Mario Germán Gil Claros
Ética del escritor para un mundo de la post verdad1
“La sola excusa que me doy es que no escribo por el mismo motivo que todo el mundo, es decir, para obtener las alabanzas del lector”.
Fedor Dostoiewski. El adolescente
“¿Qué significa eso de ser un escritor?”
Fedor Dostoiewski. Humillados y ofendidos
“Busca ese individuo singular al que con
alegría y gratitud yo llamo mi lector.»
Sören Kierkegaard. Mi punto de vista
Resumen: El presente artículo centra su reflexión en torno a la ética del escritor para nuestro mundo contemporáneo, hoy cruzado por la post verdad en la escritura masiva, dirigida a lo que hoy todavía se llama opinión pública. Para ello, Kierkegaard y otros pensadores nos han de ayudar a entender lo que sería una ética del escritor para nuestro presente.
Palabras clave: Censura. Ética. Escritor.Lector. Parresía. Post verdad.
Abstract: This article focuses its reflection on the ethics of the writer for our contemporary world, today crossed by post-truth in mass writing, addressed to what is still called public opinion. For this, Kierkegaard and other thinkers help us understand what would be an ethic of the writer for our present.
Keywords: Censorship. Ethics. Writer. Reader. Parrhesia. Post-truth.
¿Qué significa el hecho de escribir para nuestra actualidad? ¿Qué nos dicen algunos filósofos del siglo XIX y XX en lo que respecta a la labor del escritor, contextualizados para un presente turbulento como el nuestro? ¿Qué papel juega la verdad para quien escribe, independientemente de su formación, en lo que sería una reflexión ontológica respecto a la ética del escritor tal como pretende destacar el actual escrito? ¿A qué tipo de escritor y lector singular nos referimos? El pensador danés del siglo XIX Sören Kierkegaard, nos dice que escribir es un acto de orientación, un testimonio público, un acto de parresía, que evita la pérdida de sí mismo como escritor. Ser escritor es carecer de discípulos y de escuela. En este sentido, escribir es una práctica de libertad. El escritor, no importa si es de novelas, de filosofías, de teologías, de periódicos, entre otros, no se encuentra ligado, ni sometido a nada que destruya su libertad de escribir. Solo se encuentra unido a su convicción, al servicio de la verdad como parresía. (Kierkegaard, 1972, 29). En este sentido, la parresía entendida como ejercicio y exteriorización de la libertad de aquel que se conoce a sí mismo y habla con franqueza, ya sea a través del diálogo con el otro, o de la escritura y la lectura que nos conducen a una analítica y ontología de la verdad en una plática fresca y sincera con los demás, se constituye en la obligación moral de decir la verdad sin tapujo alguno a pesar del conflicto que ella pueda provocar, en el que está en juego la libertad de pensamiento y de expresión. El parresiastés es aquel que usa la parresía, porque dice la verdad en vez de la falsedad, la adulación o el propio silencio; porque habla libremente en cualquier escenario (Gil Claros, 2012, 92-93). Así podemos decir, que escribir éticamente se constituye en un acto de liberación parresiástica para todo aquel que no se haya sometido o se enfrente a la censura. Pues la parrresía es el deber, es el valor, es la fuerza, es la libertad de decir la verdad, sin importar los riesgos que ella trae para la vida de quien la asume en su radical singularidad. Aquí, la singularidad no es una universalidad, una particularidad o individualidad; ella se refiere a un solo ente y no a algunos entes, o un ente universal que menciona a todos los sujetos de una misma clase. El ente singular, siguiendo a Kierkegaard, tiene un nombre específico, lo que Unamuno llamaría el “hombre concreto, el de carne y hueso” (Unamuno, 1985, 5). Por ejemplo, Sören Kierkegaard, escritor; Gabriel García Márquez, novelista; Wolfang Amadeus Mozart, compositor.
Lo anterior nos lleva a preguntar: ¿qué es un autor respecto al ejercicio de la escritura y cuáles son sus intenciones?2 Frente a esta pregunta en el ejercicio de escribir, media la postura, la fuerza, la entrega, la pasión, entre un escritor estético o formal y un escritor de convicción. También nos encontramos con otro tipo de escritor, que Kierkegaard nos dice que no es el escritor estético, ni el de la fe; es el escritor ético. Esto último, nos lleva a preguntarnos por la autenticidad del escritor e indagar por la verdad que él emite frente a su presente, en especial nuestra época saturada de información y de disfraces en su comunicación.3
Ahora bien, ¿es acaso el escritor de convicción un escritor ético y libre como se le pretende ver? Podemos decir, que la censura que se vive entorno a la verdad en la escritura pública, ya sea abiertamente o sutilmente, no ha variado sensiblemente en la actualidad. Quien escribe, vive la presión de diversos poderes o los llamados grupos de presión económica, quienes ejercen control político y de censura4 en los medios de comunicación, en la pluma y en la voz de sus empleados; imponiéndose en la mayoría de las ocasiones, dependiendo de su impacto, la orden de modificación, de manipulación o de mentira (post verdad). Así, el escritor se ve abocado a una toma de postura política en su escritura por múltiples razones, además de su firme convicción. Donde la democracia y la verdad, en gran medida, son las más perjudicadas por dichas decisiones frente al acto de escribir ante el lector, muchas veces desprevenido y carente de razones frente a lo que lee, escucha o ve. Obviamente, estamos hablando del ejercicio periodístico, el que de una u otra forma construye una “opinión” que va a calar en el imaginario de los individuos de a pie, incapaces, muchas veces por múltiples factores, de pensar por sí mismos como seres ilustrados, como lo destaca Kant con su principio de autonomía.
En relación con lo anterior, podemos preguntarnos: ¿el escritor ético es subjetivo en lo que escribe? o ¿el interés de otra naturaleza lo desvía de su postura ética? ¿Hay en él una verdad subjetiva o una verdad objetiva? Ante estas preguntas, ha de primar la objetividad de quien escribe, sin dejar a un lado su subjetividad, la cual se refleja en la pasión y convicción de escribir. En esta dirección, quien asume la labor de publicar, debe evitar el recurso sofístico, la falta de seriedad, la mentira frente al acto de escribir, que para Kant en su texto La Metafísica de las Costumbres, nos dice que la mentira o falsedad, hoy post verdad, es un acto de violación de los derechos de los otros (Kant, 1989, 292). Un ejemplo de esto último, nos lo brinda Fedor Dostoievski en Humillados y ofendidos (2009), donde la huérfana Nelly (Elena), recogida por el novelista Vania, le increpa sobre su ética y la mentira como escritor, cuando le pregunta:
¿Qué es lo que escribe? –me preguntó Elena, que se había acercado a la mesa, sonriendo tímidamente.
—Escribo sobre mil temas, hijita. Y me pagan por escribir.
—¿Papeles para la justicia?
—No.
Y le expliqué como pude que escribía las cosas más diversas sobre toda clase de personas y que con esto formaba libros que se llamaban novelas.
Ella me escuchaba con gran curiosidad.
—¿Y dice usted siempre la verdad?
—No; muchas cosas las invento.
—¿Por qué escribe mentiras? (Dostoievski, 2009, 174)
Es más, el escritor ha de evitar la frivolidad, que hoy inunda mal intencionadamente el mercado literario, en el cual el ejercicio periodístico es el más afectado, que en el fondo no dice nada frente a un lector atento. Tal como lo asume Kierkegaard: “Aquel individuo al que con alegría y gratitud llamo mi lector” (Kierkegaard, 1972, 42). En este caso, el escritor no se dirige a un concepto o palabra abstracta llamada público o multitud; el escritor con su pluma se destina de manera concreta al individuo en su radical singularidad, el cual es o no impactado por lo que lee. Bien lo señala de nuevo Kierkegaard: “el “individuo”, en oposición a “el público”” (Kierkegaard, 1972, 42). Pues el interés primordial de quien escribe, es entrar en contacto con ese lector singular, que tiene un nombre, una vida, unos intereses específicos. Es una relación casi directa, casi cara a cara, en un diálogo indirecto que lo modifica en profundidad ética y no en superficie estética; pues quien escribe, escribe con franqueza y transparencia parresiástica. En este sentido, el filósofo mexicano Luis Guerrero, profundo conocedor de Kierkegaard dice: “De forma que la lectura pueda convertirse en una sacudida a la existencia y no solamente a las ideas en el terreno científico o filosófico” (Guerrero, 2004, 8). O político. Así, el lector es aquel que tiene la capacidad de poder cuestionar no sólo su presente, sino su condición de vida, su existencia, su mundo social. Lo que significa tener una realidad propia, singular y social, como política, cultural, entre otros. O sea, aquel que afronta los asuntos de su vida, donde la libertad es parte clave de dicho lector con criterios y posturas éticas propias. ¿Quién es aquel que asume dicha postura ética? Un lector en libertad de tomar posición y distanciamiento frente al escritor, frente a la noticia de la televisión, frente a las redes sociales, entre otros.
Vale destacar lo que Luis Guerrero nos expresa al respecto: “En la categoría de masa, los medios de información juegan un papel preponderante, a ellos les corresponde establecer qué es, día con día, lo interesante, de qué está de moda y qué está mal visto, cómo van los asuntos públicos, a quién han ridiculizado las características, etc.; todo esto a un ritmo continuo y acelerado, una noticia sustituirá a otra y así sucesivamente” (Guerrero, 2004, 41). Lo que vendríamos a llamar la mala opinión pública, construida por dichos medios masivos de comunicación. Todo queda reducido a una mera información, donde la singularidad queda absorbida por la multitud anónima y abstracta. Por tanto, el escritor escribe para su presente, para su contemporaneidad, para su actualidad, pero escribe con pasión, con convicción, ya que lo contemporáneo es el punto de referencia para su existencia.
Vistas las cosas, el escritor es aquel que se pone en contacto con sus lectores y les dice algo que les interesa; no les dice una mera información de la cual estamos saturados, sino una verdad acompañada de una ética de la misma. El escritor no ha de quedar preso en la mera formalidad estética, carente en gran medida de compromiso ético respecto a la verdad, mediada por el impacto mediático y por la post verdad. Como diría Kierkegaard: “Cuanto más brillantes sean esas obras mejor para él” (Kierkegaard, 1972, 49). Así, el escritor preso de lo frívolo, de la mentira, de la distorsión, del engaño, se despoja de su compromiso ético, en un mundo donde la comunicación de las redes sociales es vulnerable a la mentira (fake news) o a la post verdad como constructo de una falsa realidad. Aunque vale decir que la mentira siempre ha sido parte constituyente de la existencia y de la realidad humana. Al respecto dice Nietzsche: “Que la mentira es necesaria para vivir, esto incluso forma parte de ese carácter temible y problemático de la existencia” (Nietzsche, 2008, 491).
Ante este panorama, surge la pregunta: ¿qué significa ser un escritor para nuestro presente? En nuestro caso en Kierkegaard, ya vemos algunas pistas, como la convicción, la pasión, la entrega, de lo que el escritor escribe; en este sentido, hay todo un ejercicio ético del mismo, una abnegación a la práctica de la verdad. En consecuencia, el juicio reflexivo del escritor ha de ser ético, sin ilusión o recompensa alguna en su práctica. En otras palabras, el escritor a pesar de su convicción, de su actitud ante el mundo, ha de ser ético y no recurrir a engaño alguno, en el afán protagónico de sí mismo. En esta dirección: “Es preciso no dejarse engañar por la palabra “engaño”” (Kierkegaard, 1972, 61). De este modo, Kierkegaard destaca tres aspectos de dicho engaño hacia el lector:
1. Se escribe en una hoja en blanco, donde existe otro texto escondido.
2. Existe un lector incauto, ignorante, que como página en blanco, el escritor escribe a su antojo.
3. Existe un lector que vive de la ilusión, que el escritor alimenta de mala fe y de forma distorsionada.
En todo esto, la verdad (develación), es reemplazada por la falsedad (ocultamiento) en un escritor que la refuerza, ya sea en los best seller comerciales, ya sea en lo periodístico, ya sea en los medios masivos de comunicación, ya sea en las redes sociales, ya sea en falsos artículos con pretensión de erudición o cientificidad, entre otros. Aquí la verdad no es directa, no es franca o no está acompañada de la parresía, o simplemente no es; prima la artimaña, que brilla por ser indirecta y encubierta, donde el lector “carece” de reflexión propia frente a lo leído, inmerso en un mundo de la ilusión. La comunicación que llega a él no es franca. En consecuencia, lo que se pretende es un lector domesticado sin criterio propio, sin distanciamiento crítico y sin reflexión, frente a lo escrito, frente a la noticia. “La comunicación está condicionada por la reflexión de donde, es comunicación indirecta. La comunicación está caracterizada por la reflexión y, por tanto, es negativa” (Kierkegaard, 1972, 65).
Ahora bien, el talante ético-reflexivo del escritor, está surcado por el modo o actitud de su existencia, que se refleja en sus escritos; en ellos no sólo manifiesta una postura ética o moral, sino una postura política frente a su actualidad o presente. Mejor, el escritor fija posición frente a su época. En esta dirección, Kierkegaard destaca lo siguiente: (Kierkegaard, 1972, 67)
1. La profesión de escritor manifiesta una vocación; la cual necesariamente es ética y a la vez reflexiva.
2. Lo anterior nos conduce a lo siguiente: el escritor expresa un modo de existencia singular.
3. El escritor por medio de la prensa escrita, es altamente responsable ante el público, pues puede contribuir o no, a una desmoralización general. Su impacto es grande; máxime si es muy leído y seguido.
4. El escritor debe asumir con nombre propio lo escrito.
5. “Pero en nuestra edad, que tiene por sabiduría lo que es realmente el meollo de la iniquidad, a saber que uno no se preocupa del comunicante, sino solamente de la comunicación, de lo objetivo solamente, en nuestra edad, repito, ¿qué es un escritor?” (Kierkegaard, 1972, 67-68).
6. En el afán de una comunicación de lo objetivo, el escritor queda preso de lo estético de la noticia que causa furor, distracción, pero se olvida éticamente del comunicante. Hay engaño. Sólo se busca la adulación, la sensación, la reputación mentirosa dispuesta al mejor postor, lo cual, “es un tipo de conducta que llevaría a muchos hombres a la desesperación” (Kierkegaard, 1972, 70). Ya que hay engaño a la verdad, en beneficio de la ilusión, como lo dice nuestro pensador.
7. Finalmente, el escritor refleja una actitud política. Pues una cosa es escribir a los pobres, seducidos por noticias carentes de reflexión. Otra es escribir a las clases privilegiadas, seducidas por la adulación, alejadas del común (Kierkegaard, 1972, 72).
En esta dirección, Karl Jaspers señala: “El periódico como idea se convierte en la posibilidad de una realización grandiosa de la cultura de masas” (Jaspers, 1933, 122). El escritor de prensa hace comprensible al lector que “carece de tiempo”, los temas que a diario nos afectan, convirtiéndose en una especie de guía político, espiritual, cultural, deportivo, entretenimiento, entre otros. No sin antes decir que, como lo deja entrever Jaspers, el punto de vista del escritor de prensa es regulado por la casa editorial y detrás de ésta, por los verdaderos dueños de la prensa.
Como vemos, el escritor de prensa, el escritor de libretos de noticias de la televisión, entre otros, no se cansan de bombardear políticamente al lector, al televidente en su modelación y conducta política, ya sea con el impacto de un suceso o la repetición incesante de un mismo titular a lo largo de varios días. De modo que este tipo de escritor no precisa de la profundidad, de la rigurosidad de las fuentes, mucho menos de una ética sobre el asunto, para expresarlo de forma “sencilla”. Al respecto dice Jaspers:
No sólo hay que captar con serenidad de espíritu lo que está sucediendo, sino que hay que expresarlo en forma accesible a centenares de miles de seres humanos. La palabra que surge del momento, ésa es la efectiva. Es el trabajo más cercano a la vida y que, en parte, tiene en su mano la marcha de las cosas al intervenir en las ideas que los hombres tienen como masa. (Jaspers, 1933, 123)
Es aquel que capta el momento y participa con su pluma de lo político, más que de la ética. “Se dice y repite que es imposible permanecer honrado espiritualmente en la Prensa” (Jaspers, 1933, 124). Es lo que hoy vivimos con las noticias falsas o la llamada post verdad, que mancilla la ética de la escritura. En este sentido, nuestro pensador de Jutlandia nos da la pauta. Para él el escritor frívolo o malintencionado, a semejanza del hombre estético, vive de lo inmediato, de lo que él es a través de la escritura periodística (Guerrero, 2004, 107). Mientras que el escritor ético, es aquel que llega a ser, gracias a la reflexión. O sea, no se escribe, sino que sirve en el escribir. Pues todo escritor tiene un patrón común: comunicar al lector.
El escritor que se guía por la ética, es aquel que se caracteriza por su espíritu polémico y reflexivo, en razón a la verdad expresada en él; es aquel que vive en los límites del peligro de la parresía, tal como lo viven muchos periodistas libres de la censura de la prensa escrita y hablada para nuestro presente. Pues escribir es poder hablar libremente de lo que se piensa, como lo argumenta nuestro pensador danés. Ante todo, escribir está en relación con la verdad, que está en quien escribe desde una postura ética, dejando a un lado la falsedad, ya que la verdad en la escritura es poner a la luz del día nuestros pensamientos, en vez de ocultarlos, los cuales no buscan el brillo de la fama.
Es verdad, la cual (como siempre ocurre) me hubiera reportado dinero, aplauso, honor, reputación, etc., la falsedad de que lo que tenía que comunicar era “lo que la época pide”, presentando al benévolo juicio de “un público altamente estimado”, cosa que proporciona el éxito favorable y el apoyo y la aclamación de este mismo público altamente respetado. (Kierkegaard, 1972, 86)
Por tanto, quien escribe, quien comunica ante un lector o un espectador, ha de estar mediado por la ética en su pluma. De modo que, quien no asume el compromiso ético del acto de escribir ante un lector, es esclavo de otras decisiones poderosas que le obligan o le hacen escribir lo que no es suyo, en una especie de autocensura. Aplicado a nuestro presente, a nuestro contexto, nos dice Kierkegaard. “Substancialmente, he vivido como un escribiente en su comptoir. Desde el principio he sido como si estuviera arrestado y en cada instante he percibido que no era yo quien interpretaba el papel de amo, sino que otro era el amo” (Kierkegaard, 1972, 89).5
Para Kierkegaard, el escribiente ha de hacer lo que debe hacer con su pluma reflexiva, frente a una época presente cargada de miseria espiritual, de frivolidad, de mentira, de la cual la prensa, para Kierkegaard, es coautora o responsable, y de un público que también es garante de esta situación; no es un mero ente pasivo, eludiendo su responsabilidad ética como política. “Que nadie diga que en este caso le es posible a la “verdad”, mediante la ayuda de la prensa, obtener beneficios de las mentiras y los errores” (Kierkegaard, 1972, 133).
Finalmente, la “verdad” de la que habla el escritor en sus diversas formas y manifestaciones, se dirige exclusivamente al lector en su soledad y singularidad. Tal como lo dice Nietzsche: “De un libro uno se entera en su soledad” (Nietzsche, 2008, 445). No a la multitud que es mera abstracción vacía, como ya se dijo. En efecto, quien escribe ha de conocer, respirar y vivir la época que vive, para interrogarla, cuestionarla éticamente por medio de su pluma. “Y de aquí que todo aquel que verdaderamente quiera servir a la verdad es eo ipso, de un modo o de otro, un mártir” (Kierkegaard, 1972, 131).
Notas
1. El presente artículo fue presentado y aprobado como ponencia en el segundo foro nacional de profesores de filosofía y en el simposio de filosofía política. Universidad del Quindío. Armenia-Colombia. 8-10 de mayo de 2019. Deseo agradecer a la PhD en filosofía Maria Fernanda Gil C., a la Magister en literatura Marga Janeth Fernández y al Licenciado en Artes escénicas Julián Eduardo Molano por sus valiosas observaciones al presente escrito.
2. Al respecto Foucault en ¿Qué es un autor? (Foucault, 1987) resalta que quien escribe pierde su “autoría” en el anonimato de los lectores, en la que no importa quién es el autor. Este hace parte del texto. Lo que se discute es la función autor, como destaca Agamben en su libro Profanaciones en su capítulo El autor como gesto (Agamben, 2005).
3. Meschonnic, refiriéndose al acto poético, como un ejercicio de escritura o un ejercicio oral, nos dice en su texto Ética y política del traductor (Meschonnic, 2007), que es una acto ético, el cual transforma a quien escribe y transforma a quien lee; lo cual sería la transformación del sujeto, que lleva a una poética de la sociedad.
4. Como ya lo destacaba el joven Marx. “La censura es la crítica oficial; sus normas son normas críticas, las menos indicadas, por tanto, para sustraerse a la crítica que ellas mismas proclaman” (Marx. 1982,149). Censura que se extiende al mundo de la vida cotidiana, como lo vemos en la novela 1984 de George Orwell (2015). La censura, es el miedo a la verdad más que a la mentira. Un ejemplo clásico de ello, lo vemos en la amonestación realizada al filósofo alemán Kant por el gobierno prusiano.
5. En este sentido, Kierkegaard se refiere a Dios, pero que nos sirve para nuestro propósito.
Bibliografía
Agamben, G. (2005). Profanaciones. Buenos Aires: Adriana Hidalgo.
Dostoiewski, F. (2009). Humillados y ofendidos. Barcelona: Editorial Juventud.
. (2011). El adolescente. Barcelona: Editorial Juventud.
Foucault, M. (1987). ¿Qué es un autor? Revista Bogotá. Volumen II. # 11. Marzo de 1987. Universidad Nacional.
Gil Claros, M.. (2012). Las artes de la existencia: Un asunto de orden pedagógico y político. Madrid: S&S editores.
Guerrero, L. (2004). La verdad subjetiva. Sören Kierkegaard como escritor. Universidad Iberoamericana.
Jaspers, K. (1933). Ambiente espiritual de nuestro tiempo. Buenos Aires: Labor.
Kant, I. (1989). La metafísica de las costumbres. Madrid: Tecnos.
Kierkegaard, S. (1972). Mi punto de vista. Buenos Aires: Aguilar.
Marx, C..; Engels, F. (1982). Observaciones sobre la reciente instrucción prusiana acerca de la censura. En Marx. Escritos de juventud. México: Fondo de Cultura Económica.
Meschonnic, H. (2007). Ética y política del traductor. Buenos Aires: Leviatán.
Nietzsche, F. (2008). Fragmentos póstumos. Volumen IV. 1885-1889. España: Tecnos.
Orwell, G. (2015). 1984. Bogotá: Penguin Random House.
Unamuno, M. (1984). Del sentimiento trágico de la vida. Barcelona: Ediciones Orbis.
Mario Germán Gil Claros (mariogil1961@gmail.com). PhD en filosofía. Catedrático universitario. Coordinador Humanístico de la Fundación hispanoamericana Santiago de Cali- Colombia. Lider del grupo de investigación Redipe: Educación, Epistemología y Filosofía. Clasificado por colceincias- Colombia.
Recibido: 24 de mayo de 2019
Aprobado: 20 de marzo de 2020
Rev. Filosofía Univ. Costa Rica, LIX (155), 29-34, Setiembre-Diciembre 2020 / ISSN: 0034-8252 / EISSN: 2215-5589