En este texto se plantea la manifestación metafórica de la lluvia en
correspondencia directa con el ser y el devenir del personaje central de la novela El
lenguaje de la lluvia (2000), de Julieta Pinto, Lucía, y lo que comporta la
simbología de su nombre en medio de las relaciones de encuentro y desencuentro
que circundan su vida. Se plantea la vida de la niña/mujer en su relación armónica
con la naturaleza y en su divergencia existencial con el mundo de la ciudad.
Palabras clave: lluvia; metáfora; vida; existencia; búsqueda; armonía; humanismo.
RESUMEN
ABSTRACT
This text shows the metaphoric manifestation of rain in The rain’s language (2000)
by Julieta Pinto, as a direct correspondence with Lucia, the main character´s
being and her becoming, and how the symbolism of her name is related with
encounters and discounters surrounding her life.
The girl/woman´s life is posed in a harmonic relation with nature and her existing
divergence with the city´s world.
Keywords: rain; metaphor; life; existence; search; harmony; humanism.
The rain’s language, by Julieta Pinto,
as a metaphoric interiority of the subject
EL LENGUAJE DE LA LLUVIA,
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ISSN 1659-331
Revista Estudios, 2022
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La Revista Estudios es editada por laUniversidad de Costa Ricayse distribuye bajo
unaLicencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Internacional.
de Julieta Pinto,
como metáfora de la interioridad del sujeto
Óscar Gerardo Alvarado Vega
Universidad de Costa Rica
San Pedro, San José, Costa Rica
oscar.alvaradovega@ucr.ac.cr
https://orcid.org/0000-0003-3897-0232
Recibido:
Aceptado:
07 de octubre de 2021
10 de noviembre de 2021
Dossier | Mujeres y humanismo: reflexiones,
críticas y aportes
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En esta novela publicada en el año 2000 predomina el tema de lo amoroso, como tema
que da excusa a la referencia vital de la naturaleza y al entorno que contiene la historia de
amor y desencanto del personaje principal, es el relacionado con el devenir de Lucía con su
esposo Felipe y su amigo Fernando, en una especie de relación de amor-odio que se
desarrolla a lo largo de la trama.
La mujer, en la literatura en general, va ocupando un espacio de asimilación diferente,
hasta adquirir una voz importante. En este texto en particular, la voz de Lucía es una
reflexión con respecto a lo que significa su espacio en el mundo. Su ser mismo. Si el
Humanismo plantea el redescubrimiento del ser humano, Lucía se va redescubriendo a
misma y procura darle un sentido a su vida, a su vitalidad.
Novela de meditación, de ensimismamiento en la cual Lucía, como luz que se ilumina a
misma, que da cuenta de su ser, de sus encuentros y desencuentros, “arroja luz” en torno a
su existencia y va dando cuenta de su vida por medio de la palabra reflexionada, de su
encanto y desencanto, de su relación fallida con el esposo, de su búsqueda, de su intento
de ser feliz, de su imposibilidad para encontrar la felicidad.
Cada uno de los epígrafes que contiene la relación de los pequeños capítulos, por llamarlos
de tal manera, van construyendo el significado principal de la novela, a manera de guías,
en donde la lluvia, la idea del agua, el pasar mismo de esta, es la historia que fluye, desde la
niñez hasta la edad adulta de Lucía, en donde la niña y la mujer, la mujer y la niña se tejen
y destejen en una relación intrínseca: son una, son la misma y son distintas. Las
expectativas vitales han cambiado, Lucía es otra, “luce” diferente, a pesar de que se arraiga
a los recuerdos, a pesar de que los recuerdos “reproducen” su historia, su vida. Estos
epígrafes funcionan como metáforas en su relación con el mundo. Es el devenir, el cambio,
el fluir del agua, el fluir de la vida. Es Lucía que deja de ser la niña, ya no solo en actitud sino
en su relación con el mundo, con los otros, con su esposo, consigo misma.
La narración en primera persona permite ahondar en el relato interiorizado y psicológico,
característico incluso de la narrativa de Julieta Pinto, y nos da la certeza no solo de la
profundidad del personaje, sino de sus conflictos, de sus dudas existenciales, de sus
temores, de sus anhelos, de la complejidad de Lucía como personaje central en su relación
con los otros.
La niña Lucía, paulatinamente, va renunciando a sus mundos de ensueño y descubre un
nuevo universo de desencanto, de desilusión, pero también de reflexión. De nuevo, como
el agua, como el río, como el concepto de Heráclito de Éfeso. Las cualidades esenciales del
ser humano, que plantea el Humanismo, confluyen con las cualidades que Lucía exhibe. Es
su compromiso con la vida y consigo misma. Es la defensa y búsqueda de su propia
verdad, en relación no solo con los demás seres humanos, sino también con ese espacio
ocupado por la naturaleza y cada uno de sus elementos.
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Al lado de ella cabe señalar la existencia de otro personaje que adquiere una dimensión
personificada desde su carencia de esencia personificada: la lluvia. Ese fluir, esa referencia
continua hacia esta, parece devenir en un leit motif, en una recurrencia necesaria para
expresar el pasar de la vida y de las experiencias que van alimentando a Lucía, que la van
construyendo como personaje en el entorno o espacio en el cual se desarrolla.
En medio de todo esto, la descripción detallada va perfilando la idea de un espacio idílico
en el cual esta crece y se hace mujer, pero que al mismo tiempo tiene las contradicciones
de un sujeto: es variable, en tanto idílico, pero también cargado de misterio y perversidad;
es dinámico, pero con cierta permanencia que lo configura desde esta concepción de lo
paradisíaco. Es el paisaje, la naturaleza, con toda su seducción y peligro. Es el lenguaje de
una lluvia que se dice y se desdice de manera permanente.
Se juega con el tiempo de la niñez y la madurez de Lucía, en un proceso permanente de
analepsis y prolepsis que van configurando la historia. Lucía da cuenta de su historia, de su
ser en el espacio del campo y la urbe, como lugares de construcción de su propio ser, que
terminan, claramente, por ser disímiles.
En medio de todo esto, naturaleza y sexualidad parecen confluir, en tanto se manifiesta la
historia erótica de Lucía con su futuro esposo, Felipe. Ello manifiesta y ratifica la comunión
que puede darse entre el ser humano y el entorno natural, que luego ha de manifestar
cambios. Esta confluencia nos permite darnos cuenta del carácter simbólico de Lucía, tal
como su nombre lo indica, en tanto luce la naturaleza, la belleza y la majestuosidad sobre
sí, en un pleno diálogo entre el entorno y ella. Y la frescura de la lluvia es la misma que se
desprende de Lucía. De allí que podamos señalar que el lenguaje de la lluvia, como lo
indica el título, es el lenguaje de la propia Lucía y de su inmanencia con ese mundo que la
rodea.
En afinidad con lo anterior, se van tejiendo la ilusión y la nostalgia, pero en ocasiones
también el desencanto ante la llegada de un mundo que cambia ante ella, y en un proceso
de pérdida de relaciones o de nuevas lecturas de personajes ante sus ojos, que le otorgan
una visión diferente del mundo.
La lluvia posee un lenguaje que se interrelaciona con el lenguaje interior de Lucía, pleno de
reflexiones en torno a su vida desde la infancia hasta la madurez de la mujer que entra en
conflicto con Felipe, su esposo. El mundo de fantasía se (con)funde con el de la realidad
que golpea el devenir de Lucía y los suyos.
La naturaleza rodea la niñez de Lucía, la envuelve y la convierte en un mundo de
ensoñación, que contrasta con el de la Lucía mujer, un mundo de desencanto
predominantemente, donde la naturaleza cede su lugar al espacio urbano, a un nuevo
concepto vital en su existencia.
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El Humanismo plantea una ética, lo cual es importante en relación con la visión del
mundo, con los valores humanos y los valores naturales. Lucía manifiesta sus valores
inmersa en ese mundo de contrastes con los demás y con su propio ser. Es la búsqueda de
sí misma. Y la naturaleza es un vehículo que le permite ese proceso de ensimismamiento y
reflexión para llegar a lo más profundo de su ser. Es su forma de conocimiento, de
aprendizaje y de aprehensión del entorno. Ante ello, el mundo de hadas se va difuminando
con el paso de los años: “Mi niñez discurrió en armonía con la naturaleza, mientras fuerzas
subterráneas continuaban su crecimiento en los nichos del tiempo” (Pinto, 2000. p. 19). Así
que la lluvia es su palabra, pero es también la palabra de la naturaleza que se manifiesta
vehemente o apacible. La lluvia confluye en Lucía. Ella misma es un torrente de palabras
en ocasiones o un simple arroyo que va delimitando sus acciones.
Lucía se da espacio para transformar y transformarse, para conocer, para aprender a
conocer. El Humanismo plantea este desarrollo esencial del ser humano, y ella lo ejerce de
tal forma. Manifiesta sus inquietudes, y reflexiona con respecto a ellas.
De tal forma, las gotas de lluvia, mientras tanto, son como ella, tal como lo señala en uno
de los epígrafes: son las gotas que no saben de dónde vienen ni hacia adónde van. Es una
búsqueda, tal como la propia búsqueda de Lucía en torno no solo a su futuro, sino hacia su
interior.
El llanto de la lluvia es el llanto melancólico de Lucía cuando su mundo se resquebraja,
cuando el universo de hadas se desdibuja:
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Cede un poco la angustia que he sentido esa mañana, pero se mezclan los
pensamientos, pienso en aquella mujer y pienso en mi padre, en todo lo que yo
tengo y en lo que les hace falta a aquellos niños y recuerdo los granos de café
perdidos en el suelo. Es tal la confusión que paso los días pensativa y triste, y callo
cuando preguntan qué me sucede. (Pinto, 2000, p. 45)
Es la aparición de una nueva conciencia en la cual la pobreza se le torna injusta, pero
existente, a pesar de la carencia de los niños, a pesar de la riqueza de algunos.
El mundo de Lucía no es el de los demás. El suyo es un mundo que se ha quedado perdido
en el tiempo, atrapado en la nostalgia, y que la castiga porque se sabe impotente para
rescatar este, mientras la visión de mundo de Felipe y las nuevas generaciones va
construyendo un modelo distinto para el cual no tiene respuesta o con el cual no logra
comulgar.
La historia transcurre al compás de los epígrafes, mientras el mundo se transforma y Lucía
cambia. Su transformación es una especie de ser y volver a ser, pero no ser lo que antes
era, en un cambio que se resigna ante lo imposible de un no cambio. Ama su entorno
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primero, pero debe ajustarse a un nuevo espacio, que es no solo de lugar, sino de
percepción interior de su propio universo, una transformación que le resulta, al menos así
parece, indigerible.
De tal forma, ese vacío que se va gestando en su entorno de naturaleza, es también su
propio vacío interior. Es la desposesión de un ser que ya no es el mismo, es el fluir del
concepto heraclitiano que ya no solo no regresa, sino que se transforma por completo, se
le desdibuja y se le torna ominoso:
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He regresado al árbol, el ruido ya no existe, hay un orificio oscuro y áspero como
tus palabras. Cuando he introducido mi mano he sentido que palpo tu distancia.
¿Por qué? ¿Acaso no había en mis ojos una luz que anhelaba ser perpetua?
¿Acaso mi cuerpo no te insinuaba que estaba hecho para el vuelo? Quiero huir
de esos ojos que me persiguen, de esos labios entreabiertos que dicen algo que
no entiendo, algo como que los sueños se han desmoronado y no puedo esperar
que vuelvan a formarse, algo como que el amor ha muerto y no puede resucitar…
(Pinto, 2000, p. 51)
Los epígrafes evolucionan con el paso de la novela; ellos son el descriptor de la interioridad
de Lucía, la cual poco a poco decae. El lenguaje de la lluvia va dejando de ser lo que era
para convertirse en el testimonio de la soledad de Lucía, en el llanto, en la tormenta, en lo
gris, en la tristeza. Son las ráfagas de viento que chocan contra la lluvia, como se indica en
uno de ellos, mientras el mundo de Lucía se desmorona y adquiere una perspectiva
diferente. El espacio de lo idílico da lugar a una nueva concepción de la naturaleza como
entorno y como símbolo de la subjetividad del personaje central.
Lucía aprende a ser crítica, a tomar conciencia, y ello es precisamente lo que el
Humanismo plantea para el ser humano. La literatura es un medio eficaz para ello. Su
capacidad de producir significación y de referir al contexto en el cual se produce y lleva a
cabo, la convierte en un medio fundamental para dar cuenta de lo que representa el
devenir del ser humano en el mundo, en su contexto, en su historia, en su función.
Con base en ello, no es casual que el padre de Lucía monte al caballo y este se oponga a
sus preceptos. La mirada de Lucía los sigue, y la comunión que existe entre estos termina
por reafirmar ante ella la posibilidad de una comunión posible. Un primer duelo en el cual
vence el caballo, que no se deja gobernar por el amo. El castigo no sobreviene, sino el
reconocimiento por parte de aquel. Es en ese momento cuando ante ésta surge
precisamente la clara idea de un mundo en el cual el reconocimiento del ser humano y la
naturaleza, como símbolos, pueda ser factible.
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Lucía se afinca en sus sueños en ese espacio prometedor que le ofrece la tierra, la casa y la
hacienda. Allí están sus motivos vitales. El contacto con una naturaleza que reverdece
durante los inviernos y los fuertes aguaceros, o que presenta colores amarillentos, cuando
el sol aleja las nubes y el verano campea sobre las tierras calientes.
En el campo están sus sueños, mientras en el espacio urbano estos se debilitan. En el
campo vive las tormentas, los grandes diluvios que se ciernen sobre todo, pero que aún así
le brindan una dimensión diferente de la vida, acorde con lo que desea. La naturaleza es su
amiga. El campo es su lugar, su hábitat.
El conocimiento y el desconocimiento en torno al presente y el porvenir derivan de uno de
los tantos epígrafes. La tierra absorbe el agua de las lluvias y el invierno pero los ríos
caminan, corren hacia un inexorable destino. Son como Lucía, capaz de entender su
presente, pero con la ignorancia de lo que ha de acontecerle luego, ya no solo en su
espacio de predilección, sino en otros lugares y en otras relaciones. Es un futuro del cual no
se tiene plena noción en cuanto a su desarrollo: “La voz de Trino hace que yo contemple
tristemente mis piernas largas, y la pesadilla de la ciudad se vuelve verdadera. No quiero
pensar en eso y las palabras de mis padres me lo recuerdan constantemente” (Pinto, 2000,
p. 72).
La partida que se avizora, apenas en su niñez, la aleja de todo lo que ama y la sumerge en
un mundo que le resulta desconocido y poco halagador. Su vida está en el campo, en la
hacienda, en medio de la naturaleza:
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Escapo de la casa para no escuchar más, pero las palabras quedan flotando en las
habitaciones. A mi regreso resuena aún su eco. Otras veces se van conmigo,
enturbian la mañana y se burlan en el bullicio de las hojas secas. Miro las plantas
de maíz sembrado y me asalta el temor de que no estaré aquí cuando recojan
mazorcas. Ni mazorcas, ni caña de azúcar, ni el trapiche encendido, ni el café
maduro, ni los canastos de las cogedoras. (Pinto, 2000, p. 72)
El mundo futuro se le torna fatídico. Es el paso hacia una experiencia no deseada. La
entrada a la escuela es la pérdida simbólica de su libertad y alegría, el alejamiento de su
espacio idílico.
En ese antagonismo entre campo y ciudad es claro que el eje que los opone es la
nostalgia. Es lo ido como oposición de un tiempo mejor, construido desde el concepto
tradicional referido al respecto. Lo cierto es que Lucía construye su espacio de identidad,
que se va transformando sin dejar esta a un lugar desde el cual le resulta difícil enfrentar
los cambios que la alejan de lo que fue lo mejor para ella: el contacto con la naturaleza en
contraposición con el peso de la urbe y sus consecuencias.
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La interioridad de Lucía se manifiesta en la necesidad de gozar de un espacio abierto. La
ciudad se torna en una cárcel simbólica, en espacio que aprisiona los sueños de esta y la
amarra, la contiene. Este encierro que se le impone desde la niñez termina por marcar
también su pensamiento como mujer.
Lucía, por lo tanto, procura descubrir y redescubrir el entorno y el mundo. Si el
Humanismo plantea estos aspectos como esenciales en lo que a la obtención del saber se
refiere, esta, como tal, aspira a un saber que aún no posee, pero que está en proceso.
Aprende de la naturaleza, aprende de los otros, aprende del mundo; incluso puede
aprender de sí misma mientras introyecta sus pensamientos.
Por ello, la hacienda es el ligamen con el pasado, con la añoranza, con lo que ha dejado
atrás, pero a lo que no renuncia jamás:
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¿Recuerdas, Felipe, que después de innumerables discusiones accedí a vivir en la
ciudad? Tus ocupaciones te reclamaban, y yo pensé que con el cambio
volveríamos a ser los mismos de antes. Ignoro si disfracé las palabras, o si acepté
vivir un tiempo en la ciudad para tener oportunidad de ver más a Fernando.
Aprendí a respirar el humo denso de las calles, mirar caminos de concreto en vez
de campos y montañas, me acostumbré a dormir con ruidos de autobuses y
olvidé el silencio de los caminos en la noche. Me volví fanática del cine,
conciertos, conferencias, del tráfago de un mundo diferente del que yo conocía, y
mi escritura quedó sepultada en la arboleda, acaso esperando mi regreso…
(Pinto, 2000, p. 78)
La hacienda es su lugar de deseo, y los frutales son su comunicación con el mundo que se
le escapa poco a poco, y los juegos con su perro son lo mejor de aquellos años, en los
cuales podía ensuciarse en la acequia. La niña mujer y la mujer niña pasan por el filtro de
un desencanto vital que se arraiga en lo profundo de su ser.
La lluvia es nostalgia, porque es la comunicación directa con su pasado, de nuevo a partir
de lo que significa el devenir heraclitiano. La vida fluye, y la de Lucía se asoma a nuevos
derroteros que la alejan de lo idílico infantil.
La lluvia deja de ser lenguaje para asimilarse a la propia Lucía. La lluvia es ella, tal como lo
apunta uno de los epígrafes; ya no es la que cae a su lado, sino que es más bien su esencia
como ser, como mujer. La misma lluvia que le promete un regreso al hogar, que tarda en
darse.
La naturaleza violenta su manifestación por medio de las tormentas, pero también ello
simboliza el espíritu de Lucía, el cual se oscurece, se vuelve denso en ese gris profundo,
mientras el sol desaparece. Cada epígrafe es un episodio del ser de Lucía mujer, que añora
a la Lucía niña.
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La lluvia es murmullo que se vuelve inconsolable y que ratifica el proceso de degradación
que marca no solo a la naturaleza, no solo al campo, sino al propio ser de Lucía en su
relación con los demás y con el mundo. Su vida se sumerge en túneles sombríos como la
lluvia, según apunta otro de los epígrafes.
Ese mundo de ensueño, que es su mundo, es también un espacio de miedos y de sustos,
pero su propio espacio, como cuando se pierde al correr en medio del cañaveral, corriendo
tras un pájaro, y solo después de varias horas logran encontrarla, asustada y llorando. Aun
con ello, su identificación y su sentido de pertenencia no se borran.
Finalmente, despojarse de su relación con Felipe, romper el matrimonio que se ha
convertido en cualquier cosa menos en amor, es una forma de liberación, de regreso a lo
que fue. Es el pensamiento que ahora se cifra en Fernando. El final es un renacer de Lucía.
La lluvia se va, las sombras se deshacen, el sol asoma y Lucía comienza un nuevo proceso
de escritura, escribe su propia vida, escribe la naturaleza, escribe la ciudad, se escribe ella
misma.
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BIBLIOGRAFÍA
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