Mora Perpere Viñuales

Vida heroica y fidelidad a uno mismo:
Una lectura desde el raciovitalismo orteguiano

Resumen: En el presente trabajo se estudia el concepto de heroísmo que presenta Ortega y Gasset a lo largo de sus obras como ejemplo paradigmático de vida al servicio de la vocación. El héroe es concebido por Ortega como un individuo que se exige a sí mismo, que busca desprenderse de la costumbre, de las exigencias del entorno y del ser por cuenta de otros para, en cambio, mantenerse siendo fiel a sí mismo. Se analizan, además, dos notas características de quien desea llevar este modo de vida adelante: la tragedia y el sentido deportivo de la vida.

Palabras clave: Vida humana – Heroísmo – Autenticidad – Vocación – Proyecto vital.

Abstract: The aim of this work is to study the concept of heroism that Ortega y Gasset presents throughout his works as a paradigmatic example of life at the service of vocation. The hero is conceived by Ortega as an individual who demands himself, who seeks to let go of habit, of the demands of the environment and of being on behalf of others, and, instead, tries to remain faithful to himself. Moreover, two characteristic notes of those who wish to carry this way of life forward are analyzed: tragedy and the sporting meaning of life.

Keywords: Human life – Heroism – Authenticity – Vocation – Vital Project.

1. Introducción

Al hacer referencia a la vida humana, Ortega realiza una crítica a aquellos que reducen la explicación del concepto vida a una disciplina particular como es la biología. Considerar la vida de esta manera implicaría reducirla a determinadas funciones vitales, corporales o psíquicas. Para Ortega, en cambio, la vida es algo mucho más amplio que un conjunto de fenómenos orgánicos e inorgánicos. En todo caso, estos fenómenos –al igual que otros elementos y modos de ser– se encuentran ya dentro de la vida ordinaria del hombre. La misma es aquel “hecho radical que envuelve y comprende todos los demás hechos; es aquello que es supuesto de todo lo demás”, (Ortega y Gasset, 2004-2010a, 501)1, explica en 1931.

Esta vida no le fue dada hecha al hombre, sino que se trata de un proyecto individual que el mismo debe buscar conocer y cumplir si desea alcanzar su propia autenticidad. Ello requiere, entre otras cosas, la realización de un esfuerzo permanente, además de la fortaleza necesaria para enfrentar la propia inseguridad. Por esta razón, Ortega considera que la mayoría de los hombres desiste de esta tarea y falsifica su existencia. Sin embargo –considera– existe una minoría que se resiste a esto último y que, en cambio, decide hacerse cargo del destino propio. La descripción que realiza el filósofo de estos individuos se ve reflejada en su noción de héroe.

El concepto de heroísmo aparece analizado desde Meditaciones del Quijote, y atravesará todo el planteamiento ético de Ortega. El héroe es concebido como aquel que se exige a sí mismo, aquel que busca desprenderse de la costumbre y mantenerse fiel a su íntimo ser. Por medio de este concepto, Ortega deja en claro que el héroe no es, como podría pensarse en un primer momento, un ser trascendente o divino. Por el contrario, es un ser humano cuya vida, al igual que la del resto, está compuesta por su yo y su circunstancia pero que, sin embargo, es capaz de un determinado comportamiento moral.

El presente trabajo se propone repasar el concepto de vida heroica que Ortega desarrolla en sus obras como caracterización del hombre que elige vivir al servicio de su vocación. Con este fin, el análisis se centrará, en primer lugar, en la figura del héroe en sí misma y se buscará determinar qué distingue la vida heroica de la vida del hombre vulgar. Esto conducirá, en segundo lugar, a analizar dos caracteres que, aunque a primera vista puedan parecer contrapuestos, se encuentran siempre presentes en la vida del héroe: la tragedia y el deporte. Se buscará, así, determinar qué papel cumplen en aquel modo de vida y de qué manera coexisten en la misma.

2. La figura del héroe

A lo largo de sus obras, y al hablar sobre el ser humano, Ortega se refiere en numerosas oportunidades a lo que él denomina “vida heroica”. El héroe es un hombre que se encuentra, al igual que el resto, inmerso en la trama moral del mundo y que debe ser fiel a su vocación individual si desea llevar adelante una vida auténtica. Pero si algo lo distingue del resto de los hombres es que, en aquella búsqueda, el héroe logra separarse de las costumbres y tradiciones de la sociedad en la que vive, para en cambio pensar, decidir y actuar desde su íntimo ser. En otras palabras, en el intento de cumplir con su vocación, este hombre se resiste a que algo externo –sean personas individuales o la sociedad misma– le imponga determinadas acciones a seguir. Por el contrario, busca dentro de sí mismo el origen de sus actos. Por esta razón, en la medida en que el heroísmo consiste en que cada hombre busque cumplir con su destino individual y único, sería contradictorio intentar adscribirlo a determinados contenidos específicos de la vida humana.

El hecho de hablar de vida heroica podría llevar a suponer que la misma estuviera reservada a unos pocos hombres. Pero lejos de afirmar esto, Ortega considera que todo individuo puede llevar adelante este tipo de vida si se compromete a ser y a actuar desde sí mismo. Es decir, si se decide a dejar de lado las convenciones, costumbres o hábitos del resto de los individuos y, en cambio, se compromete a buscar dentro de sí el origen de sus actos. “La acción heroica es, en todo caso, una aspiración a innovar la vida, a enriquecerla con una nueva manera de obrar” (2004-2010b, 310), explica Ortega. La vida heroica supone, así, una permanente invención.

El héroe orteguiano es, entonces, aquel hombre que elige ser en su vida efectiva aquel que es en su intimidad. Para lograr este tipo de vida, lo primero que debe hacer es aceptar su menesterosidad. Esto significa que este individuo no se presenta a sí mismo como habiendo ya cumplido con su proyecto vital, sino como alguien que se encuentra realizando permanentemente el esfuerzo por cumplirlo. El héroe tiene, efectivamente, la voluntad de ser aquello que aún no es y, de esta manera, acepta y quiere su trágico destino. No adopta un gesto ajeno ni imita las acciones de otros, sino que busca que el origen de todas sus acciones se encuentre siempre en él mismo. Para ello, debe liberar dos tipos de lucha simultáneamente: una externa –el intento de mantenerse firme frente a la costumbre, mandatos o presiones del entorno– y una interna –el buscar desprenderse de aquella parte de sí mismo rendida al hábito y ligada a la inautenticidad–. Esto significa que a este individuo no le bastará con reivindicar su yo frente a lo que no es él, porque eso otro constituye parte de su circunstancia y, por lo tanto, parte de sí mismo. Lo que deberá intentar, en cambio, es desagarrarse de la parte inauténtica de su propia vida. (Marías, 1960, 436).

Llegado este punto, el planteamiento de Ortega resulta optimista. Y es que, lejos de considerar que sólo algunos hombres tendrán la fortaleza necesaria para librar aquellas luchas y buscar así una vida auténtica, considera en cambio que todos los hombres son en alguna medida héroes. Al hablar sobre la felicidad –sentimiento al que conduce la vida auténtica– Ortega afirma que todos los hombres son, en alguna medida, felices e infelices. En esta misma línea, al hablar sobre la vida heroica, afirma el filósofo que todos los hombres llevan, en algún punto, una vida heroica. “Todos en varia medida somos héroes y todos suscitamos en torno humildes amores. (...) Somos héroes, combatimos siempre por algo lejano y hollamos a nuestro paso aromáticas violas”, explica en Meditaciones del Quijote (Ortega y Gasset, 2004-2010c, 754)2. El hombre que lleva adelante una vida heroica no necesita realizar grandes hazañas contra el curso del mundo, sino salvarse en su circunstancia y, en esa salvación, otorgarle un sentido en la búsqueda de cumplir con la individual vocación. Este hombre será aquel “que descubre en la realidad misma, en lo que tiene de más imprevisible, en su capacidad de innovación ilimitada, la sublime incubadora de ideales, de normas, de perfecciones” (2004-2010d, 181), explica Ortega en 1916. No se trata de realizar gestos trascendentes, sino de cultivar la propia individualidad y, con voluntad de ser uno mismo, forjar la propia vida con originalidad práctica (Cerezo, 2013, 45).

Lo contrario a la vida heroica es, para Ortega, el alma del villano. Este hombre vive pendiente de lo necesario y de aquello que debe realizar por fuerza. Desconoce aquel aspecto de la vida en que ésta sólo se ocupa de actividades superfluas o que no responden a la necesidad natural e ignora, así, lo que significa el desborde de la vitalidad. El villano es aquel que obra siempre obligado. Sus acciones son, entonces, continuas reacciones. Sin embargo, está tan acostumbrado a este tipo de obrar que le parece un tanto demente aquel que tiene voluntad de aventura y que asume una tragedia que nadie le obliga a tener3.

Si bien es evidente que la vida heroica, en tanto auténtica, conduciría a la felicidad, la misma conlleva siempre un inevitable dolor. Y este malestar surge porque aquel hombre se resiste a resignar un papel ideal. Si cada uno de sus actos supone, como se ha visto, una lucha con elementos externos e internos a sí mismo, es evidente que su vida es, asimismo, una continua resistencia. En este punto, y a primera vista, puede llamar la atención que Ortega afirme, por un lado, que la exigencia del hombre a la vida es la de alcanzar la felicidad y, por otro, que caracterice la vida del héroe
–esto es, la de aquel que busca mantenerse fiel a su destino y aproximarse así a la felicidad– como una vida trágica. Sin embargo, lejos de consistir en una incongruencia en su pensamiento, se trata de dos aspectos que forman parte de la vida heroica. El héroe lleva adelante una vida trágica pero, a su vez, le añade a la misma un sentido deportivo de la vida. Estos dos elementos –tragedia y deporte–
serán centrales para comprender el concepto de heroísmo en Ortega.

3. Heroísmo y tragedia

Ortega presenta el destino del hombre como aquel proyecto vital que conforma el ser íntimo de cada individuo y que le indica así su trayectoria vital. Es evidente, entonces, que nadie elige su destino sino que, en todo caso, cabe aceptarlo y trabajar por cumplirlo, o simplemente negarlo y vivir de manera inauténtica. El héroe, como se ha visto, será aquel que elija libremente su destino y busque a cada instante cumplirlo. Esto supondrá una lucha permanente en su vida, y la realización de un esfuerzo sin pausa por mantenerse constantemente en el camino hacia la autenticidad.

Ya en 1905, en una de las cartas que envía a su novia, el joven Ortega explicaba que encontraba en el Quijote a un Cervantes que llora sobre la imposibilidad de lo heroico. Y citaba a continuación, la frase de Mme. Stael: “Lo más grande que el hombre ha hecho lo debe al sentimiento doloroso de lo incompleto de su destino” (Ortega y Gasset, 1991, 322). El destino es siempre inabarcable y su ejecución nunca puede ser completamente consumada. Por esta razón, porque quedará inevitablemente inconcluso, el destino es siempre trágico.

En esta misma línea, Ortega explica en Meditaciones que el héroe de la tragedia se caracteriza por la voluntad de ser lo que aún no es. Su vida consiste justamente en anticiparse al porvenir al cual aspira. Es por esto que el héroe tiene “medio cuerpo fuera de la realidad” (Ortega y Gasset, 2004-2010c, 821). Esto significa que, aun teniendo los ojos puestos en el porvenir, su vida se desarrolla en una circunstancia presente y concreta. Y en ello radica justamente su tragedia: en la distancia y tensión que existe entre la aspiración que motiva sus acciones, y lo concreto de su vida efectiva. Cuando aquel personaje busca, en cambio, estar adscrito al puro presente y dejar de lado las aspiraciones, cuando simula haber alcanzado aquello que en el verdadero héroe sólo puede presentarse como aspiración futura, no puede más que adquirir un carácter cómico. Este hombre debería provocar más risa que admiración. Y se trataría de una risa útil, afirma Ortega en Meditaciones: “Por cada héroe que hiere, tritura a cien mixtificadores” (2004-2010c, 821).

En este sentido, entonces, queda de manifiesto que la vida del héroe es siempre trágica. Pero no se trata de una tragedia que recaiga externamente sobre su vida. Por el contrario, la misma constituirá una tragedia en la medida en que ese hombre ha aceptado libremente su destino y se esfuerza permanentemente por realizarlo. En otras palabras, lo trágico del héroe radica en su propio querer, en su propia voluntad: “El sujeto trágico no es trágico, y, por tanto, poético, en cuanto hombre de carne y hueso, sino sólo en cuanto que quiere. La voluntad –ese objeto paradoxal que empieza en la realidad y acaba en lo ideal, pues sólo se quiere lo que no es– es el tema trágico” (2004-2010c, 818), explica Ortega. Así, el héroe es trágico en tanto proyecto de sí mismo, en tanto pretensión, y no en tanto ente natural. Ortega ejemplifica esto mismo afirmando que “las desdichas del Príncipe Constante eran fatales desde el punto en que decidió ser constante, pero no es él fatalmente constante” (2004-2010c, 819). Así, y tal como explica Marías, el héroe –o lo que es lo mismo, el yo auténtico– consiste es ser pretensión y proyecto, programa vital, personaje novelesco, papel o rôle, que se quiere y al que se elige libremente serle fiel. (1960, 437).

Ahora bien, si el héroe acepta libremente su destino es porque entiende que el mismo constituye su íntimo ser. Y como no resigna aquel personaje ideal que debe realizar, se entrega libremente al esfuerzo y dolor que eso conlleva. Por esta razón, no se trata de una tragedia en términos negativos –como lo sería, por ejemplo, que se le impusiera externamente un estilo de vida con el que debiera cumplir, o que se le exigiera la realización de un papel ideado por otro individuo–. Se trata, en cambio, de una tragedia que impulsa al hombre a la acción, a buscar la autenticidad de su propia vida, a labrar “de su materia fatal una figura noble” (Ortega y Gasset, 2004-2010e, 372).

En este punto, se debe recordar la distinción que realiza Ortega entre el auténtico héroe y aquel que lleva adelante una vida similar pero con el sólo fin de resultar ejemplar para otros hombres4. Si bien ambos asumen libremente el esfuerzo que implica aquel tipo de vida, es evidente que lo hacen con fines distintos. El primero de ellos no se propone nunca ser ejemplar para el resto. Obedece, en cambio, a una profunda llamada interior que lo incita a cumplir con su destino y se entrega libremente a la realización del esfuerzo que eso implique. Es posible que en aquella entrega espontánea, y aun sin proponérselo, alcance cierto tipo de perfección y eso resulte ejemplar para otros, pero su esfuerzo no va dirigido hacia algo externo sino todo lo contrario. En el segundo caso, nos encontramos frente a un hombre que comienza por lo último: se propone, en primer lugar, resultar ejemplar. Este hombre no siente apetito de perfección real ni de cumplimiento de su destino individual. Su afán consiste únicamente en alcanzar la ejemplaridad. Así, este hombre que concentra su energía en mostrar la heroicidad de su vida, asume en realidad un esfuerzo estéril que lo conduce a no crear nunca nada positivo ni valioso.

Si lo propio del héroe es querer su propio destino, es evidente que el esfuerzo que realiza para alcanzarlo cobra especial importancia dentro de su vida. Se trata de un esfuerzo que elige y busca, y que tiene para él un profundo sentido. Así, Ortega explica que el héroe “dará a su esfuerzo el aire jovial, generoso y algo burlón que es propio al deporte” (2004-2010g, 609). Por esta razón, la vida heroica sólo se comprende si a su aspecto trágico se le añade un segundo elemento: el sentimiento deportivo de la vida.

4. Heroísmo y deporte

Hasta aquí se ha visto el componente trágico de la vida heroica. Y si bien es evidente que aquella tragedia proviene de la búsqueda de autenticidad que lleva adelante el individuo, referirse a este tipo de vida únicamente por su componente trágico sería definirla sólo parcialmente. En efecto, si aquella vida sólo consistiera en dolor y desventura, el hombre muy pronto se decidiría a abandonarla. Pero si sigue en ella, si continúa en la búsqueda de cumplir con su íntimo destino, es porque acepta libremente el esfuerzo y el riesgo que esta vida le exige. En este sentido, en 1933, Ortega explicaba: “Para sentir la angustia es preciso seguir en la vida. Si yo me voy de la vida se acaba la angustia. Pero seguir en la vida es aceptar libérrimamente la angustiosa tarea” (2004-2010h, 252). Esta libre aceptación de la dificultad, explica a continuación, es la definición del esfuerzo deportivo.

De esta manera, Ortega realiza una distinción entre dos tipos de esfuerzo que el hombre realiza en su vida cotidiana. El primero de ellos es aquel al cual está obligado desde el mismo momento en que se encuentra con vida e inmerso en un entorno. El individuo debe necesariamente responder a las exigencias de este último, además de a sus propias necesidades biológicas. Su quehacer cotidiano requerirá así un esfuerzo permanente, pero éste será siempre dirigido y necesario. Elegir no realizar este esfuerzo sería equivalente a elegir no seguir con vida.

Pero existe otro tipo de esfuerzo que el hombre realiza por íntimo impulso, sin que nada externo lo obligue a ello. Se trata de un esfuerzo que no es necesario –en tanto podría no realizarlo y aun así continuar con vida– pero que elige por propia convicción. Este tipo de esfuerzo tiene, para Ortega, un carácter deportivo. En el deporte lo que da valor al esfuerzo es la espontaneidad con que se asume, y no la búsqueda de recompensas. Se trata de un esfuerzo aceptado libremente. Quien lo realiza se complace en hacerlo. Y a diferencia del trabajo, este esfuerzo no es utilitario ni remunerado sino siempre espontáneo y lujoso. A tal punto es central el esfuerzo deportivo que, a juicio de Ortega, sólo por medio del mismo el hombre ha llegado a las obras verdaderamente valiosas. En este sentido, afirma: “La creación científica y artística, el heroísmo político y moral, la santidad religiosa son los sublimes resultados del deporte” (2004-2010g, 609).

Así, es evidente que la vida heroica no es únicamente trágica y dolorosa, sino que el héroe quiere y acepta aquel drama que esa vida conlleva y se complace en realizar el esfuerzo. Le otorga a su vida un sentido deportivo por medio del cual convierte aquel drama en aventura y empresa. “La vida es precisamente la unidad radical y antagónica de esas dos dimensiones entitativas: muerte y constante resurrección o voluntad de existir malgré tout, peligro y jocundo desafío al peligro, “desesperación” y fiesta, en suma, “angustia” y “deporte”” (2004-2010i, 1140), explica Ortega. Por esta razón, por ver en la vida heroica estas dos caras complementarias, el filósofo sostiene que allí convergen las dos grandes visiones del hombre en la historia: la cristiana, para quien la vida es constitutivamente angustia, y la pagana, que concibe esta angustia como impulso para la actividad y para el esfuerzo que eso implique. Y si bien esta afirmación puede resultar para algunos cuestionable, lo que Ortega busca es acentuar la síntesis de tragedia y deporte existente en la vida heroica y auténtica. En este contexto, afirma: “La vida como angustia [¿Señor Heidegger? ¡Muy bien! Pero además...:] la vida como empresa” (2004-2010j, 541). Emprender aquella aventura aun aceptando la angustiosa tarea es la definición de esfuerzo deportivo.

Ahora bien, la importancia que Ortega otorga al sentido deportivo de la vida exige realizar una aclaración: no debe confundirse el deporte con el simple juego. Este último no requiere esfuerzo sino que tiene como fin el descanso y la diversión. Se trata de un medio que el hombre tiene para evadirse de la realidad. Y si bien la distracción es algo consustancial a la vida humana –no es, en rigor, algo frívolo, aclara Ortega en 1946 (2004-2010k, 847) – no tendría sentido, sin embargo, querer hacer de la totalidad de la vida puro pasatiempo. El deporte, en cambio, implica siempre entrenamiento, esfuerzo, disciplina, incluso riesgo –aunque sólo sea el del esfuerzo excesivo–. La vida heroica buscará, así, el compromiso y el empeño.

Al referirse a esta visión de la vida heroica, y al sentimiento deportivo de la misma, Cerezo plantea que finalmente pareciera que este tipo de vida conduce a una actitud egotista (2009, 161). En el deporte, afirma, el esfuerzo va mucho más dirigido a lograr la perfección propia que la ajena. Y si bien hay una búsqueda de superación, aun así le falta un elemento de generosidad o autodonación que habitualmente se vincula con la ética. El deportista será capaz de jugarse la vida por su afición, pero no de jugarse la vida por el otro. Cerezo incluso traspone este mismo análisis a la vocación: la misma estaría concebida, a su juicio, en términos puramente individuales y atendiendo a la perfección propia, pero sin tener en cuenta la ajena. Pero si bien el deporte puede ser entendido como perfección propia, es evidente también que aquella perfección redunda siempre, aunque sea de modo indirecto, en la perfección del conjunto. Cerezo acepta esto, o como mínimo lo asume como posible respuesta. Pero considera que aun así, la figura del esfuerzo deportivo le “queda chica” a una ética que, como tal, debería poner su centro en la alteridad y en el vínculo intersubjetivo.

Aceptar el esfuerzo de la vida auténtica –y, por lo tanto, rehuir de la comodidad que supone el imitar vidas ajenas– es lo que diferencia al héroe del hombre vulgar. Mientras es evidente que el primero acepta las dificultades, obligaciones y deberes que aquel tipo de vida le exige, el segundo sólo aspira a continuar siendo aquello que es. Incluso puede aspirar a ser lo que es otro, pero en ningún caso busca cumplir con su destino individual. En relación a esta distinción, Ortega afirma que “todos los grandes ejemplares humanos han buscado y querido el peligro y el dolor. Por íntima afición eludieron la comodidad, pusieron pecho al enemigo, se consumieron en la batalla o en la idea, y navegaron en Gólgotas...” (2004-2010l, 834). La vida heroica expresa siempre un carácter de grandeza en el hombre.

El carácter deportivo de la vida heroica parece, para algunos, incompatible con la tragedia que supone el intento de llevar adelante una vida auténtica y al servicio de la vocación. En este sentido, Morón Arroyo afirma que esta doble concepción de la vida auténtica se debe a planteamientos realizados en distintas épocas de Ortega –una vitalista y una existencial–. Si bien no resultan necesariamente incompatibles, sí corresponden a distintas etapas de su pensamiento (1968, 402). También el propio Aranguren hace referencia a este punto (1958, 31-36). La pregunta que se realiza es cómo debe entenderse la ética de Ortega, si como quehacer moral y auténtico o como deporte. Con esta pregunta acentúa en primera instancia la aparente incompatibilidad de ambas opciones. A su juicio, le parece evidente que “dentro de una tipología moral, el hombre deportivo y lúdico y el hombre auténtico, que toma en serio la vida, pertenecen a especies claramente diferenciadas” (1958, 32). Pero aun así, considera –en una línea similar a la de Morón Arroyo– que esta tensión aparente no es una contradicción dentro del pensamiento de Ortega sino que se debe, en realidad, a que el filósofo buscaba encontrar un punto medio entre la ética vitalista y la ética existencial. Por su parte, Ferrater Mora afirma que la tesis de Ortega sobre la vida auténtica no parece siempre compatible con la actitud deportiva a la que él mismo llama. Sin embargo, considera que la respuesta que daría Ortega a esta aparente incompatibilidad resulta bastante evidente. Y es que, en primer lugar, la sensación de inseguridad y el esfuerzo que requiere la vida auténtica no tiene por qué ser necesariamente opuesta al hecho de llevar adelante la vida con una alegre vitalidad. Y, en segundo lugar, el hecho de sentir inseguridad conlleva, naturalmente, el anhelo de la seguridad. Por esta razón, la metáfora del naufragio ilustraría en gran medida el esfuerzo deportivo: sensación de ahogo pero braceo continuo por querer mantenerse efectivamente con vida (Ferrater Mora, 1958, 109-110).

Si bien a primera vista pareciera que estos elementos se encuentran en permanente tensión, o incluso que se excluyen mutuamente, lo cierto es que los mismos están presentes a lo largo de la obra de Ortega en su conjunto. La vida como drama y la vida como deporte conviven dentro de la filosofía de Ortega porque hacen referencia a dos aspectos de la vida humana que se presentan en un contexto ontológico mayor. Si estos elementos se encuentran en algún momento en tensión, será en todo caso una tensión constitutiva de la ética orteguiana (Orringer, 1979, 310-315)5. Se podría encontrar incluso en Ortega una respuesta a esa aparente contradicción cuando en 1947 afirma que “será todo lo paradójico que se quiera, pero la verdad fundamental es que al hombre “le gusta pasarlo mal” y esto es la definición de deporte. (...) La Vida es sentirse morir y gritar a la vez:
da capo!” (2004-2010i, 1142).

Tal como sostiene Cerezo, la vida del héroe es la vida bien-aventurada, porque aquel hombre habrá acertado con la aventura que su íntimo ser le exigía. Por esto mismo, una moral heroica es también una moral de la felicidad (Cerezo, 1984, 375). En este sentido, en Revés de Almanaque Ortega afirma que sería un error creer que la felicidad excluye al dolor y a la angustia. Por el contrario, las incluye, son un ingrediente de ella (2004-2010m, 822). Hay un dolor que forma parte de la felicidad y que se acepta y se quiere como elemento constitutivo de la misma –de igual manera que hay un placer que conduce a la infelicidad–. Así, lo que justifica moralmente aquel dolor es la búsqueda de una vida auténtica que conduce finalmente a la felicidad (Cerezo, 1984, 374).

Este esfuerzo deportivo se contrapone al esfuerzo puro. Este último carece de finalidad y conduce únicamente a la melancolía. Para quien lo realiza, el valor del mismo no se mide por su utilidad, sino sobre todo por su dificultad, por la cantidad de coraje que requiera. A este hombre, más que la acción le interesa la hazaña. Es el tipo de esfuerzo que, a juicio de Ortega, Cervantes le atribuyó al Quijote, a quien “todo alrededor se le convierte en pretexto para que la voluntad se ejercite, el corazón se enardezca y el entusiasmo se dispare. Mas llega un momento en que se levantan dentro de aquel alma incandescente graves dudas sobre el sentido de sus hazañas. Y entonces comienza Cervantes a acumular palabras de tristeza” (2004-2010n, 664). Se trata de la melancolía propia de aquel que no ha orientado su esfuerzo hacia ninguna meta y que ahora no sabe realmente qué logra con el mismo.

Ortega afirma que la mayoría de los hombres dedican grandes esfuerzos y gran parte de su vida a actividades que, si fueran fieles a su vocación, no realizarían. Se trata de actividades forzosas que, aunque a primera vista pareciera que llenan su tiempo, en realidad se lo quitan. Estas actividades se realizan, no por estimación de las mismas, sino por el resultado que tras sí dejan, sea éste prestigio, dinero, o simplemente –y de modo frecuente– cumplir con las exigencias del entorno. Mientras el individuo se encuentra sumergido en este tipo de ocupaciones, y realizando un esfuerzo que no va dirigido de ninguna manera al cumplimiento de su vocación, es habitual que se proyecte en su fantasía otro tipo de vida colmada de actividades en las que no sentiría perder el tiempo sino todo lo contrario. Se trata de actividades felicitarias, afirma Ortega, que, a diferencia de las trabajosas, se realizan por la satisfacción que ellas mismas le proporcionan al individuo, sin importar su utilidad. Pero esto no debe llevar a pensar que las mismas se realizan por esfuerzo puro. Aunque no se piense en términos utilitarios, o en el beneficio que por medio de ellas se pueda obtener, tampoco se realizan por la pura hazaña. En todo caso, la búsqueda de este tipo de actividades va guiada por el afán de cumplir con el proyecto vital individual y alcanzar la felicidad propia de la vida auténtica. Quien realiza estas actividades lo hace, así, por absoluta complacencia en ellas mismas.

En todo hombre, estas dos actividades están en tensión. Pensar que un individuo realiza únicamente actividades felicitarias sería equivalente a afirmar que un hombre se mantiene permanentemente en el camino de la autenticidad y que, en consecuencia, es constantemente feliz. Pero si bien esto no es viable, es evidente que el hombre sí puede intentar mantenerse fiel a su vocación lo máximo posible y aceptar libremente el esfuerzo que esto implica. Para realizar este esfuerzo deportivo que la vida heroica exige, aquel individuo deberá caracterizarse por su disposición permanente a librar esta batalla y, en consecuencia, por su grandeza de espíritu.

5. Comentarios finales

El concepto de vida heroica está presente desde los primeros escritos de Ortega y atraviesa toda su obra. Por medio de este concepto, el filósofo nos señala la importancia –a la vez que la dificultad– de llevar adelante una vida al servicio de la vocación. El héroe es concebido por Ortega como un individuo que se exige a sí mismo, que busca desprenderse de la costumbre, de las exigencias del entorno y del ser por cuenta de otros para, en cambio, mantenerse siendo fiel a sí mismo. Este hombre se caracteriza, además, por tener dos actitudes ante la vida. Por un lado, por asumir su carácter trágico, esto es, por aceptar el hecho de que siempre habrá una distancia infranqueable entre aquella aspiración que motiva cada una de sus acciones, y lo concreto de su vida efectiva. Por otro lado, por aceptar libremente esta angustiosa tarea y asumir con alegría el esfuerzo que la misma implica. Tragedia y sentido deportivo constituyen, así, notas características de quien elige para sí este modo de vida.

Si bien Ortega reconoce la dificultad de llevar adelante una vida heroica de manera permanente, insiste, sin embargo, en la importancia de realizar el esfuerzo necesario para aproximarse a ello lo máximo posible. Y es que, aún sin poder lograrlo siempre, mantener este tipo de vida como anhelo le recuerda al hombre la importancia de ser fiel a sí mismo y de intentar ser en su vida efectiva aquel que es por íntima necesidad. De esta manera, se entiende que aquella imposibilidad no implica en ningún caso la indiferencia entre las acciones que realice en su día a día.

Así, por medio de figuras como ésta –la de la vida heroica– Ortega nos recuerda que en estos tiempos no alcanza con una ética que determine si nos encontramos actuando bien o mal de acuerdo a parámetros abstractos y generales. En todo caso, de lo que se trata es de medirse cada cual consigo mismo y de exigirse desde la propia libertad y decisión lo que nadie exige externamente: el anhelo y empeño por alcanzar la propia perfección.

Notas

1. Se han realizado diversas ediciones de las Obras Completas de Ortega y Gasset. En el presente trabajo, las obras se citarán por la edición de la Fundación Ortega y Gasset / Taurus (2004-2010). La fecha original de cada una de las obras se puede encontrar en las referencias bibliográficas.

2. En este sentido, señala Julián Marías que, si todo hombre es un héroe, y si el heroísmo no está adscrito a ningún contenido específico en particular, esto significa que para Ortega el heroísmo es en realidad una dimensión o carácter de toda vida humana (1960, p. 435). Pero parece más claro que se trata de un modo de vida –la vida auténtica– que aunque todos puedan elegir y esforzarse por cumplir son pocos los que en efecto lo hacen.

3. Ortega realiza esta caracterización del villano en Meditaciones del Quijote (2004-2010c, 819).

4. Ortega realiza esta distinción principalmente en su artículo “No ser hombre ejemplar” (2004-2010f, 465-479).

5. Allí, Orringer sostiene esta misma idea al realizar un análisis sobre la influencia simmeliana en el Goethe de Ortega.

Referencias bibliográficas

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Mora Perpere Viñuales (moraperpere@uca.edu.ar) es Doctora en Filosofía por la Universidad de Salamanca (España). Actualmente trabaja en la Pontificia Universidad Católica Argentina. Algunas publicaciones:

Recibido: 29 de marzo, 2020
Aprobado: 26 de julio, 2020


Rev. Filosofía Univ. Costa Rica, LX (157), Mayo-Agosto 2021 / ISSN: 0034-8252 / EISSN: 2215-5589