Javier Alemán Iglesias • Puerto Rico: El colapso de un país. Una reexión sobre el debacle de la industria azucarera... 241
Sin embargo, llama la atención que mientras el gobierno auspició la migración
masiva de agricultores de caña a los Estados Unidos, así como el establecimiento
de industrias con exenciones contributivas en zonas metropolitanas que facilitó la
mudanza del campo a la cuidad; por otra parte, estaba subsidiando y alimentando una
industria notablemente en decadencia. Es decir, el 25 de junio de 1969, el gobernador
Luis A. Ferré rmó la Ley 24 que llevaba como título Programa de Rehabilitación
de la Industria Azucarera (PRIA). Esta nueva ley asignó la cantidad de 100 millones
de dólares para recuperar la producción del dulce, ya que, en los últimos años y
principalmente la zafra de 1968, su producción nacional había descendido a 478
000 toneladas, siendo la más baja en casi medio siglo (Baralt, 2011). Además de esa
cantidad de dinero, el gobierno operaba las Centrales Cambalache, Central Fajardo
y la Central Juncos. Es decir, que la inversión del estado en la industria durante ese
periodo era sustancial, teniendo en cuenta que ya la caña de azúcar había sido despla-
zada como el producto principal de exportación por la industria del atún.
Por otro lado, se ha encontrado que, de esos 100 millones, 61 fueron mal usados
y peor aún, se endeudaron con 95 millones adicionales en el proceso de rehabilitar
la industria. Los dos gobiernos siguientes, los de Rafael Hernández Colón y Carlos
Romero Barceló continuaron la política de Ferré, sosteniendo la industria hasta princi-
pios de los 90, que, zafra a zafra, presentaba pérdidas millonarias para el país. De igual
forma cabe señalar que bajo el primer cuatrienio de Hernández Colón (1973-1976) se
creó, el 29 de marzo de 1973, la Corporación Azucarera de Puerto Rico (CAPR) con el
propósito de centralizar las operaciones de la industria. Es ese proceso adquirieron la
Central Plata, Central Roig, Central Coloso, Central Guánica, Central Aguirre, Central
Eureka, Central Igualdad, Central Mercedita, las renerías Roig, Mercedita e Igualdad
por la cantidad de $32 400 000 millones de dólares. A partir de entonces toda la industria
estaba en manos de la Autoridad de Tierras, Agencia del Departamento de Agricultura
de Puerto Rico. Al nacionalizar la empresa, la situación no mejoró y la nueva corpora-
ción tuvo que decidir, entre principios de la década de los 70 hasta mediados de los 90,
cerrar 14 centrales adicionales, entre ellas algunas de las más importantes como eran la
Guánica (1981), Aguirre (1990) y La Plata (1996). Tal situación empeoró las nanzas
de la corporación y tuvo que desembolsar más de 15 millones durante el periodo seña-
lado a los empleados y obreros cesanteados luego del cierre de las centrales.
Con esta situación y ante un estado crítico de la industria, la baja productividad,
la escasez de mano de obra y el aumento de sus deudas, el exgobernador Pedro Roselló
rmó la Ley 189 de septiembre 1996, en la cual liquidó y privatizó la Corporación Azuca-
rera de Puerto Rico. En la transacción transrió todos los activos y bienes muebles a la
corporación Empresas Colonos de las Centrales Roig y Aguada. Esta empresa tuvo la
misma suerte que la corporación anterior y continúo aumentando deudas zafra tras zafra
hasta que decidieron nalizar las operaciones. La Central Roig nalizaría operaciones
en 2001 y la Central Coloso en 2002, quedando en la calle alrededor de 3 500 empleados.
Con el cierre de ambas factorías, la industria azucarera puertorriqueña llegó a su n,
cerrando un capítulo de una historia económica que data sus inicios desde el siglo XVI.