Randall Chaves Zamora • Molina Jiménez, I. (2019). Huelgas democratizadoras. La rebelión estudiantil en el... 273
Así, entre el capítulo quinto y noveno, Molina Jiménez le sigue el rastro a una agitada
discusión en la que se vieron enfrentados estudiantes, padres y madres, vecinos, auto-
ridades políticas, religiosas y policiales del país y de Cartago, las principales auto-
ridades del ITCR y los legisladores del país. Al rescatar esta discusión y la variedad
de actores involucrados en ella, Molina Jiménez evidencia relaciones de solidaridad
con el estudiantado movilizado de parte de otras agrupaciones estudiantiles, partidos
políticos y organizaciones gremiales, así como la rígida oposición que tuvieron que
experimentar por parte del gobierno de la institución, del país y los escenarios de
intervención policial y de uso de la fuerza para interrumpir sus demandas.
A partir del capítulo diez el autor evidencia que la larga cadena de protestas
estudiantiles tuvo resultados positivos. En ese sentido, un proceso de negociación del
movimiento estudiantil con autoridades políticas y universitarias permitió la imple-
mentación de reformas que condujeron a lo que el autor llama “la democratización”
del ITCR, evidente en la creación de vicerrectorías que descentralizaron la adminis-
tración universitaria –concentrada hasta 1982 exclusivamente en la rectoría–, en la
garantía para el personal docente del principio de libertad de cátedra, en la creación
de órganos encargados de la elección de las autoridades institucionales y en la inclu-
sión de representaciones estudiantiles en la toma de decisiones académicas.
En virtud de la trascendencia que Molina Jiménez demuestra que tuvieron estas
protestas, a lo largo del libro es imposible no preguntarse por qué las acciones políticas
y la victoria de ese movimiento estudiantil no son parte de las memorias más conocidas
de las juventudes costarricenses y por qué otras protestas y juventudes universitarias
del siglo XX ocuparon todo el espacio público del recuerdo. Aunque gran parte de esa
pregunta es respondida por el mismo historiador en el último capítulo del libro, dedicado
a explicar el proceso de reconciliación y la formación de la memoria de las huelgas estu-
diantiles, otra parte de esa respuesta se encuentra en la cultura política y en las políticas de
la memoria que han desarrollado los movimientos sociales de la segunda mitad del siglo
XX, que lejos de recordar movimientos victoriosos de la juventud universitaria como este,
han privilegiado la memoria de denuncias fallidas como las de abril de 1970, que tiene
una clara capacidad de articulación de nuevas reivindicaciones, inspiradas en recuerdos
melancólicos del siglo XX y en una “cultura de la derrota” (Traverso, 2019, pp. 57-109).
Indudablemente, una de las fortalezas de este trabajo es que pone a las juven-
tudes como protagonistas de esa historia. Si algunos estudios sobre el pasado y si
muchos discursos del presente insisten en cuestionar la agencia de los movimientos
estudiantiles, esta interpretación histórica pone al movimiento estudiantil en el medio
y evidencia que, sin estudiantes, sin sus acciones, sin sus aciertos y sin sus experi-
mentos políticos, ni este libro, ni las universidades públicas podrían tener sentido
alguno. Consecuentemente, el estudio de Molina Jiménez es sólido y a través de
sus páginas pueden leerse las impresiones que causaron las protestas en la prensa,
en la Asamblea Legislativa y entre las más sobresalientes guras políticas de ese
momento, pero una de las principales virtudes que tiene el libro es su capacidad de
tomar al lector de la mano y obligarlo a caminar afuera del campus tomado del ITCR.