La inserción de Yolanda Oreamuno
en el “mundo elegante” costarricense (1931-1935)

Iván Molina Jiménez

Resumen

Este artículo analiza una faceta que no ha sido investigada de la reconocida escritora costarricense Yolanda Oreamuno Unger (1916-1956): su inserción en el llamado mundo elegante costarricense de inicios de la década de 1930. Debido a la temprana muerte de su padre (1917), Oreamuno experimentó un deterioro de su condición social, que procuró superar mediante tres estrategias básicas: participar en diversas actividades culturales, modelar para algunos de los principales pintores de la época y competir en varios certámenes de belleza. Como resultado de sus esfuerzos, logró convertirse en una figura mediática de alcance nacional y, por un breve período de tiempo, frecuentó los más exclusivos espacios de sociabilidad de las acomodadas familias de San José.

Palabras clave: Yolanda Oreamuno, desclasamiento, sociabilidad, medios de comunicación, concursos de belleza.

The insertion of Yolanda Oreamuno
in the Costa Rican “elegant world” (1931-1935)

Abstract

This article analyzes an aspect that has not been investigated about the renown Costa Rican writer Yolanda Oreamuno Unger (1916-1956): her insertion in the so-called elegant world of Costa Rica in the early 1930´s. Due to the premature death of her father (1917), Oreamuno underwent a social downgrading process, which she sought to overcome through three basic strategies: participating in various cultural activities, modeling for some of the leading painters of the time and competing in beauty contests. As a result of her efforts, she managed to become a national media figure and, for a short period of time, she frequented the most exclusive spaces of sociability of the wealthy families of San José.

Keywords: Yolanda Oreamuno, social downgrading, sociability, mass media, beauty contests.

Fecha de recepción: 24 de abril de 2019 Fecha de aceptación: 8 de mayo de 2019

Iván Molina Jiménez Universidad de Costa Rica. Profesor de las carreras de Bachillerato y Licenciatura en Historia de la Universidad de Costa Rica e investigador del CIICLA, Costa Rica. Contacto: ivan.molina@ucr.ac.cr

Aunque Yolanda Oreamuno Unger (1916-1956) es actualmente una de las escritoras más reconocidas de Costa Rica, como lo demuestran los numerosos estudios realizados sobre su producción narrativa y ensayística (Vallbona, 1972a, pp. 112-114; 1995, pp. 336-345; Cubillo Paniagua, 2011, pp. 155-158), poco es lo que se conoce acerca de su inserción en el mundo elegante costarricense. Excepto por menciones breves y rápidas (Sánchez Mora, 2008, p. 6), esta etapa de su formación ha sido dejada de lado por quienes se han ocupado de su vida y su obra. El propósito principal de este artículo es contribuir a solventar ese vacío, a partir de un análisis sistemático de los procesos que llevaron a Oreamuno a convertirse, cuando apenas era una adolescente, en una figura mediática de alcance nacional.

Con este propósito, el presente artículo está organizado en cuatro puntos principales. En el primero, se considera brevemente el trasfondo familiar de Oreamuno y su paso por el sistema educativo costarricense; en el segundo, se analiza cómo fue que ocurrió su iniciación mediática en 1931; en el tercero, se examina cómo se incorporó a los círculos de artistas asociados con las exposiciones de artes plásticas efectuadas en esa década, su debut como modelo y su elección como reina de esas exhibiciones en octubre de 1932; y en el cuarto, se detalla su participación en un concurso de belleza, organizado en 1933 por el diario La Tribuna, para escoger a la representante de Costa Rica en un certamen internacional que comprendía el resto de Centroamérica y Panamá.

En términos temporales, el artículo inicia en 1916, con el nacimiento de Oreamuno, y termina en 1935, cuando su ciclo como modelo y candidata a reina de belleza había empezado a declinar. La argumentación principal que se va a demostrar es que Oreamuno experimentó una situación de desclasamiento social tras el inesperado fallecimiento de su padre en 1917, por lo que procuró superar esa situación al competir por la corona de las Exposiciones de Artes Plásticas primero, y por la de Señorita Costa Rica después. Simultáneamente, procuró abrirse espacio en los círculos de las familias acomodadas de San José al participar en diversas actividades culturales y al modelar para algunos de los más destacados pintores costarricenses de entonces.

Las principales fuentes que se han utilizado para la elaboración de este artículo son periodísticas y proceden del Diario de Costa Rica, La Prensa Libre, La Hora y La Tribuna. También se han consultado materiales pertenecientes al Archivo de la Curia Metropolitana y al Registro Civil, con el objetivo de precisar aspectos relacionados con la vida familiar de Oreamuno, en particular el segundo matrimonio de su madre y el nacimiento de dos hermanos y una hermana. Finalmente, se ha prestado especial atención a las pinturas para las cuales posó Oreamuno con el fin de explicar por qué esas obras contribuyeron a la construcción de su identidad como una “joven moderna”, dispuesta a transgredir los valores y las convenciones tradicionales de género.

1. Familia y estudios

Poco es lo que se conoce de los primeros años de la vida de Oreamuno. Nació en San José el 8 de abril de 1916, hija única de Carlos Oreamuno Pacheco (1885-1917) y Margarita Unger Salazar (1894-1978), quienes se habían casado el 17 de julio de 1915 (Registro Civil, 1894, f. 52; 1978, f. 434; Palacio Arzobispal, 1915, ff. 120-121; Parroquia del Carmen de San José, 1916, f. 163; 1917, f. 10; Meléndez Obando, 2000). Por esa época, Costa Rica era un país predominantemente rural, que dependía de las exportaciones de café y banano (cultivo este último concentrado en la provincia de Limón y dominado por la United Fruit Company) e importaba alimentos y productos manufacturados (Botey Sobrado, 2005, pp. 2-51). La población, mayoritariamente pobre y campesina, ascendía a menos de 400.000 personas, de las cuales solo dos de cada diez vivían en las ciudades principales (Pérez Brignoli, 2010, p. 127; Dirección General de Estadística, 1918, pp. 1-14).

San José, con unos 35.000 habitantes, era el asiento de las poderosas familias
que controlaban el comercio exterior, de los profesionales –especialmente de médicos y abogados–, de los empleados públicos, de un diverso conglomerado de artesanos y obreros que laboraban en fábricas y talleres, de operarios de construcción, de mujeres ocupadas en el servicio doméstico, y de sectores marginales conformados por trabajadores informales, prostitutas, criminales y mendigos (Quesada Avendaño, 2007). Pese a que las mujeres no podían votar, entre finales del siglo XIX e inicios del XX la política costarricense empezó a democratizarse, con la realización de elecciones periódicas cada vez más libres y competitivas, proceso que fue brevemente interrumpido por la dictadura de Federico Tinoco Granados (1917-1919), quien derrocó al gobierno socialmente reformista de Alfredo González Flores. Recuperada la democracia, el Estado, presionado por las demandas populares, tendió a disminuir los gastos militares y policiacos, y a incrementar la inversión en educación, salud y obras públicas (que también incluía infraestructura escolar y sanitaria) (Murillo Jiménez, 1981; Molina Jiménez, 2005, pp. 31-60, 191-239).

Aunque Oreamuno y Unger descendían de familias prominentes de Cartago y San José (sus testigos matrimoniales fueron el empresario John M. Keith, vinculado con la United Fruit Company y uno de los fundadores en 1915 de la Cámara de Comercio de Costa Rica, y el ex canciller, diputado y presidente del Congreso Leonidas Pacheco Cabezas) (Palacio Arzobispal, 1915, ff. 120-121; “En las primeras”, 1927, p. 5; Obregón Loría, 1995, p. 113), los cónyuges tenían un perfil propio de sectores medios urbanos socialmente modestos. El padre, que declaró ser de ocupación mecánico al contraer nupcias, también se definía como industrial, tenía el grado militar de subteniente, disponía de una patente como corredor de bienes raíces y comisionista, y había sido colaborador del periódico El Noticiero. A su vez, la madre, quien fue becaria del Estado en el Colegio Superior de Señoritas, se desempeñaba como ama de casa (Tristán Fernández, 1910, p. 94; Palacio Arzobispal, 1915, ff. 120-121; “Acuerdo”, 1915, p. 138; “Escalafón general”, 1915, p. 285; “Mortuoria”, 1917, p. 2).

El padre falleció prematuramente de pulmonía el 23 de mayo de 1917. Expiró en Limón, adonde se había trasladado por motivos laborales (posteriormente corrió el rumor infundado de que se había suicidado por deudas de juego) (Parroquia del Carmen de San José, 1917, f. 10; “Mortuoria”, 1917, p. 2; “El miércoles”, 1917, p. 4; Gutiérrez Mangel, 1999, p. 155). Tras su muerte, la situación de su viuda e hija se tornó muy precaria. Unger debió empezar a trabajar como docente de la enseñanza primaria, en la categoría más baja del escalafón del Ministerio de Educación Pública: la de quienes disponían solo de un certificado elemental para impartir lecciones. Su trayectoria vital y ocupacional repitió la de su propia progenitora, Eudoxia Salazar Salazar (1864-1944), quien también era maestra de escuela con un diploma de ese tipo y enviudó cuando tenía apenas 34 años (Parroquia del Carmen de San José, 1864, f. 20; Registro Civil, 1899, f. 91; 1944, f. 423; “Escalafón de los maestros”, 1922, pp. 149, 165; “Movimiento de personal”, 1924, p. 150). En el censo nacional de 1927, se consigna que Oreamuno vivía con su madre y su abuela en una casa ubicada cerca del Paseo Colón (Oficina del Censo, 1927, f. 1B).

Las limitadas condiciones económicas de la familia explican que Oreamuno, pese a las atenciones que recibía de los parientes de su padre, tuviera la vida de una persona desclasada. Por eso no ingresó a establecimientos privados de enseñanza, sino a planteles públicos (ciertamente, a dos de los más prestigiosos de entonces): la Escuela Superior de Niñas en 1923 y el Colegio Superior de Señoritas en 1929 (González Campos, 2016,
p. 2). En este último, en vez de optar por el título de Bachillerato en Ciencias y Letras –indispensable para aspirar a una carrera universitaria en Farmacia o Derecho–, escogió una modalidad técnica (contadora mercantil), de la que se graduó en 1933 (Colegio Superior de Señoritas, 1939, p. 277). Tal elección es significativa en dos sentidos: primero, porque evidencia el interés que tenía la joven por disponer de un diploma que le permitiera incorporarse prontamente al mercado laboral; y segundo, porque se ajustaba a la trayectoria ocupacional de su progenitora, quien en el censo de 1927 no figuraba ya como docente, sino como cajera con puesto en el Estado (Oficina del Censo, 1927, f. 1B).

Forzada por las circunstancias a decidir sobre su futuro laboral cuando apenas era una adolescente, Oreamuno escogió una carrera que, en lugar de distanciarla, la aproximaba a la experiencia materna y le permitía ubicarse en una posición superior a la de las muchachas campesinas y de clase trabajadora (por esa época, aproximadamente el 4 por ciento de la población femenina con edades entre 13 y 17 años asistía a la enseñanza secundaria) (Molina Jiménez, 2016, p. 225), pero inferior a la de las hijas de las familias acaudaladas urbanas. En esa elección quizá influyeron su madre, su abuela y, probablemente también, el contexto histórico: Oreamuno ingresó al colegio el mismo año en que el colapso de la Bolsa de Nueva York originó una crisis capitalista global, que impactó fuertemente a Costa Rica en los años siguientes (Botey Sobrado, 2005, pp. 57-66).

A inicios de la década de 1930, la vida de la joven, que se preparaba para competir por un modesto empleo de oficina en el porvenir inmediato, experimentó un cambio fundamental cuando su madre, el 3 de junio de 1931, se casó de nuevo, esta vez con un comerciante de origen holandés, casi once años menor que ella: León Wolff Kennedy (1905-1972), hijo de padre judío y madre católica (Palacio Arzobispal, 1931a, f. 154; 1931b, f. 3927; Registro Civil, 1931, f. 318; 1972, f. 324). Rápidamente, Oreamuno se convirtió en la hermana mayor de Edwin (1932), de quien fue madrina, de Federico (1933) y de Greta (1935) (Parroquia de Nuestra Señora de la Soledad, 1932, f. 708; Registro Civil, 1933, f. 428; 1935, f. 429). Las condiciones económicas de Unger y su hija mejoraron a partir de este matrimonio. La nueva pareja ocupó primero una vivienda en las cercanías del Colegio Superior de Señoritas y, más tarde, se asentó definitivamente en San Rafael de Escazú (Registro Civil, 1944, f. 423). Simultáneamente, la familia experimentó una profunda recomposición, no solo por la incorporación de más miembros, sino porque la jefatura femenina fue sustituida por una masculina. Dicho desplazamiento, ocurrido en una época en que Oreamuno se encontraba en una etapa crítica de la adolescencia, originó tensiones crecientes que tendieron a distanciarla de su progenitora y a acercarla todavía más a su abuela Salazar (Urbano Pérez, 1968, p. 15; Acuña Zeledón, 1971, p. 67; Chase Brenes, 1977, p. 269; Vallbona, 1995, p. 28).

2. Iniciación mediática

En 1931, Oreamuno cumplió quince años. Según las convenciones prevalecientes en esa época, a tal edad era a la que las jóvenes, en especial las pertenecientes a los sectores medios y altos, ingresaban al mercado matrimonial (por entonces, las mujeres se casaban en promedio a los 21 años) (Pérez Brignoli, 1985, p. 15). Aunque a inicios de la década de 1930 todavía no se había generalizado la práctica de que las familias acomodadas pagaban espacios en los periódicos para anunciar que sus hijas eran quinceañeras, algunas ya lo hacían (Salazar Corrales, 2018, p. 62). Oreamuno, debido a los limitados recursos de su madre y su abuela, se incorporó a esta tendencia muy modestamente, puesto que su cumpleaños fue apenas mencionado, sin foto adjunta, en una breve nota publicada por La Nueva Prensa (Tristán Fernández, 1931, p. 2), un medio de comunicación menor en comparación con órganos tan influyentes como La Tribuna, Diario de Costa Rica y La Prensa Libre.

También en 1931 se conmemoró en la ciudad de Alajuela el centenario del nacimiento del héroe nacional Juan Santamaría. Esta celebración, realizada en la última semana de agosto, comprendió misas solemnes, retretas, partidos de fútbol, conciertos, bailes populares, exposiciones históricas y desfiles de estudiantes y de carrozas (Instituto de Alajuela, 1934; Díaz Arias, 2010). Para cubrir esas diversas actividades, La Tribuna destacó al joven estudiante de la Escuela de Derecho José Luis Cardona Cooper (1909-1999), encargado desde 1927 de un exitoso programa de radio denominado el “Hombre de la Luna” y de una sección homónima de cuentos y poesías infantiles, que se publicaba semanalmente en ese mismo periódico (Flores Reyes & Gardela Ramírez, 1983, pp. 23-24).

Cardona, aparte de escribir relatos, los ilustraba, ya que también era dibujante;
además tocaba el violín y actuaba: tuvo un papel en la primera película costarricense, “El retorno”, estrenada en 1930. En tales circunstancias, le quedó a la medida el proyecto del “Hombre de la Luna”, personaje que vigilaba con un binóculo el comportamiento de los niños (Flores Reyes & Gardela Ramírez, 1983, p. 24; Cardona Cooper, 1999, pp. 75-80). Tal era el periodista que, mientras realizaba la cobertura de los festejos alajuelenses del 29 de agosto de 1931, reparó en unas estudiantes, entre las cuales se encontraba Oreamuno, quien cursaba entonces el tercer año en el Colegio Superior de Señoritas. Al recordar ese episodio en diciembre 1933, el corresponsal de La Tribuna señaló:

al pie de la estatua [de Santamaría], –completamente cuajada de flores,– un grupo de lindas ‘CONCHITAS’ aumentaba con sus risas y charlas el alboroto de aquella inmensa multitud. Me llamó poderosamente la atención una gentil chiquilla con un cuerpo no menos gentil y unos ojos en forma de avellanas, negros y enigmáticos. Su cabello, graciosamente recogido hacia atrás en un moño típicamente campesino, dejaba al descubierto su cara morena y sus finas y diminutas orejas. Camisa de gola, pañuelo rojo con dibujos blancos, enagua floreada vistosamente (Cardona Cooper, 1933a, p. 5; las citas textuales conservan la ortografía y la puntuación originales; todo paréntesis de este tipo [] es mío).

Oreamuno impresionó tanto al corresponsal de La Tribuna que, en la edición de ese diario del primero de septiembre de 1931, fueron publicadas tres fotografías de colegialas vestidas de campesinas, en dos de las cuales figuraba ella (“Las notas típicas”, 1931, p. 9). Al parecer, las estudiantes del grupo al que pertenecía Oreamuno fueron fotografiadas en el edificio de la Municipalidad de Alajuela. En la primera imagen, la joven se ubicó al fondo, subida en el primer peldaño de una escalera, con la cabeza levemente inclinada hacia adelante y una sonrisa contenida; en la segunda, cambió de posición: pasó al frente y se colocó de medio lado, entre dos de sus compañeras, una de las cuales dejó caer el brazo derecho alrededor de su cuello. El rostro de la joven adoptó una expresión muy seria, que contrastaba con la serena tristeza que prevalecía en su mirada, sutilmente dirigida a la izquierda para no confrontar directamente a la cámara.

No solo parecen haber sido esas las primeras fotografías de Oreamuno dadas a conocer en la prensa, sino que, además, circularon en uno de los principales periódicos del país. Aunque en el pie correspondiente no se consignaron los nombres de las colegialas, tal omisión no debió impedir que fueran reconocidas por sus familiares, amistades, docentes y compañeras de estudio, dada la pequeñez demográfica del círculo de personas vinculadas con la segunda enseñanza. En efecto, en 1931 el casco urbano josefino se encontraba habitado apenas por unas 57.000 personas, de las cuales cerca de 5.800 estaban en edad de asistir a la segunda enseñanza, pero solo unas 1.700 lo hacían (29 por ciento) (Dirección General de Estadística, 1932, p. 14; Pérez Brignoli, 2010, p. 240; Molina Jiménez, 2017, pp. 29, 33). Tan baja cobertura era un indicador de la pobreza y la desigualdad que prevalecían en el casco urbano josefino de esos años, agudizadas por el impacto de la crisis económica mundial.

De momento, no se conoce información que permita determinar el efecto que esta inesperada inserción en la esfera pública tuvo en la vida de la joven, pero es verosímil que tal experiencia funcionara como una celebración de quince años suplente y la colocara en el ojo de la prensa, que entonces era predominantemente masculino. También es posible que dicha iniciación mediática, propiciada por el “Hombre de la Luna”, contribuyera a que Oreamuno –quien en 1932 empezó a cursar la modalidad comercial que ofrecía el Colegio Superior de Señoritas para graduarse como contadora mercantil– comenzara a considerar, desde nuevas perspectivas, las oportunidades que su crecientemente celebrada belleza le podía abrir, en el porvenir inmediato, en dos direcciones distintas, pero complementarias: para empoderarse frente a la nueva autoridad varonil que había en su familia y para aspirar a un futuro en el llamado mundo elegante de San José.

3. Reina de las Artes Plásticas

Con el patrocinio del Diario de Costa Rica, en noviembre de 1928 se inauguró,
en el Teatro Nacional, la primera exposición de artes plásticas. Aunque la actividad no pudo efectuarse en 1929, sí se llevó a cabo sin interrupción entre los años 1930 y 1937, cuando se convirtió en una ventana excepcional para dar a conocer las obras de las artistas costarricenses de entonces, especialmente en los campos de la pintura, la escultura, el grabado y el dibujo. Dado el prestigio asociado con esas manifestaciones culturales, los círculos de políticos e intelectuales y los sectores más acaudalados de las ciudades del Valle Central –sobre todo los de San José– participaron con entusiasmo en dichas exhibiciones (Zavaleta Ochoa, 2004).

Ya en 1928 se efectuó un certamen de belleza para escoger a la reina de la exposición de ese año, una actividad que se mantuvo en la década de 1930. Dado que este tipo de competencias podían mejorar la posición de las jóvenes en el exclusivo mercado matrimonial de las principales familias del país, muchachas de ese mismo origen social solían dominar las candidaturas y obtener la corona (Zavaleta Ochoa, 2004, pp. 59-63). No se conoce cómo fue que Oreamuno decidió participar en ese concurso: quizá fue el resultado de una iniciativa estrictamente personal o, tal vez, en su concepción e implementación influyeron otras personas, como sus parientes por el lado paterno, sus compañeras de colegio, sus amistades e, incluso, el periodista Cardona que la descubrió.

Todavía La Nueva Prensa, al saludarla por su próximo cumpleaños el 7 de abril de 1932, se refirió a Oreamuno como una “niñita”; pero La Prensa Libre de ese mismo día, al consignar su natalicio, evitó todo calificativo de esa índole (“Natalicios”, 1932, p. 3; Tristán Fernández, 1932, p. 3). La incorporación de la joven a la sección social de uno de los diarios más importantes del país pudo ser una secuela de las fotos publicadas por La Tribuna en septiembre de 1931, pero también resultado de la creciente visibilidad de Oreamuno, debido a su inserción en los círculos de artistas josefinos: con apenas 16 años de edad, modeló para un dibujo de Manuel de la Cruz González Luján (1909-1986) y para dos pinturas de Gonzalo Morales Alvarado (1905-1986),
las cuales no fueron consignadas en una lista de sus obras publicada en 1981 (Museo de Arte Costarricense, 1981, p. 13).

Aunque su participación en el dibujo de González pasó inadvertida durante largo tiempo (González Luján, 1932), los óleos de Morales tuvieron amplia repercusión. De acuerdo con un comentario publicado el 12 de octubre de 1932 por el intelectual y estudioso de la literatura costarricense, Abelardo Bonilla Baldares (1898-1969), las mejores obras exhibidas por ese pintor fueron “los retratos de las señoritas Yolanda Oreamuno y Carmen Marín Cañas [1914-1978], en que se funden la antigua forma del artista y la nueva tendencia que en él se define como halagadora promesa” (Bonilla Baldares, 1932, p. 5). Más expresivo aún fue el reconocido poeta nicaragüense, Salomón de la Selva, por entonces residente en San José:

fijémonos sólo en los retratos de YOLANDA (cuadras [sic] números 30 y 54) y lamentemos una cosa y celebremos dos: Lamentemos que haya abandonado el afán de crear la luz, y celebremos que dibuje mejor de lo que era de esperarse en tan corto tiempo, –¡el arte es largo!,– y a criatura tan linda… En Morales ya apunta una especie de BEAUTE DU DIABLE, en que abundan CARMEN y YOLANDA, YOLANDA sobre todo… Apenas en el retrato pequeño de YOLANDA –que nos enamora mientras más lo vemos– podría uno imaginarse que es el llamado del amor lo que ha hecho volverse el bello rostro rafaelesco… En este de YOLANDA… se ha captado sin existencia de POSE, lo más efímero que hay, la expresión de niña sensitiva a quien se ha llamado, en el instante de un segundo en que vuelve el rostro en atención… En esta tela ese instante está pintado con admirable felicidad (Selva, 1932, p. 8).

El revuelo provocado por esos retratos se explica porque la joven, al debutar como modelo, dio un paso muy arriesgado. El óleo de Marín la presenta con un traje de manga larga que solo deja ver el cuello y la parte superior del pecho, mientras con hierática seriedad mira directamente al espectador. A diferencia de esta pintura, la de Oreamuno la muestra con apenas un breve asomo del vestido, por lo que quedan al descubierto parcialmente su espalda y uno de sus hombros, al tiempo que su rostro, vuelto súbitamente hacia la izquierda y nimbado por una profusa cabellera, interpela al público con una expresión sensualmente escrutadora. Por estos óleos, Morales fue reconocido con la medalla de oro por el Club Rotario (“[2] obras del pintor”, 1932, p. 4).

Si el lienzo de Oreamuno galardonado por los rotarios se distanciaba del conservadurismo que prevalecía en los retratos realizados a las hijas de familias acomodadas, el que no fue premiado era todavía más provocador. En esta pintura, la joven modeló también con la parte superior de la espalda y los hombros desnudos y la cabeza volteada a la izquierda; pero la obra desborda sensualidad, ya que la desnudez de la piel es más explícita y está más acentuada, y el rostro, brevemente sombreado, adopta una expresión desafiante. Según la escasa información disponible, ambas obras rápidamente pasaron a formar parte de colecciones privadas. De la que mereció la medalla de oro, nada se volvió a saber; en contraste, la otra fue reproducida en 1997, en blanco y negro y con indicación de que se trataba de un óleo de Morales, en el libro Espíritu en carne altiva, de la investigadora Emilia Macaya Trejos (Macaya Trejos, 1997, p. 11, Molina Jiménez, 2019, foto 4).

De acuerdo con los valores predominantes entonces, uno de los fundamentos principales del honor familiar, especialmente entre los sectores medios y acomodados urbanos, era el pudor femenino, evaluable a partir de cómo las mujeres se vestían, se comportaban y se expresaban. Oreamuno desafió esa forma de control de la manera más radical posible, puesto que en las erotizadas pinturas de Morales celebró sin inhibiciones su sexualidad mientras emplazaba abierta y directamente al público. Su rebelión contra los convencionalismos de la época fue captada de inmediato por de la Selva, quien precisamente utilizó la expresión “la belleza del diablo” como metáfora de esa ruptura (Villeneuve, 1994).

Permanece en el misterio si la iniciativa de modelar como lo hizo fue conocida de antemano por la madre, la abuela y el padrastro de Oreamuno, si tal proceder fue aceptado u objetado y, en caso de que hubiera sido rechazado, si originó algún conflicto doméstico. Todo sugiere que sus parientes solo se enteraron de la existencia de esas pinturas una vez que fueron exhibidas. Aparte de la profunda transgresión cultural que supusieron, esos retratos evidencian también el importante proceso de empoderamiento que experimentó la joven, el cual le permitió redefinir sus relaciones dentro de su propia familia y aprovechar la repercusión que tuvieron tales óleos para impulsar su candidatura en el certamen de belleza de la Cuarta Exposición de Artes Plásticas.

El sábado 22 de octubre de 1932 Oreamuno fue electa reina. Según la crónica publicada por Claudia Cascante Quirós, se impuso a Eugenia de Mezerville, Julieta Castro Silva, Carmen Rodríguez, Hilda Lutz, Flory Oreamuno, Carmen Marín Cañas, Vera Tinoco y Flora Luján (Cascante Quirós, 1932, p. 2). Al día siguiente, una amplia foto suya circuló por primera vez en uno de los principales periódicos del país: el Diario de Costa Rica, el cual también reprodujo, en pequeño formato, el lienzo que modeló para Morales y fue premiado por los rotarios (“La bella Yolanda Oreamuno”, 1932, p. 4; “[2] obras del pintor”, 1932, p. 4). La joven fue coronada una semana después en el Teatro Nacional, evento que ameritó una nueva fotografía, sentada en el trono, que fue publicada por La Tribuna. De esta forma, ese periódico rindió “su homenaje de simpatía a tan gentil soberana, por cuya felicidad hace votos” (“La reina de las Artes Plásticas, 1932, p. 2).

4. Candidata a Señorita Costa Rica

Aunque el Diario de Costa Rica, La Hora y La Prensa Libre pasaron por alto que cumplía diecisiete años, La Tribuna publicó el 8 de abril de 1933 una amplia foto de Oreamuno tomada por el reconocido caricaturista y fotógrafo de origen español, Francisco “Paco” Hernández Holgado (1895-1961) (Sánchez Molina, 2002, pp. 80-81). El periódico, al rendirle “el homenaje más respetuoso de sincera admiración y simpatía”, la definió como una “damita atrayente y encantadora que con su elegancia, donaire y demás virtudes es merecedora de las mayores distinciones en nuestra sociedad” (“Señorita Yolanda Oreamuno”, 1933, p. 5).
Si efectivamente en la vida familiar de la joven empezaban a acumularse las tensiones, tal proceso no impidió que su construcción como figura pública diera un paso adelante.

Desde finales de 1932 por lo menos, se comprueba la presencia de Oreamuno en elegantes actividades privadas. A inicios de 1933, empezó a ser visible en los periódicos su asistencia a eventos del Club Unión y del Club Athletic (incluso a un té danzante dedicado a la colonia alemana. También frecuentaba el Tennis Club y se había incorporado al Club Katharina de cuyo cuadro de honor era integrante.

En tal condición, colaboró en la organización, entre agosto y septiembre de 1933, de las actividades que resultaron en la elección de Flora Pinaud Jiménez como reina de una exhibición de arte efectuada en la Casa España y promovida por un círculo de creadores plásticos (“La hermosa fiesta”, 1932, p. 5; “Té de lino”, 1933, p. 5; “Club Athletic”, 1933, p. 2; “La reunión de esta tarde”, 1933, p. 5; “Tamales danzantes”, 1933, p. 2; Cardona Cooper, 1933a, p. 5; Zavaleta Ochoa, 2004, pp. 93-94). Durante este proceso, que culminó en un elegante baile realizado en el exclusivo Club Unión en la noche del 14 de septiembre (vísperas del día de la independencia) (“El suntuoso baile”, 1933, p. 2; “Gran baile de la independencia”, 1933, p. 2.), fue dado a conocer un retrato de Pinaud parecido a los lienzos de Oreamuno pintados por Morales (“Señorita Florita Pinaud J.”, 1933, p. 2), pero desprovisto de la desbordante sensualidad que predomina en tales óleos.

Poco después, con motivo de la Quinta Exposición de Artes Plásticas, fue electa una nueva reina: María Elena Facio Castro, quien fue coronada el sábado 28 de octubre de 1933 en el Teatro Nacional. El Diario de Costa Rica aprovechó la ocasión para reconocer a las soberanas anteriores, de cada una de las cuales publicó una foto y una breve semblanza. Finalizada la coronación, en el exclusivo Hotel Costa Rica se realizó un baile de mantones. A propósito de la asistencia de Oreamuno, La Hora expresó: “la belleza de sus ojos razgados [sic], el encanto de su voz dulce y la elegancia gentil de su continente, serán los mejores adornos de esta noche que encierra la gracia infinita del Alma Hispana” (“Yolanda Oreamuno asistirá”, 1933, p. 3). Durante esa actividad, la joven, como integrante de un coro dirigido por María Cecilia Lynn Yglesias, interpretó la canción “La violetera”, popularizada por la española Raquel Meller. Seguidamente bailó con Alfredo Jiménez Morales “un tango que les mereció nutridos aplausos”. Las coristas se volvieron a presentar el domingo 5 de noviembre en el mismo lugar, durante un té de gala dedicado a Flory Pacheco Cooper (“Vida y actividades”, 1933, p. 5; “El baile de mantones”, 1933, p. 5; “Ecos del baile”, 1933, p. 2; “Aspecto que presentaban”, 1933, p. 5).

Semanas más tarde, el Diario de Costa Rica, en la edición del 22 de noviembre, publicó el programa de una actividad cultural que se realizaría en la noche de ese día, dedicada al aviador Román Macaya Lahmann. Entre los números programados, figuraba un “vals de Julio Fonseca, interpretado por las señoritas Emilia Castro Silva y Yolanda Oreamuno, acompañadas de la orquesta” (“Teatro Nacional”, 1933, p. 4; “El baile de esta noche”, 1933, p. 5). A su vez, La Tribuna, quizá por influencia de Cardona, publicó ese mismo día una fotografía de esas dos bailarinas, la primera ataviada con un traje típico y la segunda vestida de soldado. De acuerdo con el periódico, tales jóvenes,

como los intelectuales y artistas más destacados de Costa Rica han querido contribuir al homenaje patriótico que se le tributa esta noche en el Teatro Nacional al AS de la aviación nacional Román Macaya Lahmann. Estamos seguros que Yolanda y Emilia triunfarán esta noche y que el público las aplaudirá frenéticamente rindiéndoles en esta forma el homenaje de sincera simpatía y admiración (“La gran fiesta de Santa Cecilia”, 1933, p. 2).

El 23 de noviembre, al publicar la crónica del evento de la noche anterior, el Diario de Costa Rica informó que, “al terminar la primera parte”, Castro y Oreamuno “bailaron con soltura y deliciosamente el vals ‘Leda’ del profesor” Fonseca”. Además, el periódico definió a las intérpretes como “dos preciosas muchachas de nuestro mundo elegante” (“El homenaje de anoche”, 1933, p. 2). La cobertura dada por dos de los principales medios del país a ese número artístico evidencia que, tras ganar el concurso de belleza de 1932, Oreamuno consolidó su inserción en los círculos de jóvenes de familias prominentes que, mediante su participación en diversas presentaciones culturales, competían por asegurarse un espacio estratégico en la esfera pública (Borges Pérez, 1942, pp. 70, 74).

A la vez que participar en esas actividades contribuyó a promocionarla socialmente, la experiencia adquirida preparó a Oreamuno para competir en un concurso de belleza internacional, convocado por La Tribuna el 31 de octubre de 1933 (“Primer Concurso de Belleza”, 1933, p. 1). El trasfondo político de este certamen fue la denuncia que hizo la administración de Ricardo Jiménez Oreamuno de los tratados de Washington de 1907, de acuerdo con los cuales Estados Unidos y los países centroamericanos se comprometían a no reconocer a regímenes originados en golpes de Estado. Frente al avance del comunismo en Centroamérica, el gobierno costarricense anunció en diciembre de 1932 que, a partir del primero de enero de 1934, ya no acataría esos acuerdos y reconocería a la dictadura de Maximiliano Hernández Martínez que, dos años antes, había masacrado a los comunistas y a miles de indígenas en El Salvador (Salisbury, 1984, pp. 71-98; Gould & Lauria-Santiago, 2008).

Debido a los estratégicos intereses geopolíticos que estaban en juego, el concurso fue rápidamente apoyado por la Junta Nacional de Turismo y por las autoridades costarricenses, e incorporó a diarios del resto de Centroamérica y Panamá. De acuerdo con las bases del certamen, cada país elegiría a cinco finalistas por voto popular, para lo cual los periódicos organizadores publicarían cupones en los que se escribiría el nombre de la candidata preferida (una misma persona podía votar tantas veces como vales tuviera). La ganadora a escala nacional sería escogida posteriormente por un jurado en una actividad especial que, en el caso de Costa Rica, se efectuaría el 25 de diciembre en el Teatro América (“La primera Reina de Belleza”, 1933, p. 1; “Acogido con entusiasmo”, 1933, pp. 1, 5; “Hoy se abren”, 1933, pp. 5, 8).

Los resultados del primer escrutinio, realizado el sábado 30 de noviembre, fueron dados a conocer por La Tribuna el primero de diciembre: de dos decenas de participantes, solo cuatro alcanzaron más de veinte votos. Oreamuno alcanzó la octava posición con apenas nueve sufragios (“Concurso de Belleza”, 1933, p. 2).
Su inclusión entre las diez mejor ubicadas probablemente fue resultado de que, en los dos días anteriores, el diario
La Hora, dirigido por el escritor José Marín Cañas (1904-1980), decidió respaldar su candidatura y publicó una foto de su rostro, a partir de la cual afirmó que la joven era “MORENA como la caoba humedecida. ESBELTA como la cascada de Orosi. BONITA como el Verano. NUESTRA como la Virgen de los Ángeles” (“Yolanda Oreamuno elegida, 1933a, p. 4; 1933b, p. 3). Al asociarla con los recursos naturales y las atracciones turísticas del país, y con una virgen oscura cuyo culto estaba próximo a culminar su proceso de nacionalización (en 1935, la Iglesia católica conmemoró con un discurso fuertemente anticomunista el tricentenario de su hallazgo) (Gil Zuñiga, 2004, pp. 99-106). Poco después, La Hora publicó una nueva foto de cuerpo entero de Oreamuno, elegantemente vestida (“Yolanda Oreamuno… 111 votos”, 1933, p. 5), e insistió en la estrategia que destacaba sus cualidades físicas y raciales. Según ese periódico,

la representante de Costa Rica debiera ser una mujer amorenada, esbelta, de cuerpo perfectamente moldeado dentro de las líneas exigibles que han venido a dejar como cánones actuales de belleza, toda la civilización antigua retocada por la nueva modalidad mundial, que pide y exige una mujer ágil, esbelta, alta, fuerte. A esto debiera agregarse una cara con personalidad. Personalidad es atracción. Es gesto. Es diferencia de las demás. Es decir, había que buscar una belleza que reuniendo las condiciones indispensables de forma tuviera además unas líneas puras en la formación de la cara y agregara a ello, ese ‘ángel’ o ‘it’ o como quiera llamársele, para completar el tipo en forma rotunda (“El concurso de belleza y nosotros”, 1933, p. 21).

Inmediatamente, Oreamuno empezó a ascender en las preferencias del público: el 6 de diciembre ocupó la sexta posición y poco después ya estaba de tercera (“Resultados de los escrutinios”, 1933, p. 4; “La señorita Ortiz Jiménez”, 1933, p. 4). El 23 de diciembre, día en que se realizaría el último escrutinio para escoger a las finalistas, La Hora publicó en primera plana dos fotos: una de su candidata y, a la par –de manera que fuera fácil compararlas– la de una joven desconocida. Según el periódico, esta última constituía la “mujer perfecta”, ya que sus medidas eran las que consideraban “los jurados de Europa y Estados Unidos” para determinar las proporciones a que debían ajustarse “los cuerpos femeninos” que se disputaban la corona en prestigiosos concursos internacionales de belleza (“Yolanda Oreamuno, arquetipo”, 1933, pp. 1, 12).

Fundamentada en esa comparación, La Hora afirmó que Oreamuno tenía “exactamente las medidas de Miss Universo” (“Yolanda Oreamuno, arquetipo”, 1933, p. 12); pero ocultó que la joven con quien la comparó era una modelo profesional que fue parte de una campaña publicitaria realizada por Ironized Yeast and Company en la década de 1930. Basada en Atlanta, esta empresa vendía tabletas para aumentar de peso, fabricadas –supuestamente– con levaduras importadas de Europa. Desde por lo menos mediados de 1933, en diversos diarios y revistas de Estados Unidos, circuló el anuncio en que aparecía esa “mujer perfecta” (“Skinny? New Easy Way”, 193, p. 35; “Too Fat or Too Thin”, 2016). El periódico josefino recortó su foto de alguna de esas publicaciones y la reprodujo, sin dejar de advertir que, a diferencia de esa muchacha (que era blanca), “Yolanda, como producto del trópico, encarna mejor nuestro arquetipo físico y espiritual, con su piel morena” (“Yolanda Oreamuno, arquetipo”, 1933, p. 14).

Sin duda, la estrategia de La Hora fue tan original como arriesgada. Por un lado, recuperó los enfoques eugenésicos presentes en el país desde finales del siglo XIX, que afirmaban que Costa Rica era excepcional en el contexto de América Central porque su población era de raza blanca (Palmer, 1996) y los subvirtió, al promover a Oreamuno precisamente por apartarse de ese estereotipo. Por otro, promocionó a su candidata no de acuerdo con el tradicional modelo de virtud y domesticidad, sino como representante de la joven moderna. De esta forma, la incorporó a una tendencia global en desarrollo tras la finalización de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), que exaltaba el empoderamiento femenino. Tal proceso impactó profundamente las instituciones, la vida social, la literatura y el arte (Weinbaum, 2008).

En el esfuerzo por promover a su aspirante, un periodista de La Hora le realizó la primera entrevista de su vida. La buscó en su casa al finalizar la mañana del lunes 11 de diciembre de 1933. La joven lo atendió vestida con el uniforme del Colegio Superior de Señoritas y le indicó que iba para ese plantel educativo porque tenía “que presentar el examen en mecanografía. Pero no crea que tengo miedo ni nervios. Me he preparado bien y estoy segura de que saldré bien. Por este motivo no he tenido tiempo de enterarme de las bases de este certamen”. Después de que el reportero se las explicó, Oreamuno sonrió y expresó que “seguramente, con motivo de este concurso [de belleza] vendrán muchos turistas” al país (“Yolanda y ‘La Hora’”, 1933, pp. 1, 5).

La iniciativa de La Hora emuló el quehacer de La Tribuna, diario que desde el 9 de diciembre empezó a publicar entrevistas realizadas por Cardona a las tres candidatas más votadas. Luego de que en el escrutinio efectuado en esa misma fecha Oreamuno ocupó la tercera posición, fue entrevistada el día 12 por el reportero que la descubriera en 1931. El periodista, que aprovechó la ocasión para recordar ese encuentro y la ocasión en que la joven se vistió de soldado, la asoció desde un inicio con el héroe nacional Juan Santamaría y la presentó como una estudiante exitosa, que “hacía pocos minutos había regresado del Colegio, triunfante, a los brazos de su madre con el título de Contadora Mercantil” (Cardona Cooper, 1933a, pp. 5, 7).

Dada la complicidad que se estableció entre ambos, Cardona se permitió ironizar sobre el enfoque étnico con que La Hora impulsaba su candidatura: “ha salido usted blanca y tanto que se precia de ser morena”, a lo que Oreamuno respondió con una sonrisa: “no me ha sido posible cambiar de piel”, y de seguido agregó:

[¡d]ichoso usted! Debe sentir una gran satisfacción cuando ve impreso lo que escribe. A mí me encantaría ser periodista; más que Contadora Mercantil. Me hubiera gustado mucho estudiar periodismo en otro país. Creo que no hay nada más lindo que poder hacer el bien, hacer sentir las ideas de uno en el público y tener el suficiente poder de inclinar la opinión popular en determinada dirección. ¿Y coger una noticia de primerito? ¡Eso sí que debe saber rico! (Cardona Cooper, 1933a, p. 7).

Al ser entrevistada unos días antes, María Helena Ortiz Jiménez, la candidata
que lideraba la votación y laboraba en la sucursal de la Bayer en el país, se manifestó a favor de que la mujer cuidara su belleza física para que fuera siempre “la novia de su marido” y declaró que prefería el espacio doméstico al público (además expresó que Oreamuno merecía ganar el concurso, palabras que Cardona resaltó debidamente) (Cardona Cooper, 1933b, pp. 5-6). Julieta Castro Silva, quien iba de segunda, se pronunció en contra del sufragio femenino y de la participación de la mujer en la política, e invocó varias veces a Dios (Cardona Cooper, 1933c, pp. 5-6). Las declaraciones de Oreamuno, en contraste, fueron casi totalmente seculares, no estaban limitadas por el horizonte del matrimonio, establecían una conexión con el pasado periodístico de su padre e incorporaban la expectativa de la mujer como promotora del cambio social.

Realizado el último escrutinio el 23 de diciembre de 1933, las cinco finalistas fueron María Helena Ortiz Jiménez (50.434 votos), Julieta Castro Silva (27.164 votos), Yolanda Oreamuno Unger (22.092 votos), Carmen Jiménez Guardia (16.950 votos) y Melba Jiménez Guardia (14.037 votos) (“El último escrutinio”, 1933, p. 4).
Al día siguiente en la noche, las candidatas desfilaron por las calles de San José, acompañadas por la banda militar y una caravana de automóviles. Según La Hora,

el paso del automóvil en el cual iba Yolanda, levantó a todo lo largo de la calle central, hasta llegar por el Paseo Colón al Obelisco, ovaciones estruendosas y piropos a granel. El público consagró a Yolanda como uno de los arquetipos más perfectos de belleza… Sería muy prolijo enumerar la gran cantidad de frases de admiración y cariño que el público tuvo para Yolanda (“Melba Jiménez Guardia “Señorita Costa Rica”, 1933, p. 3).

En la tarde del 25 de diciembre, en las oficinas de La Tribuna, se constituyó
el jurado que debía elegir a la reina, integrado por María Fernández Le Cappellain (escritora, espiritista y viuda del dictador Federico Tinoco Granados), Margarita de Martínez de Alba (esposa del Encargado de Negocios de México en Costa Rica), el diputado Asdrúbal Villalobos Brenes, el médico Eduardo Fournier Quirós, el caricaturista Francisco Hernández Holgado y los pintores Enrique Echandi Montero y Emilio Span. Después de reunirse con las candidatas, las personas referidas deliberaron y esa noche, en el Teatro América, dieron a conocer su fallo, que resultó en un empate entre las hermanas –provenientes de una de las principales familias del país– Carmen y Melba Jiménez Guardia; tras una nueva votación, esta última se ciñó la corona (
“Melba Jiménez Guardia fue electa”, 1933, pp. 1, 3, 8; “Las cinco señoritas”, 1933, p. 1).

Tres días después, en el Teatro Nacional, Aida Valenzuela, la representante de Honduras, se convirtió –luego de varias votaciones de los jurados internacionales que terminaron en empates sucesivos–, en Señorita Centro América, al ganar la rifa que decidió la competencia (“La fiesta de la elección”, 1933, pp. 1, 5, 7). Entre los últimos días de diciembre de 1933 y los primeros de enero de 1934, tanto las concursantes de los otros países centroamericanos y de Panamá como las finalistas del certamen costarricense, asistieron a diversas y numerosas actividades, desde bailes en el Club Unión hasta corridas de toros (“La comida ofrecida”, 1934, p. 2; Gracias a la celebración”, 1934, p. 9; “El gran baile de fantasía”, 1934, p. 2; “La velada de mañana”, 1934, p. 5; “La suntuosa fiesta”, 1934, p. 2; “La gran fiesta en Cartago”, 1934, p. 2). Durante este proceso, Oreamuno profundizó todavía más su inserción en el mundo elegante de Costa Rica, sobre todo en el josefino.

De esa incorporación, Eduardo Castro Saborío y Eduardo Castro Steinvorth (padre e hijo, respectivamente) dejaron un valioso testimonio gráfico, al editar, en los últimos días de diciembre de 1933, un álbum comercial titulado Joyel de Navidad. Tal obra, financiada “por distinguidas firmas comerciales” de San José, fue ilustrada con “fotografías de las mujeres costarricenses y de las participantes en el concurso centroamericano de belleza, a cada una de las cuales se les dedicó una galantería”.
Según informó el Diario de Costa Rica en enero de 1934, esa publicación, que incluía dos fotos de Oreamuno, “puede verse en casi todas las salas o salones de lectura, tanto en la capital como en provincias” (Castro Saborío y Castro Steinvorth, 1933, pp. 13, 173; “El Joyel de Navidad”, 1934, p. 5).

Aunque no ganó el concurso de belleza, la participación de Oreamuno en ese certamen profundizó la tendencia iniciada desde que Cardona la descubrió en 1931y a partir de su coronación como reina de las exposiciones de artes plásticas en 1932. La joven, cuando apenas era una adolescente de diecisiete años y todavía no terminaba sus estudios comerciales en el Colegio Superior de Señoritas, se convirtió en una figura mediática de cobertura nacional. Por el momento, no se conoce cómo este proceso pudo modificar su posición de poder, tanto en lo que respecta a las relaciones con su madre y su padrastro, como a las que tenía con la familia de su padre y con sus círculos de amistades, conocidos, profesores y compañeras de estudio.

Las repercusiones del concurso se extendieron durante 1934, cuando Oreamuno asistió a diversas actividades públicas en su condición de finalista o de ex reina, y varios periódicos publicaron fotos suyas en esas ocasiones o con motivo de su cumpleaños (“Señorita Yolanda Oreamuno”, 1934a, p. 5; “Yolanda Oreamuno”, 1934a, p. 3; Tristán Fernández, 1934, p. 5). Además, se mantuvo como integrante de la Legión de Honor del Club Katharina y debutó cinematográficamente: el 7 de junio de ese año se estrenó en el Teatro Raventós un documental patrocinado por la empresa Bayer y realizado por el cineasta Walter Bolandi Rodríguez (1888-1967) sobre el certamen internacional de belleza de 1933. De acuerdo con un periodista del Diario de Costa Rica que asistió a una presentación privada, el filme “logró aprisionar los diferentes detalles más sobresalientes de la clásica competencia de mujeres lindas” (“La legión de honor”, 1934, p. 2; “La casa Bayer”, 1934, p. 3; “Mañana se exhibirá”, 1934, p. 2).

También Oreamuno contribuyó a mantener esa vigencia mediática mediante su asistencia a eventos privados organizados por familias prominentes y al presentarse en algunas veladas artísticas, como un baile de caridad, efectuado el 7 de julio de 1934 en el Gran Hotel Costa Rica para recolectar fondos destinados a los damnificados por desastres naturales en Honduras y El Salvador (“Baile de caridad”, 1934a, p. 5). Según el Diario de Costa Rica, a medianoche la joven, junto con “un grupo de lindas muchachas en traje de carácter, bailaron admirablemente la danza ‘Carioca’” (“Baile de caridad”, 1934b, p. 2). Algunas semanas después, mientras las actividades de la United Fruit Company en el Caribe costarricense eran paralizadas por una huelga bananera liderada por los comunistas (Acuña Ortega, 1984), Oreamuno y Emilia Castro Silva se presentaron en el festival realizado en el Teatro Raventós los días 13 y 14 de agosto, cuyo propósito era recaudar dinero para financiar una campaña antituberculosa (“¡Mañana lunes!”, 1934, p. 8).

En octubre, Oreamuno fue una de las asistentes al baile realizado en el Club Unión, en la noche del jueves 11, para “celebrar el aniversario del Desczubrimiento de América y como homenaje de simpatía de la sociedad costarricense hacia España, la madre amorosa que nos dio vida, idioma, religión y raza” (“Suntuoso baile”, 1934, p. 5).
Días después fue invitada, junto con otras jóvenes, a una “espléndida comida” en el Hotel Costa Rica, organizada por una pareja que pertenecía a las prominentes familias conservadores de Nicaragua: Alejandro César Chamorro –un médico y abogado
que fue representante nicaragüense en Washington en la década de 1920– y su esposa, María Bernard Guzmán (“Comida”, 1934, p. 5; Munro, 1974, pp. 242-243).

Durante las exposiciones de artes plásticas, efectuadas en ese mismo mes de octubre, Morales exhibió dos nuevos lienzos de Oreamuno; pero dado que son más convencionales, reiteran estilos previos y carecen de la erotización presente en los óleos dados a conocer en 1932, pasaron inadvertidos. Su participación como modelo sí fue consignada en una de esas obras, pero no en la otra, denominada “Retrato de una mujer”. Aunque al proceder de esta manera quizá la intención del artista fue simplemente diferenciarlas y evitar que tuvieran el mismo título, el resultado en la práctica fue que se olvidó que la joven había posado para una de esas pinturas, crédito que solo le fue reconocido en el año 2011 (Morales Alvarado, 1934; Ulloa Molina, 2008, p. 4; “Yolanda en Internet”, 2011, p. 2).

Fue también en el contexto de esas exposiciones que se organizó, el 28 de octubre de 1934, un “suntuoso té de gala”, en los aristocráticos salones” del Club Unión para homenajear a “las damas que han llevado el cetro del arte” (“Té de gala”, 1934, p. 5). De cada una de las reinas, el Diario de Costa Rica publicó una foto y una semblanza; en la correspondiente a Oreamuno, la definió como una “elegante señorita” (“Señorita Yolanda Oreamuno”, 1934b, p. 5). Luego de casi dos semanas, participó en una nueva obra que se estrenó en el Teatro Nacional el 10 de noviembre de 1934. Escrita por José Marín Cañas, la revista “Un pic nic delicatessen” fue patrocinada por el San Jose Athletic Club, y en el anuncio que el Diario de Costa Rica publicó para promocionarla, se utilizó una foto de la joven (“Suntuosa revista”, 1934, p. 2; “¡¡Hoy!! Sábado”, 1934, p. 2; “Yolanda Oreamuno”, 1934b, p. 3). Al comentar ese espectáculo, el redactor de La Tribuna –probablemente Cardona– señaló:

la actuación de las bellas señoritas Yolanda Oreamuno y Gladys Mora no pudo ser mejor y merecieron justísima ovación… La elegante damita Yolanda Oreamuno conquistó la general admiración con la inolvidable carioca denominada ‘Machicha’ repetida varias veces, a petición incesante de la enorme cantidad de espectadores (“Velada del Club Athletic”, 1934, p. 2).

Al ser convocado por el Diario de Costa Rica y La Tribuna un nuevo concurso internacional de belleza, el nombre de Oreamuno volvió a figurar entre las jóvenes propuestas para representar al país, cuya escogencia se haría primero a escala provincial y luego nacional, pero pronto fue evidente que no lograría alcanzar el apoyo que había tenido un año antes.En tal resultado influyó que esta vez ningún periódico respaldó su candidatura. Realizado el primer escrutinio el 20 de noviembre de 1934, la joven obtuvo apenas 18 de 989 votos emitidos en San José y alcanzó la undécima posición. Finalizado el proceso de votación a escala josefina el 22 de diciembre, recibió 262 de 120.971 votos y se ubicó en el puesto décimo cuarto (“1,175 votos”, 1934, pp. 1, 7; “Flora Volio Sancho”, 1934, pp. 1, 8; “154 candidatas”; 1934, p. 4).

La atención prestada a Oreamuno por la prensa declinó todavía más después de 1934 (“Cumpleaños”, 1935, p. 6; Tristán Fernández, 1935, p. 4; 1936, p. 3; “Cumpleaños”, 1936, p. 8; “Fiesta de despedida”, 1936, p. 3), un indicador del agotamiento de
su ciclo como modelo y aspirante a reina de belleza. Tal proceso evidenció la
encrucijada en que se encontraba. Aunque se ha afirmado que se graduó de bachiller de la segunda enseñanza (Urbano Pérez, 1968: 15; Vallbona, 1972a, 500; 1995, p. 345; González Campos, 2016, p. 2), lo cierto es que carecía de ese título, por lo que no podía aspirar a una carrera universitaria ni competir por una beca para realizar estudios en el exterior. Además, aunque un nuevo retrato suyo, pintado por González Luján (1935), fue dado a conocer en las exposiciones de artes plásticas de ese año, no tuvo la repercusión de los exhibidos en 1932. El estilo vanguardista de la producción presentada por ese artista no fue del agrado del reportero del Diario de Costa Rica, que la criticó por sus “deformaciones modernistas. Literatura o deseo, simple apetencia de originalidad. Siempre se percibe el esbozo, la falta de una noción y orientación seguras. No logra conmover, aún cuando haya abandonado el cromo y las pulidas carnaciones de antaño” (“La primera exposición”, 1935, p. 13).

Epílogo

En el contexto de la profunda crisis económica mundial, los modestos recursos de la familia de Oreamuno limitaban su competitividad en el mercado matrimonial de los sectores urbanos pudientes. Adicionalmente, el estilo de vida que llevaba la joven, que suponía una considerable inversión en vestuario, calzado, maquillaje y otros aditamentos, sin considerar otros gastos, no era sostenible a corto plazo. El precio de una cena en el Club Unión, a inicios de 1934, podía ascender a tres colones por persona (“Club Unión”, 1934, p. 2), una suma equivalente al salario diario de trabajadores con algún grado de calificación que laboraban en panaderías, sastrerías, jabonerías, ebanisterías y talleres mecánicos, y al doble de lo que devengaban los peones por día (Cerdas Albertazzi, 1995, pp. 125-126).

Mucho fue lo que logró Oreamuno en muy poco tiempo: éxito mediático, inserción en círculos de intelectuales y artistas, conexión estratégica con jóvenes acomodadas y participación en diversas actividades culturales; pero todo eso fue insuficiente para compensar su vulnerabilidad económica. El desequilibrio entre sus expectativas de consumo y sus escasos medios para satisfacerlas seguramente se convirtió en una fuente constante de tensiones familiares y deterioró, en particular, las relaciones con su madre.
A esto se sumó que la joven parecía desenvolverse, en ciertas áreas de su vida, con creciente independencia, algo que demostró al modelar para Morales en 1932 (decisión adoptada probablemente sin el consentimiento materno).

También es muy posible que, desde la perspectiva de su familia y sobre todo según el punto de vista de su madre, la creciente exposición pública de la joven y su incorporación al bohemio mundo josefino fueran consideradas como prácticas que,
además de comprometer sus oportunidades matrimoniales, podían resultar en un embarazo no deseado. De hecho, a partir de 1972 se conoció la versión de que fue raptada en 1935 (
Vallbona, 1972b, pp. 481, 500; 1995, p. 345; Ramos Valverde, 1978, p. 56;
Gutiérrez Mangel, 1999, p. 156; Rodríguez Chaverri, 2005, p. 128; Sánchez Mora, 2008, p. 6), pero no se dispone de evidencia que confirme tal suceso. Independientemente de si el rapto verdaderamente ocurrió, para Oreamuno contraer nupcias parece haber sido una opción que simultáneamente la atraía y la repelía: casarse quizá resolvería sus problemas financieros, pero implicaría perder su libertad no solo por la nueva autoridad masculina que añadiría a su vida, sino por las responsabilidades asociadas con la maternidad. La experiencia de su progenitora, con un esposo y dos niños pequeños que atender, no era el porvenir con el que ella soñaba, por lo menos no en el futuro inmediato.

Luego del nacimiento de su hermana Greta a inicios de octubre de 1935 (Registro Civil, 1935, f. 4299), pareciera que la presión de la familia sobre Oreamuno se intensificó: quizá la alternativa que enfrentó fue casarse o empezar a trabajar. Incorporarse al mercado laboral, en un puesto de bajo rango en el sector público o privado, era algo a lo que también se resistía, ya que al asumir un trabajo de esa índole todos los esfuerzos realizados previamente para superar su condición de desclasada resultaban vanos. Sin mucho margen de maniobra, la joven –que según lo declarado a Cardona en la entrevista de 1933 no estaba del todo satisfecha con la carrera de contadora mercantil– tuvo que comenzar a laborar.

No está documentado que fuera empleada en la legación de Chile (Urbano Pérez, 1968, p. 16; Chase Brenes, 1977, p. 269; Vallbona, 1995, p. 345), pero sí que el Ministerio de Educación Pública la nombró amanuense en la Inspección de Escuelas de San José a partir del 16 de mayo de 1936 (“Apéndice. Nombramientos”. 1936, p. 67). Al final, prácticamente no desempeñó ese cargo porque el 24 de mayo se casó con el diplomático chileno Jorge Molina Wood y ese mismo día partió para Panamá (“La boda Molina Wood-Oreamuno”, 1936, p. 3). En vez de consolidar su ascenso social, este matrimonio, finalizado tras el suicidio de su marido el 3 de marzo de 1937, la llevó a distanciarse definitivamente del mundo elegante costarricense (Molina Jiménez, en prensa), un proceso que supuso el inicio de una nueva etapa en su vida, la cual no será considerada en este artículo.

Agradecimientos

El autor agradece la colaboración de las siguientes personas y entidades: Sofía Cortés Sequeira, Marco Vinicio Calderón Blanco, Alonso Durán Picado, David Díaz Arias, Ismayaira Guillén Montero, Pablo Durand Barquerizo, Emilia Macaya Trejos, Rocío Fernández Salazar, Francisco Rodríguez Siles, Luis Guillermo Chinchilla Mora, Eugenia Zavaleta Ochoa, Rosa Guindos Mateos, Johan Acuña Jiménez, Registro Civil, Centro de Investigaciones Históricas de América Central, Centro de Investigación en Identidad y Cultura Latinoamericanas, Vicerrectoría de Investigación de la Universidad de Costa Rica y Biblioteca Nacional de Costa Rica.

Referencias

Acogido con entusiasmo en los demás países centroamericanos nuestro concurso internacional de belleza. (1933, noviembre 14). La Tribuna, pp. 1, 5.

Acuerdos. (1915). En: M. Guardia. Memoria de Hacienda y Comercio presentada al Congreso Constitucional por el secretario de Estado en esas carteras Mariano Guardia (pp. 55-152). San José: Tipografía Nacional.

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