Diálogos Revista Electrónica de Historia, 21(1): 117-137. Enero-junio, 2020. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica128
Estos últimos prometían que cuando alcanzaran la victoria, “el pobre humillado,
explotado, escarnecido por una insolente oligarquía, tendr[ía] pan para sus bocas
hambrientas y lienzo para cubrir sus ateridos cuerpos desnudos” (Benjamín Zeledón,
1977, p. XX). A como podemos ver en esas palabras, los antioligarcas se consideraban
a sí mismo los salvadores del pueblo, el cual a la vez era equiparado con los estratos
más bajos y excluidos de Nicaragua. También tenían la idea de que los estratos bajos
y excluidos, por aquellos que se consideraban ser las nobles familias de Nicaragua,
eran el pueblo nicaragüense y en consecuencia el adversario oligárquico no era parte
del pueblo. A su vez, ellos no solo defendían al pueblo, sino que también eran sus
representantes, ya que provenía de estos estratos bajos. Se puede ver claramente en la
imagen que proyectaba su principal líder, el general conservador Luis Mena, quien era
considerado por sus seguidores un “hijo del pueblo” y un representante de los “inditos,
zambos, mulatos o mestizos” (Gobat, 2005, p. 85) (Kinloch Tijerino, 2004, p. 130).
Una imagen similar, pero en sentido negativo, le atribuían los tradicionales
integrantes del estrato superior nicaragüense tanto a Mena como a su aliado liberal
Benjamín Zeledón. Para ellos, ambos representaban lo que en aquellos años conside-
raban era una nobleza corrupta en dos sentidos. Primero, porque su ascenso social era
visto como el resultado de la corrupción del régimen de Zelaya (1896-1909) (Gobat,
2005, p. 92), durante cuyo régimen las viejas familias habían perdido “su fortuna
por las fuertes multas y contribuciones forzosas” (Cuadra Pasos, 1976, p. 573) que
les habían sido impuestas. En segundo lugar, esta nueva nobleza estaba integrada
por “mulatos, mestizos y cuarterones” (Gobat, 2005, p. 92), es decir, por individuos
de origen racial inferior frente a quienes proclamaban representar “la inteligencia,
riqueza y la sangre española más pura de Nicaragua” (The American Minister to the
Secretary of State, 1912, p. 1059)
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Para ellos, estos advenedizos no eran “ilustres” y
tampoco se distinguían del pueblo común; igualmente, sus aspiraciones de nobleza se
basaban únicamente en el dinero que poseían (Gobat, 2005, p. 92). Por estas razones,
no podían ser parte del estrato gobernante. El meollo del conicto consistía en que “las
viejas familias”, que se entendían a sí mismas como los descendientes de los criollos
españoles, se sentían amenazadas por “una burguesía de nuevos ricos” (Cuadra Pasos,
1976, p. 573) que carecía de legitimidad en términos morales y de origen. De ahí que,
para este patriciado criollo, los nuevos ricos no tenían la superioridad moral y natural
derivada de su linaje racial y social. Por lo tanto, carecían de las cualidades requerida
para poder pertenecer al estrato superior y tener el derecho a gobernar el país.
En este sentido, se puede decir que esta confrontación era vista como el enfren-
tamiento entre el “pueblo” y la “oligarquía”, en el cual el concepto de pueblo hacía
referencia a los estratos excluidos y/o marginados del sistema político y económico.
Al mismo tiempo, el concepto de oligarquía era usado para señalar al estrado alto y
a su dominio económico y político excluyente. Así, lo que para las viejas familias
patricias era su santo derecho, los partidarios de Mena y Zeledón lo denen como una
injusticia social e inmoralidad. Desde esta perspectiva, se proclamaba la ilegitimidad
del dominio político de estas familias y la necesidad de acabar con su gobierno.