David Díaz Arias • Comentario del libro: Gudmundson, L. (2018). Costa Rica después del café. La era cooperativa...
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en la década de 1970 y de un empeño familiar y cooperativo que Gudmundson muestra
al reseñar la historia particular de cinco familias cafetaleras aliadas a las cooperativas.
No hay romanticismos aquí, pues Gudmundson precisa que el interés original por las
cooperativas era que pagaban mejor que las familias beneciadoras tradicionales.
El tercer capítulo es una contribución a los estudios de historia oral y de historia
de la memoria que se han desarrollado en América Latina desde hace algunos lustros.
En esta sección, Gudmundson apuesta no por revelar verdades históricas ni por cotejar
el testimonio oral de sus informantes con evidencias documentales, sino en desen-
trañar el sentido cultural, social y político que tienen los recuerdos construidos por la
experiencia cooperativista. El autor encuentra diferencias de clase en el recuerdo: si
por un lado los informantes de Tarrazú se presentan como igualiticos y sin clase social,
los de Heredia más bien insistieron en las diferencias de clase para poder conjuntar
a los socios de las cooperativas contra las familias beneciadoras tradicionales, hasta
lograr ganarles en lo que parece una carrera histórica por el dominio de la producción
y procesamiento de café. En este capítulo, como en otras partes, el autor se convierte
en otro actor dentro de la trama vivida por la cambiante Costa Rica del periodo 1960-
2010 y, en lugar de desechar esa experiencia personal, Gudmundson echa mano de
ella para entender mejor las transformaciones que le cuentan sus informantes. Así,
las memorias de un joven historiador de origen estadounidense que volvió a Costa
Rica, objeto de su fascinación académica, son muy útiles para percibir los cambios
producidos por el reformismo liberacionista, por el llamado estado benefactor y por la
vorágine neoliberal que se desató después de la crisis económica de 1980-1981. Como
otros investigadores de la memoria, Gudmundson enfrenta la tremenda desazón de los
viejos con quienes habla, para quienes la vida está en su otoño y tienen temor por lo
que le pasará a la tierra por la que tanto lucharon durante décadas. Las grandes opor-
tunidades de ayer se esfuman con esos viejos, quienes se reúnen para ver sus cabezas
llenas de canas y sus caras arrugadas, deseando, sin éxito, ver jóvenes entre ellos.
El cuarto capítulo constituye un bonito y útil ejercicio de análisis de imágenes
y representaciones culturales para vender café creadas en los Estados Unidos y
Europa, a partir del café colombiano. De esa forma, Gudmundson se enfrenta al
problema de la calidad del café y su construcción cultural desde aquellos mundos.
La articialidad de ese proceso es sorprendente sin duda, pero lo es más el éxito
que tuvieron esas representaciones en convencer acerca de dónde residía la calidad
del café. El autor introduce también esta problemática para el caso costarricense,
donde palabras asociadas con la denominación de origen del producto, como café
de Tarrazú o café de Dota, envuelven por sí mismas todo el contenido de calidad del
café, que además se vende no solo como producto sino como experiencia ecológica.
Gudmundson señala cómo esa idea de la calidad, vinculada con la producción en
microbenecios, ha hecho que el café costarricense tenga un espacio de privilegio
entre los cafés gourmet del mercado mundial, pero con la tremenda consecuencia
que ese café de calidad es tan caro, que el costarricense promedio debe tomar café
importado de más baja calidad.