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CAPÍTULO 4
“POR SER UNA POBRE VIUDA”. LA VIUDEZ EN LA GUATEMALA
DE FINES DEL SIGLO XVIII Y PRINCIPIOS DEL SIGLO XIX
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Licda. Beatriz Palomo de Lewin
Catedrática
Universidad del Valle, Guatemala
“No maltrates ni oprimas a las viudas ni a los huérfanos,
porque si los maltratas y ellos me piden ayuda,
yo iré en su ayuda y con gran furia, a golpe de espada,
les quitaré a ustedes la vida. Entonces quienes se quedarán
viudas y huérfanos serán las mujeres y los hijos de ustedes.”
(Leyes Morales: Éxodo 22, 21-24)
RESUMEN
Explora la manera en que las viudas vivían su “condición en el período en que el Reino
de Guatemala se convierte en República (primera mitad del siglo XIX). Es parte de una
investigación sobre la vida conyugal de las mujeres: matrimonio, divorcio, viudez. Se
basa en fuentes documentales en el Archivo General de Centroamérica, testamentos,
juicios civiles y criminales, en la literatura contemporánea de la época así como
publicaciones en diarios y periódicos. Persigue conocer más, acerca de la vida de este
grupo: sus conflictos y experiencias con el objeto de rescatar la historia propia de las
mujeres.
Descriptores: Mujeres. Viudez. Guatemala. Siglo XIX
INTRODUCCIÓN
La cita que antecede establece que la situación de vulnerabilidad de las viudas
esta presente en el inconsciente colectivo desde tiempos blicos. A pesar de ello, este
tema no se ha estudiado en el ámbito guatemalteco y del resto de Centroamérica, con
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excepción de Costa Rica (Rodríguez 1992), y está sorprendentemente ausente en la
literatura feminista de la época estudiada.
Este artículo tiene como objetivo analizar introductoriamente el destino de las
viudas, particularmente, tratando de determinar su estatus, medios de subsistencia, la
forma mo enfrentaban sus dificultades derivadas del hecho de ser viudas, y el papel
que jugaron en la sociedad guatemalteca desde fines del siglo XVIII hasta principios
del siglo XIX. Dicho período corresponde a una sociedad en transición: de una ciudad
capital a otra y de ser colonia a una república.
La documentación utilizada en esta investigación se encuentran en el Archivo
General de Centro América, Guatemala (AGCA), y corresponde a: juicios civiles y
criminales, demandas por testamentarias, testamentos, cartas de compraventa, y los
Padrones de 1797 y 1824 de La Nueva Guatemala de la Asunción. Por otra parte, se
utilizaron obras de autores guatemaltecos del siglo XIX y escritos de los viajeros que
nos visitaron en esa época.
1. CONTEXTO HISTÓRICO, ENTORNO MATERIAL Y VIDA
COTIDIANA EN LA CIUDAD DE NUEVA GUATEMALA DE LA ASUNCIÓN
Al bajar al Valle de la Ermita, poa verse una ciudad trazada al cordel en forma
de tablero, rodeada de barrancos y enmarcada por los volcanes. A medio construir, el
paisaje urbano estaba dominado por las iglesias que ocupaban manzanas completas y
pequeñas lagunas intercaladas entre los solares, con las casas con techo pajizo, y en los
sitios cerca del Sagrario se encontraban las casas de mayor afluencia económica, casas
de una planta, techadas con teja que se diferenciaban de las otras en su tamaño. Eran
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casas de tres patios, el primero albergaba un jardín a la usanza española, enmarcado por
un corredor donde se encontraban los dormitorios de los dueños de casa, la sala y el
comedor. El segundo albergaba la servidumbre, la cocina, la gran pila donde se lavaba
ropa y un patio, escenario de actividades como el desgranar maíz, desplumar pollos o
coser por las tardes, en compañía de un loro o una guacamaya. En el tercero se
encontraba la cochera si es que contaban con ese lujo, una pequeña huerta y con
frecuencia, aves de corral, perros y gatos. En esta última parte habitaba un empleado
de la casa que servía de cochero, portero, mayordomo etc. En cada patio habitaba el
grupo socio-racial correspondiente y por eso encontramos que en una misma casa
vivían, blancos, negros e indios y todas las variantes de por medio incluyendo esclavos
(Padrón de la Habana: AGCA.Sig. A1.Leg.5263.Exp44222 (1796).
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En la casa de
Dolores Maltes, una viuda española de 60 años, vivía Jacinto Gonlez un pardo
casado con Eustaquia, una mestiza y una familia de mulatos (Padrón de la Habana,
AGCA.Sig. A1.Leg.5263.Exp.44222 (1796).
La ciudad, contaba con núcleos de población, que se había asentado alrededor de
un cuartel militar o en lugares marginales como el mal llamado “barrio” La Habana, allí
habitaba gran cantidad de artesanos mulatos, labradores indios y mujeres como la india
Mercedes, que a los 18 años ya se dedicaba a la costurería. La Habana era considerado
el barrio del crimen, ya que
…tiempo hubo en que muy pocas gentes se arriesgaban a ir solas por la
Parroquia o al barrio de La Habana, por temor a los asaltos y de los robos, no en
despoblado sino a la vista y paciencia de los „perejiles.‟ Mote que se le dio a los
policías de la época…” (Salazar 1957: 30)
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Asímismo, cuando se cometía un crimen, la policía rutinariamente hacía redadas
en dicho lugar y llevaba a muchos a la cárcel para interrogarlos (Palomo de Lewin
1995: 264). Por carecer de un padrón de la misma fecha para el barrio de El Sagrario,
donde vivía la elite, sólo podemos suponer que en ella habitaban castizos, que
prácticamente no aparecen en los otros barrios, mestizos y la servidumbre que estaba
compuesta por indios y algún mulato esclavo que a partir de 1824 fueron libertos.
La Ciudad de Guatemala era una ciudad pequeña, ya que tenía entre 25 y 35 mil
habitantes (Dunn 1829: 90), con una población joven, mayoritariamente femenina
(Langenberg 1981:118), soltera, con un alto porcentaje de viudas, que oscilaba entre el
45 y el 12 %. El sobre número de mujeres se explica porque éstas, obligadas por la
pobreza, buscaban trabajo en ella. Ellas servían en casas de clase media y alta, donde
residían mujeres cuyos esposos habían fallecido o permanecían en el campo “cuidando
la milpa” o la hacienda. Muchas de ellas eran viudas, cabezas de familia y propietarias
de la casa en que vivían.
El poseer una vivienda era un privilegio que muy pocos compartían. En el padrón
del barrio La Habana se reportan 1027 habitantes, de los cuales 27 son propietarios, y el
Padrón de 1824 reporta que la mayoría de habitantes carecen de una propiedad
inmueble. En los alrededores del Quartel Ojo de Agua” habitaban 1344 individuos, de
los cuales solamente 160 eran propietarios, entre ellos 43 viudas. En el caso de la
Costa Rica del siglo XIX, se ha señalado que al igual que en
…Toda sociedad se puede estudiar a través de su unidad básica: la familia. Esto
es cierto por el hecho de que toda persona pertenece a una (y lo una) unidad
familiar, y ocupa un lugar único y específico en ella, de acuerdo con su relación
con el jefe. En un censo, el jefe se auto define como tal y es reconocido por los
demás miembros, ya sea por ser la persona que toma las decisiones más
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importantes, aporta el ingreso principal, tiene más edad o infunde más respeto…”
(Worsfold 1996)
Los padrones guatemaltecos muestran que el patrón “tradicional”, el de la familia
nuclear, no es el que prevalece. En el Barrio de San Sebastián, por ejemplo, de los 420
hogares listados en el Padrón de 1824, solo el 47 % parece ser encabezado por un
hombre que vive con su pareja, y un 48% de los hogares tiene jefatura femenina (89
viudas y 77 solteras, entre las que se encuentran madres solteras). Las viudas aparecen
como cabeza de familia cuando son las propietarias del inmueble, de lo contrario no. El
carácter patriarcal de la familia no es evidente, ya que los apellidos no siempre seguían
la línea patriarcal en la época de los censos.
No obstante, antes de continuar este análisis, es preciso llamar la atención al
hecho de que la información que proveen los padrones es relativa e incompleta. En
cuanto al número de habitantes, aquellos que no tenían residencia fija no aparecen en el
padrón. Asimismo, el sobre número de mujeres se atenua si tomamos en cuenta que los
hombres que estaban en las cárceles o los cuarteles y los huidos, no eran
empadronados. Además, la categoría de solteros incluye a los menores y a todos
aquellos que formaban parte una familia de hecho, y que carecían de los medios
económicos o el deseo de casarse por la Iglesia. Y en cuanto la estructura familiar, hay
que tomar en cuenta que las uniones de hecho no aparecen registradas, y que algunas
madres solteras, se hacían pasar por viudas para evitar la vergüenza.
El asunto de la profesión u oficio reportando en los censos y padrones también se
presta a interpretaciones desviadas de la realidad. En ningún caso aparece la profesión
de una mujer. Igual que en la actualidad, cuando los burócratas escogen escribir en la
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cédula de vecindad ama da casa” en lugar de abogada, historiadora, ingeniera, etc.
Ayer sistemáticamente escribían “mujeriles” en la categoría de oficio, aunque otras
fuentes revelan que había mujeres que ejercían un oficio y que en algunos casos
poseían y dirigían talleres artesanales.
A través de los padrones, tampoco podemos establecer la edad en que los
habitantes de la Nueva Guatemala se casaban, pero encontramos muchos casados
mayores de 20 años y pocas viudas en sus veintes. En una sociedad con una tasa de
mortalidad elevada, era raro que una pareja consiguiera llegar a la vejez. picamente la
mujer perdía a su marido, formal o informal alrededor de los 40 años, después de una
unión de alrededor de 20 años. En los padrones examinados, la mayor cantidad de
viudas tienen entre 40 y 50 os, por lo que puede asumirse que las viudas empezaban a
fallecer después de los 50 años. Aunque no sabemos con certeza la edad en que
enviudaron, es posible inferir que lo hacían alrededor de los 35, 40 años, ya que hay
que tomar en consideración el grupo que volvía a casarse y tener hijos en el segundo
matrimonio.
Es fácil establecer que había más viudas que viudos. Aunque los hombres también
enviudaban, se volvían a casar tan rápido que pasaban la mayor parte de su vida
casados, mientras que las mujeres pasaban 1/3 de su vida solteras, 1/3 casadas y 1/3
viudas, sino es que dos tercios. Tenemos entonces que la experiencia de la viudez es
más femenina que masculina, como también se ha encontrado en la ciudad de México y
el Valle Central de Costa Rica (Arrom 1988: 118-121; Rodríguez 1992: 60-61). Las
casadas dos veces enviudaron relativamente jóvenes ya que frecuentemente tuvieron
hijos en el segundo matrimonio. María Manuela se casó con Pablo Pisola y tuvo tres
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hijos. Después de enviudar se casó por segunda vez con Antonio Mendoza y tuvo 2
hijos (AGCA. Sig. A1.20. Leg. 510. Exp.9013. f.182).
Por su parte, y al igual que en la ciudad de xico y el Valle Central de Costa
Rica (Arrom 1988: 118-121; Rodríguez 1992: 60-61), los viudes tendían a casarse por
segunda vez con mujeres considerablemente más jóvenes. Cuando Manuel José
Arévalo pide dispensa de proclamas, confiesa que como se casa con una niña de 24
os, “…la referida niña tendrá que sufrir mucho bochorno de la imprudencia de las
gentes; que a causa de mi avanzada edad se burlarán de mi matrimonio…” (Palomo de
Lewin 2001: 118).
Las viudas no tenían la misma oportunidad de volverse a casar, al menos que
tuvieran propiedades que les ayudara a competir contra mujeres más jóvenes
(Rodríguez 1992: 60). Manuela de Paz, cuando se casó con Cosme Cladera, no tenia
dote, sin embargo, cuando enviudó su caudal era considerable. Decidió poner 4000
pesos a réditos en el convento de la Concepción y el resto los repartió de acuerdo a la
voluntad de su difunto esposo. Al casarse en segundas nupcias con el Dr. Vicente
Carranza, médico de profesión ya era una mujer acaudalada. El segundo esposo no
contribuyo nada al matrimonio, por lo que al testar, ella afirma que él “…no tiene
derecho alguno a mis bienes…” Sin embargo, esto no impide que ella le haga gracia y
donación de 1,000 pesos. Con esta dote respetable el Dr. Carranza se convirtió en un
buen partido (AGCA. Sig. A1.20.Leg.917.Exp. 9410. f. 12).
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La tendencia general era que las mujeres tenían una mayor expectativa de vida
durante este período y aún en el presente. Quizás esta afirmación sea errónea porque se
basa en el sobre número de viudas sobre los viudos. Esta tendencia de mayor cantidad
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de viudas sin casarse y menor de viudos sin volver a casarse se explica, en parte,
porque los hombres necesitaban de una esposa que cuidara de los hijos y se ocupara
del hogar. Asímismo, los viudos podrían tener mejores oportunidades, porque había
más mujeres que hombres en la ciudad de Guatemala.
2. EL ESTATUS DE LAS VIUDAS
Algunos investigadores consideran la viudez como el “estado ideal”, ya que la
mujer adquiría su mayoría de edad civil al llegar a la viudez. Según Ots Capdequí,
…en las sociedades hispánicas lo la viudez permite a las mujeres disfrutar de plenos
derechos civiles…” (Ots Capdequí 1930: 312). Con lo cual también concuerda Silvia
Arrom, quien afirma que “…la viudez marcaba una importante transición a la
autonomía para la mayoría de mujeres casadas…” (Arrom 1988: 145). Si bien es cierto
que visto desde el siglo XXI esto suena conveniente, falta saber si las mujeres de dicha
época se sentían liberadas o preferían volver a la dependencia que encerraba un nuevo
matrimonio. ¿Había presión social para casarse nuevamente? ¿Preferían una unión
informal? o ¿Decidían “guardarle la Fe” al difunto hasta el final de sus días? Las
respuestas a estas interrogantes dependen de la edad, posición social y económica, los
rasgos del carácter personal y de las circunstancias de las mujeres cuya vida aparece en
las fuentes.
Al permanecer en su “estado natural”, las jóvenes eran más apreciadas en el
mercado matrimonial: Ignacio ent a una casa con la intención de casarse con
cualquiera de las dos hermanas, pero el cura le aconsejó que “…mejor se casara con la
Juana porque era doncella y no con la otra por ser viuda” (Palomo de Lewin 2001:
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120). Por otra parte, las jóvenes viudas que ya no tenían que proteger su virginidad,
eran vistas con recelo por las otras mujeres y enfrentaban una serie de problemas
debido a su “situación”. Para evitar estos males, en la Biblia, Corintios 8 sentencia que
mas vale casarse que consumirse de pasión…”, y en Timoteo se sentencia que
…por eso quiero que las viudas jóvenes se casen, que tengan hijos, que sean amas de
casa y que no den lugar a las criticas del enemigo…” (Timoteo 5: 915). Timoteo hace
un retrato perfecto de las expectativas de la sociedad patriarcal cuando ordena.
A este respecto, en la documentación de la época encontramos el siguiente texto
muy aleccionador acerca de la conducta de las viudas, saegún el cual se afirmaba que
…En la lista de las viudas deben estar únicamente la que tenga más de sesenta
os y no haya tenido sino un solo esposo. Si ha criado bien a su hijo y si ha sido
amable con los que llegan a su casa, si ha lavado los pies de los creyentes y si ha
ayudado a los que sufren, en fin si ha procurado hacer toda clase de obras
buenas” y como seguidora de esta costumbre, María Manuela Feixó viuda de
Manuel Rivera, quien no tuvo hijos, dejó sus bienes en partes iguales: 1 para los
pobres vergonzantes,1 para los mayordomos del Santísimo Sacramento y la
tercera para el albacea, para un legado que le tiene reservado…” (AGCA. Sig.
A1.20. Leg.5101. Exp. 90 13. f. 524).
Esto no era sorprendente porque la devoción religiosa y las obras pías eran parte
de la cultura de la época. Especialmente la devoción a la Virgen María y a los Santos
Patronos, lindaba en la superchería. El viajero Henry Dunn hizo en sus memorias la
siguiente observación: “…Aquí la Virgen es el principal objeto de adoración; si algo se
pierde, se le reza para que aparezca o que indique nde puede ser encontrado, si
alguien se enferma se le ruega que lo cure…” (Dunn 1829:135).
Con la costumbre de que las mujeres casaran con hombres siempre un poco
mayor que ellas, la sociedad machista se aseguraba que los hombres fueran cuidados y
atendidos por sus mujeres hasta su último suspiro, una vez cumplida esta misión que
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Dios” les había encomendado, esperaba que ellas comedidamente desaparecieran de la
escena. Sin embargo, algunas funciones que desempeñaba originalmente el esposo,
pasaban a ser prerrogativa de las viudas. El dar autorización para el matrimonio de uno
de los hijos era una de ellas.
En el aspecto económico, al quedar viudas, las mujeres asumían las funciones
que anteriormente le correspondían al esposo. En el caso de las panaderías vemos como
las mujeres se hacían cargo de dicho negocio aún cuando la panadería aparecía como
propiedad del esposo. Hasta el momento no se ha encontrado en Guatemala que un
gremio se querelle con una viuda por “usurpar” la dirección de un taller artesanal como
sucedió en Europa, donde los gremios insistían que las viudas se casaran con un oficial
del mismo gremio, para que éste asumiera la dirección del taller y no la viuda que de
hecho lo hacía y con éxito, de lo contrario por qué la querella. Es de suponerse que los
gremios guatemaltecos que carecían de la fuerza coercitiva de los europeos, no se
ocuparan de estos negocios y permitieron que las viudas dirigieran sus talleres sin
tropiezos legales. Sin embargo, a cierto nivel el éxito de las mujeres transgresoras de su
papel de madresposas era una aberración.
José Milla usa la novela histórica como pretexto para demostrar las terribles
consecuencias que provocan las transgresoras. En el ámbito político existe un caso
histórico en Guatemala, en el cual una mujer asume las funciones del marido al morir
éste. En el siglo XIX se presenta su historia de la siguiente manera: Beatriz de la Cueva
quien según la tradición firmó “la sin ventura” el acta que la proclamaba como
gobernadora,
…en su exceso de dolor por la muerte del Adelantado, Pedro de Alvarado, había
proferido palabras blasfemas y n se citaba el testimonio de personas muy
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respetables que los había escuchado con esndalo. Temíase que la lera del
cielo se hiciese sentir en aquellos momentos y que pagase la población inocente
el pecado de su gobernadora….” (Milla 1985:225-226)
El tono de esta historia” induce a pensar que al nombrar a Doña Beatriz como
gobernadora, el ayuntamiento había trasgredido la tradición y depositado en una
mujerel poder que correspondía legítimamente sólo a los hombres. Esta blasfemia y
las de la gobernadora, provocaron la ira celestial que se resuelve en la muerte violenta
de todos los involucrados durante el cataclismo de los terremotos de Santa Marta de
1773.
3. BAJO LA SOMBRA DE UN HOMBRE
Al igual que hoy, la muerte del esposo implicaba la pérdida del cabeza de familia,
del padre, el patn, el protector y el proveedor. En ciertos sectores sociales se
procuraba que las mujeres supieran lo menos posible de los “asuntos” del marido, y
después sumidas en la ignorancia necesitaban un “protector” que las ayudara a salir
adelante. Manuel de León dejó como albacea a su viuda Margarita del Cid, “…bajo la
dirección y amparo de mis compadres…” (AGCA. Sig. B.90.Leg.1293.Exp.31375).
Por la misma reserva que algunos esposos tenían sobre la capacidad de la esposa para
manejar sus negocios, dejaban como albaceas a “hombres de confianza”, que una vez
desaparecido el patriarca demostraban no ser confiables. A este respecto es ilustrativo
el caso de Dionisia Dávila (AGCA Sig. A1 .Leg 2738.Exp. 23501, 1815).
Aparentemente, aunque muchas mujeres podían mantenerse a sí mismas y a sus
familias económicamente, la tradición patriarcal les inducía a buscar un nuevo consorte,
aunque esa unión fuera “un mal negocio”. Agustina Corzo fue dotada con 500 pesos en
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su primer matrimonio, pero “…con los ocasos de mi viudedad me gasté todo…”,
excepto 200 pesos. Su segundo matrimonio con Vittorio Peña fue por amor, ya que este
tampoco tenía dinero, pero le dio 7 hijos, pero a pesar de ello fue el matrimonio fue un
mal negocio (AGCA. Sig. A120.Leg. 3035.Exp. 29307. f.5 43 v).
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Por otra parte, si no volvía a casarse se esperaba que la viuda “le guardara la Fe”
al difunto. En la, Ley 203 de las de ESTILO que datan de 1473, se establece que:
…Y otrosí mando y ordeno, que si la mujer fincare viuda, viviere
lujuriosamente, que pierda los bienes que hubo por razón de su mitad de los
bienes que fueron ganados y mejorados por su marido y por ella durante el
matrimonio entre ellos, y sean vueltos los tales bienes a los herederos de su
marido difunto en cuya compañía fueron ganados…” (De Cossio y Corral
1949:525)
Dionisia Dávila quedó como heredera universal de su esposo, quien dejó como
albaceas a sus propios hermanos. La viuda se queja de que no ha recibido nada, aunque
pidió una pensión alimenticia para sí, sus cuñados ni se molestaron en responderle, por
que ella afirma que esta situación
me ha puesto en la necesidad de ocurrir al amparo de V.A., por tanto para
poder accionar como me corresponde…, suplico sea muy servido… informar en
forma legal si es cierto que soy viuda del mencionado Juárez, y vivo con honradez
y estimamiento correspondiente a mi estado…” (AGCA. Sig. A1 .Leg.2738.Exp.
23501, 1815).
Se llama a los testigos, los cuales aseguraron que María Dionisia se ha
mantenido en su honradez tanto el tiempo que vivió su marido cuando ahora en su
viuedad, que es la verdad en que se afirma…” (AGCA. Sig. A1 .Leg.2738.Exp. 23501,
1815). El objetivo de la viuda para exigir esta certificación de los testigos, era impedir
que sus cuñados argumentaran que no le guarda la fe al difunto y se apropiaran de su
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herencia. Claramente, los cuñados no quieren que Dionisia se convierta en un buen
partido, se vuelva a casar y que el segundo marido aproveche la fortuna del difunto.
Por otra parte, también había viudas que no tenían fortuna que perder, por lo que
muchas veces entraban en relaciones consensuales con hombres más jóvenes o de
origen inferior. Este fue por ejemplo el caso de la viuda Paula Luna, quien se enamo
de un mulato. Al momento de ser acusados por concubinato, nuevamente ella se
encuentra en cinta. Joseph Gabriel Ruiz, su amante, había sido azotado por su maestro
tejedor y puesto en la cárcel por dos meses. Paula declara que por su “fragilidad” hubo
de tener amistad con Ruiz pero que ya lo dejó, aunque el cuarto embarazo denuncie lo
contrario (AGCA. Sig. A.120. Leg 4291, 1793).
En el mismo sentido, la mulata María Antonia Estrada, viuda con 6 hijos acusada
de ilícita amistad con Bonifacio, antes de enviudar éste, por lo que lógicamente se
seguirían viendo cuando los dos eran libres. En sus declaraciones María Antonia niega
dicha relación diciendo que “…ella es mujer vieja (50) y el es mozo (30)…, ella es
mujer sola y con seis hijos y como las bocas no se pueden estar quietas han levantado
este polvo…” (AGCA. Sig. A2.Leg.185.Exp.37504.f.11). Bonifacio por su parte había
enviudado recientemente, y declaró que
hace 6 o 7 meses que dejó la mala amistad que tenía con María Antonia, desde
vida de su mujer[que la ha visto], …aunque no diariamente sino de ocasiones
por el respeto de su mujer, …mayormente siendo una viuda que tiene mayor
respeto…, [pero que] la fragilidad humana le hizo caer en este delito…” (AGCA.
Sig. A2.Leg.185.Exp.37504.f.11)
Por lo tanto, precisamente porque las viudas enfrentaban tremendas dificultades
financieras, eran vistas con sospecha por la población. Lo anterior se puede apreciar en
el caso de la viuda mulata Mercedes Obregón, de oficio “mercochera”, la cual fue
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acusada de haber robado un bulto con joyas, que luego se estableció que la dueña se las
había encomendado para que las llevara a un familiar. Ella consideraba que esta
sospecha se debía a solo porque vieron que era pobre sospecharon que había
robado…” (AGCA. Sig. A1.15.Leg.4375.Exp.35651).
4. ¿DE QUÉ VIVÍAN LAS VIUDAS?
Las entradas de las viudas para su manutención eran diversas y se relacionaban
con su estatus social, como por ejemplo: encomiendas, pensiones y montepíos, bienes
heredados, trabajo artesanal, actividades comerciales, “trabajos mujeriles”, y de la caja
de la comunidad.
a. Encomiendas
Durante la época colonial, las viudas de los primeros pobladores con frecuencia
heredaban las encomiendas otorgadas a sus esposos hasta que fueron abolidas, ya que
las encomiendas se podían heredar de padres a hijos de maridos a sus mujeres y
mujeres a sus maridos…” (AGCA. Sig. A1.39. Leg. 1571. f. 14).
b. Pensiones y montepíos
Las esposas de los empleados de la Corona tenían derecho a recibir una pensión.
Mientras existieron las encomiendas, las pensiones podían provenir de los tributos de
una encomienda. Por ejemplo, al morir Nicolás de Solórzano, Alguacil Mayor de
Chiapas, se declaró vaca la encomienda que recibía los tributos de 7 parcialidades. Se
dispone que estos tributos sean colocados por el Ayuntamiento para crear un fondo de
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pensiones. A esto se oponen tanto la viuda del difunto, quien la quiere para sus hijos,
como otros pretendientes que presentan pliegos de méritos y servicios a la Corona.
Finalmente, se llega a una solución salomónica, en la cual se dispone entregar las
siguientes cantidades: a Pedro Bermúdez a título de dos vidas a condición de que
entregue como pensión 250 pesos a la viuda de Solórzano; 250 pesos de a ocho a la
viuda de un oidor; 250 pesos a las hijas del Sargento Mayor Diego Vaquero o 125
pesos a cada una; 150 pesos a la viuda de Diego Arriaza (no aparece su mérito); y 180
pesos a la viuda de un Maestre de Campo y a otras viudas y huérfanas de servidores de
la Corona. Estas pensiones oscilaban entre los 150 y 250 pesos al año. De esta
pensión, las beneficiadas tenían que pagar el diezmo, por lo que les quedaba poco más
de 10 pesos mensuales para vivir (AGCA. Sig. A3.Leg.825.Exp. 1521. f.14).
Por otra parte, la Real Cédula del 27 de abril de 1764 establecía que …Para
asegurar la asistencia y amparo de las viudas y huérfanos de los cuerpos de la Milicia y
de Gobierno y de Juisticia de mis Consejos y tribunales, he resuelto se forme y erija un
montepío…” (AGCA. Sig. A3.2.Leg. 557. Exp. 11.533. f.4v). Así, aprovechando esta
provisión, en mayo de 1787, encontramos a Manuela Urriola solicitando la gracia de ser
incluida en el Montepío de Tribunales, por ser viuda del Oidor José Vázquez de Aldana
(AGCA. Sig. A1.23.Leg.1529.F. 607).
Además, a partir de la Real Cédula del 6 de julio de 1811, se estableció la cláusula
de “mandas forzosas en los testamentos otorgados tanto en la Península como en
América Española, a favor de las viudas de Zaragoza, las cuales tenían un valor de 3
pesos (AGCA. Sig. B.1.9.Leg. 76. Exp. 2250. f. 44), y cuya aplicación se puede
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apreciar en varios testamentos guatemaltecos de la época (AGCA. Sig. A120.Leg.
3030, Exp. 29302. (1818), f. 44).
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No obstante, a pesar de estas subvenciones, las viudas tenían que reducir sus
gastos al tiempo que trataban de mantener su nivel social, ya que el montepío era
alrededor de una cuarta parte del sueldo que el marido había percibido. Esto es objeto
de mofa en la literatura de la época, según la cual se relata que Doña Luprecia Costales,
viuda de un militar español, moraba junto a sus 5 hijas y una hermana, en la calle de la
Merced, vivía de un “montepío de viuda y la renta de un mayorazgo en España”.
Eliminar gastos era su salvación, el matrimonio de sus hijas su misión, la tertulia, la
solución. Finalmente la pobre viuda casa a todas sus hijas, pero las casa mal y vuelve a
tenerlas a todas de vuelta en casa (José Milla 1979:7).
c. Bienes heredados
El derecho español vigente en las postrimerías del siglo XVIII y la mayor parte
del XIX, mantenía el principio de separación de bienes y comunidad de gananciales.
Los bienes personales eran la dote, la herencia y los bienes ganados, mejorados y
habidos en común. En cuanto a la dote, en el caso de la mujer, ella tenía derecho a
reclamar su dote si su esposo la estaba malgastando (AGCA. Sig. A1.Leg.2508.Exp.
19929.(1793), o al quedar viuda, las Leyes del Toro le garantizaban que ella recuperara
su dote. Con respecto a la herencia, era la que recibían de algún pariente. En relación
con los bienes, éstos correspondían a los “ …que fueron ganados y mejorados y habidos
durante el matrimonio entre el marido y la mujer por el uno de ellos, que sean y finquen
de aquel que los hubo ganado, sin que el otro halla parte de ellos (De Cossío y Corral
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1949: 25). Los testamentos ratifican la observancia de esa ley, así, Interia Aroche
declara que “…ni yo ni mi citado marido llevamos bien alguno, ni este los adquirió, ni
dejó, …por lo que en el día existe son adquiridos con mi industria y personal trabajo…”
(AGCA. Sig. A1.20. Leg.3031 (1823) f. 137).
La comunidad de gananciales se refiere a los bienes ganados, mejorados y
habidos en común. Por lo tanto, todas las viudas heredaban de su esposo la mitad de
gananciales y la otra mitad se distribuía entre los herederos forzosos que eran los hijos.
Si no había otros herederos, eran herederos universales y muy frecuentemente sus
albaceas. Jacoba Montes de Oca heredó de su marido Juan Francisco Letona alrededor
de a 4000 pesos (AGCA. Sig. A1.20. Leg.594.Exp. 5092.
d. Trabajo artesanal
Además de las actividades artesanales definidas comopicamente femeninas
como el hilar y tejer y la fabricación de cigarros y chicha, algunas mujeres tenían su
propio taller. Este fue el caso de la viuda María Muñoz, quien tenía una locería en
Antigua que ella misma administraba (AGCA. Sig. A1.20. Leg.30301.f.198.1821).
Asimismo, existían escuelas de modistas donde una “maestra” aceptaba aprendices, que
por lo general eran adolescentes, algunas huérfanas o hijas de viudas (Komisaruk 2000:
156). Algunas esposas de artesanos trabajaban a la par del marido y al morir éste, la
mujer asumía el lugar de su esposo en la dirección del taller. Otro fue el caso de las
panaderías, las cuales aparentemente eran tradición familiar femenina. En los registros
de propietarios de panaderías aparecen 18 mujeres propietarias de panaderías (AGCA.
Sig. A1.Leg. 41. Exp.1014. (1786) y Sig. B.84.1.Leg. 1127.Exp. 25848 (1829), lo cual
18
contradice la información de los padrones los cuales tendían a registrar
predominantemente los “oficios mujeriles”. Si la información de los padrones indicara
algo diferente, es probable que sea el resultado de los prejuicios del que tomaba los
datos, quien asua que el cabeza de familia era el dueño de todo y que él producía
todo.
Tomaza de Lara parece ser un buen ejemplo de mo surgió como propietaria de
una panadería. Ella inició en el negocio de panadería en la Antigua Guatemala, y
después de sufrir grandes pérdidas durante el terremoto de 1773 se trasladó a la nueva
Guatemala. La panadería había sido su sustento cuando quedó viuda por primera vez.
Vuelta a casar en 1764 con un comerciante menor que ella, que no le ofrecía ningún
soporte económico (sino por el contrario ella tuvo que cancelar las deudas contraídas
por él), ella sobrevivió con las ganancias de la panadería. Cuando su segundo marido
murió, ella siguió viviendo de su negocio, a pesar de lamentarse de ser pobre
(Komisaruk 2000:188-190).
e. Actividades comerciales
Las mujeres eran muy activas en el comercio, ya que gran número de ellas eran
vendedoras ambulantes, y muchas veces tenían en sus casas una tienda, expendio de
carne u otro producto como miel, que una vez viudas les procuraba un ingreso para
vivir (Langenberg 1981:187). Como por ejemplo, la viuda Manuela de Paz tenía una
tienda de mercería en su casa cuyas ganancias contribuyeron a su fortuna (AGCA. Sig.
A1.20. Leg. 917. Exp. 9410. f.12).
6
Otras comerciaban a mayor escala, como la viuda
Josefa Sánchez, quien tenía “…bienes propios, en valor de 11 mil pesos en plata
19
efectiva, que se completan con un patacho de mulas…”, bienes que eran señal
inequívoca de que era comercianta (AGCA. Sig. A1.20. Leg. 29308. (1817). Y en
Salcajá, Agustina Corzo al testar dejó un legado adquirido con su trabajo de
comercianta de cacao, el cual sumaba un total de 2,895 pesos y 6 reales…(AGCA.
Sig. A120.Leg. 3035.Exp. 29307. f.5 43 v. ).
7
f. Los “trabajos mujeriles”
Podemos afirmar que todas las mujeres al enviudar, continuaban en el ejercicio de
los trabajos mujeriles”, o bien domésticos, con la diferencia que las de escasos
recursos, apremiadas por sus carencias económicas empezaban a hacerlo para otras
personas. Aunque lo último que ellas deseaban era ser sirvientas en otra casa, algunas
viudas se veían obligadas a ello (AGCA. Sig. A1.Leg. 154.Exp. 3063.f.1314). Un lugar
intermedio en la escala laboral era trabajar sin abandonar su casa: lavaban ajeno,
vendían parte de su producción diaria de tortillas o proveían servicio de comida para
otras personas, lo mismo que hacer costura blanca.
Entre las acusadas de clandestinistas, (productoras de bebidas embriagantes sin
licencia), ellas frecuentemente alegaban que tenían que hacerlo. Según declaraciones de
María Antonia Estrada, una viuda acusada de producir agua dulce, alega que lo hace
para mantener a sus hijos y a su padre, y por ser …una pobre viuda y no tener otro
arbitrio para sobrevivir….” (AGCA. Sig. A2.Leg.185.Exp. 37504.f.11).
Otro trabajo derivado de su condición de mujer y que era comparativamente bien
remunerado, era el de Chichigua o ama de leche”, Melchora, una india viuda que tenía
20
seis hijos a quien cuidar, vende su leche para conseguir medios que le ayuden a
alimentar a sus hijos (Alvarez Aragón 1995:187-192).
g. De la caja de comunidad
Finalmente, las viudas podían recurrir a la caja de la comunidad para poder
sobrevivir ellas y su familia. En esta caja se depositaba el producto de las sementeras
que los pueblos de Indios cultivaban en común, aunque el objetivo principal era ajustar
el tributo, también de allí se sacaba para la manutención de viudas y huérfanos.
5. POR MI DESAMPARO Y ESCASEZ
En las sociedades patriarcales el hombre trabaja para el mundo y a este se le paga
por sus labores. La mujer en cambio trabaja para el hombre, quien no le paga un salario
pero la mantiene. Al morir este, la viuda queda sin trabajo y sin quien la mantenga.
María de los Santos Figueroa era una mujer con espíritu de empresa ya que
cuando se casó con Luis Concha, el introdujo al matrimonio 7 caballos y ella 150, más
un campo “…adquirido con mi industria y esfuerzo personal…”, de esta unión le
quedaron 2 hijos que a la fecha de su testamento tenían 30 y 25 años respectivamente.
Aparentemente, su segundo matrimonio fue por amor, pues Aurelio Herrarte “…sólo
llevó al matrimonio una mula…, y tuvo con él siete hijos que murieron a temprana
edad. Con sus hijos mayores adquirió un trapiche en “Los Esclavos” (AGCA. Sig.
A1.20.Leg.3030. f. 111, imp.249).
En su segundo matrimonio, ella declaró que “…estaban ya adelantados mis bienes
y durante este matrimonio tendría un aumento entre bestias y ganado mayor como de
21
20 cabezas…” (AGCA. Sig. A1.20.Leg.3030. f. 111, imp.249), por lo que dejó en
herencia 70 caballos y mulas, una casa en el pueblo de Los Esclavos y ropa. También,
ella crió a una “pepesita” (pepe era el nombre que se le daba a los niños y niñas
huérfanas), a quien dejó una ternera de 2 os, “…en recompensa de sus servicios, y
mis corales, quedando dicha muchacha en poder de mi hijo Jode los Reyes para su
educación y cuidado…” (AGCA. Sig. A1.20.Leg.3030. f. 111, imp.249). Además de
repartir sus bienes entre sus hijos sobrevivientes, les aconseja cómo asegurarse para que
mis hermanos no tengan en este asunto que reclamar…”, con lo cual refleja que ella
es una mujer emprendedora y ordenada que sabe proteger lo suyo (AGCA. Sig.
A1.20.Leg.3030. f. 111, imp.249).
Desafortunadamente, María de los Santos es una excepción. No cabe duda que la
mayoría de las viudas tuvieron que enfrentar dificultades para mantener el estilo de vida
al que estaban acostumbradas. Ya en el Nuevo Testamento, Jesús ataca a los de la ley
que les quitan sus casas a las viudas porque desde ese tiempo, a pesar de recibir como
herencia la casa donde habitaban, algunas viudas peran todo para sufragar sus gastos.
Así Francisca Higueros, se vio en la necesidad de vender una casa que “…hubo por
defunción de su marido Luis Josef Rojel; y para subvenir a sus indigencias, satisfacción
del funeral de su difunto marido ha tratado venderla en 300p….” (AGCA. Sig.
A1.20.Leg.1100.Exp. 9593.f.182a-185ª, 1793).
Henry Dunn un viajero por Guatemala en 1827 describe con detalle los ritos
funerarios, con el objeto de ilustrar que eran los suficientemente ostentosos como para
dejar pobre a cualquiera. Parece ser que las exequias de la realeza eran motivo de
grandes festejos, ocasión en que celebraron hasta 56 misas en un mismo día en la
22
ciudad de Guatemala. Esta extravagancia parece que se contagio a los funerales
plebeyos. De manera que por medio de la Real Cedula del 22 de marzo de 1796, el Rey
prohíbe estos excesos y regula el uso del luto de la siguiente manera:
moderar el exceso que hasta ahora ha habido en el uso de los lutos, para que
mediante esta providencia se excusen los crecidos gastos que en todas las clases
de personas ocasiona… Que en las casa de duelo solamente se pueda lutar el suelo
del aposento donde las viudas reciben las visitas del same y poner cortinas
negras… El luto ha de durar tiempo de seis meses y no mas…(AGCA. Sig.
A1.2.9. Leg. 2840. Exp. 25363. 1747)
A pesar de esta preocupación real, guardar luto se rigió por la costumbre y
algunas viudas vistieron de luto el resto de su vida terrenal en señal de que le guardaban
la Fe a su difunto esposo y mostrar en público que eran de “estado viuda”.
Algunas mujeres habían sido “protegidas” durante sus matrimonios y al fallecer
el esposo se encontraban en la más completa ignorancia de su estado financiero. Doña
María de la Paz Paredes, vecina se San Raymundo y viuda de Don Miguel Guerrero,
quien murió intestado
…dejándome cargada de hijos (6), sola y sin conocimientos de las acredurías que
tenía en contra… [Y si bien ella tenían algunos bienes, los acreedores se estaban
quedando con todo] …Cuando me casé hace 18 años, introduje al matrimonio en
calidad de dote 6 yeguas, 1 caballo de albarda y dos vacas paridas, lo que quiero
que tenga presente…, [por lo que solicito], …mande me entreguen el valor de
todo ello con preferencia a los demás acreedores por derecho la mía, una deuda
tan privilegiada…” (AGCA. Sig. A1.15. Leg.2980. Exp. 28296).
Además, Doña María de la Paz demanda que se rematen los bienes inventariados
de su esposo. Esgrime el argumento de su desamparo, cuando dice que “…teniendo en
consideración a los menores hijos, se proceda a la venta de los bienes inventariados en
Real Almoneda…” Ella desea conservar su casa y el solar en San Raymundo, con el
dinero que reciba. Su situación es tan precaria, que explica que para enterrar al esposo
23
había tenido que vender dos de sus mulas, “…por no haberle quedado ni un medio en
plata…” De manera que, después de satisfacer las deudas, lo que le queda es su casa y
el solar donde esta se encuentra y lo que produzca el trapiche que el marido tenía
arrendado….” (AGCA. Sig. A1.15. Leg.2980. Exp. 28296). En este caso, la viuda no
había renunciado a las leyes de Toro (Ley 60) la cual prescribe que “…la mujer que
renuncie a su parte de gananciales, no debe responder de las deudas contraídas por el
marido durante el matrimonio…” (Cossío y Corral 1949:525).
Los siguientes ejemplos muestran que por lo menos en el imaginario colectivo,
las mujeres al enviudar, quedaban también indefensas y ciertos personajes se
aprovechaban de ello. Henry Dunn, viajero protestante y muy crítico de la sociedad
guatemalteca, manifiesta su desaprobación cuando cuenta la anécdota de un sacerdote
que le mostró un valioso reloj de plata, que con toda seguridad le dio una pobre viuda a
cambio de que éste celebrara 6 misas por su difunto esposo, por no tener otra cosa con
qué pagarle. Como el sacerdote fanfarroneaba que había sido un buen trato, comenta
que esa es la manera como tanta plata entraba a la Iglesia Católica (Dunn 1829:14)
Desde que quedó viuda Petrona Pinillos pasa mucho de su tiempo tratando de
recuperar sus bienes y fortuna. Ella contaba que por herencia del abuelo materno,
me tocaron considerables cantidades que introduje a mi matrimonio, que con el
capital de mi marido y lo que éste supo negociar, ascendió todo a algunos ciento
cincuenta mil pesos que aquel testó al tiempo de su muerte...” (AGCA Sig. A1.
Leg.199. Exp. 4037 (1812). Sin embargo para 1812, Doña Petrona ya tiene certificación
de pobreza. Contribuyó a su presente situación el hecho de que gran parte de sus bienes
han estado en poder de su hermano, Francisco Pinillos. La herencia del abuelo consistía
24
en bienes raíces que compró Don Juan JoFranco, el problema se inició cuando el
señor Franco le pagó todo a Francisco y éste nunca le entregó su parte, porque …el lo
malbarata todo. Lo más valioso que tenía era un labor de trigo y unos molinos y los
empeñó…” (AGCA Sig. A1. Leg.199. Exp. 4037 (1812).
Ahora que los molinos están próximos a ser devueltos, pide que se los entreguen a
ella para resarcirse de la deuda que le tiene su hermano y así recuperar su herencia.
Suplica que “…no le entreguen los molinos [a su hermano], porque lo deteriorará como
lo ha hecho con lo demás y se quedará sin con qué pagarme…” (AGCA Sig. A1.
Leg.199. Exp. 4037 (1812). Por lo que ella tiene planeado que alguien más maneje el
molino y como fianza ofrece una hipoteca sobre su casa que vale 10,000 pesos (AGCA
Sig. A1. Leg.199. Exp. 4037 (1812).
Otro caso interesante es el caso de Doña Petrona, quien cuando murió el esposo
ya estaba enterada de que Don Manuel Talavera le manejaba ciertos asuntos. Cuando la
viuda le solici que le rindiera cuentas, este simplemente la ignoró. Después de
llevarlo a juicio, los jueces dictaminaron que éste debía entregarle las cuentas en el
plazo de quince días, desafortunadamente los jueces tienen que salir de la ciudad y
Talavera no cumple. La viuda se va a Quetzaltenango y después de un año regresa, para
mover el asunto; esta vez recurre a una autoridad mayor, juez y hombre importante:
Aycinena, a quien declara que …ahora solamente resta que vuestra excelencia ponga a
cubierto de sus derechos a una pobre viuda que desde Quetzaltenango viene buscando
su alta protección, dejó en aquel pueblo a su familia y que es grande el padecimiento,
miseria y urgencia de volver (Real provisión 18 de enero de 1812)…” (AGCA Sig. A1.
.Leg.199. Exp. 4036, 1812). Aunque Aycinena responde, tanto Talavera como los
25
albaceas, enredan el asunto tratando de poner la responsabilidad de entregar papeles y
recibos sobre la viuda, años después se encuentra a el hijo de doña Petrona, reclamando
la herencia de su padre (AGCA Sig. A1. .Leg.199. Exp. 4036, 1812).
Frecuentemente, la evidencia documental muestra que las viudas disputaban la
herencia que le correspondía a su difunto esposo, en representación de sus hijos
menores y a veces tienen que competir con los reclamos de los hijos “naturales”.
Antonia Ortiz, por ejemplo, hija natural de José Alvarado, siguió autos contra la
testamentaria de José Alvarado, solicitando que le pagaran una pensión alimenticia del
quinto que le corresponde. Presenta como prueba de que Alvarado es su padre, y el
hecho de que éste estuvo preso por la ilícita amistad que sostenía con su madre (AGCA.
Sig. A1..Leg.1676.f.267. 1820).
Doña Josefa de Morales, viuda de Don Pablo Morales, solicita se le de
satisfacción por lo que corresponde a su marido por herencia materna. Reclama que se
haga inventario de los bienes dejados pos su suegra para que sus hijos reciban el 50%
de acuerdo al testamento de Doña Alvina (AGCA. Sig. A1.43.Leg.5304.Exp.44559.
1811).
Asímismo, algunos yernos exigían la emancipación de sus esposas, por lo que la
viuda debía entregar parte de sus bienes mancomunados en vida. Juan Francisco de la
Cerda, pide que le entreguen la herencia de su esposa que es menor de 25 años (AGCA.
Sig. A1.43.Leg.5304.Exp.44560.1811), con lo cual se convierte en su custodio. Es
notorio que los parientes poticos son muy proclives a luchar por quedarse con la
herencia de un hermano difunto, especialmente cuando ya no hay abuela o abuelo que
proteja a sus nietos.
26
En 1812, Don Mariano Nájera generosamente puso su casa como fianza, cuando
su sobrino, Sebastián Micheo necesitaba dinero para invertir. Desafortunadamente, Don
Mariano muere y su sobrino no paga la deuda, por lo que los acreedores, la Casa de
Asturias pretende despojar de su casa a María Josefa Letona, su viuda. Esta acude a los
tribunales para que obliguen a Micheo a pagar, para liberar así del gravamen a la
testamentaria de su difunto marido, en que son interesados sus menores hijos…”
Cuando el juez ordena el embargo de bienes de Micheo, descaradamente les dice que
bienes suyos no tiene ninguno y son de su mujer Doña Joaquina de Arzú…”
Seguidamente, se ordena el embargo de un tercio de su sueldo como administrador del
ramo de bulas, y el protesta argumentado que “…el empleo de la tesorería de Bulas se
me concedió con la calidad de que con su asignación auxiliase a mi madre ya viuda…”,
además alega que si se le hace el descuento “…la pobre viuda quedaría sin lo preciso
para subsistir…” El defensor de María Josefa dice que es mentira que su madre necesite
auxilio, ya que es suegra de un Aycinena y que vive con ellos. El descaro de Micheo no
tiene límite, porque cuando el juez ordena su arresto, tranquilamente responde que
…por su clase de nobleza, descendiente de Nabarros [y que] estaba exento de
prisión…”, finalmente, se le condena a arresto domiciliario y se ponen a remate algunos
bienes que habían logrado incautarle, mas... no aparece postor alguno. Llega el año
1824 y María Inés Asturias la acreedora logra que se embargue el molino propiedad de
Micheo. La viuda Letona se niega a firmar el finiquito, porque todavía no está
satisfactoriamente resuelto el asunto.
Si esto sucedía con una viuda de la clase alta, es fácil imaginar lo que sucedía con
las de menores recursos económicos y sin relaciones sociales influyentes. Por ejemplo,
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Antonia Figueroa y Donguez, viuda de esta ciudad demanda a JoMaría Pineda
quien le debe 131 pesos procedentes de la venta de una casa, que le vendió hace 7 años
y no logra que le pague. Ella le había aceptado un vale que no pudo cobrar. Pineda, que
se pasa la mayor parte del año al cuidado de sus milpas, le resta importancia al asunto
diciendo que ya le pagó y que sólo le debe un poquito. Así, en su exasperación, la viuda
acude a la autoridad (AGCA. Sig. A1.Leg.4291. sf., 1793).
CONCLUSIONES
Las cosas ya no son las mismas en la Nueva Guatemala
Las fuentes develan una sociedad en transición, literalmente como una familia que
se ha trasladado a una casa a medio construir, en esta sociedad imperaba la
desorganización. Las penurias económicas debilitaron las instituciones que antes se
encargaban de tener las cosas como Dios manda”. Es evidente que los gremios ya no
controlan la producción artesanal, que hay mucha gente viviendo donde puede y como
puede, no hay barrios, son asentamientos humanos alrededor de una Iglesia o de un
retén militar encargado de resguardar las entradas de la ciudad.
La familia nuclear, si alguna vez lo fue, ya no es la norma, pero tampoco la
familia extendida de las casas grandes de Antigua. Gran cantidad de familias son
jefeadas por mujeres, casi un quinto de ellas eran viudas. La econoa informal impera,
los abasto a la ciudad no se cumplen y se distribuye carne clandestinamente con la
cooperación de los rastros. Lo que antes estaba “estancado”, se distribuye libremente
sin que las autoridades parezcan ser capaces o desear ponerle fin a ese estado de cosas.
La criminalidad creció de tal forma que no se persiguen los delitos “menores”. Incluso,
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la Iglesia parece haber perdido influencia, a juzgar por el descenso en el número de sus
miembros que aparecen como testigos, demandantes o demandados en los litigios de la
región. El uso del Don y del Doña, que de hecho nunca fue tan restringido en el Reino
de Guatemala se ha generalizado tanto que ya carece de importancia. En una sociedad
así, con una institucionalidad debilitada, el grupo de población en mayor situación de
riesgos como lo son las viudas y los huérfanos, resulta más vulnerable.
Su situación es, en la mayoría de los casos, desoladora: los deudores no les pagan,
los parientes intentan arrebatarles su legítima herencia y las viudas tienen que pelear
muy duro, invertir tiempo y recurso para reclamar sus derechos en litigios que se
alargan por muchos años por los enredados procedimientos y por la resistencia pasiva
de las contrapartes que esperan que la viuda se de por vencida. Por esta misma
situación, es que su arma es reafirmar una y otra vez su desamparo: …por ser una
pobre viuda…”, se transforma en un arma que busca “la sombra de un hombre” que en
el lenguaje de la época significa buscar la protección. Esta se traduce en la figura
masculina de autoridad, juez, párroco, Presidente de la Audiencia, un pariente, padre,
hermano o hijo, a quien otorgan poder para que las represente en los litigios que no
avanzan y que “se pierden en las aguas del derecho”.
En una sociedad patriarcal, la pérdida del cabeza de familia significaba también la
pérdida del ingreso económico y del estatus. La sociedad prefería que las viudas
desaparecieran y que no pretendieran continuar en el gozo de las preeminencias que el
cargo del marido les había conferido.
Durante la época colonial, mientras existieron las encomiendas las viudas que
heredaban una, poan vivir bien. Al desaparecer las encomiendas, se crearon fondos de
29
pensiones para las viudas de militares y no fue sino hasta finales del XVIII que
surgieron las pensiones para las viudas y huérfanos de oficiales reales civiles, sin
embargo, el número de burócratas y militares en relación a la población total es mínimo
por lo que la mayoría de viudas quedaban en el más completo abandono.
La institución que las acogía era la Iglesia, que a cambio exigía devoción y
buenas obras que en los testamentos aparecen en forma de misas de difuntos,
donaciones, limosnas y fundaciones de capellanías, las cuales en conjunto, formaban un
respetable capital que quedaba en manos de la Iglesia. Es en los testamentos que
observamos que la gran mayoría de mujeres habían pertenecido a una cofradía o
hermandad, y solicitaban ser sepultadas envueltas en el manto de la misma, en la Iglesia
correspondiente. Dicha asociación recibía parte de sus bienes, picamente imágenes y
objetos religiosos de plata.
Es importante destacar que en una economía poco desarrollada, a pesar de que
había muchas viudas propietarias y empresarias, siguen auto calificándose como “pobre
viuda”, si el apelativo era económico o social es difícil de establecer, sin embargo, se
recibe la impresión que a pesar de ser emancipadas económicamente, en el mundo
diseñado para parejas ellas se sentían “pobres”.
30
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Congreso Centroamericano de Historia, San José de Costa Rica, 15-18 julio
31
NOTAS
1
Este trabajo forma parte de un estudio más amplio que hemos desarrollado sobre la vida conyugal de las
mujeres del antiguo Reino de Guatemala entre fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX.
2
Tomasa, una esclava de 18 años, vivía en la casa de Francisco Carbonel.
3
Testamento de Manuela de Paz Quiñonez, vecina de la ciudad capital.
4
Testamento de Agustina Corzo, vecina de Salcajá.
5
Testamento de Francisca Ponce de León, vecina de Escuintla.
6
Testamento de Manuela de Paz Quiñónez, vecina de la ciudad capital.
7
Testamento de Agustina Corzo, vecina de Salcajá.