Diálogos Revista Electrónica de Historia ISSN 1409- 469X
Volumen 6 Número 2 Agosto 2005 - Febrero 2006.
Dirección web: http://historia.fcs.ucr.ac.cr/dialogos.htm
( páginas 200-206) p. 200
Comentario del Libro Viaje A Centroamérica
M.L. Peggy von Mayer
Debemos al empeño del Dr. Juan Carlos Solórzano el que la Editorial de la Universidad
de Costa Rica haya efectuado la edición íntegra de Viaje a Centroamérica, del connotado
escritor alemán decimonónico Wilhem Marr, con un estudio preliminar con la magnífica
traducción filológica efectuada por Irene Reinhold, y numerosas ilustraciones de la
época.
Se constituye así esta obra en un merecido homenaje a un pensador sagaz, una brillante
conciencia crítica, un relator amenísimo, que para la comunidad hispanohablante ha
permanecido en el anonimato por más de cien años. Continúa, además, la antiquísima
tradición de la narrativa de viajes, que se remonta en Occidente a raíces de vieja prosapia,
desde Pausanias y Herodoto, a los textos bíblicos, por mencionar solo algunos. Desde
entonces, la literatura de viajes quedó asociada a la aventura de la expansión occidental,
siguiendo lo que Ottmar Ette llama “los caminos del deseo”.
Por sus estrategias textuales de objetivación, cuya forma de producción es la escritura
directa, Viaje a Centroamérica es un relato testimonial, cuyos recursos de legitimación,
subordinación e inclusión del subalterno constituyen un esfuerzo programático que
prescribe un pacto de lectura dentro del contexto cultural en el que se origina,
inscribiéndolo dentro de los discursos de “la ciudad letrada”. Al ser literatura testimonial,
remite a la legitimación personal y vital del autor, ubicándose en lo que Wolfgang Iser
ha llamado “una matriz persuasiva para generar veracidad y sostener sentidos”
(Wolfgang Iser: 1990: 945). De este modo, el enfoque antropológico y etnológico de la
estrategia textual subordina y relega al Otro a la condición de excluido. Mediante sus
inserciones ideológicas y sus experiencias vitales, el narrador da cuenta de su legitimidad
como sujeto activo de la acción, confiriendo valor al testimonio desde una relación de
saber y poder, convirtiendo al Otro en un objeto de conocimiento compatible con lo que
Michel Foucault llama un régimen de verdad (Foucault 1984a: 73). De modo que Viaje a
Centroamérica no solo es un relato de viaje mediante el cual el autor se refleja a
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mismo, sino también el espacio desde el cual objetiva y valora al Otro, integrándolo en la
totalidad dialógica, histórica y escritural. El proceso de objetivación de Viaje a
Centroamérica está sustentado en un discurso ampliamente descriptivo que interpreta la
complejidad del universo cultural al cual Marr se ha desplazado.
El poder descriptivo de la narrativa de Wilhelm Marr es indiscutible. Poseedor de un
estilo preciso, impecable, a ratos mordaz e irónico, a ratos humorístico hasta la hilaridad,
hilvanado con una prosa poética de belleza impresionante y de una fina percepción de los
tipos humanos y del paisaje, Wilhelm Marr nos atrapa en la lectura de este texto que no
queremos dejar de leer. Así nos vamos adentrando en la naturaleza física, espiritual e
intelectual de su recorrido, desde la salida de Hamburgo, su permanencia en Nueva York,
la estadía en tierras nicaragüenses y costarricenses, hasta la travesía de regreso al lugar de
donde partió.
Todas las peripecias están tan cuidadosamente registradas, que el texto se convierte en un
instrumento utilísimo para conocer el territorio, el clima, la gente, los acontecimientos,
las costumbres, la organización política, las festividades y ceremonias, las instituciones
civiles y religiosas. Y es que en el autor la experiencia del viaje está asociada a una
intencionalidad de precisión y honestidad, que contrasta cor los relatos, a veces
fantasiosos, de otros viajeros alemanes por estas tierras; él, en cambio, describe
pormenorizadamente todas las dificultades, problemas y vicisitudes que debe afrontar,
talvez con el propósito de evitar sorpresas a otros hipotéticos viajeros que quisieran
emularlo.
Es notable cómo capta con unos cuantos rasgos los tipos psicológicos, el estrato social, la
situación económica o los estados de ánimo de los personajes. De un berlinés que va en
el barco de partida, dice:
La naturaleza le había proporcionado un hocico con que podía dar el grito
inicial de toda música ratonera. Con todo, el hombre era alto, estaba en los
huesos y tenía la cara como un carnero que pasaba por una carnicería y
veía a sus semejantes destripados y colgados. Pretendía ser fabricante de
tabacos, pero durante el viaje se desinfló hasta convertirse en un fugado
enrollador de cigarros. (8)
La descripción de lugares y paisajes es absolutamente evocadora y poética, como esta
descripción de camino al volcan Telica, en Nicaragua:
Contemplé el vasto, vasto desierto acuático, que se extiende sobre el globo
terráqueo y cuyas olas, desde esta playa, reflejan su eco en la de
Madagascar. Contemplé el infinito azul que solo era interrumpido por una
multitud de islas, migajas de la creación que nuestro dios quizá se sacó de
los dientes con un palillo y que se quedaron en su mantel azul. Soy un
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pagano terrible, eso es cierto. Pero dudo si mi devoto amigo A. Godeffroy
jamás ha percibido tal sensación de recogimiento, de edificación, como yo
en aquel momento en que vi cómo se erguía la catedral del cielo sobe el
océano Pacífico; dudo si mi amigo pagano, el Dr.Baumeister, alguna vez
ha logrado, caminando midamente hacia la misa matutina, ver en las
páginas de corte dorado de su libro de cantos, al dios que mi sentimiento
de entusiasmo llamaba mío en ese momento: ¡el Universo! (269)
En contraste con el esplendor y la magnificencia del paisaje, aun en su impetuosa
agresividad, la visión que tiene Marr del entorno social de la Nicaragua de 1852 es la de
individuos de poco fiar, carentes de palabra, sin sentido colectivo y dotados de una
apabullante mentalidad oportunista, tanto entre las comunidades de zambos y mosquitos,
como entre criollos o mestizos; con gobernantes y eclesiásticos que se comportan al
margen de todo principio o sujeción institucional:
Don Jorge (Viteri, obispo de León) era uno de los líderes del partido que
bajo el nombre de Demócratas robaba y saqueaba durante los tiempos en
que el otro partido, bajo el nombre de Conservadores, no saqueaba o no
había saqueado lo suficientemente. (…) El prelado era un agitador
tremendo. Una vez hasta había subido al púlpito, con el sable y las
pistolas y había exhortado a la gente para la lucha contra la Granada
conservadora. (p. 240)
Es un mundo difícil, donde nadie responde más que de mismo, caracterizado por la
precariedad de la existencia, en medio de un clima insalubre e inhóspito que hace muy
dura la vida.
Marr logra sobrevivir en Nicaragua desarrollando las estrategias que la situación le exija,
a veces, mediante el engaño y la impostura, haciéndose pasar por médico y hasta
contrabandeando, superando cada día los diversos conflictos entre las motivaciones
personales, la viabilidad del proyecto y las oportunidades tal como se le van presentando.
Cuando llega a Costa Rica, se enamora del clima, de sus paisajes, y tiene una opinión
más favorable de sus habitantes. Son notables sus registros acerca de los personajes
públicos, por cuanto nos muestran esas facetas que no suelen aparecer en los libros de
historia, como la de este personaje que está en una gallera:
Ahí se encontraba un señor de pequeña estatura y cara llena y astuta,
vestido de frac negro y pantalones amarillos de casimir. Era el jefe de
estado, don Juan Rafael Mora. El hombrecito no es un genio, pero
cuentan que es un gran socarrón. Según dicen, tan solo se ocupa en los
asuntos del Gobierno cuando está en juego su interés personal, y deja la
política menuda en manos de su ministro Carazo, en tanto que un francés,
monsieur Adolphe Marie, atiende la alta política, es decir, la
correspondencia con las naciones extranjeras, la cual nunca se contesta. Si
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la gallera fuese un lugar adecuado para hacer consideraciones políticas, yo
emitiría la opinión de que don Juanito es un déspota patriarcal y su
hermano don José Joaquín Mora, general en jefe del ejército, el poder
ejecutivo de este patriarcal despotismo. El general Mora, que parece un
cacique indio anémico vestido de frac, le disputará la palma de primer
jugador de gallos a don Juan Bautista Bonilla en los anales de la
República. (p. 370)
En Costa Rica se relaciona con unos compatriotas alemanes, entre los cuales, el barón
von Bülow, lo emplea como ingeniero auxiliar en el peculiar proyecto de fundar una
colonia alemana en La Angostura, y en la exploración de una ruta hacia Limón. Pero la
travesía por las regiones atlánticas resulta dificilísima, y decide desistir para dirigirse a la
China, aunque finalmente termina de regreso a Europa.
Es preciso notar que, a lo largo de toda su aventura, ni las fiebres, ni las epidemias, ni las
dificultades logísticas, impiden al expedicionario continuar su periplo. Antes bien, la
feracidad de la selva, los peligros, las enfermedades, la desventura de sus fracasos,
constituyen una metáfora del triunfo del hombre sobre la adversidad y sobre mismo;
más bien, lo fortalecen.
Si bien Marr contempla la sociedad americana desde su propia identidad europea,
entendiendo este concepto como:
(…) la percepción colectiva de un “nosotros” relativamente homogéneo
(el grupo visto desde dentro) por oposición a “los otros” (el grupo de
fuera), en función del reconocimiento de caracteres, marcas y rasgos
compartidos que funcionan también como signos y emblemas, así como
de una memoria colectiva común. (Fossaert, 1983),
paulatinamente comienza a descubrir en el grupo exógeno otros valores que contrastan
con los mecanismos de significación que le son propios a la memoria colectiva de la
colectividad humana a la que pertenece; por una parte se autopercibe y autodefine
respecto de los otros, por oposición a quienes considera diferentes de sí, pero por otra
parte, los reconoce en su diferencia:
Casi debiera considerarse como un pecado mortal traer la civilización a
estas felices regiones donde el hombre, excepción hecha del tráfico
sórdido, del juego, y un poco –solamente un poco- del alcohol, desconoce
todas las pasiones espirituales que desgarran el alma del europeo culto.
En esta barbarie hay por cierto una mayor felicidad relativa que en nuestro
blanqueado refinamiento. Con seguridad mi mendigo no sabe nada del
arte, de la poesía, de la política, del odio, del amor… Para él es indiferente
si la ciencia obtiene nuevos resultados ni de qué clase son. Ignora las
ardientes luchas, por lo que nosotros, los locos civilizados, llamamos los
más preciados bienes de la humanidad. Su vida no está sujeta a ningún
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engaño, ni siquiera al engaño acerca de mismo, enfermedad civilizada
que está de moda. (p. 429)
De ningún modo intento decir que haya en el autor un asomo de negación de su identidad
colectiva, ni aun de asimilación de las otras identidades americanas. Simplemente pienso
que su percepción del “otro” pone en cuestionamiento su propia percepción identitaria:
Pero estaba firmemente resuelto a proseguir hasta el fin mi vida de
aventuras, pues deseaba regresar a este país tan pronto como fuera posible.
Europa ya no me atraía desde que aprendí cuán fácil es la vida en estas
tierras, y aquí podía vivir fácilmente. Nadie me daba nada, pero yo
tampoco pedía nada a nadie. Estaba curado de todo capricho. La vida me
había hecho más fuerte que todas las teorías, y el enojoso sentimentalismo
de que aún adolecen nuestros espíritus fuertes en Europa, había quedado
sepultado en el más profundo de los pantanos de la selva. (431)
Otro aspecto notable en Viaje a Centroamérica es el humor, que recorre todo el texto.
Junto con la ironía y el sarcasmo, el humor es una constante estilística del escritor, tanto
para reírse de sí mismo como de los demás. Vale la pena dar algunos ejemplos:
Estando en una posada en Nueva York, se dispone a dormir:
Estaba muy equivocado si creía que podía dormir. Una mordedura
pequeña, tímida en mi rodilla, luego una más enérgica en mi cuello,
finalmente un morder universal en todo mi cuerpo me enseñó que
compartía mi lecho con una multitud de aquellos mansos filántropos que
se llaman chinches. Volví a encender la lámpara y me fui a la caza, solo
que mi venado se había hecho humo. Me eché en vano de un lado a otro,
maldije en varias lenguas, pero las criaturas se volvieron más atrevidas a
cada momento. Finalmente pensé: “El más sabio cede, y dejé el lecho a
los chinches, el cual no me lo querían dejar –quizá lo consideraron un
derecho histórico-, me vestí de nuevo y me acosté en el suelo
alfombrado(…). Debajo de mi cabeza puse mi buena conciencia y cubrí la
conciencia con el asiento acolchado de una silla, y así dormí lo mejor o
peor que pude y me alegré de ser más inteligente que mis pequeños
compañeros de cama, a quienes seguramente nunca se les había
presentado tanta indulgencia en su vida. (p. 59)
Nuestras cabalgatas diarias hacia la Iglesia del Calvario hicieron creer a la
gente que éramos unos cristianos enormemente devotos; sí, la anciana
Ignacia (la madre de los Alvarado) hasta empezó a charlar conmigo sobre
el buen hombre que tenía el honor de ser mi patrón, por llamarse
Guillermo como yo. Doña Ignacia confesó que, de entre todos los santos,
San Guillermo le era el más desconocido, seguramente porque el nombre
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no es tan frecuente entre los cristianos. No podía permitir que trataran así
a mi santo. Como yo mismo, lastimosamente no sabía absolutamente nada
sobre sus supuestas hazañas, inventé una historia de caza, le aseguré a la
anciana que don Guillermo había sido un nobre escocés y, en su juventud,
todavía mucho más negligente que San Agustín, pero que se había
convertido antes que aquél y se había ido a las Indias del Oriente, donde el
emperador de Japón, después de que San Guillermo bautizó a la mitad de
todos los japoneses, por envidia y malevolencia lo mandó apedrear. (…)
Su tumba todavía se podía ver en Batavia. Por suerte la anciana nunca
había estudiado geografía, así que aprobó este enredo tan atrevido de
lugares. (p. 207)
A falta de sillas nos habían servido la cena en la banca, donde tuvimos que
estar de rodillas para tragarnos la comida, que consistía en dos tazas de un
brebaje tísico de chocolate mohoso, dos huevos e igual número de tortillas
duras como cuero. Pero nosotros también tuvimos que defender este
pobre manjar contra unos perros esqueléticos de la casa, cuyo pelo, como
denotó su rascar, estaba habitado por un sinnúmero de pulgas que
seguramente eran anuentes a suicidarse por hambre, pues yo no sabía qué
podría encontrar el más modesto de estos presentables saltadores en esos
chuchos. (p. 229)
En otra ocasión en que oye a su caballo relinchar en la noche, se levanta para enfrentarse
con el ladrón:
Con el cuchillo de monte entre los dientes, con deseos de pelear, me
deslicé despacio y sin hacer ruido, al patio y vi como mi caballo se
estremecía al tirar con fuerza de la cuerda del cabestro. Mi corazón latió
audiblemente. Con cautela me acerqué, casi arrastrándome boca abajo en
el suelo. Ya estaba a tan solo un paso de mi caballo que relinchaba sin
cesar. A la luz de la luna llena, pude ver con mucha claridad que una
mano oscura había cogido la cuerda; hasta distinguí los nudillos de los
dedos. Levanté el brazo, cerré los ojos y arremetí con tal fuerza que me
craqueó el omóplato.
Mi andaluz se irguió en sus patas traseras y saltó hacia un lado. Había
cortado la cuerda y la mano.
Con un fuerte -¡Carajo!- salté sobre mis pies, para intimidar aún más a la
víctima que flotaba en su propia sangre.
Pero todo quedó en silencio. No se oía el menor lloriqueo o gemido de
algún herido, sino solamente el canto de las cigarras en el bosque cercano.
(…)
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No supe por mucho tiempo cómo explicarme todo eso, pues cuando uno le
corta la mano a un hombre, entonces ése acostumbra decir por lo menos
“¡Ay!” Pero ni siquiera obtuve esa satisfacción.
Exploré con mucho cuidado el champ de bataille, colocando mi cuerpo en
la misma posición sanguinaria como antes.
¡Oh! ¡Don Guillermo, qué has hecho! En el suelo había, en vez de una
mano separada limpiamente de la muñeca, la protuberancia de un cactus,
entre cuyas espinas todavía estaba enredado el cabo cortado de la cuerda.
Volví a colocar el pedazo de vegetal en su planta madre y ¡correcto!
Entonces caían sobre el mismo, las hojitas de un pequeño bejuco y
formaban, a la luz de la luna, la imagen de una mano morena con todos
sus nudillos que parecía sostener la correa del cabestro. Un hombro
torcido fue el único trofeo que el ciego afán de mi bravura se llevó al
campo de batalla. (p. 233)
Naturalmente, una obra tan detallada y completa como Viaje a Centroamérica es un
campo fértil para muchas reflexiones. He dejado en el tintero la mención al racismo en el
autor, por considerar que esta percepción del Otro, corresponde al momento histórico en
que se escribió el texto, en el cual estaban en boga las teorías darwinianas; las
concepciones de la supuesta superioridad aria; las tipologías de la especie humana; el
determinismo biológico; el evolucionismo, la nefrología y otras teorias que Marr
indudablemente conoció, como científico y hombre de su tiempo. Toda obra literaria
debería juzgarse según la historia de las mentalidades de la época a la que pertenece, con
el objeto de tener una visión objetiva; el hecho de que no comparta de ninguna
manera la percepción racista del autor, no me impide ver los otros méritos que tiene este
libro testimonial, que indiscutiblemente aumentará el acervo cultural de quien lo lea y lo
disfrute. Viaje a Centroamérica es un valioso testimonio de la Nicaragua y la Costa Rica
de mediados de siglo XIX que merece ser leìdo.