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DIÁLOGOS. REVISTA ELECTRÓNICA DE
HISTORIA
Escuela de Historia. Universidad de Costa Rica
Comité Editorial:
Director de la Revista Dr. Juan José Marín Hernández jmarin@fcs.ucr.ac.cr
Miembros del Consejo Editorial: Dr. Ronny Viales, Dr. Guillermo Carvajal, MSc. Francisco Enríquez,
Msc. Bernal Rivas y MSc. Ana María Botey
Artículos antes de los procesos de indexación
2
“El primo” de Jenaro Cardona:
variaciones sobre el tema de la modernidad en el San José finisecular
Alvaro Quesada Soto
Escuela de Filología, Lingüística y Literatura
Universidad de Costa Rica
El escritor Jenaro Cardona nació en la ciudad de San José en 1863. En su juventud se trasladó junto
con su familia a San Ramón, donde se despertó su vocación literaria bajo el patronazgo de Julián Volio,
figura importante de la vida política y cultural costarricense de la segunda mitad del siglo XIX, quien
mantenía en esa ciudad una biblioteca y fomentaba la lectura y el estudio de obras literarias. Cardona se
inició en las letras como poeta y así figuró en La lira costarricense (1890), la primera recopilación de poesía
costarricense; sus producciones líricas fueron posteriormente premiadas en varios certámenes nacionales.
Más tarde se distinguió, sin embargo, como autor de dos de las principales novelas de su promoción literaria:
El primo (1905), su primera novela, tuvo dos ediciones en España que según Abelardo Bonilla “le dieron
renombre” a su autor (Bonilla 1967: 143); La esfinge del sendero, su otra novela, obtuvo un segundo premio
y provocó una polémica literaria en un concurso latinoamericano convocado por el Ateneo de Buenos Aires,
donde se publicó la novela en 1916. En 1929, poco antes de su muerte, Cardona reunió en un volumen,
publicado con el título Del calor hogareño, una heterogénea recopilación de cuentos de muy variada
orientación y temática, que había venido publicando en distintintas revistas a lo largo de su vida. Cardona se
distinguió también como periodista y bajo su firma, o con el seudónimo Caro de Aragón, dejó múltiples
publicaciones en los periódicos y revistas de su época. Además de sus labores literarias, Cardona desempeñó
a lo largo de su vida variados oficios y ocupó importantes cargos políticos y diplomáticos. Murió en San
José en 1930.
La actitud de la institución literaria costarricense hacia este autor ha sido algo ambivalente. El primo,
a pesar de sus ediciones en España, debió esperar tres cuartos de siglo –hasta 1980— para merecer una
3
segunda edición en Costa Rica
1
. La esfinge del sendero, a pesar de su premio y su edición bonaerense de
1916, debió esperar más de medio siglo para merecer una primera edición costarricense en 1970
2
. La actitud
de la crítica ha sido también ambigua y reticente: si bien por una parte se han reconocido esporádicamente
los méritos del autor y la importancia de sus novelas en el contexto literario nacional, por otra parte sus
textos siguen siendo poco apreciados, conocidos y leídos. Según Abelardo Bonilla en su canónica Historia de
la literatura costarricense, “Jenaro Cardona cierra el ciclo del primer realismo costarricense y es el novelista
de mayores capacidades en el género”, aunque agrega a renglón seguido –sin explicar las razones que
justifiquen esta opinión— que “no representa lo nacional con el sabor y la profundidad con que lo hacen
García Monge y Magón” (Bonilla 1967: 143). Igualmente ambigua es su apreciación de la novela El primo:
“El primo es ya una novela de la ciudad. El San José de principios del siglo aparece en todos sus aspectos
costumbristas y en los vicios de una sociedad que ha abandonado el patriarcalismo y se inicia en la nueva era
burguesa, en que la fortuna es el factor esencial (...) No consigue profundizar en la psicología de los
personajes, no nos sitúa tampoco en los ambientes, pero la descripción –especialmente la de los personajes—
es tan objetiva y acertada, que reemplaza en superficie lo que le falta en profundidad” (Bonilla 1967: 144).
Más definida es la apreciación de un crítico extranjero en 1971: “Como novelista, Cardona es, sin duda, el
escritor costarricense de más valer y solidez en el lapso que va desde 1900 a 1940 (...) Sus novelas son de lo
mejor que haya producido el realismo naturalista en Hispanoamérica y representan una valiosa contribución
al desarrollo del género en el continente” (Solera 1971: 378 y 390) .
I
Este trabajo procura retomar –ubicándolas en el contexto socio-cultural del cambio de siglo-- las
apreciaciones de Bonilla sobre El primo como novela urbana, que elabora la imagen de un San José
finisecular con pujos crecientes de pequeña metrópolis burguesa, oscilante entre el nacionalismo y el
1
Cardona, Jenaro. El primo (Prol. de Alfredo Cardona P.) San José: Ed. Costa Rica, 1980.
2
Cardona, Jenaro. La esfinge del sendero. San José: Ed. Costa Rica, 1970
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cosmopolitismo, entre la tradición y la modernidad. Con ese objeto se tratará primero de reconstruir, con
base en algunas investigaciones recientes, el contexto dialógico, histórico, discursivo y cultural, que gesta
esta novela.
Durante la última mitad del siglo XIX la oligarquía cafetalera costarricense había logrado consolidar
su posición como clase dominante en el interior de la joven república, que se había declarado por fin
independiente en 1848. En las últimas tres décadas del siglo procura consolidar también un Estado Nacional
con sus correspondientes aparatos ideológicos, uniformados bajo el signo del liberalismo político y del
positivismo filosófico. A partir de 1870 el país pasa por un proceso de centralización del poder económico,
político e ideológico alrededor de los intereses, necesidades y representaciones de ese grupo dominante,
asentado mayoritariamente en la ciudad de San José. Ese esfuerzo hegemónico buscaba su legitimación
mediante un proceso paralelo de unificación ideológica alrededor de un modelo de nación que permitiera
asimilar los intereses oligárquicos a los intereses nacionales. Pero el dominio oligárquico, a su vez, era sólo
un reflejo del poder de las metrópolis industriales –Europa o Estados Unidos—: con respecto a ellas la
oligarquía nacional era un grupo subordinado y la flamante nación un pequeño país agrícola, dependiente y
periférico.
Así, el proyecto de asimilación ideológica de la incipiente ciudadanía costarricense a un discurso
nacional, habría de generar múltiples resistencias y tensiones. Hay, en primer lugar, una tensión entre la
tendencia centrípeta, que procura la unidad y la asimilación al paradigma hegemónico de grupos con
discursos y prácticas sociales disímiles; enfrentada a la tendencia centrífuga, provocada por los choques y
resistencias de los grupos marginados contra un modelo de “realidad nacional” que tendía a reprimir, mutilar
o excluir su existencia. Hay, en segundo lugar, una tensión en el propio proyecto nacional oligárquico, que
oscila entre la identificación y la asimilación con los modelos metropolitanos, y el esfuerzo por consolidar la
autoimagen de una nación independiente y autónoma, con una identidad y una cultura propia e inalienable.
De todo lo anterior se desprende una contradicción en los discursos y prácticas del liberalismo oligárquico,
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incapaz de conciliar su apego a la “tradición” heredada –que le garantiza la conservación de importantes
privilegios— con las exigencias de modernida y progreso capitalistas, que exigen el sacrificio de valores y
costumbres tradicionales para insertarse con éxito en el mercado internacional.
Las transformaciones provocadas por el proceso de consolidación del Estado nacional y el proceso de
"invención de la nación" (Palmer 1992) en las últimas décadas del siglo pasado abarcaron todos los ámbitos.
Las leyes, los códigos, la educación, la vida cotidiana, el imaginario colectivo y hasta el aspecto físico de la
ciudad capital, cambiaban radicalmente. En las dos últimas décadas del siglo XIX se consolida la producción
de héroes y gestas, himnos patrióticos, monumentos e instituciones; de una historia, una mitología, una
cultura y una literatura nacionales, encargados todos de cimentar el sentimiento de un origen, una identidad,
un espíritu y un destino compartidos y comunes para todos los ciudadanos que habitan el territorio nacional
(Palmer 1992). En 1895 se erige el Monumento Nacional –importado de Francia— en en el flamante Parque
Nacional –antigua Plaza de la Estación— en San José; en 1891 se había erigido el monumento –igualmente
importado de Francia— al héroe nacional Juan Santamaría en Alajuela (Fumero 1995). Entre 1880 y 1900
se fundan también diversas instituciones encargadas de fomentar o conservar la cultura y el patrimonio
nacionales: el Archivo Nacional (1881), el Museo Nacional (1887), la Biblioteca Nacional (1888), el Teatro
Nacional (1897).
Paralelamente se desarrolla un acelerado proceso de urbanización que transformó en pocos años la
ciudad de San José, eje transmisor del proceso de centralización y modernización del país. Un escritor
norteamericano que visitó Costa Rica en los primeros años de este siglo describía a San José como "una
metrópolis en miniatura" y señalaba cómo a pesar de su pequeñez mostraba "signos de progreso por todas
partes": alumbrado eléctrico, tranvía eléctrico, telégrafos, teléfonos, ferrocarriles, un gobierno "equipado con
toda la maquinaria que tendría el de un país mucho más grande", y un Teatro Nacional "tan hermoso y tan
bien provisto como cualquier teatro de Nueva York" (Casement 1905: 26 y 51-52. Traducción nuestra). Sin
embargo, las fronteras que demarcaban los límites entre la incipiente urbe y los cafetales y potreros aledaños
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eran difusas; las costumbres y paisajes urbanos no se distinguían netamente de las tradiciones y parajes
rurales que los circundaban y complementaban; la mentalidad urbana y el discurso de la modernidad no
habían roto por completo sus ligámenes con la mentalidad rural y los valores tradicionales: si bien la ciudad
se percibe como un campo de fuerzas e intercambios sociales distinto del mundo rural y campesino, lo que
predomina en el imaginario cultural de los josefinos de principios de siglo, es más bien una compleja red de
oposiciones e interrelaciones que enlaza y separa al mismo tiempo la incipiente metrópolis y su entorno
rural, la tradición y el progreso. El tema de las relaciones entre el espacio rural y el espacio urbano, como
campos de fuerzas sociales que se oponen y entrelazan en compleja urdimbre, es uno de los más frecuentes
en la literatura costarricense de principios del siglo XX.
Por otra parte, junto a los signos ya reseñados de progreso y modernidad, en la incipiente urbe
aparecieron también, en los linderos del cambio de siglo, otras señales de transformación igualmente
significativas, pero que los escritores de la generación de Cardona no supieron o no quisieron registrar.
Como producto de un lento, paulatino, pero implacable proceso de proletarización del antiguo campesino,
surgía un nuevo conglomerado social, una "plebe" urbana formada por grupos de artesanos, obreros y
empleados públicos, que iban configurando su propia cultura y conciencia social, en relación tensa y
compleja con la cultura oligárquica. Con la aparición de esa plebe urbana se planteó también la "cuestión
social" en Costa Rica: surgieron los primeros esfuerzos de afirmación cultural, de organización política
alternativa y de lucha por el mejoramiento de la vida popular, al mismo tiempo que aparecían los primeros
indicios de descentramiento del discurso nacional oligárquico como un discurso monológico discriminatorio
y excluyente (Acuña 1986, Oliva 1985, Quesada 1988, Morales 1993).
La nueva metrópolis josefina traduce, en su mismo cuerpo en espasmódica transformación espacial y
arquitectónica, el abigarrado y desconcertante proceso de modernización: al mismo tiempo que muestra
signos evidentes de crecimiento, civilización y progreso, muestra también síntomas de malestar cultural y
tensión social. A fines del siglo XIX el viejo casco central urbano se desborda y la ciudad empieza a
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extenderse en distintas direcciones. Al noreste, en los alrededores de la nueva Estación al Atlántico y la vieja
Fábrica de Licores, se consolida un nuevo complejo arquitectónico y recreativo que va a unir, mediante la
llamada “Avenida de las Damas”, los nuevos parques Morazán y Nacional, la plaza de la Fábrica (luego
Parque España) y el flamante Edificio Metálico, que con su novedosa estructura metálica se consolidaba
como el nuevo símbolo de la modernización urbana. En los alrededores de este nuevo conjunto
arquitectónico edifican sus lujosas residencias e instalan sus clubes sociales las principales familias
oligárquico-burguesas. Luego se extienden al norte y al este, bordeando la ribera sur del Río Torres, hacia los
nuevos barrios de Amón y Otoya: las flamantes avenidas ven surgir lujosos “chalets”, rodeados de jardines,
cuyos singulares y eclécticos utensilios domésticos, materiales y estilos arquitectónicos, eran una ostentosa
muestra de la modernidad, la riqueza y el prestigio social de sus moradores. En los alrededores del Parque
Morazán, en los interiores de la espaciosa casa “de fábrica moderna” de los Ayala, en el exclusivo espacio
del Club Internacional o en el elegante y cosmopolita Teatro Nacional, ubica su enfoque de la vida nacional
la novela El primo.
En contraparte, fuera del ángulo de observación de la novela, hacia el noroeste, en las cercanías del
nuevo Mercado y más allá, hacia el Paso de la Vaca y el Rincón de Cubillos (luego Barrio México), o bien
hacia el sur y el suroeste en la Puebla y el Laberinto, se ubicaba en abigarrado hacinamiento la plebe urbana,
en un complejo mundo donde convivían empleados, artesanos, obreros y “orilleros” lumpescos,
confundiéndose los límites entre el taller y la casa de habitación, lo privado y lo público, la “gente decente” y
el mundillo del hampa y la prostitución (Salazar 1986, Cerdas 1994, Palmer 1996, Quesada Avendaño,
1998)
3
. Este mundo, sin embargo, está ausente de la novela o el teatro de la generación de Jenaro Cardona,
Carlos Gagini y Ricardo Fernández Guardia: tanto El primo como El árbol enfermo, La sirena o Magdalena,
se desarrollan en las mansiones, parques y clubes reservados de la ciudad oligárquica o en las espaciosas
3
Una vívida rememoración de la vida en La Puebla de principios de siglo, se encuentra en la novela testimonial de Luisa
González A ras del suelo (Ed. Costa Rica, 1970)
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casas de las haciendas cafetaleras; habrá que esperar el advenimiento de una nueva promoción literaria para
que la plebe, su cultura, sus formas de vida y espacios urbanos, ingresen a la literatura nacional con las
novelas y relatos de Joaquín García Monge y Carmen Lyra o el teatro de Daniel Ureña.
II
Es en el marco de las tensiones y transformaciones reseñadas anteriormente que se puede ubicar el
texto de la novela El primo y los textos de la promoción de intelectuales y escritores a la que pertenece
Jenaro Cardona. La elaboración y puesta en escena del modelo nacional oligárquico corre a cargo de una
elite letrada de intelectuales, políticos, maestros, historiadores y escritores que se acostumbra llamar El
Olimpo. Mientras los políticos se encargan de montar el nuevo estado liberal, con sus leyes, códigos e
instituciones, los otros intelectuales se encargan de elaborar la nueva mitología oficial costarricense, con sus
héroes, gestas y monumentos; con su historia, su cultura y su literatura nacionales. A este grupo pertenece la
promoción de escritores costarricenses que la crítica acostumbra considerar los "clásicos" de la literatura
nacional: son los primeros que discuten sobre las posibilidades o características de esa literatura; los
primeros que publican libros y revistas literarias; los primeros que elaboran modelos sistemáticos de
representación literaria de la realidad nacional. Esta promoción, conocida como la "generación del
Olimpo", constituye una serie de escritores, nacidos en las décadas de 1850 y 1860, entre los que figuran,
además de Jenaro Cardona, Manuel de Jesús Jiménez (1854-1916), Manuel González Zeledón (Magón)
(1864-1936), Carlos Gagini (1865-1925), Aquileo J. Echeverría (1866-1909), Ricardo Fernández Guardia
(1867-1950).
Los autores de la “generación del Olimpo” ofrecen en sus textos la imagen de una sociedad en
transición donde coexisten, sin asimilarse ni excluirse plenamente, dos discursos sociales opuestos: el
discurso de la tradición y el discurso de la modernidad. Entre ambos se establecen complejas relaciones
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dialógicas que les confiere valoraciones ambivalentes, según se opongan o entrelacen desde distintos puntos
de vista.
El discurso tradicional aparece en estos textos asociado a la conservación de ciertas tradiciones y
costumbres que tienen un carácter casi ritual, que permiten escasa movilidad social, que se basan en normas
morales conservadoras ygidas y exigen la subordinación de la conciencia individual a la autoridad de la
costumbre. Las costumbres tradicionales aparecen, por una parte, como índice de estabilidad, identidad y
armonía, su conservación garantiza y legitima el orden y el concierto sociales o la integridad moral; pero
pueden aparecer también, vistas desde otro ángulo, como signo de inercia, caducidad y conservatismo, que
lleva a la decadencia y a la incapacidad para adaptarse a un mundo moderno en rápido cambio y
transformación.
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El discurso de la modernidad, por otro lado, aparece asociado al individualismo, el crecimiento
de las relaciones mercantiles, el poder del dinero y la disolución de los vínculos tradicionales. La
modernidad puede aparecer, por una parte, como signo de libertad, civilización y progreso; pero
también, por otra parte, como índice de descomposición moral y social, de libertinaje o enajenación,
como agente de ideas y costumbres exóticas que conducen a la pérdida de la identidad nacional.
En los textos del Olimpo, oligárquico y liberal, aristocrático y burgués, los dos discursos y
puntos de vista opuestos no se excluyen mutuamente, ni el proceso de transformación social
adquiere una valoración unívoca, sino que más bien aparecen sujetos a diversos grados de
interrelación y ambivalencia. A pesar de que la mayoría de los escritores de esta promoción se
autodenominan "liberales", sus textos literarios expresan desconfianza hacia las consecuencias
sociales y morales del individualismo burgués, el progreso capitalista, el crecimiento de las
relaciones mercantiles y la disolución de la sociedad tradicional. Esos textos traslucen, en mayor o
menor grado, un dejo de nostalgia por la "moralidad" o “el orden y el concierto” que se añora en las
viejas tradiciones patriarcales; pero esos textos reconocen también, implícita o explícitamente, la
caducidad de las añejas tradiciones y el ancien régime ante el asedio de la modernidad. La vida
costarricense aparece entonces, en los textos del Olimpo, como un mundo social en trance, donde los
antiguos valores y costumbres tradicionales se encuentran en proceso de descomposición, corroídos
por las nuevas relaciones y valores de la modernidad capitalista. En un relato titulado de manera
significativa Don Quijote se va, Carlos Gagini puso en boca de un don Quijote criollo una nostálgica
evaluación del proceso que transformaba a "los caballeros de antaño" –la oligarquía semiaristocrática
con sus valores patricios, señoriales y caballerescos— en "los mercaderes de hoy" –una nueva
burguesía plutocrática que asumía el dinero y los valores de cambio como criterio definitivo de poder
y status social—:
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"Honradez, honor, equidad, patriotismo, compasión, abnegación y nobleza son palabras
anticuadas o vacías de sentido en nuestra lengua... Los caballeros de antaño tenían un Dios, una
patria y una dama; los mercaderes de hoy no tienen más dios que el dinero, más patria que el
mostrador ni más dama que la bolsa... Mi reinado ya pasó, ahora comienza el de Sancho" (en:
Quesada 1989: 97).
Las diversas posiciones y actitudes ante ese proceso generan, en los textos de los escritores
del Olimpo, una serie de temas tópicos que se repiten o entremezclan con distintas variaciones. Un
primer tema, propio de los "cuadros de costumbres" y las "tradiciones" y "crónicas" históricas, está
constituido por una reproducción sujeta a cierto grado de ambivalencia –entre la idealización
nostálgica y el distanciamiento irónico o burlón— de ciertas anécdotas, tradiciones y costumbres,
patriarcales o campesinas, que el texto ofrece como representación de una añorada "edad de oro", el
paraíso perdido o a punto de perderse, de los auténticos valores y tradiciones nacionales.
En forma paralela a esta evocación de la "edad de oro", aparece una segunda temática
complementaria, elaborada sobre todo en la novela, que procura ofrecer una representación "realista"
– “la realidad” se confunde con la imagen oficial de la nación elaborada por los intelectuales del
Olimpo— de los problemas morales y sociales generados por la sustitución de las costumbres
tradicionales frente a las nuevas prácticas de la modernidad. En términos generales, estos textos se
organizan alrededor de otro eje temático: la degradación del núcleo familiar patriarcal y los valores
que le dan cohesión y sentido, como símbolo de un proceso de descomposición social y moral del
país (Quesada 1989 y 1998, Ovares et al. 1993).
Como norma general, en estos textos la circunscripción del sexo al matrimonio y la
procreación; el matrimonio endogámico y la familia patriarcal; la sumisión femenina a su papel
doméstico y a la autoridad masculina –fortalecida por el estereotipo de la mujer como ser "histérico"
o "neurótico" incapaz de controlarse a sí misma—; las representaciones ideológicas que ligan el
"honor" de la familia al control que deben ejercer los hombres sobre la virginidad y la sexualidad de
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las mujeres, aparecen como garantía de moralidad y de conservación de ciertas "tradiciones y
costumbres" que el texto privilegia como nacionales
(Ovares et al. 1993, Quesada 1998).
El papel de la mujer se asemeja, en los textos del Olimpo, al papel del campesino: ambos
aparecen sujetos a una tipificación que los convierte en representantes de la identidad nacional,
siempre que se mantengan fieles al papel ritual subordinado que les asignan las tradiciones y
costumbres establecidas; pero se convierten en una amenaza a la identidad nacional y al orden social,
cuando rompen –como en el caso de los “gamonales” e hijos de gamonales campesinos— con el
papel que les asigna el rito y la costumbre, para actuar como sujetos emancipados y autónomos.
El orden del discurso identifica como tradiciones y costumbres nacionales aquellas que
garantizan la permanencia del poder oligárquico: el matrimonio patriarcal endogámico, la
subordinación del campesino a la oligarquía, de la cultura popular a la cultura letrada, de la mujer al
varón, de los hijos a los padres, del sexo al matrimonio, del dinero al orden estamentario, de la
conciencia individual a la autoridad de la tradición y la costumbre. Pero es necesario tener en cuenta
que en los textos del Olimpo se expresa, al mismo tiempo que el deseo por preservar las añejas
tradiciones y costumbres, también su caducidad y disolución; al mismo tiempo que el esfuerzo por
construir un modelo de realidad nacional acorde con los estereotipos oligárquicos, también las
dificultades y resistencias de la compleja vida cultural costarricense para dejarse apresar en ese
modelo.
El núcleo temático que homologa la familia patriarcal oligárquica a la nación, evidente en El
primo, no es exclusivo de esta novela; igual se puede advertir en una larga lista de textos de otros
autores del Olimpo como, por ejemplo: Magdalena de Fernández Guardia; El árbol enfermo, La
sirena y A París de Gagini; La propia de Magón, así como también La esfinge del sendero, la otra
novela de Jenaro Cardona. La temática de la descomposición social y la pérdida de la identidad
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nacional, asociada a la desintegración del núcleo familiar oligárquico-patriarcal, se combina en El
primo –al igual que en los otros textos mencionados— con una serie de motivos que se procurará
deslindar a continuación, aunque es necesario tener en cuenta que en los textos aparecen siempre
imbricados, entremezclados e interrelacionados unos con otros.
Un motivo importante en estos textos es el del placer sexual y la relación erótica extramarital
o heterogámica, como elementos que amenazan el orden social y la moralidad. En las obras de
Cardona, como en las de Gagini o Magón, este motivo se manifiesta frecuentemente en forma de una
escisión entre el apego a una vida virtuosa, feliz y apacible, garantizada por el respeto a las
convenciones socio-morales establecidas, y la pulsión instintiva por el placer o el libertinaje, que
incita a romper con esas convenciones y afrontar los riesgos de una transgresión que en el texto
conduce indefectiblemente a la ruina y el extravío.
En El primo
–al igual que en El árbol enfermo, La sirena, A París y Los pretendientes de
Gagini, o en Magdalena de Fernández Guardia y El problema de Soto Hall-- el motivo erótico se
asocia con otro también frecuente: el de la seducción o la "absorción" ejercida sobre los miembros de
la comunidad nacional, por ciertas ideas y prácticas "exóticas" –libertinas o mercantilistas—
provenientes del extranjero. En novelas como El problema, El árbol enfermo o La caída del águila el
motivo de la seducción erótica se utiliza como representación simbólica del proceso de "absorción"
cultural, económica y política del país, por parte de los Estados Unidos. En la exposición de este
motivo reaparece siempre la ya mencionada ambivalencia oligárquica entre la tradición y la
modernidad o entre lo propio y lo ajeno. El extranjero es al mismo tiempo una voz aliada que
introduce la modernidad, la civilización y el progreso, y una voz ajena y hostil que amenaza con la
enajenación y la pérdida de la identidad nacional; el extranjero al mismo tiempo que conquista,
seduce y atrae, también despoja, aliena y destruye (Quesada 1998, Ovares et al. 1993).
En El primo, el motivo erótico y el de la seducción del extranjero, se asocian –en
la figura de Mario Artorga, alias “Trillito”— con otro motivo frecuente en la literatura del
Olimpo: la amenaza que constituye para las tradiciones y costumbres oligárquico-
nacionales, el poder económico del campesino enriquecido o "gamonal". La conciencia
del gamonal aparece en la literatura del Olimpo como un campo de fuerzas opuestas
donde se enfrentan y entrelazan el sumiso campesino tradicional (el mítico "labriego
sencillo" del Himno Nacional o las Concherías) y el advenedizo nuevo rico pequeño-
burgués. Los textos del Olimpo tienden a sugerir la incapacidad del gamonal, por su
deficiente formación cultural y su carencia de educación, para administrar adecuadamente
su poder económico. En sus toscas manos, el poder del dinero y sus ambiciones de
ascenso socio-político, se convierten en una amenaza a la integridad moral y el orden
social, garantizados por el respeto a la tradición oligárquico-patriarcal, el matrimonio
endogámico y la posición subordinada del campesino. Las pretensiones de los gamonales,
que procuran utilizar su poder económico como instrumento de ascenso social y político –
a menudo mediante proyectos matrimoniales con algún miembro de la oligarquía— se
asocian siempre en estos textos con un proceso de degradación socio-moral y generan
siempre un tratamiento irónico o satírico, cuando no abiertamente despectivo por parte del
narrador. Además de El primo, el motivo del gamonal se desarrolla también en La propia
de Magón, Don Concepción de Gagini, El hijo de un gamonal de Claudio González
Rucavado o La política de Fernández Guardia.
El motivo erótico, aliado a los motivos del gamonal transgresor y la influencia
sediciosa del extranjero, se asocian en El primo con otro motivo central en la literatura del
Diálogos Revista Electrónica de Historia ISSN 1409- 469X
Vol 1. No. 2. Enero - Marzo del 2000
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Olimpo: el poder del dinero –sin el adecuado control ejercido por la educación y las
“buenas costumbres”— como elemento corruptor y disociador de las leyes y tradiciones
oligárquico-nacionales. La ausencia de represión sobre la potencia del sexo y del dinero,
sobre las pulsiones libertinas y mercantilistas –ambas concebidas por los textos como
costumbres "exóticas", producto indeseado de la modernidad y del progreso— aparecen
en la literatura del Olimpo como la principal amenaza a las leyes y tradiciones que
legitiman el orden social y la identidad nacional. En El primo, como en casi todos los
textos del Olimpo, el poder sedicente del dinero aparece ligado a la figura del gamonal y
los “nuevos ricos” o a la influencia del extranjero, figuras que introducen ideas o prácticas
exóticas o plebeyas que ejercen un efecto deletéreo sobre los valores y costumbres
tradicionales.
Finalmente, el motivo erótico, asociado con el motivo del gamonal transgresor y
el del nuevo poder utilitario y sedicente del dinero, se asocian en esta novela con otro
motivo habitual en la literatura del Olimpo: el de las relaciones entre el campo y la
ciudad. El campo, la hacienda cafetalera o el "labriego sencillo", se conciben en el texto
como santuario de la familia y las costumbres tradicionales, baluarte de la identidad
nacional, contrapuestos a la ciudad, los gamonales y los grupos urbanos extranjerizantes o
emergentes, fermento de nuevas fuerzas e intercambios sociales pervertidos o licenciosos,
donde se disuelven o corrompen los valores y vínculos tradicionales (Quesada 1998,
Ovares et al. 1993).
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El primo de Cardona enlaza todos esos motivos: Beltrán, el extranjero corruptor,
millonario y libertino, deshonra a Matilde, la joven veleidosa que rompe con las
convenciones de la moral patriarcal, seducida por la atracción sexual y el dinero del primo
extranjero y cosmopolita. Para que repare la deshonra de Matilde, Beltrán "compra"
también a Trillito, el joven gamonal que abandona su familia, su pueblo y su "sencillez"
campesina, dominado por las ambiciones licenciosas que engendran en este hijo de
gamonal el dinero de su padre y la seductora modernidad urbana. El extranjero Beltrán,
representante de la modernidad, civilizado y cosmopolita, conquista y al mismo tiempo
destruye el viejo nido de hidalgos criollo, la familia Ayala, representante de unos valores
tradicionales que si bien en el texto se siguen añorando como garantía de moralidad e
identidad nacionales, se perciben también al mismo tiempo como ingenuos, decadentes y
caducos, incapaces de resistir la insoportable embestida de la modernidad. Vease ahora el
texto de la novela más en detalle.
La novela El primo se estructura sobre dos tramas entrelazadas (Solera 1971) que, en
contrapunto, sugieren diversas reflexiones sobre los temas del enfrentamiento entre la
tradición y la modernidad o el campo y la ciudad. Las dos tramas establecen un nexo
entre un proceso de descomposición familiar de la oligarquía urbana y un proceso
semejante que se opera en las familias de ricos “gamonales” campesinos. La desaparición
de los valores tradicionales y la desintegración del núcleo familiar patriarcal simbolizan
en el texto un proceso paralelo de descomposición social y pérdida de la identidad,
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producto de la seducción que ejercen sobre los jóvenes los nuevos valores de cambio
burgueses.
La trama central presenta el proceso de decadencia de la vieja oligarquía señorial
venida a menos –el “nido de hidalgos” criollo— encarnado en la familia Ayala, cuyos
exiguos recursos económicos amenguan su posición social en un mundo donde el dinero
sustituye al criterio tradicional del “honor” como nuevo signo de status social. El texto
adscribe a los tres miembros de la familia distintas actitudes ante esta situación. Don
Clemente Ayala, el padre débil, viudo y carente de autoridad, se construye en el texto
como un típico representante del viejo liberalismo patricio: en él se mezclan la añoranza
por el “orden y el concierto” tradicionales con la fe en el “progreso” liberal. Al mismo
tiempo, el texto reconoce la incapacidad de las virtudes tradicionales de don Clemente,
“todo ingenuidad y confianza”, para conservar su patrimonio en los nuevos tiempos “de
lucha y de positivismo”, de “rapiña” y de “expoliación”:
Y es que sobre las cabezas venerables de estos viejos –niños, incapaces de
suponer dobleces y traiciones en sus semejantes-, está siempre abierta la garra del
engaño, y levantado el alfanje del beduino civilizado, pronto a entrar a saco sobre un
hogar feliz siempre que éste ofrezca incentivo a la rapiña y a la expoliación (28)
Julián, su hijo, hereda de don Clemente el legado patriarcal de “honradez y lealtad”,
equilibrado con “un juicio admirable y un criterio poco común”. Su “austeridad” y
sencillez lo inmunizan, por un lado, contra las tentaciones mercantilistas –a las que es tan
proclive su hermana Matilde—; pero, por otro lado, lo hacen fácilmente vulnerable –
como su padre—a las intrigas y el pragmatismo moral de los “beduinos civilizados”: es
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decir, los nuevos ricos como don Eduardo Cartín o don Agapito Mendoza, que esconden
bajo su “fama de hombre honrado” la “bellaquería” y la “expoliación” sobre las que han
edificado su “fortunita” (123).
El tercer miembro de la familia Ayala y protagonista femenino de la novela,
Matilde, constituye, en la apreciación del narrador, “el reverso de Julián” (27). Según el
mismo narrador “don Clemente adoraba a su hija y la dejaba hacer su gusto; era la hija
mimada que viene a resumir todas las afecciones del hogar donde falta la madre” (27). La
ausencia de controles familiares y las contradicciones entre su posición social elevada y
sus exiguos recursos económicos, convierten a Matilde –mujer al fin, incapaz de controlar
sus sentimientos y pasiones— en presa vulnerable –a pesar de su formación en los valores
tradicionales— de los nuevos valores de cambio burgueses.
La pobre criatura, en su desmedida afición al lujo y a las cosas grandes, no
tenía en su cerebro de pájaro más idea que la de ostentar, la de deslumbrar, y no
pensaba que cuando no hay oro que refleje su brillo sobre la persona, todo aquel lujo,
todo aquel aparato no es otra cosa que un oropel que cubre las miserias más
vergonzosas y exhibe a las personas de la manera más ridícula. Pero Matilde no
pensaba en esto; por brillar una noche en un baile, y verse nombrada por cualquiera
pelagatos de imprenta en una gacetilla cursi y trasnochada, obligaba a su padre a las
mayores privaciones y sacrificios (30-31)
La segunda trama, que se subordina a la primera, recoge el motivo del “gamonal”,
el campesino enriquecido al que su dinero le permite aspirar a competir en las lides
sociales con la oligarquía urbana. Esta segunda trama –encarnada en la familia Astorga y
la figura del joven Mario, alias Trillito— expresa el tema de la penetración de los nuevos
valores burgueses en el modo de vida rural. Trillito, que se traslada a San José para
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competir por una posición social acorde con el flamante poder económico de sus padres,
se debate entre sus debilitados escrúpulos tradicionales –ligados al campo y la vida
familiar— y sus poderosas ambiciones sociales –ligadas a la moderna vida urbana—.
Astorga viene a ser así, simbólicamente, una especie de copia al revés de Matilde
Ayala. El rasgo estructural que combina las dos tramas en el texto es la posición social
inestable de los dos protagonistas: Matilde, con posición social pero sin el dinero
necesario para sostenerla; Mario Astorga, sin posición social pero con el dinero necesario
para pretender comprarla. De aquí el papel central del dinero en la novela: es el mediador
simbólico entre los deseos de los protagonistas y la realidad; solo el dinero otorga la
posibilidad de realizar las ambiciones potenciales de los personajes. De aquí que el dinero
se convierta para los protagonistas –consciente o inconscientemente— en una necesidad
indeclinable, y su poder en una tentación irresistible. La necesidad de dinero –mediador
entre la ambición y el éxito en el nuevo mundo burgués— lleva a los personajes a
convertir en valores de cambio –mercancías que pueden venderse para satisfacer sus
aspiraciones de prestigio social, placer o poder— su honor o su conciencia.
En este ambiente social urbano y aburguesado, propenso a la devaluación de los
valores tradicionales, aparece cual moderno Mefistófeles, Beltrán Urdaneta, el primo
extranjero de Matilde, cosmopolita, rico, egoísta y libertino:
Beltrán era un gran egoísta en el más alto sentido metafísico. Todas las
ventajas, todos los atributos de que disponía, los empleaba única y exclusivamente en
proporcionarse el placer a montones, para devorarlo luego con una avidez
asombrosa...; y sabía cuanto pueden una buena figura, pocos años y muchos pesos.
Era... un escéptico que no creía mas que en el placer... seguía sus inclinaciones como
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las aguas del río su curso, pero guardando las apariencias con un convencionalismo
metódico, ceremonioso... (69).
El fermento exótico que viene a desatar en El primo la descomposición de las
costumbres y valores tradicionales es la conjunción en la figura de Beltrán Urdaneta del
dinero y el libertinaje, unidos además a la fascinación de la oligarquía criolla por el brillo
extranjero. El libertinaje y el pragmatismo moral se asocian en la novela a la penetración
de la modernidad y los valores burgueses: se ven como producto del traslado, al campo de
las relaciones humanas, de las leyes mercantiles, y de la sustitución de los valores
tradicionales por valores de cambio: la virginidad, la honra, el amor o el matrimonio se
tornan mercancías que se compran o se venden cuando la oferta es atrayente o la
demanda apremiante.
Toda la estructura de la novela tiende a señalar, tanto en las costumbres sociales –
v.gr. el veraneo o el estreno del Teatro Nacional— como en el comportamiento
individual de los personajes, ese desgarramiento entre los valores tradicionales y los
nuevos valores de cambio burgueses. Los personajes de don Eduardo Cartín y la familia
Mendoza –don Agapito y su esposa Valentina— aparecían ya desde los primeros
capítulos, antes del arribo de Urdaneta, como el equivalente criollo de lo que con más
refinamiento y sofisticación habrá de encarnar el primo Beltrán: el individualismo
burgués, el utilitarismo y el libertinaje. Estos personajes se construyen en el texto como
figuras para las cuales las relaciones humanas, el matrimonio o los negocios, se conciben
como una empresa privada, cuyo valor se mide por la cantidad de dinero o la satisfacción
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individual que aportan. La presencia del extranjero cosmopolita, rico y libertino, no hace
mas que consolidar los desgarramientos y contradicciones de la incipiente sociedad
burguesa josefina; la presencia del primo Beltrán actúa como catalizador que precipita un
proceso cuyos elementos se advertían ya, en los primeros capítulos de la novela, latentes
y agazapados pero presentes y activos en el ambiente social de San José.
De aquí que el poder seductor del primo –encarnación de los nuevos valores de la
modernidad burguesa— sea el núcleo alrededor del cual giran y se definen los valores y
posiciones de los demás personajes. Las actitudes de los personajes pueden resumirse
entonces en el siguiente esquema:
Valores tradicionales Oscilantes entre ambos
Valores burgueses
Diego Matilde Ayala Beltrán Urdaneta
Familia Ayala Mario Astorga Burgueses criollos:
Familia Astorga Eduardo Cartín
Agapito y Valentina
de Mendoza
En el extremo opuesto a Urdaneta, Cartín y los Mendoza, representantes de los
valores de la modernidad –el individualismo, el mercantilismo y el utilitarismo— se ubica
Diego –personaje cercano a don Clemente y Julián— que se construye en el texto como
el más cabal y auténtico representante de los valores tradicionales; los sueños de Diego
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coinciden plenamente con los estereotipos doméstico-patriarcales sobre el amor y el
honor, el matrimonio y la familia, del liberalismo oligárquico:
El necesitaba casarse, formar su hogar, procrear su familia; no pasar por el mundo
como un sonámbulo ajeno a los goces del amor, que brilla en medio de un hogar
honrado y feliz... El quería tener el estímulo santo del trabajo que santifica la vida y
compartir el fruto de sus fatigas con una familia suya, propia, que fuera carne de su
carne... Y sobre tanta dicha, sobre tanta ventura, el escudo de un nombre honrado y la
consideración social (181)
Como novio oficial de Matilde, Diego representa para ésta la concepción
tradicional-patriarcal del amor y el matrimonio, en oposición a las pulsiones libertinas y
los esfuerzos seductores de los burgueses criollos, al principio, y del primo extranjero,
después. La precaria posición familiar y socioeconómica de Matilde provoca, desde los
capítulos inciales del texto, ciertas dudas y oscilaciones, ciertos “sentimientos
encontrados”, entre sus principios tradicionales –la relativa estabilidad que le ofrece para
el cumplimiento de su “rol” de mujer, el matrimonio y el “amor” por Diego— y la
oscura atracción de los placeres burgueses: la “secreta voluptuosidad de lo prohibido”,
que lleva “al alma de Matilde una especie de ateísmo en su religión de mujer” (66.
Subrayado del original).
Eduardo Cartín y Valentina, los representantes criollos de los valores burgueses,
actúan en los capítulos iniciales como instigadores preliminares –antes de la aparición del
primo— de los incipientes brotes libertino-mercantiles en el ánimo de Matilde, y
cumplen en este sentido el papel de coadyuvantes a la posterior seducción del primo, y de
opositores a los proyectos matrimoniales de Diego. Don Eduardo Cartín había intentado
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infructuosamente, antes del arribo de Beltrán, “comprar” un matrimonio con Matilde,
valiéndose de su ingente poder económico y de las penurias de los Ayala. Por otra parte,
los consejos de Valentina a Matilde en el capítulo III tendían también a debilitar el ya
titubeante “amor” de Matilde y su compromiso con Diego; al mismo tiempo sembraban
en el ánimo oscilante de Matilde las semillas de la modernidad transgresora que la
presencia seductora del primo cosmopolita, millonario y libertino, harán germinar más
tarde.
--... ¡Ah picarilla, conque tienes un primo millonario!... Créeme, estás de que te
felicite... ¿Beltrán es soltero? Sí, pues está todo hecho; ¿qué les impide a ustedes que
se gusten, se quieran y...
--¿Pero es que te haces la ignorante? ¿No sabés que tengo mi novio y que estoy
comprometida?... El talento se abre camino siempre, y perseverando, con trabajo y
economía se llega al fin deseado.
--Pues hija te equivocas medio a medio ¿No has oído decir que el talento es un estorbo
para hacer dinero? Ahí tenés a mi marido... ¡buen ejemplo! Además, casarte para
trabajar, para economizar y para enflaquecer es sencillamente una estupidez (40-41)
Matilde, sin embargo, había rechazado en este primer asalto las asechanzas y
proposiciones de los burgueses criollos, para conservar su fidelidad, algo titubeante, al
compromiso con Diego y a los principios y valores tradicionales:
--Nunca –contestó Matilde con voz firme y por hacer ostentación de un
sentimiento que es dudoso que experimentara-: seré fiel a mi compromiso; para
venderme ya lo habría hecho cuando el señor Cartín me mostró cierta inclinación
que... tal vez aún me profese... y no puedes negarme que es rico... Soy de las creen que
el amor verdadero, que sí existe, aunque lo niegues, es lo que más dignifica y levanta
a la criatura y debe ser la única cadena capaz de unir dos seres...
--Al poste de la miseria –interrumpió Valentina (41-42)
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Pero los mercaderes criollos no tenían el poder de seducción que tiene el primo
extranjero, cosmopolita y millonario. Beltrán inicia la seducción de Matilde con el regalo
de un collar de brillantes y perlas:
Matilde quedó deslumbrada al ver la joya; tuvo un momento de arrobamiento cuando
contempló el centelleo de los diamantes, entre el blanco mate de las perlas (...) No
miró más ni se dio cuenta de nada; sintió que unas manos le ceñían al cuello aquella
alhaja que parecía que la quemaba... Sintió sobre su boca la caricia del bigote de
Beltrán, quien la besaba furiosamente, y que la ahogaba. Tuvo una especie de
desmayo... Urdaneta la retenía entre sus brazos; mas de pronto, con la enorme fuerza
de una mujer débil que se defiende, se desprendió de Beltrán, le miró espantada, casi
loca, y con paso acelerado huyó de la sala... (108-109)
El cosmopolita Beltrán termina por seducir a la veleidosa Matilde –minada ya por
los gérmenes del “ateísmo en su religión de mujer”— y su habilidad para ocultar tras un
discurso convencional sus prácticas libertino-burguesas, termina por atraerse la simpatía
de don Clemente y Julián, incapaces de detectar la deshonra y la catástrofe tras la figura
seductora del extranjero. Tras seducir y embarazar a Matilde sin que lleguen a
sospecharlo sus parientes, el primo abandona precipitadamente Costa Rica, pretextando
una gravedad de su padre. Antes de partir envía a don Clemente una cariñosa misiva y
una “pequeñez”: un cheque por valor de 3.600 pesos.
Cuando don Clemente terminó la lectura, corrían las lágrimas de sus ojos...
-¿Has visto un muchacho como este? ¡Ah!, Beltrán vale lo que pesa... ¡corazón
de oro! Quiera Dios que encuentre vivo a don Esteban y que la dicha lo acompañe
(186)
De manera paralela a las dudas y oscilaciones de Matilde, el narrador desarrolla la
segunda trama. También Trillito –versión criolla del parvenu provinciano, tan caro a la
novela decimonónica europea— se debate entre sus declinantes valores tradicionales,
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ligados a la vida familiar y a su formación campesina, y sus turbulentas ambiciones
burguesas, ligadas a la vida y las tentaciones urbanas.
Al aparecer en escena en la novela, el narrador se encarga de informar al lector
cómo la vida josefina ya ha borrado casi completamente del alma de Astorga los últimos
valores tradicionales campesinos. Pero más tarde, cuando se le hace volver a su pueblo
natal y al seno familiar (en los capítulos XVIII, XIX y XX), los recuerdos y el contacto
renovado con su familia despiertan ciertos brotes de nostalgia y hacen renacer sus
dormidos escrúpulos tradicionales. Finalmente, cuando en el capítulo XX su padre lo
coloca entre la espada y la pared, entre el campo o la ciudad, la tradición patriarcal o el
individualismo burgués, Mario no duda en escoger:
¿Qué haría? Renunciar a la vida de San José después de haber saboreado sus goces ¿y
los amigos, y los bailes, y sus grandes proyectos de hacerse periodista... y la
diputación que ambicionaba, y la vida de esplendor con que soñaba? ¡Oh, no!
¿Quedarse allí, volverse un campesino, encerrar todos sus sueños y aspiraciones en el
estrecho círculo de aquel pueblecillo? Jamás, de ninguna manera... (166-167)
El mismo poder de atracción, seducción y convencimiento que ejerce el millonario
extranjero sobre Matilde y la familia Ayala, se aplica también en el texto a los ya raídos
principios patriarcales de Mario Astorga. Para remediar la “deshonra” de la prima,
Beltrán propone a Trillito una atractiva transacción erótico-mercantil: el matrimonio con
Matilde. Astorga “regatea” en claros términos sociocomerciales las ventajas y dificultades
del “contrato”:
-Nuestra sociedad es complaciente, todo lo olvida, pero siempre que el asunto se rodee
de cierto brillo... porque no me negará usted que algunas faltas llegan a cubrirse bajo
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las sedas y las joyas, mientras que otras estarán presentes, siempre vivas, si no tienen
en su disculpa más que las lágrimas del arrepentimiento... ¡Qué quiere usted!, ¡Así es
el mundo! (188)
Finalmente Trillito se vende, cuando Beltrán –quien reconoce que Astorga “ha
hablado...como un filósofo” (188)— le ofrece una cantidad de dinero bastante atractiva.
En homología con las actitudes ante el amor y el matrimonio, también las
prácticas que rigen los negocios plantean en el texto un enfrentamiento entre los valores
tradicionales de Diego –fundados en el el honor y la honradez, el altruismo y la nobleza—
y el mercantilismo burgués de Cartín y los Mendoza, para los que el valor de los
principios y los actos se determina según la cantidad de dinero o la satisfacción individual
que produzcan. El enfrentamiento entre ambas posiciones se hace evidente con el affaire
de las huérfanas Montes, de las cuales Cartín –con la complicidad de Agapito Mendoza—
es al mismo tiempo tutor y expoliador, y de las cuales Diego se convierte en defensor
abnegado y altruista.
Al igual que Beltrán, también Cartín logra engañar fácilmente con su doble
comportamiento –un discurso y una apariencia acorde con las convenciones tradicionales
que disimula y encubre prácticas burguesas— la honrada sencillez de los Ayala, algo
predispuestos ya a aceptar el engaño por la “gratitud” que don Eduardo se ha ganado con
sus oportunos “servicios” a la familia. Don Eduardo,
Inventó, tergiversó hechos, citó detalles desconocidos por completo para todos, y con
tal arte y maestría, que logró llevar al ánimo de don Clemente y de Julián un
sentimiento de repulsión hacia Diego. (125)
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Los últimos capítulos de la novela reúnen los diversos motivos de las dos tramas,
llevan a su desenlace los conflictos entre los personajes y extraen las consecuencias
finales del conflicto entre los valores y las costumbres tradicionales y el moderno
individualismo burgués, aliado a la “secreta voluptuosidad” del extranjero millonario y
libertino.
El poder seductor del extranjero cosmopolita disuelve irremisiblemente los
últimos escrúpulos patriarcales y provoca la degradación final de los protagonistas de las
dos tramas: Matilde es seducida y deshonrada por el primo; Trillito es sobornado y
comprado por Beltrán para que procure reparar la deshonra. Los otros miembros de la
familia Ayala –el declinante nido de hidalgos criollo— son también inadvertidamente
burlados y conquistados por la ambigüedad engañosa de los valores de cambio que
manejan los nuevos mercaderes, Beltrán o Cartín. Don Clemente y Julián se muestran
incapaces en el texto de reconocer o enfrentar las nuevas prácticas sediciosas y deletéreas
que se encubren tras el respeto a los ritos, costumbres y tradiciones establecidos. Por
otra parte, Diego al que el narrador presenta como el más lúcido y consecuente
representante de los valores tradicionales, es también incapaz –con sus prácticas basadas
en el honor, el altruismo y la lealtad— de defender la honra de su futura mujer, Matilde,
ante el asedio y la atracción del primo; y de defenderse a sí mismo contra las
tergiversaciones insidiosas de Cartín, quien predispone en su contra a los Ayala, los
mismos que, por sus principios y costumbres, debían constituirse mas bien en sus aliados
en la defensa de los valores tradicionales.
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El final de la novela puede verse entonces como símbolo expreso de la impotencia
de los valores tradicionales para enfrentar las prácticas sediciosas del moderno
individualismo burgués. Don Eduardo Cartín confunde a Julián, haciendo aparecer a
Diego –rival de don Eduardo en el amor y en los negocios— como autor de la deshonra
de Matilde, y provoca así la muerte del honrado Diego a manos del ingenuo Julián. La
novela terminaría entonces con una imagen simbólica de la autodestrucción de las figuras
que encarnan los valores tradicionales, víctimas impotentes de la ambigua atracción del
extranjero cosmopolita, de las prácticas engañosas de Cartín y de sus propias
contradicciones internas: todo esto provoca la destrucción física de Diego, ejecutada por
el inadvertido Julián, y la deshonra y el desmoronamiento del decadente nido patriarcal de
los Ayala.
La visión del mundo que se expresa en la novela El primo no deja de mostrar una
cierta contradicción entre la lógica de los hechos narrados y el proyecto ideológico que
sugiere la posición del narrador. Desde el punto de vista ideológico, el narrador, mediante
sus juicios, opiniones y sugerencias expresas, tiende a identificarse con los valores y
costumbres tradicionales que Diego y los Ayala encarnan y defienden en la novela
4
. Pero,
por otra parte, el texto expresa tácitamente la caducidad histórica de esos valores, al
demostrar la impotencia de los personajes que los defienden para enfrentar con éxito los
nuevos valores burgueses. Los valores mercantiles, de una u otra forma, terminan por
4
Así lo interpretaron los primeros críticos y comentaristas contemporáneos de la novela: vease p. ej. Vargas
1905, Villegas, 1905, Castume 1906, Facio 1908.
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seducir, contaminar o corromper a los miembros de la carcomida oligarquía
semiaristocrática costarricense; la modernidad disuelve y destruye los valores y
costumbres tradicionales.
Por otra parte la novela reproduce también, mediante la censura que se percibe por
lo que se olvida o se silencia, otro de los lineamientos represivos y excluyentes del
proyecto nacional oligárquico: en esta novela como en las otras novelas y obras
dramáticas del Olimpo –El árbol enfermo, La caída del águila, La sirena, El problema,
Magdalena— no tienen voz ni participación los estratos populares: el problema de la
búsquedad de una identidad nacional y el enfrentamiento entre lo propio y lo ajeno, la
tradición y la modernidad, el campo y la ciudad, se enfoca desde la perspectiva elitista y
excluyente de la oligarquía. Si bien en el texto de El primo se admite la presencia del
gamonal campesino, el enfoque y la valoración que se hacen de él responden siempre al
punto de vista oligárquico; la plebe urbana apenas si se adivina en el telón de fondo de
algunas escenas costumbristas de la novela. El texto convierte así a la oligarquía en única
voz nacional; su mundo, sus formas de vida, su ideología y sus valores se presentan en el
texto como el equivalente metonímico de la realidad y los valores nacionales; el problema
de la definición de una identidad nacional se convierte en un problema que se resuelve en
el marco de la ideología, en el interior de la conciencia y en el seno de la familia
oligárquica.
Hacia la época en que se publica El primo una nueva promoción literaria se
iniciaba con los artículos y poemas de Roberto Brenes Mesén, José María Zeledón, Omar
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Dengo o las novelas, relatos y obras dramáticas de Joaquín García Monge, Carmen Lyra,
Daniel Ureña. Los relatos de García Monge y Carmen Lyra sustituyeron la imagen
estereotipada del labriego sencillo –el campesino folclórico y pintoresco del Olimpo
costumbrista— por una plebe de marginados humillados y ofendidos, enfrentados a un
mundo ajeno y hostil. García Monge y Ureña hacen pasar al campesino del cuadro de
costumbres o el “juguete cómico” a la novela o el drama, dotándolo de mayor relieve
individual y convirtiéndolo, ya no en objeto de burla, sino en sujeto de tragedia. En sus
textos por primera vez aparece la imagen de un mundo dual o escindido, cruzado por el
enfrentamiento entre las clases, la injusticia social y la expropiación campesina, como
elementos de un proceso que conduce al desarraigo y la desintegración social y moral.
Los textos de todos estos últimos autores expresan una mayor identificación con
personajes marginados (campesinos, mujeres, niños) que pasan a ocupar papeles
protagónicos y a expresar un punto de vista disonante o distanciado del orden y el
concierto tradicionales. El narrador del Olimpo que separaba rigurosamente su punto de
vista privilegiado y excluyente, su mundo y su lenguaje, del mundo y el lenguaje de sus
personajes populares, es sustituido por un narrador que utiliza profusamente el discurso
indirecto libre, cuya palabra dialógica refracta el malestar, deseos, sueños, ansias y
temores de sus personajes.. Con ellos comienza el descentramiento de la imagen de la
realidad nacional ligada al imaginario oligárquico y la búsqueda de nuevas formas de
imaginar y reconstruir la identidad nacional. Pero ese es un estudio que desborda los
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marcos de este trabajo
5
; aquí solo se menciona la aparición de esa nueva intelectualidad
como una acotación final que viene a complementar el contexto histórico-literario en el
que aparece publicado El primo.
BIBLIOGRAFÍA
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Rica, 1970.).
---- Del calor hogareño. San José : Sauter y Arias, 1929.
5
Sobre este punto vease: Quesada 1988 y 1998, Morales 1993, Ovares et al. 1993, Rojas et al. 1995
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Citas
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2- Cardona, Jenaro. La esfinge del sendero. San José: Ed. Costa Rica, 1970
3- Una vívida rememoración de la vida en La Puebla de principios de siglo, se encuentra en la novela
testimonial de Luisa González A ras del suelo (Ed. Costa Rica, 1970)
4- Así lo interpretaron los primeros críticos y comentaristas contemporáneos de la novela: vease p. ej. Vargas
1905, Villegas, 1905, Castume 1906, Facio 1908.
5 Sobre este punto vease: Quesada 1988 y 1998, Morales 1993, Ovares et al. 1993, Rojas et al. 1995