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134Diálogos Revista Electrónica de Historia, 22(1): 134-155. Enero-junio, 2021. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica
DOI 10.15517/dre.v22i1.44179
DE PUERTO RICO A PUERTO GUERRA; LAS
ALTERACIONES AL PAISAJE PUERTORRIQUEÑO
CON FINES MILITARES ENTRE EL 1939-1945
Jorge Nieves Rivera
Resumen
La historiografía sobre la Segunda Guerra Mundial en Puerto Rico contiene
análisis políticos, sociales, económicos, militares y geográcos. Sin embargo, el
análisis histórico ambiental sobre el impacto de las políticas establecidas por el
gobierno de los Estados Unidos en la Isla durante ese periodo ha sido exiguos.
La implementación de nuevas políticas con nes de seguridad militar desde el
1939 hasta 1945, acarreó además de estos aspectos señalados, una alteración del
paisaje natural isleño que impactó grandes áreas de la topografía del archipiélago
puertorriqueño. Gracias a un nuevo paradigma en la historiografía ambiental se
ha tomado en consideración los efectos ambientales de las guerras a nivel global
y a su vez, crea las condiciones para una reexión sobre el asunto a manera
de comparar y contrastar escenarios. Es por esa razón que, este ensayo aspira a
sumarle el análisis ambiental de manera preliminar para extenderle una nueva
mirada al estudio historiográco sobre esta guerra y sus efectos en la Isla. Además,
intentamos exponer los cambios que se llevaron a cabo a mediados del siglo
XX en medio de la Segunda Guerra y bajo la Guerra Fría en la enseñanza y el
estudio de la Historia. Por último, pero no menos importante, buscamos continuar
incluyendo a la Isla del Encanto en los debates historiográcos contemporáneos
que se llevan a cabo en el Gran Caribe y en Latinoamérica.
Palabras clave: historiografía, paisaje, alteración ambiental, historia ambiental,
Segunda Guerra Mundial.
Fecha de recepción: 12 de octubre de 2020 Fecha de aceptación: 16 de noviembre de 2020
Jorge Nieves Rivera Profesor en la Universidad Ana G. Méndez, Recinto de Gurabo,
Puerto Rico. Contacto: jorgenr1081@gmail.com
ORCID: https://orcid.org/0000-0001-9192-1590
Jorge Nieves Rivera • De Puerto Rico a puerto guerra; las alteraciones al paisaje puertorriqueño con nes militares entre el... 135
FROM PUERTO RICO TO PORT OF WAR: THE
CHANGES OF THE PUERTO RICAN LANDSCAPE FOR
WAR PURPOSES, BETWEEN 1939 UNTIL 1945
Abstract
The historiography on World War II in Puerto Rico brings different analyses on
political, economic, military, and geographical topics. However, the environmental
history analysis of the impact of policies established by the U.S. government on the
island during this period has been meager. The implementation of new policies for
military security purposes between 1939 and 1945 also brought an alteration of the
island natural landscape that impacted large areas of the topography of the Puerto
Rican archipelago. Thanks to a new paradigm in environmental historiography, the
environmental effects of wars at the global level have been considered and in turn
creates the conditions for reection on the issue in comparing scenarios. That is
why this essay aims to add the environmental analysis in a preliminary way to
continue the study on this war and its effects. In addition, we tried to expose the
historiographic changes that took place in the middle of the twentieth century in the
middle of the Second War and under the Cold War in the Puerto Rican academy. But
above all, it seeks to continue including the island to contemporary historiographic
debates in the Greater Caribbean and Latin America.
Keywords: Historiography, landscape, environmental changes, environmental
history, World War II.
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LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL Y SU PAPEL GEOPOLÍTICO
EN EL CARIBE (CONTEXTO HISTÓRICO)
El primero de septiembre de 1939, fuerzas alemanas invadieron territorio polaco
con el n de ocuparlo militarmente. Este suceso bélico ha sido identicado como el
inicio de la Segunda Guerra Mundial, la cual se extendió por seis años y dejó un saldo
de más de 50 millones de personas muertas. La política expansionista del Tercer Estado
Alemán, liderado por Adolfo Hitler, poco a poco fueron amenazando intereses políticos
y económicos de diferentes potencias europeas y americanas, poniendo n a un corto
periodo de neutralidad rmado con Gran Bretaña y la Unión Soviética. Por otra parte,
Estados Unidos apoyó las políticas de neutralidad de Inglaterra, pero la invasión alemana
a Francia puso en tela de juicio la capacidad de Gran Bretaña para defender por si solo el
avance alemán. Debido a esto, Estados Unidos se replanteó la estrategia militar del país
tanto a nivel continental como a nivel hemisférico ante un Tercer Estado en expansión
y amenazante. No obstante, la administración del presidente incumbente Franklin D.
Roosevelt, intentó evitar entrar de lleno al conicto que se expandía por Europa ante una
posible reelección en las elecciones del 1940. A pesar de la agenda proselitista, no evitó
que Roosevelt comenzara a estudiar el estatus del ejército que él mismo comandaba. Por
esa razón, para nales del 1938, el presidente ordenó a sus asesores y ayudantes a inves-
tigar sobre el estatus de la producción de la industria militar aeronáutica en el estado de
California en los Estados Unidos. Según el historiador puertorriqueño Jorge Rodríguez
Beruff (Rodríguez Beruff y Bolivar Fresneda, 2012), uno de los objetivos era revisar
los planes de defensa y analizar la necesidad de establecer nuevas bases militares, sobre
todo en el territorio no continental estadounidense tanto en el océano Pacíco como en
el océano Atlántico (p.13). De las diferentes investigaciones realizadas, se desprendió
la fragilidad y vulnerabilidad del sistema defensivo militar en las Fuerzas Armadas y
la Marina de Guerra de Estados Unidos. Los hallazgos revelaron que no se contaba
con la infraestructura ni con el número de soldados para defender un ataque marítimo
o aéreo en la zona. Dentro de las publicaciones que se llevaron a cabo, la gran mayoría
concurrió en que la defensa del Caribe insular resultaba prioritaria. Por tal razón las
Antillas fue una zona de importancia dentro de la geopolítica planicada y diseñada por
los nuevos planes de la milicia estadounidense. Estados Unidos ejerció control político,
terrestre, marítimo y aéreo desde el Canal de la Mona (zona marítima entre República
Dominicana y Puerto Rico) hasta el Pasaje de Abnegada (zona marítima entre Puerto
Rico y las Islas Vírgenes Británicas) otorgándole un papel protagónico a Puerto Rico e
Islas Vírgenes en la defensa del Caribe. La Ley Jones convirtió en ciudadanos estadou-
nidenses a los puertorriqueños y a los ciudadanos de St. Thomas. St. John y St. Croix
desde 1917. Esto además de permitir el control exclusivo aduanero de estos territorios
no incorporados (término político para denominar las posesiones políticas en altamar
de EE. UU., tales como Puerto Rico e Islas Vírgenes Estadounidenses en el océano
Atlántico y Guam, Samoa americana e Islas Marianas del Norte en el océano Pacíco),
también permitió el ingreso de soldados isleños a las Fuerzas Armadas de dicho país.
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Por otra parte, la posesión del Canal de Panamá, adquirido desde 1903, le otorgó el
control marítimo del itsmo y por ende la conexión del océano Atlántico con el océano
Pacico. Por otro lado, EE. UU. ya contaba con una base naval en Guantánamo, Cuba,
la cual le permitía acceso al mar Caribe, a la península de Yucatán y a la entrada del
Golfo de México. A su vez, la invasión militar de Haití y República Dominicana a
partir 1915, y que se extendió alrededor de una década, le garantizó aliados políticos a
Washington D.C. y su nueva visión panamericana. Muchas de estas medidas de alianza
y reconciliación con Latinoamérica y el Caribe, se dieron dentro de un marco de polí-
tica exterior donde el presidente F. D. Roosevelt promovió lo que se le conoció como
la Política del “Buen Vecino”, la cual buscaba, luego de varias décadas de intervención
militar en la cuenca del Caribe, fumar la pipa de la paz y a través de la diplomacia
establecer acuerdos de colaboración en diferentes renglones.
Estos arreglos políticos, militares y económicos se extendieron por un periodo
de casi 30 años y auspiciaron a gobernantes en las Antillas Mayores que luego se
convirtieron en dictadores tales como Rafael L. Trujillo en República Dominica y
Fulgencio Batista en Cuba (García y Vega, 2002). Gracias a esta política de “buena
voluntad” hacia el Gran Caribe, muchos de los planes militares creados para la
defensa de la zona durante la Segunda Guerra Mundial se pudieron ejecutar sin
mayores inconvenientes en gran parte de las islas. Así mismo, gracias a los acuerdos
rmados con Gran Bretaña, se construyeron instalaciones aéreas y navales con nes
militares en siete de las Antillas británicas, siendo la principal la Base de Chagua-
ramas, en la isla de Trinidad (García Muñiz, 2014).
A pesar de que, en la práctica, la expansión militar de las Fuerzas Armadas
y la Marina de Guerra de Estados Unidos hacia el Caribe se intensicó a nales de
la década del 1930 y gran parte de la década de 1940, en teoría, la logística para su
conquista con nes de defensa se planteó a mediados del siglo XIX. El almirante
estadounidense Alfred T. Mahan sugirió en sus obras sobre historia militar, la impor-
tancia de reforzar las fuerzas militares, en especial las otas marinas, para proteger
las fronteras terrestres y adquirir nuevos territorios con esos nes. La geopolítica de
Mahan fue la que sirvió como fuente primaria para los diferentes informes redac-
tados para los planes de seguridad, logística, estrategias y control táctico para la
defensa nacional ante una posible invasión del enemigo al territorio durante la
Segunda Guerra Mundial (Rodríguez Beruff y Bolívar Fresneda, 2012).
El autor Rodríguez Beruff ha señalado que, como parte de los planes estra-
tégicos de defensa, la Marina de Guerra comenzó una revisión de sus instalaciones
para conocer sobre sus necesidades. Con ese n se creó la Junta Hepburn que se
encargó de redactar un informe sobre dichos aspectos. El mismo fue presentado a
principios de diciembre 1938 por parte de la junta al almirante William D. Leahy,
Jefe de Operaciones Navales y uno de los principales asesores del presidente Roose-
velt (Rodríguez Beruff y Bolívar Fresneda, 2012). Dicha junta recomendó la cons-
trucción de una base aérea y naval en Puerto Rico y otras instalaciones bélicas en las
Islas Vírgenes Estadounidenses. Estas operaciones fueron parte de un plan defensivo
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mucho más abarcador el cual llevó como nombre “Arcoíris”. El mismo poseía varios
puntos que incluyeron proteger intereses comerciales y posesiones territoriales de
Estados Unidos, tanto en el Atlántico como el en el Pacíco. Poco tiempo después,
como parte de las maniobras militares ordenadas por el informe, se llevó a cabo
en el Caribe las pericias de la ota Fleet Problem XX, en la cual estuvo presente el
propio presidente Roosevelt mientras se llevaron a cabo entre Puerto Rico y las Islas
Vírgenes Estadounidenses (Rodríguez Beruff y Bolívar Fresneda, 2012).
Estas prácticas militares revelaron la vulnerabilidad de la estructura de
defensa de los Estados Unidos tanto en Puerto Rico como en el canal de Anegada.
De esta forma, se adquirieron diferentes terrenos (en su mayoría sembradíos de caña
de azúcar) para la construcción de diferentes bases en la parte oriental de la Isla
tales como Roosevelt Roads en el municipio de Ceiba, ubicado en la parte noreste
de la Isla, la base de la Isla de Vieques para prácticas de tiro y polvorines y una base
para submarinos en St. Thomas (Marín Román, 2014). Por tal razón, la importancia
geopolítica de las Antillas regresaba nuevamente al debate público de la política
exterior de Estados Unidos.
Las medidas tomadas por Estados Unidos desde nales del 1938, para mili-
tarizar el hemisferio occidental no se dieron en el vacío. De acuerdo con informes
de inteligencia estadounidense, existieron amenazas reales sobres posibles ataques
por parte del Eje. Estos ataques se iban a realizar de manera combinada entre aéreo,
marítimo y terrestre e incluirían las fuerzas tanto alemanas, italianas, francesas
y japonesas (Rodríguez Beruff y Bolívar Fresneda, 2012). El objetivo iba a estar
dirigido tanto a instalaciones militares como comerciales, por ejemplo, a renerías
petroleras y a proyectos de extracción de minerales. Las fuerzas alemanas cono-
cían que América había sido una fuente de materia prima durante la Primera Guerra
Mundial para la industria militar europea, sobre todo la británica. Trinidad y Tobago
suplieron gran parte del combustible de las otas británicas y en las Guayanas se
extrajo bauxita, mineral utilizado en elaboración del aluminio, muy necesario en la
fabricación de aviones (García Muñiz, 2014). Estas condiciones no cambiaron mucho
a nales de la década de 1930 y principios de 1940 en la región. Tras la extracción de
estos minerales, se le sumó posteriormente el cromo refractario enviado desde Cuba
a los Estados Unidos en conjunto con el cobre, el níquel y el tungsteno; además del
oro, el cobre y la plata exportado desde otras islas de Caribe (Domenech, 2012). De
modo similar, el algodón de hebra larga fue otro recurso natural de interés para esta-
dounidenses y británicos, debido a que se utilizaba en la confección de paracaídas y
globos de barrera. Es por eso por lo que las actividades de submarinos alemanes se
concentraron en atacar barcos de la marina mercante con el objetivo de bloquear el
suministro de estos recursos naturales a los aliados.
Con esa meta en mente, el almirante alemán Karl Döenitz dirigió las operaciones
de los U-boats en el Caribe. Durante el verano del 1941, se estima que 78 barcos fueron
hundidos solamente en las costas del Golfo de México, cerca del estado de Luisiana,
perdiendo 376.219 de toneladas de carga en dichas aguas (García Muñiz, 2014).
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Unos meses más tarde, en diciembre de 1941, inteligencias británicas detectaron
la presencia de 5 submarinos del Tercer Reich en el océano Atlántico, cerca de la
costa este de los Estados Unidos como parte de una estrategia secreta militar llamada
“Operación Paukenschlag” en donde su objetivo era atacar blancos en dicha costa.
Este aviso fue uno de los primeros signos del inicio de un continuo asecho de subma-
rinos alemanes en la región que puso tanto autoridades estadounidenses como britá-
nicas en un verdadero jaque mate.
El 16 de febrero de 1942, ocurrió el primer ataque submarino en el Caribe y
tuvo como objetivo la renería de la Standard Oil Co. en la isla de Aruba. La Opera-
ción Neuland tuvo como resultado una victoria parcial, debido a que por descuido
de un militar se detonó uno de los cañones ocasionando serios daños al submarino
que terminó sumergido. No obstante, dicha operación tuvo una duración de 28 días
destruyendo a 41 barcos, siendo 18 de ellos barcos tanqueros de combustible con
total de 222,651 toneladas de mercancía perdida en el mar Caribe (Domenech, 2012).
El éxito de esta operación se repitió en otras zonas del Gran Caribe, mayormente
cerca del Canal de Panamá, alrededor de las Antillas holandesas y de los territorios britá-
nicos cerca del golfo de Venezuela. Otros puntos de ataque se concentraron en el Golfo
de México y en el pasaje de Barlovento. Todas las zonas de ataques eran las rutas comer-
ciales más comunes en la región hacia Estados Unidos. El mar Caribe, además del mar
Mediterráneo y el mar Negro en Europa, se posicionó entre uno de los primeros lugares
con mayores ataques de submarinos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. El
historiador Bolívar Fresneda destacó que sobre 1,768 embarcaciones fueron hundidas
mermando signicativamente el ujo marítimo mercante en la zona (Rodríguez Beruff
y Bolívar Fresneda, 2012). De modo que, se desarrolló una escasez en ciertos productos
de la cotidianidad social antillana entre 1942 y 1943. Uno de los productos que más
escaseó en la región fue el petróleo. El consumo de electricidad generada por Diesel fue
uno de los más afectados. Le siguió la exportación de alimentos esenciales dentro de la
canasta básica caribeña tales como azúcar, carnes y granos. Por ejemplo, en Puerto Rico
se utilizó un sistema de cupones para racionar el consumo de arroz. Mientras que, en
Islas Vírgenes Estadounidenses se utilizaron libretas de racionamiento para la distribu-
ción de harina de trigo y harina de maíz (Domenech, 2012).
Por otra parte, los alemanes lograron inltrarse en Mesoamérica y Suramérica.
En la ciudad de México establecieron un puesto de mando y desde allí se coordinó el
ujo de petróleo hacia Alemania a pesar del bloqueo británico (Marín Román, 2014).
Tras la llegada al poder de Arnulfo Arias, como presidente de la república panameña,
comenzaron los roces sobre la creación de más bases militares estadounidenses fuera
del canal, debido a que él se oponía al aumento de la presencia de dichas fuerzas
armadas. Esto creó cierta desconanza en el espionaje de Estados Unidos, debido
a que reconocían que Arias previo a ser presidente, había estado designado como
embajador de Panamá en Italia, donde había conocido a Benito Mussolini y Adolfo
Hitler en 1937 (Maingot, 2005). La actitud del presidente Arias fue rechazada por las
autoridades estadounidenses, tanto militares como políticas, las cuales resolvieron el
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asunto a través de la supresión de su término presidencial, con la ayuda de autoridades
panameñas. La importancia de Panamá para Estados Unidos no solamente estribaba por
la defensa del Canal, la cual era la piedra angular del sistema defensivo transoceánico de
dicho país, sino también servía de espejo ante Latinoamérica de las políticas de “Buen
Vecino” implementadas por la administración de F.D. Roosevelt (Maingot, 2005).
Del mismo modo, el Caribe insular no estuvo ajeno de aliaciones ciudadanas
y políticas con el Tercer Reich y con el resto de los países que eran miembros de
la Quinta Columna. Para combatir la amenaza el gobierno de los Estados Unidos de
Norteamérica rmó tratados bilaterales relacionados a lo militar y económico, tanto
con la Republica Dominicana como con Haití y Cuba. Uno de los objetivos era estan-
darizar las fuerzas armadas del hemisferio occidental bajo la supervisión y educación
de las fuerzas armadas estadounidenses (García y Vega, 2002). En Cuba, la llegada al
poder de Fulgencio Batista en 1940 permitió extender pistas de aterrizaje en diferentes
partes de la isla, así como proporcionar el suministro de agua a la Base Naval de Guan-
tánamo. Al mismo tiempo, la inteligencia cubana se destacó por perseguir a personas
pro-falanges, prohibieron las aliaciones políticas al partido Nazi alemán, encarce-
laron a italianos y alemanes, llegando a ejecutar a uno de sus agentes en el Caribe
(Maingot, 2005). En República Dominicana fueron menos radicales que el gobierno
cubano. Incluso, el gobierno dominicano liderado por Rafael Leónidas Trujillo llegó a
coquetear en diferentes ocasiones con establecer lazos diplomáticos permanentes con el
Tercer Reich. Como evidencia de esto, envió a su propia hija como embajada quisque-
yana a Berlín en 1936 y le exigió que el gobierno alemán elevara a nivel de “ministro”
al embajador Nazi en dominicana (Vega, 2015). Por si fuera poco, el generalísimo
Trujillo, permitió la visita de varios buques de guerra a la bahía de Samaná, entre ellos
el Karlsruhe en el 1934, el Emden en 1936 y el Schleslem en 1938. Sin embargo, el
punto culminante fue cuando Trujillo permitió el establecimiento del Instituto Cien-
tíco Dominicano Alemán (ICDA), el cual comenzó a recibir cientícos alemanes a
partir de 1937 y 1938. Las investigaciones se llevaron a cabo en el valle de Constanza,
en la bahía de Samaná, el lago Enriquillo y la región del Cibao, y tenían como n
investigar aspectos geofísicos, oceanográcos, geológicos y geográcos (Vega, 2015).
Ante tanta simpatía entre ambas naciones, los estadounidenses respondieron
enviando un buque militar y revelando información de espionaje al gobierno domi-
nicano. Las autoridades norteamericanas conrmaron que el ICDA era un centro de
espionaje nazi y presionó al gobierno para que los expulsara. En 1939, el dictador
Trujillo realizó una serie de viaje ociales a nivel internacional. Su primera escala fue
en Washigton D.C. donde se reunió a puerta cerrada con el presidente F.D. Roosevelt.
Luego de la visita relámpago a los Estados Unidos de Norteamérica, visitó el conti-
nente europeo donde la declaración de guerra de Alemania a Francia e Inglaterra
hicieron adelantar el viaje de regreso a América. De vuelta, hizo escala nuevamente en
la capital estadounidense donde se reunió con altos ociales y todo parece indicar que
comenzaron las negociaciones para eliminar la recaudación de aranceles de repago de
la deuda externa con el n de mantener a los dominicanos como aliados (Vega, 2015).
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Poco tiempo después, Trujillo expulsó a los cientícos alemanes y permitió el patru-
llaje de barcos militares estadounidenses en sus aguas. No obstante, a pesar de estos
acuerdos político-militares entre dichos países, la ayuda militar que recibieron por
parte de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial fue mínima en
comparación con Puerto Rico. Esto se debió a varios factores, los esfuerzos y las
estrategias giraban en torno a la Isla y a la defensa del Canal de Panamá. La condi-
ción del estatus político con relación a Estados Unidos y su posición geográca
favoreció la implementación de estas medidas armamentísticas. Por esa razón, a
comienzos del 1938 y 1939, comenzaron los preparativos para el rearme del archi-
piélago basados en el informe Hepburn. El plan consistió en proteger a los Estados
Unidos y algunas de sus posesiones y las porciones del hemisferio occidental donde
hubiera intereses importantes ante una posible invasión Nazi y la Quinta Columna
al océano Atlántico a través de Brasil (Rodríguez Beruff y Bolívar Fresneda, 2012).
La posición defensiva principal sería el territorio continental cuya costa estaría
defendida por una Fuerza de Protección Inicial. Esta fuerza estaba delimitada por
una línea de puestos avanzados y establecidos en el Pacíco y en el Atlántico (Canal
de Panamá y Puerto Rico) (Marín Román, 2014). El plan Hepburn tenía como uno
de sus objetivos ampliar las instituciones militares e identicar nuevos lugares para
el desarrollo de bases tanto aéreas como navales. Eso en Puerto Rico no fue ningún
problema, debido a que, desde mayo de 1938, la legislatura local aprobó una reso-
lución en la cual se invitaba al gobierno de Estados Unidos a establecer bases en
la Isla (Piñero Cádiz, 2012).
Es importante señalar que, durante la década de 1930, se establecieron una
serie de reformas políticas a nivel insular que sentaron las bases para la acelerada
transformación de una sociedad agrícola a una sociedad industrial, que se extendió
hasta después de la posguerra. La Gran Depresión y los huracanes San Felipe en
1928 y San Ciprián en 1932, ocasionaron pérdidas millonarias a la economía y como
consecuencia agudizó el desempleo, la pobreza y la falta de techo a cientos de fami-
lias puertorriqueñas (Schwartz, 2018). Las medidas del Nuevo Trato implementadas
en Puerto Rico a raíz de la presidencia de Franklin Delano Roosevelt implemen-
taron nuevos proyectos económicos, sociales y ecológicos que complementaron y
aumentaron las ayudas para la reconstrucción de la Isla. Paralelo a estos hechos,
con el objetivo de reorganizar y reformar la industria del azúcar tanto en los Estados
Unidos como en sus territorios, a partir de 1934, se estableció La Ley Azucarera de
1934. Según los historiadores Cesar J. Ayala y Rafael Bernabe uno de sus objetivos
fue imponer diferentes cuotas a las diversas regiones productores de azúcar. Según
el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos dirigido por Henry A. Wallace
y Rexford Tugwell esta ley ayudaría a regular el mercado al limitar la producción
de las grandes corporaciones. El Estado se comprometió a su vez en pagarle a los
productores por la reducción de su producción. El nanciamiento de estos pagos
saldría de impuestos a las grandes centrales y a las renerías (Ayala y Bernabe, 2011).
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Sin embargo, en el caso de los territorios, este plan permitió además que las ganancias
de dicho impuesto se reutilizaran en programas de reformas sociales. Por tal razón, el
ala reformista de la política puertorriqueña de ese entonces, liderada por el senador
Luis Muñoz Marín, aprovechó la coyuntura para comenzar a entretejer sus intereses
populistas con las nuevas reformas impulsadas por el gobierno federal bajo el Nuevo
Trato y la presidencia de Roosevelt. Siguiendo esta línea de planicación, Muñoz
Marín con la ayuda de Carlos Chardón, notorio cientíco puertorriqueño, organizaron
el Plan Muñoz Marín, en el cual, inspirado en el espíritu regulador y scalizador
federal, propuso que el gobierno de Puerto Rico adquiriera los terrenos de la United
Porto Rico Sugar Company con el propósito de regular la producción azucarera y
redistribuir la tierra (Bernabe y Ayala, 2011). Dicho plan fue editado y el mismo se
implementó bajo el nombre del Plan Chardón a partir de ese mismo año. Una de las
disposiciones consistió en adquirir centrales azucareras que tuviesen la capacidad de
producir una cuarta parte de la producción total insular y también, la adquisición de
tierras con nes de redistribución en parcelas para hogares de familias con escasos
recursos económicos. Para lograrlo, establecieron un pleito legal para hacer valer una
vieja ley establecida a principios del siglo XX conocida como la Ley de 500 acres.
Esta ley prohibió que las grandes centrales azucareras sobrepasaran sus terrenos por
s de 500 acres. Sin embargo, las grandes corporaciones burlaron por todos los
medios su legalidad por más de treinta años extendiendo sus sembradíos a lo largo
y ancho de la Isla. Pero a partir de 1935, la legislatura puertorriqueña estableció
medios legales para hacerla valer y lograr la expropiación del excedente de tierras.
Después de un largo litigio y de fuertes oposiciones de diferentes sectores azucareros,
se logró la implementación de esta en 1940, con el respaldo de la rama ejecutiva y
judicial federal (Ayala y Bernabé, 2011). El Partido Popular Democrático, fundado
en 1939 y liderado por Luis Muñoz Marín, fungió como apologista de dicha ley y su
victoria electoral en la rama legislativa en noviembre de, 1940 le permitió un fácil
acceso a su implementación. Para su ejecución, se creó la Ley# 26 que dio paso a la
creación de la Autoridad de Tierras en 1941, agencia gubernamental encargada de la
repartición de las tierras expropiadas en parcelas a las personas de escasos recursos
económicos que carecieran de títulos de propiedad o de terrenos para viviendas.
Pero además de repartir tierras a los pobres, se aprovechó la coyuntura para otor-
garle tierras a la Marina de Guerra de los Estados Unidos que fueron expropiadas
tanto a los grandes intereses azucareros como a los medianos y pequeños agricul-
tores de diferentes pueblos, con la excusa de la seguridad nacional ante una posible
amenaza Nazi en el Atlántico a partir del surgimiento de la Segunda Guerra Mundial
(Piñero Cádiz, 2009). De esta forma, las reformas sociales populistas impulsadas por
el Partido Popular Democrático a partir del 1939 en sus políticas públicas pudieron
encajar perfectamente con los planes de defensa militar de las Fuerzas Armadas de
los Estados Unidos para el Caribe y sus territorios entre 1939 y 1945, facilitando de
esta forma el proceso de transformación del paisaje con nes militares.
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PUERTO RICO SE TRANSFORMA PARA LA SEGUNDA GUERRA
A comienzos del 1939, comenzaron los ejercicios navales de las fuerzas armadas
y en algunos casos, contó con la supervisión de su Comandante en Jefe, el propio Presi-
dente F.D. Roosevelt. En dichas maniobras, se evidenció la necesidad de reforzar la
seguridad entre el pasaje de la Mona (frontera marítima entre Puerto Rico y la República
Dominicana) y el pasaje de Anegada (frontera marítima en las Islas Vírgenes británicas)
así como la insuciencia de infraestructura militar en la zona. Para llevar cabo dicha
encomienda, se designó al Almirante William D. Leahy, el cual arribó a San Juan en
noviembre de 1939 bajo el cargo de gobernador. Para facilitarle el cumplimiento de los
objetivos presidenciales, se le otorgaron una serie de poderes sobre diferentes programas
federales en la Isla tales como la Puerto Rico Reconstruction Administration (PRRA) y
la Work Progress Administration (WPA), ambas con un gran número de mano de obra
a su disposición (Marín Román, 2014). También, se le otorgó la presidencia de la Junta
de Directores de la Puerto Rican Cement Corporation. Bajo su mandato de un año,
se desarrolló la mayor construcción de bases para las Fuerzas Armadas de los Estados
Unidos en Puerto Rico, tales como la base aeronaval de Isla Grande en San Juan, capital
de Puerto Rico; Punta Borinquen Field en el municipio de Aguadilla, al extremo oeste de
la Isla y la base naval de Roosevelt Roads en el extremo opuesto (parte noreste de Puerto
Rico) en el municipio de Ceiba (Ver Figura 1). Además, se establecieron los polvorines
en la Isla de Vieques como una extensión de la base naval de Ceiba. La mayoría de estas
instalaciones se edicaron en un lapso de 5 años y rondaron cerca del billón de dólares
su construcción para el 1945 (Rodríguez Beruff y Bolívar Fresneda, 2012).
Figura 1. Construcción de la base Borinquen Field en el municipio de Aguadilla,
para las Fuerzas Armadas del Ejército de los Estados Unidos. Fundación Luis Muñoz
Marín, colección José Orraca Pérez. Versión digital www.mm.org
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La ingeniería militar planicada para muchos de estos proyectos desarrolló
grandes estructuras de concreto y también produjo grandes movimientos de tierra
como nunca en la historia contemporánea puertorriqueña. Después del cemento,
la tierra en función de relleno fue fundamental para cubrir toda el área de mangle
que se utilizó en los bosques del litoral para sus construcciones que incluyeron
almacenes, baterías, pistas de despegue, viviendas y otros. Por ejemplo, la base
aeronaval de Isla Grande se construyó sobre la bahía de Miraores en donde se
ubicaban una serie de pequeños islotes que formaban parte de la bahía. Los mismos
fueron talados y rellenados con material sacado de un dragado a la misma bahía
para crear una gran supercie terrestre. No obstante, se requería más de millón
de yardas cúbicas de relleno para cubrir el setenta por ciento de área que sería
reclamada a la bahía con tales nes (Marín Román, 2014). Por tal razón, tanto las
autoridades locales como federales permitieron extraer el material de la Cantera de
las Monjas, una de las canteras más grande de la ciudad capital de San Juan, para
tales nes. El terreno de aluvión se transportó desde lo que se le conoció como las
Colinas del Martín Peña ubicados también en la capital, mientras que la arena y la
gravilla se trasladó desde una de las canteras del gobierno insular que operaba cerca
del río Grande de Loíza (Marín Román, 2014).
Paralelo a esta construcción, se edicó la base aérea de Punta Borinquen en
el municipio de Aguadilla. Para facilitar el transporte de herramientas y materiales,
se le exigió al gobierno insular, la reparación y ampliación de la carretera número
2. Gran parte de esta carretera está ubicada en la costa norte y oeste de Puerto Rico,
atraviesa unos 26 municipios y cuenta con unos 230 kilómetros de extensión, lo
cual lo convierte en una de las vías más larga de la Isla y de mayor tránsito. La
misma fue indispensable para el ujo de todo tipo de equipo militar entre Fort
Buchanan, base del Ejército de los Estados Unidos, ubicada cerca de San Juan y
la Base Aérea de Punta Borinquen, en el extremo oeste de la Isla. El historiador
militar Héctor Marín Román armó que, para la primavera de 1940 se había termi-
nado gran parte de las obras planicadas para la base de Aguadilla, que incluían
4,000 pies (1219.2 metros) de pista de despegue, almacenes para bombas, plantas
de puricación de agua y casetas para 1,600 hombres. Parte del área de las pistas
tuvo que nivelarse para poder extender vías de rodaje con el terreno por lo acci-
dentado del mismo. Los islotes de Desecheo y Monito, ubicados a unas 15 millas
náuticas al oeste del municipio de Aguadilla en el pasaje de la Mona, pasaron a
manos de las fuerzas armadas para ser utilizados como campos de práctica de
bombardeos aéreos (Marín Román, 2014) (Ver Figura 2).
Jorge Nieves Rivera • De Puerto Rico a puerto guerra; las alteraciones al paisaje puertorriqueño con nes militares entre el... 145
Figura 2. Construcción de la base Borinquen Field en el municipio de Aguadilla, para las
Fuerzas Armadas del Ejército de los Estados Unidos. Fundación Luis Muñoz Marín, colección
José Orraca Pérez. Versión digital www.mm.org
En el Fort Buchanan se ampliaron las facilidades para recibir tanto soldados
como municiones. Varios humedales aledaños fueron secados para poder construir
infraestructura militar requerida. Se construyeron almacenes para municiones tipo
iglú, los cuales fueron cubiertos con terreno y luego le sembraron árboles de rápido
crecimiento para que sirviera de camuaje (Marín Román, 2014). Un detalle inte-
resante es que, en esta zona se encuentran una serie de mogotes, de suelo cársico,
los cuales sirvieron como camuaje natural ante un posible ataque aéreo. La misma
dinámica se llevó a cabo en la parte oriental de la Isla para la construcción de Roose-
velt Roads y los polvorines en la Isla de Vieques. Sin embargo, por la extensión
de la base naval de Roosevelt Roads en el municipio de Ceiba, la expropiación
de terrenos fue la orden del día. Alrededor de 28,000 cuerdas de terrenos (11,000
hectáreas aprox. o 27,000 acres) fueron expropiadas entre los pueblos de Vieques
y Ceiba, lo que la convirtió en la base de la Marina de Guerra estadounidense más
grande en el océano Atlántico fuera del territorio continental (Ayala y Bolívar, 2011)
(Ver Figura 3 y Figura 4).
Diálogos Revista Electrónica de Historia, 22(1): 134-155. Enero-junio, 2021. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica146
Figura 3. Ampliación de la base Fort Buchanan, para las Fuerzas Armadas del Ejército de
los Estados Unidos. Fundación Luis Muñoz Marín, colección José Orraca Pérez. Versión
digital www.flmm.org
Figura 4. Construcción de la base aeronaval de Isla Grande en San Juan, para las Fuerzas
Armadas del Ejército de los Estados Unidos. Fundación Luis Muñoz Marín, colección José
Orraca Pérez. Versión digital www.flmm.org
Jorge Nieves Rivera • De Puerto Rico a puerto guerra; las alteraciones al paisaje puertorriqueño con nes militares entre el... 147
Al igual que en Isla Grande en la capital San Juan, en la base naval de Roosevelt
Roads, las áreas de mangle fueron taladas y rellenadas con fango, tierra y piedras.
La construcción del dique en Ceiba comenzó en 1941 y contaba con la longitud de
1,100 pies (304.08 metros) por 155 pies de ancho (44.196 metros) y una profundidad
de 45 pies (13.716 metros) (Piñero Cádiz, 2009). En medio de estas construcciones
militares en el océano Atlántico, los japoneses atacaron la Base Naval de Pearl Harbor
en Hawái, el 7 de diciembre de 1941. Este ataque hizo que el gobierno de los Estados
Unidos rompiera ocialmente su política de neutralidad adoptada desde principios
de la administración de Franklin Delano Roosevelt y que también rompiera con su
ideal aislacionista adoptado desde la Primera Guerra Mundial. Sin duda, este acto
militar provocó que las fuerzas armadas se metieran de lleno en la guerra con el apoyo
de las tres ramas del gobierno norteamericanas y con el apoyo de la sociedad civil.
Los planes de defensa y ofensiva militar continuaban a todo vapor en el Atlántico
tanto por parte de los Aliados, como por parte del tercer Reich. Un mes después del
ataque japonés a Pearl Harbor en el Pacíco, los alemanes lanzaron su mayor ofensiva
submarina en el Atlántico bajo la operación denominada Golpe de Tambor, en la cual
6 submarinos alemanes atacaron la costa noreste de los Estados Unidos hundiendo 39
barcos en un periodo de 3 semanas y luego con la Operación Neuland atacando las
renerías petroleras en las Antillas holandesas (Piñero Cádiz, 2012). Para defender los
barcos de marina mercante británica, la marina real tuvo que realizar convoyes para
proteger a sus embarcaciones. Los alemanes habían podido establecer los submarinos
cisternas para abastecer de combustible, tripulación y municiones las operaciones de
sus U-boats. Sin embargo, ya para nales de 1942, después de que la inteligencia britá-
nica decodicara las señales de los submarinos gracias al operativo de criptoanálisis
llamado Ultra y la guerra se contuviera en Europa y Asia, la presencia de submarinos
se redujo signicativamente en el Caribe y en el océano Atlántico (Domenech, 2012).
Por tal razón, las construcciones de estas obras militares comenzaron a mermar a partir
del 1943. Las inyecciones millonarias para obras de defensa comenzaron a disminuir y
a transformarse, debido a que la emergencia de guerra en el Caribe se había reducido.
Algunas de estas instalaciones van a ocupar un papel secundario durante los primeros
años de la posguerra en el Caribe, pero más adelante recobrarían importancia. Después
de 1959, con la Revolución Cubana y después de 1965 con la guerra de Vietnam,
los intereses geopolíticos de Estados Unidos se retomaron y con ellos un nuevo ciclo
de investigaciones cientíco-bélicas para la cuenca del Caribe en plena Guerra Fría.
Dichos aspectos se encuentran en investigación para una futura publicación.
LA HISTORIOGRAFÍA PUERTORRIQUEÑA
DURANTE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL.
En la primera parte de este ensayo se buscó redactar una breve síntesis sobre
las estrategias político-militares que Estados Unidos estableció en la zona ante la
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amenaza de invasiones militares de la Quinta Columna en América. En esa exposición
se explicó las diferentes transformaciones que se dieron bajo el ambiente de guerra.
Sin embargo, todo parece indicar que ese espíritu de cambio provocado por la guerra
también tuvo efectos en otras áreas tales como la academia puertorriqueña. Según la
historiadora María de los Ángeles Castro Arroyo, a partir de 1941, se llevaron a cabo
varias reformas en la Universidad de Puerto Rico, siguiendo los modelos de las
universidades estadounidenses (Castro Arroyo, 1988). En esa reforma, la disciplina
de la historia sufrió varios cambios. Primero, la enseñanza de esta a nivel universi-
tario se separó de la facultad de las Ciencias Sociales y se trasladó a la facultad de
Humanidades. Segundo, se buscó profesionalizar la enseñanza y el estudio de la
Historia bajo una metodología particular (Castro Arroyo, 1988). Este cambio se
realizó transformando el programa de Historia de la Universidad del Estado. La
responsabilidad de diseñar un nuevo programa estuvo a cargo de Arturo Morales
Carrión, historiador graduado de la Universidad de Columbia en la ciudad de Nueva
York y uno de los defensores de las políticas del gobierno local de la década de 1940
y 1950. Esta enorme tarea de profesionalización de la historia en Puerto Rico se
desarrolló dentro de un marco de resistencia cultural ante el proceso de americaniza-
ción estadounidense hacia todos los aspectos de la sociedad puertorriqueña durante
las primeras tres décadas de su colonización. Por tal razón, esta generación recurrió
como defensa al realce de los valores hispanos ante lo norteamericano. Cabe
mencionar que, durante esa década, ocurrió una ola de inmigrantes españoles a la Isla
a raíz de la Guerra Civil española y de la persecución política como resultado de esta.
Algunos fueron reclutados en la academia, especícamente por la Facultad de Huma-
nidades de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras. Sin duda, su presencia, su
aportación literaria y también artística inuenció la cultura académica de la facultad.
Figuras como Juan Ramón Jiménez en la literatura y Carlos Marichal en el arte, enri-
quecieron el campo intelectual y se alinearon a las ideas populistas de la época. La
historiografía que surgió de la Universidad de Puerto Rico a raíz de la década de
1940 en el recinto de Rio Piedras se caracterizó por ser una muy documentada y
cientíca, aún muy apegadas a la metodología historicista y positivista de nales del
XIX y principios del XX (Castro Arroyo, 1988). Al igual que las generaciones de las
décadas de 1920 y 1930, hicieron énfasis en los estudios del siglo XIX. No obstante,
extienden el periodo de estudio hasta la década del 1940. Esta historiografía resaltó
el individuo, la gura masculina, adinerada, autonomista, ilustrada, lo liberto versus
lo colectivo, lo pobre, lo esclavo, lo femenino, lo separatista y/o lo analfabeto. Todos
estos temas se dieron en una narrativa ensayista ordenada cronológicamente, donde
la descripción citaba textualmente el documento, casi a manera de cortar y pegar en
un documento en un procesador de palabras (Castro Arroyo, 1988). Gran parte de
estos documentos citados y recitados eran fuentes primarias producidas por enti-
dades gubernamentales y algunos de ellos identicados y rescatados de archivos
peninsulares. Por consiguiente, se convirtieron en los pioneros en validar y norma-
lizar la importancia de consultar archivos tanto locales como extranjeros como única
Jorge Nieves Rivera • De Puerto Rico a puerto guerra; las alteraciones al paisaje puertorriqueño con nes militares entre el... 149
fuente inagotable de materia prima para la producción historiográca. La consulta
religiosa a los archivos para buscar el documento nuevo de cada día permitió que sus
monografías mostraran mayor amplitud y expusieran una mayor noción del acervo
documental (Scarrano, 1983). Sus mayores exponentes cumplieron con muchas de
estas características que denieron a la primera escuela historiográca puertorri-
queña. Arturo Morales Carrión, uno de los principales arquitectos del discurso histo-
riográco de mediados del siglo XX en Puerto Rico, recogió parte de estos rasgos en
su historiografía y sentó las bases de una “nueva”. A pesar de que muchos de los
exponentes de la generación del 40’ enfatizaron sus estudios en temas políticos del
siglo XIX, hubo otros como Morales Carrión que, incursionaron en debates más
contemporáneos. Por ejemplo, para él, dicha generación venía a rescatar la historio-
grafía puertorriqueña del limbo en que se encontraba después de la muerte de
Salvador Brau, patriarca de la historiografía puertorriqueña de nales del siglo XIX
y principios del XX. De igual manera, pensaba que, era su deber reemplazar la
imagen del puertorriqueño dócil. Para demostrar este punto, abogaba por una historia
s conciliadora y equilibrada con los cambios históricos y sus permanencias, las
cuales, según él, son ambas inevitables. Morales Carrión buscó en siglos anteriores
la base para justicar el presente, compuesto por un Puerto Rico en plena transfor-
mación económica, política y social liderado por el Partido Popular Democrático
(Scarrano, 1983). De esta forma, invitó a sus colegas a hacer lo mismo, la generación
de historiadores cientícos que surgieron a mediados del siglo XIX, donde alcan-
zaron ese equilibrio (conciliador y equilibrado) para explicar el contexto social en el
que vivían en pleno romanticismo. Todo esto iba a ser expuesto desde un tono paci-
cador y no de confrontación ni mucho menos de crítica (Castro Arroyo, 1988). El
llamado era a jugar para el equipo tal y como les había correspondido a generaciones
anteriores, en situaciones históricas de carácter político, económico y social simi-
lares. No obstante, esta homogeneidad intelectual va a sufrir cambios a partir de la
década del 1960, donde diferentes eventos internacionales y locales van a provocar
una transformación en el paradigma de la historiografía puertorriqueña. La Revolu-
ción Cubana, el surgimiento de la guerra de Vietnam, la caída de la hegemonía del
Partido Popular Democrático en la Isla, iniciado desde 1940’, la lucha por los dere-
chos civiles, la liberación femenina y los movimientos ambientalistas, asomaron
aires de cambio y de renovación para la sociedad puertorriqueña. Ligado a estos
eventos políticos, el modelo económico capitalista keynesiano defendido por Estados
Unidos, comenzaba a dar señales de crisis a nivel internacional mientras el marxismo
soviético se transformaba y rejuvenecía (García Muñiz, 2014). El llamado era a
examinar la historiografía criolla a raíz de las diferentes crisis surgidas después de la
Segunda Guerra Mundial y en medio del surgimiento de una Guerra Fría entre los
Estados Unidos y la Unión Soviética. Con ese objetivo, un puñado de profesores de
diferentes disciplinas del primer centro docente del país, lanzaron una propuesta
alternativa con un tono revisionista y crítico sobre las generaciones historiográcas
predecesoras. La importación de nuevas metodologías y teorías revisionistas creó
Diálogos Revista Electrónica de Historia, 22(1): 134-155. Enero-junio, 2021. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica150
roces con las tradicionales impartidas en las aulas puertorriqueñas. Esta nueva
implementación sistemática del estudio y análisis de la historia se dio gracias a que
muchos de este grupo de intelectuales se habían educado en universidades de élites
tanto de Europa como de Norteamérica, donde se estaban desarrollando e impul-
sando diferentes escuelas historiográcas. Esto fomentó una convergencia de estudio
interdisciplinario con diferentes raíces metodológicas y animó debates intelectuales
que sacudieron la academia. La pasión que levantaron estas críticas motivó publica-
ciones y centros de estudios independientes al departamento de Historia de la Univer-
sidad de Puerto Rico en Río Piedras. La primera publicación salió a la luz para el año
1965-1966 y tuvo por nombre La Escalera (Castro Arroyo, 1988). En la misma se
discutieron temas tales como la guerra de Vietnam y el papel de los puertorriqueños
en la misma y también se comenzó el cuestionamiento acerca de los procesos histó-
ricos anteriores reseñados por sus pasados homólogos Algunos de sus autores fueron
Gervasio García, Richard Levins, Georg Fromm, Arcadio Diaz Quiñonez, Ángel G.
Quintero y Marcia Rivera. Luego hubo una segunda generación compuesta por
Fernando Picó, Francisco Scarrano y Guillermo Baralt (Castro Arroyo, 1988). Como
la lista de miembros comenzó a crecer al igual que los debates académicos, se formó
el Centro de Estudios de la Realidad Puertorriqueña mejor conocido como el CEREP
a principios de la década de1970. Este grupo interdisciplinario estuvo compuesto
igualmente por profesores del recinto de Rio Piedras y algunos de sus temas giraron
en torno al análisis de las renovaciones historiográcas que se discutían a nivel inter-
nacional. Por ejemplo, la Revolución Cubana trajo una verdadera “revolución” en la
producción intelectual criolla, caribeña y latinoamericana. La mentalidad política
descolonizadora que representó, sumado a los productos intelectuales extranjeros
mencionados, respaldaron ese furor que vivió el campo intelectual puertorriqueño de
ese momento (Lebrón Rivera, 2018). También la nueva historia económica estadou-
nidense y las nuevas escuelas de los anales franceses inuenciaron los análisis locales
y se aplicaron a viejos eventos y relaciones de poder. Obras caribeñas y latinoameri-
canas como Los Condenados de la tierra de Franz Fanón (1961) y Las Venas
Abiertas de América Latina de Eduardo Galeano (1971) abonaron al cambio en el
tono historiográco sumiso y conciliador por uno rebelde, violento y dispuesto a
desaar a las autoridades a través de cualquier medio necesario. Toda esta serie de
elementos innovadores alineaban métodos y homogeneizaban procesos de estudio y
análisis. De esta forma, se iba quebrando con las tradiciones historiográcas ante-
riores y planteando nuevas inquietudes. Ese quiebre denitivo se dio para muchos
historiadores puertorriqueños en el Primer Seminario Anual de Investigación llevado
a cabo en marzo de 1983 y organizado por el CEREP en San Juan, Puerto Rico. De
acuerdo con la historiadora Mayra Rosario Urrutia este seminario estuvo dedicado a
la “nueva” historiografía puertorriqueña y trató temas como el impacto del marxismo
en la historiografía, la renovación de fuentes, la herencia historiográca y sobre el
desplazamiento de los acontecimientos hacia los sucesos de la sociedad (Rosario
Urrutia, 2011). Varias de estas ponencias establecieron las bases para líneas de
Jorge Nieves Rivera • De Puerto Rico a puerto guerra; las alteraciones al paisaje puertorriqueño con nes militares entre el... 151
investigación futuras en la historiografía puertorriqueña. Dejó por sentado sus
contrastes con la historiografía tradicional y trazó varios rumbos a seguir metodoló-
gicamente. La historiografía de la nueva historia se empeñó en una revisión crítica
de los eventos políticos, sociales y económicos que generaciones anteriores habían
clasicado como historia “ocial” de Puerto Rico y pusieron en entredicho las rela-
ciones y dinámicas de poder en los diferentes métodos de producción nacional
(Rosario Urrutia, 2011). Atrás había quedado una historia basada en individuos,
hombres adinerados, intelectuales y hacendados autonomistas por una historia más
colectiva, de gente pobre, de los sin nombres, una historia escrita desde abajo, en
palabras de uno de sus exponentes. Esta nueva historia cuestionaba, rompiendo así
con el tono conciliador característico de la generación del 40. Dentro de este marco,
se lanzaron los primeros proyectiles contra el proyecto populista iniciado en la
década de 1940 y tan defendido por la generación de historiadores de esa época. Las
críticas hechas al proyecto populista de Luis Muñoz Marín y su equipo de trabajo,
abarcaron diferentes aspectos desde económicos, como ideológicos y políticos.
Conjuntamente, se cuestionó las relaciones políticas y económicas con la metrópolis
estadounidense y sus supuestas ayudas nancieras. La bonanza económica produ-
cida a raíz de la Segunda Guerra Mundial había llegado a su n y el Estado Libre
Asociado como estatus trajo más preguntas que respuestas sobre la situación colo-
nial. Historiadores como Jorge Rodríguez Beruff y Humberto García Muñiz cuestio-
naron ese proyecto político, económico y social que se desarrolló a mediados del
siglo XX y del cual se había analizado y reexionado muy poco o casi nada. Para
esto lanzaron redes de análisis con diferentes Antillas, las cuales entretejieron datos
para conocer de manera panorámica, y no local, el impacto de ese proceso histórico
en la región. Reconociendo que otras islas, territorios de potencias europeas en el
Caribe, también afrontaban las mismas situaciones, las integraron bajo un discurso
caribeñistas que, hasta ese entonces, era uno muy escaso en la historiografía criolla.
Textos como Política militar y dominación: Puerto Rico en el contexto latinoameri-
cano por Rodríguez Beruff (1988) y La estrategia militar de los Estados Unidos y la
militarización del Caribe (1988) de García Muñiz abrieron nuevos debates sobre la
importancia geopolítica de Puerto Rico para la metrópolis antes, durante y posterior
a la Segunda Guerra. En este contexto, impulsaron el análisis y estudio sobre el
impacto político, social y económico de las estrategias político-militares establecidas
en la isla con motivos de la guerra. Sus hallazgos revelaron todo un andamiaje entre
Washington y el Gran Caribe a lo largo del siglo XX. No podemos obviar de los
escritos de García Muñiz principalmente, su fuerte inuencia caribeñista, inspirada
en el estudio de la Universidad de West Indies en Trinidad. Fue en esta Universidad
donde entró en contacto con el profesor Fitzroy André Baptiste historiador grana-
dino, y según Rodríguez Beruff catalogado como el pionero de los estudios estraté-
gicos sobre la Segunda Guerra en el Caribe (Rodríguez Beruff y Bolívar Fresneda,
2015). Es importante señalar que, gracias a la insistencia del Director Adjunto de
Investigaciones de la Comisión del Caribe, el Dr. Eric Williams, al gobernador
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Luis Muñoz Marín, se fundó el Instituto de Estudios del Caribe a raíz de la década de
1950, ingeniado por Jaime Benítez (Williams, 1951). De esta forma terminó convir-
tiéndose en uno de los primeros esfuerzos académicos en fomentar la investigación
de estudios pancaribeños a nivel antillano, incluyendo el Caribe anglo y el Caribe
francófono. El Instituto pasó a ser dirigido por García Muñiz a partir de la década de
1980 desde donde se ampliaron las redes académicas y se desarrollaron diferentes
proyectos. Uno de ellos fue la Red Caribeña de Investigadores sobre Geopolítica,
Relaciones Internacionales y Seguridad Nacional. La misma tuvo por colaboradores
y colaboradoras un grupo variado de investigadores de diferentes partes del conti-
nente americano. Este grupo de académicos tenía en común los temas de investiga-
ción tales como la paz, la geopolítica, las relaciones internacionales y la seguridad de
la región caribeña (García y Vega, 2002). Algunos de los miembros puertorriqueños
que fueron parte del colectivo de investigadores sociales fueron Jorge Rodríguez
Beruff, Silvia Álvarez Curbelo, Carlos I. Hernández, Humberto García Muñiz, Juan
Giusti Cordero, Gerardo Piñero, Josefa Santiago, Enrique Vivoni y Miguel Santiago.
Este grupo de trabajo tuvo su énfasis en temas referentes a la Segunda Guerra
Mundial. Dentro de este renglón de milicia y seguridad, no se puede olvidar al soció-
logo trinitense Anthony P. Maingot y su trabajo sobre Estados Unidos y el Caribe.
Los años de estudio sobre las culturas del Caribe y su relación con Estados Unidos
cubren temas políticos, sociales y económicos desde el siglo XIX y hasta principios
del siglo XXI, que recogen puntos importantes sobre la geopolítica de la zona. Por
otro lado, aunque sus aportaciones son unas de las más recientes, se ganó el respeto
y la referencia compulsoria sobre el tema militar dentro de los especialistas. Se
reere a los voluminosos trabajos realizados por Héctor R. Marín Román bajo el
sello del historiador ocial de Puerto Rico. El fenecido profesor, no solo se destacó
como historiador, sino que también fue militar, llegando a ocupar cargos signica-
tivos como el de Teniente Coronel. En contraste con sus homólogos historiadores
sobre los temas de la Segunda Guerra y demás temas militares, sus rangos le facili-
taron el acceso a diferentes archivos de las fuerzas armadas estadounidenses. Muchos
de los documentos primarios consultados tenían fecha de recién desclasicados a
raíz de los 50 años del suceso. Por tal razón, publicó una serie de seis obras de
historia militar. Dichos volúmenes cubren el periodo desde la llegada militar esta-
dounidense en 1898 hasta en nal de la Segunda Guerra Mundial en 1945. Otros
trabajos de investigadores socioeconómicos que han contribuido al tema son José L.
Bolívar Fresneda y César Ayala Casas. Sus estudios socioeconómicos al respecto han
abierto una dimensión sobre el costo económico de las políticas militares que se
establecieron con ese n. Sin olvidar los daños sociales, económicos y ambientales
que sufrieron diferentes municipios en especial la isla de Vieques. El trabajo de
Bolívar y Ayala evidenció cómo la Isla Nena se convirtió en uno de los municipios más
afectados por las políticas militares de las fuerzas armadas estadounidenses, a raíz de
la expropiación de tierras con nes militares y, por ende, la segregación social.
Jorge Nieves Rivera • De Puerto Rico a puerto guerra; las alteraciones al paisaje puertorriqueño con nes militares entre el... 153
La impuesta base militar de la Marina de Guerra de Estados Unidos le arrebató tres
cuartas partes de la isla con la ayuda del gobierno popular de Luis Muñoz Marín con
la justicación de que la defensa nacional era la defensa de la democracia. Sin
embargo, las obras más completas sobre el tema de la Segunda Guerra Mundial son
una serie de dos volúmenes publicadas en el 2012 y en el 2015, ambas bajo el sello
editorial de Ediciones Callejón y editadas por Jorge Rodríguez Beruff y José L
Bolívar Fresneda. Estos textos lograron reunir a gran parte de los investigadores e
investigadoras que han estudiado el tema por espacio de 30 años. En total se reunieron
37 ensayos redactados por 34 autores. Algunas de las historiadoras veteranas como
Silvia Álvarez Curbelo, Mayra Rosario Urrutia y Josefa Santiago fueron parte de ese
grupo de investigadores que llevan estudiando y debatiendo sobre el tema por más de
dos décadas. Sus aportaciones tanto políticas como sociales sobre contexto histórico
de la hegemonía del Partido Popular en la Isla, fueron sintetizados de manera magis-
tral para demostrar el lado oculto de la era muñocista.
No obstante, gracias al surgimiento de una historiografía ambiental en la
cual se discute y analiza el impacto de la industria y políticas militares en dife-
rentes contextos y países a partir del estudio sobre el antropoceno, podemos darle
una nueva mirada a esta bibliografía puertorriqueña sobre la Segunda Guerra
Mundial. Solo por mencionar algunas se puede señalar las publicaciones realizadas
por investigadores tales como John R. Mcneill (Mcneill, 2001; Mcneill y Engelke,
2014) y John Lidnsay Poland (Lindsay, 2003). Estos autores han presentado a través
de sus obras claros ejemplos de cómo las políticas y las industrias militares tanto
de la Segunda Guerra Mundial como de la Guerra Fría, tanto del lado Democrá-
tico-Capitalista como del lado Comunista-Socialista, provocaron investigaciones
cientícas y tecnológicas que causaron una gran aceleración de la degradación
al medioambiente y al paisaje, en muchos casos a perpetuidad, solo con el n de
obtener la ventaja militar de un lado sobre el otro y la seguridad nacional como
pretexto. Una obra más reciente editada por Simmo Lakkonen, Richard Tucker
y Timo Vuorisalo presentan otros ejemplos, en este caso en particular, de cómo
los conictos colaterales que se suscitaron durante la Segunda Guerra Mundial
en diferentes escenarios a nivel global provocaron transformaciones al paisaje y
al ambiente, que tuvieron serias consecuencias políticas, económicas y sociales
(Laakkonen, Tucker y Vuorisalo, 2017). Sin embargo, es importante señalar que,
en este desarrollo historiográco, el Caribe no ha estado ajeno. Así lo demuestra la
última obra publicada por el historiador cubano Reinaldo Funes Monzote y la cual
fue premiada por Casa de las Américas en la Habana en el año 2019. En “Nuestro
viaje a la luna” el historiador cubano presenta como la mayor de las Antillas produjo
su propia concepción de la transformación del paisaje y del ambiente dentro del
marco de la Guerra Fría, en la cual, Cuba jugó un papel protagónico en diferentes
etapas, tanto a nivel regional como a nivel internacional. Hasta el momento, se
conocía dentro de la historiografía contemporánea cubana los avances en materia
de economía, de política, de educación y de salud. Sin embargo, se desconocía
Diálogos Revista Electrónica de Historia, 22(1): 134-155. Enero-junio, 2021. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica154
los avances tecnológicos y cientícos impulsados desde la Habana en materia de
planicación urbana, manejo de los recursos naturales y el desarrollo de una geoin-
geniería que tuvo como protagonista y líder la gura del geógrafo Antonio Núñez
Jiménez (Funes Monzote, 2019).
Textos como estos nos invitan a examinar los temas militares en la historiografía
puertorriqueña desde la óptica de la Guerra Fría, en la cual, la lucha ideológica llevó a
una competencia tanto política, económica y cientíca que produjo serias consecuen-
cias ambientales para el planeta. La gran aceleración de la industria armamentística
con nes militares se dio dentro de ambos polos y tuvo unos efectos colaterales, dentro
de los cuáles uno de los grandes perdedores resultó ser la naturaleza. El archipiélago
de Puerto Rico, por su condición colonial, su alto valor geopolítico y su diversidad
ecológica, fue uno de los escenarios perfectos al igual que otros países, para ser utili-
zado como laboratorio experimental y su historia merece ser conocida y estudiada.
REFERENCIAS
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