Publicación semestral. ISSN 2215-4906
Volumen 84 – Número 2
Enero – Junio 2025
Esta obra está bajo una licencia Creative Commons
Reconocimiento-No comercial-Sin Obra Derivada
Sandra Argüello Borbón
Campo de trigo con cuervas
Wheateld with She-crows
DOI 10.15517/es.v84i2.58871
Obras artísticas
. Revista de las artes, 2025, Vol. 84, Núm. 2, pp. 250-256 ISSN 2215-4906
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Campo de trigo con cuervas
Wheateld with She-crows
Sandra Argüello Borbón
1
Universidad Técnica Nacional
Alajuela, Costa Rica
Recibido: 19 de febrero de 2024 Aprobado: 30 de agosto de 2024
Dicen que se cortó la oreja y se la dio a una prostituta —susurró Elías mirando el
calendario en la pared.
¿Quién? —preguntó la mujer mientras juntaba un zapato rojo del piso.
―El hombre que pintó ese cuadro señaló Elías con los labios, un gesto que lo
hacía parecer un niño con su calva brillante.
―Ah. No me asuste —rió ella. Ni se le ocurra traerme a mí un regalo así.
Ambos rieron mirando la imagen y esa risa sirvió de excusa para hablar de negocios.
―Creo que la próxima semana no estaré el martes. Voy a ir a visitar a mi mamá al
pueblo. Si quiere, venga jueves.
―No puedo jueves —dijo Elías algo molesto. Solo puedo martes, todos los mar-
tes como siempre, mujer.
Ella se pintaba los labios en silencio. Por la pequeña apertura que dejaba la cor-
tina, entraba una luz tenue, amarillenta, de esas de veranillo al caer el sol. Elías salió a la
calle caótica de las 5 de la tarde, medio cegado por la luz exterior, brillante en compara-
ción con la suave bombilla amarilla que iluminaba el cuarto del prostíbulo. Además de la
luz, le cayó un cansancio encima, más por el estrés de volver a la vida de siempre que
por el ejercicio físico después del sexo.
1
Docente universitaria en Universidad Técnica Nacional, Alajuela, Costa Rica. Doctora en Educa-
ción por la Universidad La Salle, Costa Rica. ORCID: 0000-0002-6714-3431. Correo electrónico:
sarguello@utn.ac.cr
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Ir directo a la casa. Pasar por un café. Ir al supermercado. Todo volvía a ser una
pesadumbre. Se encontró de pronto siguiendo un nuevo camino que lo llevó a una librería
en el centro de la ciudad. No es que fuera un gran lector, hacía tiempo que no ojeaba un
libro, pero sintde repente ganas de mirar cuadros, como ese de cuervos que colgaba
en la pared. El ambiente en la librería lo animó un poco. Tantos colores, tantas palabras.
Empezó a recorrer el lugar mientras pasaba el dedo índice por los lomos de los libros,
como quien busca polvo donde no lo hay.
Encontró la pequeña sección de arte y un libro de postales con imágenes de van
Gogh. Como lo esperaba, ahí estaba el cuadro. Se llamaba ‘Campo de trigo con cuervos.
No es que, precisamente, le gustara la imagen, pero había algo en ella que lo inquietaba.
Hasta podría decirse que era un cuadro aburrido. Sin gente, con pocos colores.
¿Qué diablos estaría pensando ese hombre? —se cuestionó.
Ella, por su parte, nunca había puesto mucha atención a los cuadros en el calendario.
Estaba ahí, ni tenía idea quién lo había llevado. Solo ojeaba las fechas de vez en cuando para
calcular cuánto tiempo faltaba para algún evento. Otras veces, con un cliente penetrándola,
miraba los números y sacaba cuentas.
Faltan tres días para pagar el recibo del teléfono.
Sharon cumple años un jueves.
Como en una semana, me viene la regla.
Después de que Elías salió, se quedó mirando el cuadro un rato.
―Para ponerse a pintar tonteras, hay que ser muy vago —se dijo mientras se arre-
glaba el cabello en una cola.
No más meter la llave en la puerta y Elías sufría una transformación. De verdad
que la sufría.
―Elías, ¿es usted? —preguntó una voz quebrada de mujer.
¿Quién más iba a ser?’, pensó mientras ojeaba el periódico abierto en la mesa.
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―Sí, madre, soy yo.
Elías seguía siempre su rutina al entrar a casa. Ojeaba primero el periódico y tomaba
un vaso de agua. Ambos los dejaba su madre ahí para él.
Aunque Elías no era muy dado a supersticiones, le llamó la atención que dos veces
en un día hubiera tenido, por decirlo de algún modo, encuentro con cuervos.
―Mijo, ya está la comida dijo doña Asunción mientras se acercaba a la mesa con
platos en la mano.
Ese ritual de la noche lo ponía algo tenso. Hasta se le quitaba un poco el hambre,
pero igual se sentaba y comía. Ojeaba el periódico mientras masticaba despacio los peda-
zos de carne en salsa.
―Hoy la pierna me ha dolido mucho —dijo la madre.
‘Ya empieza, pensó Elías soltando un suspiro de compasión hacia sí mismo.
Lo que seguía era un largo monólogo de su madre sobre todos los males que pade-
cía: artritis, presión alta, depresión, cataratas...
ir al Seguro mañana en la mañana y con este dolor de pierna alcanzó
a escuchar Elías.
―Mamá, ya sabe que no me dejan llegar tarde a la ocina. Estamos con
mucho trabajo.
Yo sé, si no le estoy diciendo que vaya conmigo. Solo le cuento lo qué voy
a hacer mañana.
Titular: Cuervos más inteligentes que muchos humanos
Experimentos mostraron cómo los cuervos metieron piedras en
un tubo transparente donde se encontraba un gusano en un poco de
agua. Las aves entendieron que, al meter piedras en el tubo, el gusano
subiría más cerca de la supercie y así lo podrían alcanzar con el pico.
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Elías se quedó mirando la foto del cuervo en el periódico.
Ser hijo único se estaba convirtiendo cada vez más en una pesadilla. Su padre los
había abandonado cuando él tenía apenas 17 años. Decían algunos vecinos que tenía otra
familia allá por el sur. A Elías nunca le interesó saber. Tuvo entonces que dejar la juventud
para entrar de golpe a la adultez: trabajar y estudiar. Por suerte, desde muy joven, había
encontrado un trabajo que le permitía salir con ambos gastos.
Muchas veces había soñado con la muerte de su madre. Encontrarla dormida. Esa
era la ideal. No escuchar s su voz ronca de vieja. En otras fantasías, la casa se quemaba,
y él regresaba del trabajo para encontrarse a los bomberos apagando unas llamas gigantes-
cas. La madre se habría quemado adentro; con su caminar lento, no podría escapar.
La única vez que se atrevió a llevar una novia a casa fue cuando tenía unos 24 años.
Cometió el error de no avisarle a la madre. Asunción se había quedado viendo a la chica de
arriba abajo, con mirada juzgadora y amenazante. La chica, Adela, alargó la relación unos
meses más, pero no podía con la relación de Elías con su madre. Le parecía que controlaba
todo sin que Elías estuviera muy consciente de ello. Adela sentía que él no amaba a su ma-
dre, pero estaba amarrado a ella con lazos invisibles.
El lunes siguiente, a Elías le empezó a entrar una angustia, un desasosiego. Él no era
como la mayoría de las personas, que sufren los domingos como si se tratara de esa cita
médica que siempre se pospone. Los lunes no le resultaban particularmente molestos, más
bien los esperaba como escape al tedio de la rutina en casa con su madre. Los martes eran
otra cosa. Algo había en ese segundo día de la semana que lo podía sumir en el más oscuro
estado mental si no hacía algo al respecto. Sin embargo, como Elías no era un hombre par-
ticularmente aventurero, ya había caído en la rutina de los martes con Ella.
El cuarto pequeño, caótico, casi sucio, era todo lo que necesitaba para sobrevivir al
odiado martes. Pero esta semana, Ella no iba a estar. Buscar otra rutina le sería difícil; sin
embargo, lo estaba considerando como venganza contra ella por abandonarlo cuando más
la necesitaba.
A las 4:45 p.m. empezó a enfocar su atención en el reloj de la computadora. Lo mira-
ba jamente, esperando quizá el milagro de que el tiempo se detuviera y alguna dimensión
desconocida lo transportara a otro lugar.
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Un frío sudoroso empezó a recorrerle el cuerpo.
4:49
4:50
Elías recordó cómo, hasta hace algunos años, había colgado en la pared de la salida
del edicio un estante con las tarjetas de marcar de todos los empleados. La la se empe-
zaba a formar a las 4:55 p. m. Los que llegaban a esa hora no se miraban a los ojos, quizás
por vergüenza de reconocerse como los que no se ponen la camiseta. Elías era de los que
esperaban hasta las 5:01 p.m. para levantarse del escritorio y salir a marcar su tarjeta. No
es que quisiera impresionar a los de Recursos Humanos con su diligencia, s bien evitaba
contacto y esas charlas banales que se daban mientras el reloj daba las 5:00 p.m.
4:54
4:55
Pero este día no pudo s. Empezó a guardar documentos y cerrar la computadora.
Cogió la mochila con los trastos del almuerzo y se fue antes de que fueran las 5:00 p.m.
Pensó ir a la librería y comprarse el libro ese de van Gogh, pero estaba a nal de quincena y
no quería hacer gastos innecesarios. Siguió caminando por las calles de la capital sin rum-
bo. Pasó por un parque y se sentó en una banca. Detrás de él, podía escuchar las voces de
una pareja que discutía.
―Nunca más —decía la voz femenina, una voz dulce, casi de niña.
Te lo repito, nunca más.
La voz masculina trataba de razonar, mas se quedaba en unos “pero, pero, pero,
que sonaban en la tarde como el picoteo de algún ave de mal agüero.
Nunca más.
Nunca más.
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Nunca.
Elías se dio por vencido y decidió regresar a su casa temprano. Se extrañó de que
su madre no lo recibiera con el típico ¿Es usted, mijo?”. Vio el periódico con la noticia del
cuervo donde lo había dejado la semana anterior. Había pensado recortarlo y guardarlo,
pero lo había olvidado junto al televisor de la sala.
Caminó despacio por el pasillo largo y tocó la puerta del cuarto de su madre.
―Aquí estoy, Elías.
¿Se siente bien, madre?
Entreabrió la puerta y solo pudo ver un bulto negro en la cama.
―Sí, no se preocupe. Solo quiero descansar un poco. Ahí está su comida
en el horno.
Elías pasó el miércoles un poco inquieto. Quería que fuera jueves para ir al prostíbulo.
Había pensado en castigarla a Ella no yendo esta semana, pero no lo lograría. A las 4:45
p.m. no pudo más. Salió rápido de la ocina. Sentía algunas miradas inquisidoras sobre la
espalda. ‘Si el jefe quiere, que me llame, pensó. Llegó al lugar de los encuentros, una espe-
cie de cuartería convertida en prostíbulo, ahí en el centro de la ciudad, por donde la gente
de bien no camina y donde varias mujeres de diferentes edades esperaban a clientes todo
el día. Como era cliente regular, nadie le dijo nada. Sabían que iba directo al cuartillo de Ella.
Tocó la puerta y Ella le abrió.
―Diay, Elías, ¿cómo le va? Él no respondió. Empezó el ritual de desvestirse. Miraba
el cuadro de los cuervos todavía en el mismo lugar. Contrario a lo que siempre hacía, esta
vez no se tiró de espaldas esperando que Ella lo montara. La tomó de los brazos y la lanzó
un poco violento a la cama. Ella no dijo nada, sabía que Elías no era un mal hombre.
La puso en una posición tal que el cuadro le quedara a la vista. Los movimientos
rítmicos lo hacían sentir en un barco. El cuarto se fue poniendo oscuro y del cuadro empe-
zaron a salirse los cuervos. Aleteaban sobre la cabeza de Elías y él podía sentir el aire que
dejaban al pasar. Los aleteos eran cada vez más fuertes hasta que toda la habitación fue
cubierta por un shhhhhhhhhhhhhhhh ensordecedor. Las aves habían tomado todo.
Al llegar a casa, Elías no vio nada en la mesa. Ni periódico ni vaso de agua.