De ciudadanos a nación, la historia invertida. Cuba: diferencias y afinidades con las formaciones nacionales latinoamericanas en el siglo XIX.

Antonio Álvarez Pitaluga

Resumen

El artículo pretende explicar cómo y por qué la formación de la nacionalidad y la nación en la mayor isla del Caribe ocurrió de manera contrapuesta a la mayoría de los países de América Latina. La etapa escogida va desde el surgimiento de la plantación esclavista en Cuba, pasando por las independencias latinoamericanas, hasta el final de la formación de los estados nacionales en el continente y final del siglo XIX, es decir, de 1790-1898. A través de los principales acontecimientos y hechos que explican el fenómeno mencionado, se ofrecen algunas claves interpretativas para conocer no solo las diferencias, sino también las afinidades entre el proceso cubano y el latinoamericano. Por último, se concluye que la formación histórica cubana transcurrió de manera paralela a sus homólogas latinoamericanas generando algunas particularidades históricas que, a su vez, sirven para comprender determinados aspectos de su presente nacional.

Palabras claves: independencia, nacionalidad, nación, cubanidad, transculturación, formación.

From citizens to nation: the other history. The Cuban nation: differences and similarities with others national formations in Latin America in the XIX century.

Abstract

This article proposes an analysis about the Cuban nationality and nation process during the XIX century, in comparison with similar historical processes in Latin America. The paper gives some historical keys to understand the differences and similarities between the Cuban nationality historical process and other Latin American nationality processes in this century. At the same time, these keys allow to understand some historical realities of Cuba, nowadays.

Keywords: independence, nationality, nation, slavery, plantation system, national formation.

Fecha de recepción: 14 de setiembre de 2017 • Fecha de aceptación: 19 de abril de 2018

 

Antonio Nestor Álvarez Pitaluga Universidad Nacional de Costa Rica (Profesor pasante) Costa Rica. Licenciado en Ciencias Sociales, 1995. Master en Ciencias Históricas, 2001, Universidad de La Habana. Doctor en Ciencias Históricas, 2009, Universidad de La Habana.Estudios Postdoctorales, 2010-2011, Universalidad de Bologna, Italia. Doctorado Académico, 2017, Universidad de Costa Rica.

Introducción

Contrario a muchos países de Europa y América Latina, en la isla de Cuba la nación se configuró durante una singular evolución histórica en la cual la nacionalidad -y por ende la aparición del cubano- nacieron primero que el Estado. A partir de la Revolución francesa de 1789, el Estado, como entidad gubernamental, jurídica, política, ideológica y geográfica, recibió mayormente el nombre de república. Los “apellidos” que le han otorgado a través del tiempo (federal, parlamentaria, burguesa, etc.), identifican sus estructuras internas de gobierno según el caso hasta el presente.

La mayoría de los países actuales en América Latina nacieron con la creación de sus respectivos Estados nacionales, por lo que la nación antecedió y dio paso posteriormente a sus nacionalidades y ciudadanos. En el continente sucedió de modo similar como en algunos países europeos, cuyos Estado fueron creados en diferentes momentos del siglo XIX canalizando posteriormente sus nacionalidades, como fue en Italia entre 1815-1871. Paradójicamente, en Cuba ocurrió lo apuesto; la nacionalidad, como expresión de la cubanidad y de una identidad nacional, devino primero que la nación. Esta atipicidad merece ser explicada en el contexto latinoamericano de la centuria decimonónica.

Comparado con procesos análogos en Centroamérica y buena parte del resto de la América Latina durante el decurso del XIX, el caso cubano dibuja una paradoja histórica que es sugerente conocer y valorar con el fin de comprender mejor aún las historias contrastadas del continente. Un análisis comparativo del fenómeno puede contribuir a una mayor compresión de la historia continental desde lo nacional y la región. Por medio de dicho análisis se podrán entender, además, los caminos paralelos que tomó la isla para su construcción nacional desde finales del siglo XVIII y durante el XIX; por último, permitirá apreciar sus afinidades con la identidad latinoamericana a la par de algunas diferencias que dieron paso en su conjunto a los actuales estados nacionales del continente, definidos en líneas generales entre 1830-1870.1

Cuba fuera de las independencias americanas.

Los finales del siglo XVIII y la primera parte del XIX en América Latina tuvieron como una de sus características comunes, los procesos independentistas de las capitanías generales y los virreinatos creados por la metrópoli española a lo largo de la colonización. Buena parte del resto de los acontecimientos históricos de esos años giró en torno a este relevante suceso. Así lo confirma el historiador Sergio Guerra (2015) en una de sus últimas obras. En igual línea del tiempo, en Cuba apenas se escucharon los disparos de los combates emancipatorios de la llamada entonces Costa Firme.

Por otro lado, el decurso histórico del archipiélago tomó otra dirección. El surgimiento y auge del sistema de plantación esclavista a partir del interés de las clases poderosas internas hizo girar en derredor del propio sistema las dinámicas sociohistóricas de la Isla. La plantación reformuló la economía y la sociedad en formación entre 1790 y 1886, es decir, desde su año germinal hasta su cierre con la abolición de la esclavitud en la última fecha. Si fuera posible pensar en una metáfora descriptora del hecho, se podría decir que la plantación fue un huracán, cuyo centro hizo girar en torno a sí mismo la vida insular formando un remolino autónomo y separado de las tormentas continentales que devastaban las estructuras metropolitanas para dar paso a los Estados nacionales.

La temprana desconexión no pasó desapercibida frente a los ojos de Simón Bolívar (1815) en el fragor de las luchas emancipadoras, Las Yslas de Puerto-rico y Cuba, que entre ambas, pueden formar una población de setecientas á ochocientas mil personas, son las que más tranquilamente poseen los españoles, por que están fuera del contacto de los Yndependientes (Archivo Histórico del Banco Central del Ecuador, Fondo Jacinto Gijón, no. 1275, p. 7).

Convencionalmente la historiografía cubana toma el año que inaugura la última década del siglo XVIII (1790) como inicio del despegue de la plantación azucarera, ya que fue el instante histórico en que la naciente burguesía esclavista cubana incentivó con todas sus fuerzas a las autoridades peninsulares con el objetivo de que le otorgase vía libre para la introducción de tal modelo económico. Íntimamente relacionado con esto se tiene el documento Discurso de la agricultura en La Habana y medios de fomentarla (Pichardo, 1984), el cual aporta una profunda exposición de los propósitos económicos de esa burguesía en formación. Su autor fue Francisco de Arango y Parreño (1765-1837), guía intelectual e ideólogo por excelencia de dicha emergente burguesía.

Junto a su condición y esencia económica, la plantación esclavista también fue un complejo fenómeno cultural. Las ricas mezclas religiosas, raciales, artística-literarias y de otros tipos, generadas entre 1790 y 1886, delinearon una acelerada mixtura nacional que dio paso definitivamente al surgimiento del cubano antes de iniciar el proceso independentista de la Isla en 1868; una vez comenzado, la nacionalidad terminó de consolidarse definitivamente.

El siglo XIX, tan vital en las formaciones nacionales de los países latinoamericanos, representó para la isla caribeña su primera eclosión cultural a nivel continental, pero no solo en los planos artístico y literario, sino además en sus entramados económicos y sociopolíticos. El decimonónico estilizó la singularidad insular dentro del concierto americano. En tal sentido, desde finales del siglo XVIII la isla dio sus primeros pasos hacia una introducción y posterior inserción en el mercado mundial a partir del sistema de plantación esclavista azucarera. La plantación tuvo la particularidad de ser articulada por una naciente burguesía esclavista del occidente cubano y no por la metrópoli española, como fue usual en otras latitudes del continente, y es por esto que sus características y consecuencias incidieron notablemente en la creación de la nacionalidad y la nación cubanas.

Al igual que los otros dos grandes productores plantacionistas de América, Estados Unidos y Brasil, Cuba engendró su proceso de transculturación que configuró -uniendo y desuniendo a un mismo tiempo- las estructuras culturales y cotidianas de la nación. La plantación isleña tuvo su mayor intensidad y expansión geográfica en la región occidental, entre las actuales provincias de La Habana y Villa Clara.

Su paradójico funcionamiento permitió la constante fusión de la cultura africana con la española en tanto que para el hacendado esclavista la ganancia azucarera era su principal visión, sin importarle las mezclas raciales, religiosas, culinarias, musicales y de otros tipos entre los esclavos y el resto de la población. Pero esa nacionalidad en formación se construyó a la vez sobre profundas diferencias sociales en desfavor de los cautivos. Al final del boom plantacionista, el representante del gobierno inglés en la Isla, Richard Madden (1841), informó a su país sobre aquellas desigualdades que observó en sus viajes por la región occidental:

El conocimiento que tengo de las atrocidades con los esclavos en Cuba, no lo he adquirido por medio de la lectura […], sino únicamente cuando iba solo, desconocido, y me presentaba inesperadamente en la haciendas, es cuando las atrocidades de la esclavitud española se ofrecían á mis ojos atónitos. (p.17)

Tales diferenciaciones llevaron por años a que cientos de esclavos se fugasen de sus plantaciones o acudiesen al suicidio como salidas a sus agónicas vidas.2 Esta disminución de los esclavos conllevó a expresar a las propias autoridades metropolitanas.

El gobernador Capitán General de la isla de Cuba, en carta del 18 de setiembre de 1847, no. 816, manifestó que la disminución que ya se hace sensible en la raza africana ha producido que de todos lados se dirija la atención á buscar medidas de propagar y conservar esa casta tan necesaria en el país como difícil de ser remplazada. (Archivo Histórico Nacional, 1851, Signatura Ultramar, legajo 3548, expediente 3).

Además, la fuga y el suicidio no fueron las únicas causas de tales pérdidas. El encarecimiento de las importaciones de esclavos desde 1840 fue otra razón de peso, y una conocida solución a dicha crisis fue la contratación de trabajadores chinos que en condiciones onerosas entraron al país desde 1847, convirtiéndose así en otro segmento poblacional de importantes aportes a la nacionalidad en gestación.

Sin embargo, en las regiones centrales y orientales los influjos plantacionistas fueron diferentes. El distanciamiento de ambas regiones de los mercados internaciones, más otras realidades sociales, geográficas y de corte demográfico, fueron condicionando durante el siglo una actitud y tradición de rechazo creciente hacia tal desigualdad, y que se expresó en más de una ocasión con la asunción inicial de las tres guerras independentistas de la isla desde las mencionadas comarcas (1868, 1879,1895).

En Cuba se necesitaron grandes cantidades de esclavos para producir de manera intensiva azúcar de caña para el mercado mundial. Tanto así, que para el 1841 el censo de población realizado por la administración colonial reportó 436, 495 esclavos (43, 3% de la población), 152, 838 libres de color (15, 1%), y 418, 291 de blancos (41,6%) para un total de 1. 007, 624 de habitantes (Resumen del censo de población de la isla de Cuba a fin del año de 1841…).

El porcentaje de población mestiza era 68,4 %, dando la medida del alto índice de mezclas raciales y demográficas que experimentaba la isla casi tres décadas antes del inicio de su independencia.

Cuba fue desde fines de la década de 1820 y hasta los inicios de 1840 la primera productora del planeta de ese rubro, llegando a alcanzar alrededor del 65 % de las exportaciones mundiales.3 Como consecuencia de ello, entre los años 1790 y 1873 fueron arrancados forzosamente de su tierra cerca de un millón de africanos en condición de esclavos. Como ya hemos visto la inmigración africana alteró radicalmente los ritmos y comportamientos demográficos de la población cubana y dejó huellas que hasta el presente son muy visibles en los modos de pensar, conducirse, vestir, comer y hasta en ciertas maneras de hablar y gesticular, junto a un fuerte mestizaje racial. El conjunto de tales elementos generó desde la primera mitad del XIX una manera propia (nacional) de interpretar la realidad social. La sociedad y la cultura cubanas han evolucionado hasta el presente bajos tales signos.

A partir de ese contexto histórico el amalgamiento racial, religioso y sociocultural -en sus disímiles expresiones- se convirtió en el sello distintivo de la Cuba decimonónica con profusas extensiones hasta el siglo XXI. Uno de los resultados más asentados de aquella mixtura entre el africano, el español y en menor medida el aborigen, fue la fusión de razas y culturas que dio como resultado un sujeto social entre el blanco y el negro, el mulato. Tal amalgama no solo fue la simple unión de pieles, sino también la combinación de maneras de pensar y ver a Cuba como país y nación.

Este sujeto transculturado, o sea, el cubano, tuvo una singular presencia en Centroamérica desde la segunda mitad del siglo XX. Concluida la primera insurrección por la independencia cubana, en 1878, decenas de emigrados isleños residieron temporal o definitivamente en los países de la región. En Honduras ocuparon cargos públicos en los años ochenta y noventa figuras históricas de la isla como José Maceo, Eusebio Hernández (independentistas) y Tomás Estrada Palma (polémico primer presidente de la futura república de Cuba en 1902), por tan solo citar tres nombres. A Costa Rica llegaron cubanos desde la década del cincuenta.

Entre 1891-1895 vivió el más renombrado de todos: Antonio Maceo, quien llegó a ser el segundo jefe del ejército anticolonial cubano, amigo personal de políticos y estadistas centroamericanos y un importante héroe popular en Cuba.4 En las labores del futuro Canal de Panamá en la década del ochenta, bajo la dirección francesa de Ferdinand Lesseps, también participaron cubanos independentistas como el propio general Antonio Maceo y Máximo Gómez (1887); el último, de origen dominicano, llegó a ser capataz en aquellas obras y años más tarde General en jefe del Ejército Libertador de Cuba.

Retornando al auge azucarero isleño de la primera mitad de siglo, veremos que este coincidió más o menos con el ciclo independentista latinoamericano; el primero podemos ubicarlo en líneas generales entre 1810 y 1841 (con un esplendor entre 1818-1840), mientras que el segundo inició sus acciones alrededor de 1808 y las finalizó formalmente alrededor de 1826 dando paso posteriormente a la formación de los estados nacionales entre 1830 y 1870. He aquí la primera razón para conocer porqué la Isla no se sumó al proceso continental, es decir, el boom económico que comenzó a vivir justo cuando empezaban las rebeliones independentistas desestimulando la entrada cubana en los conflictos militares y políticos continentales. El conjunto de los factores que abortaron la participación isleña pueden ser mencionados así:

1. El fuerte crecimiento económico señalado cuyas altas ganancias monetarias desanimaron cualquier tipo de incorporación de los productores azucareros y otros grupos sociales asociados al azúcar a la confrontación continental contra la metrópoli española. Recordemos que entre 1818 y 1840 se produjo el esplendor de dicho incremento.

2. Uno de los motivos por los cuales los virreinatos, capitanías generales, provincias, regiones y otras dependencias administrativas de creación españolas en América Latina se lanzaron a la emancipación armada fue la desigual relación mercantil y de exportaciones que tuvieron con España hasta ese momento, pero Cuba no practicaba tal manera de intercambio económico con la metrópoli. Su modelo de relación económica con la península se fundamentaba en una de tipo tributaria. Cerca del 80 % de sus exportaciones y el 40 % de sus importaciones no era con España, sino con los Estados Unidos. Con dichas altas ganancias obtenidas se pagaba a España los tributos y otros tipos de liquidaciones; por lo que los impactos y costos que tenía Latinoamérica por su desajustado comercio con España incidía de modo distinto en la realidad socioeconómica de la Isla.

3. Lo anterior conllevó que los lazos de subordinación entre la metrópoli y su colonia caribeña tuviera un matiz más político que económico, situación opuesta en los otros territorios americanos.

4. A través de diversos y cíclicos pactos coloniales entre las clases dominantes de Cuba y las cortes españolas, desarrollados a lo largo de los siglos XVIII y XIX, los hacendados azucareros obtuvieron oportunamente de España varios tipos de reformas y prebendas sociales y económicas que constituyeron otro factor desmotivante para la incorporación al ciclo anticolonial latinoamericano. Muchos de los reclamos que los sectores de las élites del continente les exigieron hasta el cansancio a la metrópoli y que finalmente buscaron por la vía armada, fueron concedidos periódicamente a la Isla a través de pactos y negociaciones reformistas. El ideólogo de la reformas ilustradas cubanas, Francisco de Arango, llegó a ser consejero del Consejo de Indias del rey Fernando VII en 1816, por lo que los empeños reformistas del grupo de poder que representaba llegaron directamente a los oídos del monarca y muchas veces fueron otorgados.5

5. Lo anterior generó que las distintas conspiraciones independentistas gestadas en la Isla entre 1811 y 1826 por sectores no azucareros y vinculadas con figuras directoras de la independencia continental, como los venezolanos Antonio Páez y Simón Bolívar, fueran desarticuladas minuciosamente por parte de la sacarocracia azucarera en estrecha unión con las autoridades españolas de la colonia6, algunas de ellas fueron “Rayos y soles de Bolívar” y “El águila negra”

6. Por último, la condición geográfica de isla, rodeada de agua y distanciada por varios días de navegación de la época, dificultó el traslado y suministro de tropas y logística liberadoras procedentes de los ejércitos latinoamericanos. La usencia de fronteras terrestres se comportó como un factor adverso para la expansión liberadora en Cuba.

Capitalismos inconexos desde las independencias: una reflexión necesaria.

Las emancipaciones latinoamericanas se sincronizaron en no poca medida con los ciclos Internacionales de las revoluciones burguesas, fecundadores del capitalismo industrial. Por tanto, la emancipación de América Latina formó parte del ciclo revolucionario que a nivel mundial se inauguró a fines del siglo XVIII bajo el influjo de las concepciones antifeudales de la burguesía europea. A pesar de esto, las repercusiones y consecuencias de las transiciones a sociedades burguesas en Europa no condujeron a idénticos estatus históricos para las sociedades latinoamericanas.7

Desde el comienzo de la Revolución Haitiana en 1791 hasta el Congreso de Panamá (1826) y la muerte de Simón Bolívar, en 1830, transcurrió el ciclo general independentista de Hispanoamérica. Bajo la influencia de las ideas de la Ilustración, el lapso liberador -que formó pequeños embriones de sentimientos nacionales- proyectó y desarrolló una ruptura con la metrópoli española y “las trabas al avance capitalista” (Guerra, 2006, p.85). Durante la primera fase bélica de 1808-1815, en los principales teatros de conflictos latinoamericanos la lucha se vio lastrada por la conducción oligárquica, que pretendía romper la tutela española sin afectar la tradicional estructura socioeconómica. La dirección de las capas privilegiadas y criollas trajo por consecuencia el predominio de fuerzas de clase terratenientes y grandes propietarios en general: Para este sector aristocrático, puesto a la cabeza de la lucha, la independencia era concebida como una especie de conflicto en dos frentes: «hacia arriba» contra la metrópoli y «hacia abajo» para impedir las reivindicaciones populares y cualquier alteración del status quo. (Guerra, 2003, p. 39).

Puede comprenderse entonces cómo para estas oligarquías la meta fundamental fue la expulsión española y la toma del poder político sin sufrir una pérdida hegemónica. Proyectaron un cambio social con límites, donde el orden deseado continuase una reproducción cultural que no trastocara en nada su dominación; incluso, no pretendieron destruir las redes de funcionarios reproductores del viejo orden, sino desplazar a los antiguos propietarios y miembros para apropiarse de ellas.

En el período de 1816 a 1826-1830 transcurrió la segunda fase del ciclo emancipador. Durante estos años el enfrentamiento militar se inclinó paulatinamente a favor de las fuerzas libertadoras del subcontinente con Simón Bolívar al frente, quien devino la figura más importante de la gesta. No quiere decir esto que las oligarquías y aristocracias dejaron de imprimirle al proceso un factor subjetivo favorable, en lo absoluto. Ejemplo de ello fue el Plan de Iguala (24 de febrero de 1821). Con treinta y tres artículos, el Plan constituyó una plataforma conservadora de las clases dominantes en México en plenos avatares revolucionarios. A pesar de sus contenidos positivos con respecto a la independencia de España, el Plan simboliza una de las mejores estrategias para alcanzar la hegemonía de un grupo o clase dominante en la cresta del movimiento revolucionario: la legitimación jurídica, a través de un sistema de leyes, de la toma del poder político. En ella, a la par de la expulsión de la burocracia y funcionarios metropolitanos, también se desplazan a los sectores populares para capitalizar el poder y estructurar una dominación asentada en la relación binaria dominador-dominado.

Las proyecciones de una modernidad burguesa matizaron tales estrategias junto a otras de poder de las oligarquías y aristocracias. Aunque la inexistencia de una burguesía en la región deformó el proceso de transición al capitalismo a la usanza europea. Una vez derrotadas las fuerzas realistas, el 7 de diciembre de 1824 en Ayacucho, los planes bolivarianos de una integración continental no concluyeron. Pero fracasaron en el Congreso de Panamá (1826) ante las abiertas oposiciones de Inglaterra y Estados Unidos.

Las citadas causas tuvieron un peso considerable para que Cuba y Puerto Rico continuaron casi setenta años más bajo la dependencia española desfasándose del ciclo liberador americano. Al finalizar la segunda fase terminaba el ciclo independentista, pero las metas políticas de los sectores populares no llegaron consumarse del todo ni dieron paso a profundas trasformaciones sociales y estructurales del subcontinente.

Puede afirmarse entonces que las fuerzas y clases dominantes pretendieron y obtuvieron la independencia política de la antigua metrópoli española, pero sin alterar ostensiblemente las estructuras sociales. La transición capitalista quedó mutilada ante la continuidad de la vieja estructura socioeconómica en la nueva situación postindependencia. Los nuevos propietarios del poder político no pudieron llevar adelante verdaderas revoluciones burguesas, si entendemos por ellas el desplazamiento radical de esquemas sociales precedentes en aras de una implantación arrolladora de un modelo capitalista con los más desarrollados referentes, es decir, los europeos. No obstante, es posible detectar algunas tendencias y situaciones de evolución capitalista en el proceso emancipador concluido.

Finalizado el movimiento independentista por aquellos años, comenzó la formación de los Estados nacionales en los territorios de América del Sur redimidos de la subordinación jurídica española y portuguesa. Fue un “complejo proceso de formación de la conciencia y el Estado nacional” (Guerra, 2006, p.129), que sintetizó buena parte de la historia de América Latina hasta casi finalizar el siglo XIX manteniendo las relaciones precapitalistas y sin dar pasos consistentes hacia una estructuración burguesa definida.

Esta realidad de los primeros años de la independencia política posibilitó que las fuerzas conservadoras (terratenientes) adquiriesen un notable predominio. Así, junto a la iglesia católica en previas alianzas con los antiguos caudillos de la independencia, los terratenientes alcanzaron el poder político. Ya en el poder, los conservadores poco removieron las estructuras precapitalistas. Pero las clases y grupos sociales fuera del poder político y partidarios de una vertiginosa introducción del capitalismo, comenzaron a presionar.

A comienzos de la década del cuarenta se podían definir en América Latina dos fuerzas sociopolíticas que se disputaban el poder político: los conservadores (partidarios de prolongar el viejo orden) y los llamados liberales (promotores de un modo capitalista de desarrollo a través de las conocidas reformas liberales). El estallido del conflicto entre conservadores y liberales demoró poco. Los enfrentamientos o guerras entre ambos conformaron el denominado período de las reformas liberales, iniciado desde 1849 hasta el fin del siglo. Dicha etapa reformista-liberal puede ser vista como un segundo ciclo continental por la inserción en las estructuras del capitalismo mundial. Dentro de este nuevo ciclo, las llamadas revoluciones liberales tuvieron entre sus objetivos la transformación de las viejas estructuras socioeconómicas y el impulso del capitalismo como premisa para la creación de los Estados modernos en la región a partir de reformas -casi siempre concebidas desde arriba- que, no obstante, le dieron un cierto sentido integrador al subcontinente.

La concreción de las reformas permitió el ascenso de las jóvenes burguesías latinoamericanas. Los procesos de reformas más sobresalientes fueron: Colombia (1849-1854); 1861-1864); México (1854-1867); Venezuela (1859; 1870-1888); en Centroamérica (Guatemala, 1871; Nicaragua, 1893); Ecuador (1883-1895). De manera general las reformas consiguieron una definición de las fronteras estatales, el avance en la formación de los mercados nacionales, un aumento del papel del Estado en la formación de las sociedades y la naciones bajo los patrones europeos de dominación; es decir, aristocracia blanca como clase dominante, el catolicismo como religión oficial del Estado y aspiraciones de implantar un modelo cultural europeo a pesar del espacio obtenido por las culturas autóctonas de cada país.

Sin embargo, las reformas liberales no pudieron empujar a América Latina hacia la consolidación definitiva del capitalismo. La falta de tratamiento al problema agrario, la incapacidad industrial y tecnológica de los bisoños Estados y la escasez de capitales nacionales remarcaron la estructuración de un capitalismo deformado, controlados por capitales extranjeros. A pesar de ello, la asunción de un modelo hegemónico que refrendó el control social y el poder político contentó a las estrenadas burguesías nacionales. Por esta razón, dicha clase continuó cercenando desde finales del siglo XIX y buena parte del XX los intentos de transformaciones sociales y estructurales que significasen la pérdida de su estatus hegemónico.

Las disputas entre los capitales extranjeros (inglés y norteamericano, fundamentalmente) por los mercados y materias primas latinoamericanos dispararon nuevos conflictos bélicos. Los capitales se ocultaron detrás de las clases dominantes de la región para enmascarar sus intereses. La Guerra de la Triple Alianza (1864-1870) y la del Pacífico (1879-1883) constituyen acabados ejemplos del fenómeno. El capital inglés logró mantener un predomino regional hasta finalizar el siglo XIX e inicios del XX, pero poco a poco los capitales norteamericanos desplazaron al europeo desde el mismo final de la centuria hasta imponer a Estados Unidos como potencia hegemónica en América Latina para las primeras décadas del XX. Un tercer y último ciclo por la transición e inserción al capitalismo en América Latina se desarrolló desde el comienzo del siglo XX con la Revolución Mexicana de 1910 hasta la crisis general del capitalismo de 1929-1930.

Nacionalidad y nación en Cuba: diferencias y afinidades con la estela latinoamericana.

Al comenzar la segunda mitad del siglo XIX la generalidad de los territorios países y territorios latinoamericanos se adentraron en el ciclo formador de sus estados nacionales, sin embargo, Cuba se encontraba alejada de tal acontecimiento. De modo particular inició su ciclo independentista de 1868 a 1898. Dentro del mismo hubo tres momentos esenciales conocidos como la Guerra de 1868, la Guerra Chiquita de 1879 y la Guerra Necesaria de 1895. José Martí fue el artífice y mayor organizador de la última.

Pero a diferencia del curso liberador americano de la primera mitad, el contexto interno en la isla y el externo en la región eran diferentes; por lo que, al comenzar las guerras anticoloniales cubanas ya existía previamente una fuerte conciencia y sentimientos nacionales, algo que no ocurrió cuando América Latina vivenció su desafío liberador entre 1810 y 1824. En uno de los estudios más abarcadores sobre el proceso independentista podemos encontrar la confirmación de lo antes expuesto. En ese documento Bolívar (1815) reconocía la necesidad de los Estados naciones sin abordar el tema de las nacionalidades:

Los Estados Americanos, han menester de los cuidados de gobiernos paternales, que curen las plagas y las heridas del despotismo y la guerra… Mister. de Pradt ha dividido sábiamente á la America en quince ó dies y siete Estados, independientes entre sí, gobernados por otros tantos Monarcas. Estoy de acuerdo en cuanto á lo primero, pues la America comporta la creacion de diez y siete Naciones. (Archivo Histórico del Banco Central del Ecuador, Fondo Jacinto Gijón, no. 1275, pp. 21-22).

De hecho, en el texto (Carta de Jamaica) no hay reconocimientos aún a las nacionalidades ni a las identidades nacionales. No se utilizan palabras como nacionalidad, identidad, nacionalidades, ciudadanos o ciudadanía. Por el contrario, el cubano y su nacionalidad, es decir la cubanidad, estaban ya delineados de modo global antes del inicio de la búsqueda y formación de la nación desde 1868.

La novela de mayor renombre del siglo XIX cubano, Cecilia Valdés, de Cirilo Villaverde, ubica su trama en 1829.8 Para ese momento el término cubano ya identificaba desde hacía años atrás a los habitantes nacidos en la Isla a través de sus costumbres, manera de hablar el español, hábitos, tradiciones, mezclas raciales y religiosas, además de proyecciones y actitudes de simientes nacionalistas frente a la administración española. En la música desde esa misma década se compusieron contradanza cantadas llamadas habaneras. El padre del nacionalismo musical cubano, Manuel Samuell, creó en la década de 1840 varias contradanzas que calificaba de cubanas y que han sido tomadas por la historia cultural cubana como el inicio del nacionalismo musical isleño (Lapique, 2012).

En las primeras definiciones conceptuales de la nacionalidad cubana no puede dejar de mencionarse la figura del intelectual reformista José Antonio Saco (1797-1879), quien fue el primero en la Isla en definir en 1848 la nacionalidad cubana casi veinticinco años antes del inicio de la independencia armada. Si bien su primigenia definición estuvo matizada por sus intereses de clases, su valor histórico fue y es enorme ya que desde finales de los años treinta publicó varios trabajos donde explicó la existencia irreversible del cubano mucho antes del formal nacimiento de la nación. Adversario total de las revoluciones armadas, el ciclo liberador americano no fue bien visto por sus ojos. Ante el fenómeno de la esclavitud en Cuba su ideario se fundamentó entonces en su eliminación gradual en aras de una mayor inserción capitalista:

No lo niego, no; es cierto y muy cierto es, que deseo ardientemente, no por medios violentos ni revolucionarios, sino templados y pacíficos, la disminución, la extensión si fuera posible, de la raza negra; y la deseo, porque en el estado político del archipiélago americano, ella puede ser el instrumento más poderoso para consumar la ruina de nuestra isla. (Saco, 1962, p. 275).

No obstante, el uso de término cubano se remonta a finales del siglo XVIII. Cuando La Habana fue tomada por los ingleses en 1762 ya aparecieron documentos que se referían a los cubanos para designar a los hijos de los primeros criollos nacidos allí.

Otra particularidad con respecto a Centroamérica y el resto del continente fue que en el momento de ocurrencia del ciclo liberador cubano el mundo existía un capitalismo mucho más extendido y consolidado en el orbe que cuando se inició el latinoamericano. Incluso, se estaba produciendo el nacimiento de la etapa imperialista como parte de la sofisticación del sistema capitalista mundial. Lo anterior posibilitó que todas las aspiraciones de los independentistas cubanos no fueran iguales a la de los latinoamericanos del inicio del siglo, tampoco los desenlaces que se produjeron en 1898.

Desde el punto de vista sociocultural, otra diferencia notable fue la marcada integración racial de la población cubana antes de 1868, que continuó profundizándose hasta finalizar el siglo a través de las tres guerras mencionadas. No obstante, lo anterior no supuso la desaparición del racismo en las mentalidades populares, por el contrario, continuó hacia el siglo XX.

La notable escasez población aborigen casi doscientos años antes de las rupturas independentistas continentales (desde mediados del siglo XVI) y su temprana sustitución para el trabajo forzado por negros esclavos desde 1526, las mentalidades de los colonizadores y los hacendados azucareros sobre este asunto, las características de funcionamiento intensivo de la plantación esclavista, los movimientos migratorios del siglo XIX y las complejas realidades sociales de los diferentes conflictos sociales de la segunda mitad del siglo, posibilitaron una notable integración nacional al punto que sus componentes culturales de diluyeron progresivamente para dar paso a una asentada cultura nacional desde la propia centuria decimonónica. De allí la tremenda dificultad de para hablar de comunidades o etnias raciales en Cuba desde ese entonces, como bien confirma la etnología contemporánea cubana (Guanche, 1996).

Entre 1791 y 1840 arribaron a Cuba alrededor de 30 000 franceses, unos 500 irlandeses; entre 1847 y 1878, 150 000 asiáticos; de 1878 y 1895, cerca de 10 000 yucatecos; a lo largo del siglo más 90 000 españoles, sin dejar de sumar cerca de un millón de negros africanos entre 1510-1873. También emigraron a los Estados Unidos entre 1869 y 1898 unos 40 000 cubanos. Estos flujos mezcladores, pocos vistos en algunos de los países de la Centroamérica del siglo XIX, condicionaron una hibridación cultural muy particular en la Isla. Países como Panamá vivenciaron estos flujos muchos años después durante el siguiente siglo; por ejemplo, entre 1903 y 1914, al construirse el Canal interoceánico, recibieron grande cantidades de trabajadores emigrantes caribeños, casi 30 000, y de otros puntos de la geografía universal. Otros países de la región vieron aumentar sus poblaciones e inmigraciones con el ascenso de los capitales y compañías norteamericanas desde fines del XIX.

Al concluir aquella centuria ya existía una cultura nacional cubana a partir de fuerte mezclas; mientras que en Centroamérica y buena parte de la América Latina la formación de los estados nacionales y sus respectivas dinámicas se enrumbaron hacia la creación de multiculturalidades nacionales. La convivencia (forzada o no) y diversidad de culturas ancestrales y colonizadoras no fue precisamente la nota distintiva de la formación nacional cubana. Cultura nacional transculturada (en Cuba) y naciones multiculturales (en la mayoría de América Latina) parecen ser dos términos que pueden ofrecer dos caminos paralelos para explicar e identificar los procesos de formación nacional de Cuba y el resto del continente. Quizás ambos también motiven interesantes discusiones y debates al respecto.

Si bien tomamos algunas sendas paralelas o singulares para la formación de nuestros estados nacionales desde el siglo XIX, no es menos cierto también que nos une una historia común repleta de afinidades históricas: semejantes procesos de colonización, igual procedencia europea y peninsular de los colonizadores, un sistema de esclavitud sobre el negro africano o el indígena nativo, similares designaciones periféricas en el desarrollo del capitalismo mundial y un idioma común desde un mismo referente cultural metropolitano.

Como resultante de lo anterior compartimos hoy diversas y ricas mezclas culturales que engendraron productos muy parecidos en nuestras culturas materiales e inmateriales los cuales apenas se particularizan por sus nombres nacionales, pero no por sus contenidos. Son los casos del pinto costarricense y el congrí cubano, la sopa centroamericana y el ajiaco caribeño, iguales vírgenes católicas con distintos nombres o los diversos acentos de un mismo idioma. Cierto que estas y otras similitudes nos hicieron paradójicamente diferentes, pero dieron paso a una comunidad histórica-cultural de carácter regional y continental, productora de una impresionante multiculturalidad que precisamente es la base de nuestra historia continental.

Notas

1 Para un estudio de la historia de América Latina desde una perspectiva cubana vale la pena destacar dos obras de relativa actualidad, Guerra Vilaboy, S. (2015). Nueva historia mínima de América Latina. Biografía de un continente. República Dominicana, Archivo General de la Nación; y, Prieto Pozos, A. (2013). Visión íntegra de América. Cuba, Editorial Ciencias Sociales.

2 Sobre las causas que influyen en los frecuentes suicidios de esclavos. Expediente general (1851). España, Archivo Nacional Histórico, Signatura Ultramar, Legajo 3548, Expediente 3. En todas las citas de fuentes primarias se respetó la ortografía original.

3 Moreno Fraginals, M. (1978). El ingenio. Complejo económico social cubano del azúcar. Cuba: Editorial de Ciencias Sociales, 3 tomos. Esta obra todavía continúa siendo una referencia imprescindible por sus análisis sobre el mundo socioeconómico de la plantación esclavista en Cuba y el Caribe colonial. Al respecto de las exportaciones azucareras cubanas a lo largo del siglo, véase en el tomo tres el cuadro estadístico VII, pp. 67-92, y sobre la dependencia con el mercado de Estados Unidos, el gráfico V-a, pp. 78-81.

4 A propósito de Maceo en Costa Rica, véase, Álvarez Pitaluga, A., y Barboza Núñez, E. (Coords.) (2016). Costa Rica en Antonio Maceo. Costa Rica: Editorial Arlequín.

5 Francisco de Arango y Parreño (1765-1837). En 1803 recibió la condición de Ministro Honorario del Consejo de Indias, en 1811, Ministro propietario del mismo Consejo, en julio de 1814, Diputado permanente de la Sociedad Económica de Madrid, Gran Cruz de la Real Orden americana de Isabel la Católica en 1825. Es oportuno señalar que el historiador cubano Arturo Sorhegui ha sido en los últimos años uno de los mejores investigadores de la vida de Parreño.

6 Sacarocracia azucarera es un término de uso frecuente en la historiografía cubana para identificar a la burguesía esclavista, es decir, la clase poderosa que tenía en sus manos la industria azucarera entre cuyos miembros se encontraban cubanos y españoles. También se le conoce como hacendados azucareros o plutocracia azucarera. En torno a cada uno de estos términos existen polémicas y diversidad de opiniones. La novela cubana Frasquito (1894), de José de Armas y Céspedes (1834-1900), exponen dentro de su trama buena parte del proceso de abortamiento por las autoridades españolas de la conspiración independentista “Rayos y Soles de Bolívar” en la Isla, en 1823.

7 Sobre las particularidades de los procesos latinoamericanos de transición al capitalismo y de modo especial en Centroamérica y sus dinámicas conceptuales en el lenguaje político en la primera mitad del XIX, véase uno de los más recientes estudios: Jordana. D. y Alfredo Herrero, S. (Coords.) (2014). Centroamérica durante las revoluciones atlánticas: el vocabulario político 1750-1850. San Salvador, El Salvador: IEESFORD Editores.

8 Villaverde, C. (1972). Cecilia Valdés o la Loma del Ángel. La Habana, Cuba: Ediciones Huracán. Aunque tuvo una versión primitiva en 1839, su publicación príncipe y definitiva data de 1882. Esta considerada la mayor obra literaria de Cuba en el siglo XIX.

Referencias

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