En varios de los relatos de Siluetas de la maternal (Carmen Lyra, 1929), y en Bananos y hombres
(Carmen Lyra, 1931), en lo que corresponde a un abordaje marcadamente naturalista, nos
encontramos a los marginales, a los desahuciados sociales, a los hombres, mujeres y niños
marcados por la desesperanza, por la derrota, por la tristeza y la desposesión. Es el mundo de los
expulsados sociales, los que llevan sobre sí la vida, carente de promesas y que están marcados por
la imposibilidad de vencer los obstáculos a los cuales se enfrentan. Cualpersonajes
baldomerolillanos, la persistencia del despojo existencial marca el devenir de estos personajes. Es
la crudeza de una vida carente, que los arrastra y los somete. Es la derrota de los excluidos,
inmersos en la propia violencia que los signa y los define como los parias sociales. Se pretende dar
cuenta de lo que significa, desde la producción narrativa de esta autora, el mundo de los
desposeídos, las condiciones adversas imperantes que deben enfrentar y la imposibilidad de una
mejor condición social. Para ello, la lectura, análisis y revisión de los textos de Lyra, resulta
elemento metodológico vital, con el fin de visibilizar este tipo de problemática existencial.
Palabras clave: Violencia; desarraigo; expulsión; pobreza; miseria
RESUMEN
ABSTRACT
In several of the stories of Siluetas de la maternal (Carmen Lyra, 1929) and Bananos y hombres
(1931), in what corresponds to a markedly naturalist approach, we find the marginal, the socially
evicted, the men, women and children marked by despair, by defeat, by sadness and
dispossession. It is the world of the socially expelled, those who go through life without promises,
and who are marked by the impossibility of overcoming the obstacles they face. Like
baldomerolillanos characters, the persistence of existential dispossession marks the evolution of
these characters. It is the harshness of a life lacking that drags and subdues them. It is the defeat
of the excluded, immersed in the violence that marks them and defines them as social pariahs. It
is intended to give an account of what it means, from the narrative production of this author, the
world of the dispossessed, the prevailing adverse conditions they must face and the impossibility
of a better social condition. For this, the reading, analysis and review of Lyra's texts is a vital
methodological element, in order to make visible this type of existential problem.
Keywords: Violence; uprooting; expulsión; poverty; misery
Social Violence in some Carmen Lyras’s Short Stories
(Siluetas de la maternal, 1929 y Bananos y hombres, 1931)
LA VIOLENCIA SOCIAL EN ALGUNOS RELATOS DE CARMEN LYRA
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ISSN 1659-331
Revista Estudios, 2023
| Febrero 2023
La Revista Estudios es editada por laUniversidad de Costa Ricayse distribuye bajo
unaLicencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Internacional.
(Siluetas de la maternal, 1929 y Bananos y hombres, 1931)
Óscar Gerardo Alvarado Vega
Universidad de Costa Rica
San Pedro, San José, Costa Rica
oscar.alvaradovega@ucr.ac.cr
https://orcid.org/0000-0003-3897-0232
Recibido:
Aceptado:
14 de octubre del 2023
10 de enero del 2023
IV Sección: Literatura y cine
La narrativa de Carmen Lyra manifiesta una gran preocupación social, de la que no escapa,
como es lógico, la referencia a la injusticia y la violencia que sufren los niños y los jóvenes.
Si bien no obvia tampoco el maltrato contra los ancianos, lo mismo que contra los
hombres y las mujeres en general, algunos de sus textos, sin embargo, centran su atención
en aquellos que son quizás más vulnerables.
Es por ello que en uno de sus relatos, “Carucho” encontramos al niño ensimismado,
introvertido, solitario y en ocasiones reflexivo, que ve la vida aún con la mirada inocente del
infante, sin perder el espíritu soñador propio de su condición.
Carucho siente fascinación por la naturaleza, por el entorno en general, y aleja de la
posible fascinación de la escuela, pues se inclina más hacia el campo y el mundo, en lo que
este le pueda ofrecer. Desde tal perspectiva se señala la relación que existe con otro texto
de Lyra, “Una manos que no querían ser blancas”, pues en este relato el joven es
“condenado” por su madre, una matrona, a estudiar para formarse como cura, y exhibir a
este como una especie de logro personal. La desgracia que se abate sobre el joven es
también una manifestación de violencia psicológica ejercida por la progenitora, que
desecha los deseos de este para imponer los suyos. Esta es tal la principal diferencia con
respecto al texto “Carucho”, en la cual, al menos en ese aspecto, el niño no pasa por ese
tipo de imposición.
El afán de Carucho por saber, un poco al estilo montessoriano, del cual Carmen Lyra es la
propulsora en nuestro país, se deriva de lo que ve y lo que lo atrae, no de lo que los libros
puedan decirle. Esa es la razón para ser feliz, hasta que este estado se rompe con la
muerte de su perro, y lo que representa el desconocimiento con respecto a esta. . Le teme
a la muerte, aun cuando no logra descifrar el significado pleno de la misma, y quizás por
ello le representa una incógnita mayor. La desposesión del perro es un punto de quiebre
doloroso para su vida. Luego el texto nos plantea, hacia el final, la añoranza de los
recuerdos, cuando ya ha dejado de ser un niño, y los momentos que rememora y
alimentan su espíritu.
El relato plantea, finalmente, ese viaje al pasado, que solo en ese momento reconocemos,
pues el texto apunta muchos años después de la muerte de Carucho, en un viaje entre el
pasado y el presente que alimenta la vida de los niños en general, y de los adultos en
particular.
La muerte ejerce un tipo de violencia en la conciencia de los niños, y es que este es un
tema recurrente en la narrativa de Carmen Lyra, tal como lo hemos de ir señalando en
cada uno de los textos que han de abordarse en este trabajo.
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EL MUNDO DE LOS DESPOSEÍDOS SOCIALES
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En un relato como “Carne de miseria” (1911), ya el título remite a la idea del desecho, el ser
humano desechado, alienado, arrojado y desde las primeras líneas se plantea el concepto,
la idea de la ausencia.
De igual forma se va perfilando el tema de la enfermedad, y el cuerpo que se ve minado
poco a poco a causa de esta. Es por ello que de nuevo la muerte, el abandono se
convierten en subtemas del texto.
En el espacio del aula, la maestra sufre y vive con impotencia las vicisitudes de sus
estudiantes. Su concepción de vida está más allá de las cuatro paredes que rodean su
relación con cada alumno. De nuevo es el hacerse, de alguna manera, uno con cada uno
de ellos, y compartir sus éxitos y fracasos. En su función de docente, pero también de ser
humano, no le es indiferente el deterioro del cuerpo infantil, la enfermedad que se
apodera de una de las niñas y la va sometiendo.
Esa niñez que, lejos de vivir la posibilidad misma de ser niños y reír en su infancia, se ve
signada por la carencia, construida como una forma de caricatura. Es una niñez
deformada que incluso remite a un concepto naturalista de la construcción de los
personajes. La pobreza impide salir adelante. La carencia no da tregua. Son sujetos
marcados por un determinismo social que les define un horizonte de derrotas y carencias.
Es el mundo que violenta la relación existente con estos marginales sociales,
desarraigados.
Ante esto, el peso de la enfermedad parece constituirse como un símbolo de la pobreza,
una metáfora de la derrota humana. La miseria les impide una escapatoria, junto a un
grupo familiar sometido y también carente.
Es por ello que el relato parece ir construyendo y reafirmando la idea de un lento proceso
de muerte de la niña (símbolo de la niñez desvalida), pero también remite a un mundo
vacío, a un espacio carente de sueños para esta niñez derrotada.
Por lo anterior, la figura de la maestra, en este caso del narrador actante, se perfila como
imagen de la solidaridad, de la trascendencia de ese espacio del salón de clases, como
hemos ya referido. La maestra evidencia el dolor de esa muerte que se va apoderando de
la niña. Es quizás el dolor por la inminente separación, sin una promesa de un más allá que
redima. La llegada de la muerte es el final. Es quizás, en el fondo, la salida única para estos
violentados sociales. La vida termina con la muerte de forma abrupta. La carencia de una
referencia religiosa que prometa un cielo o un premio no existe, al menos en este relato, y
ello provoca un dolor más agudo en la percepción de la maestra, que no termina de
asimilar las injusticias sociales.
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LA SUPERVIVENCIA DE LOS DESARRAIGADOS
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Por su parte, su visita al hogar de la niña, cuando esta deja de asistir a la escuela, ya
totalmente vencida por el mal que la aqueja, y la muerte que ve en los ojos de esta cuando
la encuentra en la calle junto a la madre, igualmente con rostro de derrota, termina por
evidenciar el malestar que siente al ver las condiciones en las cuales la niña ha crecido, y
que perfila el futuro de sus hermanos menores de igual forma. Es el enojo por la manera
en que los padres se han permitido tener hijos en un medio de miseria extrema, sabedores
de lo que ello ha de generar en los pequeños. La crítica toca también el aspecto de estos,
pues contribuyen al deterioro social. Niños que crecen en carencia plena, sin condiciones
mínimas de dignidad, sometidos a enfermedades y hambre, mientras la sociedad
contribuye con su indiferencia.
La figura de Lyra parece permear el significado del texto y una “potencial” intencionalidad.
Por su parte, en el texto “Andresillo”, el título apunta a la infancia del niño, una referencia a
esa edad, más que a un calificativo despectivo. Lo cierto es que desde el inicio se palpa la
violencia dirigida contra este en la medida en que la familia le impone una especie de
“alienación” a sus sentimientos, a partir de la negación a pagar la multa para recuperar a
su perro. Ante ello, el niño debe buscar un trabajo, a escondidas, para reunir lo necesario y
poder sacar a su mascota de la perrera. Cholo es su mejor amigo, con el que juega, y la
privación de este es un duro golpe en su vida. Por ello, este se vuelve más fuerte en tanto
la familia se niega a pagar la multa. Poco a poco va obteniendo el dinero, a pesar de que el
plazo se acorta. Es allí cuando surge, en medio de la desidia de los más cercanos, la ayuda
de Vargas, un compañero de escuela que, si bien en ocasiones lo trata con rudeza, le da el
dinero que él tenía para comprarse unos pantalones, y con él logra sacar a su perro. Allí
radica el acto generoso que desafía la violencia impuesta en el ámbito social y familiar
hasta ese momento. En adelante ello le ha de permitir consolidar un lazo más de amistad
con aquel que ha sido, paradójicamente, uno de los que más “lo ha agredido” en la escuela.
En “Vidas estériles” (1912), tal como sucede en los relatos citados, de nuevo el tema de la
muerte aparece, lo cual contribuye a bosquejar también la idea de violencia que se cierne
sobre los personajes, pues esta deriva de las condiciones adversas en que se mueven y
coexisten. Por tal razón, la muerte se cierne fundamentalmente sobre los más desvalidos, y
fundamentalmente contra los niños y jóvenes.
Estos viven sumidos en un ambiente de pobreza extrema, lo cual se hace más notorio
debido a la enfermedad y las condiciones infrahumanas en las cuales se manifiesta el
entorno en que viven.
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Ante ello, las descripciones con las cuales se manifiestan los personajes no pueden ser más
que grotescas, bestiales, zoomorfizadas, como una descripción naturalista:
El cuerpo de Pilar y el entorno en que vive parecen confluir, pues son ruinosos, en esa
relación casa/cuerpo que van manifestando un deterioro sin freno, irreversible.
En este texto se establecen una serie de contraposiciones que van delineando el desarrollo
de la historia de Pilar: la contraposición vida-muerte, a partir de la comparación entre el
mundo que rodea la existencia de Pilar, el entorno, la naturaleza, la vitalidad del exterior,
que es el mundo de los otros, mientras que la existencia de la muchacha es gris, es triste,
decadente, enfermiza, solitaria, sin anhelos e ilusiones, al punto de que a los 30 años, aún
soltera, ya se siente vieja y acabada.
Su espíritu se siente derrotado, mientras el mundo se agita, se mueve, y ella en cambio
permanece en un estado casi vegetativo, sedentario. Si a esto se le agrega el hecho de que
posee una total carencia de afecto, y permanece alejada del mundo, sin ilusiones, sin
metas, como esperando la muerte en medio de la vida.
Por otra parte, la naturaleza es hermosa, vital y prometedora, mientras que Pilar es lo
opuesto: avejentada, vencida, cansada, sin vitalidad, sin promesas, entregada a la suerte de
un pesimismo que la va devorando. Es la violencia que no solo viene de afuera sino a la
cual ella misma contribuye desde sí, desde su interior.
El resultado de su vida obedece al título del texto, lo describe, lo aclara, pues su ser es una
queja de la desposesión del mundo y de su voluntad, así como carencia de relaciones, de
una mejor vida y de amor.
Su vida carece de sentido al final, y culpa de ello a sus tías y tío, sin aceptar que en el fondo
ella ha contribuido a su estado actual. Se ha violentado a sí misma. Se castra en sus propios
sueños, al margen de la castración social de ideales que le ha sido impuesta, y la renuncia
a sueños, a metas y alegrías.
Lo cierto es que poseído una vida coaccionada, y es esta la crítica fundamental del texto,
pues da cuenta de lo que representa la soledad y el vacío existenciales.
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¡Pobre muchacha! Entonces los músculos de su rostro pecoso se ponían flácidos,
y aquella faz tomaba el aire del abandono completo, del desconsuelo sin un
vislumbre de esperanza. Hacía pensar en una tumba olvidada en el rincón de un
cementerio.
Era triste aquel rostro. Lo tengo ante mí: pálido, alargado y enjuto, con una
palidez de cera vieja, pecoso, la nariz grande, acaballada, que hacía casi ridícula
la cara enflaquecida, y los ojos oscuros abriéndose bajo la frente pequeña, tenían
una mirada de perro manso (Lyra, 1977, pág. 80).
Es por ello, finalmente, que su vida y su cuerpo se asemejan: descarnado, débiles,
enfermos, decaídos, derrotados…solo a la espera de la muerte como evasión, posiblemente.
Es esa relación entre adentro y afuera en plena armonía disonante.
Es por ello que, en el texto se ironiza el sentido de lo religioso y de las imágenes ante las
cuales los deseos de felicidad son solo una imagen, un imaginario sin sustento:
En otros relatos, el espíritu trágico y violento parece dar paso a una visión menos
pesimista, aunque estos sean los menos. Ejemplo de ello es “La cenicienta” (1914), texto en
el cual parece desprenderse un homenaje a los cuentos de hadas. Se percibe en la
descripción del relato una referencia a la fantasía y a la imaginación como fundamentos
que nutren la existencia, la aceptación hacia estos por parte de los niños, como un
universo paralelo en el cual puedan refugiarse o sencillamente soñar.
Aquí refiere a Cenicienta como tema central en lo referente a la pobreza y los valores como
una unión que no se contradice.
La construcción del personaje apunta a una Cenicienta como imagen muy cercana a lo
religioso, lo divino, e incluso revestida de un aura casi sagrada, lo cual alimenta la
imaginación de los niños. Es el personaje anti héroe que, sin embargo, se reviste de una
heroicidad interna que la pone por encima de los demás.
La niña/adolescente representa el valor del perdón y la nobleza, aun en medio de las
vicisitudes y las vejaciones a las cuales es sometida. Por ello de alguna manera se plantea
que no puede haber un final triste cuando el personaje logra vencer estos obstáculos,
triunfa, y tiene la capacidad de revestir un espíritu a prueba de venganza contra sus
hermanas y madrastra. De tal manera que Cenicienta deviene como la virtud encarnada.
Por otra parte, en el texto “Lucía” (1929), se manifiesta un juego con el tiempo: desde la
niñez hasta la ancianidad, como un recuerdo del narrador protagonista. Es Lucía que se
desplaza y se describe a lo largo del tiempo.
Se manifiesta un ambiente de paz por lo que representa el reconocimiento, y en este
reconocimiento.
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¡Pobre muchacha! Mientras caminaba la pensé muerta y casi me alegré, con una
penosa alegría: estaba muerta, descansando en su ataúd en el medio de la
iglesia, con el rostro de momia iluminado por la luz de los cirios. Entretanto el
órgano llenaría la iglesia de música grave, y en su nicho el corazón de Jesús
seguiría sonriendo con su inútil sonrisa y mostrando el corazón sangriento que
no puede dar amor a los que tanto lo necesitan en la vida (Lyra, 1977, pág. 84).
No obstante, el texto cierra con la referencia esa violencia implícita que en este caso queda
manifiesta a partir de la separación y la renuncia a una posibilidad de amor por parte de
Lucía. La manera de evadir esta violencia que golpea su espíritu e incluso la mina como
sujeto es la de refugiarse en sueños, en otros sueños que no son solo manifestaciones
oníricas, sino anhelos frustrados.
En “La hoja de trébol” (1915), el texto plantea la capacidad de la fantasía como forma de
construir otros mundos mejores, para escaparse, para evadirse.
Así, el personaje principal, Pascual, vive en el bosque, y su alegría es recorrer este, subir a
los árboles, jugar en los rincones de ese entorno lleno de arbustos, de grandes plantas, de
inmensos árboles, y estar en contacto con la naturaleza. Es la manifestación propia de su
niñez y lo que representa la condición con el mundo inmediato.
Su soledad lo lleva a construir una comunión y alegría permanente que el medio le regala.
Es una convivencia armónica y plena. Allí llena su vida de sueños, igual que ocurre con el
personaje de “Unas manos que no querían ser blancas”, texto en el cual Carmen Lyra de
construye el desencanto del personaje al ser privado del medio en el cual ha crecido para
ser obligado a vivir en la ciudad mientras se prepara para ser sacerdote, pese a la
renuencia del joven.
Ese aislamiento lo lleva a cultivar su fantasía mediante la lectura de algunos cuentos, lo
cual le otorga una dimensión particular, propia, de su mundo, y de lo que representa este
universo singular para este.
Es imaginación es lo que lo lleva a crear un mundo en el cual los hongos se convierten en
hombrecillos, como duendes, que cambian su forma ante la mirada del niño, en una
relación en la cual el mundo inmediato, Y su universo interior se fusionan. Luego, él mismo
se con-funde con los habitantes de ese mundo paralelo, y comparte con estos. Tal fantasía
posibilita que su inocencia se deje llevar por el juego con los pequeños hombres-hongo.
Esa es la forma no solo con la cual se evade y enfrenta al mundo en el cual no siempre
desea vivir.
Posteriormente, la llegada de San Juan pone de manifiesto esa fusión de su mundo con el
ámbito de lo religiosos, de forma plena. Esto nos permite, a la vez, poder percibir cierto
acercamiento a lo que representa la lectura del discurso religioso por parte del narrador.
A su vez, el niño reafirma su compromiso con el mundo y con la naturaleza. Esto
trasciende el dolor de los cuentos que, en su mayoría, caracterizan la escritura de Carmen
Lyra.
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No debe dejarse de lado el hecho de que la inocencia y su capacidad para soñar, logran
trascender física y mentalmente. Más que soñar, vive sus propios anhelos. Esto a pesar de
la incredulidad de los adultos.
Por ello, es claro que el niño es feliz aun careciendo de riquezas materiales, mientras
manifiesta un corazón en paz. Quizás aquí podamos señalar el hecho de que la posición
ideológica de Carmen Lyra establece la prescindencia de lo material como forma de
felicidad, y más bien centra su atención en la dignidad del ser humano como manera
eficaz para lograr esta: “La hoja de trébol no le trajo poderes ni riquezas, mas puso en sus
pupilas el amor e iba contento por la vida, procurando no hacer daño a nadie” (Lyra, 1977,
pág. 307).
La fantasía es entendida como una manifestación de locura que escapa a la comprensión
de los demás. La evasión y el refugio que utiliza el niño, por lo cual, en su lecho de muerte,
quienes transitan frente a este lo catalogan como un enajenado, un loco. Cuando la niñez
ha quedado atrás, y la vejez lo encuentra en su lecho de agonía, el relato de su aventura de
niño se convierte en una interpretación de desvarío mental por parte de los demás, lo cual
es también es también una forma de violencia y de descalificación del sujeto en su
diferencia. Es la locura que se le asigna y lo desposesiona y despoja de su propio discurso
ante los demás.
En “Cuento de Navidad” (1925) se desmitifica la idea del ideal relacionado con esta. De tal
forma, la promesa de este acontecimiento deja de serlo, y pierde la esencia de su lectura
tradicional. La Navidad más bien, desde la perspectiva del narrador, se convierte en lo
vacío, en espera frustrada, pues la posibilidad de regalos y demás, no ha de materializarse.
La espera por un regalo es la vida entera, pues con el pasar del tiempo el niño de siete
años, ahora convertido en un hombre anciano de setenta recuerdas lo carencial de su
niñez, y confirma con dolor una espera vana. En su etapa adulta se ha convertido en un
hombre golpeado por la vida, avejentado y triste, incapaz de albergar sueños. Esta
manifestación que ha violentado su ser lo ha hecho carente de anhelos, lo ha des
espiritualizado.
La Navidad ha sido espera plena de esperanzas y expectativas, pero no para todos, pues los
niños y los adultos que viven en la pobreza extrema se saben aislados de esta posibilidad.
La esperanza del regalo, en un mundo de carencias, terminará por desenmascarar la dura
realidad al niño. Este concepto de la Navidad como la esperanza fraguada por el niño,
termina por convertirse en un acto de conciencia duramente revelado; la pobreza le
impide, en definitiva, el acceso a las alegrías que otros niños pueden tener. Desde la
perspectiva del abordaje narrativa, la pobreza se convierte en impedimento para los
sueños. Lo cierto es que el anhelo del regalo esperado no ha de producirse.
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El despertar es la percepción clara de que ilusión se difumina, mientras el sueño se disipa,
y la cruda realidad que el niño no termina de comprender se hace presente. La conclusión
del relato parece apuntar a que la Navidad no existe para los pobres, o para aquellos que
viven inmersos en una miseria de la cual no pueden evadirse. En el fondo, es el discurso
que aborda, de forma inherente, el problema de las clases sociales.
La ironía del relato es, en definitiva, la forma en que este se cierra: la espera culmina con la
posibilidad de abrir el paquete que encuentra fuera de la puerta y que no son más que
hojas secas, presagio de lo que puede esperar de la vida, nuevamente como una referencia
a un naturalismo que marca las limitaciones de los más desposeídos de la sociedad. No
hay frutos, solo lo seco, lo inservible, lo muerto, lo que ya no germina. Es quizás lo
desechado socialmente como forma de “regalo” para los desechados socialmente. De
nuevo un discurso que violenta las relaciones sociales, pero que también marca una huella
ideológica clara desde la construcción de los acontecimientos.
En otro de sus relatos, “Había una vez una muchachita” (1927), un grupo de hombres viaja
en un barco en el cual apenas se dan cuenta de la presencia de una joven, casi niña aún, y
es durante la cacería de un tigre cuando perciben la existencia de esta.
Eva es una presencia casi invisible y desconocida, lo cual provoca, de forma psicológica, la
violencia que se ejerce contra esta, pues prácticamente se descalifica su existencia.
Luego, al llegar al lugar hacia el cual se dirigen, queda en evidencia la pobreza y las
carencias materiales y afectivas que sufren los niños del lugar, en clara manifestación de
otra violencia social que los oprime. Al igual que estos niños, Eva sufre la desposesión de su
derecho a la niñez, y es obligada a madurar antes de lo previsto, pues debe asumir las
tareas de la mujer, por lo cual sufre la carencia de un periodo fundamental:
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Los huéspedes de la señora, nos fuimos a ver dar de comer a los cerdos. De pie
en el tronco de un árbol derribado, Eva desracimaba bananos y los arrojaba a los
voraces animales que hormigueaban y se debatían a sus pies.
Silenciosa y seria, pequeña y menuda. La brisa agitaba oscura que descendía en
pliegues sumisos hasta los pies descalzos, la blusa se ajustaba de cualquier
modo al pecho recto; el cabello liso peinado en la trenza que caía sobre la
espalda curvada en una línea triste.
Bajó de allí a ayudar a servirnos la comida; luego fregó la vajilla, arregló la cocina
y por fin se sentó a descansar en una banca a la entrada, los ojos perdidos en el
río, en donde la luz de la luna, que iba para su cuarto creciente, ponía un encanto
lleno de mansedumbre (Lyra, 1977, pág. 348).
Eva no tiene la posibilidad de disfrutar una infancia como debe haberla vivido en tanto
niña. Su vida ha sido de trabajo, incorporada a una serie de funciones que no deben
corresponderle aún. No obstante, ha sido obligada a trabajar todo el día, sin posibilidad de
una vida diferente, más acorde con la edad que tiene. Su ser está “enajenado”, desligado
del disfrute que le corresponde como tal. Queda condenada a continuar una vida de
El despertar es la percepción clara de que ilusión se difumina, mientras el sueño se disipa,
y la cruda realidad que el niño no termina de comprender se hace presente. La conclusión
del relato parece apuntar a que la Navidad no existe para los pobres, o para aquellos que
viven inmersos en una miseria de la cual no pueden evadirse. En el fondo, es el discurso
que aborda, de forma inherente, el problema de las clases sociales.
La ironía del relato es, en definitiva, la forma en que este se cierra: la espera culmina con la
posibilidad de abrir el paquete que encuentra fuera de la puerta y que no son más que
hojas secas, presagio de lo que puede esperar de la vida, nuevamente como una referencia
a un naturalismo que marca las limitaciones de los más desposeídos de la sociedad. No
hay frutos, solo lo seco, lo inservible, lo muerto, lo que ya no germina. Es quizás lo
desechado socialmente como forma de “regalo” para los desechados socialmente. De
nuevo un discurso que violenta las relaciones sociales, pero que también marca una huella
ideológica clara desde la construcción de los acontecimientos.
En otro de sus relatos, “Había una vez una muchachita” (1927), un grupo de hombres viaja
en un barco en el cual apenas se dan cuenta de la presencia de una joven, casi niña aún, y
es durante la cacería de un tigre cuando perciben la existencia de esta.
Eva es una presencia casi invisible y desconocida, lo cual provoca, de forma psicológica, la
violencia que se ejerce contra esta, pues prácticamente se descalifica su existencia.
Luego, al llegar al lugar hacia el cual se dirigen, queda en evidencia la pobreza y las
carencias materiales y afectivas que sufren los niños del lugar, en clara manifestación de
otra violencia social que los oprime. Al igual que estos niños, Eva sufre la desposesión de su
derecho a la niñez, y es obligada a madurar antes de lo previsto, pues debe asumir las
tareas de la mujer, por lo cual sufre la carencia de un periodo fundamental:
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Los huéspedes de la señora, nos fuimos a ver dar de comer a los cerdos. De pie
en el tronco de un árbol derribado, Eva desracimaba bananos y los arrojaba a los
voraces animales que hormigueaban y se debatían a sus pies.
Silenciosa y seria, pequeña y menuda. La brisa agitaba oscura que descendía en
pliegues sumisos hasta los pies descalzos, la blusa se ajustaba de cualquier
modo al pecho recto; el cabello liso peinado en la trenza que caía sobre la
espalda curvada en una línea triste.
Bajó de allí a ayudar a servirnos la comida; luego fregó la vajilla, arregló la cocina
y por fin se sentó a descansar en una banca a la entrada, los ojos perdidos en el
río, en donde la luz de la luna, que iba para su cuarto creciente, ponía un encanto
lleno de mansedumbre (Lyra, 1977, pág. 348).
Eva no tiene la posibilidad de disfrutar una infancia como debe haberla vivido en tanto
niña. Su vida ha sido de trabajo, incorporada a una serie de funciones que no deben
corresponderle aún. No obstante, ha sido obligada a trabajar todo el día, sin posibilidad de
una vida diferente, más acorde con la edad que tiene. Su ser está “enajenado”, desligado
del disfrute que le corresponde como tal. Queda condenada a continuar una vida de
esclavitud, disfrazada de oportunidades falsas, como cuando le corresponde irse a vivir a la
ciudad, llevada por la dueña, por la patrona de la finca en la cual viven, sin posibilidad de
oposición por parte de la madre de Eva, y de la niña misma.
La oportunidad de “ser gente” como llama la dueña, no es más que la reducción de la niña
a una condición de subordinación. Es la violencia que la despoja no solo del discurso, sino
que la reduce también físicamente, pues es incapaz de decidir por misma, y de ir a
donde desee.
Su emplee como china, pues así le llaman a las empleadas, semeja a lo que ocurre en Las
hijas del campo, de Joaquín García Monge, en donde las muchachas son llevadas para
desempeñar estas labores, alejadas de su familia, sin estar preparadas para ello, y muchas
de estas terminan por ser expulsadas luego de las casas de las dueñas cuando enferman,
cuando no cumplen lo que se espera de ellas, e incluso terminan, en algunos casos, por
prostituirse. Estas se convierten en objetos, más que en personas.
La incapacidad de mostrar una voz de protesta la lleva ser despojada de discurso, de
palabra, por lo que la salida única que encuentra es la de llorar por las noches como forma
de manifestar su impotencia. Está sujeta a un espacio de nihilidad, de enajenación y de
vacío. Es, pero desde la carencia. Se muestra su cuerpo, pero no posee un discurso que la
empodere y la reivindique. Su sino se manifiesta a partir de lo que los demás designen
para ella, no desde su propia estima, de la cual parece carecer. Es esta la manera en que se
ejerce la violencia, como forma de invisibilización en un caso, y de reducción en otro. El
personaje solo lo es en función de los demás, verdaderos portadores del poder.
Luego, el abandono que hace del espacio vital en el cual ha coexistido, es también una
marca de violencia, pues es empujada a dejar este lugar para trasladarse a la ciudad, sin
posibilidad de negación. Obedece, en tanto asume la función de un objeto más que un
sujeto, la cual se traslada de un lugar a otro. Este otro espacio impuesto resulta una
especie de encarcelamiento, pues se ve reducida a moverse entre cuatro paredes, sin
oportunidad de salir. Es un lugar carcelario, de sumisión.
No es casual que la referencia “muchachita” sea una forma de despojarla de identidad, de
nombre, de personalidad, y de cosificarla. Es también la forma de referir a su pequeñez, a
un nihilidad existencial, solo reivindicada como objeto de trabajo, de mano de obra. Se la
des identifica, para reconstruirla desde una función social diferente: sumisa, empleada,
acallada. Su posibilidad de negación no cuenta, pues ella misma parece no ser, al menos
en las condiciones a las cuales se la somete. Es desde la percepción de la dueña y de los
que le rodean en la nueva casa.
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LOS DESVALIDOS SOCIALES Y LA DESPOSESIÓN COMO ESTIGMA
esclavitud, disfrazada de oportunidades falsas, como cuando le corresponde irse a vivir a la
ciudad, llevada por la dueña, por la patrona de la finca en la cual viven, sin posibilidad de
oposición por parte de la madre de Eva, y de la niña misma.
El texto ironiza, a la vez, con la forma en la cual se percibe a los ricos, en contraposición con
los pobres y desvalidos, los legitimados desde la posición del narrador. Esto recuerda el
texto “El Barrio Cothnejo Fishy”, en el cual Carmen Lyra también construye, desde el
discurso de lo irónico, la lectura que hace de los ricos, y de los nuevos ricos o los poderosos
emergentes, de los cuales hace burla por su forma de actuar y de comportarse ante los
demás.
Ante tal perspectiva, Eva procura “acomodarse” a la vida y a las imposiciones. Es su forma
de vivir y de ser. Claramente es incomprendida, y la violencia de nuevo la pone en un
espacio de no asimilación.
La hipocresía de los ricos, la falsedad religiosa que caracteriza a estos, y la ignorancia que
los mismos manifiestan hacia los desheredados sociales, hacia los desposeídos, los
convierte en caricaturas sociales. Eva es parte de ese submundo de los más pobres, y es
leída e interpretada desde la negación. Es esa la mayor violencia que se puede ejercer
contra esta.
El regreso a su pueblo, ante la enfermedad depresiva que la somete, a su casa, es quizás su
único triunfo, pues su vuelta no es más que el reencuentro con otra forma de seguir
siendo despojada de su condición de niña.
De igual manera, en el texto “De cómo hablar francés y viajar a Europa no enseña a ser
humano” se plantea la desposesión y la des identificación. No se es una persona sino un
objeto de servicio para los ricos o los patrones. Quien desempeña el papel de servidor se ve
así sujet(ad)o de estos y a los avatares de estos.
De esta forma, de nuevo la historia parece asemejarse a la novela de García Monge, Las
hijas del campo, pues la pobreza adquiere así “dueños” que la usurpan a su conveniencia,
cuando la necesidad del pobre o del desempleado (o ahora sometido) no tiene la fuerza
para oponerse a estos preceptos arbitrarios.
En este relato la niña asume la función de madre ante la muerte del progenitor, por lo que,
con el fin de ayudar a aquella mientras trabaja fuera de la casa, la niña debe ocuparse de
los quehaceres del hogar y del cuidado de sus hermanas. Su condición de hija mayor la
pone en función de madre sustituta para estas, aun cuando en principio no sea esto lo que
se le asigna, pero que sí ejerce en la práctica. El abandono escolar es el resultado inevitable
de esta condición, y lo que ello implica para el futuro como carencia, como pérdida de
oportunidades, y como limitación para forjarse un derrotero distinto.
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Posteriormente, la separación de su núcleo familiar para emprender un trabajo como
empleada en la casa de la patrona de su madre, implica la enajenación del pobre ante la
violencia del poder ejercido por el rico que se cree no solo con derecho para emitir órdenes
e imposiciones injustas, sino incluso para esclavizar los deseos del oprimido, en este caso,
de la niña y de la propia madre de esta.
Nina no puede vivir su niñez, ya que es sometida como empleada en una condición
cercana a la esclavitud. En ese espacio de opresión refuerza un creciente sentimiento de
inferioridad que la reduce por completo e incluso parece violentarla contra misma. En
este lugar debe dormir en el piso para acompañar a la señora de la casa, lo que trae
aparejada una evidente condición objetual y casi bestializada.
Ligado a lo anterior, una referencia bíblica ironiza en cuanto a la muerte de Nina y un
“posible” contagio al resto de la familia. Aquí la autora del relato parece establecer una
burla al aspecto religioso y a la hipocresía. El discurso religioso se constituye de tal forma
en una manipulación ejercida por los poderosos para la opresión efectiva de aquellos que
están a su servicio. La muerte de esta se convierte en terror para los dueños de la casa y en
huida para escapar del potencial contagio, no para reivindicar la figura de esta.
La crueldad ante el abandono, por parte de los dueños de la casa, del cuerpo de Nina,
constituye el rasgo de monstruosidad que, de forma más clara, logra construir la vileza de
estos. Al abandonar el cadáver de la niña sin avisar a la madre de esta se devela la
desposesión del reconocimiento del otro. Es la manifestación de una alteridad plena, de un
desencuentro sin salida. El viaje de la madre para recuperar el cuerpo de su hija es un
desplazamiento simbólico en el cual ejerce su luto, su dolor y su desposesión. Si hija parece
convertirse en desecho social para los dueños de la casa. No de otra manera se reconoce
su muerte ante la perspectiva de estos.
La historia se reviste de un concepto verosímil. Así, el relato deja “su condición” de tal, y
deviene en la narración de un suceso que le fue relatado a la autora y que esta describe a
partir de lo relatado por el mecánico y la cocinera. Lo que refiere la autora es una historia
de horror en tanto crueldad plena.
El cuerpo de la niña/adolescente es abandonado, lo que la pone en el plano total de objeto,
más que de sujeto. Así, los pobres, mientras que los dueños hacen posible este destierro de
afecto, de dignidad, de respeto, y dan paso a la violencia física y psicológica, hasta asumirla
como algo sin importancia.
La ironía en el concepto de lo establecido como “culto” por parte de los dueños, con la
anuencia social, a pesar de la crueldad ejercida y la gandulería de la cual habla el texto en
tanto dejan a la madre de la niña sin posibilidad de reencontrarse ni siquiera con el cuerpo
de esta, pues después de un extenuante viaje a pie, ante la carencia de dinero para viajar
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de otra forma, confirma que su hija ha sido enterrada un día antes, establecen que la
cultura aprendida fuera del país, y la educación adquirida en otras latitudes, son
insuficientes para reivindicarlos como personas honorables .
En otro de los textos, “Siluetas de la maternal” (1929), que está a su vez subdividido en tres
partes (aunque en otras versiones presenta otro tipo de subdivisión, con algunos relatos
adicionales), encontramos, en el apartado Higiene la enseñanza a partir de situaciones no
compatibles con la realidad de los niños, con su pobreza y sus carencias. Pretender que
estos durante las noches abran o cierren las ventanas para refrescar la casa o evitar las
corrientes de aire fuertes, contrasta con el testimonio de los pequeños: ¿Cuáles ventanas si
en sus deterioradas casuchas no existen ventanas?
Por ello, la autora, lejos de ironizar, refiere con dolor la tragedia de las condiciones en las
cuales crecen sus estudiantes. ¿Cómo se puede hablar de salud e higiene en medio de la
más abyecta pobreza que los priva de las condiciones ideales para vivir con dignidad?
A la vez, se plantea la necesidad de una alimentación nutritiva, balanceada, en unas
condiciones en las cuales los pequeños ni siquiera pueden alimentarse todos los días, ni
cumplir con las tres comidas diarias. Es la fundamentación de un discurso que no se
sostiene en medio de las condiciones precarias de estos.
Ciertamente refiere el texto que la pobreza, la miseria, está por encima de las necesidades
fundamentales. Es un mundo de desigualdad vergonzosa para con los niños y los jóvenes,
violentados, profanados en los más elementales derechos. , y víctimas propicias de la
injusticia, el abandono y la complacencia criminal del entorno que los rodea.
En otro de los textos de esta selección de “Siluetas de la maternal” se plantea el tema de
las madres solteras, lo que repercute en las condiciones de los hijos, ya que un porcentaje
alto de mujeres (al menos en ese momento) responde a féminas sin pareja: de un 25% a un
30%.
De nuevo el tema de la pobreza extrema, que condiciona el entorno de los individuos en
esos espacios de privación.
El relato plantea el hecho de la sobrevivencia en condiciones extremas, y el abandono por
parte de los padres varones.
Asimismo, como en la mayoría de los textos citados hasta el momento, de nuevo, casi
como motivo referencial, se presenta un ambiente de carencia y, en muchos casos,
también falta de afecto, que terminan por delimitar el vacío existencial en el cual se van
construyendo las vidas de estos personajes marcados por la tragedia o una vida durísima.
Es la forma de violentar a estos, un maltrato que sufre la niñez, la cual es despojada de su
condición y debe afirmarse a un entorno en el cual apenas se sobrevive.
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En este mismo contexto de “Siluetas de la maternal”, el relato Teología aborda los
prejuicios de la religión. De igual forma, los niños “abordan” las discusiones teológicas, y
discuten problemas relacionados con estas. Allí podemos encontrar el tema de la niñez y el
derecho a vivir esta con intensidad. Lo cierto es que de nuevo se la violenta, se la despoja,
lo que constituye una especie de castración de la emotividad y de un periodo fundamental
en la vida del ser humano.
En “Bananos y hombres” (1931), este tema que establece violencia contra los personajes no
rompe la monotonía de la represión y el sufrimiento que deben soportar estos. Es por ello
que en uno de los apartados, Estefanía, la referencia fundamental apunta hacia la
jerarquización que define primero el banano, la producción, la riqueza, la ganancia, y luego
el hombre, el ser humano, porque este es solo mano de obra reemplazable. Es claro que el
título define lo que representa una relación en la cual hombres, mujeres y niños pasan a
un plano secundario. La Compañía define o establece el lugar prioritario.
La muerte borra el recuerdo de quien muere, como una forma de aniquilación de su
memoria, lo cual lleva la invisibilización de quien es rechazado, en este caso de Estefanía,
como sujeto marginal.
A lo anterior se agrega el hecho de que Estefanía sea hija de madre soltera, por lo cual
carga con el estigma social de una mirada excluyente, y que condena. A esto se suma el
hecho de que luego la madre se ve embarazada en múltiples ocasiones, y siempre de
hombres distintos. Si bien estos embarazos parecen no culminar, la suerte de ambas no
cambia en gran medida, pues van de un lugar a otro sin lograr establecerse. El mundo de
las bananeras se convierte en un laberinto sin salida, y la niña empieza a sufrir una especie
de suerte predestinada. Su mundo se asienta en este lugar, sin promesas de salida.
Mientras tanto, predomina, a lo largo del periplo que las lleva de un lugar a otro, la
injusticia, las diversas violaciones contra la madre, el maltrato a ambas, y la niña que
permanece aferrada a su progenitora.
Ambas, señala el relato, se van “secando” víctimas de la pobreza, de la pena, de las
carencias, del hambre, de la rudeza del trabajo, de las condiciones inclementes, y de
sufrimiento. Es la violencia del entorno que se ensaña contra estas. Sin asidero alguno,
sufren un proceso de deterioro físico que las va aniquilando.
Posteriormente, la enfermedad derivada de estas condiciones termina por destruir lo que
va quedando de ambas. La debilidad carcome el cuerpo de la madre y su hija. Estefanía
manifiesta la derrota total apenas en su niñez. El laberinto se ha cerrado por completo, y va
prefigurando el fin de estas.
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De tal forma, la muerte llega, quizás más bien como salida que como final del camino.
Mueren en medio de los bananales. La suerte de la niña se desconoce, aunque el fin que se
presupone es el lógico en medio de las circunstancias que aquejan a ambas. Lo cierto es
que la injusticia se reafirma a partir de lo que representa el hecho de que no exista un
lugar que cuenta del cuerpo de la pequeña. Es la forma de ejercer la violencia y la
despersonalización de la misma. Es el fin de los obreros en general, de los cuales quizás
Estefanía es el símbolo.
En tales circunstancias, la mayor violencia ejercida deriva del olvido y del no
reconocimiento.
En “Nochebuena”, el tema de la Navidad adquiere una connotación distinta: la
desposesión, la pobreza, la carencia, la espera imposible.
El paludismo que azota a los trabajadores de la bananera pone en evidencia el entorno
miserable en el cual existen los seres humanos amarrados a este ambiente.
Es por lo anterior por lo cual Juancito Sandino, un joven nicaragüense, golpeado por la
enfermedad y sin condiciones dignas para curarse, vive en medio de un mundo que no
trae mejores horizontes para él y quienes viven a su lado. Ello deriva en la violación
simbólica que su existencia le trae, pero de igual manera recibe la violencia que se gesta
en tales condiciones adversas.
En medio de lo que representa tal fecha, cuando las fiestas y las celebraciones inundan el
entorno, en el espacio existencial de Juancito prevalecen condiciones higiénicas y de salud
deplorables, al tiempo que la explotación contra estos es bestial, aun cuando haya
condiciones climáticas difíciles, ya que deben trabajar sin descanso alguno. Es por ello que
el símbolo del agua como manifestación de vida, de alguna manera toma lugar en este
relato, ya que cuando la sed los subyuga, deben tomar guaro, como una forma de
compensación para luchar contra esta o, incluso, toman el agua de los charcos para paliar
la necesidad que los abruma.
Es por ello que el texto permea la ironía de la Nochebuena, la cual se convierte en todo lo
contrario, pues los lodazales, la pobreza, la miseria y la soledad se va sobreponiendo ante
todo. El motivo de la alegría deviene en suceso fatídico. Es la violencia que se cierne sobre
estos, no solo en la dimensión física, sino existencial y psicológica.
El deseo de obtener una ganancia que les permita celebrar el acontecimiento, termina por
verse aniquilado, pues la corta de la fruta llevada para la compra, en caso de no ser
aceptada, sencillamente no recibe un pago, y el trabajo efectuado no obtiene
reconocimiento. Las condiciones injustas los oprimen, y no tiene posibilidad de redención
ni rebelión.
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Como forma de enfrentar la desgracia que los posee, el guaro o licor se convierte en salida
desesperada, en evasión última. Es la manera en la cual ahuyentan los fantasmas de sus
desgracias personales. Lo peor de ello es que de igual forma los niños y las mujeres
participan de tal acción, por lo cual se percibe a los infantes alcoholizados. Es quizás el
naturalismo llevado a su mayor expresión, no solo como gráfica de la violencia y la derrota,
sino también como expresión de la más abyecta miseria.
Por lo anterior, así como el Reventazón crece y lo inunda todo, el frío y el agua que penetra
las miserables casuchas de los empleados bananeros se convierten en pruebas palpables
de la más cruel violencia y violación de los derechos humanos. De nuevo, la idea de la
Navidad como celebración, se convierte en pesadilla.
A la par de la fiesta que representa la Natividad, y de la cual se solazan los empleadores
junto con sus familias, la condición de los obreros es más bien de carencia total. La fiesta
para ellos se convierte en monotonía del dolor, y de su propia condena.
Por ello, deviene la ironía en torno a lo religioso como referente. El mensaje que proclama
justicia e igualdad no se cumple para estos, derrotados sociales. Por ello, en un mundo en
donde se presume que todos los seres humanos son iguales, la manifestación religiosa se
acomoda del lado de los que poseen recursos, y ello lleva a la desigualdad. La fiesta es de
otros, la desposesión es de los marginales.
Por ello, finalmente llama la atención, en este relato, el hecho de que el banano se ofrezca
como alimento a los niños, a pesar de que los pobres no pueden acceder a este, pues la
ganancia, la demanda, la compra y la adquisición es lo que permite el consumo. Aun
cuando trabajen en las bananeras, sino tiene el dinero para adquirir la fruta, no tiene el
derecho al consumo de la misma.
En el texto “Niños” (1931), predominan la falsedad y la hipocresía. Estos no escapan de la
dureza de un mundo que les resulta trágico, y los somete, al igual que a sus progenitores.
Al igual que en varios de los relatos citados, la enfermedad ocupa un lugar central en estos,
además de la imposibilidad de vencer esta.
Los niños deambulan en un ambiente malsano, en el cual nutren la pobreza por medio de
la falta de oportunidades:
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Los niños pálidos y los perrillos flacos y sarnosos deambulan por el caserío, unos
diez ranchos lo más. Son verdosos, muy morenos, con las pancillas repletas de
lombrices, amebas, ankilostomas y de sabe Dios cuántos monstruos. No gritan ni
saltan, se mueven con lentitud y cuando sonríen dejan ver unas encías
exangües, lo cual da un fondo doloroso a esta sonrisa (Lyra, 1977, pág. 380).
Es un mundo de enfermedad, carentes de ejemplos dignos por parte de los progenitores;
a ello se agrega el hecho de que están envilecidos desde su cotidianidad, sin salidas.
Reprocha la actitud de los padres que incluso emborrachan a sus hijos o los hacen
partícipes de sus fiestas de licor, tal como se describe en uno de los pasajes.
Es por ello que la ausencia de núcleos familiares estables da al rastro con las posibilidades
dignas que puedan tener los pequeños. Ello define el perfil de carencia de afecto que
marca el devenir de estos.
Es claro que estos se encuentran en un mundo sin futuro promisorio, con la adversidad a
cuestas, por lo cual la violencia generada desde esta dimensión presupone la derrota de
cara al porvenir.
La condena a una especie de predestinación sujeta a estos niños. Su mundo es de
desposesión. Están relegados a una derrota permanente. No tiene oportunidades, por lo
cual el infierno se gesta sobre sus presentes:
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Ella, verdosa, hinchada por la anemia, revejida con unas mechas negras,
enredadas y sin vida cayéndole de la cabeza abatida por una mano invisible. El
niño tendrá con trabajos un año: la cabecita coronada por unos ricitos negros, la
cosa más linda y bajo ellos un rostro tan triste, tan pálido, de una palidez casi
transparente, abotagado, serio, serio como si no conociera la sonrisa; los ojitos
hinchados con la esclerótica casi lívida que hace pensar en la muerte. La madre
cuenta que se quedó así como un tontico desde una caída en la que se le hundió
la mollera, y que después Antonia la vieja curandera que vive en la Barra de
Parismina se la sacó con la boca así: primero se echó una buchada de ron y luego
una bocanada de humo de puro, aplicó la boca a la mollera hundida y absorbió
para sacarla. Engracia, la madre de Natalia, quiere que la muchachita y otros dos
niños suyos aprendan a leer con Cayetano, pero no van a poder, pues se van a ir
a construir un rancho a unos seis o siete kilómetros de allí. Hay que labrar
montaña para sembrar más banano y los chiquillos se tendrán que quedar
animales como ella que no sabe ni una letra, sí, animales entre esas soledades
(Lyra, 1977, pág. 382)
Los niños y los bananos predominan en la zona, pero la situación de pobreza de los
primeros marca la crudeza de sus vidas. El banano se vende como producto que da
vitalidad, energía, y salud; paradoja de los niños de la zona: carecen de buena
alimentación, están desprovistos de vitalidad, de energía y de salud. Es la ironía de las
condiciones impuestas; es la violencia que atenta contra la dignidad de los mismos.
En “Río arriba” (1931) se aborda el tema de la migración de la familia en busca de trabajo,
en un ambiente enfermo, todos afectados por una pésima alimentación y víctimas de la
miseria, sin posibilidad de satisfacer las necesidades básicas.
Las condiciones del entorno les impide una vida digna. Deben enfrentar a una naturaleza
agreste, capaz, ella misma, de ejercer violencia contra los seres humanos. Es la naturaleza
descarnada, la que subyuga, la que impone su fuerza ante la debilidad del ser humano.
Es por ello que todo se confabula en contra de los viajeros, mientras la monotonía los va
asfixiando. Es un viaje de derrota sempiterna.
El abandono es casi total, mientras en las bananeras la vida humana no interesa; solo el
producto es vital. Lo demás es desecho:
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Casi no puede respirar ni enderezarse y tiene la pierna terriblemente hinchada y
amoratada. Cuando se golp nadie la hizo caso, precisaba cargar la fruta, y
después el dueño de la finca no tuvo tiempo de ocuparse del asunto. ¿Acaso los
hombres enfermos cuentan en las fincas de banano? (Lyra, 1977, pág. 386)
La autora ironiza, nuevamente, respecto a la religión y el pecado. Los pecadores son los
pobres y los trabajadores, no los ricos y explotadores, pues así se ha establecido desde el
poder de los hacendados, de los dueños, de quienes obtiene las grandes ganancias. La
iglesia parece ser partícipe de esta injusticia, y cultiva este discurso que contribuye a la
opresión y la violencia.
Finalmente, en “El peón que parecía un santo” se plantea la suerte de los hombres
vencidos por la inclemencia del entorno y el trabajo bestial, la lo cual se unen mujeres y
niños, reducidos a mano de obra, despersonalizados. Es el destino manifiesto de quienes
no pueden encontrar una forma de salida redentora.
Se manifiesta la maldad oculta de quienes ostentan el poder y que convierten en víctimas
a los marginales sociales. Esto a pesar de que ello atente, en definitiva contra los de su
misma condición, aquellos que se convierten en explotadores de su mismo pueblo, y que a
pesar de su pobreza son capaces de robar al prójimo sin problema alguno. Es la peor
violencia, la que ejecutan los desposeídos contra los de su misma clase.
CONCLUSIONES
Los textos abordados de Carmen Lyra permean la dura realidad de los marginales,
sometidos a condiciones de pobreza, de explotación social, esclavizados casi, sumidos en
un tejido social en el cual carecen de verdaderas oportunidades, pues el sistema los
subyuga y los doblega.
Hombres, mujeres y niños pasan por el filtro de la vejación que, de una manera naturalista,
los convierte en marionetas de una sociedad que los excluye. No son verdaderamente
vistos como personas, sino como parte de una maquinaria que cumple un papel social, en
el cual su victimización deviene de las condiciones deplorables por las cuales son
definidos. Carecen de posibilidad de redención, de allí esa suerte de existencialismo que
los degrada y los convierte en objetos , más que en sujetos sociales.
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REFERENCIAS
Alvarado Vega, Óscar Gerardo (2009). Literatura e Identidad Costarricense. EUNED.
Bonilla, Abelardo (1984). Historia de la literatura costarricense. Studium.
Lemistre Pujol, Annie (2011). Carmen Lyra. El cuento de su vida. Alma Máter.
Lyra, Carmen (1977). “Siluetas de la maternal”, en Relatos escogidos. Editorial Costa Rica.
Lyra, Carmen (1985). Los otros cuentos de Carmen Lyra. San José, Editorial Costa Rica.
Lyra, Carmen y Carlos Luis Fallas (2000). Ensayos políticos. Editorial Universidad de
Costa Rica.
Rojas, Margarita y Flora Ovares (2018). 100 años de literatura costarricense (tomo I).
Editorial Costa Rica/Editorial Universidad de Costa Rica.