1
EL DISCURSO LITERARIO COSTARRICENSE SOBRE
ENFERMEDAD MENTAL Y LOCURA FEMENINA (1890-1914)
Bach. Ileana D’Alolio
Estudiante de la Licenciatura en Historia
Universidad de Costa Rica
RESUMEN
Este artículo analiza el contenido del discurso de la literatura costarricense, con el fin de
identificar las variantes de las nociones sobre enfermedad mental y locura femenina entre
1890 y 1914. Período el cual, el Estado liberal se acerca más al ideal liberal clásico, y se
desarrolla una relación conflictiva al interior del rculo de intelectuales, a partir de la
cual se renueva el proyecto de sociedad. En este contexto, aparecen las nociones sobre
locura y padecimiento mental, las cuales responden a la dinámica conflictiva de la
construcción de las relaciones de género y de la cuestión social.”
Descriptores: Mujeres y hombres. Género. Enfermedad mental. Locura. Cuestión social.
Intelectuales. Liberales. Estado. Costa Rica. Fines siglo XIX y principios del siglo XX.
INTRODUCCIÓN
Este trabajo estudia el contenido del discurso de la literatura costarricense en la
transición hacia el siglo XX, con el fin de identificar las variantes de las nociones sobre
enfermedad mental y locura femeninas entre 1890 y 1914. En este período, el Estado
liberal se acerca más al ideal liberal clásico (Palmer 1999: 101), se desarrolla una relación
conflictiva al interior del círculo de intelectuales, a partir de la cual se renueva el
proyecto de sociedad. En este contexto, aparecen las nociones sobre locura y
2
padecimiento mental, las cuales responden a la dinámica conflictiva de la construcción
de las relaciones de género y de la cuestión social.” Las fuentes utilizadas se
circunscriben a los textos literarios libros y folletos- producidos entre 1890 y 1914,
dejando de lado las primeras incursiones de algunos intelectuales en el campo de la
investigación científica o filosófica. Su contenido se eval utilizando el método de
análisis de contenido abierto que permite fijar amplias categorías de análisis para
responder a las preguntas de investigación.
Durante la segunda mitad del siglo XIX, Costa Rica logró vincularse al mercado
mundial con la colocación del café como principal producto de exportación y consolidar
una econoa agroexportadora. A lo largo de este proceso se dio una aceleración en la
privatización de la tierra, un aumento en la oferta y demanda de trabajo, y una expansión
del crédito (Molina 1995: 169). También se consoli una burguesía cafetalera que se
preocupó por controlar el crédito con la apertura de bancos en la región, y de diversificar
sus intereses invirtiendo primero en la producción de banano y posteriormente en azúcar,
cacao, ganadería, minería y en la pequeña industria (Molina y Palmer 1997: 60-62). A
raíz del auge en la economía, los patrones de consumo de esta pequeña burguesía se
modificaron, se dio una predilección por los bienes materiales y culturales europeos
(Fumero 1992: 93-104). Mediante la secularización y centralización del poder político
este sector burgués -que mantenía un estrecho vínculo con la cultura material extranjera y
las ideologías de la Ilustración, la Economía Potica, el liberalismo y la masonería
(Molina 1995: 170)-, ocupó un espacio dentro del Estado y logró llevar a cabo un
proyecto civilizador basado en reformas positivistas. Las Reformas Liberales, produjeron
3
un cambio cultural importante al intentar conciliar los proyectos de modernización y
progreso económico con el ideario del orden social.
La comunidad intelectual costarricense -de origen criollo y extranjero- particial
lado del Estado en la tarea de secularizar y civilizar” las prácticas y creencias de la
cultura popular mediante un proceso gradual de cambio. Las Reformas Liberales fueron
planteadas por estos intelectuales cuyas ideas estaban fuertemente influenciadas por el
liberalismo, el positivismo y el racionalismo, por lo que a menudo hacían referencia a
conceptos como “observación”, experiencia”, “sistema” o “punto de vista científico”
(Morales 1993: 76). La secularización y la liberalización de la cultura constituían los
medios más importantes para alcanzar el “mundo moderno.” Estas reformas, realizadas
entre 1884 y 1888, produjeron cambios importantes en el ámbito jurídico y extendieron
el aparato educativo, a la vez que promovieron la organización de instituciones y “centros
de cultura” que garantizaban la circulación de las nuevas ideas (Molina 1993: 78-80). El
Estado liberal se encargó entonces, de difundir los valores burgueses a través de diversos
medios que facilitaran la secularización de la sociedad; uno de ellos fueron las
publicaciones estatales de folletos agrícolas, históricos y geográficos y posteriormente de
higiene (Molina 1995: 172).
En las primeras décadas del siglo XX, aparecieron una serie de instituciones
destinadas a la previsión y protección social. Con una lógica interna propia e inspiradas
en proyectos de beneficencia, filantropía, derecho y medicina, estas instituciones
trabajaron a partir de nociones positivistas y organicistas, y en su desarrollo intervino un
grupo de intelectuales reformadores y positivistas, que promovieron la participación
estatal en las cuestiones sociales. En este proceso social de aplicación de la terapéutica
4
liberal, el aparato estatal adquirió conocimientos sobre las clases populares a la vez que
las instruía en los valores burgueses, de higiene, salud y trabajo, validando nuevas
normas sociales y morales y jerarquías raciales y sexuales (Palmer 1999: 99-109).
1. EL MUNDO INTELECTUAL COSTARRICENSE EN LA TRANSICIÓN
AL SIGLO XX
La literatura costarricense apareció en la última década del siglo XIX, como parte
de un proceso de construcción cultural de las elites intelectuales, que se apoyó
primeramente en la tradición literaria costumbrista y anecdótica. El predominio de los
cuadros costumbristas y la posterior aparición de literatura que utilizaba parámetros de
creación y temas europeos, llevaron a la primera discusión teórica sobre las posibilidades
de una literatura que tratara asuntos propios del país desde un punto de vista artístico. En
1894 tuvo lugar una polémica en torno al nacionalismo literario entre Carlos Gagini y
Ricardo Fernández Guardia, el primero defendía lo nacional y el segundo lo europeo.
Junto a Gagini, un grupo de escritores costarricenses concebían, de manera cada vez más
consciente, la posibilidad de añadir a sus creaciones literarias el calificativo de “nacional”
o costarricense” (Quesada 1986: 93). La dinámica de los grupos intelectuales (a los que
pertenecen los escritores costarricenses aquí analizados), sus conflictos internos y su
relación con el poder político han sido objeto de estudio de diferentes investigadores.
Rogelio Sotela propone una clasificación de los escritores costarricenses de acuerdo
con su fecha de nacimiento. Establece varias generaciones de escritores que, por
pertenecer a un mismo grupo generacional, comparten similares formas estéticas y de
5
pensar. Por ser “compañeros de letras” estos escritores comparten valores y visiones de
mundo semejantes, y sus condiciones de vida son similares. A su modo de ver, la primera
generación corresponde a los que nacieron hacia 1860, la segunda generación a los
nacidos alrededor de 1875, la tercera generación a los que nacieron cerca de 1885 y la
cuarta generación a los que nacieron entre 1890 y 1895 (Sotela, 1923).
Un análisis más extenso lo realiza Álvaro Quesada (1998), quien plantea que el
fracaso del modelo agroexportador y la crisis económica de la transición de siglo,
suscitaron una transformación a nivel social: la sustitución de los “vestigios patriarcales”
en lo económico, social y político, por un proyecto nuevo basado en temas sociales, de
ideas anarquistas y socialistas, que se oponen a la pauperización y proletarización de los
sectores populares. Este proceso de descomposición social y moral”, como fue
representado por los autores tradicionalistas, permitió que los intelectuales identificaran
el problema del imperialismo y de la dependencia económica. En este período, los
intelectuales jóvenes se interesan por la aparición de una plebe urbana que llama su
atención. En este proceso se conforman finalmente dos grupos: los intelectuales
tradicionalistas, los llamados liberales del Olimpo (que se encuentra en un proceso de
transición de oligarquía a burguesía), y los jóvenes intelectuales radicales que se unen
con grupos populares para combatir el imperialismo, el gobierno liberal y plantear
reformas políticas y sociales (Quesada 1998: 15-34).
La primera generación escribe en torno a los valores tradicionales y costumbres que
se pierden y ensaya una representación realista de problemas morales y sociales que se
producen al cambiar las costumbres y tradiciones por prácticas modernas. Denuncian la
degradación del núcleo familiar patriarcal como analogía a la descomposición” social y
6
moral de la sociedad y tratan “motivos eróticos”, que se refieren a temas como las
relaciones extramaritales y la heterogamia como prácticas que amenazan el orden social
existente (Quesada 1998: 49-50). Los textos tienden a conciliar la tradición con la
ideología de progreso, sugiriendo que el equilibrio entre ambas se da a través de la
educación (Quesada 1998: 53). Por otra parte, la segunda generación denuncia las
tradiciones y costumbres “nacionales” como pertenecientes a una “oligarquía” e intentan
incorporar en sus textos a otros grupos sociales anteriormente excluidos, como las
mujeres y el pueblo. Estos intelectuales buscan en la teosoa, el anarquismo, el
idealismo y el cristianismo socialista, nuevos modelos de convivencia y relaciones
humanas alejados de la tradición oligárquica (Quesada 1998: 77-79). Denuncian
problemas sociales mientras que describen un orden social regido por relaciones
económicas opresoras o en forma vaga como destino o adversidad, autoridad impuesta
por costumbres y tradiciones. En resumen, la segunda generación reformula los temas
planteados por la primera generación, ndoles una nueva orientación de acuerdo con
sus nuevas ideas (Quesada 1998: 95).
Por otro lado, la interpretación de Gerardo Morales (1993) propone que las
limitaciones socioculturales de la República Oligárquica llevaron al surgimiento
contestatario de una “nueva intelectualidad”, cuyo discurso se basa en ideas anarquistas y
socialistas pero también en una relación conflictiva con la cultura oligárquica. Este grupo
de intelectuales promueven un modo de vida cultural que se opone al modelo elitista y
conservador que predomina. Es decir, a partir de las limitaciones del proyecto político de
sociedad y la estrechez del mercado cultural bajo el proyecto de cultura oligárquico-
7
liberal, esta nueva intelectualidad crea un nuevo proyecto político de sociedad y cultura
que incorpora nuevas ideologías y una nueva estética (Morales 1993: 76-80).
Iván Molina (1999) plantea que se dieron dos procesos paralelos: el primero fue la
radicalización de manera limitada- de algunos intelectuales a principios del siglo XX
que difundieron ideas anarquistas y socialistas entre un sector de artesanos y obreros.
Estos intelectuales fueron educados después de 1880, generalmente con becas estatales
por provenir de familias de sectores medios, campesinas o artesanas y se formaron en un
conflicto abierto con los intelectuales de generaciones anteriores. El segundo proceso, se
dio cuando este grupo de intelectuales intentaron ampliar el mercado cultural, a partir de
la utilización del discurso de la “cuestión social” en el contexto de la crisis económica de
1897-1907. Sin embargo, estos intelectuales no eran partidarios de las costumbres y
creencias de los sectores populares y subestimaban sus estrategias de acción social y su
capacidad de organización y lucha. Proponían la educación popular, en lugar de la
civilización o la evangelización como forma de redimir” a estos sectores (Molina 1999:
55-80).
Resumiendo, estas interpretaciones sugieren que en la transición hacia el siglo XX
el círculo de intelectuales costarricenses se dividió en dos grupos: un primer grupo que
responde a un proyecto cultural que se identifica con la ideología liberal y el progreso,
cuyos miembros pertenecen a una clase alta y gozan de un espacio dentro del Estado. Un
segundo grupo, que responde a un proyecto cultural que se identifica con la idearios
socialistas y anarquistas y con la cuestión social”, cuyos miembros pertenecen a un
sector social medio y luchan por ampliar el mercado cultural y ocupar un espacio dentro
del Estado.
8
Si bien observamos diferencias al interior del grupo de intelectuales costarricenses,
existe una continuidad entre los planteamientos de ambas generaciones de reformistas
positivistas; no obstante, se debe considerar la forma distinta de promover sus proyectos
y de estructurar sus discursos. De este modo, la temática se puede agrupar en dos
maneras de problematizar esta transición según sugieren los escritos literarios. Estas son:
el “conflicto cultural”, entendido como una crítica a la cultura de la élite; y el conflicto
social, que incorpora a los sectores populares desde una perspectiva de clase.
2. EL HOSPITAL NACIONAL DE LOCOS
Con la constitución del Estado liberal, se crearon una serie de instituciones que
llevaron a cabo una potica de protección social complementaria a la labor realizada en la
economía, y que partían de un enfoque positivista del intervencionismo estatal. Según
Steven Palmer (1999), estas instituciones contemplaron una lógica propia dentro de su
organización, y fueron originadas al margen del Estado por proyectos filantrópicos, de
caridad pública, de derecho o de medicina. Sin embargo, fueron incorporadas a la potica
social planteada por el Estado liberal y concebidas nuevamente bajo la perspectiva
positivista de un grupo intelectual de reformadores, que formaban parte de la burocracia
estatal. El Hospital Nacional de Locos, creado en 1890 y luego conocido como Asilo
Chapuí, fue una de las instituciones que respondieron a las exigencias de las reformas
positivistas.
La necesidad de crear un Hospicio destinado a los enfermos mentales, se hizo
evidente desde la segunda mitad del siglo XIX (Láchner 1902: 206), pues se registraba
9
que el número de enfermos atendidos por el Hospital San Juan de Dios iba en aumento.
Al igual que los enfermos mentales, leprosos y tuberculosos compartieron el mismo
Hospital con otros dolientes; y aunque se tuviera conciencia de la necesidad de un
tratamiento especial para estos enfermos, los recursos de las instituciones de caridad ni
del Estado daban abasto para la construcción de nuevos hospitales. La Junta de Caridad
intentó unificar los recursos en torno al Hospital San Juan de Dios, mediante la creación
de una lotería en 1862, sin embargo esta medida no tuvo éxito (Chinchilla 1972: 101-
177). Posteriormente, al intensificarse los conflictos entre la Iglesia y el Estado liberal en
la década de 1880, la beneficencia de la Iglesia católica debió ajustarse a las directrices
de las reformas positivistas, recibiendo fondos públicos para el mantenimiento de sus
instituciones y adoptando esquemas modernos de atención (Palmer 1999: 112). Los
esfuerzos por reformar la administración de las instituciones de salud lograron ser
efectivos hacia finales del siglo XIX, con el decreto de fundación del Hospicio Nacional
de Locos y la Lotería Nacional, aprobados en 1885 durante el período presidencial de
Bernardo Soto Alfaro.
El decreto de fundación de esta institución fue redactado por el Dr. Carlos Durán,
un reconocido intelectual positivista con una amplia carrera burocrática. Este decreto
establecía la centralización de la administración de las instituciones hospitalarias del país.
De esta forma, los recursos provenientes de la Lotería Nacional serían administrados por
la Junta de Caridad del Hospital San Juan de Dios; la cual, previa aprobación del Poder
Ejecutivo, se encargaría de distribuirlos entre los hospitales de Alajuela, Cartago,
Heredia, Puntarenas, Guanacaste, Limón y el Hospicio Nacional de Locos. Este decreto
no sólo proponía un sistema para financiar la vigilancia de la salud (Palmer 1999: 105),
10
mediante la labor de la Junta de Caridad, sino que también evocaba por una parte las
funciones de Estado policía y por otra las de Estado protector, al fundar una institución
destinada a atender y/o recluir a enfermos pobres. En este sentido el decreto considera
…que el grado de cultura que ha alcanzado la República reclama la fundación de
un asilo nacional de locos, que a la mayor brevedad posible, proporcione abrigo y
asistencia a los que vagan por los caminos sin protección de ningún género, y con
peligro para la tranquilidad de los habitantes…”
1
En este discurso, el hospital fungía como asilo y como reclusorio; en la realidad, es
posible que también. Según un estudio de pobreza urbana en la ciudad de San Joque
cubre el período entre 1890 y 1930, la mayoría de los internos del hospital pertenecían a
sectores pobres (Briceño 1998: 185-216). El número de enfermos atendidos en el hospital
aumentó progresivamente entre 1890 y 1930. En 1894 la institución atendía a 148
enfermos, en 1904 a 257 enfermos y en 1916 habían 485 internos (Briceño 1998: 190-
198). Las ocupaciones que predominan para los enfermos hombres son de jornaleros, en
la industria y agricultores. En 1894 los jornaleros ocupaban un 41% del total de los
internos, los trabajadores de la industria (entre ellos carpinteros, albañiles, herreros,
carniceros, mecánicos, sastres, etc.) eran un 18% del total, y los agricultores un 14,5%
(Briceño 1998: 191). Para 1904, los jornaleros siguen siendo mayoría, un 56% del total
de internos hombres, mientras que los oficios de la industria conforman un 11%. En este
o el sector de desocupados” iguala al de los agricultores con un 9,6% (Briceño 1998:
194). Hacia 1916, los jornaleros siguen siendo el grupo mayoritario (42% del total)
mientras que los desocupados sobrepasan al sector de la industria y a los agricultores
(Briceño 1998: 195-196).
11
A partir de 1909, el número de mujeres internadas sobrepasaba al número de
hombres (Briceño 1998: 189). Las ocupaciones que predominan para las internas en 1894
eran sirvientas (33,8% del total de internas), jornaleras (27,7%) y de oficios domésticos
(24,6%) (Briceño 1998: 192). En 1904, el sector de oficios domésticos aumentó al 45.5%
del total de enfermas, mientras que las jornaleras (22,3%) y las sirvientas (16%)
disminuyeron. Para 1916, el sector de oficios domésticos y el de jornaleras se unifica en
una sola categoa alcanzando un 74,5% del total de las enfermas, el sector de sirvientas
pasa a ser el 7,8%, y la categoa de “sin oficio” pasa a ocupar un tercer lugar con 7,4%
del total (Briceño 1998: 197).
Estas ocupaciones evidencian que la mayoría de los enfermos internados en el
hospital pertenecían a sectores populares, por lo que es muy probable que la institución
cumpliera con su función de asistencia, pero a la vez es interesante notar el aumento en el
número de enfermos y enfermas “desocupados” osin oficio.” La imposibilidad de
clasificarlos según su ocupación, puede indicar que los enfermos llegaron por solos (sin
la compañía de un familiar), o que su enfermedad les impidió dedicarse a algún oficio a
lo largo de su vida, o simplemente que fueron recogidos en las calles por la policía.
Asistir o recluir, ¿cuál era la alternativa de más peso para los pobres con este tipo de
padecimiento? Sin duda, muchos criterios con los cuales eran descritos los enfermos se
definían a partir de la segunda opción; lo cual se refleja en el Informe de la Junta de
Caridad de San José” de 1906:
…no podrá decirse, por esta vez a lo menos, que han sido los agricultores los que
han dado el contingente mayor a nuestra casa, sino en primer término figuran los
vagabundos, producto desgraciado de elementos sociales degenerados ya y por
consiguiente destinados por ley ineludible de la suerte al presidio o al
manicomio...”
2
12
Un componente importante de este discurso era la ideología de “progreso”, un pilar
de las Reformas Liberales planteadas por los intelectuales del Olimpo”, con la intención
de civilizar” a las culturas populares. Modernizar era difundir los valores burgueses y
capitalistas; pero también sanear, educar y controlar la sociedad, principalmente a los
sectores populares hasta entonces poco conocidos por el Estado. En esta tarea, el criterio
moral determinaba la dirección a seguir por parte de estos intelectuales positivistas, esto
se refleja en los datos que presenta el médico Láchner Sandoval en la Revista de Costa
Rica en el Siglo XIX, según los cuales y de acuerdo con las estadísticas del Hospital, en
un 28% de los casos las causas de los trastornos mentales eran atribuidos al alcoholismo,
mientras que en el 64% de los casos se debía al todo de vida, la educación y y la
selección matrimonial”, quedando un 8% de casos explicados por los abusos venéreos y
del café, excitación política y religiosa, espiritismo, herencia, matrimonio entre
parientes.
3
Este médico además recomendaba una mayor responsabilidad de los padres
para evitar la “defectuosa selección matrimonial.” En otras palabras, era importante que
los sectores populares (estrato de donde provean la mayoría de enfermos internados en
el hospital), comprendieran que la prevención de las enfermedades iba acompañada de
una adecuada escogencia del todo de vida”, la educación y la pareja; además de la
abstinencia de sustancias estimulantes.
Las cifras oficiales de las causas de la locura en 1902, publicadas en la Gaceta
Médica en 1903, son muy distintas de las que cita Láchner. La herencia ocupaba el
primer lugar entre las causas de la locura; un 49,6% en las mujeres y 47,8% entre los
hombres, para un 48,7% del total de enfermos (mientras que en las cifras dadas por
Láchner ocupan un porcentaje muy pequeño). Llama la atención, que Láchner publicara
13
estas cifras tan bajas en cuanto a la herencia, pues en la época las ideas eugenésicas
empezaban a cobrar importancia (Flores 2000: 2). También, es curioso que el abuso de
licor ocupara el segundo lugar en estas estadísticas con un 20,1% del total de enfermos;
siendo mayor el porcentaje entre los hombres (28,7%) que entre las mujeres (11,8%.)
4
Es
probable que chner modificara estas cifras, con la intención de llamar la atención sobre
la necesidad de un cambio de conducta por parte de los sectores populares.
Resulta importante señalar que las causas que se atribuyeron a la locura en un nivel
terapéutico-científico” son similares a las nociones de locura que construyeron los
intelectuales. Este primer esfuerzo estatal por controlar a los enfermos mentales se dio en
el marco de las más variadas nociones de locura, donde criterios médicos y científicos se
confundían y mezclaban con criterios socioculturales. De hecho, para la construcción de
las nociones de “locura” en el discurso literario, en muchos casos los elementos
socioculturales tuvieron más peso que los elementos médicos, como veremos más
adelante.
3. LAS NOCIONES SOBRE ENFERMEDAD MENTAL Y “LOCURA” EN
EL DISCURSO LITERARIO COSTARRICENSE
Es importante aclarar que el término “locura” es alusivo a criterios socio-culturales
que se producen en las interacciones humanas, mientras que el concepto de enfermedad
mental se restringe al ámbito biológico e involucra la reclusión institucional de un
individuo con la intención de brindarle un tratamiento médico que transforme su
condición de enfermedad (Coto y Rarez 1985:59). Por esta razón, en el siguiente
14
análisis de las obras literarias se ha utilizado alternativamente padecimiento mental,
para referirse indistintamente a la “locura” o a la “enfermedad mental.”
La “locura” como tema del conflicto cultural
En este primer grupo de obras literarias es posible identificar lo que los autores
definen por comportamiento normal y anormal, cuál es la interacción entre cuerpo, mente
y sociedad, cuáles elementos socioculturales y/o dicos son utilizados para construir las
nociones de “locura” y cómo las causas de la misma se relacionan con la respuesta social
que proponen los autores.
La novela de Máximo Soto Hall El Problema (1899) es una obra famosa dentro de
la narrativa costarricense; es considerada como la primera novela antiimperialista y
paradójicamente defensora del proyecto nacional oligárquico.
5
En ella se plantea de
forma utópica la anexión de Centroamérica a Estados Unidos y la subordinación de la
raza latina” a la raza sajona”. Paralelamente, se relata la vida amorosa del personaje
central, quien al regresar a su país proveniente de Francia; desplaza a su antiguo amor -
una mujer de “figura poética”, perteneciente a su propia “raza” y que se describe como de
“sensibilidad enfermiza”-, por su prima Emma -una mujer vigorosa de ascendencia
sajona y de carácter fuerte-. En esta novela, Emma se comporta dentro de la normalidad
al ser una persona que razona, trabaja y asume dentro de su identidad femenina el rol de
esposa y madre. Por el contrario, Margarita es una mujer de clase social alta cuyo
temperamento nervioso” y falta de voluntad e indecisión la hacen muy influenciable.
Margarita se comporta anormalmente, es “débil” y propensa al “nerviosismo”, hace suyos
15
los criterios ajenos, es influenciable y dócil. La relación que se establece entre el cuerpo,
portador de los vicios o las virtudes de una raza, y la mente/espíritu que propicia la
voluntad de acción dentro de los límites de la razón, se resuelve en un sociedad
conflictiva donde predomina la lucha de las razas. Los adjetivos que emplea el autor para
describir el desequilibrio mental revelan un peso mayor de los elementos socioculturales
que de los dicos para construir las nociones de locura. Por ejemplo, se habla de un
temperamento nervioso, de un apasionamiento,” vacilación” y “sensibilidad
enfermiza.”
En esta novela, la herencia es la causa principal de la locura”. El autor refuerza
mediante el padecimiento mental de Margarita la debilidad de la “raza” latina frente a la
sajona. Entre las causas de esa debilidad de la “raza”, se citan la mala educación moral y
social que no prepara a la “raza” latina para formar un hogar. A,
…Margarita era una neurasténica hasta el límite del histerismo; una enferma, una
verdadera enferma. Había en ella una gran degeneración. Su padre la engendró ya
viejo y gastado, su madre la concibió, agobiada por la nostalgia, herida de muerte
por su suprema laxitud…En fatales condiciones vino al mundo y en vez de sujetarla
a un régimen fortalecedor, enérgico, se le entregó a los refinamientos del hastío, se
le acrecentó el mal…” (Soto 1992: 95-96).
La debilidad se acentúa en el cuerpo femenino, aunque a ello contribuyen razones
de mayor peso como la degeneración” presente en ella debido a causas hereditarias que
se refuerzan con la floja educación recibida y una vida sin trabajo. El autor propone
implícitamente criterios eugenésicos, al afirmar que: …el pequeño, o mejor dicho, el
infeliz, el enfermo, senti seducción del grande, del sano…” (Soto 1992: 118), y la
exclusión como respuesta social: el protagonista excluye a la enferma de su vida.
16
En la obra teatral de Eduardo Calsamiglia, El Combate (1914), Lucía es una mujer
de clase alta que padece de tuberculosis sin saberlo. Arturo, su marido, es médico y
dedica su vida a encontrar la cura de esta enfermedad. Sin embargo, Lucía también
padece de “histerismo” y esta condición le permite pasar por alto algunas normas
morales. Nuevamente, el comportamiento normal se define a partir del rol esperado que
debe cumplir un individuo determinado en la sociedad. En este caso se espera que Lucía
asuma su papel de esposa fiel y próximamente el de madre. Sin embargo, Lucía se deja
llevar por sus sentimientos, frecuentemente asiste a los bailes y le es infiel a su marido.
En esta obra teatral, el padecimiento mental se centra en la debilidad del cuerpo femenino
y la docilidad de la mente femenina, más inconsciente que perversa. Ambos, cuerpo y
mente femeninos, deben estar bajo el cuidado de los hombres (esposo, padre, suegro)
para evitar que se corrompan.
En la construcción de las nociones de locura persisten los elementos no médicos
como la “sensibilidad”, pues se indica que Lucía es
…una mujer que tiene los nervios a flor de epidermis. Un sistema nervioso
impresionable hasta lo inverosímil. Casi…por qué no decirlo: casi una histérica.
Su padre murió tuberculoso…” (Quesada 1993: 217).
Sin embargo, se introducen algunos términos médicos como el histerismo
(enfermedad que se asociaba más con las mujeres) y al igual que en la novela anterior, los
factores hereditarios contribuyen al desarrollo del padecimiento mental. Asimismo, este
padecimiento acentúa la debilidad de la mujer como ser inconsciente e irreflexivo,
contraponiéndolo a la figura del doctor, un hombre sensato que encuentra en la ciencia un
arma eficaz en el combate contra la enfermedad de su esposa. Aún cuando su esposa le
ha sido infiel; su honor
17
…está muy por encima de estólidas consideraciones y una pobre histérica, una
débil enferma a quien se lo he confiado no lo desbarata a espaldas as con un
gesto, con un error; no puede desvirtuarlo con un desfallecimiento al que la
empujaban su inconciencia, su educación y su idiosincrasia. Sólo en virtud de la
más inverecunda de las filosofías queda la honra de un hombre como yo a merced
de una mujer como ella…” (Quesada 1993: 253-254).
Este padecimiento mental está relacionado en parte con su herencia tísica, su
educación como una dama de “sociedad” (de clase alta) y su naturaleza femenina. El
autor enfatiza que su vida libertina al margen de la autoridad masculina la lleva a ser
apartada de su vida familiar y de la sociedad. Finalmente, ella es recluida por su
esposo/médico a una casa en el campo, para siempre.
Las dos piezas teatrales de Daniel Ureña guardan una relación especial con la
“locura”, en ellas se nota la evolución del autor hacia una concepción de la “locura”
como discurso triunfante. En la obra Los Huérfanos (1910), se presenta la traición de una
mujer a su esposo. Éste se da cuenta del adulterio través de un amigo; a quien su esposa
culpa de difamador, a la vez que mancilla el honor de la mujer de este, Consuelo,
haciendo creer a todos que ella lo engaña con otro. La mujer es asesinada y el hombre es
encarcelado como culpable del crimen. Una carta de Consuelo, escrita desde el
manicomio días antes de morir, tras recobrar la razón por gracia divina, aclara el
asesinato y la confiesan como culpable.
En esta obra, otra vez lo normal se define como el comportamiento esperado de
acuerdo al rol femenino determinado por la sociedad. En este caso lo normal es que una
mujer asuma su papel de esposa y madre bajo la autoridad masculina, que en la obra
viene a representar un modelo de virtud (el personaje de Justo). El adulterio y el asesinato
cometido por los personajes femeninos son castigados con la muerte y la locura
18
respectivamente. Este tipo de justicia poética, de interpretación del crimen y el castigo
como una analogía de causa y efecto constituyen la moraleja de la obra.
A través de un espíritu sano se logra perpetrar una acción moralmente correcta,
pues el autor sigue este razonamiento: “…mens sana, es decir, primero el espíritu sano;
in corpore sano, el cuerpo fortalecido por la fuerza del espíritu..” (Ureña 1910: 25). En
realidad, el espíritu sano suele ser el que porta el cuerpo masculino, mientras que el
cuerpo femenino por su naturaleza tiende a ser corrompido más fácilmente. Así, la
sociedad impone normas, el quebrantamiento de esas normas sociales lleva al
sufrimiento, los espíritus débiles se dejan abatir por el sufrimiento y esto puede causarles
la pérdida de la razón.
…el cuerpo es como una caja armónica que humedecida ó deteriorada, hace sufrir
á las piezas interiores cuyos sonidos resultan sordos al perder la densidad de las
vibraciones. Así, el cuerpo enfermo parece apagar las dulces armonías del alma, y
perciben nuestros oídos esas notas tristes de la existencia que marcha camino de la
tumba…” (Ureña 1910: 8).
En esta obra, lo moral ocupa un espacio importante dentro de la definición de
“locura”, primero porque el comportamiento inmoral, como las relaciones sexuales
extramaritales pueden provocar “perder la razón” y segundo porque la irracionalidad
constituye un alejamiento de lo moral, pues asume que morir loco es morir en pecado y
es necesaria la razón para lograr un arrepentimiento y una purificación del alma. Puede
verse como en esta situación funciona la exclusión social como forma de apartar un
elemento corrompido de la sociedad, primero con la deshonra y posteriormente con la
reclusión en un manicomio.
Podemos ver que estos fragmentos del discurso literario tienen mucho en común.
Por un lado asignan una connotación negativa al padecimiento mental que se fundamenta
19
en la herencia, la mala educación moral y la corrupción de la mente y el cuerpo. Para ello
se emplean personajes femeninos cuyos padecimientos mentales se relacionan con
acciones moralmente incorrectas. Estos fragmentos, al igual que los dos siguientes,
también reflejan la conflictividad existente al interior del grupo intelectual, pues critican
el modelo de sociedad propuesto, los valores burgueses y el comportamiento de las clases
altas.
En María del Rosario (1907) (Quesada 1993:149-215), Daniel Ureña le otorga una
noción positiva a la locura”, esta vez en el personaje de perfil mesiánico de Andrés a
quien llaman loco por sus ideas nobles y su voluntad de ayuda al prójimo; éste ha sido
acogido en casa de Doña Chayito, por lo que es considerado como parte de la familia.
Ricardo, hijo de Doña Chayito, deshonra a María del Rosario, una campesina humilde
que había estudiado en un colegio de la capital. Jacinto, el padre de la muchacha
ofendida, amenaza a Ricardo con cobrar su honor mediante un duelo, por lo que Ricardo
huye fuera del país alentado por el consejo de su madre y de un amigo. Andrés interviene
en favor de la muchacha y su familia e intenta consolarlos. Tiempo después, Jacinto
muere y la familia de María del Rosario se deshace. Ella se convierte en una pordiosera
que llega un día a la casa de Doña Chayito a cobrar su honor asesinando Ricardo.
En esta obra el loco masculino cumple un papel moralmente positivo, mientras que
el tema de la “locura” se plantea desde el discurso de la razón. El comportamiento normal
corresponde al egoísmo y de manera paradójica, el comportamiento anormal al altruismo.
Andrés se comporta anormalmente porque se interesa y sufre por el mal ajeno, busca “lo
útil, lo moral, lo sano;” es decir, es un ser “civilizado en una sociedad donde predomina
lo inútil, lo amoral y lo enfermo.
20
Los pobres son bondadosos, pero infelices y sufren por la maldad de la gente rica
pero acceden fácilmente al vicio y son corrompidos debido a su ignorancia (esto sucede
con Jacinto, con el muchacho campesino que pretena a María del Rosario y con ella
misma). Por otro lado, los ricos a pesar de su educación y su filantroa son seres falsos
que sólo buscan su propio bien y el de los suyos (esto sucede en la casa de doña Chayito,
se observa en el comportamiento de Ricardo y en el comportamiento del amigo de
Ricardo). En tanto que lo que distancia a Andrés de estos ricos y estos pobres es su
intelecto, su educación, que le permite discernir entre bien y mal y vivir una vida
moralmente correcta. Andrés propone un nuevo proyecto social de bienestar humano,
que no se logra con la “civilización” o la “evangelización” de las personas, sino mediante
la educación. Además, Andrés rechaza la caridad entendida como los proyectos
filantrópicos de la clase alta y por su comportamiento es excluido de la familia de doña
Chayito. Además, el autor introduce un elemento médico para construir la noción de
locura: la risa nerviosa” de Andrés es una sal de que su padecimiento mental no es
imaginario, es una enfermedad.
En el cuento de Ricardo Fernández Guardia, Neurosis? (1894), Juan es un hombre
joven, instruido, de clase social alta, incapaz de ser constante en alguna cosa. En París iba
a estudiar medicina y luego decidió ser pintor; tiempo después abandonó París con la idea
de ser músico. Cuando llegó a Costa Rica se vio obligado a trabajar en la hacienda de su
padre, allí se enamoró de una muchacha a la que una vez conquistada traicionó por otra
que no quería, ella se casó con otro y lo olvidó, por lo que en su despecho se entregó a las
faenas agrícolas. Este cambio de quehaceres lo llevan a darse cuenta de que la
21
inconstancia rige su carácter de manera involuntaria y que lo lleva a hacer “cosas
disparatadas.” Juan decide encerrarse en un monasterio en Italia.
Al igual que en el caso anterior, aquí vemos cómo se le asigna un valor positivo al
padecimiento mental de un personaje masculino instruido. Juan no tiene un
comportamiento normal, pues no lleva la vida deseada por sus padres; en cambio, sigue
las exigencias de su naturaleza de artista”, y se constituye en una …víctima de la
enfermedad de nuestro siglo, de ese mal misterioso que puebla hospitales y manicomios
con hombres de ingenio…” (Fernández 1894: 156). Con cierto humor, el autor plantea la
existencia de una sociedad opresora que se impone sobre la mente creadora del
intelectual. La noción de “locura” que utiliza el autor obedece tanto a criterios médicos
como socioculturales: la neurosis” se relaciona con un “desorden cerebral”, pero
también con una “enfermedad del alma.” No obstante, los criterios médicos se ridiculizan
y se acentúan los otros cuando el loco niega su locura
…neurosis; pierde la chaveta algún pintamonas por tantas turcas como se ha
puesto en la vida…neurosis. Estoy por creer que los franceses han inventado la
palabreja para encubrir la falta de talento…” (Fernández 1894: 156).
Al final, el mismo loco se recluye pero para dedicarse a la tarea que considera
suprema, ya no la ciencia, ya no el arte, si no la contemplación. La locura puede ser un
estado del espíritu.
Lo social en la literatura
La “locura” como problema social fue considerada mucho antes de la creación de
una institución especializada en el tratamiento de personas con padecimientos mentales.
22
La caridad pública y privada se ocupó de ellos y en ocasiones la comunidad los aislaba en
las casas o en las cárceles (Coto y Rarez 1985: 64). Con la creación del Hospicio
Nacional de Locos, la práctica de reclusión se desarrolló en un contexto científico-
psiquiátrico que pretendió hacer objetivo el concepto de enfermedad mental a través de
un proceso de “eugenización del cuerpo social (Flores 2000:2). Los siguientes textos
literarios analizados abordan la “locura” desde una perspectiva social, y aunque incluye
elementos socioculturales para definirla, se apoyan en el entendimiento del padecimiento
mental como una enfermedad, es decir, que responde a factores biológicos. Al igual que
la mayoría de los enfermos mentales que son atendidos en el Asilo Chapuí, estos
personajes locos pertenecen a sectores sociales populares y enfrentan grandes
limitaciones económicas.
A finales del siglo XIX se aceleró el proceso de expropiación de pequeños
propietarios; mientras que la incipiente proletarización permitió la formación de una
plebe” urbana, compuesta por clases trabajadoras que recibían bajos salarios y sufrían
explotación e inseguridad laboral (Quesada 1998: 74). En las primeras décadas del siglo
XX, las presiones económicas se canalizaron en los sectores populares mediante la
organización de movimientos sociales de obreros y campesinos que empezaron a
politizarse. En la ciudad, artesanos y obreros se organizan en gremios y asociaciones de
ayuda mutua, en el interior de los cuales empezaron a predominar -con un claro matiz
político- los intereses obreros sobre los artesanos (Oliva 1992: 33). Las agitaciones
sociales y la organización de las clases trabajadoras llevaron a algunos intelectuales a
percibir una sociedad dividida en la cual las clases trabajadoras y los mismos
intelectuales se consideraban grupos subordinados (Morales 1993: 114).
6
Desde esta
23
perspectiva, estos textos fueron concebidos por estos intelectuales como un aporte a la
construcción de la cuestión social”, en la medida en que denuncian las condiciones
socioeconómicas de sectores marginados. En las cuatro narraciones, los personajes
“locos” son personas de clase social baja que viven de la caridad de sus vecinos o
familiares. Su condición de “locura” está asociada a su posición socioeconómica que
coarta las posibilidades de estos enfermos de acceder a mejores condiciones de vida.
El hambre es una víbora que estrangula el hogar del campesino, esta es la metáfora
que utiliza Sánchez Bonilla en su cuento El Conchito Enfermo” (Anto Relato 1989: 169-
172), para describir la vida cotidiana del campesino explotado. La miseria, la
enfermedad, el hambre; pero también la bondad y la humildad natural del campesino
formaron parte de los retratos de pobres en el marco del discurso de la cuestión social.”
Como indicamos arriba, los siguientes autores retratan la locura desde la perspectiva de
personajes de clase social baja y asociando el padecimiento mental con una enfermedad
biológica. Esta generación de autores, que forman parte de la “nueva intelectualidad” que
plantea Gerardo Morales, estaban más familiarizados con la psicología y la ciencia
dica, menos imbuidos por el conflicto con la cultura oligárquico conservadora, por lo
que no enfatizan lo moral como causa directa o indirecta del padecimiento mental, sino
que se centran en la realidad material de los sectores populares.
El cuento de Manuel Argüello Mora La loca de la Avenida Central (1899), aunque
no forma parte del discurso de la “cuestión social”, manifiesta una continuidad con los
planteamientos de los otros cuentos, pues enfoca el padecimiento mental desde una
perspectiva social. Describe a la “loca”, en primer término como una madre, que desde su
sufrimiento expresa la injusticia de la marginación social. Lucía, tras la muerte de su hijo,
24
empieza a tener alucinaciones y a perder conciencia de misma, por lo que es atendida
en el Hospital Nacional de Locos; sin embargo, ella considera que en realidad no es
loca y que el tratamiento que le dan le causa más sufrimiento. Esta mujer/madre de clase
social baja tiene voz propia dentro de la narración con la cual denuncia su propio
desamparo dentro de una institución estatal, pues al referirle al narrador su historia le
pide que no la delate porque los doctores, dice ella, “…me martirizan dándome bromuro:
el doctor que nos cura no tiene hijos…” (Argüello 1963: 209). El autor además ubica las
causas del padecimiento mental en el sufrimiento por la rdida de un ser querido, e
introduce elementos médicos en la construcción de la noción de locura, como el bromuro
que los doctores dan a Lucía y las pesadillas y alucinaciones que padece
…duermo poco y sueño constantemente con un cilindro helado que toma
diferentes formas, pero siempre en estado de hielo. Este cilindro a veces saca dos
ruedas por los lados y dos caballos por un extremo…Luego aparece mi niño debajo
de todo…” (Argüello 1963: 208).
Es interesante preguntarse por qué este escritor, un intelectual positivista
claramente identificable con la primera generación”, cuestiona la labor social del
Estado. Sin duda, la desconfianza hacia el asilo podían compartirla muchas personas,
pues los diagnósticos no eran claros y algunos métodos curativos empleados como el
susto, la intimidación, las sangrías y mitos, los azotes, la silla giratoria y la castración
(Coto y Ramírez 1985: 69), sugean que los enfermos mentales eran torturados. Habría
que determinar hasta qué punto se llevaron a cabo estas prácticas curativas, y cuál era la
dinámica entre pacientes y médicos dentro de la institución.
De manera similar la narración de Joaquín García Monge, cuestiona la labor de la
institución hospitalaria, pero este texto se enmarca dentro del discurso de la cuestión
25
social.” En el cuento El loquito (La Mala Sombra, 1918), el loco es un personaje
masculino joven de clase social baja que vive bajo el cuidado de su familia. La causa de
su locura fue un susto que cambió su forma de comportarse
…anda en camisa, porque no le paran los pantalones; los hace trizas o los deja
perdidos. Arranca monte, cebollas, matas de café, de maíz, cuanto halla. Mira lo
que hace, sone y da voces de contento…” (García 1994: 155).
El narrador se compadece de su estado y sugiere a su familia que lo envíen al asilo,
por lo que el padre de éste se niega alegando que allí puede que no le cuiden bien. Este
punto de vista lo comparte también el autor, pues deja ver que la forma de comportarse
del “loquitoes inofensiva por lo que no tiene caso aislarlo de su ambiente familiar que,
aunque de condición humilde, alberga altos valores humanos.
El Conchito Enfermo” (Geranios Rojos, 1908) de Gonzalo nchez Bonilla
(Quesada 1989: 169-172),
narra la tragedia de Soto, un campesino pobre que vive en un
rancho con su mujer. Ambos trabajan, él en un beneficio y ella en el cafetal, y a diario
Soto se queja de las injusticias de su patn y se cuestiona la justificación del cura sobre
la existencia de la injusticia social y la explotación. Su hijo mayor, Sotillo, debe
abandonar la escuela para ayudar en su casa, así que va a trabajar a un trapiche. Pronto
adquiere una pulmoa y se muere. Soto enloquece pues cree que lo ocurrido es culpa
suya. El autor propone que la causa inmediata de la locura de Soto es dolor provocado
por la muerte de su hijo, pero la causa indirecta es la explotación del campesino, porque
…¿qué culpa puede tener un hombre que vive explotado en una sociedad, en donde le
disipan el perfume de sus fuerzas?(Quesada 1989: 171). Este texto también utiliza un
elemento médico para construir la noción de locura: la risa histérica de Soto cuando
26
finalmente lo domina la locura. A diferencia de los otros autores de este apartado, este
autor concibe la locura como un proceso gradual, ¿del cual forma parte la explotación?
En el cuento Moreira” (Por el amor de Dios, 1918) de Luis Dobles Segreda
(Dobles 1993: 11-20), nuevamente el loco es representado por un muchacho de clase
social baja; pero esta vez el loco” representa un peligro potencial para las autoridades:
deambula por las calles. Moreira comparte las buenas cualidades de las clases populares:
es un hombre trabajador, honrado, “manso de corazón” y amante de su familia. Se
dedicaba a pintar el templo de la comunidad y una vez llegó a trabajar sin haber
desayunado, se desmayó y cayó del andamio. Al golpearse la cabeza quedó tonto” y no
pudo trabajar más. Vive de la caridad ajena sin molestar a nadie, el narrador insiste en
llamarlo un “hombre sin pecados.” Además de su padecimiento mental, el tiene que
luchar contra el hambre, la miseria y la indiferencia de todos. Los “locos” como Moreira,
que deambulaban por las calles, formaban parte del discurso liberal al que respondía el
Estado policía, que insistía en la necesidad de preservar el orden y contener los elementos
dañinos y peligrosos de la sociedad.
Sin embargo, el desconocimiento sobre los padecimientos mentales, hacía que las
autoridades en muchos casos no fueran capaces de medir la peligrosidad de un “loco.” Es
interesante observar la forma en que el autor describe la relación entre el “loco y la
policía: no es del todo represiva sino también caritativa. Al poner el autor su mano sobre
el hombro del loco este se estremece, “…¿recuerda que a se la ha puesto también la
policía para espantarlo?” (Dobles 1993: 13). Y en otra ocasión, “…la policía fue una vez
a traerlo del rancho para el Hospital, con un ataque cardíaco; otro día volverá a llevarlo a
dormir junto a Rafaela, (su madre) en el campo de los cipreses…” (Dobles 1993: 19).
27
CONCLUSIONES
El enfoque positivista del intervencionismo estatal se preocupó por la protección
del cuerpo social y por vigilar su salud promoviendo campañas de salubridad pública e
higiene sobre la base del sistema educativo. También se propuso la creación de
instituciones que sirvieran para dichos fines dentro de un esquema de atención moderno.
El Asilo Chapui intentó ser desde su fundación una institución modelo, cuyas prácticas
dicas se encontraban a la vanguardia de la ciencia psiquiátrica, al lado de una
propuesta humanitaria de atención de los enfermos. En este proceso de promoción de
instituciones de protección social dentro del Estado liberal por parte de los intelectuales
positivistas, podemos identificar diferentes discursos que cuestionan y/o proponen
proyectos político-culturales distintos para alcanzar la modernidad, dentro de un
escenario de transición.
En el primer grupo de obras literarias analizadas, se utilizan más elementos
socioculturales que médicos para construir las nociones de locura. Estas obras se
enmarcan dentro del conflicto cultural e intergeneracional que agita el círculo intelectual
de este período. La moral toma una dimensión importante en la construcción de estas
nociones de locura. Vemos que en los textos se presentan personajes locos” de clase
social alta, que se desenvuelven en ambientes caracterizados por la pérdida de los valores
morales y la vida fácil. Esta postura sala la mala educación moral y la herencia como
factores formadores de una voluntad débil, un temperamento nervioso y un padecimiento
mental que dificultan la incorporación de los personajes a la sociedad. Esto generalmente
se da en el contexto de un núcleo familiar problemático, donde predominan relaciones de
28
pareja marcadas por la infidelidad o entre parientes cercanos. La “locura” en los hombres
acentúa características positivas, de creación intelectual; mientras que en las mujeres
refuerza juicios de debilidad y corrupción moral. Además, los autores sugieren la
reclusión como respuesta social al problema de la locura moral. Aquí podemos señalar
una continuidad entre las propuestas de Daniel Ureña y Eduardo Calsimiglia, que
corresponden a intelectuales identificados con las ideas de la “nueva intelectualidad”, y
las de Máximo Soto Hall y Ricardo Fernández Guardia, intelectuales identificados con el
proyecto político-cultural liberal: ambos sugieren una crítica de los valores burgueses.
En el segundo grupo de obras literarias analizadas, pesan más los elementos
dicos que los elementos socioculturales en la construcción de las nociones de locura.
Estas obras tiene una perspectiva social del padecimiento mental y todas -excepto la de
Manuel Argüello Mora- se enmarcan dentro de la construcción de la “cuestión social.”
Estos textos presentan personajes “locos” pobres, pertenecientes a las clases
trabajadoras y que exhiben los más altos valores de las clases populares. En ellos, la
causa última de su “locura” se encuentra en sus limitaciones económicas y su situación de
miseria. Se cuestiona la indiferencia como respuesta social y se propone la caridad.
Además se exalta la pasividad y poca peligrosidad de estos personajes que deambulan por
las calles. En este sentido, la percepción de los escritores es distinta de la de los textos
oficiales. También, se cuestiona la labor del asilo y la reclusión en una institución estatal;
que en el marco de la construcción de la cuestión social”, sería importante preguntarse si
este rechazo constituye una estrategia para desconocer el esfuerzo estatal por incursionar
en potica social.
29
Sobre el eje de estos discursos, el discurso literario construye nociones sobre la
enfermedad mental y la locura, que responden; por un lado, a un llamado conflicto
cultural en el cual, a pesar de la pretendida crítica a los valores tradicionales, se
refuerzan los esquemas morales en relación con el género, asignando valores positivos a
los hombres y valores negativos a las mujeres, y por otro, a una creciente visibilización
de los conflictos de clase.
Finalmente, nos interesa señalar que en el proceso de construcción de las nociones
acerca del padecimiento mental es ejemplar la marcada diferenciación de los temas: si se
escribe sobre el conflicto cultural la “locura” adquiere un matiz sociocultural, que es
preferido generalmente por escritores de sectores sociales altos que se concentran en
problematizar su entorno social; mientras que los escritores de sectores medios se
inclinan por los temas en los cuales se presentan conflictos socioeconómicos, e incluyen
en la discusión a personajes de sectores populares que tienden a idealizar. Es notable que
la problemática de nero esté presente en el primer caso, mientras que en el segundo se
invisibiliza para dar cabida a los conflictos de clase.
BIBLIOGRAFÍA
Argüello Mora, Manuel. 1963. La loca de la Avenida Central.” Obras literarias e
históricas. San José: Editorial Costa Rica, pp. 207-209.
Briceño, César, et. al. 1998. “Pobreza urbana en Costa Rica 1890-1930. El caso de la
ciudad de San José.” Seminario de Graduación, Universidad de Costa Rica.
Coto Campos, María y Ramírez Montes Ana. 1985. Las poticas estatales en el campo
de la salud y la enfermedad mental en Costa Rica 1940-1980.” Tesis de
Licenciatura en Psicología, Universidad de Costa Rica.
Chinchilla Gutiérrez, Sara. 1972. La lepra en Costa Rica. Contribución a la Historia de
la Medicina Nacional.” Tesis de Licenciatura en Historia, UCR.
Dobles Segrega, Luis. 1993. “MoreiraPor el Amor de Dios. San José: Guayacán.
30
Flores González, Mercedes. 2000. “Mujer y locura en la transición al siglo XX. La
interpretación de texto como lectura de una experiencia social.” Jornadas de
Investigación del 21 al 25 de agosto-2000. San José: Instituto de Investigaciones
Sociales, UCR.
Fernández Guardia, Ricardo. 1894. Neurosis? Hojarasca. San Jo: Tipografía
Nacional, pp.129-159.
Fumero, Patricia. 1992. “La ciudad en la aldea: actividades y diversiones urbanas en San
José a mediados del siglo XIX.” Héroes al gusto y libros de moda: sociedad y
cambio cultural en Costa Rica (1750-1900) San José: Editorial Porvenir, Plumsock
Mesoamerican Studies, pp. 93-104.
García Monge, Joaquín. 1994. El Loquito” Breviario Literario. San José: Editorial
Costa Rica, pp.155-157.
González Murillo, Gonzalo. 1979. Breve Estudio Hisrico sobre el quehacer médico-
psicológico en Costa Rica.” La Psiquiatría y la Psicología en Costa Rica. San
José: EUNED, pp.154-155.
Láchner Sandoval, Vicente. 1902. “Apuntes de Higiene blica.” Revista de Costa Rica
en el siglo XX. Tomo I. San José: Tipograa Nacional.
Molina Jiménez, Iván. 1995. El que quiera divertirse. Libros y sociedad en Costa Rica
(1750-1914) San José: Editorial UCR.
__________. 1999. “Plumas y Pinceles. Los Escritores y los Pintores Costarricenses:
Entre la Identidad Nacional y la Cuestión Social.” Revista Historia de América,
No.124, pp.55-80.
Molina, Iván y Palmer, Steven. 1997. Historia de Costa Rica: breve, actualizada y con
ilustraciones. San José: Editorial UCR.
Morales, Gerardo. 1993. Cultura oligárquica y nueva intelectualidad en Costa Rica:
1880-1914. Heredia: Editorial UNA.
Oliva, Mario. 1992. Movimientos Sociales en Costa Rica (1825-1930) San José:
EUNED.
Palmer, Steven. 1999. “Adiós Laissez-Faire: la potica social en Costa Rica, 1880-1940.
Revista Historia de América. México, No.124, pp. 99-117.
Quesada Soto, Álvaro. 1986. La formación de la narrativa nacional costarricense. San
José: Editorial de la UCR.
___________. 1988. La Voz Desgarrada. La Crisis del discurso oligárquico y la
narrativa costarricense (1917-1919) San José: Editorial de la Universidad de
Costa Rica.
___________. 1998. Uno y los Otros: identidad y literatura en Costa Rica 1890-1940.
San José: Editorial UCR.
___________, ed. 1989. Antología del relato costarricense (1890-1930) San José:
Editorial UCR.
___________, ed. 1993. Antología del Teatro Costarricense 1890-1950. San José:
Editorial de la UCR. pp. 149-265.
Sotela, Rogelio. 1923. Escritores y poetas de Costa Rica. San José: Imprenta Lehmann.
Soto Hall, Máximo. 1992. El Problema. San José: Editorial UCR.
Ureña, Daniel. 1910. Los Huérfanos. San José: Imprenta Alsina.
31
NOTAS
1
Una transcripción del Decreto XXXVI de 1885 se encuentra en González 1979: 154-155.
2
Informe de la Junta de Caridad de San Jo, 1906, citado por Briceño 1998: 186.
3
(Láchner 1902: 206). El autor no menciona para cuál año se aplican estas estadísticas, es probable que
sean de 1902 o un año anterior cercano a esta fecha.
4
Gaceta Médica, No 11. Agosto, 1903, p. 267.
5
Quesada Soto, Álvaro. “El Problema en el contexto costarricense” (Soto 1992: 15-16).
6
Recordemos que los intelectuales a los que se refiere Morales, pertenecen a lo que el llama segunda
generación”; provienen de sectores sociales medios y buscan un espacio en el aparato estatal para
desarrollar se propio proyecto político.