Obras artísticas
Campo de trigo con cuervas
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. Revista de las artes, 2025, Vol. 84, Núm. 2 (enero-junio), pp. 250-256
Elías se quedó mirando la foto del cuervo en el periódico.
Ser hijo único se estaba convirtiendo cada vez más en una pesadilla. Su padre los
había abandonado cuando él tenía apenas 17 años. Decían algunos vecinos que tenía otra
familia allá por el sur. A Elías nunca le interesó saber. Tuvo entonces que dejar la juventud
para entrar de golpe a la adultez: trabajar y estudiar. Por suerte, desde muy joven, había
encontrado un trabajo que le permitía salir con ambos gastos.
Muchas veces había soñado con la muerte de su madre. Encontrarla dormida. Esa
era la ideal. No escuchar más su voz ronca de vieja. En otras fantasías, la casa se quemaba,
y él regresaba del trabajo para encontrarse a los bomberos apagando unas llamas gigantes-
cas. La madre se habría quemado adentro; con su caminar lento, no podría escapar.
La única vez que se atrevió a llevar una novia a casa fue cuando tenía unos 24 años.
Cometió el error de no avisarle a la madre. Asunción se había quedado viendo a la chica de
arriba abajo, con mirada juzgadora y amenazante. La chica, Adela, alargó la relación unos
meses más, pero no podía con la relación de Elías con su madre. Le parecía que controlaba
todo sin que Elías estuviera muy consciente de ello. Adela sentía que él no amaba a su ma-
dre, pero estaba amarrado a ella con lazos invisibles.
El lunes siguiente, a Elías le empezó a entrar una angustia, un desasosiego. Él no era
como la mayoría de las personas, que sufren los domingos como si se tratara de esa cita
médica que siempre se pospone. Los lunes no le resultaban particularmente molestos, más
bien los esperaba como escape al tedio de la rutina en casa con su madre. Los martes eran
otra cosa. Algo había en ese segundo día de la semana que lo podía sumir en el más oscuro
estado mental si no hacía algo al respecto. Sin embargo, como Elías no era un hombre par-
ticularmente aventurero, ya había caído en la rutina de los martes con Ella.
El cuarto pequeño, caótico, casi sucio, era todo lo que necesitaba para sobrevivir al
odiado martes. Pero esta semana, Ella no iba a estar. Buscar otra rutina le sería difícil; sin
embargo, lo estaba considerando como venganza contra ella por abandonarlo cuando más
la necesitaba.
A las 4:45 p.m. empezó a enfocar su atención en el reloj de la computadora. Lo mira-
ba jamente, esperando quizá el milagro de que el tiempo se detuviera y alguna dimensión
desconocida lo transportara a otro lugar.