Diálogos Revista Electrónica de Historia, 22(1): 86-113. Enero-junio, 2021. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica92
Los tres lustradores también manifestaron sus roces con quienes velaban por
el orden. En 1960, el guarda municipal se había convertido en “protector incondi-
cional de los grandes” (“Los niños limpiabotas”, 1960, p. 4A), mientras que en 1970,
los “pacas” (denominación utilizada por el niño de siete años para referirse a la
policía, pero al parecer de uso común) les imposibilitaban “trabajar honradamente”
(Gutiérrez, 1970, p. 4). Esto evidencia que la ética del trabajo honrado continuaba
encontrándose interiorizada al menos en algunos niños pequeños (Menjívar, 2009,
p. 247). Con esto manifestaban una distancia con respecto al verdadero lumpen pobre
(Palmer, 1994, p. 323) y la protección de la propia integridad física y probablemente
también de sus bienes. Además, había una coexistencia, violenta en muchas ocasiones,
con otros hombres, jóvenes y probablemente también con otros niños trabajadores.
Los mecanismos para reducir o trasladar a la competencia, a través de la intimi-
dación y el maltrato, también denotan la construcción y la demostración de la masculi-
nidad en un ocio desempeñado exclusivamente por hombres. Esto era parte del pasaje
a la hombría, vinculada a su vez con la importancia del trabajo, la incorporación a él por
parte de los niños a edades tempranas y su formación identitaria, principalmente en zonas
rurales (Menjívar, 2009, p. 205-206, 214-216). Además de resaltar, en estos casos, su rol
de proveedores, a través de un ocio honrado, había una apropiación del espacio, tanto por
parte de los lustradores adultos, como del guardián, defensor a su vez, de aquellos. En 1970,
la particularidad fue que no se trataba de un guardia municipal, sino de varios policías.
Los lustradores también fueron señalados de forma paternal y alejada de la
victimización, si bien este discurso fue poco común. La sección “Pulso de la ciudad”
(del periódico La Nación) los enalteció dos días antes del Día Internacional del
Trabajo, armando que “todo trabajo honra” (“Parques y limpiabotas”, 1970, p. 27).
No obstante, manifestó que ciertos comportamientos de los menores demeritaban su
labor, aduciendo que “gran cantidad” de ellos hacían alarde de su vulgaridad, pese a
que algunos aún eran “niños”. Esta crítica ya se daba en el período liberal (García,
2014, p. 276). El motivo era que realizaban bromas de mal gusto a las mujeres (clasi-
cadas como señoras y señoritas), sobre todo si estas osaban pasar con su novio,
convirtiéndose estos trabajadores en una “pesadilla” para los transeúntes.
El artículo también armó que, aunque deambulaban con su cajón de bolear,
los espacios públicos tenían un uso recreativo mediante el juego. Diversas actividades
estaban ligadas con su lugar de trabajo y estaban socialmente censuradas debido a que
atentaban contra el ornato y el supuesto carácter de tranquilidad del sitio: lanzaban
basura, hacían guerras con cáscaras de naranja, arrancaban el zacate, ensuciaban los
asientos y otros actos similares (“Parques y limpiabotas”, 1970, p. 27).
En 1973, Ossman Vargas presentó una queja similar, a la que añadió que en
dicho parque había homosexuales, “negocios ilícitos e irrespetuosos, prostitutas y
niñas que esperan al mejor postor” (Vargas, 1973, p. 12). Con ello, reforzó el uso
común de ciertos espacios con personas cuya moralidad y honestidad eran dudosas
y se alejaban de la moral sexual tradicional, pero a la vez, enfatizando el carácter
supuestamente corruptor del ambiente en el que se desenvolvían.