Comentario del libro:

Díaz, D. y Molina, I. (Ed.). (2018). La inolvidable edad. Jóvenes en la Costa Rica del siglo XX. Costa Rica: Editorial Universidad Nacional.

Jose Manuel Cerdas Albertazzi

Fecha de recepción: 31 de julio de 2018 Fecha de aceptación: 9 de agosto de 2018

Jose Manuel Cerdas Albertazzi Universidad Nacional de Costa Rica. Catedrático, docente e investigador de la Escuela de Historia de la Universidad Nacional, Heredia, Costa Rica. El campo de interés investigativo se ha enfocado en los trabajadores urbanos del siglo XX, los movimientos sociales y las relaciones de poder, y más recientemente en movimientos y organizaciones sociales y clientelismo político

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El tratamiento historiográfico de los jóvenes y la juventud, en tanto objeto de estudio focalizado, ha sido muy escaso y muy reciente en Costa Rica. En todo caso, no es que exista un total vació de conocimiento al respecto, puesto que la investigación de otros temas han incorporado a este segmento de la población, de una u otra manera; así por ejemplo, ha estado presente en ámbitos como educación, economía familiar, movimientos sociales y políticos, demografía, literatura, intelectualidad, género, deporte, entre otros. Desde la historia y las ciencias sociales, el interés ha adquirido peso en años recientes en nuestro país.1

La obra que nos ocupa incursiona y realiza un valioso aporte en esta temática que, talvez sobra decirlo, es de relevancia histórica y actual. Esta consiste en una recopilación de trabajos de varios autores, en los cuales se abordan diferentes temáticas, bajo diversos enfoques metodológicos y en distintas coyunturas o períodos históricos del siglo XX. La riqueza y diversidad de temas tratados imposibilita en este corto espacio intentar comentarlos con profundidad, por lo que hemos optado por efectuar una apretada reseña, aunque algo extensa, a fin de cuentas.

Los autores proceden de la Universidad de Costa Rica y, salvo los editores-autores Díaz y Molina, son jóvenes que están haciendo sus primeras incursiones investigativas, por lo que para estos últimos los trabajos aquí reunidos han sido parte de su proceso formativo. Es promisorio que jóvenes historiadores traten precisamente este campo de estudio para que, eventualmente, continúen luego profundizándolo y consolidándolo. Es evidente que, si la cuestión de la juventud y los jóvenes ha venido teniendo creciente importancia en la agenda social actual, se hace necesario desarrollar mucho mayor conocimiento de su pasado, lejano o cercano.

El prólogo introduce la temática, enunciando la complejidad socio-histórica de la noción de juventud en tanto pluralidad social y haciendo alusión a la participación política e intelectual de jóvenes estudiantes desde la segunda mitad del siglo XIX,
y a cómo ese grupo etario ha desempeñado un papel relevante de cambio en varias coyunturas claves de la historia contemporánea. Si bien el énfasis temático y metodológico es hacia lo interno, se reconoce la influencia externa, en los últimos tiempos cada vez más global.

El primer capítulo, tratado por Molina Jiménez, es el único que se remonta a la primera mitad del siglo XX, los otros se dedican a distintas coyunturas de la segunda mitad; se titula “Los estudiantes de la segunda enseñanza pública costarricense (1913-1953)”. Se tratan diversos asuntos sustantivos que giran en torno a interrogantes sobre la democratización de la educación en el período. Es así como se introducen las polémicas relativas a si la segunda enseñanza debió ser pública o privada; también se analizan las características de la población colegial pública, tales como aspectos de edad, procedencia geográfica, ocupación de los padres; se examina la cobertura educativa; se indaga en las diferencias entre colegios de la capital y las cabeceras de provincia; se incursiona en la ayuda social a los educandos; entre otros elementos más. Se revisan las distintas reacciones y decisiones políticas que prevalecieron con respecto a la educación secundaria durante las crisis económicas surgidas, particularmente durante la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión de la década de 1930. Finaliza el capítulo cuando se inicia lo que vendría a ser una fase de expansión de la cobertura de la enseñanza media, tanto pública como privada, al iniciarse la década de 1950. Para la elaboración del trabajo las fuentes utilizadas fueron diversas; se ofrecen algunas tablas estadísticas para apoyar la argumentación cuantitativa. Entre las principales conclusiones está el reconocimiento de un favorecimiento de “la integración social, por medio de la experiencia educativa”, si bien con limitaciones.

El segundo capítulo, de Zaira Salazar, nos lleva por los caminos de la culturalidad y la sociabilidad, mediante el estudio del rito iniciático para las adolescentes que cumplían los quince años, titulado “La inolvidable edad: la fiesta de quince años de las jóvenes costarricenses (1951-1971)”. Metodológicamente, se le da seguimiento a la evolución del ritual, a lo largo de dos decenios, revisando y consultando los anuncios periodísticos que las familias pagaban previo al evento en los diarios nacionales, en tres años escogidos. Dicha celebración, nos dice la autora, significaba simbólicamente que las adolescentes dejaban la niñez para entrar en la juventud, por lo que se le entiende como “ritual de paso”, el cual “servía para afirmar, al destacarse ciertos aspectos, que se pertenecía a un cierto grupo social determinado, que se tenía cierto nivel económico y, por supuesto, que un miembro más de la familia se incorporaba al mundo social”. La fuente periodística permitió obtener información sobre: el origen social y geográfico de la familia, si era estudiante – casi todas lo eran –, el colegio al que pertenecía, la ocupación del padre y la madre, el lugar de la celebración, la existencia de viaje al exterior en lugar de festividad o ambas cosas, y si había tedéum, entre otros datos. Los anuncios invariablemente contenían de manera destacada el retrato fotográfico de la cumpleañera, por lo que la autora liga esto al uso creciente de la imagen femenina en la prensa comercial.
Agreguemos a este punto específico que entonces tenía significación saber cuál era el estudio fotográfico que realizaba el retrato, pues era otro signo de prestigio y distinción, ya que entonces había algunos reconocidos establecimientos especializados en este ramo, dato que quedaba registrado en la fotografía publicada. Se analiza el lenguaje del anuncio, en general florido, enaltecedor de la joven y su familia. Finalmente, la autora demuestra una evolución de la celebración, interesante en varios sentidos: se fue haciendo menos elitista, ya que la clase media y las familias no capit
alinas fueron teniendo gradualmente una mayor participación (cuadros 11 y 12); además, se fue pasando de una celebración familiar privada a una cada vez más pública, sofisticada y comercial. Nos parece que esa fue la época de ascenso y culminación de tal celebración, por la pompa, la publicidad y la significación que conllevaba: antes y después se dio y se ha dado, pero quizás con menor relevancia social y de distinción. Podría ser interesante comparar esta celebración costarricense con lo que habría ocurrido al respecto en otros países de la región, así como saber en cómo ha sido la celebración en años recientes. Como contraste a esa celebración publicitada en los diarios y conducida enteramente por los adultos, en los años sesenta e inicios de los setenta habían celebraciones con mayor participación organizativa de parte de las propias jóvenes – por ejemplo, en sus casas de habitación –, lo cual plantearía, hasta cierto punto, la existencia de una celebración alternativa y, en parte, más popular en la escala social.

La política pública hacia la juventud experimentó un salto cualitativo en la década de 1960, y sobre este proceso trata el capítulo tercero, elaborado por Mario Salazar Montes: “Rebelión juvenil y régimen político (1962-1971)”. De hecho el autor caracteriza este proceso como la “construcción de un régimen de políticas juveniles”. Por la naturaleza del objeto de estudio, el autor acudió fundamentalmente a fuentes institucionales para abordarlo. Se parte de que tales iniciativas se efectuaron para canalizar institucionalmente las demandas de aquella población juvenil inconforme, ya que el asunto de juventud se había convertido en una cuestión político-social a resolver por parte del Estado. Evidentemente, y el texto lo alude, hubo condiciones políticas y culturales internacionales que favorecieron tal dinámica interna juvenil, como la radicalización y la ruptura cultural en los años sesenta. Una de las instituciones esenciales creadas fue el Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes (MCJD), en 1970, pero el autor expone síntomas importantes, en los años previos a esa fecha, de descontentos juveniles, así como de algunas respuestas emanadas desde el Estado, como lo fue la creación del Movimiento Nacional de Juventudes (1966). Al final del período en estudio, además del MCJD se promulga también la ampliación de derechos electorales y ciudadanos a partir de los dieciocho años de edad. Y es que los jóvenes, nos dice el autor siguiendo a Bourdieu, se habían convertido “en un capital político y sociocultural en constante disputa”. Para el lector se evidencia que, por su impacto, la iniciativa estatal analizada en este texto es comparable con la ley educativa de 1886 o con la Ley de la Persona Joven, de 2002.

A finales de abril de 1970, varios de los diputados salientes del Partido Liberación Nacional, que había ganado las elecciones en febrero, presentaron el proyecto de ley de creación del MCJD. Precisamente esto ocurrió en momentos en que se daba lo más álgido en la lucha en contra del contrato-ley entre el Estado costarricense y la Aluminium Company of America (ALCOA), en la cual el movimiento estudiantil universitario desempeñó un papel fundamental. Sobre este conflicto social versa el siguiente capítulo, “De estudiantes a comunistas: las manifestaciones juveniles contra Alcoa en 1970”, de Randall Chaves. Si bien aquella protesta, de poco más de un año (1969-1970), ha sido poco estudiada en aspectos fácticos, contextuales, constitutivos y organizacionales del movimiento, para mencionar algunos elementos sustantivos, el autor se enfoca en analizar lo sucedido “antes y después de las manifestaciones para comprender el proceso que permitió la germinación y permanencia de discursos en contra del estudiantado”. Esto es importante de mencionar, porque como el análisis está delimitado a lo discursivo y debido a que no se ofrece una reconstrucción suficiente de los acontecimientos, se dificulta, a mi modo de ver, comprender a cabalidad la argumentación explicativa y los hallazgos, lo que por momentos más bien distorsiona la construcción de aquellos hechos. Por ejemplo, el análisis comienza cuando se está en la etapa de mayor movilización estudiantil, mientras que el lector carece de información de lo acontecido desde un año antes, por lo que es difícil que logre hacerse una idea medianamente precisa de la composición del movimiento, de la presencia y participación de los distintos actores del movimiento en su conjunto (comunistas, socialdemócratas, nueva izquierda, grupos independientes y eclesiales, anti-comunistas, partidos políticos, gremios), así como de la dinámica, en algún momento conflictiva, de la misma Federación de Estudiantes.2 Evidentemente la realidad discursiva tendía a simplificar las posiciones mediante las etiquetas, pero la dinámica concreta del conflicto fue mucho más compleja, y al no exponerse ésta, se le imposibilita al lector la contrastación entre ambas esferas: los discursos estereotipados no encajan plenamente con la dinámica concreta, si bien emanaron y a su vez influyeron sobre ella.3 En todo caso, el estudio muestra la utilización de estereotipos que la prensa nacional publicó en contra el movimiento estudiantil para deslegitimarlo y dividirlo. Por otra parte, en la disputa discursiva, nos dice el autor, ambos adversarios utilizaban las descalificaciones, por ejemplo, “comunistas” o “entreguistas”.

Una temática distinta, alejada de los movimientos sociales y políticos, es la del siguiente capítulo, de David Díaz, titulado, “Hijos de la crisis: la juventud costarricense de la década perdida (1978-1990)”, que se dirige a indagar los avatares que recorrieron los jóvenes de la crítica década de 1980, particularmente desde la política pública: la integración de los colegiales, su desradicalización, la atención a la deserción educativa, la falta de empleo, en un entorno de crisis económica, la conflictividad regional y la creciente globalización cultural. Se analizan políticas concretas, desarrolladas desde el Ministerio de Educación, el MCJD y otras entidades, así como el esfuerzo por hacer participar a los jóvenes en procesos productivos, como el cooperativismo.
Se aclara que algunas de estas iniciativas procedían de la década de 1970 y de orientaciones provenientes de organismos internacionales, como la ONU. El autor destaca dentro los énfasis diferenciados entre los respectivos gobiernos en la política juvenil. El resultado final habría dio la desradicalización juvenil, en medio de una dura crisis económica, con importante deserción (¿o expulsión?) educativa y falta de oportunidades laborales. Fue una etapa de transición, nos dice Díaz, hacia el predominio de “un proyecto de futuro guiado por la teoría del capital humano”. En el último apartado se incursiona en el consumo cultural, específicamente en el de la radio y la música, donde importantes cambios tecnológicos se estaban produciendo por el surgimiento de los videos en la televisión internacional (MTV), lo cual tuvo su expresión nacional hacia el segmento de audiencia joven (“Hola Juventud”). Esto habría favorecido la proliferación de bandas, solistas, eventos y escenarios musicales juveniles. Díaz concluye que la juventud de los años ochenta había creado su autoimagen a partir de su propia cotidianidad y entorno ya delineados, particularmente desafiantes y amenazantes, por lo que a diferencia de anteriores juventudes – ¿más “épicas” o “comprometidas” con la política? – ha sido tildada de “conservadora e indiferente”. Al respecto el autor dialoga con anteriores planteamientos que tienden hacia esta última caracterización: Torres-Rivas y Picado Rojas.

En ese tránsito hacia otra época juvenil, como nos dice Díaz, en los años noventa, se enmarca el capítulo de Sergio Isaac Hernández: “Juventud satánica: el colectivo juvenil metal y el pánico moral de 1992 en Costa Rica”. Dicho colectivo, se explica, es un movimiento alternativo asociado a específicas visiones de mundo y sensibilidades. El estudio se centra en las consecuencias socioculturales que tuvo la realización de un concierto de rock metálico, en mayo de 1992, lo que generó un conflicto cultural con los sectores hegemónicos del país, nos dice Hernández. Algunos medios le dieron importante cobertura, lo cual habría provocado un “pánico moral” por unos cuantos meses, en tanto tal expresión cultural fue señalada y denigrada de manera estereotipada, como “amenaza a los valores e intereses sociales”, dentro de una estrategia de contención y control social. Se pasa revisión a los orígenes del rock metálico y su constitución en tanto expresión cultural identitaria en el país, sus arraigos geográficos y sociales, así como los medios o espacios de distribución y audiencia. Luego de exponer los antecedentes y los hechos concretos del festival de 1992, se pasa a desmenuzar la respuesta de control social proveniente de algunos de los órganos y jerarcas del Estado (Ministerio de Seguridad y su ministro), de la Iglesia Católica, de varios medios y periodistas, todos ellos con discursos moralistas y etiquetadores. De igual manera se exponen y examinan respuestas de algunos de los jóvenes que fueron publicadas en la prensa. De manera cualitativa y cuantitativa se analiza y procesa la información. Se concluye, que si bien la supuesta amenaza política, ideológica o satánica resultó no serlo, el pánico moral desatado dejó una huella de persecución, exclusión y criminalización hacia aquellos jóvenes, aunque por otro lado, tal reacción al grupo más bien parece haberlo cohesionado identitariamente.

Añadamos que lo paradójico, como muchas veces acontece en este tipo de cuestiones del consumo cultural capitalista, es que la música metálica terminó siendo aceptada e incorporada con normalidad dentro del mercado cultural, e inclusive han surgido expresiones de este estilo de música dentro del neopentecostalismo protestante, si bien con contenidos sacros, ya no “satánicos”.

El libro concluye con un corto epílogo que subraya los aportes generales, una alusión al presente y pasado inmediato sobre la juventud costarricense, e incorpora un comentario, que no deja de ser atinente, sobre una valoración subjetiva que Alberto Cañas hizo de la “generación de Alcoa” en sus memorias.4

Reiteramos que esta obra es un relevante aporte a un campo de estudio muy pertinente, pero escasamente estudiado. Diversas aristas quedan por profundizar y numerosas interrogantes por responder. Es de instar, a la vez que felicitar, a los jóvenes autores para que continúen profundizando en esta problemática investigativa; y de igual forma a los editores-autores, tanto por sus aportes como por impulsar esta iniciativa editorial.

Notas

1 Hay una bibliografía bastante exhaustiva en la obra misma; sólo añadimos: Ceciliano Navarro, Yajaira (Ed.) (2008). Perspectivas juveniles en Costa Rica. Cuaderno de Ciencias Sociales No. 152, Costa Rica: FLACSO.

2 Cerdas Albertazzi, José M. (2017). “Las luchas contra la empresa ALCOA. Un intento de síntesis interpretativa (1969-1970)”. Revista de Historia. Heredia, no. 75 (julio-diciembre), 81-129.

3 Algunas afirmaciones no parecen verosímiles o al menos no se explican. Por ejemplo, las relacionadas con los encarcelados por varios días, luego de las manifestaciones: a) se señala una supuesta “ganancia de impopularidad” del estudiantado por continuar en huelga como medida de presión para liberar a los detenidos; b) el interés exclusivo del partido comunista (Vanguardia Popular) por liberar a sus militantes (pp. 125 y 128). Otra precisión factual y que las fuentes testimoniales demuestran: el presidente de la FEUCR, González, no tuvo ningún protagonismo dentro del movimiento, porque el mismo estudiantado lo defenestró apenas estaba asumiendo y terminó siendo anulado; así que no tiene sentido mencionar, por este caso, que hubo profundas divisiones a lo interno. Si bien sí hubo diferencias, las mismas no fueron entre “comunistas” y “no comunistas”.

4 Cañas Escalante, Alberto (2006). 80 años no es nada. San José: Editorial Universidad Estatal a Distancia. En un trabajo parcialmente inédito comentamos esas mismas apreciaciones subjetivas e imprecisas de Cañas, que en todo caso es un testimonio personal: Cerdas Albertazzi, José M. y Hernández Rodríguez, Carlos (2016). Movilización social y negociación política: Panorámica de los movimientos sociales costarricenses en el siglo XX, inédito, Escuela de Historia, Universidad Nacional (pp. 20-22).