Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
11Diálogos Revista Electrónica de Historia, 24(2): 1-31. Julio-diciembre, 2023. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica
24.2
ISSN: 1409-469X
Julio-diciembre 2023
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Centro de Investigaciones Históricas de América Central. Universidad de Costa Rica
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11Diálogos Revista Electrónica de Historia, 24(2): 1-31. Julio-diciembre, 2023. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica
DOI 10.15517/dre.v24i2.54194
LA GUERRA EN LOS GRUPOS SOCIALES
ANTIGUOS DE COSTA RICA
esculturas líticas a la luz de fuentes
etnohistóricas y de tradición oral
Viviana Sánchez Avendaño
Julio César Sánchez Herrera
Carlos Sánchez Avendaño
Resumen
En este artículo se discute la práctica de la guerra en los grupos sociales antiguos
de Costa Rica a través del estudio de esculturas de piedra, fuentes etnohistóricas
y relatos de tradición oral indígena. Primero, se reseñan algunas propuestas sobre
el tema realizadas por profesionales en arqueología. Luego, se expone cómo se
presenta la guerra tanto en fuentes históricas como en la tradición oral. Finalmente,
se interpreta la evidencia arqueológica con base en la estatuaria de las colecciones
del Museo Nacional de Costa Rica, el Museo del Jade y de la Cultura Precolombina
y el Museo del Oro Precolombino. El estudio resalta la importancia de la gura del
guerrero dentro de la estraticación social de las sociedades pasadas, así como el
hecho de que la guerra constituía una actividad constante y permanente entre los
grupos.
Palabras clave: enfrentamientos bélicos, fuente histórica, fuente oral, pueblos
indígenas, evidencia arqueológica.
Fecha de recepción: 18 de febrero de 2023 Fecha de aceptación: 14 de abril de 2023
Viviana Sánchez Avedaño • Museo Nacional de Costa Rica, San José, Costa Rica.
Contacto: vsanchez@museocostarica.go.cr
ORCID: https://orcid.org/0000-0003-1285-257X
Julio César Sánchez Herrera • Museo Nacional de Costa Rica, San José, Costa Rica.
Contacto: jcsanchez@museocostarica.go.cr
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-1226-0278
Carlos Sánchez Avendaño • Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica. Contacto:
carlos.sanchezavendano@ucr.ac.cr
ORCID: https://orcid.org/0000-0001-5029-2898
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WAR IN THE ANCIENT SOCIAL GROUPS OF COSTA
RICA
lithic sculptures in the light of ethnohistorical sources
and oral tradition
Summary
We discuss warfare practice in Costa Rica’s ancient social groups through the study
of stone sculptures, ethnohistoric sources, and indigenous oral tradition accounts.
First, some proposals on the subject made by professionals in archeology are
reviewed. Then, discusses how war is presented in both historical sources and oral
tradition. Finally, archaeological evidence is interpreted from the statuary in the
Museo Nacional de Costa Rica, the Museo del Jade y la Cultura Precolombina and
the Museo del Oro Precolombino collections. The study highlights the importance
of the warrior gure within the social stratication of past societies, as well as the
fact that war constituted a constant and permanent activity between the groups.
Keywords: warfare, historical source, oral sources, indigenous peoples,
archaeological evidence
Viviana Sánchez Avendaño, Julio César Sánchez Herrera, Carlos Sánchez Avendaño • La guerra en los grupos... 33
INTRODUCCIÓN
El tema de la guerra entre los grupos sociales antiguos que habitaron el actual
territorio costarricense ha sido tratado por distintos autores como Aguilar (1952),
Fernández (1973), Ferrero (1975, 1985), Ibarra (1998, 2012), Boza y colaboradores
(2017), Corrales (2001, 2011), Solórzano (2017), entre otros. Estos análisis cons-
tituyen una de las principales fuentes para el abordaje de las prácticas de guerra:
apoyados en los relatos de los cronistas españoles, ofrecen información fundamental
para acercarse a la conceptualización de esta actividad, sus causas y sus formas de
expresión.
No obstante, no debe perderse de vista que dichas fuentes ofrecen una visión
externa: reeren lo observado e interpretado por personas ajenas a los pueblos en
cuestión acerca de cómo se desarrollaban los enfrentamientos bélicos. Por ello, en
este artículo, si bien se incluye, en un primer momento, la interpretación de los hechos
desde las fuentes históricas, ello se enriquece, en una segunda parte, con información
proveniente de la tradición oral de los grupos actuales. A partir de los relatos tradi-
cionales, heredados, reproducidos y adaptados por generaciones de miembros de las
propias comunidades indígenas, se da cuenta de lo acontecido en tiempos pasados
desde la perspectiva interna.
Con base en estas dos fuentes, nalmente se propone el análisis de diversos
artefactos arqueológicos con representaciones de distintos elementos asociados con
la guerra resguardados en el Museo Nacional de Costa Rica, el Museo del Jade y
de la Cultura Precolombina y el Museo del Oro Precolombino. Tales artefactos son
esculturas en piedra de guerreros y prisioneros, así como de otros personajes rela-
cionados con el tema. Este acercamiento resulta novedoso, en el tanto este tipo de
triangulación va dirigido a intentar explicar de modo más complejo la conguración
de algunos artefactos relativos a la cultura guerrera.
En cuanto a las sociedades a las que se hará referencia en este artículo, si
bien debe tenerse la precaución de no equiparar automáticamente a los pueblos
actuales, a los cuales se aludirá en el apartado “La guerra en la tradición oral de
pueblos indígenas actuales de Costa Rica”, con los grupos humanos estudiados a
partir del registro arqueológico, conviene incluir alguna referencia espacial que
posibilite darse una idea de la posible ubicación de estas. El mapa de la distribu-
ción de los cacicazgos en la época de contacto con los españoles según la propuesta
de Ibarra (2013), a continuación (Figura 1), cumple este propósito, por cuanto
algunos de estos corresponden relativamente a pueblos de cuya tradición oral se
hablará más adelante (por ejemplo, los cacicazgos de Talamanca y Boruca).
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Figura 1. Mapa con la distribución aproximada de los territorios cacicales de Costa Rica en el Siglo XVI (Tomado
de Ibarra, 2013:116).
LA GUERRA EN LA ARQUEOLOGÍA
Dentro de la disciplina arqueológica en Costa Rica, el abordaje del tema de la
guerra y sus representaciones dentro de la evidencia ha sido poco explorado. Pese a
ello, en el presente apartado se retoma lo planteado por tres arqueólogos, cada uno
con su propia propuesta para entender especícamente la estatuaria en piedra con
motivos antropomorfos, entre la que destacan la representación de la cabeza humana
y ciertos personajes que sostienen una cabeza.
Lines (1940) realiza una descripción de un conjunto de artefactos antropo-
morfos que denominó cabezas retrato, las cuales constituyen esculturas de bulto de
base plana. Las agrupó en tres categorías según la posición de la pieza: 1. vertical,
que para este autor representan personas aún con vida; 2. inclinadas hacia atrás; y 3.
yacentes, que podrían mostrar a los difuntos.
Al emplear el concepto de “retrato”, este autor sugiere que este tipo de
cabezas egie son reproducciones de ciertos personajes con una posición social
importante dentro del grupo (se trataría, por ejemplo, de caciques o jefes guerreros).
Esta interpretación se basa en relatos de cronistas españoles. El n de estas piezas
Viviana Sánchez Avendaño, Julio César Sánchez Herrera, Carlos Sánchez Avendaño • La guerra en los grupos... 55
consiste en reejar los rasgos del rostro, los cuales fueron elaborados con bastante
precisión para rememorar a estos “jefes difuntos” y estaría relacionada con el culto a
los antepasados y el tema de lo ceremonial con la práctica del sacricio humano para
honra de las deidades.
Pocos años después, Lines (1945) amplía el tema, incluyendo esculturas
antropomorfas con la representación completa de un individuo, en este caso el
usékara (según su denominación) o sacerdote. Nuevamente, a partir de fuentes
etnohistóricas, alude a la relación de estas piezas con “el ritual” del sacricio, por
lo que ofrece una clasicación a partir de tres momentos de dicha práctica: 1. “el
sacricador” (uno o dos personajes) sostiene una cabeza en una mano (en distintas
posiciones) y un arma en la otra mano, 2. “el sacerdote” sostiene con ambas manos
una cabeza y 3. “el sacerdote” muestra una cabeza colgando de una cuerda (en
varias posiciones).
Por su parte, Aguilar (1952) se reere a la importancia de la guerra dentro de
los grupos sociales antiguos, actividad ampliamente documentada por los cronistas
españoles, y cómo ello se ve reejado en la evidencia arqueológica a partir de la
escultórica en piedra. A esto Aguilar lo denomina “complejo bélico arqueológico”.
Para su análisis, este autor propone una clasicación en: a. guerreros con hacha, b.
guerreros con hacha y cabezas trofeo, c. ostentadores de trofeos, d. cabezas trofeo,
e. cuerpos trofeo, f. objetos varios con cabezas trofeo, g. prisioneros y h. jaguares-
cabezas trofeo.
Aguilar ofrece una detallada descripción y explicación de los componentes
de cada una de estas categorías y concluye reiterando el papel preponderante de la
guerra en estas sociedades, en cuyo caso uno de los principales nes era la captura de
enemigos y la obtención de trofeos, con la cabeza como uno de los más importantes.
Finalmente, Peytrequín (2022) reseña los puntos coincidentes en las interpre-
taciones de Lines y Aguilar; entre ellos, la asociación de los artefactos con el grupo
huetar (pueblo que habitaba en gran parte del Valle Central de la actual Costa Rica),
el carácter ceremonial develado en algunas de las piezas (signicado de las cabezas
egies) y parte de las características mostradas en los artefactos en referencia a la
indumentaria, los adornos y la pintura corporal, así como el papel de la inuencia
externa mesoamericana y sudamericana en las prácticas sociales de estos grupos
reejada en la evidencia.
Con base en lo anterior y en la analogía etnográca (basada en descripciones
de la cultura talamanqueña bribri-cabécar aparecidas en la segunda mitad del siglo
XX), el autor plantea su propia propuesta: este tipo de representaciones no alude ni a
guerreros ni a usékares, sino a especialistas ligados a la práctica de la decapitación,
“cuya función fue sostener y exhibir las cabezas en situaciones particulares” (Peytre-
quín, 2022, p.170). Estos habrían sido entrenados concretamente para esta actividad
al ocupar cierto estatus social y, por ello, al momento de su muerte habrían sido
enterrados con ciertas ofrendas alusivas a sus labores.
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Según este autor, los personajes representados en la estatuaria no son usékares,
ya que estos constituían individuos con un alto nivel social y prestigio con los cuales
no se podía tener contacto directo (a excepción de los caciques en ciertas ocasiones),
por lo que no habría sido posible que fueran representados en la estatuaria. Por otra
parte, tampoco podría tratarse de guerreros, dada la simplicidad de estos personajes,
lo que además se refuerza con lo indicado en recuentos etnográcos sobre los grupos
talamanqueños actuales en cuanto a la veda de entrar en contacto con un cadáver,
asociado este a un estado de impureza. Es por ello que un guerrero no solo no habría
podido ostentar la cabeza de su oponente, sino que, además, al exhibirla también
habría expuesto a la contaminación a todos aquellos que la miraran. En suma, la
propuesta de Peytrequín se fundamenta en que entre los talamanqueños solo ciertos
especialistas pueden manipular el cuerpo y evitar esta prohibición, lo que llevaría a
descartar la posibilidad de que en las estatuas se estén representando guerreros con
cabezas trofeo.
En el apartado “Análisis de los artefactos arqueológicosde este artículo se
retoman algunas de las ideas aquí expuestas en relación con nuestra propuesta de
análisis de los artefactos arqueológicos a la luz de las fuentes etnohistóricas y de
tradición oral de pueblos indígenas del presente.
LA GUERRA EN LAS FUENTES ETNOHISTÓRICAS
Como el tema que nos atañe ha sido tratado con detalle por diversos histo-
riadores, en este apartado se presenta una reseña comentada de los principales
aspectos sistematizados por ellos. La información se ilustra con algunos extractos
de documentos provenientes de las crónicas coloniales y de las postrimerías del
siglo XIX.
En primer lugar, resulta fundamental tratar de entender en qué consistía la
guerra para estos grupos. A partir del análisis de las fuentes históricas, Ibarra (2012,
p. XIV) ofrece la siguiente denición acerca de esta faceta de los grupos sociales
antiguos: “la guerra entre los pueblos indígenas ha de entenderse como enfrenta-
mientos, por lo general, grupales, en los que se luchaba cuerpo a cuerpo, con la
clara disposición a morir en la lucha. Se trataba de hostilidades maniestas hacia
enemigos”.
En los relatos de los cronistas y misioneros españoles que visitaron el actual
territorio costarricense, entre los que se pueden mencionar a Jerónimo Benzoni en
1544, Juan Vázquez de Coronado en 1563 o Manuel de Urcullu en 1763, se señalan
la belicosidad y los constantes conictos que se producían entre estos grupos como
una de sus características. Por ejemplo, Fernández (1976a, p. 96) alude a ello en estos
términos: “Los yndios, que son por extremo guerreros y belicosos y estan siempre en
armas por las guerras que con sus comarcanos tienen”.
Viviana Sánchez Avendaño, Julio César Sánchez Herrera, Carlos Sánchez Avendaño • La guerra en los grupos... 77
La guerra era una práctica extendida en casi todo el territorio. Los
enfrentamientos armados tenían lugar entre los distintos grupos: los nicaraos contra
los chorotegas, los quepos contra los couto (cotos), los votos contra el cacique
Garabito, los térrabas contra los chánguinas, entre otros (Ibarra, 1998). Más adelante,
estos conictos también ocurrieron contra los misioneros y soldados españoles,
quienes llegaron a partir de 1502.
Las causas para estos enfrentamientos entre los distintos grupos sociales giran en
torno a tres causas. La primera de ellas es la necesidad de venganza ante alguna agresión
u ofensa generada contra la familia; por ejemplo, la muerte o secuestro de alguno de los
miembros, el daño a una vivienda, el robo de bienes, la ocupación de territorios ajenos
y, en asociación con esto último, la competición por mejores zonas para el desarrollo
agrícola (Aguilar, 1952; Boza et al., 2017; Ferrero, 1975; Ibarra, 2012).
La segunda causa es la toma de cautivos. Según las fuentes históricas, el obje-
tivo de la guerra consistía en esclavizar a los hombres y secuestrar a las mujeres y a
los niños, para distintos nes, como por ejemplo para que realizaran labores agrícolas
o para intercambiarlos por bienes. La captura y subsecuente esclavización de la pobla-
ción indígena, primero por parte de un mismo grupo indoamericano y, posteriormente,
por parte de los españoles, fue una acción muy común. Además, se menciona la toma
de prisioneros cada cierto tiempo con el n de ofrecerlos como sacricio o para su
venta (Aguilar, 1952; Boza et al., 2017; Ferrero, 1985; Ibarra, 2012).
La tercera de las causas que generaban el conicto estaba orientada a la exis-
tencia de un sentido de identidad, bajo el cual cada grupo se reconocía culturalmente
como parte de un colectivo que habitaba un territorio y poseía ciertas costumbres
y tradiciones. Por tanto, los enfrentamientos se producían contra el “otro cultural”
con base en la diferencia. En este sentido, la guerra entablada contra los españoles
signicaba, además, una estrategia de supervivencia encaminada a combatir a aquel
que buscaba instaurar un sistema social, religioso, político, económico e ideológico
distinto (Ibarra, 1998).
Dentro de la cotidianeidad de estos grupos sociales, la guerra era una actividad
común, la cual demandaba preparación en el manejo de las armas y planicación de
las estrategias por seguir. Requería de una organización de la cual dependía la vida
de los involucrados; no obstante, las fuentes históricas dan cuenta de que se trataba
de una actividad gustada y deseada (Ibarra, 2012). Los guerreros principalmente eran
hombres, aunque Vázquez de Coronado (1964) alude a la participación de mujeres
durante la batalla, quienes colaboraban en la entrega de armas (varas y lanzas) y,
además, participaban en los enfrentamientos tirándoles piedras a los enemigos.
Los guerreros eran personas con un amplio entrenamiento, que iniciaba desde
jóvenes, utilizando los juegos infantiles (por ejemplo, de tiro al blanco) como medio
para el desarrollo de las habilidades requeridas en batalla, como la puntería con las
echas. Al momento de la batalla, los guerreros se distinguían por el uso de pintura
corporal y de ciertos adornos o colocación de objetos como una manifestación física
de preparación para la lucha. El uso de este tipo de distintivos servía también como
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expresión de honor, orgullo y poder para los ganadores (Aguilar, 1952; Ibarra, 2012).
Así alude a esta parafernalia fray Manuel de Urcullu en 1763, cuyo recuerdo se
conservó en la tradición oral bribri-cabécar y teribe, como se verá en el apartado 4:
La mayor gala de estos bárbaros es estar muy pintados de negro por todo el
cuerpo, (…) Cuando en la guerra matan algún enemigo se abren un hoyo con una
estaquita de palo fuerte y se barrenan la ternilla de la nariz como también el labio
inferior; y abiertos estos dos hoyos, se ponen en cada uno un huesito (...) estos
dos huesos son por la primera muerte, y por las otras que van haciendo se vuelven
á agujerear el labio inferior y se ponen otros dos ó cuatro huesecitos. También
se agujerean las orejas alrededor, y en los hoyos se clavan unas pajas (...); y todo
esto es para ostentar valentía y hacerse temer (Fernández, 1976b, p.281)
Eran comunes el uso de pigmentos obtenidos de las plantas para elaborar
pinturas rojas y negras con el propósito de adornarse el cuerpo; el hacerse tatuajes
corporales en ciertas zonas muy visibles en color azul; y la perforación nasal, de
orejas y labios para colocarse “insignias”, muchas veces fabricadas a partir de huesos
de las víctimas (Aguilar, 1952; Boza et al., 2017; Ferrero, 1985).
La pintura corporal, según las fuentes, era uno de los distintivos más impor-
tantes durante los enfrentamientos, y podía responder a tres funciones: como refuerzo
de la imagen de agresividad, como incentivo psicológico para el guerrero y como
estrategia para ocultar posibles heridas sangrantes mediante la tonalidad bermellón
de la pintura (Ibarra, 2012).
Otro de los distintivos de los guerreros era su peinado. De acuerdo con Ferrero
(1975), Fernández de Oviedo indicaba que estos podían usar parte de la cabeza
rapada (mitad de adelante y aladares), una coleta que abarcaba de oreja a oreja desde
la coronilla o el cabello de la corona y en medio de esta un eco más alto. Otros
llevaban cabelleras más largas y lucían distintos tipos de trenzados sobre la cabeza.
Si bien los guerreros ostentaban una posición social importante dentro del
grupo, sobresalía una gura de mayor rango que también se asocia a la guerra: el
chamán, quien estuvo presente dentro de este contexto y parece ocupar una posición
central, dada la cosmovisión indígena hombre-naturaleza según la cual los conictos
eran desarrollados en el plano físico por los guerreros, pero también en un espacio
mágico-intelectual, en el cual los chamanes intervenían para favorecer a su grupo
(Ibarra, 1998, 2012). En los enfrentamientos, la gura del chamán acompañaba espi-
ritualmente a los guerreros y estaba presente en la organización de la actividad, al
ofrecer su guía y motivación a través de su conocimiento.
En cuanto a las estrategias de guerra utilizadas, las crónicas españolas
coinciden en que una táctica indispensable era el ataque furtivo y sorpresivo, aunque
también era común emplear la técnica de la emboscada (Boza et al., 2017; Ibarra,
1998, 2012). La respuesta defensiva más utilizada contra este tipo de ataques era la
huida. Dado que se sabía que el enfrentamiento directo podía terminar en la pérdida
de muchas personas, se optaba por abandonar el lugar (Boza et al., 2017).
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Otra estrategia, mucho más planicada y organizada, radicaba en impedir el
paso de los enemigos, por ejemplo cortando los puentes de hamaca sobre los ríos o
abriendo fosas profundas en cuyo fondo se enterraban estacas con puntas, que eran
tapadas con maleza y hojas, lo cual provocaba que el enemigo no se percatara del
peligro y cayera (Boza et al., 2017; Ibarra, 2012). Esta táctica se recuerda en la tradi-
ción oral de grupos de la actualidad.
Una última estrategia podría estar relacionada con lo mencionado anteriormente
respecto al uso de pintura corporal para crear una imagen del guerrero haciéndolo
parecer más agresivo y feroz. Ello, sumado a un ataque en grupo y el uso de ruido (gritos
y sonidos de tambores o caracoles), promovía una sensación de temor en las víctimas.
Como se verá más adelante, en la tradición oral boruca se documenta esta táctica.
Otro aspecto fundamental de las prácticas guerreras es el que atañe a las armas
utilizadas durante las luchas, tanto las defensivas como las ofensivas. Las primeras
estaban dirigidas a la protección del guerrero. Destacan dos implementos: los corse-
letes de algodón, los cuales podrían considerarse como un tipo de traje muy grueso,
con el cual los guerreros se protegían de posibles heridas desde el área del abdomen
hasta las rodillas y parte de los brazos; y las rodelas tejidas o elaboradas del cuero
de algunos animales, incluyendo la piel de la danta, que podrían describirse como un
tipo de escudo (Ibarra, 1998, 2012). Tales escudos de cuero de danta se mencionan
en la tradición oral de pueblos como el bribri y el teribe.
Por su parte, las armas ofensivas eran aquellas empleadas para el ataque.
Destacaban el arco y la fecha como una de las más generalizadas y con una amplia
variedad. Las fuentes también hacen referencia a las lanzas, macanas, garrotes, hachas
y piedras (Ferrero, 1975; Ibarra, 1998, 2012). Las lanzas, las echas y los arcos cons-
tituyen las armas recurrentes en las narraciones tradicionales de los pueblos de la
actualidad. William Gabb, para nales del siglo XIX, menciona lo siguiente:
Por lo que toca á sus armas (…) poseen arcos hechos de una especie de palmera
muy fuerte. Son derechos, y generalmente como de cinco pies de largo. (...) Las
echas son de tres clases. Todas miden de dos y medio á tres pies de largo (…).
En las riñas usan un garrote de más de seis pies de largo, de casi una pulgada
de espesor, como de dos de ancho, y hecho de la misma madera (...). Es muy
pesado y lo asen con los dedos y pulgares de ambas manos, de manera que
pueden defenderse de los golpes (Fernández, 1883, p. 373).
Tal y como se mencionó, una de las causas para la guerra era la toma de prisio-
neros para distintos nes. Ibarra (1998, 2012) establece la necesidad de diferenciar
entre los cautivos y aquellos que terminaban como esclavos. Quienes eran apresados
durante los enfrentamientos podían convertirse en esclavos y servir a otros o a la
comunidad, y de esta forma salvarse. Entre estos se contaban principalmente mujeres
y niños, aunque también podía haber hombres. Estas personas entraban a formar
parte del grupo social, ya que se quedaban en los pueblos de sus captores, aprendían
sus costumbres y lenguas, y sufrían un proceso de aculturación, cuyo sustento era la
realización de labores relacionadas con la esfera doméstica.
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Una de las posibilidades que se menciona en las crónicas es que esta vida
de servicio culminara con la muerte de la persona a la cual se servía, ya que los
esclavos eran asesinados y enterrados con su “señor” como un acto de sacricio
ceremonial (Ferrero, 1985; Ibarra, 2012). Así lo declara fray Manuel de Urcullu: “si
tiene esclavo también lo matan y lo entierran, y encima ponen los huesos del difunto.
El esclavo es para que le sirva en la otra vida (…) Si había hecho muertes, allí cerca
le ponen las calaveras de los que había muerto y clavan también sus lanzas y echas”
(Fernández, 1976b, p. 284)
Las fuentes históricas indican que una de las prácticas más comunes dentro del
contexto de guerra fue el asesinato de los prisioneros en el momento de la batalla. A
este respecto, destaca la mención de la decapitación del enemigo vencido. Las crónicas
españolas mencionan la importancia de tomar ciertas partes corporales como trofeos de
guerra, entre las que sobresale la cabeza como uno de los principales (Aguilar, 1952;
Ferrero, 1975; Ibarra, 2012). Por ejemplo, para 1543, Vázquez de Coronado narra que en
el Pacíco Sur encontró gran cantidad de hombres muertos y cabezas. Estos habían sido
capturados y asesinados durante los enfrentamientos; su cabeza era considerada un trofeo
(Ibarra, 2012). Así lo relata Jerónimo Benzoni en 1544 (Fernández, 1975, p. 55-56):
con espantosos gritos y ruido, (...), todos pintados de rojo y de negro, con
plumajes y joyas de oro al cuello y otros arreos, como se acostumbra en todas
estas naciones de Indias cuando van a la guerra (…) fuimos en breve matados
con piedras y macanas, (…) hallamos que habían cortado y llevádose la cabeza,
pies y manos del Gobernador [Diego Gutiérrez].
La corta de cabezas aporta un simbolismo a partir no solo de la derrota del
enemigo con su muerte y decapitación, sino también como un mensaje de amenaza
hacia los demás grupos sociales, puesto que es evidencia de la peligrosidad del
guerrero triunfador (Ibarra, 2012).
LA GUERRA EN LA TRADICIÓN ORAL DE PUEBLOS
INDÍGENAS ACTUALES DE COSTA RICA
El tema de los enfrentamientos bélicos entre distintos grupos aparece en
algunos de los textos de tradición oral de los diversos pueblos indígenas del actual
territorio de Costa Rica y áreas circunvecinas1. Debe entenderse que los relatos han
sido documentados, fundamentalmente, a partir de la segunda mitad del siglo XX,
de modo que algunas de las versiones probablemente han incorporado modica-
ciones diversas en el proceso de transmisión (Sánchez, 2022). Pese a ello, con toda
seguridad gran parte de ellas son de “tradicionalidad prehispánica”, lo cual quiere
decir que su origen y su conguración discursiva son anteriores al inicio del proceso
de conquista y colonización españolas (Sánchez, 2022), mientras que otras aluden a
acontecimientos que tuvieron lugar en la época colonial o republicana.
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Tales enfrentamientos siempre implican dos grupos que se maniestan hosti-
lidad por diversas razones. La naturaleza de las partes implicadas puede clasicarse
en tres tipos: a. seres sobrenaturales enemigos unos de otros que luchan por el poder
y el control de la creación o por la preservación de un status quo, o bien que persi-
guen vengarse de una afrenta; b. seres humanos que luchan con un ser sobrenatural
que constituye una amenaza; y c. seres humanos que compiten por los recursos y
el dominio del entorno, o bien que intentan subyugar a las personas de uno de los
grupos. Dentro de este tercer tipo, uno de los grupos rivales puede ser un advenedizo
en la región (por ejemplo, españoles o indígenas misquitos) y el otro es indígena
local, o bien ambos son originarios de la zona.
Si bien los colectivos enfrentados dieren entre sí, las armas y las prácticas
de guerra, sean cuales sean los grupos enemigos (seres sobrenaturales o humanos),
son las mismas para cada pueblo indígena e incluso una gran parte de las prácticas y
las armas es compartida por todos los grupos. Así, las armas consisten, básicamente,
en arcos, echas, lanzas y escudos, además de algún objeto mágico o especial en
algunos casos. Las prácticas incluyen emboscadas y trampas o estrategias de engaño
y confusión, luchas a una distancia relativamente corta con echas y lanzas, y mani-
pulación mágica de los eventos o intervención de algún personaje tradicional de alto
estatus político-religioso (el “chamán”).
Las batallas temporalmente más antiguas serían aquellas en las que pelean
entre sí seres sobrenaturales o primigenios en términos cosmogónicos, pues corres-
ponden al illo tempore mitológico (Eliade, 2000). En estas, el motivo del enfrenta-
miento suele ser el dominio de la creación, sea que esta esté consumada o que se
encuentre por realizarse. Así, por ejemplo, en la tradición bribri-cabécar, una de
las luchas más relevantes es la acaecida entre el dios y héroe cultural Sibö y el ser
denominado Sòrkula, quienes, luego de varios encuentros y engaños, se enzarzan en
un enfrentamiento con lanzas, del cual sale vencedor Sibö tras matar a su enemigo
(Bozzoli, 1977b; Bozzoli y Cubero, 1987; Stewart, 1995).
El tipo de lanza empleado se denomina kët en bribri y se describe como una
“lanza corta de doble punta” (Bozzoli, 1977b, p. 67), como “arma en forma alargada,
de astilla de pejibaye, con puntas en los dos extremos” (Bozzoli, 1977a, p. 184) y
como “arma de guerra de punta aguda, construida con madera de pejibaye y, a veces,
dotada de un metal loso” (Stewart, 1995, p.s.p.). Este tipo de lanza se cita en un
relato como la utilizada también por los bulu’pa ‘reyes’ en sus luchas contra otros
grupos para aniquilarlos y hacerse con sus riquezas (Bozzoli, 1977a, p. 184), así
como en una narración acerca de la guerra de los bribris contra los térrabas (Bozzoli,
1977b, p. 77), de la que se hablará más adelante.
En cuanto a las narraciones acerca de guerras entre grupos humanos, la
práctica de la decapitación aparece en un relato teribe incluido en IETSAY (2001)
acerca de los altercados de este grupo con los misquitos. En este caso, la causa que
desencadena la guerra es el rapto de las mujeres teribes por parte del grupo foráneo,
aprovechando que los hombres habían huido por el arribo de muchos guerreros
Diálogos Revista Electrónica de Historia, 24(2): 1-31. Julio-diciembre, 2023. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica1212
misquitos y habían dejado sus casas, alimentos y mujeres desprotegidos. La táctica
empleada por los teribes para recuperarlas consistió en emboscar a los misquitos en
un estrecho y matarlos a todos con lanzas desde un alto. Los misquitos no pudieron
defenderse del ataque, pues todas sus armas las cargaban las mujeres prisioneras.
Pasado un tiempo, ya en sus casas, las mujeres dieron a luz hijos de los misquitos, a
quienes mataron y les cortaron la cabeza. Es decir, aparece aquí la decapitación no
de los guerreros enemigos vencidos en batalla, sino de su progenie.
También de tradición naso es el relato del héroe cultural llamado ɫökës (escrito
Rukës en Quesada, 2002), recogido en IETSAY (2001), el cual brinda mucha infor-
mación acerca del atuendo de un guerrero y la cultura guerrera. Este personaje nació
predestinado para la guerra y “toda su vida era una guerra” (IETSAY, 2001, p. 93):
desde temprana edad jugaba con echas, lanzas y escudos de piel de danta; fue entre-
nado en las artes bélicas por Tjër, una divinidad sabia de suma relevancia para los
nasos; tenía un tatuaje congénito que lo distinguía de los demás y dientes de jaguar
incrustados en los labios; portaba una especie de corona con plumas rojizas de águila
arpía y adiestraba para la guerra a los jóvenes desde pequeños. En batalla, empleaba
un cuero de macho de monte, extraído de la sección gruesa del lomo, el cual lo
protegía de las lanzas. Fuera de batalla, siempre andaba una gran lanza en la mano,
preparado para luchar con sus enemigos.
El escudo elaborado con piel de danta (tapir) aparece en distintos relatos
teribes. En un texto en IETSAY (2001) se indica que los teribes en batalla utilizaban
escudos fabricados con cuero de danta, casi del tamaño de un hombre, para prote-
gerse de las lanzas y las echas de sus contrincantes. En una historia recogida por
Quesada (2002, p. 107-112) se expone mucha más información al respecto: después
de cazar al animal, la piel se lavaba y se ponía a secar al fuego a lo largo de varios
días hasta que quedara bien seca y dura. Una vez pasado este proceso, las echas
no lograban atravesar los escudos, sino que chocaban contra estos. Otras prácticas
bélicas de los antiguos teribes consistían en atravesarse las fosas nasales con huesos
(también la boca, de acuerdo con otro relato contenido en Quesada, 2002), cargar los
familiares y ayudantes de los guerreros los haces de echas, y elaborar las madres
chicha para alimentar a los guerreros.
Según se anota en Quesada (2002, p. 128), “el llevar huesos que les atrave-
saban la nariz y la boca era señal de pericia, experiencia y sabiduría”, pues “cada
hueso representaba a un enemigo muerto”. Esta práctica de decoración corporal se
rearma en un breve texto bribri acerca de un personaje teribe llamado Solbó, quien
ostentaba huesos en las orejas y la barba y mataba a los bribris (Bozzoli, 1977b, p.
76-77). También se incluye en un relato bribri (Bozzoli y Cubero, 1983a), en el cual
se explica que los huesos se agregaban a la cara a modo de colmillos, para simular un
jaguar o un lagarto, y que la cantidad de huesos que portaba un individuo indicaba el
número de personas que había matado. Una versión bribri incluida en Bozzoli (1982)
alude a que los guerreros jefes talamanqueños se pintaban el cuerpo como felinos y
que también se insertaban huesos en los labios, uno por cada persona que mataban.
Viviana Sánchez Avendaño, Julio César Sánchez Herrera, Carlos Sánchez Avendaño • La guerra en los grupos... 1313
En la narración naso sobre ɫökës ya comentada se hace referencia tangen-
cialmente a la guerra de los teribes con los talamanqueños (bribris y cabécares),
uno de los relatos para los cuales se han documentado más versiones. En la historia
de ɫökës, se cuenta que los teribes perseguían hasta sus lugares a los enemigos que
no lograban matar en batalla. Una vez en los territorios de estos, aprovechaban las
actividades como las chichadas para acabar con sus opositores. Así vencieron a los
talamanqueños.
En el breve relato incluido en IETSAY (2001) especícamente sobre la guerra
contra los talamanqueños, se alude a otra táctica de guerra: los talamanqueños cavaron
una gran fosa en la tierra durante la noche a modo de trampa para los teribes, pero
estos no cayeron en esta, sino que los atacaron y, en su huida, fueron los mismos tala-
manqueños quienes cayeron en el hueco. También los indígenas llamados “conejos”
en la tradición oral teribe recurrieron a esta estrategia: cavaron una fosa y la llenaron
de echas con las puntas hacia arriba, pero fueron ellos mismos quienes sucum-
bieron a su trampa ante el ataque de los teribes.
En lo relativo a la guerra sostenida entre los talamanqueños y los teribes,
en la extensa y detallada versión en lengua naso publicada por Quesada (2002) se
anota que, con anterioridad a la llegada de los “blancos” (siwa), los teribes solían
luchar con los chánguenas (wring), los bribris y los misquitos, lo cual constituye
una muestra más de la memoria histórica que aún se guarda -al menos hasta fecha
reciente- entre los pueblos amerindios en torno a los enfrentamientos bélicos que se
libraban continuamente en la región entre distintos colectivos por el control de los
recursos y los territorios, además de por revanchismo. La guerra con los bribris, en
particular, se desató, sin motivo aparente en la mencionada narración, cuando estos
entraron a territorio teribe con el propósito de matar a los niños y a las mujeres. Los
teribes persiguieron a los bribris hasta una angostura, lugar en el que se desarrolló
una batalla con echas en la que se produjo una gran matanza.
Los teribes, por su parte, decapitaban a los guerreros bribris que mataban, se
llevaban la cabeza a su territorio y “las bailaban”, “ritual que consistía precisamente
en bailar alrededor de la cabeza cortada para celebrar la victoria” (Quesada, 2002, p.
128-129). Esta celebración duraba ocho días e incluía el consumo de chicha. Luego
de que los bribris tomaron venganza al entrar en territorio teribe de nuevo y matar a
mucha gente, los teribes fueron a territorio bribri y encontraron a un anciano en su
casa. Lo mataron, lo decapitaron y se llevaron la cabeza. Esta, sin embargo, los iba
mordiendo en el trayecto, hasta que le ensartaron un palo para cargarla hasta su terri-
torio. Una vez allí, la colgaron para ahumarla, pero de la sangre que brotaba de ella
surgió un felino que creció muy rápido. El felino se refugió en la selva y se comía
a todo el que salía a bañarse al río, a recoger leña, a cazar o a trabajar. Por más que
lo intentaban, no lograban matarlo. Este se marchó al tiempo junto con una niña a
quien los teribes mantenían cautiva y a la que el felino no le hacía daño, pues era su
hermana.
Diálogos Revista Electrónica de Historia, 24(2): 1-31. Julio-diciembre, 2023. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica1414
Otra versión teribe agrega otros detalles previos al episodio del jaguar surgido
de la cabeza (Bozzoli y Cubero, 1983b; Bozzoli y Murillo, 1983, 1984). En esta
historia se relata que un hombre bribri que se había criado entre los nasos expresó
que un día les cortaría la cabeza a dos de ellos y se las llevaría a modo de trofeo
cuando regresara a Talamanca. Los presentes le manifestaron la misma amenaza.
Tiempo después, este hombre regresó con los bribris y les contó sobre lo acontecido.
Como consecuencia, los bribris se prepararon para atacar con arcos y echas y prote-
gerse con escudos de cuero de danta. Los condujo el hombre criado entre los teribes.
Al llegar al primer poblado teribe, ya de noche, exterminaron a las mujeres y a
los niños, pues los hombres habían salido de cacería. Un joven que logró escapar les
narró lo sucedido a los teribes cuando estos regresaron. Ello desata una guerra que se
desarrolla en varias batallas y se incluyen algunos otros detalles, como una mención
tangencial a la guerra entre los teribes y los guaymíes, durante la cual los teribes
viajaban con echas y “el cuero de venado pegado al pecho” (Bozzoli y Murillo,
1983, p. 8). Cuando los teribes incursionan en territorio cabécar, encuentran a un
anciano subido en un árbol cazando pájaros con cerbatana, los cuales recogía su nieta
del suelo ya muertos. A este es a quien le cortan la cabeza para celebrar la esta. El
resto del relato discurre casi de la misma forma ya reseñada.
Más o menos esta es la trama central que se desarrolla también, con mayor
o menor elaboración, en varias versiones bribris y cabécares documentadas. Las
versiones talamanqueñas, del mismo modo, parecen remitir a una antigua rivalidad
de origen poco claro entre ambos pueblos, anterior a los hechos narrados en torno
a la guerra. Así, en uno de los relatos (Bozzoli, 1977b, p. 77), la guerra acontece
como resultado de que los térrabas entraban a territorio bribri y mataban a alguna
mujer. Como respuesta, los bribris les tienden una emboscada en el camino y los
matan con las lanzas kët y con echas, o bien mediante trampas en la tierra en cuyo
fondo ponen algo con punta losa (la estrategia de las trampas de hueco también se
atribuye a los teribes en un relato incluido en Bozzoli (1982)). Otra versión bribri
también se reere a las lanzas con punta de pejibaye y al trozo de cuero de danta
empleado como escudo por los teribes (Bozzoli y Cubero, 1983a).
En las versiones bribris y cabécares (Bozzoli, 1977b, p: 77-81; 1982, p. 1-4;
Bozzoli y Cubero 1983a, p. 7-8; Bozzoli y Murillo, 1983, p. 7-9; 1984, p. 24-25;
Stone, 1961, p. 106-108), el hombre al que matan los nasos es un kapá o usêköl, el
cargo tradicional de más alto rango de la religión tradicional bribri-cabécar. Este se
encontraba subido en un árbol cazando pájaros con una cerbatana. Cuando los nasos
lo divisan, lo matan con sus echas y lo decapitan, o bien lo matan con una lanza
una vez que este desciende. Luego se llevan la cabeza del hombre y a la niña que lo
acompañaba (su sobrina, en algunos relatos). La cabeza la cargan con un palo atra-
vesado, un bejuco o sobre una barbacoa, o bien asida por un bejuco y llevándola en
la espalda, pero en todos los casos se pasa mordiendo a su portador o se cae constan-
temente al cortar el bejuco o mecate durante la travesía, motivo por el cual encargan
a la niña cargarla.
Viviana Sánchez Avendaño, Julio César Sánchez Herrera, Carlos Sánchez Avendaño • La guerra en los grupos... 1515
Una vez en el territorio teribe, el objetivo es “hacerle una esta” a la cabeza
con cantos durante cuatro días (según la versión recogida en Bozzoli y Murillo
(1984), esta ceremonia se realizaba cuando se trataba de un enemigo con el rango
de jefe). Sin embargo, de la cabeza surge un animal que crece poco a poco con el
tiempo, hasta convertirse en un gran felino. Este primero mata a los animales del
pueblo y luego arremete contra las personas (pero no contra los bribris capturados,
según se detalla en una de las versiones), a las que casi aniquila por completo, pese
a los varios intentos de los teribes de matarlo ellos o con la ayuda de otros seres.
Finalmente, el jaguar regresa al territorio bribri con la niña. En la versión recogida
por Stone (1961), los teribes no solo le cortan la cabeza al usêköl, sino también a
otros cabécares, y se las llevan todas. En el trayecto, estas hacían un ruido horrible
con sus dientes. Asimismo, se indica que el jaguar salido de la cabeza no exterminó
por completo a los teribes a solicitud de Sibö.
Una versión bribri inserta dentro de un relato sobre otros temas alude a un
bulu’ ‘rey’ que fue atado y decapitado por los térrabas, quienes luego usaron su
cabeza (tras vaciarle el cerebro y dejar solo el cráneo) como jícara o calabaza para
cargar agua (Bozzoli, 1977a, p. 184). Este uso del cráneo también se menciona en la
versión incluida en Bozzoli (1982) y en otra recogida por Stone (1961), quien agrega
el detalle de que, además, las cabezas se cocinaban, se secaban y se guardaban
en algunas casas. En otra historia incluida en Stone (1961, p. 108-109) acerca del
enfrentamiento entre los chánguinas y los bribris de Cabagra frente a los cabécares,
se cuenta que los primeros les cortaban la cabeza a los segundos (las personas de
Ujarrás y de Talamanca) y posteriormente se tomaban la sangre “llamándola cacao”.
El último tipo de enfrentamiento en la tradición oral es aquel referido a las luchas
con los conquistadores españoles que buscan hacerse con las riquezas del grupo indí-
gena. Un relato boruca recogido en Constenla y Maroto (1979) se reere precisamente a
varias batallas de este grupo contra los sívcua; es decir, los no borucas ni indígenas. De
acuerdo con Constenla (Constenla y Maroto, 1979, p. 36), los acontecimientos narrados
podrían corresponder a la incursión de españoles en el siglo XVII en territorio boruca.
En el relato, ante la inminente llegada de los conquistadores, los borucas prepa-
raron sus echas y arcos, así como un gran hoyo para enterrarse con sus riquezas.
Una de las estrategias empleadas para amedrentar a los españoles consistió en rugir
como jaguares y chanchos de monte en la selva. Además, los borucas les tiraban
echas envenenadas y los enceguecían al reejar la luz solar con un gran objeto de
oro con forma de comal, con lo cual lograron vencerlos.
La práctica de cortar la cabeza aparece de nuevo en un relato cabécar recogido
por Stone (1961, p.110). En este, los cabécares emplearon los cuchillos que los
mismos españoles les habían enseñado a utilizar, los cuales habían alado por dos
días con el n de decapitarlos, tras lo cual tiraron sus cuerpos en un pantano. De esta
forma, ante la recurrencia de su mención en relatos de pueblos del sureste del istmo
centroamericano, queda evidenciado que la decapitación era una práctica común en
sus guerras y en los conictos con sus enemigos.
Diálogos Revista Electrónica de Historia, 24(2): 1-31. Julio-diciembre, 2023. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica1616
Al nalizar este apartado, debe subrayarse que somos conscientes de que los
relatos reseñados corresponden a pueblos históricos, cuyo vínculo con las sociedades
antiguas que crearon los artefactos arqueológicos no está claramente establecido.
Sin embargo, consideramos que la información acerca de los motivos para enta-
blar enfrentamientos bélicos, así como de las prácticas y las armas ligadas a estos,
presente en la tradición oral documentada en el siglo XX, con toda probabilidad
guarda el recuerdo del contexto regional en el que se produjeron los artefactos, sin
que ello implique necesariamente una relación de continuidad etnocultural entre las
sociedades del pasado y las del presente.
Esto cobra particular relevancia a la hora de interpretar las piezas arqueo-
lógicas, pues la extrapolación directa de aspectos culturales (como los relativos
al mundo religioso y simbólico) de los pueblos históricos a los del pasado debe
realizarse con suma cautela, como tendremos ocasión de comentar seguidamente a
propósito del análisis de Peytrequín.
ANÁLISIS DE LOS ARTEFACTOS ARQUEOLÓGICOS
A continuación, el análisis de la evidencia arqueológica se realiza en dos
líneas. Primero, se estudian las características concretas de la representación de una
simbología que distingue a los guerreros dentro de la estatuaria en piedra en asocia-
ción con la presencia de armas. Segundo, se examina la muestra de algunas de las
prácticas señaladas en las fuentes históricas y de tradición oral vinculadas con la
guerra.
Representaciones de guerreros
Tal y como se indica en las fuentes antes mencionadas, durante la época
antigua la gura del guerrero dentro del grupo social era de importancia, ya que
esta era una actividad sumamente frecuente, que demandaba preparación y que, por
ende, era esperada por los guerreros. Tanto los relatos de cronistas como la tradición
oral documentada de poblaciones indígenas actuales evidencian la cotidianidad de la
guerra, primero entre grupos nativos y luego con los extranjeros que llegaron a este
territorio.
Por ello, es posible inferir que la representación de estos personajes fuera
algo común dentro de la evidencia arqueológica, como reejo de una actividad
importante de la cultura de los grupos e inserta dentro de la identidad misma de
los guerreros. Estos personajes, además de que ostentaban cierta posición en un
nivel social, eran quienes procuraban saldar afrentas y se encargaban de la defensa
de territorios o del grupo, así como de la obtención de bienes y prisioneros para
distintos nes.
Viviana Sánchez Avendaño, Julio César Sánchez Herrera, Carlos Sánchez Avendaño • La guerra en los grupos... 1717
El conjunto de esculturas antropomorfas analizadas en el presente trabajo
fueron recuperadas en su mayoría de la Región Arqueológica Central2. El primer
grupo contiene como motivo principal la representación de un personaje mascu-
lino de pie, el cual en este caso se denomina “guerrero”. Estos individuos eran
todos hombres, con buena contextura física. Esta última condición era signo del
tipo de labor que ejercían dentro del grupo. En la Figura 2, se observa la muestra
utilizada.
Figura 2. Esculturas antropomorfas de guerreros que se encuentran en la colección del Museo Nacional de Costa
Rica.
En todas las esculturas, se observa que el individuo sostiene un arma en su
mano derecha o izquierda: un hacha enmangada. En la mayoría de los casos, esta
hacha está sujeta con el brazo exionado por encima del hombro; solamente en
las últimas imágenes el individuo la sostiene junto a su pecho, con el brazo exten-
dido junto a su pierna. Tanto las crónicas como los relatos de tradición oral (aunque
marginalmente en este segundo tipo de fuente) mencionan las hachas como parte de
la variedad de armas utilizadas durante los enfrentamientos.
Se trata de un arma de tipo ofensivo. Respecto a sus características, concor-
damos con lo señalado por Aguilar (1952) en lo relativo a que las hachas dobles
de poco grosor y bordes elaborados (alados), con mango exible de forma
cilíndrica, el cual estaba atado por el cuello mediante posibles correas de bejuco
o cuero (con un acabado trenzado), son las que ofrecen la eciencia requerida
Diálogos Revista Electrónica de Historia, 24(2): 1-31. Julio-diciembre, 2023. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica1818
durante un ataque, debido a que este tipo de instrumentos fue elaborado para herir
y matar, lo cual refuerza aquello que se quiere representar en la escultura de un
hombre vencedor en batalla.
Una segunda arma que se observa en las esculturas es de tipo defensivo.
Está presente en tres de los artefactos. Se trata de una estilización del corselete de
algodón, el cual es mencionado por Ibarra (1998, 2012) como un traje para protec-
ción de gran parte del cuerpo. En este caso, se observa una especie de “faja” colocada
en la cintura, la cual muestra una textura elaborada a partir de la talla de patrones
geométricos, especialmente triángulos y rombos.
Otra de las características que distinguían a los guerreros, con base en lo plan-
teado por distintas fuentes (Aguilar, 1952; Boza et al., 2017; Ferrero, 1985; Quesada,
2002), y que es posible observar en las esculturas, es la presencia de perforaciones
en las orejas, posiblemente para la colocación de las “insignias”, las cuales -según se
menciona- usualmente estaban hechas con los huesos de las víctimas. Estas consti-
tuían una forma de evidenciar la cantidad de muertos por cada guerrero.
Otro rasgo clave es el peinado. Siguiendo lo descrito por Fernández de Oviedo,
todas las esculturas presentan trenzados, algunos bastante complejos. A partir de esta
referencia, es posible indicar que estos personajes tenían el cabello largo y que lo
trenzaban haciendo distintos diseños, incluso en varias direcciones en un mismo
individuo. Se observan, por ejemplo, trenzas colocadas verticalmente u horizontal-
mente, otras rodeando la mitad de la cabeza (desde la frente a la nuca) o la combina-
ción de las anteriores.
Un segundo elemento central en las esculturas es la presencia de una cabeza
que fue escindida, la cual pertenece a la víctima vencida. En la muestra analizada se
presentan dos variantes. En la primera, se representa a los guerreros sosteniendo en uno
de sus brazos la cabeza escindida. En la mayoría de los casos, esta se encuentra colocada
en posición vertical; sin embargo, también se presentan cambios en su colocación, tal y
como se puede observar en la primera pieza, en la cual la cabeza está sostenida de lado.
La segunda variante se observa en las tres piezas ubicadas en la parte inferior
de la Figura 2. En estas, la cabeza escindida está sostenida de una soga y cuelga de
uno de los hombros (derecho o izquierdo) o de la cabeza del guerrero, en posición
normal o invertida. En algunos de los relatos de tradición oral se describe que se tenía
como costumbre, luego de cortar la cabeza, atravesarla con la punta de la lanza por el
oricio de la oreja de un lado a otro y por allí pasar la soga, con el n de transportarla.
Aguilar (1952) también hace referencia a un artefacto encontrado en las llanuras de
Santa Clara, en el cual se atravesó un cordel desde la parte superior de la cabeza hasta
la fosa posterior del cráneo. Lo anterior concuerda con lo mostrado en estas esculturas.
Se reitera en las fuentes históricas y de tradición oral (Aguilar, 1952; Bozzoli,
1982; Ferrero, 1975; Ibarra, 2012; Stone, 1961) cuán común era la práctica de la
decapitación como parte de la guerra, en esencia para llevarse la cabeza como un
trofeo por parte de los vencedores. Cronistas como Vázquez de Coronado en 1543 y
Jerónimo Benzoni en 1544, así como los relatos de grupos como los teribes, bribris,
Viviana Sánchez Avendaño, Julio César Sánchez Herrera, Carlos Sánchez Avendaño • La guerra en los grupos... 1919
cabécares y borucas, todos hacen mención de la corta de la cabeza de los enemigos
durante los enfrentamientos y su posterior traslado a su territorio, donde se dispone
de diversas formas: como parte de ceremonias (cuando “las bailaban”) o cuando las
descarnaban o secaban para utilizarlas como adornos o para beber líquidos en los
cráneos.
Lo anterior denota la signicancia que tenía la práctica de la decapitación
durante la guerra, de ahí que sea algo muy común su representación en manos
de quienes eran los actores principales de esta actividad: los guerreros. En este
sentido, conviene examinar lo planteado por Peytrequín (2022) como propuesta
interpretativa para la estatuaria en la cual aparecen cabezas escindidas en manos
de un individuo.
Tal y como se reseñó, Peytrequín retoma la analogía etnográca para
asegurar que estas representaciones no son usékares ni guerreros, sino especia-
listas dedicados a la corta y exhibición de cabezas en momentos especícos. Esta
argumentación se basa, primero, en la armación de que los guerreros consti-
tuyen personajes cuya simplicidad social no los facultaría para ser representados
en la estatuaria de las sociedades antiguas y, segundo, por el tabú que existe
entre los actuales grupos indígenas talamanqueños en cuanto a que entrar en
contacto directo con cadáveres es motivo de contaminación, razón por la cual no
podrían haber sido manipulados por los guerreros: estos se habrían expuesto a
un estado de impureza a sí mismos y a todos aquellos que entraran en contacto
con el cadáver u observaran cómo se realizaba la decapitación o presenciaran la
exhibición.
Sin embargo, las fuentes históricas y de tradición oral son explícitas en cuanto
a que la decapitación durante la guerra no solo era una práctica frecuente, sino espe-
rada, cuyo signicado simbólico le daba cabida dentro de los actos ceremoniales del
grupo. No se hace mención alguna de vedas o prohibiciones, por lo que la manipu-
lación de las cabezas no habría estado limitada solo a ciertos individuos. A pesar de
que existen registros etnográcos de prohibición de contacto con los cadáveres en
grupos indígenas actuales, no resulta apropiado extrapolar esta situación a socie-
dades prehispánicas ni a la interpretación de la cultura material dejada por ellas,
máxime cuando fuentes más cercanas sí hacen referencia a la corta de cabezas en el
contexto de la guerra.
Además, también es claro que los guerreros, dentro del contexto social de
los diversos grupos antiguos, son personajes con un rango importante, que ejercen
una actividad signicativa en cuanto a defensa, obtención de recursos y bienes,
para lo cual se exigía un alto nivel de preparación desde muy jóvenes, por lo que
no pueden verse bajo una óptica del simplismo. Lo anotado también se apoya
en la participación de los chamanes en la guerra: su rol de guías y protectores,
del acto como tal y de los guerreros, denota la relevancia de esta actividad en el
pasado.
Diálogos Revista Electrónica de Historia, 24(2): 1-31. Julio-diciembre, 2023. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica2020
Representaciones de cautivos
Tal y como se menciona en las distintas fuentes, una de las causas para la
guerra fue la toma de prisioneros para distintos nes: como esclavos, para sacricios
o venta. Esta práctica también está representada, dentro de la evidencia arqueológica,
en la estatuaria en piedra (Figura 3).
Figura 3. Representación de prisioneros tomados en contextos de guerra (Fotografías: arriba a la izquierda pieza
6404-colección Museo del Jade y de la Cultura Precolombina (INS), tomada por Pérez, 2022. Arriba a la derecha y
abajo, objetos BCCR-P-0008 D2-colección Museo del Oro Precolombino, tomadas por Arce, 2018).
Las tres esculturas representan guerreros, los cuales muestran parte de las
características descritas anteriormente, como, por ejemplo, el peinado (trenzado
del cabello, el cual es expresado en las piezas a partir de motivos geométricos) o
la estilización del arma defensiva denominada corselete de algodón (representado
como una “faja” o “chaleco”). Todos estos fueron capturados como parte de
un enfrentamiento y se muestran sin armas y atados mediante una cuerda, con
ambas manos colocadas sobre la espalda o la cabeza. La expresión facial de estos
prisioneros, la cual se reeja en los detalles tallados como rasgos del rostro,
Viviana Sánchez Avendaño, Julio César Sánchez Herrera, Carlos Sánchez Avendaño • La guerra en los grupos... 2121
denota tristeza, lo cual diere con lo observado en la Figura 1 (en cuyo caso el
semblante de los guerreros denota orgullo y satisfacción).
Tal y como lo indican varias fuentes (Aguilar, 1952; Boza et al., 2017; Ferrero,
1985; Ibarra, 1998, 2012), el destino de estos cautivos podía terminar en tres escena-
rios. En el primero de ellos, habrían sido trasladados al territorio del captor y habrían
iniciado una vida de servicio para un “señor” de dicho grupo, consistente por lo
general en labores domésticas. Si bien convertirse en esclavos estaba especialmente
dirigido a mujeres y niños, también se conoce de hombres que eran sometidos a este
n. En el segundo, habrían sido vendidos a otros grupos indígenas o a los españoles,
posiblemente para ejercer también un rol de esclavitud; o habrían sido intercam-
biados por algunos bienes de zonas lejanas a los cuales no se tenía acceso directo.
Por último, habrían sido sacricados, inferimos que como parte de alguna ceremonia
particular.
En relación con la acción de toma de cautivos durante la guerra, y de la conver-
sión de estos individuos en esclavos, principalmente para servicio o para ser sacri-
cados, se analizan las siguientes esculturas antropomorfas, mostradas en la Figura 4.
Figura 4. Representaciones de la decapitación ceremonial que se encuentran en la colección del Museo Nacional
de Costa Rica.
Diálogos Revista Electrónica de Historia, 24(2): 1-31. Julio-diciembre, 2023. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica2222
Nuestra propuesta para la interpretación de estos artefactos consiste en que,
en este caso, los individuos que fueron representados no son guerreros, dado que no
muestran las características ya mencionadas como propias de estos. Por el contrario,
se trataría de otros personajes que, dentro del grupo social, están dedicados a otras
actividades.
Llama la atención que algunas de las esculturas mostradas poseen elementos
distintivos, por ejemplo el arco en el cual se sostienen dos cabezas, o el tocado y la
perforación de orejas que se observa en la última pieza, lo cual podría sugerir que se
trata de personajes importantes involucrados en actos especiales.
El hecho de que todos carguen cabezas escindidas, la mayoría sostenidas con
ambas manos (colocadas detrás de la cabeza o una mano encima y la otra debajo),
o colgando del cabello suelto o las dos cabezas sujetas a un tipo de semiarco que es
cargado por el individuo, se propone como la representación de un momento cere-
monial, en el cual se está exhibiendo la cabeza recién cortada de la víctima. Este tipo
de decapitación no tendría lugar en un contexto de guerra, sino que se trataría de una
“decapitación ceremonial”. Se sugiere que ello estaría ligado a lo que mencionan los
cronistas y las fuentes etnohistóricas en lo relativo a que, a la muerte del “señor”,
sus esclavos eran asesinados y enterrados con él (Fernández, 1976b; Ferrero, 1985;
Ibarra, 2012).
Dada la importancia que posee la cabeza escindida para las sociedades anti-
guas, es posible que solamente dicha parte del cuerpo fuera la que se enterrara con
su “amo”, evidencia de lo cual se ha encontrado en algunos monumentos arqueoló-
gicos, aspecto que será desarrollado más adelante.
Otra posibilidad es que se trate de la representación de uno de los momentos
del sacricio ceremonial, también mencionado por dichas fuentes históricas, para lo
cual también eran utilizados aquellos que fueron tomados como cautivos durante las
guerras. Esto podría conllevar una connotación asociada a sacricar víctimas para
ofrecerlas a las deidades.
Prácticas de guerra en los contextos arqueológicos
Si bien son pocos son los trabajos dentro de la disciplina arqueológica en
Costa Rica en los cuales se menciona el tema de la guerra y la evidencia que podría
asociarse a esta actividad, en esta sección se retoman algunas de las investigaciones
que sugieren la existencia de indicios de la práctica de la decapitación asociada a la
guerra. La Figura 5 muestra la ubicación de los monumentos arqueológicos mencio-
nados en el texto.
Viviana Sánchez Avendaño, Julio César Sánchez Herrera, Carlos Sánchez Avendaño • La guerra en los grupos... 2323
Figura 5. Mapa con la ubicación de los monumentos arqueológicos analizados (Fuente: Base de monumentos
arqueológico Orígenes, MNCR. Elaboración J.C. Sánchez, 2022).
El monumento Jícaro (G-439 Jc) posee una zona funeraria, cuyas fosas
fueron reutilizadas en múltiples ocasiones, por lo que los restos óseos fueron
retirados y luego incorporados de nuevo en paquetes o utilizando vasijas para
depositarlos. En los entierros 130, 147 y 155 se reporta la presencia de cráneos
que fueron utilizados como ofrendas y que, según se propone, fueron “descarnados
poco después de la muerte del individuo, lo cual puede representar la toma de
cabezas de contrincantes de batalla “cabezas trofeo”” (Solís y Herrera, 2011,
p.14).
Como parte del ajuar funerario, se encontraron artefactos y adornos elabo-
rados sobre huesos humanos; por ejemplo, tubos hechos de fémures, húmeros y
radios con huellas de cortes, pulido y perforaciones para amarrar y colgar, así
como orejeras y narigueras. Brazaletes y collares con cuentas sobre piezas dentales
humanas también se reportan en los monumentos Nacascolo (G-89 Na) (Hardy,
1992; Wallace y Accola, 1980) y Papagayo (G-416 Py) (Baudez et al., 1992).
Según los autores, la práctica que realizaron ciertos personajes de elaborar y usar
adornos fabricados sobre huesos humanos los lleva a proponer que se trataba de
“guerreros/líderes”, lo que, sumado a la presencia de posibles cabezas trofeo y a
la modicación corporal reportada en ciertos cráneos, destaca a estos individuos
como de mayor rango dentro del grupo social (Solís y Herrera, 2011).
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Otro ejemplo de la práctica de la decapitación en actos de guerra se
encuentra en el monumento El Silo (G-749 ES). Este presenta un sector fune-
rario con fosas semicirculares de cerca de 2 m de diámetro. El arreglo de estas
denota un diseño del espacio donde 10 enterramientos colocados de manera equi-
distante forman un círculo con un diámetro de 16 m, con un osario en el centro.
La mayoría se establecieron como enterramientos múltiples, con la reutilización
de las fosas evidenciada en los distintos niveles y la presencia de paquetes de
individuos (Valerio, 2015).
Destacan dos enterramientos en relación con el tema tratado. El 29 presentó
cinco individuos articulados sobrepuestos, los cuales estaban rodeados de 41 cráneos
colocados formando un arco (Figura 6). El 26 contenía dos individuos articulados
rodeados por 10 cráneos colocados en semicírculo.
Figura 6. Alineamiento de cráneos rodeando a los individuos articulados. Enterramiento 29, monumento El Silo
(Foto de archivo, MNCR).
En ambos casos, se plantea que se trata de cráneos utilizados como
ofrendas, respondiendo a una práctica de carácter ritual; los individuos articu-
lados parecen ostentar una posición de estatus dentro del grupo social. Asociado
a ello, el segundo tipo de ofrendas recuperado de estos contextos fueron instru-
mentos hachoides, lo cual podría estar asociado a la realización de actividades
Viviana Sánchez Avendaño, Julio César Sánchez Herrera, Carlos Sánchez Avendaño • La guerra en los grupos... 2525
especícas; en este caso, la guerra por parte de aquellos que fueron enterrados allí
(Valerio, 2015).
El monumento El Cristo (C-39 EC) está denido como un cementerio de
tumbas de cajón; en él se detectaron varios niveles de tumbas superpuestas (rede-
positación) hacia el sector central. Destaca la tumba 147, acerca de la cual la
autora señala que podría hallarse un individuo especial, dada la presencia de tres
cráneos, uno de ellos asociado a esta persona y los demás a individuos sacri-
cados como ofrendas, según lo reportado por los cronistas españoles (Blanco,
1982).
Retomando lo reportado para el monumento Jícaro (G-439 Jc), otro dato
importante es la presencia de siete individuos cuyo cráneo no fue recuperado. Se
trata de enterramientos articulados de primera inhumación y no alterados. Por ello,
se plantea como una de las posibilidades que estos fueran decapitados y enterrados.
En otros monumentos como Nacascolo (G-89 Na) y Llano La Molonga (G-447
LLM), también se reporta la ausencia de cabezas y otros huesos en enterramientos
completos, por lo cual se propone que se trate de “rituales de sacricio” en los que
el cráneo fue removido para ser utilizado en ceremonias comunitarias (Hardy, 1992;
Solís y Herrera, 2002).
Finalmente, se menciona el monumento San Rafael (C-22 SR), un cementerio
de tumbas de cajón en el cual destaca el Rasgo Cultural 14, que reporta la presencia
de un individuo articulado y extendido (Ind. #1) y, junto a este, tres cráneos más
(Figura 7). A partir de los análisis se sugiere que el Ind #1 era un hombre, pero, dado
que faltan mayores estudios en otros restos, se plantean dos hipótesis de interés para
este artículo:
1. El Ind. #1 fue un personaje de alto rango y las demás personas enterradas con
él serían sirvientes “que al momento de la muerte del primero, fueron decapi-
tados y enterrados allí mismo para prestar sus servicios en la otra vida”, por lo
que posiblemente se trataría de mujeres (Solís y Herrera, 1987, p. 31).
2. El Ind. #1 fue un guerrero y los restos de las otras personas son enemigos
derrotados en batalla, cuyas cabezas fueron tomadas como trofeos en señal
de victoria; por ello debería tratarse de hombres (Solís y Herrera, 1987).
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Figura 7. Individuo articulado junto a otros tres cráneos. Rasgo Cultural 14, monumento San Rafael (Foto de
archivo, MNCR).
Viviana Sánchez Avendaño, Julio César Sánchez Herrera, Carlos Sánchez Avendaño • La guerra en los grupos... 2727
Si bien algunos de los contextos supracitados corresponden a monumentos
arqueológicos ubicados en una región diferente de la que -según se puede inferir-
proviene la estatuaria utilizada en los análisis, los argumentos anteriores muestran
que es posible identicar, dentro de contextos in situ, evidencia que podría asociarse
con la guerra y sus prácticas, de ahí que se insta para que en el futuro se realicen más
investigaciones con combinación de datos provenientes de las fuentes históricas y de
tradición oral como las aquí utilizadas, pues su conuencia permite sugerir interpre-
taciones más completas respecto a la cultura material y sus contextos.
CONCLUSIONES
Tras la exposición realizada se demuestra que tanto las fuentes históricas
como las de tradición oral coinciden en diferentes aspectos relativos a los conictos
entre grupos. Las coincidencias en las causas (tomas de prisioneros, territorios y
recursos), el rol de los chamanes y el tipo de armamento (hachas, arcos, echas,
lanzas), las tácticas (emboscadas, trampas, luchas a distancias cortas), la regularidad
de los enfrentamientos, la preparación como guerrero desde la infancia, la decora-
ción corporal (tatuajes, perforaciones con huesos y pintura corporal), así como la
práctica de la decapitación, son indicadores de que la guerra en los grupos sociales
antiguos era un aspecto de relevancia dentro de su forma de vida.
No siempre se ha reconocido la importancia de la gura del guerrero dentro
de la estraticación social de las sociedades pasadas, ya que se suele concentrar el
interés en otros individuos como los caciques y usékares; sin embargo, este cumplía
un papel clave en el engranaje social de dichos grupos. Es claro que la guerra cons-
tituía una actividad constante y permanente entre los grupos, derivada de múltiples
causas. Representaba parte de la cotidianidad de estos y, en este contexto, el guerrero
se conguraba en símbolo de defensa, valentía y honor.
Es por ello que su representación dentro de la evidencia arqueológica resulta
clara y consecuente con lo descrito por las distintas fuentes. A partir del análisis de
los artefactos, fue posible identicar distintos elementos que son mencionados por
los cronistas o en la tradición oral. Destacan, en particular, algunos de los símbolos
que distinguen físicamente a los guerreros y que los posicionan socialmente tanto
dentro de su grupo social como ante otros grupos.
El trabajo en piedra, para el desarrollo de la estatuaria aquí mostrada, es indi-
cativo además del nivel de especialización logrado por estos grupos: la inversión de
trabajo para la elaboración de este tipo de piezas denota la importancia de la selec-
ción de aquello que se va a plasmar. De ahí que se representen, en las expresiones
artísticas de estos grupos, la gura del guerrero, sus armas, su imagen corporal y, no
menos importante, las distintas prácticas asociadas a la guerra, tales como la decapi-
tación durante el enfrentamiento, la toma de cautivos y la decapitación ceremonial.
Diálogos Revista Electrónica de Historia, 24(2): 1-31. Julio-diciembre, 2023. ISSN: 1409-469X · San José, Costa Rica2828
Resulta fundamental intentar superar el abordaje de las piezas arqueológicas
desde ópticas tradicionales de la arqueología, en las cuales solamente se realiza un
acercamiento técnico descriptivo de estas. En su lugar, se debe procurar ofrecer
interpretaciones de las representaciones a partir de la transdisciplinariedad. Como
se ha visto en este artículo, la combinación de las fuentes históricas, etnográcas,
arqueológicas y de tradición oral permite un acercamiento más holístico y una mejor
compresión de la realidad de las sociedades antiguas y de su forma de vida.
NOTAS
1 En particular, incluimos en este recuento a los pueblos talamanqueños bribris y cabécares, así
como a los bruncas (borucas) y teribes (nasos) (estos últimos actualmente se encuentran en te-
rritorio de jurisdicción panameña, pero mantenían relaciones diversas con pueblos que llegaron
a quedar bajo jurisdicción costarricense y desde el siglo XVII un grupo de ellos fue llevado al
Pacíco sur de Costa Rica (los conocidos como térrabas o brorán)).
2 La Región Arqueologica Central comprende lo que hoy día se conoce como Valle Central, el
Caribe Central y Norte, así como la Zona Norte del país (Corrales, 2001). Especicamente, se
pueden mencionar lugares como Pococí, Guácimo y Volcán Irazú como ejemplo de las zonas
en las que se ubican los monumentos arqueológicos de los cuales proceden algunas de estas
esculturas líticas.
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