como peligrosamente agresivas. Van desde ponerle un paño embebido en orina, una tela de araña, materias fecales hasta emplastos de diferentes sustancias o alimentos, etcétera (p.134).
Los actuales estudios muestran que el hábitat natural de esta bacteria “es el suelo, pero también está en las heces de animales domésticos y seres humanos” (Cook, Protheroe y Handel, 2001, pp. 477-480). Acerca del tiempo de incubación del Clostridium tetani, los especialistas afirmaron en su trabajo que se ubica entre los 3 y los 28 primeros días después del nacimiento (Quddus, Luby, Rahbar, Pervaiz, 2002, p. 649). Mañé (2009) señala que: “La edad de presentación clínica es entre los 4 y 20 días nacidos (promedio 9-15 días)” (p. 135).
“Alferecía” en niños mayores de un mes.
Mientras la muerte de neonatos por “alferecía” pudo deberse sobre todo al tétanos neonatal, en los niños mayores las causas pudieron ser diversas. La revisión bibliográfica (tratados médicos, diarios de viajeros) mostró que las convulsiones no solo se debían a la “alferecía” o epilepsia, sino también a otras afecciones como las fiebres altas, al tétanos neonatal, suministro de opio comúnmente utilizado por las madres y nodrizas para que el bebé durmiera y no molestara, por la meningitis o la salida de dientes, a las lombrices y otras causas como expresaron Buchan (1792) y Barrier (1843). Sin embargo, en la mentalidad colectiva toda convulsión era “alferecía”. Madres, parteras, certificador civil, cura y algunos médicos, hacían uso indiscriminado del término.
Para ilustrar la asociación de la “alferecía” con las convulsiones, citamos a Federico Puga Borne, médico chileno, quien expuso en la Séance generale du 5 novembre 1894 de la Société Scientifique du Chili (Ledermann, 2011) que en su país: «era muy frecuente oír a la jente del pueblo hablar de “alferecía”; pero, según entiendo, dan a este nombre a toda afección convulsiva de los niños» (Ledermann, 2011, p. 599). Es probable que en distintas regiones de México (como Querétaro), sucedió lo mismo que en Chile: la “alferecía” era definida por como expresión diagnostica de causa de muerte a partir de las convulsiones.
Método y materiales
Este trabajo se derivó del proyecto Estudio Interdisciplinario sobre Enfermedad, Alimentación y Políticas Sanitarias de ayer y hoy en Querétaro, Mérida y Chiapas”, Ref. 1867. Se recurrió a dos métodos: análisis histórico y análisis estadístico. El análisis histórico de los datos se apoyó en la heurística que se refiere a la búsqueda de fuentes, y la hermenéutica o interpretación del contenido exacto y sentido del texto (Cardoso, 2000, p.145-146), lo que permitió llegar a consideraciones generales a través de la síntesis.
Para el análisis estadístico se recurrió a los archivos parroquiales microfilmados y digitalizados por FamilySearch.org., los que se dividen en tres series de libros: casamientos, entierros y bautizos. Para el presente estudio se revisaron, transcribieron y paleografiaron los libros de las partidas de defunción de la parroquia de Santiago Querétaro de 1838 a 1851. Respecto a los libros consultados, estos fueron: de 1825 a 1840 (imágenes 551-682); libro del 28 de mayo de 1840 al 26 junio de 1847 (imágenes 1-447); libro del 27 de junio 1847 al 31 de diciembre 1851 (imágenes 1-348). Por su parte, las anotaciones de las partidas las firmaron los párrocos: José Miguel Zurita (1838 a 1846); y el párroco L. José M. Ochoa (junio 1847 a diciembre de 1851).
Con la información obtenida se construyó una base de datos con las variables disponibles en los registros parroquiales (edad, sexo, oficio, causa de muerte, estado civil). Fue así como se obtuvieron frecuencias y proporciones de las defunciones por grupos de edad y de acuerdo al año y mes en que ocurrió la defunción (estacionalidad). Por otro lado, las figuras de las principales causas de defunción por grupos de edad se construyeron de la siguiente manera: menores de 5 años, menores de 1 año y menores de un mes; lo anterior haciendo uso de los paquetes Excel-2007 y SPSS-21.
También las principales causas de muerte se tipificaron con base en Mckeown, citado por Bernabeu-Mestre, Fariñas, Sanz Gimeno y Robles (2003); no se usó la Clasificación de Bertillon porque, de acuerdo con Sanz y Fariñas (2002), “utiliza esencialmente un criterio anatómico para agrupar las enfermedades, haciendo mucho más difícil la posibilidad de identificar los factores determinantes de la mortalidad infantil y juvenil” (p. 148).
Contexto del lugar de estudio
Nota: elaboración propia con base en datos contenidos en Del Raso, Notas Estadísticas del Departamento
de Querétaro, 1848.
Querétaro se ubica en el centro de la República Mexicana. A principios del siglo XIX lo integraron los distritos de Querétaro, San Juan del Río, Cadereyta, Tolimán, Jalpam y Amealco (Del Raso, 1845, p. 2). En el medio rural la principal actividad económica era la agricultura y ganadería. En la ciudad fueron la agricultura realizada en los alrededores, el comercio, los obrajes y los servicios. En cuanto al clima, Del Raso (1845) señaló en su informe Notas Estadísticas del Departamento de Querétaro (presentado en abril de 1845 ante la Asamblea Constitucional), que la Ciudad de Santiago era de clima templado; Amealco muy frío y Tolimán cálido (p. 103). También abordó el tema de la estructura de la población en 1844 que todavía para esos años estaba jerarquizada, a pesar de que constitucionalmente se habían eliminado las castas. Según el autor, la ciudad se integraba por el 20 por ciento
(36 mil) de españoles, criollos o europeos; el 50 por ciento (90,080) por indígenas y el 30 por ciento (4,049) por castas (p. 112); además en su informe registró 36 oficios entre ellos: trabajadores domésticos (4466); vineros (500), arrieros (500), zapateros (416), vendimieros (300), alhamíes (280), hortelanos (250), sastres (220), carpinteros (150), sombreros (140); el resto eran menores a cien (p. 68).
En otra parte de su trabajo, Del Raso recogió datos sobre el total de población desde fines del siglo XVIII hasta 1845 (tabla 1), e identificó los años calamitosos en los que hubo epidemias, hambre, crisis económica, muerte, migraciones, las cuales desde su punto de vista, contribuyeron al despoblamiento de Querétaro (p. 107). También señaló que en 1813 se presentó la epidemia de fiebre amarilla, que en 1821 hubo varias epidemias, hambre, cierre de obrajes, alistamiento para las milicias, muerte de 15,000 personas, migración y guerras por ejemplo de los Pasteles en 1838 (p. 98). Además,1833 y 1850 fueron los años de la epidemia del cólera que recorrió el territorio mexicano y varios países de América. Sobre esta epidemia, Martínez (1992) dice que llegó a Tampico y “[…] llegó posteriormente a San Luis Potosí y luego alcanzó Guanajuato. En el mes de julio de 1833, Querétaro había sido infestado a causa de la llegada de algunos sobrevivientes de la Hacienda del Jaral” (p. 38). En 1851, el cólera regresó.
Mortalidad
Tipología de las causas de muerte
La revisión de los libros de enterramiento de la parroquia de Santiago del siglo XIX permitió conocer las principales causas de muerte de la población menor de cinco años de edad. En la tabla 2 se agruparon las expresiones diagnósticas de causas de muerte. La agrupación se basó en la Clasificación de las Enfermedades de T. Mckeown que aparece en Bernabeu-Mestre Fariñas, Sanz y Robles (2003). Conviene aclarar que en la Nomenclatura de Jacques Bertillon (1900), antecedente de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE), no aparece el término de “alferecía”, solo se encontró el término “convulsiones de los niños”, además de eclampsia (no puerperal), tétanos y otras en el apartado
II. Enfermedades del sistema nervioso y de los órganos de los sentidos (p.13).
Principales causas de muerte por año en que ocurrió la defunción
De los 14 años revisados (enero de 1838 a diciembre de 1851) se obtuvo el registro de 5,358 decesos de todas las edades, de los que 2,649 (49.3%) correspondieron al grupo de 0 a 5 años de edad (1359 hombres y 1281 mujeres). De éstos últimos, 1535 pertenecieron al grupo de 2 a 5 años; 680 al de 1 a 11 meses y 424 al de menos de un mes de nacidos.
De manera general, en niños menores de 5 años la disentería (enfermedad infecciosa gastrointestinal) es la primera causa de muerte, mientras que la “alferecía” se ubica en segundo lugar. Por su parte, en los niños menores de un mes, la causa más importante de defunción es la “alferecía” que representa el 42.4 por ciento del total de muertes en el grupo de edad. Cabe resaltar que dentro del grupo de menores de un mes, el 81 por ciento de los fallecimientos ocurren dentro de las dos primeras semanas.
La figura 1 muestra las seis principales causas de defunción en niños menores de 5 años. Resalta en este grupo la importancia de las enfermedades gastrointestinales, seguramente relacionadas con la introducción de alimentos sólidos y las condiciones de higiene prevalentes. De todas las causas de muerte, en este grupo la disentería es la que ocupa el primer lugar a lo largo del periodo estudiado, excepto en 1840, año en el que se presenta un brote de viruela. Asimismo, el porcentaje más alto de disentería se observa en 1847 con el 56.80 por ciento de todas las defunciones. En segundo lugar están las muertes por “alferecía”, las que presentan importantes fluctuaciones al inicio del periodo (de 1838 a 1844) y se estabilizan a partir de 1844. También cabe resaltar que en 1842 y 1847 cuando la disentería cobra más muertes, la “alferecía” disminuye. Los porcentajes de muerte por tos se mantuvieron estables con dos repuntes en 1842 y 1848. A excepción de la viruela, el resto de las causas presentadas se mantienen estables a lo largo del periodo.
Figura 1. Principales causas de la de defunción de niños menores de 5 años. Parroquia de Santiago de Querétaro, México 1838-1851. Elaboración propia con datos de Familysearch. México, Querétaro, registros parroquiales, 1590-1970. Ciudad de Querétaro. Parroquia Santiago. Defunciones, libros de 1825 a 1851.
En la figura 2 se observa que en el grupo de menores de un año la “alferecía” se sitúa como la primera causa de defunción durante casi todo el periodo, a excepción del año de 1840 cuando se presenta el brote de viruela, y de los años de 1841 y 1847 con el repunte de la disentería, enfermedad infecciosa gastrointestinal.
Figura 2. Principales causas de la de defunción de niños menores de 1 año. Parroquia de Santiago de Querétaro, México 1838-1851. Elaboración propia con datos de Familysearch. México, Querétaro, registros parroquiales, 1590-1970. Ciudad de Querétaro. Parroquia Santiago. Defunciones, libros de 1825 a 1851.
Acotando más, se observa que en los menores de un mes (figura 3) la “alferecía”, como causa definida, se sitúa en primer lugar durante todo el periodo y representa en promedio casi la mitad de los fallecimientos. Por otra parte, es importante resaltar que en este grupo, un alto porcentaje de los fallecimientos (aproximadamente 30 por ciento en promedio durante el periodo) se reportan como causas desconocidas o que no están definidas como enfermedades específicas bajo los términos de “enfermedad interior”, “murió al nacer” o “mal nacido”. La disentería, la tos y la fiebre también están dentro de las primeras cinco causas en este grupo aunque con cifras mucho más bajas (3.5 por ciento, 3.6 por ciento y 1.85 por ciento en promedio del periodo, respectivamente).
Principales causas de muerte por mes en que ocurrió la defunción
La figura 4 muestra el comportamiento de las seis principales causas de muerte en menores de 5 años según mes de ocurrencia. Se puede observar que no todas las causas de muerte tienen relación con un mes o estación del año, tal es el caso de la fiebre, el empacho y la tos que se mantienen estables a lo largo del año, mientras que los padecimientos como la disentería fluctúan de manera importante. La disentería y otras enfermedades gastrointestinales se incrementan durante la primavera y el verano debido al aumento de la temperatura y la humedad, llegando a su punto más alto en julio con el 53.70%. En el caso de la “alferecía” se nota un ligero aumento de decesos en los meses de septiembre a febrero (otoño e invierno), con su punto más alto en octubre y noviembre. La viruela es un caso especial ya que fue un solo brote en 1840 y se presentó durante los meses de febrero a abril.
Figura 3. Principales causas de la de defunción de niños menores de 1 mes. Parroquia de Santiago de Querétaro, México 1838-1851. Elaboración propia con datos de Familysearch. México, Querétaro, registros parroquiales, 1590-1970. Ciudad de Querétaro. Parroquia Santiago. Defunciones, libros de 1825 a 1851.
Figura 4. Principales causas de la de defunción de niños menores de 5 años según mes del fallecimiento. Parroquia de Santiago de Querétaro, México 1838-1851. Elaboración propia con datos de Familysearch. México, Querétaro, registros parroquiales, 1590-1970. Ciudad de Querétaro. Parroquia Santiago. Defunciones, libros de 1825 a 1851.
Figura 5. Principales causas de la de defunción de niños menores de 1 año según mes del fallecimiento. Parroquia de Santiago de Querétaro, México 1838-1851. Elaboración propia con datos de Familysearch. México, Querétaro, registros parroquiales, 1590-1970. Ciudad de Querétaro. Parroquia Santiago. Defunciones, libros de 1825 a 1851.
La figura 5 muestra las seis principales causas de muerte en niños menores de un año. En este grupo, la “alferecía” es la principal causa de muerte y su fluctuación a lo largo del año es más marcada. Se observa un aumento en las defunciones de agosto a febrero que abarca las estaciones de otoño e invierno. La disentería y la viruela presentan la misma tendencia en los niños menores de 5 años.
La figura 6 muestra los resultados de los niños menores de 1 año. En este grupo, la “alferecía” se mantiene como primera causa de defunción la mayor parte del año, excepto de marzo a mayo, en agosto y en diciembre, lo que coincide con el aumento de enfermedades o causas no definidas. La disentería disminuye su relevancia en éste grupo de edad y la mitad del año (de diciembre a abril) prácticamente no representa una causa de muerte; aparece de mayo a noviembre con un porcentaje que apenas rebasa los 10 puntos. Por su parte, la tos se incrementa ligeramente de febrero a abril y en agosto. La fiebre no presenta variaciones según la época del año.
A manera de conclusiones
El presente trabajo muestra que todavía en el siglo XIX, no todas las expresiones asentadas en los libros de defunción parroquiales y civiles eran formuladas “con criterios estrictamente científicos” o médicos, aunque la mayoría eran “sedimento terminológico resultante de la difusión social de conocimientos científico-médicos procedentes de distintas épocas, sistemas y escuelas” (Bernabeu-Mestre, 1993,
p. 14). Los datos eran proporcionados por los familiares del difunto porque no existía un médico que certificara la causa de defunción. Además. la expresión diagnóstica de la causa de muerte con frecuencia provenía del sentido común o conocimiento lego. Una de estas expresiones es la “alferecía” que se asoció a las convulsiones, las cuales podían deberse a distintas causas o afecciones, por ejemplo en los niños, al tétanos neonatal conocido como mal de los siete días y que cobró muchas vidas, sin embargo ni uno ni otro apareció en los registros de defunción de la parroquia de Santiago Querétaro. No obstante, a la ausencia de estos dos términos, es posible que los decesos de neonatos ocurridos durante las dos primeras semanas de vida se debieran al tétanos porque coincide con el tiempo de incubación de la bacteria Clostridium tetani. En resumen:
Figura 6. Principales causas de la de defunción de niños menores de 1 mes según mes del fallecimiento. Parroquia de Santiago de Querétaro, México 1838-1851. Elaboración propia con datos de Familysearch. México, Querétaro, registros parroquiales, 1590-1970. Ciudad de Querétaro. Parroquia Santiago. Defunciones, libros de 1825 a 1851.
*Nota: Es la suma de “murió de enfermedad o mal no conociodo”; “murió al nacer”; “murió por mal nacido”; “murió por enfermedad del interior” y “otras”.
1 En niños menores de un año, la “alferecía” apareció como primera causa de muerte, y de este grupo, el mayor porcentaje de decesos ocurrieron durante las primeras semanas de vida.
2 En niños de 1-5 años de edad, la “alferecía” apareció como segunda causa de muerte ocupando la disentería el primer lugar como causa de defunción. Es posible que esto se debiera al hecho de que en estas edades los niños ya consumen alimentos diferentes a la leche, por tanto estaban más expuestos a las condiciones insalubres del agua y del medio ambiente que los rodeaba.
Notas
1 Se trata de una nosología del orden tradicional que se ubica en el campo de las emociones. Para las curadoras, madres y abuelas de esta región, esta nosología del orden tradicional, evidencia el maltrato de las mujeres por parte de sus parejas. Para las curadoras, madres y abuelas como enfermedad infantil se trata de un “mal aire” que entró al cuerpo de los niños y las niñas que se produjo por la emanación de las emociones y los sentimientos de desplacer de los adultos.
2 Cerrada Bravo (1976) en su artículo recoge otras formas de nombrarlo. En náhuatl: “Ni, cecepoua, vapauiztli notech motlalia derivado del verbo: cecepoua, entumecerse el cuerpo; vapauiztli, que significa: pasmo o envaramiento; motlali, el que está sentado y natech, que significa: de mí o en mí; es decir: pasmo o entumecimiento, con envaramiento o inmovilidad de mi cuerpo. Vapaua, ni, significa también, encogimiento de nervios, o dolor de quijada (quizás referente al trismus)” (p. 963).
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