Diálogos Revista Electrónica de Historia ISSN 1409- 469X
Volumen 6 Número 1 Febrero - Agosto 2005.
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( páginas 230- 246)
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“..El terremoto del 29 que fue el del estrago y total ruina de Guatemala….demolió todos
los edificios y templos, postrándolos en el suelo, y aunque pocos quedaron parados,
quedaron inservibles…Los muertos fueron como ciento…”. Díaz, 1933 en: Peraldo y
Montero (1999).
“…en dos segundos, poco más o menos, destruyó todos, o la mayor parte de los edificios,
públicos y de particulares, o quanto menos, los reduxo a un estado deplorable…”. Archivo
General de Indias, en: Peraldo y Montero, 1999.
Terremoto de Cartago, 1910
“De repente, un chasquido horroroso como el de la descarga de cien fusiles, a cien metros
de distancia, nos heló la sangre y con el instinto por único guía, los ojos fuera de las
órbitas, sentimos llegar la muerte sin que el corazón diera un latido de esperanza.
Instantáneamente quedamos a oscuras, pues tardaría medio segundo en extinguirse la luz
de los filamentos de las lámparas eléctricas. Muchas personas dicen que no sintieron más y
que un solo golpe derribó a Cartago; pero no fue así sino que el terremoto duró de catorce
a dieciséis segundos, durante los cuales, sin poder moverme del centro del patio, a donde
debí saltar sin darme cuenta, con los brazos en alto y actitud de loco, yo vi y oí muchas
cosas. Vi a mi hijo de dos años, arrebatado dos veces de manos de la sirviente, vi a mi
esposa derribada dos veces y venir por el suelo arrastrándose; vi ondular las fuertes
columnas de madera del claustro y danzar las tejas en zig-zag antes de caer al suelo.
Separados por intervalos de medio, de uno y de dos segundos, hubo de seis á siete
trepidaciones que produjeron ruido de fusilería, y que debieron marcar los tiempos en que
la ciudad cayó, pues los retumbos que se sintieron después, producidos en las cavidades
volcánicas del Irazú ó por dislocaciones de capas internas, no eran nada semejantes. El
polvo que produjeron los escombros, formó una atmósfera de asfixia, que nos impedía ver,
respirar y aún oirnos á voces; quizá era el terror lo que nos hacía hablar á gritos, pero mi
impresión personal es que solo podíamos vernos abriendo bien los ojos para que entrara á
puñados en las órbitas el polvo amarillento, pero á las pupilas algo de la luz difusa del
expirante crepúsculo; que solo podíamos respirar llenando la boca de sucios y secos