Diálogos Revista Electrónica de Historia, 24(1): 1-31. Enero-junio, 2023. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica66
una reacción conservadora proveniente de sectores populares y el clero. En efecto,
posiblemente, el carácter pragmático del Syllabus en defender la posición privilegiada
de Iglesia católica en los pueblos, determinó la propensión del desarrollo de un
ambiente de tensión y discusión. Además, desde la década de 1850 y hasta mediados
de los años setenta, la participación del intelectual liberal Lorenzo Montúfar dentro de
las las del gobierno de Costa Rica y también a nivel centroamericano le signicó ser
individuo polémico, blanco de críticas de defensores del catolicismo (El Ferrocarril,
6 de noviembre de 1874) y ser catalogado como un “papa político y centroamericano
rojo”. Esto a causa de su verbo claramente militante hacia el liberalismo y su aversión
hacia los políticos conservadores, las posiciones del catolicismo y organizaciones
religiosas como los jesuitas de la Compañía de Jesús (Acuña, 2006, p. 29-59), con
publicaciones en diarios nacionales y documentos donde discutía con los jesuitas
(Marín, 2011). Este panorama da luces para comprender del porqué en contextos
vecinales como sucede en Cartago con el periplo de los jesuitas a partir de 1876 y
hasta 1884, permitió que en la prensa intelectuales de la época como un articulista
de Aguacaliente de Cartago bajo el seudónimo Job Serenés, expresara que Costa
Rica estaba iniciando una nueva etapa histórica regida por un naciente “liberalismo
revolucionario” (radical), cuyo primer representante era el Dr. Montúfar y sus
seguidores, generando así, el n del liberalismo reformista legado desde los tiempos
de independencia y dando inicio al desarrollo de la conformación de los partidos
revolucionario y conservador (El Costarricense, 20 de julio de 1876, p. 3-4). Ahora
bien, el escenario descrito por “Serenés”, es destacable porque marca un antecedente
de cómo en torno a los sectores populares y la Iglesia católica se fue conformando
un léxico para referirse a estos grupos tildados de conservadores por la prensa
liberal como “supersticiosos, fanáticos, oscurantistas y retrógrados”. Asimismo,
como contraparte, hacia los liberales se empezó a desarrollar un vocabulario que
los calicaba de “sectarios, masones, protestantes” (El Ferrocarril, 14 de diciembre
de 1874, p. 2-3) que conformaban a la “Bruja Liberal” que tenía como n quitarle
la inuencia de la Iglesia católica y su clero llevando a los costarricenses por los
caminos de la libertad de enseñanza, la incredulidad, el vicio, el sensualismo y la
desmoralización de las familias (El Ferrocarril, 7 de febrero de 1875, p. 2-3).
La llegada del obispo Bernardo Augusto Thiel en 1880, fue fortaleciendo el
desencanto frente al liberalismo y la “moda liberal”, que, según el prelado, como
sistema político, buscaba “destruir todo lo establecido para implementar en su
lugar un caos de reglamentos nuevos, en su mayor parte impracticables, odiosos
y destructores” (AHABAT, Fondo Diocesano, V Carta Pastoral, 1883, p. 2-3). En
concreto, puntualmente respecto a cambiar el “status quo” de la relación antiquísima
entre el Estado y la Iglesia católica, reformar la religión y bajo la gura de un “Dios-
Estado” que rigiera la vida de las personas. Esta visualización del obispo respecto
las circunstancias que estaban sucediendo en el acontecer nacional, terminó por
agravarse con la divulgación de reformas de corte anticlerical en julio de 1884 y que,
decididamente, facilitó una fuerte polarización político-religiosa en la sociedad por