Revista Educación 42(1), 105-117,
e-ISSN: 2215-2644, enero-junio, 2018
DOI: https://doi.org/10.15517/revedu.v42i1.23479
Profesorado
universitario: Emisor de valores éticos
y morales en México
University Faculty: Issuer of Ethical and Moral Values in Mexico
Pedro César Cantú-Martínez[1]
Universidad Autónoma de Nuevo León
Facultad de Ciencias Biológicas
San Nicolás de los Garza, N.L., México
Recibido: 7 marzo 2016 Aceptado: 13 julio 2017 Corregido: 4 diciembre 2017
Resumen: El presente
artículo de revisión aborda la labor del profesorado universitario en México,
que es de suma importancia para la sociedad, para dar respuesta a las
problemáticas y a los nuevos desafíos sociales. Su quehacer y pensar incide
además en la formación de sus estudiantes, haciendo de la enseñanza superior una
dinámica participativa, que le permite erigirse en guía, al proporcionar
elementos técnicos suficientes y proveerles de habilidades personales que se
manifiesten en valores éticos y morales, lo cual sucede mediante su interacción
y la mediación del conocimiento que imparte. Otorgando a sus estudiantes, así,
el fervor por lo humano, el conocimiento y los valores compartidos, mediante la
relación natural que supera las aulas y la misma profesión que logra edificarlos
moralmente.
Palabras
claves:
Ética, moral, valores, profesorado, universidad.
Abstract: This article discusses
the daily work of a university professor in Mexico, which is very important for
society to respond to the problems and to new social challenges. Professors
work and thinking also affects the development of their students, doing of
higher education a participatory dynamic that allows students to establish
itself as a guide, to provide sufficient technical elements, and provide them
with personal skills that are manifested in ethical and moral values, that happens
through interaction and mediation of knowledge it imparts. Thus, giving the
fervor for humanity, knowledge and shared values, using the natural relation
that exceeds the classrooms and the same profession that manages to build them
morally.
Keywords: ethics, moral, values, teacher,
university.
Introducción
Hoy la educación
superior ha adquirido mayor relevancia, debido a las profundas transformaciones
que se suscitan en el mundo, motivadas, en parte, por el presuroso progreso de
la ciencia y sus aplicaciones, como también se encuentra fuertemente ligada a
la construcción de un ser humano que pueda insertarse en la sociedad
productivamente y llevar una mejor calidad de vida, esto es, de una manera más
sustentable, para que pueda ser un actor social y contribuir a la resolución de
las amplias brechas y asimetrías sociales existentes que afrontará, aplicando
el conocimiento que le fue impartido de una forma escolarizada como aquel otro,
que se generó a través de la investigación.
En este sentido, en
México, el papel de las instituciones de educación superior (IES) en los
procesos de trasformación es bastante relevante, porque en estos espacios se
modelan los recursos humanos de más alto nivel, que las nuevas circunstancias
sociales demandan; pero, además, es donde se forman seres humanos,
comprometidos con el desarrollo y la humanidad (Knight, 2006). Es así que en
este contexto, el papel de la labor del profesorado universitario es de suma
trascendencia, ya que se ha constituido en un ente formador de opinión y en una
veta inspiradora para sus estudiantes. El profesorado universitario también se
constituye en el motor dinamizador de la IES, para que estas incidan en la ambiciosa
tarea de ascender a la sociedad a una mejor calidad de vida, que se refleje en
los distintos colectivos sociales que la integran.
Partiendo de lo
anterior, cito a Masiá (1995, p. 12): “hay
tres clases de médicos. Los regulares, los buenos y los buenísimos. Los
regulares sólo curan enfermedades. Los buenos además de enfermedades, curan
enfermos. Los buenísimos, además de curar enfermedades y enfermos, curan al
país”. Por lo tanto, haciendo una
analogía de la cita anterior con el quehacer del profesorado universitario, nos
hacemos la siguiente pregunta ¿cuál es la labor del profesorado universitario en
México, para dejar un legado de valores éticos y morales en sus estudiantes, que
sea útil para erigir a ese ser dúctil, vulnerable, pleno de tantas ilusiones
como temores, que somos los seres humanos? Para responder a este
cuestionamiento será necesario transitar por el papel de la educación superior,
para posteriormente describir la figura de la profesora y profesor universitario
en la actualidad en nuestro país y finalmente abordar su representación como un
agente ético, moral y de integridad académica.
Papel
de la educación superior
Laudadío (2015, p. 165) menciona que las “políticas educativas dependen de
realidades muy diferentes en función de su historia previa, tradiciones,
posibilidades económicas y prioridades en educación. Cada país debe encontrar
las políticas adecuadas según sus propias circunstancias”. Es así como, en la actualidad, se ha podido ser testigo de los
múltiples cambios que han ocurrido en la educación superior en el mundo. Particularmente,
durante las últimas décadas, donde se han observado, en el plano internacional,
hechos como la masificación y la gradual pluralidad de estudiantes, hasta las evidentes
crisis provocadas por la disminución de fondos económicos para sustentar estas
(Del Mastro
y Monereo, 2014); como también, la inserción en sus operaciones de una
cultura de calidad y de responsabilidad social (Cantú-Martínez, 2013; Ross, 2010).
De manera particular, la
orientación en la formación de estudiantes ha cambiado también, en México; de
una centrada inicialmente en la enseñanza, ha transitado hacia el aprendizaje, y
ahora ha conmutado hacia competencias, donde la incorporación de las nuevas
tecnologías forma una parte sustantiva de la instrucción. Igualmente, también se
reconoce que la globalización actualmente existente en el plano de la educación
superior ha orillado a las instituciones educativas en nuestro país a
involucrarse, cada vez más, en actividades relacionadas con la ciencia y
tecnología (Delgado, 2007; Zabalza, 2004).
Por lo tanto, indiscutiblemente,
el escenario universitario es el lugar, por excelencia, donde se crean los
espacios para dar respuesta a las problemáticas actuales y a los nuevos retos
sociales en la nación. De tal manera, en este contexto se yergue un clamor con
grado de exigencia social para las IES en el país, el cual consiste en no sentirse
satisfechas únicamente, al trasmitir conocimiento y dar resolución científica a
las eventualidades y desafíos, sino además les corresponde construir la
humanización de la vida política y social de México, con el poder que le es
conferido por la sociedad (Cantú-Martínez, 2015a; Chapela y Cerda, 2010; Gorrochotegui, 2005).
Consecuentemente, además, les incumbe formar, como señala Zabalza (2004,
p. 22), “líderes tanto del mundo social como del científico y artístico”, que estén en contacto y sean sensibles
al contexto social, económico y ambiental que subsiste en el país, con el fin
de encontrar los cauces para una convivencia más pacífica, equitativa y justa.
Sin embargo, es
palpable la influencia que ejerce la globalización, mediante el posicionamiento
de distintos marcos de referencia social, que se contraponen con el contexto de
lo que sucede en el aquí y ahora donde se encuentra asentada la IES (Cantú-Martínez,
2014). Esto influye en la formación del alumnado universitario, por lo
cual Linares
y Fraile (2012, p. 121) afirman que “la educación superior no escapa al
impacto de los cambios sociales, económicos y políticos que acontecen en el
panorama global”.
En este contexto, el
precepto ético es fundamental, como señala categóricamente Cantú-Martínez
(2015b):
Es
necesario que el sistema educativo superior [en México] responda a los
problemas reales de la sociedad actual y posibilite la participación activa de
los estudiantes y docentes, para convertirse en parte de la solución, donde los
actores universitarios trabajen en una cultura de colaboración que haga posible
este proyecto de ética educativa. (p. 93)
Lo anterior toma
sentido debido a que las experiencias implementadas en el orbe, en distintos
segmentos sociales, han demostrado que la creación de bienestar social está vinculada
a la utilización de conocimientos emanados de la actividad tecnocientífica y de
una proporción elevada de personas involucradas con estudios profesionales (Mungaray,
Ocegueda y Sánchez, 2002). Para acceder a este proyecto de ética
educativa en el contexto de la educación superior en México, es pertinente
considerar una formación académica integral del estudiantado, la cual se
encuentre demarcada por las peculiaridades disciplinares de la formación
universitaria, que permitan:
A
los egresados examinar y considerar, en su justo valor, las disimiles
demostraciones socioambientales que le circundan, las cuales son evidenciadas
por los movimientos sociales y civiles, las nuevas relaciones de la sociedad
civil con el Estado y la ciencia, y las preocupaciones que emergen en la
colectividad social por la paz, el ambiente y el desarrollo humano. (Cantú-Martínez, 2014, p. 28)
Por lo tanto, la
educación superior en nuestro país, según señala Camarillo Hinojosa (2002, p. 29),
debe evolucionar “por ser un hecho social que implica la correlación de los
procesos históricos”. Es así que la educación superior se yergue como proceso
de formación permanente, de orden personal, sociocultural, el cual se cimienta
en la búsqueda de construcción integral del ser humano. Particularmente, porque
desde la perspectiva de la situación socioeconómica y política que permanece en
el concierto internacional y planos nacionales en muchos lugares, como es el
caso de nuestra nación, aún persisten con mucha indignación las injusticias, la
carencia de solidaridad y cooperación entre los seres humanos para cambiar y
transformar la sociedad, donde el individualismo exacerbado ha empobrecido la
conciencia y el tejido social en que subsistimos. En este sentido, Sánchez Puente
(2004), lo advierte al indicar terminantemente:
Las
universidades tienen que aportar su cuota. Ésta, para el caso del doctorado,
consiste en capacitar cuadros competentes que se integren consistentemente al
sector productivo de bienes y servicios, así como en formar investigadores
entrenados en la generación de conocimientos científicos, sociales,
humanísticos y en los estudios de innovación y desarrollo tecnológicos en
determinadas áreas prioritarias, de acuerdo con las necesidades y aspiraciones
de desarrollo de la sociedad civil en su conjunto. (p. 69-70)
Por último, como
menciona Cullen
(2004), la educación superior toma trascendencia, ya que el carecer de
ella es encontrarnos en un plano de desinformación y aislamiento, situación que
nos paraliza, tanto individualmente como colectivamente. Por lo que acceder a
ella y aspirar a una mejor calidad de vida, equidad y justicia social nos lleva
a comprender que estos preceptos son valores de cambio necesarios, para
alcanzar una vida buena y una libertad digna; todo esto, otorgado a través de
las actividades que realizan las profesoras y los profesores universitarios en
el seno de las IES.
El
profesorado universitario en la actualidad en México
¿Qué se entiende por profesora
o profesor universitario? Aunque su expresión es singular, en contenido el
concepto refiere a pluralidad, a un grupo de personas que comparten
sentimientos de identidad como pertenencia, y representan un segmento de la
sociedad, que trasciende porque se ocupan de enseñar a otras personas, que pretenden
instruirse sobre el arte o ciencia que este grupo docente domina
profesionalmente. El término de grupo una forma correcta de nominarlos, ya que
de acuerdo con Arévalo (2007, p. 20), “el
termino grupo proviene del italiano gruppo, palabra que se usaba en las bellas
artes para designar a un conjunto de personas que perseguían un fin común”. Estos grupos se particularizan por ser
copartícipes de actividades e interacciones regulares que, además, se inclinan
a actuar de forma unitaria, que muestran necesidades y pretenden fines y
objetivos determinados. Es así que al hablar del profesorado universitario nos
referiremos a la condición de grupo, en cuyas personas, como advierte Lolas (2002, p.
15), reside la “posesión de un saber formal, cultivado en universidades
y permanentemente renovado por la investigación, [que] lo aplican a problemas y
demandas de la vida cotidiana”.
En este
sentido, en México hasta el año 2013 operó el Programa de Mejoramiento del
Profesorado (PROMEP), instaurado desde 1996 para dar contestación a las
recomendaciones realizadas por la UNESCO al país de establecer un sistema para
fortalecer las capacidades en materia de investigación-docencia de las
profesoras y los profesores universitarios. Recientemente, en el 2014, este
programa ha sido relevado y enriquecido en sus propuestas por el Programa para
el Desarrollo Profesional Docente (PRODEP) para la Educación Superior (Secretaria de Educación
Pública, 2014). Este nuevo programa de gobierno
tiene como propósito vigorizar los proyectos de formación educativa, como
también de actualización en materia de carácter académico, capacitación e
investigación, que fortalezcan las capacidades de investigación-docencia del
profesorado universitario; con la finalidad de asegurar la continuidad de la
calidad en la educación superior, como también el recambio generacional de la
planta docente. Hoy en día, este programa tiene una cobertura en 714 IES en
el territorio nacional, que incluye universidades públicas estatales (UPE), UPE
de apoyo solidario, IES federales, universidades politécnicas, universidades
tecnológicas, institutos tecnológicos federales, escuelas normales, institutos
tecnológicos descentralizados y universidades interculturales.
Por otra parte, en 2015,
como cita la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior
(ANUIES, 2015) durante el ciclo escolar 2012-2013 en México, se contó con
una planta de 352,007 docentes de universidades con distintos niveles de
estudio que involucraban personal con un tiempo de dedicación muy variado como
tiempo completo, medio tiempo y por horas, como también con un diferencial de
grados académicos como doctorado, maestría, especialidad, licenciatura y
técnico superior (ver Tabla 1).
Dicho lo anterior, es
relevante mencionar que las IES en México, como quizás en muchos otros países, en
gran medida son el resultado del quehacer y pensar de su personal docente, cuya
tarea hoy involucra un aprendizaje y actualización permanente (Chávez y
Benavides, 2011). Esencialmente cuando la realidad social y científica, en
México como en el concierto internacional cambia vertiginosamente, influyendo
así constantemente en los contenidos de los programas analíticos de las
materias que imparten, como también del avance tecnocientífico que va
enriqueciendo las formas prácticas de plasmar el conocimiento (Cerrillo y
Izuzquiza, 2005). Por esta razón, en la medida que las IES puedan
asegurar este buen desempeño de sus profesores y profesoras, tienen garantizado,
en un gran porcentaje, la excelencia como instancia de educación superior, la
cual es legitimada por alguna autoridad, a través de las acreditaciones que
posee institucionalmente y de la certificación de su profesorado, tanto de
forma individual como grupalmente (Lolas, 2002).
Tabla
1. Personal docente que atendió los diferentes
niveles de educación superior en México durante el período 2012-2015.
Grado del personal docente |
||||||
Niveles de educación superior |
Técnico Superior |
Licenciatura |
Especialidad |
Maestría |
Doctorado |
Total |
Técnico Superior Universitario |
802 (0.22%) |
7600 (2.15%) |
389 (0.11%) |
3582 (1.01%) |
261 (0.07%) |
12634 (3.58%) |
Licenciatura en
Educación Normal |
402 (0.11) |
8658 (2.45%) |
481 (0.13%) |
6769 (1.92%) |
646 (0.18) |
16956 (4.81%) |
Licenciatura
Universitaria y Tecnológica |
4231 (1.20%) |
148523 (42.19%) |
13927 (3.95%) |
84850 (24.10%) |
23299 (6.61%) |
274830 (78.07%) |
Posgrado |
246 (0.06% |
6191 (1.75%) |
3722 (1.05%) |
21026 (5.97%) |
16402 (4.65%) |
47587 (13.51%) |
Total |
5681 (1.61%) |
170972 (48.57%) |
18519 (5.26%) |
116227 (33.01%) |
40608 (11.53%) |
352007 (100%) |
Nota:
Elaboración propia a partir de los datos de ANUIES, 2015.
Aunado a la labor de las
profesoras y los profesores universitarios en el marco de su formación profesional
en materia tecnocientífica, como lo propone el Programa PRODEP, también es de
suma importancia reconocer que en México ha crecido la relevancia del trabajo
del profesorado universitario en su dimensión social como también en su
compromiso ético y moral en las IES. Hoy, se magnifica la misión del personal
docente universitario en su función de construir seres humanos, como refiere Timaná (2006):
Capaces
de desarrollar sus potencialidades y competencias, de asumir con criterio su
autonomía, con ideales, valores y principios éticos, con capacidad de análisis
crítico, con sentido de lo estético y de trascendencia, conscientes de una
cosmovisión; comprometidos con la historia regional y nacional, con el cambio
social y con la capacidad de generar soluciones, de manera individual y
colectiva, a los problemas regionales y nacionales con visión global. (p. 193)
Así, el personal docente
universitario en México transita como un mediador entre los simbolismos, percepciones,
costumbres y progresos, pasados y presentes en el colectivo social, y el
desarrollo extraordinario y vertiginoso que se sucede e incide en las nuevas
generaciones. Para ello, como menciona De la Herrán (2001, p. 18), debe ser un “investigador
de su quehacer para la mejora en espiral de su práctica docente, como
imperativo de compromiso profesional, con la siempre fundamental tarea de
educar”. Si el personal docente
universitario desea comunicar y trasferir este conocimiento, debe estar imbuido
en él; esto es, debe manifestar una sólida formación profesional como lo
concibe el PRODEP, pero también debe contar con contenidos culturales
consolidados en su persona.
[Para]
desempeñar eficientemente esta profesión es necesario saber los conocimientos
requeridos por la misma (componente técnico) y, a su vez, un ejercicio eficaz
de estos necesita un saber hacer (componente metodológico), siendo cada vez más
imprescindible e importante en este contexto laboral en constante evolución
saber ser (componente personal) y saber estar (componente participativo). (Mas Torelló, 2011, p. 197)
Así, en México, la
labor del profesorado universitario en la actualidad tiene que ser
conceptualizada, en función del impacto en la formación de estudiantes, que
deben manifestar particularmente actitudes y competencias, en cómo buscan,
procesan y aplican el conocimiento. Sin duda, las funciones docentes que
estamos mencionando solo se percibirán, si se relacionan con los contextos en
que subsisten, como pueden ser el exosistema, que atañe al entorno
sociocultural y profesional; el mesosistema, constituido por el entorno de la
universidad, facultad y departamento y, finalmente, el microsistema, referido
al aula y laboratorio. Sitios donde se descubren los pensamientos y las
posturas humanas más profundas que han de tratar de esclarecer y definir la
realidad en que se subsiste (Guichot, 2005).
Reflexionando sobre lo anterior,
Guzmán
(2011) menciona que los rasgos más relevantes de un buen personal docente
universitario, situándolo en el ámbito del aula y laboratorio, son:
Comparte
su pasión y entusiasmo por su materia explicitando a los alumnos la importancia
de la misma. Vincula su labor de investigación con los temas enseñados.
Liga
lo revisado en clase con tópicos o temas de actualidad.
Usa
ejemplos claros y relevantes para ilustrar el tema expuesto; Indaga sobre las
experiencias del estudiante y las utiliza en su enseñanza.
Plantea
preguntas clave para señalar los puntos controversiales de un campo, o los
problemas no resueltos o de las perspectivas existentes.
Emplea
sitios de Internet para demostrar la actualidad del material presentado. (p. 136-137)
Con esto, el aula se
constituye en el recinto de actuación, en un efectivo espacio de aprendizaje, y
convierte la instrucción en una oportunidad participativa y dinámica, entre la
profesora o el profesor universitario y sus estudiantes. En este sentido, Escámez Sánchez
(2013) plantea:
La
clave para comprender la docencia de los mejores profesores universitarios no
puede encontrarse en reglas o prácticas concretas, sino en sus actitudes, en su
fe en la capacidad de logro de sus estudiantes, en su predisposición a tomar en
serio a sus estudiantes y dejarlos que asuman el control de su propia educación.
(p. 19)
Por otra parte, también
se debe hacer hincapié en que el profesorado universitario en nuestro país debe
prevalecer y subsistir, de manera irrenunciable e inexcusable a las actividades
de docencia como de investigación, que es donde se genera y aplica el
conocimiento innovador. De esta manera, aunado a la gestión académica
individual o colegiada, la cual consiste en llevar a cabo actividades
académicas-administrativas, también resulta importante la tutoría de estudiantes
(Barrón,
2009, Mas Torrello, 2011). Con ello, se pretende impactar de manera
significativa en el estudiantado en México, orientándole y dotándole de
herramientas para aprender a aprender, como señala Cerrillo e Izuzquiza (2005). Mostrándose,
además, al profesorado universitario como “un profesional reflexivo,
investigador en su propia situación docente, procesador activo de información,
un profesional que toma decisiones y que se presenta como investigador en el
aula” (Guichot,
2005, p.132).
¿Qué implica en México erigirse
como una profesora o profesor universitario? Pues bien, involucra constituirse
en sujeto guía y orientador del aprendizaje, permitiéndoles a sus estudiantes
edificar su propio conocimiento, a partir de mostrarles lo que es útil y significativo,
tratando así de superar las formas empobrecidas de desempeño docente y de
sistemas poco plausibles de articulación con el alumnado. Esto es, “sentirse responsable directo por lo
que hace o deja de hacer un alumno en la práctica profesional es un motivo que
ayuda a cuestionar y a intentar cambiar la actuación en el aula y por ende los
contextos de significado que la orientan”,
como advierte Luprecio-Nuñez (2014, p. 22).
Además, el ser docente de universidad implica, como argumenta López Zavala
(2013, p. 149), un proceso en el cual
“sujetos intelectuales que trabajan con el conocimiento y la formación de
la juventud buscando hacer el bien a la sociedad, teniendo en cuenta los
desafíos que el mundo competitivo, injusto y controvertido está presentando a
la educación superior”. Y, para ello,
es importante conjuntar en el estudiantado, mediante la labor del profesorado
universitario, el intelecto y la voluntad de hacer, para lograr una verdadera
concientización, como asevera Freire (2007), que conlleve finalmente a mostrar la
auténtica realidad.
El
profesorado universitario como un agente ético y moral en México
El ser profesora o profesor
universitario se constituye en un reto merecedor de ser abordado principalmente
porque se yergue en su figura social el trascendental papel, como propone Laudadío (2015,
p. 165), de contribuir al “compromiso con la verdad [que] es una de las
cuestiones más relevantes en la universidad, ya que la pregunta por la verdad
fue –y debería seguir siendo– una de las razones fundamentales de su
existencia”. Particularmente hoy,
toma mucha importancia cuando, en el tejido social en distintas partes del
mundo, se percibe una lamentable carencia de veracidad en las estructuras
organizacionales edificadas por la sociedad, lo que se constituye en un padecimiento
que irrumpe socialmente como una crisis de orden intelectual (Brey,
Innerarity, y Mayos, 2009), como sucede en varios países de
Latinoamérica y en México.
El personal docente
universitario en México, al erigirse como un referente fundamental, reflexivo y
crítico, que promueve el conocimiento, conlleva además la comprensión de la
realidad de manera objetiva y, en su esencia, orienta hacia la búsqueda de la
verdad, considerando el compromiso existente con la sociedad, y de la cual
intenta hacer partícipes a sus estudiantes, favoreciendo, con ello, la
aprehensión de los valores éticos y morales, como la honestidad,
responsabilidad, compromiso social, disciplina y respeto (Gamboa, 2014; Hirsch,
2010; Jiménez, 2004). Lo que plantea que, en tiempos actuales, se afirme
que ser docente de universidad es complicado y complejo, ya que la profesora o el
profesor universitario se constituye para su alumnado, en un modelo de
actuación personal y profesional. A lo que González (2004, p. 2) agrega,
“ser modelo de actuación implica necesariamente el desarrollo del profesor como
persona [ética y] moral”.
El personal docente
universitario en México se alza como un modelo de persona ética y moral, porque
es responsable de su pensar y actuar como ser humano, indistintamente donde se
encuentre, y no solo está comprometido con lo que enseña, argumenta y realiza
en clase. La ética y moral la podemos apreciar en la profesora o el profesor
universitario. Primeramente, la ética como un comportamiento que manifiesta, desde
un proceso de reflexión, elección de normas y principios que dirigen su ser, mientras
que, desde la práctica, la moral se muestra conjugando criterios y valores, que
conducen su hacer, donde se involucra la parte cognitiva, emocional y
conductual.
Lo anterior acomete
fuertemente en la conciencia y pensamiento del estudiantado, al esbozar una
doble reflexión de manera conjunta, tanto personal como profesional (García, et al.,
2009), haciéndolo consciente de lo que hará y decidirá tanto en lo
individual como en lo colectivo. Dado que el profesorado universitario crea una
sinergia con su persona, que conduce al estudiantado por el camino del
desarrollo ético y moral, cuyo objetivo es formar seres humanos íntegros, con
criterio y sensibilidad, congruentes con su decir y hacer; pero además va
configurando, explícita o tácitamente, el carácter de cada estudiante (Torres Narváez,
2006). Lo antes aludido confirma la aseveración que Savater (2001,
p. 96) realiza, al indicar que “los seres humanos somos temporales y
aprendemos la temporalidad de los otros”.
La formación integral estudiantil, y en particular
del aspecto ético y moral, requiere de un cuerpo docente universitario en
México comprometido con ese propósito, donde impere el siguiente principio, como
aduce Cortina
(2002, p. 55) al hacer alusión a Immanuel Kant, “obra de tal modo que
trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro,
siempre al mismo tiempo como un fin y nunca simplemente como un medio”. Esto representa que la profesora o el
profesor universitario, en nuestro país, debe favorecer la formación integral
de la personalidad de sus estudiantes, no solo proveyendo el conocimiento, sino
estimulando actitudes positivas y respaldando prácticas y hábitos que
favorezcan los valores éticos y morales (Ayuso y Gutiérrez, 2007). En otros términos,
como afirma Paukner Nogués (2007, p. 2) al hacer referencia a las ideas
expresadas por Kant en su libro Pedagogía:
Cada
generación educa a otra y mejora lo hecho por la generación precedente. Los
hombres ilustrados deben ser los gestores de la educación en función de lograr
una persona:
Disciplinada:
poseedora de una humanidad sin animalidad
Cultivada:
dotada de instrucción y enseñanza
Prudente:
con desarrollo a la civilidad
Moral:
con capacidad para adecuar fines y medios.
Gravita su actuación, en el marco de la
exposición de los saberes aristotélicos, que confluyen en las tres dimensiones
principales de la existencia humana, que son el aprender, crear y actuar. Acorde
con Cortina
y Martínez (2008), estos saberes aristotélicos versan sobre los saberes
teóricos, que se ocupan de examinar cuáles son las causas de los
acontecimientos, los saberes poiéticos, que establecen pautas orientadoras para
la elaboración de artilugios útiles y, finalmente, los saberes prácticos, que
se constituyen en normas que nos orientan en cómo debemos conducirnos en la
vida.
Consiguientemente, la formación integral de
este nuevo capital humano y social en México, resaltado en el alumnado, comienza
y se materializa a través de las acciones cotidianas del profesorado
universitario, en la dialéctica que surge entre sí en las aulas, donde se
forjan las personalidades de las nuevas generaciones; circundada esta relación por
las numerosas exigencias, progresivas, complejas y hasta discordantes que emanan
del tejido social. Es así como resulta imprescindible que la docencia se ejerza
con suma responsabilidad en la universidad, valiéndose además de la ejecución
de acciones como: la preparación de materiales que ubiquen al alumnado frente a
la realidad en que subsiste, el desarrollo de actividades donde abiertamente se
deliberen, la realización de foros de debate y discusión en un marco de
carácter social, creación de espacios para el intercambio de buenas prácticas y
experiencias (Ruiz, Jerome y Domínguez, 2013).
En esta dialéctica
entre profesorado universitario y estudiante, en términos generales, el personal
docente debe, desde el marco de responsabilidad, asegurarse de proporcionar
elementos técnicos suficientes para la retención, continuidad y aplicabilidad
de los saberes profesionales, como también enseñar los métodos para crear nuevos
conocimientos científicos y, finalmente, proveer habilidades interpersonales a
sus estudiantes, más allá de los conocimientos profesionales requeridos, con la
finalidad de manifestar rasgos de empatía y sensibilidad a las necesidades de
los otros individuos, a través de valores éticos y morales, componentes relevantes
de las orientaciones que puede seguir una acción determinada. Sustentando esto
en un optimismo influencial, que se relaciona con el convencimiento de que
existe la probabilidad y el deber de rehacer la sociedad y orientarla hacia un
futuro mejor, donde se procura y fortalece como un bien social; distinto al
optimismo esencial, que señala que el futuro sobrevendrá, simple y llanamente
sin la mediación humana (Gómez, 2010).
Por esta razón, las dimensiones éticas y
morales deben ser reorganizadas metacongnitivamente de forma constante en la
docencia universitaria, promoviendo una discusión racional, con disensos y
consensos; pero esencialmente admitiendo la diversidad y reconocimiento de la
otra persona, debido al cambiante poder de elección con el que cuenta el ser
humano y de la legitimación que se origina de las acciones en la sociedad,
producto de los avances técnicos y científicos, como también de carácter sociocultural.
De ello, sumariamente, Garrido (2011, p. 16) da testimonio, al hacer
alusión a Habermas, al indicar que todo argumento esgrimido o acción
comunicativa, como acontece en la docencia universitaria, “puede ser criticado
como no verdadero en lo que concierne al enunciado hecho, como no correcto en
lo que concierne a los contextos normativos vigentes, y como no veraz en lo que
concierne a la intención del hablante”. Este pronunciamiento se torna de suma
importancia cuando en el ámbito de la enseñanza universitaria se desea lograr
la formación moral y ética del ser humano, por lo tanto, debe subsistir una conciliación
racional entre los agentes interlocutores que participan, donde el contexto
situacional de la realidad debe ser tomado en cuenta, aunque se encuentre con
mucha corrupción, ya que en el arte de la educación superior, ejercida por el personal
docente universitario, debe prevalecer el razonamiento con la finalidad de desplegar
toda la naturaleza humana del estudiantado a través de recibir instrucción y
educación para tomar decisiones en progreso de una mayor civilidad y que estas
le encaminen a un ejercicio racionalmente independiente en su comportamiento.
Por tal motivo, la profesora o el profesor
universitario ha de valerse, como asevera Quintero (2012, p. 26), de la
ética que se constituye en “el modelo ideal de la moral de los individuos”; con lo cual, articula la docencia universitaria
de un modo más reflexivo para dotarla de sentido humano; donde las
percepciones, ideas, experiencias, conocimientos y destrezas acumuladas deriven
en sus aportes, que este ser individual y colectivo, realiza a la sociedad a
través de la formación, tanto de seres humanos como de una ciudadanía, lo cual
recae en sus estudiantes (Vaillant, 2008). Y que, desde la dimensión ética, le
demanda juicios profesionales de forma incesante, que ha de resolver en la
práctica, de acuerdo con la ocupación que socialmente le responsabiliza públicamente;
pero, además, como advierte Del Mastro y Monereo (2014, p. 5), “repercute en la
identidad del profesor universitario, sus prácticas y concepciones sobre su
labor de enseñanza”.
Conclusiones
Para enunciar cuál es
el papel del profesorado universitario en la trasmisión de valores éticos y
morales en la docencia en educación superior en México, es ineludible prestar
atención a la práctica docente desde las diferentes IES donde esta se realice,
debido a que las actividades que lleva a cabo el personal docente universitario
en las IES está acorde con los lineamientos especificados en cada una de estas
donde trabajan, y a que, en muchas ocasiones, esta actividad docente se ve
influenciada por organismos de carácter nacional e internacional, que delimitan
la atribución y requerimientos a partir de políticas públicas educativas.
Además, anticipadamente
se comprende, que la persona docente universitaria se ve obligada a deliberar
sobre su práctica educativa, particularmente porque todo acto proyectado por ella,
repasa sus motivos, los cuales, de acuerdo con los principios kantianos, el
valor ético y moral que surja de toda acción que emprenda, no residirá en el
valor de la acción, sino únicamente en el principio que motiva tal acción, que
debe ser la buena voluntad y del compromiso de hacer un bien a las personas; es
así que la ética se erige como un deber e intenta, mediante esto, concebir al
ser humano en un ser moral. En otras palabras, el deber ser del personal docente
universitario emergerá como un propósito o intención comprometida, donde el
vocablo <deber> contendrá la buena voluntad con la finalidad de hacer
viable la realización de buenas prácticas, que se puedan reconocer en la
vinculación <ética-educación>. Esta educación ejercitada sobre sus
estudiantes habrá de distinguirse por dotar el carácter moral, mediante
disposiciones y ejemplos, que conlleven tanto los deberes con las demás
personas, como también aquellos otros deberes para consigo. Sin más, así se
erigirá al ser humano moral, haciéndole transitar de la animalidad a la racionalidad
moral. Caracterizada esta última por la civilidad, prudencia y la razonable práctica
de la libertad.
Por otra parte, tomando
en cuenta las consideraciones antes mencionadas, el derrotero que conduce a una
identidad ética y moral del personal docente universitario en México sucede a
través de dos vías, que se entrecruzan: el rubro de la relación natural que
surge entre docentes y estudiantes, que supera profusamente el plano del salón
de clases y, finalmente, por la profesión misma, que conlleva una natural
intencionalidad de tener injerencia y mediar en la edificación del estudiantado.
Esta connotación del profesorado universitario, conforme con Dena Romero
(2002, p. 23), es muy importante ya que “se le confía la juventud para que la forme integralmente en el
sentido platónico de la educación, de darle al cuerpo y alma toda la perfección
de que sean susceptibles … forja el porvenir humano”.
Esto toma mucha
relevancia en la actualidad, cuando el avance tecnológico, plasmado en
dispositivos digitales, está reconfigurando la socialización estudiantil, pues
en estos están encontrando un espacio de experiencia y subjetivación, que les
está poseyendo, alejándoles de prácticas y encuentros con las personas, y que
pueden, en el futuro, afectar las actuaciones y expresiones en su proceder, carentes
de valores éticos y morales experimentados. Cito a Savater (2001, p. 99), para
responder a la pregunta que planteamos sobre la labor del profesorado
universitario. Esencialmente esta debe consistir en “trasmitir el fervor
intelectual por lo humano, por el conocimiento, por lo valores compartidos y
por los valores humanistas”. Y añado finalmente lo que Freire (2007) advierte a través
de su discurso y obra: el ser humano representado en este caso en la figura de
la profesora o el profesor universitario debe asumir su papel de individuo que
crea y renueva el mundo, en un contexto dialéctico con sus estudiantes, que
permita construir seres humanos protagonistas de su propia historia, en un
escenario de libertad, igualdad y compromiso por transformar la realidad, en
espacio y tiempo, en un ámbito cada vez más justo.
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[1] Doctorado en Ciencias Biológicas por la
Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL). Profesor de la UANL, adscrito a la
Facultad de Ciencias Biológicas. Participa en el Instituto de Investigaciones
Sociales. Ha sido colaborador con en la Organización Panamericana de la Salud y
Comisión de Salud Fronteriza México-Estados Unidos. Miembro del Sistema
Nacional de Investigadores – CONACYT:
Nivel 1. Miembro del Cuerpo Académico Ciencias Exactas y Desarrollo Humano
UANL-CA-181 con nivel consolidado. Su línea de investigación es calidad de vida
e indicadores de sustentabilidad ambiental.