Diálogos Revista Electrónica de Historia, 21(1): 1-36. Enero-junio, 2020. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica14
Inicialmente, el nombre de su movimiento y el carácter nacionalista de sus
acciones políticas distanció a los universitarios de los comunistas, porque la juventud
tenía claridad del contexto en el que emprendían sus acciones. Se trataba de un
álgido momento de la Guerra Fría y aunque en años anteriores habían demostrado
ser distintos a las juventudes radicalizadas del mundo entero que se habían rebe-
lado en 1968 por su prudencia y respeto a la autoridad, existía el peligro latente de
ser representados como militantes comunistas (Aldebot-Green, 2014, pp. 157-158).
El mismo cuidado lo tuvo la prensa. Utilizando la conjura anticomunista, global y
dicotómica que imperó durante la Guerra Fría, los periodistas evitaron representar
a los únicos universitarios del país de esa manera, pues igualarles con los militantes
de izquierda pondría en peligro el prestigio de la UCR. Así, la prensa era enfática
en evidenciar la existencia de dos grupos: los estudiantes universitarios y los inl-
trados comunistas que apoyaban las protestas estudiantiles para ganar la simpatía de
la juventud y convertirles en militantes de izquierda (Chaves, 2018a, pp. 103-133).
Antes de la semana bautizada por Romero como “las jornadas de Alcoa”, las
protestas se repitieron el 23, 24 y 25 de marzo. En esos días, la Feucr suspendía las clases
de las tardes, los estudiantes protestaban en la calle y en las barras de la Asamblea Legis-
lativa intercambiaban todo tipo de gritos con y contra los legisladores (“Universitarios
y”, 1970, p. 29; “Incidente provocaron”, 1970, p. 18; “Paro general”, 1970, p. 1, 57 y 75;
“Universitarios abandonan”, 1970, p. 23). La intensidad del movimiento aumentó tanto,
que la noche del 1 de abril fue reprimido por la policía y algunos estudiantes fueron
detenidos. Sin embargo, eso generó otro punto de ruptura en las movilizaciones, porque
a partir de esa noche, la juventud incluyó entre sus reivindicaciones una afrenta contra
la violencia policial y en contra de los medios de prensa que apoyaban abiertamente
las actividades industriales de Alcoa (“Autoridades no”, 1970, pp. 1 y 33; “La verdad”,
1970, p. 37; “No todos”, 1970, p. 11; “Por detenciones”, 1970, pp. 1 y 10). Además,
el recuerdo de esa afrenta policial fundó una memoria de exaltación a esa violencia:
en 1990, Álvarez recordó que la represión policial “era el ingrediente” necesario para
convertir a los universitarios en “víctimas y en mártires del gobierno” y valoró esto como
un error de las autoridades, quienes lejos de atemorizarles, “inaron el movimiento”.
En los días siguientes al 1 de abril, el crecimiento de ese movimiento estu-
diantil generó la desconanza y preocupación de la prensa, autoridades políticas
tan importantes como José Joaquín Trejos Fernández –el presidente de la repú-
blica (1966-1970) que estaba a pocos días de entregar el poder a Figueres– de una
mayoritaria cantidad de diputados, autoridades universitarias, jóvenes y adultos que
opinaban de manera cotidiana en todos los rotativos del país (“Adversarios de”,
1970, pp. 1 y 2; Chavarría, 1970, p. 8; “Trejos concuerda”, 1970, pp. 1 y 15). Por su
parte, la izquierda costarricense tuvo una lectura particular de lo que sucedía. Lejos
de evidenciar la participación protagónica de la juventud, presentaron las protestas
como parte de un “movimiento nacional” que los comunistas habían organizado
y en las fotografías que publicaron en las páginas de Libertad, los jóvenes reci-
bieron un plano marginal (“El pueblo”, 1970, p. 4; “Unidad nacional”, 1970, p. 2).