FEDERACIÓN CRISTIANA DE CAMPESINOS SALVADOREÑOS (FECCAS) Y UNIÓN DE TRABAJADORES DEL CAMPO (UTC):
LA FORMACIÓN DEL MOVIMIENTO CAMPESINO SALVADOREÑO REVISITADA

Francisco Joel Arriola

Resumen

En este artículo se pasa revista al proceso de formación de la Federación Cristiana de Campesinos Salvadoreños (FECCAS) y la Unión de Trabajadores del Campo (UTC), las dos más grandes organizaciones campesinas que, durante la década de 1970, impulsaron, junto a una variedad de actores populares urbanos, el ciclo radicalizado de movilizaciones no armadas que precedió a la Guerra Civil Salvadoreña (1981-1992). Aunque se tienen en cuenta los macro-procesos y las estructuras de gran nivel que posibilitaron la emergencia de la contienda política campesina del período y la constitución de sus estructuras organizativas, en este trabajo se privilegia un enfoque que nos ayuda a dar cuenta de los procesos locales y de los cursos de acción desplegados por actores múltiples en contextos específicos que estuvieron a la base de la formación de FECCAS y UTC. Se concluye que estas dos organizaciones rurales y sus características distintivas resultaron invariablemente de la acción interactiva de tres actores básicos: sectores progresistas de la iglesia católica, militantes de las Organizaciones Político-Militares (OPM) y líderes campesinos. El modo concreto en que estos tres actores se articularon y la manera en que su acción cristalizó en la formación y desarrollo de las organizaciones señaladas, no obstante, siguió senderos complejos y particulares en cada región específica.

Palabras clave: Movimientos Sociales, Movimiento Campesino, Ciclo de Protestas, Crisis Centroamericana, Guerra Civil Salvadoreña.

Fecha de recepción: 14 de febrero de 2019 Fecha de aceptación: 23 de marzo de 2019Francisco Joel Arriola

Consultor e investigador independiente, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Ecuador. Contacto: joelarriolaes@gmail.com

FEDERACIÓN CRISTIANA DE CAMPESINOS SALVADOREÑOS (FECCAS) AND UNIÓN DE TRABAJADORES DEL CAMPO (UTC):
THE MAKING OF THE SALVADORAN
PEASANTS MOVEMENT REVISITED

Abstract

In this paper, I review the process of making of the Federación Cristiana de Campesinos Salvadoreños (FECCAS) and the Unión de Trabajadores del Campo (UTC), the two largest peasant organizations that, during the 1970s, promoted, together with a multiplicity of popular urban actors, the radicalized cycle of unarmed mobilizations that preceded the Salvadoran Civil War (1981-1992). Although the macro-processes and the big structures that enabled the emergence of the peasant political struggle of the period and the constitution of their organizational structures are taken into account, this paper privileges an approach that helps us to account for local processes and the courses of action deployed by multiple actors in specific contexts that were at the base of the formation of FECCAS and UTC. I conclude that these two rural organizations and their distinctive characteristics resulted invariably from the interactive action of three basic actors: progressive sectors of the Catholic Church, militants of the Political-Military Organizations (OPM) and peasant leaders. The specific way in which these three actors articulated themselves and the way in which their action crystallized in the formation and development of the aforementioned organizations, nevertheless, followed complex and particular paths in each specific region.

Keywords: Social Movements, Peasant Movement, Cycle of Protest, Central American Crisis, Salvadoran Civil War.

INTRODUCCIÓN

Es 28 de octubre de 1976. Al final de una nutrida marcha en las calles de San Salvador, la Federación Cristiana de Campesinos Salvadoreños (FECCAS) y la Unión de Trabajadores del Campo (UTC)1 presentan al parlamento un pliego de demandas que contemplan modificaciones mínimas a la legislación laboral rural vigente, de cara a la temporada de recolección de cosechas de 1976-1977 que está por iniciarse. En concreto, los campesinos exigen un incremento del salario mínimo rural, “mejor alimentación y eliminar el sistema de agregados en los centros de trabajo” (FTC, 1977, p. 6). Los diputados (oficialistas y opositores), sea por simple demagogia o porque corren los tiempos de una Transformación Agraria que se encuentra por entonces en serios aprietos (Gordon, 1989), reciben el petitorio y se comprometen a responder al mismo en 15 días. Pasados estos, el compromiso se rompe y los dirigentes rurales informan a las bases lo siguiente:

Las dos veces que nos hicimos presentes a la Asamblea Legislativa la respuesta de estos fieles sirviente[s] de la Burguesía Criolla y el Imperialismo Yanqui, fue el no presentarse al salón de reuniones, para no darnos contestación (sic). Pero al darnos cuenta que no estaban los diputados se hicieron mítines alrededor de la Asamblea Legislativa en donde se quedó (sic) bien claro quiénes son estos sirvientes de los oligarcas (FTC, 1977, p. 7).

Ante la negativa de los diputados a responder a las demandas de los campesinos, FECCAS y UTC comienzan entonces una intensa campaña de denuncia en la prensa, en la cual se publican campos pagados exigiendo a los parlamentarios el cumplimiento de sus demandas originales. Los diputados (y el gobierno en turno) guardan silencio, mientras el tiempo de recolección de cosechas se aproxima. Junto a los desplegados en la prensa, la FTC organiza entonces una jornada de protestas coordinada y simultánea en los municipios de Zacatecoluca (La Paz), Cancasque (Chalatenango), Quezaltepeque (La Libertad) e Ilobasco (Cabañas). Unas veces olvidadas y otras minusvaloradas, estas movilizaciones programadas para el 14 de noviembre constituyen un hito de trascendental importancia en la historia política del país: es la primera vez en 40 años que actores rurales despliegan movilizaciones trans-locales que exigen la satisfacción de demandas nacionales (es decir, demandas que rebasan el marco de la comunidad local)2.

En Ilobasco y Quezaltepeque las movilizaciones derivaron en hechos violentos. En este último, de hecho, la protesta derivó en enfrentamientos directos entre las fuerzas de seguridad locales del Estado y los campesinos (Cf. Cabarrús, 1983; Cardenal, 1985; Pearce, 1986). Según el reporte de la FTC (1977, p. 4-5), en este municipio se movilizaron alrededor de 2500 personas (muchas de ellos de la zona de Aguilares. Cf. Cabarrús, 1983). Se dice que, al finalizar la marcha, “dos compañeros se separaron un poco de la masa para tomar agua. Los POLICIAS MUNICIPALES, que estaban al acecho como perros rabiosos, se lanzaron sobre los compañeros para capturarlos, pero solo lograron detener a uno”, conduciéndolo a la cárcel de la municipalidad.
Este hecho, sigue narrando la FTC, “fue denunciado en el mitin y provocó la indignación de toda la masa (…) Tanto de la masa como de la dirección surgió una sola decisión: NO DEJAREMOS AL COMPAÑERO EN LAS GARRAS CRIMINALES DE LOS CUERPOS REPRESIVOS”. La dirección nombró entonces una comisión (dos campesinos de la FTC, dos maestros de la Asociación Nacional de Educadores Salvadoreños –ANDES 21 de Junio– y dos estudiantes) encargada de exigir la libertad del campesino recién apresado. La respuesta de las autoridades fue contundente: no solo se negó la solicitud de la comisión, sino que, según el informe de la FTC, el inspector de la Policía Municipal a cargo desenfundó “su pistola” y atacó “a balazos a los miembros de la comisión (…) Al mismo tiempo, otros Policías Municipales también abrieron fuego desde el interior de la Alcaldía, utilizando armas calibre 38 y 45 y disparando directamente contra los manifestantes”. Los campesinos se dispersaron, “pero un grupo (…) se quedó cerca y armándose de palos y piedras [y probablemente también con las escasas armas cortas de las que disponían] comenzaron a defenderse (…)”, al poco de lo cual “el grueso de la manifestación volvió a encontrarse (…)”, logrando forzar el repliegue de los Policías Municipales y de la Guardia Nacional, asaltando de ese modo el edificio municipal y liberando al campesino capturado (FTC, 1977, p. 4-5).

En todo caso, la jornada del 14 de noviembre no dio resultados favorables: los diputados continuaron sin resolver las demandas de los campesinos. El Bloque Popular Revolucionario (la coalición multisectorial a la cual estaban adscritos FECCAS y UTC) convocó entonces a una multitudinaria manifestación en la capital del país para el 27 de noviembre. En las calles de San Salvador desfilaron alrededor de 10000 campesinos, maestros, estudiantes y pobladores de barrios marginales exigiendo el cumplimiento a las reivindicaciones de FECCAS y UTC y, además, protestando contra la reciente intervención y cierre de la Universidad de El Salvador (UES) por el gobierno del coronel Arturo Armando Molina.

Finales de 1976

Del mismo modo que demandaron aumentos salariales y mejores condiciones laborales en las fincas de café, algodón y caña de azúcar (y amparados en la Ley de Arrendamiento de Tierras), FECCAS y UTC también exigieron al Ministerio de Agricultura que hiciera frente a la negativa de los terratenientes a rentar una porción de tierra a los campesinos, agregando que esta debía ser a precios asequibles. Los campesinos esperaban que el gobierno respondiera positivamente a sus demandas (por menos parcialmente) para finales del año o principios del subsiguiente, de cara al período del cultivo de granos básicos que comenzaba en el mes de abril. Como ni el Ministro de Agricultura ni otra autoridad competente se pronunciaron al respecto (y probablemente teniendo como antecedente las peticiones irresueltas de octubre de 1976 ya señaladas), FECCAS y UTC decidieron organizar, para el 5 de abril de 1977, una serie de tomas de tierras, al principio pacíficas, en distintos puntos del país (Cf. Cabarrús, 1983; Pearce, 1986).
La decisión, al parecer, llegó desde arriba (es decir, desde la dirección de FECCAS y UTC):

La dirección de FECCAS –dice un campesino del departamento de Cabañas– mandó una circular que distribuimos en las bases de Cinquera, Jutiapa, Azacualpa y Tejutepeque. En la circular FECCAS llamaba a realizar unas cuantas tomas de tierras, programadas para la media noche del 5 de abril de 1977. Las tomas tenían que ser sincronizadas, y debíamos entrar por diferentes rumbos para no ser detectados. Esas tomas eran las primeras acciones fuertes, por lo que le llamamos el primer “bombazo”. Nosotros sentíamos que la vida se nos retorcía, sobre todo al pensar que teníamos que ir de frente dando la cara; ese temor nos empujaba a muchas dudas y hasta nos daban ganas de arrepentirnos, pero cuando vimos que la gente de las bases respondieron (sic), se nos fue quitando la timidez y fuimos recuperando el espíritu, de manera que comenzamos a levantar la cabeza (Alvarenga, 2008, p. 139).

Se organizaron, de ese modo, tomas de tierras en diversas fincas del El Paisnal (San Salvador), Tecoluca (San Vicente), Zacatecoluca (La Paz), Tejutepeque, Jutiapa, Cinquera (Cabañas), Azacuapa y varios municipios más de Chalatenango (Cf. Alvarenga, 2008; Cabarrús, 1983; Pearce, 1986). Un par de años atrás, los campesinos habían comenzado a organizar comités de autodefensa (para entonces, pequeñas células –o a veces incluso un solo delegado– responsables de la seguridad del grupo), que no dudaron en utilizar en las tomas. Un campesino de Cabañas a cargo de la toma que tuvo lugar en el municipio de Cinquera, cuenta que,

[El] 5 de abril [día de la toma], como que los de ORDEN olfatearon lo que estaba pasando, porque al ser más de quinientos los que íbamos a participar de Cinquera, comenzamos a realizar movimientos anormales, ya que estábamos preparando los peroles para cocer maíz, comprando azúcar, frijoles, cal, sal, arroz y todo lo que nos pudiera servir para vivir en esas tierras que nos íbamos a tomar (…) Todos salimos a las 7.30 p.m. de las casas y por diferentes rumbos (…) cuando ya eran las 12.00 de la noche (…) nos dieron la orden de entrar a las tierras. Todos entramos. La hacienda estaba cultivada de plantillas de caña, pero los coordinadores de la toma dieron la orden de arrancarlas (…) Uno de los que más animaba las actividades de esa toma era un compañero universitario que le llamábamos “Chile Verde” (…) Nos informaron que el patrón tenía 10 agentes de la guardia y muy armados, cosa que nos dio cierto temorcito y algunos hasta queríamos chiviarnos [retirarse de la toma], pero “Chile Verde” agarró una barita y se puso a hacer una línea recta en medio del terreno y dijo: “Nadie se va de aquí, los compañeros que tengan huevos revolucionarios, que den un paso al otro lado de la raya”. La decisión era maldita, pero el primero que dio un paso y cruzó la raya, fue un viejito de 70 años y sus hijos. Ese fue un reto bien jodido, porque ¿Quién diablos se iba a quedar atrás cuando el viejito ya había dado un paso adelante? (Alvarenga, 2008, pp. 139-140).

La respuesta que dio el gobierno a las tomas de tierra fue diferente de un lugar a otro, aunque a la larga todas sin excepción cayeron en manos de la fuerza pública del Estado: en algunos puntos (particularmente en los municipios de Cabañas) las tomas persistieron durante todo el año sin una intervención militar decidida, pero en otros –y el caso de El Paisnal y los eventos colaterales ocurridos en el vecino municipio de Aguilares es el ejemplo más brutal en ese sentido– los aparatos de seguridad del Estado (incluida la fuerza armada) irrumpieron violentamente, desalojando a los campesinos movilizados.
Ahí donde las tomas persistieron, los campesinos lograron, aunque sea parcialmente, la satisfacción de sus demandas originales (acceso a tierra para el cultivo de granos básicos), yendo incluso más allá de ellas, al constituir (en las áreas de las tomas) espacios autónomos de sociabilidad política en los márgenes de la ley y el Estado.

*****

Los episodios de contienda política de la segunda mitad de 1976 y la primera de 1977 fueron parte de un ciclo más amplio de confrontación sociopolítica rural que se extendió desde 1969 hasta 1981 y que, de hecho, compartió escenarios y vínculos múltiples con una oleada urbana de protestas populares encabezada por obreros, trabajadores de instituciones públicas y empresas privadas, profesores de educación primaria y secundaria, estudiantes universitarios y pobladores de barrios urbano-marginales (Almeida, 2011; Lungo, 1987; Pirker, 2008; 2012). En su conjunto, estos actores (urbanos y rurales) lanzaron un radicalizado ciclo de protestas que precedió a (y sentó las bases materiales y culturales de) la guerra civil que enfrentó militarmente al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y al Estado salvadoreño entre 1981 y 1992 (Almeida, 2011; Arriola, 2018; Brockett, 2005; Lungo, 1987).

En este artículo exploramos la historia de la formación de FECCAS y UTC3, consideradas, precisamente, como las más importantes estructuras organizativas rurales que los campesinos pobres construyeron durante la década de 1970 y desde las cuales, estos últimos, impulsaron múltiples jornadas de protestas preponderantemente no armadas entre 1975 y 1981. Aunque se tienen en cuenta los macro-procesos y estructuras de gran nivel que posibilitaron la emergencia de la contienda política campesina de estos años, en este trabajo se privilegia un enfoque que ayuda a dar cuenta de los procesos locales y de los cursos de acción desplegados por actores múltiples en contextos específicos que estuvieron a la base de la formación de FECCAS y UTC.

De ese modo, en este artículo seguimos una propuesta de trabajo (Arriola, 2019) según la cual, con el nivel de producción académica del que disponemos actualmente, deberíamos dedicarnos hoy en día al trabajo de reconstrucción histórica de las dinámicas locales y las acciones de base que, en una escala “meso”, constituyeron el proceso de movilizaciones campesinas de corte nacional ocurridas durante la década de 1970 en El Salvador. En ese sentido, en lo que sigue se intenta reconstruir el proceso de formación de FECCAS y UTC a través no tanto de los procesos macro-históricos e institucionales que posibilitaron la emergencia de semejantes estructuras organizativas del movimiento contencioso rural salvadoreño, sino más bien de los cursos de acción desplegados por múltiples actores, incluidos los campesinos que, en un marco de interacciones e intercambios culturales con una multiplicidad de actores externos (principalmente, guerrillas, iglesia católica y opositores políticos no armados) se constituyeron a sí mismos en agentes de carácter nacional. Nos alejamos, en ese sentido, de las visiones más negativas que consideraron al campesinado como un sector que precisa ineluctablemente de un “excitante foráneo que abra” sus “miras ordinariamente ‘miopes’”
(
Cabarrús, 1983, p. 160; Cf. también Montes, 1981; Pearce, 1986), para adherir al enfoque propuesto por Chávez (2017), según el cual, durante las décadas de 1970 y 1980, los campesinos desplegaron por sí mismos variadas y creativas actividades intelectuales y organizativas que, articuladas de modos múltiples a la acción de otros actores externos (principalmente de sacerdotes progresistas y militantes guerrilleros), resultaron fundamentales en el proceso de constitución y difusión de una serie de ideas contestatarias (un ethos anticapitalista, dice al autor), redes locales y estructuras organizativas que, en el mediano plazo, resultaron claves en la expansión de la guerra civil de la década de 1980.

BASES HISTÓRICAS DE LA CONTIENDA POLÍTICA CAMPESINA

En la segunda mitad del siglo XX, tres grandes procesos modelaron el orden rural salvadoreño y, en su conjunto, posibilitaron la formación y el desarrollo de un amplio ciclo de confrontación sociopolítica rural en la década de 1970. Estos procesos fueron: a) la diversificación agrícola y el crecimiento poblacional de las décadas de 1950, 1960 y 1970 y su impacto en la organización socioespacial y productiva del campo salvadoreño; b) la constitución y desarrollo de un Estado reformista cuya particular actitud hacia los sectores urbanos permitió a estos últimos desplegar su acción social y política entre las comunidades rurales; y c) la aparición y difusión de una serie de corrientes culturales e ideológicas contestatarias que encontraron, por entonces, gran arraigo entre los pobres rurales.

En efecto (y para señalar el primero de ellos), entre 1945 y 1970 El Salvador experimentó un profundo proceso de diversificación agrícola: al café, hasta entonces el único producto de exportación realmente significativo, se sumaron el cultivo comercial del algodón y la caña de azúcar (figura 1). La introducción en masa de ambos productos desestructuró las formas hasta entonces vigentes de organización territorial de la vida colectiva, favoreciendo la aparición de un nuevo locus espacial asentado en la producción mecanizada y el trabajo asalariado; las haciendas tradicionales fueron desplazadas por (o convertidas en) plantaciones capitalistas, al tiempo que los antiguos colonos de aquellas fueron desalojados de las tierras que hasta entonces ocupaban mediante acuerdos de tenencia no pecuniarios (i.e. colonato). La lógica productiva de las nuevas plantaciones generó una masa de pobres rurales sin acceso a tierra, algunos de los cuales (la minoría)4 fueron contratados en labores permanentes en las nuevas plantaciones; otros más migraron hacia las ciudades o hacia la capital del país, pero la mayoría permaneció en los alrededores de las plantaciones a la espera de la temporada de recolección de cosechas (Browning, 1975; Montes, 1981; 1986; 1988).

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Figura 1. Expansión del algodón y azúcar, años seleccionados Fuente: Elaboración propia con base en Arias Peñate (1988) y Dada Hirezi (1983). El algodón está calculado en quintales-oro, usando como año-base la cosecha de 1955-1956; para la caña de azúcar, el año base es la cosecha de 1961-1962.

En la medida en que los campesinos desalojados permanecieron en los alrededores de las plantaciones capitalistas, comenzaron a aparecer asentamientos rurales de lo más precario en los contornos de los ríos, riachuelos, vías y carreteras cercanas a aquellas (Browning, 1975). La expansión de esta nueva forma de ocupación del espacio fue, sin lugar a dudas, mucho más marcada en los alrededores de las plantaciones algodoneras. En las zonas donde la caña de azúcar fue predominante, los campesinos lograron acceder a pequeñas parcelas (las de peor calidad, eso sí), aunque a costos muy elevados (Alvarado López y Cruz Olmedo, 1978; Cabarrús, 1983). En la zona paracentral y oriental del país, los campesinos lograron participar incluso, aunque en condiciones más que desfavorables (Arias Peñate, 1988), de la producción a pequeña escala y del procesamiento artesanal de la caña (Fernández Avedaño, 1972; Granillo, 1971).

No obstante, y a pesar de las diferencias encontradas de una región a otra, la configuración socioespacial rural del período siguió estando determinada por la estructuración de asentamientos rurales de campesinos pobres en parcelas de extensión sumamente reducidas, sin acceso a servicio básico alguno y en la más absoluta incertidumbre. Como estos asentamientos se erigieron, literalmente, en los bordes de las haciendas y plantaciones capitalistas, el resultado fue la constitución de un tipo de campesinado (por lo menos en estas áreas) apenas vinculado a los señores de la tierra por lasos verticales de solidaridad del tipo patrón-cliente; un campesinado configurado, en ese sentido, como un actor contestatario en potencia.

Y, sin embargo, la diversificación agrícola no afectó a todo el país por igual. De hecho, la zona norte “fue menos afectada por la transformación que tuvo lugar en el centro y sur de El Salvador en el siglo XIX y XX, ya que fue inadecuada para la producción de café a gran escala” (Pearce, 1986, p. 45) e impropia para el cultivo intensivo de algodón y caña de azúcar. No obstante, comunidades campesinas marginales viviendo en los bordes de las haciendas también aparecieron en esta región del país (Browning, 1975), lo que sugiere que la estructuración de estas debió responder, asimismo, al súbito crecimiento poblacional de las décadas de 1950, 1960 y 1970 (figura 2) y a la consiguiente intensificación de la lucha por la tierra.

El segundo proceso que modeló el orden rural del período tiene que ver con la política. En efecto, y en términos analíticos, el período que abarca desde 1948 hasta 1976 fue testigo de la constitución, desarrollo y fracaso de un tipo de Estado militar que impulsó un programa reformista moderado fraguado al calor de la interacción contenciosa entre múltiples actores sociales y políticos (incluidos, claro está, el Estado, las élites agrarias y los sectores democrático-populares). No podemos detenernos aquí en el detalle de semejante proceso, pero es preciso señalar que los gobiernos militares que se sucedieron en este período impulsaron múltiples políticas económicas de corte desarrollista e industrializante, reformas políticas liberalizadoras y una gran variedad de programas de bienestar laboral y social. Hacia el final de este ciclo, incluso, el gobierno de Arturo Armando Molina intentó llevar a cabo un ambicioso programa de reforma agraria cuyos términos originales tendían a modificar la estructura asimétrica de la propiedad sobre la tierra (Baloyra-Herp, 1984; Cáceres Prendes, 1988; Castellanos, 2001; Gordon, 1989; Huezo Mixco, 2017; Turcios, 2003).

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Figura 2. Población urbana y rural de El Salvador, años seleccionados

Fuente: DIGESTYC (1997).

Las características particulares de este Estado posibilitaron el desarrollo de una serie de actores urbanos que actuarían, más tarde, sobre aquellos campesinos configurados como potenciales actores contestatarios. La apertura política de este Estado posibilitó, por ejemplo, la emergencia de partidos opositores (principalmente el Partido Demócrata Cristiano –PDC–) y grupos estudiantiles, al tiempo que permitió la actividad eclesiástica y organizativa de la iglesia en las zonas rurales del país. El Estado, incluso, llegó a financiar la fundación de cooperativas campesinas promovidas por la iglesia católica en la década de 1960, al tiempo que impulsó su propio programa cooperativo (Almeida, 2011; Montes, 1986).
Con todo, una suerte de autoritarismo selectivo contra la izquierda y otros actores contestatarios (los estudiantes universitarios y los maestros, sobre todo) cubrió todo el período, lo que también ayudó a modular la acción social y política de los estudiantes universitarios, los partidos opositores y la iglesia católica en un sentido cercano a las posiciones radicalizadas de la izquierda armada.

El ambiente cultural e ideológico (el último de los tres procesos de los que venimos hablando) de las décadas de 1960 y 1970 fue, asimismo, crucial en la formación de la contienda política campesina. Cada uno de los actores señalados (los partidos opositores, la iglesia, los grupos estudiantiles y, hay que añadir, las Organizaciones Político-Militares –OPM) adoptaron y elaboraron ideologías políticas y corrientes de pensamiento que más tarde buscaron difundir entre los pobres rurales. El caso de la iglesia es particularmente importante en ese sentido. Y es que, en efecto, aunque la labor de esta última entre el campesinado venía desde la segunda mitad de la década de 1950, es indudable que fueron el Concilio Vaticano II, la promulgación de la encíclica papal Populorum Progressio, la II Conferencia General de Obispos Latinoamericanos (en adelante, simplemente Medellín) y otros eventos conexos (CELAM, 2010; Pablo VI, 1965; 1967), los indujeron a la formación de una práctica eclesiástica decididamente progresista entre importantes sectores de la iglesia católica salvadoreña. En múltiples parroquias locales (y también en el arzobispado de San Salvador), por ejemplo, la prédica de la salvación extraterrena cedió ante aquella otra centrada en la condena de la explotación y la exigencia de justicia social (Cf. Cáceres Prendes, 1983; Cardenal, 1985; Montgomery, 1983; Richard y Meléndez, 1982).

La influencia de otros actores con sus particulares ideologías fue igualmente significativa. Durante sus primeros años, FECCAS fue influenciada por el PDC; se sabe, así mismo, que durante aquel período el Partido Comunista Salvadoreño (PCS) logró hacerse de unos pocos adeptos rurales en la zona central del país (Cabarrús, 1983). Por su lado, los estudiantes universitarios (marxistas, cristianos y radicales) tuvieron una presencia más significativa. De hecho, fue principalmente a través de estos últimos que las OPM (principalmente las Fuerzas Populares de Liberación –FPL–) lograron establecer pequeñas células de militantes clandestinos desde las cuales reclutaron campesinos e impulsaron el trabajo, a nivel territorial, de las organizaciones rurales no armadas. Fue, asimismo, a través de los estudiantes universitarios y otros cuantos militantes de las OPM que se difundieron ideologías radicalizadas de corte marxista entre el campesinado salvadoreño del período (Arriola, 2019; McElhinny, 2006; Chávez, 2017; Pearce, 1986).

FUNDACIÓN Y EXPANSIÓN DE FECCAS

La historia de FECCAS se remonta al año 1964, cuando la iglesia católica y el PDC fundaron una serie de “ligas campesinas” adscritas originalmente a la Unión Nacional de Obreros Católicos (UNOC), una suerte de federación con baja membresía y también instituida por la iglesia católica y el PDC. No existe un registro detallado del proceso de rompimiento de estas “ligas” con la UNOC, pero en la Carta de Principios de FECCAS5 se dice que, debido a que “la directiva de la UNOC comenzó a corromperse y a hacer una serie de manejos ‘políticos’ que obedecían a intereses personales de algunos dirigentes”, y al intento posterior de líderes de aquella por “‘manipular’ a los trabajadores del campo”, estos “deciden formar [en 1969] una federación bajo el nombre de “FEDERACIÓN CRISTIANA DE CAMPESINOS SALVADOREÑOS” (FECCAS, 1975b, p. 3).

En sus primeros años, FECCAS fue una organización pequeña, con un bajo nivel de membresía y poca influencia territorial (Cabarrús, 1983; Cardenal, 1985). Como resultado del hecho de que las “ligas campesinas” se encontraron desde el principio bajo la egida de la iglesia católica y la democracia cristiana, la organización estuvo fuertemente influenciada por el PDC hasta 1973, partido del cual aquella adoptó principios doctrinarios fundamentales (Cf. Duarte, 1989; Webre, 1985). En efecto, desde sus origines, FECCAS reivindicó la reforma agraria, la sindicalización campesina (dos tópicos importantes en la predica social de la iglesia católica del período y de las plataformas programáticas del PDC) y el “cooperativismo como complemento de la acción sindical” (FECCAS, s/f, párr. 97-102). Adoptó, asimismo, una noción de propiedad privada cercana a los principios de la doctrina social de la iglesia y a los postulados de encíclica Populorum Progressio. En la Declaración de Principios de FECCAS, por ejemplo, se decía que,

La propiedad privada no constituye para nadie un derecho incondicional y absoluto. Cuando sobrevienen conflictos entre derechos privados adquiridos y las exigencias comunitarias primordiales es necesaria la intervención del Estado, con la activa participación de las personas y de los grupos sociales. El bien común exige la expropiación de todas las posesiones que sirven de obstáculo a la propiedad colectiva, ya sea por el hecho de su extensión, ya sea por su explotación deficiente o nula, ya sea por la miseria que provoca para el pueblo, ya sea por el daño considerable que produce a los intereses del país (FECCAS, s/f, párr. 30).

Es esta, precisamente, una lectura cercana al discurso que el sumo pontífice repetía desde 1967 con tanto ahínco y en el cual proclamaba, solo después de denunciar el colonialismo y el “desequilibrio creciente entre países pobres y ricos”, que,

La tierra ha sido dada para todo el mundo y no solamente para los ricos (…) La propiedad privada no constituye para nadie un derecho incondicional y absoluto. No hay ninguna razón para reservarse en uso exclusivo lo que supera a la propia necesidad cuando a los demás les falta lo necesario (…) por desgracia (…) ha sido construido un sistema que considera el lucro como motor esencial del progreso económico; la concurrencia, como ley suprema de la economía; la prosperidad privada de los medios de producción, como un derecho absoluto, sin límites ni obligaciones sociales correspondientes. Este liberalismo sin freno, que conduce a la dictadura, justamente fue denunciado por Pío XI como generador del “imperialismo internacional del dinero” (Pablo VI, 1967, No. 23 y 26).

No han aparecido para entonces, en el seno de FECCAS, el discurso marxista de las clases y la elaboración programática anticapitalista que será tan característica de la organización en la segunda mitad de los años setentas. La situación, no obstante, comenzó a cambiar hacia finales de 1972 y fue, precisamente, en el marco del II congreso extraordinario de FECCAS que la influencia democratacristiana sobre la organización comenzaría lentamente a derrumbarse. Según la Carta de Principios de FECCAS (1975b, p. 4), el congreso se celebró a principios de diciembre de 1973, en el marco del cual

Se nombra un NUEVO CONSEJO O COMITÉ EJECUTIVO NACIONAL (…) Dentro del ejecutivo nombrado el nivel político era bastante bajo. Con todo, se habla ya del “enemigo común” de los trabajadores del campo: el CAPITALISMO, se afirma que FECCAS tiene una “ideología liberadora”, aunque se deja sin aclarar qué significa eso. También se insiste en la “unidad” con organizaciones obreras nacionales e internacionales. [Aunque] se propone formar parte de (…) la Central Latinoamericana de Trabajadores (CLAT) [de orientación democratacristiana].

Es imposible comprender el giro representado por el II Congreso Extraordinario de FECCAS si no se tiene en cuenta que, un año atrás, la parroquia del municipio de Aguilares (la base territorial de FECCAS) dirigida por Rutilio Grande había comenzado a desplegar un importante trabajo pastoral popular de base: se eligieron ahí, a nivel territorial, a “delegados” y “preparadores de la palabra” encargados de llevar a cabo, en sus propias comunidades, las ceremonias básicas del catolicismo. Los “delegados” y “preparadores de la palabra” recibieron variados cursos de formación (incluida formación política, en línea con la doctrina de Medellín) que posteriormente reprodujeron con sus pares campesinos en espacios informales y redes populares de base (Cabarrús, 1983; Cardenal, 1985). Entre los “delegados de la palabra” electos se encontraba Apolinario Serrano, un singular campesino conocido simplemente como Polín quien sería nombrado como miembro del Comité Ejecutivo Nacional de FECCAS en el ya señalado II Congreso de la organización.

No podemos detenernos aquí en el detalle del modo en que el trabajo pastoral de la parroquia de Aguilares contribuyó –aunque indirectamente– en el decline de la influencia democratacristiana en FECCAS y en la posterior radicalización campesina (Cf. Arriola, 2019; Cabarrús, 1983; Cardenal, 1985), pero es preciso señalar que, en términos generales, el nuevo trabajo pastoral de la iglesia, centrado en la “liberación integral del ser humano” tuvo resultados marcados en Aguilares (y, de hecho, en todo el país): las prácticas religiosas democráticas de base (catequesis, liturgias y todo aquello relacionado a las “celebraciones de la palabra”) que se expandieron en la zona, las hasta entonces poco acostumbradas reflexiones bíblicas sobre el Antiguo Testamento y las analogías entre “el pueblo de Dios” y la realidad nacional, entre otros, favorecieron la formación de identidades colectivas contestarías radicalizadas entre grupos importantes de campesinos del país. Polín era uno de estos campesinos o, más bien, una de las cabezas más visibles de este movimiento de aspiración contestataria que comenzaba por entonces a fraguarse.
A la larga, estos grupos campesinos ayudaron a desplazar la influencia de la democracia cristiana sobre FECCAS y sentaron las bases culturales y políticas para que las FPL, un OPM radicalizada de raigambre marxista ortodoxo, ejerciera gran influjo en esta.

Polín y la estructuración territorial de FECCAS: la agencia campesina

Diez meses después del II congreso de FECCAS, en octubre de 1974, cuando, por razones desconocidas, Polín asumió el cargo de Secretario de Organización de FECCAS, aquella era todavía una pequeña agrupación con poco arraigo territorial (Cabarrús, 1983; Cardenal, 1985). Desde entonces, el trabajo de Polín se caracterizará por la ardua labor de estructuración territorial de la organización que con tanto ahínco impulsará, en los próximos años, en todo el municipio de Aguilares. En efecto, desde su función como Secretario de Organización, Polín organizó una verdadera campaña de construcción cantonal de FECCAS, vertebrada por el trabajo de intervención de base en el territorio y apoyada en la acción de los líderes campesinos y otros “apoyadores externos”, principalmente estudiantes radicalizados de la UCA.

La vinculación de Polín (y de los líderes de FECCAS) con el grupo de estudiantes de la UCA había sido posible gracias a las redes compartidas con párrocos y líderes locales que tanto Polín como Alberto Enríquez Villacorta –un jesuita que más tarde apoyaría intensamente el trabajo de FECCAS y culminaría enrolado en las FPL– habían tejido previamente. Según cuenta este último (Villacorta, 2008, p. 116):

Unas semanas antes de irnos a vivir a Aguilares, hablando con Toño Cardenal, le comenté mi interés de trabajar de manera directa con una organización campesina y las razones que tenía para ello. Toño se entusiasmó y me dijo, “Yo conozco a la persona indicada con la que podés hablar claramente de esto, te la voy a presentar, es un dirigente campesino muy joven, pero muy inteligente y visionario, con mucho carisma; él se llama Apolinario Serrano y le dicen Polín.

El encuentro de los jóvenes universitarios, a la cabeza de los cuales estaban Alberto Enríquez Villacorta y Ana María Castillo, ambos estudiantes de la UCA, lo relata el primero del siguiente modo:

Ana María Castillo y yo nos reunimos con Polín para plantearle que teníamos un grupo de jesuitas, universitarios y universitarias que quería trabajar con el movimiento campesino. Recuerdo casi textualmente lo que Polín nos dijo en aquella ocasión: “Sí, esa canción ya la he oído muchas veces, los universitarios llegan, se entusiasman, prometen trabajar brazo a brazo con los campesinos, pero luego, con el primer problemita que aparece, se van corriendo y ya no los volvemos a ver. ¿Ustedes se quieren comprometer de verdad? ¿Ya lo pensaron bien?” Obviamente, le contestamos que sí, que nos queríamos comprometer de verdad, que ya lo habíamos reflexionado y que era una promesa en firme. Se nos quedó mirando fijamente un buen rato y con una sonrisa que después me sería muy familiar, nos dijo, “entonces los invito a que tengamos una reunión en el cantón El Líbano” (Villacorta, 2008, p. 115).

Villacorta, quien había cursado estudios de Filosofía en México y se encontraba entonces en Centroamérica para continuar su carrera de Teología, vivió por dos años en la capital de Guatemala, el último en una comunidad marginal de la Zona 5 de aquel país. “Para sectores de las clases altas y medias guatemaltecas, la zona 5 era la comunidad de los ‘jesuitas comunistas’”, recuerda (Villacorta, 2008, p. 114). Quizás por esa experiencia, sigue, “en el fondo, yo venía ya bastante convencido de que la opción de la lucha armada era una alternativa que no se podía descartar ni para la gente ni para nosotros, porque no quedaban muchos caminos ni muchos espacios abiertos” (Villacorta, 2008, p. 116)6. “Poco tiempo después”, sigue narrando Villacorta su encuentro con los líderes campesinos,

(…) fuimos a la reunión que fue en la casa de Polín (…) Habría unas 25 personas entre hombres y mujeres (…) Después de dar las buenas noches, Polín comenzó diciendo: “Les presento a Ana María Castillo que es una estudiante de la UCA y a Alberto Enríquez que también estudia en la UCA y es jesuita. Ellos están aquí porque dicen que quieren comprometerse con nosotros y ayudar a nuestra lucha, pero yo lo que quiero es que ellos se comprometan aquí delante de ustedes, para que ustedes sean testigos de su compromiso”. No hubo nada parecido al acostumbrado “Bienvenidos”. Por supuesto, les reiteramos (…) que nuestro compromiso iba en serio (…) Polín dijo que para trabajar con FECCAS, había que hacerlo yendo a los cantones: “Hay que trabajar con la gente. Si ustedes quieren trabajar, vamos a comenzar a trabajar las bases, cantón por cantón”. (Villacorta, 2008, p. 117).

En la UCA, Villacorta había forjado una importante red de estudiantes universitarios que le acompañaron, más tarde y junto a algunos de sus colegas jesuitas de Guatemala, al trabajo territorial con FECCAS. Hasta donde sé, se desconoce si entre los estudiantes que se aglutinaron alrededor de Villacorta había grupos influenciados por las nacientes OPM (aunque se sabe de la presencia de estudiantes vinculados al socialdemócrata Movimiento Nacional Revolucionario), pero parece que es a partir de esta relación Villacorta-FECCAS que más tarde los estudiantes universitarios de la UCA vinculados a las FPL (y que posteriormente fundarían las Fuerzas Universitarias Revolucionarias 30 de julio –FUR-30–) ejercieron una influencia significativa entre los líderes campesinos de FECCAS:

Para dar inicio al trabajo con la organización campesina en Aguilares, Antonio Cardenal, Fernando Ascoli y yo [los tres de los cuales terminarían militando en las FPL], convocamos a una reunión en la casa jesuita de Antiguo Cuscatlán a algunos estudiantes de la UCA, varios de los cuales militaban en el Movimiento Universitario Socialista (MUS) del MNR (…) Allí les preguntamos si querían comprometerse con el trabajo campesino en la zona de Aguilares, explicándoles que se trataba de un compromiso serio (…) La respuesta fue positiva y a partir de ahí comenzamos a trabajar para que se sumaran otros compañeros, incorporándose en primer momento los seminaristas que vivían y trabajaban en la colonia Santa Lucia del municipio de Soyapango (Villacorta, 2008, p. 115).

Como es evidente, la presencia temprana de estudiantes de la UCA en el trabajo de formación de FECCAS es innegable; no obstante, esta no desdice la importancia de la agencia campesina como tal. Es más, del relato de Villacorta se sigue
que la autoridad de base del proceso de estructuración territorial de FECCAS parece haber permanecido en manos de los líderes campesinos: fueron estos, en efecto, quienes decidieron si aceptaban o no el apoyo ofrecido por los estudiantes; una vez aceptado este, por otro lado, los primeros impusieron condiciones morales (“comprometerse en serio”) a la vinculación con los segundos y establecieron, asimismo, la manera en que debía realizarse el trabajo de organización de FECCAS a nivel territorial. Por supuesto, esta situación tampoco implica por sí misma la superposición de la agenda de los líderes campesinos por sobre sus pares estudiantiles de la UCA: es probable (y así parece haber sucedido) que entre unos y otros no hayan existido, al menos en aquel momento, diferencias sustanciales.

Una lectura similar (vinculada siempre al proceso de estructuración territorial de FECCAS) puede hacerse respecto de la actividad pastoral de la iglesia católica local. En efecto, si bien la mayoría de dirigentes de FECCAS fueron en sus orígenes (y lo siguieron siendo durante toda la década) “delegados” y “preparadores de la palabra”, el trabajo de organización que aquellos llevaron a cabo en la zona norte de San Salvador y otros municipios aledaños fue bastante independiente de la parroquia y, a menudo, se hizo a pesar de los reclamos, quejas y riñas del equipo misionero local para con la organización campesina (Cardenal, 1985; Gould, 2015).

Y es que, en efecto, en su trabajo de arraigo cantonal de FECCAS, los líderes campesinos (y sus “colaboradores urbanos”, algunos de ellos también vinculados a la parroquia local) no dudaron en utilizar las redes populares de base que la iglesia local había venido tejiendo recientemente con sus propios fines. Así, el equipo dirigido por Polín no solo utilizó las redes de la iglesia popular para ingresar en el territorio, sino también y principalmente para reclutar “delegados” y “preparadores de la palabra” que pronto pasaban a ocupar cargos de dirección cantonal de la organización, aparentemente descuidando sus compromisos con las labores religiosas asignadas originalmente por la comunidad y la parroquia. Como narra Cardenal (1985, pp. 471-473):

El crecimiento y el desarrollo de FECCAS produjo tensión en sus relaciones con la parroquia. Cuando se formaban las primeras bases [de FECCAS], en abril de 1974, la parroquia había empezado a estructurar más las delegaciones de las comunidades, instituyendo cargos diversos por primera vez entre los delegados (…) El 16 de noviembre se reorganizó el equipó parroquial (…) en las discusiones previas apareció el impacto causado por FECCAS. Había más cargos que delegados. En los cargos comunitarios se iban quedando los delegados más “aguados” mientras que los mejores delegados estaban pasando rápidamente a la organización, a ocupar los cargos más comprometidos (…) El equipo parroquial se vio ante el peligro de perder a sus colaboradores más valiosos y, por lo tanto, que las comunidades quedaran desatendidas.

Por supuesto, la parroquia local y el equipo misionero dirigido por esta emplazaron a los líderes de FECCAS a abandonar estas prácticas, pero, en general, los esfuerzos por aminorar las tensiones fueron infructuosos (Cardenal, 1985; Gould, 2015), aunque el nivel de conflictividad descendió, sin duda, para 1976-1977, cuando la organización se encontraba ya bien arraigada en el territorio.
En la coyuntura de 1975, no obstante, los campesinos de base llegaron incluso a reclamar a sus líderes religiosos un mayor compromiso con la organización:

(…) Es que dentro del equipo misionero [de la parroquia de Aguilares] –dice un fragmento de la transcripción de una evaluación del trabajo pastoral hecha por las comunidades– ay [sic] unos que después que nos decían que le pusiéramos patitas al Evangelio ahora dicen que mucho le hemos puesto en las movilizaciones (…) ellos empujaron y ahora no se quieren meter. el [sic] obispo como está bien agusto [en una situación bonancible] y rico no le gusta hacerse presente a reunirse con nosotros y poreso [sic] no todos los curas se quieren declarar o sea que nosotros somos los que tenemos que tomar las riendas en esta lucha porque somos los que estamos jodidos (Cardenal, 1985, p. 482).

El trabajo de estructuración territorial de FECCAS, a la cabeza del cual se colocó Polín y otros líderes campesinos y colaboradores estudiantiles, siguió, como hemos visto, el siguiente patrón: se desplegó un intensivo trabajo cantonal en el cual los dirigentes del núcleo original de FECCAS utilizaron las redes de la iglesia popular para captar cuadros de base e intermedios para la organización. La pronta estructuración de redes y equipos cantonales de la organización, con sus dirigentes locales de extracción de base, se debió, precisamente, a este despliegue de fuerzas y al uso de las redes tejidas por la parroquia local, en el marco de un campesinado que ya se había apropiado, para entonces, parte del discurso contestatario de la pastoral popular impulsado por la parroquia de Aguilares.

Difusión de FECCAS: más allá de Aguilares

Cuando hablamos de difusión nos referimos al proceso mediante el cual la organización se extiende más allá de sus núcleos territoriales originales. Debido a que las “ligas campesinas” que constituyeron FECCAS en 1969 eran, mayoritariamente, del municipio de Aguilares y a que el trabajo de estructuración territorial de la organización que impulsaron los líderes de esta entre 1974 y 1975 se circunscribió, principalmente, a las zonas rurales del municipio donde la parroquia local había tejido ya densas redes populares de sociabilidad religiosa, la difusión de la organización refiere al proceso de expansión de esta en aquellos puntos –la mayor parte de ellos fuera de Aguilares– donde la organización no tenía presencia alguna, ni existían posibilidades reales de captar “delegados” y “preparadores” de la palabra directamente para el trabajo con FECCAS.

En ese sentido, para la expansión territorial de la organización, los líderes de FECCAS utilizaron tácticas de difusión de lo más variado. Como se desprende del estudio de Cabarrús (1983), en diversos cantones de la zona central del país, FECCAS echo mano de cuanto recurso pudo para extender la organización más allá de sus núcleos básicos, incluido el hábil manejo de las dinámicas familiares intra-
comunitarias y las necesidades materiales más inmediatas de los campesinos pobres.

Dice Cabarrús (1983, p. 188), por ejemplo, para el caso del cantón El Jicarón, en la zona más septentrional del departamento de San Salvador:

Las parentelas también estructuran el poder en El Jicarón, pero contrapuestas en las figuras del maestro del cantón emparentado con una de las familias fuertes, y del otro lado la familia que apoyó la organización [se refiere a FECCAS]. La base del poder del maestro reside (…) en la capacidad de préstamos que él otorga gracias a sus ligaduras con el exterior. Lo mismo se puede decir a propósito de la medicina (…) El Banco de Fomento Agropecuario es la institución que da los créditos usando al maestro como intermediario o aval. La organización [FECCAS], abanderando las necesidades sentidas por la mayoría, entró apoyada por una de las familias fuertes, pero que estaba oprimida por el poder interno. Esta familia pidió a FECCAS, desde el principio, capacitación para ofrecer gratuitamente la medicina, para aplicar inyecciones; beneficios hasta entonces controlados solo por el maestro y, en definitiva, por ORDEN [aparato de contrainsurgencia de base rural].

Un caso distinto ocurrió en El Matazano, cantón del municipio de Soyapango, al suroriente del departamento de San Salvador. Dice Cabarrús (1983, pp. 188-189, itálicas en el original) que,

La división en el cantón Matazano no es tanto interna sino frente al exterior, a la Hacienda Matazano que se niega a dar más tierra. La organización, utilizando a una de las familias influyentes –sobre todo a un muchacho– logró conseguir tierras para los miembros [de FECCAS], burlando las normas de los capataces. El miembro de FECCAS era amigo y pariente del capataz, quien accedía a dar las tierras que su amigo le pedía, y este los repartía entre los participantes de la organización.

No obstante, y a pesar de la riqueza de la información recopilada por Cabarrús en su genial trabajo, es muy probable que el repertorio de difusión más importante de FECCAS, aquel que le permitió a la organización extenderse hasta unos pocos municipios circunvecinos de Cabañas, Chalatenango y Cuscatlán, haya consistido en la movilidad de líderes campesinos hacia zonas donde la organización era particularmente débil o no tenía presencia alguna, aprovechando para ello el trabajo temporal en las plantaciones capitalistas. En efecto, y aunque no hay mayor registro del uso de esta táctica en particular, es muy probable que FECCAS planificara masivamente el traslado de líderes (“delegados” y “preparadores de la palabra”) de base hacia zona aledañas, sirviéndose así de una vieja y recurrente práctica campesina (Cf. Anderson, 2001) consistente en la migración temporal de mano de obra hacia las plantaciones vecinas en tiempo de recolección de cosechas. Asentados en el lugar, los líderes de FECCAS trataban de hacer contactos, establecer redes y, si era posible, encabezar los perennes conflictos subyacentes por agravios económicos inmediatos que posibilitaran la construcción local de bases campesinas de FECAS en la zona. El testimonio de Pablo Alvarenga (2008), un campesino del municipio de Cinquera, apunta precisamente en esa dirección.

Recuerda Alvarenga que “a mí me dejaron la tarea y la orientación [los dirigentes de FECCAS], de ir a las cortas [de café] en el mes de noviembre de 1974, junto a otros compañeros de nuestra base de FECCAS” (Alvarenga, 2008, p.137), en el marco de la cual se presentó un conflicto con los administradores de la hacienda. La situación comenzó cuando

…llegó el caporal gritando a decirnos: “se les avisa de parte de los patrones, que no se les va a pagar el sábado”. La gente desesperada por el salario de miseria, de que siempre les robaran media o una arroba de lo cortado, y de que no se les pagara el séptimo día –que era el sábado–, quería regresarse a sus casas, a pesar de que habían llegado de a la fina con dinero prestado para sus pasajes. Al ver esa situación, empecé a trabajar con la base [¿de FECCAS?] y con la gente que estaba ahí, para que fuéramos a exigirle al administrador que nos pagara la quincena completa. Les dije que yo iba a tomar la palabra, pero les pedí que me apoyaran” (Alvarenga, 2008, p. 137).

En momento de los hechos, no obstante, Alvarenga se quedó solo, reclamando en nombre de un grupo de campesinos que se echaron para atrás ante la presencia amenazante del caporal de la hacienda. “Fue un momento muy cruel y horrible para mí”, recuerda (Alvarenga, 2008, p. 137). Sin embargo, el episodio continuó: un grupo de campesinos del departamento de Chalatenango se acercó entonces a Alvarenga proponiéndole retomar el reclamo. Al anochecer, una multitud se dirigió a las oficinas de la finca donde exigieron a los administradores de la misma el pago del séptimo día. La confrontación se prolongó por un tiempo, en medio de una situación que parecía a punto de desembocar en una confrontación abierta (“los chalatecos estaban esperando con sus machetes y a hasta las mujeres tenían sus mechas (pistolas) en las bolsas de sus delantales”, cuenta Alvarenga (2008, p. 138), pero después de algunas llamadas telefónicas los propietarios de la hacienda decidieron ceder a la demanda de los campesinos. “Este fue un gran triunfo de FECCAS”, recuerda.

FECCAS y las coaliciones multisectoriales:
del FAPU al BPR

Mientras en Aguilares y sus alrededores avanzaba el trabajo de difusión y estructuración territorial de FECCAS, en el vecino municipio de Suchitoto, departamento de Cuscatlán, tenía lugar una experiencia de capital importancia cuya trascendencia política solo se haría evidente hacia la segunda mitad de la década de 1970: un grupo impulsado por el párroco local, dirigentes clandestinos de las FPL y de la fracción de masas del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) que a la postre fundarían la Resistencia Nacional (RN), y líderes magisteriales, estudiantiles y campesinos de las organizaciones populares más activas del período, se sentaban ahí a construir el Frente de Acción Popular Unificado (FAPU), el primer proyecto de una coordinadora popular multisectorial en más de una década historia nacional.

Al día de hoy, el origen de este primer proyecto del FAPU no está aún del todo claro. Según el por entonces párroco de Suchitoto José Inocencio Alas (2003), la idea de formar una coalición multisectorial vino de una serie de reflexiones que él y los “delegados de la palabra” de su jurisdicción eclesiástica tuvieron con motivo de las fraudulentas elecciones de 1974. Según Alas (2003, p. 218),

En marzo de 1974 tuvimos las elecciones para diputados y alcaldes del país. Al mes siguiente, como de costumbre, tenemos nuestra reunión los Celebrantes de la Palabra y yo (…) En esta ocasión nuestra atención se centra en las elecciones recién pasadas (…) Deducimos que las cosas van a continuar exactamente lo mismo, la misma dependencia, la misma opresión (…) Hechas estas consideraciones, yo propongo que debemos organizarnos mejor, antes de que tome posesión la nueva Asamblea Legislativa y nuestro alcalde (…) Según mi propuesta, debemos entrar en negociación con ANDES, las dos universidades existentes por entonces, las asociaciones de obreros y de campesinos (…) Mi idea tiene acogida entre aquel grupo de campesinos y de inmediato nos organizamos en comisiones para visitar a nuestros futuros compañeros de lucha.

Aunque basada en las memorias del mismo Alas, Kristina Pirker (2008, p. 137) ofrece una lectura ligeramente modificada de los orígenes inmediatos del proyecto original del FAPU.

El FAPU se constituyó por primera vez en abril de 1974 en el departamento Cuscatlán, a partir de una estrategia de campesinos organizados y sacerdotes para ampliar alianzas y buscar apoyo para la lucha de la población desplazada de sus comunidades, a raíz de las inundaciones provocadas por la construcción de la represa hidroeléctrica Cerrón Grande. De acuerdo a José Inocencio Alas -el sacerdote que contribuyó de manera importante a la organización campesina en Suchitoto-, en la fundación del FAPU participaron organizaciones locales campesinas (entre ellas FECCAS), la federación sindical comunista FUSS, ANDES 21 de Junio y organizaciones estudiantiles.

En todo caso, es probable que el impacto del fraude electoral de 1974 (y la continuidad del modelo crecientemente autoritario y excluyente que este implicaba) y las consecuencias de la construcción de la presa del Cerrón Grande (principalmente el desalojo de familias campesinas de la zona que, hasta entonces, ocupaban algunas tierras del lugar bajo arreglos no salariales) hayan sido, a un mismo tiempo, los factores inmediatos que llevaron a los campesinos de Suchitoto y al párroco local a impulsar la fundación de una coordinadora multisectorial al estilo del FAPU. No obstante, es también probable que la posibilidad de articular un espacio multisectorial y política e ideológicamente plural como lo fue el FAPU, haya tenido que ver con un acuerdo logrado en las alturas de las dos más grandes OPM del período: las FPL y el ERP.

En efecto, el hecho de que en el proyecto original del FAPU hayan participado por igual las organizaciones populares en las cuales las FPL y la fracción de masas del ERP tenían una influencia significativa evidencia, precisamente, que el FAPU gozaba del beneplácito (cuando no del apoyo decidido), de aquellas OPM.
La incorporación de ATACES, la FUSS y otras organizaciones vinculadas y/o adeptas al PCS y a otras vertientes del pensamiento marxista ajenas a las FPL y el ERP demostraría, por otro lado, la voluntad unitaria y frentista con la que los organizadores originales del FAPU imaginaron el proyecto de aquella coordinadora multisectorial.

El acuerdo que estaría a la base de la posibilidad de la articulación multisectorial que suponía el proyecto original del FAPU queda evidenciado, asimismo, en el hecho de que, por aquellos años (1973-19744), el ERP (incluida su fracción de masas) y las FPL, a pesar del “tremendo sectarismo” (Alvarenga, 2016, p. 50) que por entonces caracterizaba a la izquierda armada del país, alcanzaron una serie de acuerdos mínimos sobre tópicos variados, entre los cuales se incluía, de modo parcial, el de la fundación de una coordinadora multisectorial7:

Tras establecer contactos con los distintos sectores sociales, y debido al avance acelerado de la crisis política en el país, las FPL deciden constituir una Comisión de Masas (…) En ésta (…) se dará el encuentro entre comandos urbanos de las FPL, líderes de organizaciones magisteriales como ANDES, campesinas como FECCAS, estudiantiles como AGEUS, y de las otras organizaciones penetradas por los militantes de las FPL. Será precisamente al interior de la Comisión de Masas en 1974, donde se elabore la propuesta de construir un frente popular. Originalmente, se concibió ese frente como un esfuerzo conjunto con el ERP, aunque más tarde se abandonó la idea. El papel que cumplieron las FPL respecto de la constitución de dicho frente, fue el de coordinar a los representantes de los distintos sectores sociales en los que la organización tenía el control o una influencia significativa, siendo la responsable principal de ésta labor Mélida Anaya Montes (…) que fue la número dos en la estructura de mando de las FPL hasta 1983, siendo asimismo, dirigente de la organización magisterial ANDES (Martín Álvarez, 2004, p. 144).

Por el lado del ERP la situación fue distinta: aquí no fue la organización en su conjunto (ni siquiera la dirección de esta) la que acordó la fundación del FAPU. De hecho, para 1974 la corriente militarista que por entonces predominaba en el ERP, “ya mantenía contactos con sectores del ejército [y] había decidido prepararse para organizar una insurrección a lo largo del año siguiente, para lo que (…) proponía militarizar toda la estructura organizativa convirtiéndola en comités militares” (Martín Álvarez, 2004, p. 150). Bajo esa perspectiva, lo importante para este sector del ERP no era tanto abrir trabajo entre la población civil, sino más bien coordinar acciones militares con sectores progresistas del ejército para aprovechar una “situación revolucionaria” que, según se pensaba, venía prolongándose en el país desde 1973 (Cf. Martín Álvarez y Cortina Orero, 2014). Mientras tanto, dice Martín Álvarez (2004, p. 150)

La corriente crítica respecto de la línea de la dirección, y que se dará a conocer más tarde como Resistencia Nacional, había comenzado a realizar en 1973 trabajo de organización política entre campesinos pertenecientes a comunidades cristianas de base de la región de Suchitoto, en el departamento de Cuscatlán, así como entre obreros de algunas ciudades, especialmente San Salvador. Esta labor tendrá como resultado que, en buena parte gracias al trabajo de los miembros de Resistencia Nacional, el año 1974 viera nacer al FAPU, la primera expresión de la unidad de diversos sectores populares organizados, incluyendo a aquellos influidos por las FPL y el PCS.

No obstante, y quizás debido a las derivas infructuosas del dialogo FPL-ERP después del asesinato de Roque Dalton y Armando Arteaga a manos de la camarilla militarista del ERP y, principalmente, por la salida definitiva, tras estos hechos, de fracción de masas de esta última organización, el proyecto original del FAPU no prosperó. “el FAPU (…) no logró su objetivo debido a la tendencia caciquista de la izquierda”, dice Inocencio Alas (2003, p. 222). Este se vino abajo después de que los estudiantes de la UCA se retiraran del organismo, “arrastrando con ellos a FECCAS y a una fracción de ANDES” (Alas, 2003, p. 222); el párroco Inocencio Alas terminó entonces por salirse del organismo, quedando este en manos de FUERSA y del sector de masas del ERP, es decir, las recién fundadas RN.

Aunque no se dispone de mucha información en ese sentido, parece obvio que FECCAS, como miembro fundador del FAPU, se encontró de pronto en el medio de los debates sobre estrategia y política generados, principalmente, por los militantes clandestinos de las FPL y la fracción de masas del ERP adscritos a varias de las organizaciones fundantes del FAPU8. Es más, tras la participación de FECCAS en aquel proceso, los militantes del ERP, a través de su organización estudiantil FUERSA, buscaron extender la influencia incipiente que ya ejercían sobre el campesinado de Suchitoto y algunas comunidades de Guazapa, tratando, en ese sentido, de hegemonizar FECCAS desde diferentes niveles.

Desconocemos la fecha y el modo concreto en que los militantes de FUERSA (y, por consiguiente, de la fracción de masas del ERP) buscaron influenciar FECCAS, pero según narra Cabarrús, cuando las polémicas al interior del FAPU habían subido ya de nivel, “FUERSA (…), planteó una reestructuración orgánica del Frente [se refiere al FAPU]. Propuso que FECCAS abandonará su estructura orgánica y se convirtiera en pequeñas células de cinco miembros en cada cantón, inmediatamente vinculadas al Frente” (1983, p. 161); el propósito era claro: la fracción de masas del ERP buscaba debilitar el control de la dirección de FECCAS, limitando con ello la estructura institucional de la organización que había viabilizado (y viabilizaba) la influencia de los estudiantes de la UCA (y, por consiguiente, de las FPL) entre los campesinos de Aguilares y los municipios circunvecinos. No obstante, “FECCAS envió la propuesta a las bases quienes la rechazaron unánimemente” (Cabarrús, 1983, p. 161). Sin embargo,

La lucha ideológica continuaba dentro del FAPU (…) FUERSA comenzó a mandar miembros [de su organización] a la base [de FECCAS]; “Polín” explicaba a las bases lo que ocurría y se dio la consigna de no recibir a nadie en la base a no ser con la autorización de la organización [de su dirección, se entiende] (…) Para finales del mismo mes [mayo de 1975], el Ejecutivo convocó al Consejo Nacional en Suchitoto a fin de decidir si FECCAS abandonaba el FAPU. Ante la aprobación de la propuesta, se notificó la decisión al FAPU. FUERSA solicitó exponer su postura en el consejo [de FECCAS], lo cual le fue negado. En el consejo se aprobó por unanimidad la salida de FECCAS del FAPU. Después de este punto de agenda se presentaron directivos del FAPU y de FUERSA pidiendo hablar a la asamblea; esta los recibió, escuchó las razones expuestas, pero los campesinos rebatieron directamente a los exponentes (Cabarrús, 1983, p. 161-162).

¿Qué tanto la salida de FECCAS del proyecto original del FAPU fue una decisión autónoma de los campesinos? Aunque es difícil responder con absoluta certeza a semejante pregunta, es preciso, por lo menos, tener un panorama medianamente claro de esta, en la medida en que a la decisión de FECCAS de retirarse del FAPU le siguió otra consistente en fundar, junto a otras organizaciones populares (entre las que se encontraba ANDES 21 de Junio y la UTC, a la que nos referiremos más adelante), otra coordinadora multisectorial, vinculada esta a las FPL: el Bloque Popular Revolucionario (BPR).

Del relato de Cabarrús se sigue que la decisión de FECCAS de retirarse del FAPU fue, precisamente, una decisión democrática de las bases de la organización. Es probable, en efecto, que los campesinos, siguiendo las orientaciones de una dirección (y sus colaboradores estudiantiles de la UCA) en la cual se sentían representados, votaran por retirarse del organismo multisectorial. Al revisar con más detenimiento la trayectoria del proceso de vinculación de FECCAS con los estudiantes de la UCA (y, por consiguiente, con las redes moleculares de las FPL), no obstante, se hace evidente que estos últimos utilizaron tácticas poco democráticas para ganarse y mantener la influencia sobre los líderes campesinos, algo, de hecho, nada alejado de la dinámica de competencia exacerbada de la izquierda armada del período.

En todo caso, la salida de FECCAS del proyecto original de FAPU representó el triunfo de la influencia de las FPL por sobre sus pares de la fracción de masas del ERP y FUERSA. A partir de entonces, FECCAS no solo decidirá sumarse a la fundación del BPR –un organismo multisectorial, como dijimos, vinculado a las FPL– sino que también asumirá completamente los postulados programáticos de las FPL y su estrategia revolucionaria de Guerra Popular Prolongada (Brockett, 2005; Harnecker, 1993). Por ejemplo, en una suerte de esquema-guion que sirvió de base para la elaboración de la Carta de principios de FECCAS a la que ya nos hemos referido, las líneas políticas, estratégicas y tácticas de FECCAS se confunden con las de las FPL (Cf. Pearce, 1986; Martín Álvarez, 2004). “ESTRATEGIA REVOLUCIONARIA”, se dice en una parte de este: “cambio de la correlación de fuerzas; destrucción total del capitalismo y la explotación; construcción del sistema socialista” (FECCAS, 1975a, p. 1). Y más adelante, en el mismo documento, se agrega: “ESTRATEGIA (DE GUERRA POPULAR PROLONGADA). Progresiva incorporación de jornaleros y campesinos pobres en la lucha popular revolucionaria, que la actual correlación de fuerzas tiene un carácter prolongado a través de la combinación correcta de la lucha reivindicativa con la lucha revolucionaria” (FECCAS, 1975a, p. 4).

Es esa, como resulta evidente, una estrategia revolucionaria análoga a la esbozada por las FPL, la cual apuntaba, en el mismo período, que

Los objetivos fundamentales de la revolución en El Salvador, en su fase inicial, son los siguientes: 1. Derrocar el poder de la burguesía (en todos los campos); 2. La toma del poder por la clase obrera y sus aliados; 3. La expulsión del imperialismo yanqui; 4. Medidas iniciales para la construcción del socialismo (…) La estrategia revolucionaria que corresponde a las condiciones concretas de nuestro país es la ESTRATEGÍA DE GUERRA POPULAR PROLONGADA (…) Esta estrategia de GUERRA REVOLUCIONARIA PROLONGADA DEL PUEBLO,
consiste pues, en la correcta combinación de la lucha violenta con la pacífica, legal e ilegal, de masas y de guerrilla, económica y política, armada y no armada, en que va incorporándose el pueblo a la lucha, fortaleciendo sus fuerzas, ganando terreno, desgastando las fuerzas del enemigo, modificando gradualmente la correlación de fuerzas, creando sus instrumentos políticos y organizativos necesarios para derrotar finalmente al enemigo (FPL, 1976, p. 28; pp. 48-49; Cf. FECCAS, 1975a y 1975b con FPL, 1976 y 1977).

El lenguaje marxista ortodoxo de FECCAS, su insistencia en la “disciplina”, “la dirección colectiva” y el “centralismo democrático”, como veremos en seguida, es también un indicio claro de que, para mediados de la década de 1970, la influencia de las FPL (y, sobre todo, de la línea de Guerra Popular Prolongada de Salvador Cayetano Carpio. Cf. Carpio, 2011 [1982], especialmente Cuaderno No1., No5 y No.6) sobre FECCAS había escalado de manera significativa, llegando incluso a moldear las formas orgánicas de la organización campesina. En suma, hacia finales de 1975 FECCAS parece haber anulado todo rasgo de la influencia democratacristiana a la cual estuvo originalmente sometida, pasando de ese modo a asumir una postura marxista ortodoxa de orientación marcialista.

De este modo, FECCAS no solo atravesó los debates políticos e ideológicos tempranos (previos a 1980) de la izquierda armada (FPL, ERP y RN) y no armada (el PCS) del país, sino que estuvo en el epicentro de estos y tomó, inevitablemente, partido en favor de las FPL, pasando del proyecto original del FAPU al BPR, dejando en el camino, en ese sentido, una corta pero intensa trayectoria de intercambios culturales (e ideológicos) con las más diversas corrientes de la izquierda marxista del período.

FECCAS como actor político nacional: los traspiés de la horizontalidad

El arraigo territorial y la dinámica local de FECCAS no impidieron a la organización el desarrollo de proyecciones políticas nacionales. De hecho, su incorporación al FAPU, primero, y al BPR, después, así como la vinculación con la fracción de masas del ERP y las FPL evidencian ya una suerte de voluntad nacional de los líderes campesinos (¿acaso también de las bases?); un arrojo por constituirse en actores políticos nacionales, forjadores de una sociedad hasta entonces solo imaginada. Sin embargo, la voluntad nacional de FECCAS, o lo que es lo mismo, su disposición a figurar como un actor político nacional, apareció también en otra arista que veremos en seguida: las proyecciones estratégicas o agendas programáticas de largo plazo de la organización.

A nivel macro (y a menudo también a nivel micro), FECCAS adoptó modelos discursivos de raigambre marxista ortodoxa, al tiempo que se estructuró internamente siguiendo los patrones formales de lo que la organización entendía por “centralismo democrático”. Cuenta Cabarrús (1983, p. 235) que el núcleo territorial más básico de FECCAS lo constituían los cantones, mismos que “están estructurados según nueve secretarías” ocupadas por campesinos de base.
Sigue la estructura de los Consejos Regionales, que abarcan los cantones con arreglo a su ubicación geográfica y, posteriormente, el Consejo Ejecutivo que viene a ser la dirección más alta de FECCAS9. Además, “para mayo [de 1975] nació en FECCAS un organismo cuya función es el control del [Consejo] Ejecutivo: el Consejo Nacional, formado por todos los secretarios generales de las bases [de cada cantón]. Ante él debía rendir cuentas el mismo [Consejo] Ejecutivo, este Consejo [Nacional] se reunía cada cuatro meses” (Cabarrús, 1983, p. 161). En su conjunto, esta estructura “se rige por los principios revolucionarios del Centralismo Democrático”, decía un documento interno de FECCAS (en Cabarrús, 1983, pp. 245-246).

Si hacemos un resumen –se señala en la Carta de Principios [FECCAS, 1975b, p. 26]– (…) podemos afirmar que el CENTRALISMO DEMOCRÁTICO, forma orgánica de nuestra organización, consiste en: se busca la máxima participación de todos los miembros; los órganos de dirección son electos de abajo hacia arriba; estos organismos deben de informar constantemente de su trabajo y decisiones a las bases; debe mantenerse la crítica y autocrítica entre bases y organismos de dirección; los organismos inferiores se deben supeditar a los inferiores y la minoría debe subordinarse a la mayoría; los acuerdos de los organismos superiores son absolutamente obligatorios para los inferiores y para las bases; debe existir una disciplina rigurosa.

En línea con el discurso marxista de tradición leninista, FECCAS justificó la adopción de semejantes métodos de centralización organizativa como una necesidad derivada de las tareas estratégicas de la organización. “Se pretende, pues”, se decía, “que la dirección no sea un reflejo de lo que piensa un dirigente o dos, sino que se apoye en la experiencia colectiva. Se busca llevar una DIRECCIÓN COLECTIVA”, al tiempo que se sentenciaba: “Finalmente, es importante señalar que debe mantenerse, en dirigentes y miembros, una fuerte y rígida DISCIPLINA. Sin esto, una organización revolucionaria como FECCAS, está destinada a la muerte”. (FECCAS, 1975b, p. 25 subrayado y mayúsculas en el original). Aquellas tareas estratégicas quedaban concretadas en lo que la organización entendía como “Intereses Fundamentales” de los trabajadores del campo.

Intereses fundamentales –se lee en la Carta de Principios de FECCAS–: son aquellos que nacen de la necesidad que tienen los jornaleros y campesinos pobres, de resolver todos sus problemas de raíz. Y dado que esta raíz es el mismo sistema capitalista de explotación, tal necesidad no es otra que la de transformar totalmente este sistema, es decir, destruirlo y sustituirlo por un sistema diferente que responda a los intereses de la clase trabajadora: un sistema socialista. Es claro que para lograr este objetivo en nuestro país se hace necesaria una Revolución y esta exigencia es la que marca los intereses estratégicos de la clase trabajadora [Cabarrús, 1983, p. 262; Cf. FECCAS, 1975a].

Ahora bien, es importante señalar que no solo “el lenguaje” usado en la Carta de Principios “puede resultar un poco alejado del hablar campesino”, como dice Cabarrús (1983, p. 262), sino también que las proyecciones socialistas que se añaden al final de la nota parecen ser producto de la elaboración de dirigentes marxistas más que el fruto de la reflexión de las bases campesinas organizadas.
Es preciso recordar, en ese sentido, que la Carta de Principios de FECCAS salió a la luz pública solo después de un seminario celebrado en la UCA entre estudiantes vinculados a las FPL y el llamado “grupo punta” de la organización campesina, por lo que la influencia de este debió ser, de esa forma, considerable. Además, “la Carta” se elaboró desde arriba, es decir, a nivel del Consejo Ejecutivo con el apoyo de los estudiantes jesuitas de la UCA (a costa, en ese sentido, de las prácticas democráticas de base y del discurso público de la organización). De hecho, como se deja entrever en las notas siguientes de Cabarrús (1983, p. 265-266), el carácter vertical de esta es evidente:

Un mecanismo [de formación política] que se utilizó al comienzo [por FECCAS] y que se extendió varios meses fue la discusión de la Carta de Principios (…) A pesar de todo el trabajo campesino allí plasmado –del cual fuimos testigos– el resultado denota un “lenguaje marxista ortodoxo”. Los colaboradores (estudiantes, maestros) de la organización, por su misma capacitación intelectual, vertieron en moldes marxistas-leninistas la experiencia vital del campesinado, sus luchas y sus deseos. Ahora bien, ese lenguaje fue también un camino de aprendizaje. Toda palabra piquetera (elegante, complicada) se explicaba detenidamente, en un proceso similar a la enseñanza del catecismo a indígenas en tiempos de conquista (!). Al poco tiempo los campesinos utilizaron con gran desplante palabras que no formaban parte de su léxico.

De ese modo, y distinto al proceso de constitución de FECCAS a nivel local, las dimensiones más globales de las prácticas de la organización sugieren que la lógica de funcionamiento de esta debió correr, por lo menos a cierto nivel, más desde arriba hacia abajo que viceversa (aunque el movimiento inverso también estuvo presente, como ya hemos visto, sobre todo a nivel de base). El caso de la Carta de Principios es particularmente claro en ese sentido: esta expresa las orientaciones ideológicas de los líderes de FECCAS y sus aliados marxistas de la UCA vinculados a las FPL, aunque quizás también ayuda a sintetizar una suerte de ethos anticapitalista (aunque no socialista, como se presume en la Carta de Principios)10 que los campesinos articularon a partir de, por un lado, la experiencia de su propio trabajo en las Comunidades Eclesiales de Base (CEB) y en la pastoral cristiana patrocinada por la iglesia católica y, por el otro, de sus prácticas organizativas en FECCAS y los intercambios culturales, políticos e ideológicos vividos en el marco del proyecto original de FAPU, primero, y del BRP después. Un ethos que, no obstante, pudo bien cristalizar en otras formas programáticas radicales de negación del capitalismo.

FUNDACIÓN Y DIFUSIÓN DE UTC

A diferencia de FECCAS, UTC “fue, desde el principio, una organización radical y combativa” que no “atravesó el proceso de debates internos que condujeron a FECCAS a rechazar sus vínculos con el Partido Demócrata Cristiano” (Pearce, 1986, p. 141). En gran medida, esto se debió al hecho de que UTC tuvo sus orígenes, antes que en la voluntad política del PDC y/o de la iglesia católica como tal,
en la acción insurgente de las FPL y en la actividad pastoral y organizativa del párroco (y de la parroquia) de Tecoluca en particular. En ese sentido, la formación de esta última (es decir, de UTC) fue un tanto distinta a la de su par FECCAS, al igual que lo fueron sus bases territoriales (FECCAS operaba principalmente en la zona norte de San Salvador, mientras que UTC llegaría a dominar en partes de San Vicente y Chalatenango).

A diferencia de las regiones de la arquidiócesis de San Salvador, San Vicente (y en general toda la zona paracentral y oriental del país) fue, desde el punto de vista socio-religioso, un territorio disputado11: Monseñor Arnoldo Aparicio, obispo de San Vicente, trató de evitar desde muy temprano que las orientaciones progresistas de Medellín tuvieran algún arraigo en su jurisdicción. El intento, no obstante, resultó parcialmente infructuoso: aunque el obispo logró mantener el control de amplias regiones del paracentro del país (el Valle de Jiboa, que incluye los municipios de Guadalupe, Nuevo Tepétitan, Verapaz y San Cayetano fue, en ese sentido, paradigmático), no pudo evitar la irrupción de actividad progresista en algunas parroquias de su prefectura. Es el caso de Tecoluca, municipio al frente de cuya parroquia fue nombrado en 1969 David Rodríguez,
un sacerdote simpatizante de Medellín que más tarde sería reclutado por las FPL.

Bajo la dirección de David Rodríguez, la parroquia de Tecoluca inició un proceso de formación de campesinos de base en los Centros de Formación Campesina (CFC) El Castaño y Los Naranjos12. Según cuenta Hernán Rodríguez (2008, p. 124), un miembro fundador de UTC en San Vicente y colaborador de la parroquia local, “después de la guerra contra Honduras en 1969 –un 6 de agosto de 1970–, se eligen a seis líderes de diferentes comunidades para que fueran a sacar un cursillo en el Centro de Formación Campesina de ‘El Castaño’”, iniciándose así un largo proceso que más tarde conduciría a la formación de CEB y redes locales de la iglesia popular en todo el municipio.

Desde Tecoluca pudimos organizar, durante esos tres años, a 35 comunidades, bajo la orientación del Plan Parroquial o comunidades cristianas de base (…) A partir del trabajo parroquial nació, en la zona de Tecoluca, la Unión de Trabajadores del Campo Vicentino, mejor dicho, al trabajo parroquial que teníamos, solo se le puso la viñeta de UTCV, que después quedó únicamente en UTC (Hernán Rodríguez, 2008, p. 125).

Los CFC El Castaño y Los Naranjos se convirtieron pronto en los centros de intercambio cultural y de formación campesina más importantes de la región: “Además de la formación litúrgica (…) los centros enfatizaron [la enseñanza de] habilidades en liderazgo, educación vocacional, salud y planificación familiar” (McElhinny, 2006, p. 177). En el caso de “El Castaño”, se impartieron cursos de “agricultura, salud pública y nutrición, desarrollo de cooperativas y dinámicas de grupos” (Almeida, 2011, p. 143). Eventualmente, no obstante, “la curricula de los centros (…) se volvió más política”; el párroco David Rodríguez, por ejemplo, “condujo las discusiones sobre la ‘realidad nacional’ del país, basado en textos de educación popular” (McElhinny, 2006, p. 178):

Al introducir una crítica social e histórica de la realidad salvadoreña, con un énfasis en la economía rural, los participantes [de los CFC] fueron expuestos no solo a la magnitud de la inequidad e injusticia que prevaleció alrededor de sus comunidades, sino también a los remedios que habían sido empleados en similares contextos por otros. Esta combinación de mejoramiento de habilidades e instrucción política contribuyó a lo que muchos participantes describieron como una experiencia de conversión o despertar, así como también se convirtió en la más grande fuente de agitación entre la jerarquía de la iglesia (McElhinny, 2006, p. 178).

La selección de campesinos que eventualmente participaron de los cursos impartidos en los CFC fue hecha “por las comunidades y el clero con base en su potencial retorno a sus comunidades” (McElhinny, 2006, p. 177), de modo que, cuando aquellos completaban alguna fase de su entrenamiento, retornaban a sus comunidades a apoyar el trabajo territorial de la parroquia local. Al mismo tiempo, y por esos mismos años, operaba ya en la zona de San Vicente otro actor clave: las FPL. Hasta donde se sabe, se desconoce el modo concreto en que los campesinos cristianos de Tecoluca formados en los CFC entablaron contactos con militantes de aquella OPM, pero se sabe de campesinos, como el caso paradigmático de Víctor Manuel Hernández del cantón La Cayetana, que se integraron desde muy temprano en las filas de las FPL (McElhinny, 2006). Así,

La formación de células locales [de las FPL] procedió de forma paralela a la formación de comunidades de base dirigidas por el Padre David [Rodríguez]. Víctor y Macario Hernández, Fernando Panameño [y] Pablo Anaya, todos de[l cantón] La Cayetana, eran a la vez miembros de las FPL y catequistas. Asistieron a los cursillos en [los CFC de] Los Naranjos y El Castaño, donde hablaron de la “Fe y el Compromiso” y estudiaron la publicación jesuita Justicia y Paz. Luego regresaron a sus comunidades donde ayudaron con la entrega de los sacramentos y en la conducción de grupos bíblicos. En un nivel más clandestino, también ayudaron a difundir el rebelde [prensa de las FPL] (McElhinny, 2006, p. 197).

Al igual que en la región norte de San Salvador, la nueva filiación político-militar de los campesinos recién incorporados a las FPL permaneció en el más absoluto secreto, por lo menos durante los primeros años. Sin embargo, y además de mantener contactos regulares con los cuadros de las FPL encargados de la zona (Felipe Peña Mendoza y Andrés Torres, dos estudiantes universitarios que más tarde serían claves en la difusión de UTC en Chalatenango), los campesinos recién reclutados por aquella OPM “debían dedicar de 2 a 3 días de la semana a (…) organizar a los diferentes líderes comunitarios” (McElhinny, 2006, p. 198) en la UTC.

A diferencia de lo ocurrido con la formación de FECCAS, los líderes campesinos de UTC no se vieron expuestos a las disputas políticas e ideológicas que ocurrieron alrededor del proyecto original del FAPU en Suchitoto13. Las FPL y sus campesinos recién reclutados tampoco tuvieron en esta zona un competidor político serio como lo fue FUERSA en la zona norte de San Salvador. Por esto, es probable que los márgenes de autonomía política de la UTC respecto de las FPL fueran, desde el principio, menores a los que pudo permitirse FECCAS.
Y, aun así, fueron los campesinos y no los militantes urbanos de las FPL (ni tampoco los funcionarios eclesiales de la parroquia de Tecoluca) quienes dirigieron, en el territorio, el trabajo político y organizativo de la UTC. Por supuesto, una parte de los dirigentes de esta última eran al mismo tiempo militantes de las FPL, de donde sin duda debieron recibir orientaciones y líneas de acción política, pero a donde también debieron influir de algún modo.

A mediados de la década de 1970, la UTC se expandió a Chalatenango. El trabajo pastoral que los párrocos locales y los líderes campesinos realizaron en esta zona durante los sesentas (el impulso al cooperativismo, la actividad del CFC local, la dinámica de las Escuelas Radiofónicas, la capacitación de “delegados de la palabra” y, en fin, el tejido de una amplia y espesa red de la iglesia popular. Cf. Chávez, 2017; Pearce, 1986) sentó las bases para que una organización como la UTC se difundiera de modo fructífero en la mayor parte de municipios del departamento. Los enlaces que viabilizaron aquella difusión fueron, por un lado, Felipe Peña Mendoza y Andrés Torres (los estudiantes universitarios militantes de las FPL que también trabajaban con UTC en San Vicente) y, por el otro, los sacerdotes progresistas de la región. Cuenta un líder campesino de la UTC de Chalatenango que, después de las masacres de La Paz, Opico y La Cayetana (dos cantones de San Vicente),

Nosotros pedimos consejos a Andrés Torres Sánchez un campesino que estudió en la universidad y a quien nosotros conocimos a través del movimiento cooperativo. Cuando nosotros le contamos nuestra situación, él decidió venir a vivir aquí y ayudarnos a resolver nuestros problemas organizativos. Nosotros también trajimos algunos [líderes campesinos] de La Cayetana y La Paz a contarnos sus experiencias. De ese modo nos movimos hacia la formación de la UTC [en Chalatenango] (Pearce, 1986, p. 145).

La conexión entre los líderes campesinos del movimiento cooperativo y religioso de Chalatenango y Andrés Torres no fue en absoluto casual. De hecho, según encontró Chávez (2017, p. 91), para 1973 Felipe Peña Mendoza y Andrés Torres ya habían buscado acercarse a las comunidades campesinas de Chalatenango, siendo el padre Benito Tovar, quien había trabado amistad con Felipe Peña años atrás, la conexión clave: “La empatía entre Tovar, Felipe Peña Mendoza y Andrés Torres Sánchez (…) posibilito la expansión de la organización [UTC] en el nororiente de Chalatenango”, dice Chávez (2017, p. 91), agregando que, “impresionado por la modestia y la sinceridad que mostraron Peña y Torres hacia los campesinos que asistían a un taller [de formación] en Citalá, Chalatenango en 1972, Tovar decidió cooperar con las FPL”.

Posterior a aquellos encuentros, los campesinos de Chalatenango impulsaron, del mismo modo y al mismo tiempo que sus pares de Aguilares, un expansivo trabajo de difusión territorial de la UTC: “Visitamos las villas y le hablamos a la gente lo poco que nosotros sabíamos que podíamos explicarles de una forma que entendieran”, dice un líder chalateco de la UTC, agregando que “la gente estaba muy entusiasmada, ellos pudieron ver que lo que nosotros decíamos era la verdad. Las iglesias donde nosotros hablamos se llenaban” (en Pearce, 1986, p. 146). Otro campesino de la zona comenta:
“La UTC tuvo grupos en todos los cantones, cada uno con (…) un secretario general, un secretario de organización, uno de propaganda, uno de conflictos, uno de asistencia social”, añadiendo que “el consejo [la instancia de dirección de la UTC a nivel local] fue electo por voto en la asamblea [general]” (Pearce, 1986, p. 147).

CONCLUSIONES

En un nivel macro-histórico, el movimiento campesino que precedió a (y proporcionó las bases de) la Guerra Civil Salvadoreña (1981-1992) fue el resultado de la articulación de tres grandes procesos que, durante la segunda mitad del siglo XX, modelaron el orden rural salvadoreño, a saber: la diversificación agrícola de 1940-1960 y el crecimiento poblacional de 1950-1960; la constitución, expansión y fracaso de un Estado reformista que se movió entre la exclusión, el autoritarismo y la apertura política limitada (y controlada); y la aparición y difusión de una serie de corrientes culturales e ideológicas contestatarias y radicales que, por entonces, encontraron gran arraigo entre los pobres rurales. El modo concreto en que se formaron las estructuras organizativas que le dieron sustento a aquel ciclo de contiendas (FECCAS y UTC) y los complejos procesos que condujeron a los campesinos a lanzar jornadas públicas y radicalizadas de movilización política, no obstante, tienen en su base la acción interactiva que múltiples actores (incluidos los campesinos) desplegaron en marcos locales bien específicos.

De ese modo, los macro-procesos históricos de amplio nivel solo nos ayudan a comprender la formación del peculiar movimiento campesino salvadoreño en estudio (y sus jornadas públicas de contienda), si se quiere, en un nivel potencial. Las características concretas de aquel, su fisonomía particular, su gran arraigo de base, su vinculación con los actores armados del período, su voluntad política nacional, su vocación y discurso público marxista ortodoxo, entre otros, fueron todos rasgos distintivos del movimiento campesino (y, por consiguiente, de sus estructuras organizativas FECCAS y UTC) que, de ninguna manera, estaban inscritos en la posibilidad histórica de movilización que los macro-procesos de gran nivel abrieron en la segunda mitad del siglo XX, y, más bien, resultaron de la acción ingeniosa, creativa y estratégica que múltiples actores (sobre todo de los campesinos, las redes locales de la iglesia católica progresista y las guerrillas) desplegaron a nivel territorial.

Así, FECCAS tuvo sus orígenes en la iglesia católica y en el PDC, y se circunscribió territorialmente a la zona norte de San Salvador. Como producto temprano del trabajo pastoral que la parroquia local desplegó en Aguilares desde principios de 1973, los líderes campesinos se hallaron pronto en condiciones de desafiar la influencia que sobre la organización ejerció el PDC hasta entonces, llegando a desplazarla totalmente a finales de ese año. En ese contexto, las FPL aprovecharon la situación para infiltrarse en FECCAS a través de militantes estudiantiles clandestinos de la UCA, los mismos que comenzaron a trabajar junto a los líderes campesinos
locales en la estructuración territorial de FECCAS y, en menor medida, en la difusión de la organización más allá de sus núcleos territoriales originales. Durante el trabajo de estructuración territorial de la organización, la parroquia local entró en conflicto con los líderes campesinos, principalmente porque estos últimos usaron las redes eclesiásticas populares de base para sus propios fines organizativos: construir FECCAS con arraigo en las comunidades locales. Mientras tanto, en ese mismo marco territorial, FECCAS también experimentó, a través de su participación en el proyecto original del FAPU, las disputas ideológicas y políticas de sus aliados urbanos: los “actores externos” de las FPL y la fracción de masas del ERP.

Por su parte, la UTC se fundó en 1974 en el municipio de Tecoluca, San Vicente, desde donde se expandió hacia Chalatenango a mediados de la década. Al igual que FECCAS, UTC tuvo a su base el trabajo pastoral de la parroquia local, con la diferencia de que aquí esta última apoyó directamente el trabajo organizativo de los campesinos. Las FPL influenciaron las comunidades campesinas locales, al igual que en la zona central del país, a través de estudiantes universitarios, pero en esta zona fueron estudiantes de la UES y no de la UCA los involucrados. Las FPL también reclutaron, desde muy temprano (en 1974), líderes campesinos (la mayoría de ellos, católicos con antecedentes en el trabajo de base de la iglesia) para su organización armada, a partir de los cuales influenciaron el trabajo cívico de la UTC. Los estudiantes de la UES fueron igualmente claves en la difusión de la UTC en Chalatenango, quizás en igual medida que el trabajo pastoral progresista que ahí se había difundido desde años atrás. A diferencia de FECCAS, UTC fue influenciada por una sola OPM (las FPL), por lo cual aquella experimentó las disputas ideológicas y políticas por las que debió pasar FECCAS en el marco de su incorporación al FAPU. Del mismo modo, UTC tampoco tuvo que vérselas con las quejas y oposición de la iglesia local al uso de sus redes eclesiásticas en la estructuración territorial de la organización campesina. En el caso de UTC, fue más bien la iglesia, como hemos visto, la que impulsó el nacimiento de la organización y la participación de campesinos en esta.

NOTAS

1 FECCAS y UTC, dos organizaciones campesinas con diferentes orígenes, fundaron la Federación de Trabajadores del Campo (FTC) en 1975.

2 Por movilizaciones trans-locales entendemos aquí un tipo de acción colectiva que, aunque realizada en puntos específicos del territorio nacional donde FECCAS o UTC gozaban de arraigo y bases territoriales, estuvo nacionalmente organizada: no solo tenía una estrategia, coordinación y aliados nacionales, sino que también enarbolaba demandas que, en caso de ser resueltas, hubiesen afectado a todo el campesinado del país. A diferencia de estas movilizaciones trans-locales, y aunque apenas han sido registradas (Cf. Arriola, 2019; Browning, 1971), en la década de 1960 también ocurrieron reclamos aislados y locales por tierras, la mayoría de los cuales fueron canalizados a través de procesos judiciales y acciones legales privadas.

3 Como se hará evidente a lo largo del estudio, el material empírico del proceso de formación de FECCAS y UTC que se ofrece en este artículo está claramente desbalanceado en favor de la primera.

4 Según un estudio de Montes (1986, p. 114), para 1980 el sector agropecuario habría generado empleo para toda la mano de obra disponible solo durante dos meses (el período de recolección de cosecha), “pero ya durante 3 meses solo es capaz de absorber el 78.6% de la mano de obra disponible; durante 6 meses al 70.4%; durante 9 meses apenas al 51.1% y durante todo el año a solo el 37.1%”.

5 La Carta de Principios de FECCAS se encuentra incompleta en el archivo del CIDAI-UCA. En este trabajo utilizamos las hojas sueltas ahí disponibles, complementándolas con los fragmentos de esta citados en Cabarrús (1983). Un punto que es preciso destacar es el siguiente: no debe confundirse la Declaración de Principios de FECCAS (s/f, probablemente elaborada en 1969) con la Carta de Principios de esta misma organización (FECCAS, 1975b). La primera, en efecto, evidencia un período anterior a 1972-3 en el cual la organización estuvo fuertemente influenciada por la ideología democratacristiana del PDC y la doctrina social de la iglesia del período; la segunda, mientras tanto, refleja más bien un momento en el cual la organización ha sido ganada ya por elementos (campesinos y “colaboradores” urbanos marxistas) radicalizados que, para entonces, proponen un balance crítico del período de predominancia democratacristiana.

6 Villacorta se incorporó a las FPL en 1975, después de lo cual continuó trabajando con los campesinos de FECCAS, probablemente siguiendo entonces la línea trazada recientemente por aquella OPM: hacerse del control de FECCAS u otro organismo rural semejante (Cf. Brockett, 2005).

7 De modo parcial porque, como veremos en seguida, el acuerdo de fundación del FAPU no fue alcanzado entre las FPL y la dirección del ERP como tal, donde predominaba una visión militarista de corto plazo, sino más bien con los líderes de la fracción de masas de esta OPM que posteriormente fundarían la RN y, por entonces, dirigían algún trabajo en las zonas rurales de Suchitoto y en la UES a través de FUERSA.

8 El modo concreto en que FECCAS procesó internamente estos debates es, por ahora, desconocido. Sin embargo, como veremos a continuación, es evidente que, hacia finales de 1975, esta última organización asumió de lleno las posiciones políticas, estratégicas y programáticas de las FPL (rechazando en ese sentido la orientación de la fracción de masas del ERP), siendo esto último una consecuencia esperada de la más temprana vinculación indirecta entre FECCAS y las FPL.

9 Una característica peculiar de FECCAS (y también de UTC, como veremos en seguida) es el hecho de que las estructuras de dirección estuvieron siempre ocupadas por líderes campesinos con fuerte arraigo territorial (Cf. Cardenal, 1985; Cabarrús 1983).

10 La evidencia sobre algunas referencias al socialismo en el discurso campesino de base es escasa. Además, en los pocos casos registrados en ese sentido, aquella noción refleja, más que una alineación política con los regímenes comunistas o con la doctrina marxista en general, una suerte de identidad política genéricamente anticapitalista (sobre el ethos campesino del período
véase
Chávez, 2017; Cabarrús, 1983; Gould, 2015; Pearce, 1986). El siguiente fragmento recuperado por Cabarrús (1983, p. 154) es una muestra de lo primero: “el socialismo es una sociedad –dice un campesino de Aguilares– que se va a vivir ya como hermanos, que ya no se va a vender barata la mano de obra, que va haber siquiera más comida y más alimentación, más ropa y calzado: eso es socialismo. Lo que va hacer que haiga (sic) socialismo es luchar organizadamente. La toma del poder es la que no costará mucho; la mantenida de ese poder es la que si nos va a costar”.

11 Los cambios mundiales del catolicismo dividieron a la iglesia salvadoreña en los años setentas y ochentas. En general, la arquidiócesis de San Salvador (que por entonces incluía
a los departamentos de La Libertad, Chalatenango, San Salvador, Cabañas y Cuscatlán) se alineó con los sacerdotes progresistas afines a los principios de Medellín, pero el resto de diócesis fueron dominadas por obispos más bien conservadores, siendo los de Santa Ana y San Vicente los más abiertamente reaccionarios.

12 Los CFC fueron institutos creados con el propósito de impartir cursos de tópicos varios a campesinos católicos. Según McEhlinny (2006, p. 177), los mismos fueron originalmente “establecidos para entrenar líderes laicos que profundizaran el rol de la iglesia en las luchas de la comunidad y [que ayudaran] a distribuir la carga eclesiástica de los curas salvadoreños en la región”. Con el tiempo, no obstante, los CFC sufrieron los mismos vientos que afectaron a la iglesia en su conjunto: algunos se radicalizaron mientras otros cayeron bajo la egida de sacerdotes y obispos conservadores. En parte, por ello mismo, el impacto de aquellos en el campesinado salvadoreño del período fue bastante diferente de una región a otra.

13 En Tecoluca, la UTC y los campesinos miembros de las FPL tampoco tuvieron que vérselas con los reclamos de la parroquia local. De hecho, hacia mediados de los años setentas, está última reclutó para sus filas al mismo párroco de la zona (Sánchez, 2015).

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