Sergio Martén S.

La filosofía y sus métodos:
familiaridad de los métodos filosóficos

Resumen: Se discute, a través de los parecidos de familia de Wittgenstein, varias características centrales de la labor filosófica que determinan en alguna medida su método: el desacuerdo, el diálogo, la apertura y el conocimiento.

Palabras clave: Parecidos de familia.Conversación intelectual. Desacuerdo. Apertura. Método.

Abstract: Through Wittgenstein’s concept of family resemblance, we go over some of the main features of philosophical activity that determine its method to some extent: disagreement, dialogue, openness and knowledge.

Keywords: Family resemblance. Intellectual conversation. Disagreement. Openness. Method.

1. Introducción

Tratar el tema del método en filosofía no se reduce a preguntarse cuál es el método propiamente filosófico. Pero tampoco es suficiente hablar de los métodos, en plural. Una lista exhaustiva de métodos filosóficos podría tener valor didáctico, pero no acabaría con el tema inmediatamente, puesto que deja colgando una pregunta básica de metafilosofía: ¿qué hace que un método sea filosófico?

En adelante se dará una posible respuesta a esta interrogante, para lo cual revisaremos varias reflexiones al respecto de autores con acercamientos compatibles, de modo que permiten ser conjuntados (dejando de lado ciertas debilidades de sus posturas) para dar forma a una tesis sintetizada y más robusta. Centrales a esta síntesis serán algunas de las nociones que presenta Rorty (2009) en un ensayo publicado posteriormente junto con Philosophy and the Mirror of Nature, llamado The Philosopher as Expert. Estas serán acompañadas por los trabajos de Floridi (2013), Plant (2012), Kornblith (2010), Rescher (1985) y Beebee (2017), los cuales darán más claridad y precisión a la síntesis final. El tipo de respuestas buscadas a la pregunta por el método en filosofía será informado por el concepto de familiaridad de Wittgenstein, el cual se utilizará transversalmente.

2. Parecidos de familia y método

Preguntarse por el método filosófico parece derivar en una cuestión esencialista, ya que lo que se suele esperar como respuesta es una definición socrática. Sin embargo, la historia de la filosofía nos ha mostrado que las esencias constriñen a los objetos de forma usualmente indeseada. En sus Investigaciones Filosóficas, Wittgenstein (1999, §66 y §67) presenta el problema de definir un concepto como “juego”, de manera que cualquier cosa que llamemos con ese término calce con la definición. No hay algo único que compartan todas las cosas que llamamos con ese nombre, pero sí hay “una complicada red de parecidos que se superponen y entrecruzan”. Wittgenstein denomina a esta red “parecidos de familia”, y los presenta como posible alternativa al pensamiento esencialista. Si utilizamos la familiaridad, la pregunta por lo que hace a un método específicamente filosófico se puede responder dando semblanzas, ejemplos, algunas características de las más usuales, pero también algunas de las que están más al borde de ser consideradas filosofía.

No obstante, antes de continuar con la pregunta con el método, es necesario señalar el elemento que la acompaña: la pregunta por el objeto. El objeto de investigación determina al método que se utiliza para investigarlo, al tiempo que el método delimita en algún sentido al objeto que estudia. Ambos se dan forma mutuamente, por lo que no basta con responder a la pregunta por uno de ellos. Es la suma de respuestas por el método y el objeto de la filosofía lo que da lo más cercano a una respuesta a la pregunta “¿qué es la filosofía?”. Ahora bien, respuestas a esta pregunta hay muchas. El objetivo de esta investigación es, sin embargo, hacer una consideración depurada del método filosófico. Para ello, nos valdremos de una técnica utilizada por Floridi (2011) para definir el concepto de información. El autor utiliza algo similar a la ingeniería inversa, en tanto que toma la definición ya dada de un concepto, y parte de ella para ir explicando sus partes una a una. Por las razones que se dieron más arriba, si se dan algunas formas de entender la filosofía, se debería al mismo tiempo poder dividirla en su objeto y su método, de forma que sea más claro lo que constituye a este último. Para ello, se presentará en las siguientes secciones algunas nociones de filosofía que guardan compatibilidad entre sí y que permiten dar una idea más general de lo que podría considerarse como un método filosófico.

3. Filosofía y conversación

En The Philosopher as Expert, Rorty (2009) ofrece una tesis de lo que se podría considerar el expertise del filósofo. ¿En qué es un experto el filósofo? ¿Cuál es la habilidad o la pericia que le pertenece específicamente al filósofo en contraste con otras disciplinas? El manejar (dominar, comprender, conocer) la conversación intelectual de occidente (entendido en un sentido amplio, no necesariamente geográfico).

Los filósofos son filósofos, no porque tengan fines e intereses comunes (no los tienen), o métodos comunes (no los tienen), o porque estén de acuerdo en discutir un conjunto común de problemas (no lo hacen), o porque estén dotados de facultades comunes (no lo están), sino simple y llanamente porque participan de una única conversación continua. (Rorty, 2009, 411; la traducción al español es propia)

No hay entonces un método filosófico. En consecuencia, tampoco hay un objeto, o un tipo de objetos en la filosofía. Pero sí existe, según Rorty, una suerte de columna vertebral que informa toda la disciplina, y es la conversación que se ha dado a lo largo de su historia en torno a los más variados temas. Mas no se trata de cualquier conversación coloquial, sino la conversación específicamente intelectual. El autor no explicita exactamente a lo que se refiere con este término, pero se puede inferir que con él indica al menos dos cosas: la conversación presenta cierto nivel de formalidad (se puede pensar en lógica, en el énfasis marcado en los argumentos, en las herramientas generales como los experimentos mentales, etc.), y además lleva una especie de hilo más o menos continuo.

Evidentemente la continuidad de este hilo depende de la narrativa producida alrededor de la disciplina, por lo que suele ser motivada por intereses, perspectivas y preferencias. Pero, a pesar de esto, se puede decir en el sentido más general que, por ejemplo, un pensador como Heidegger continúa explícitamente ciertos temas introducidos muchos siglos antes por Aristóteles, al igual que utiliza varios de sus conceptos. Alguien como Habermas está indudablemente marcado por razonamientos que surgieron en la ilustración, los cuales a su vez tienen herencia de la antigüedad. Y esta clase de herencia no es superficial, casual o rebuscada por un intérprete. Es una herencia explícita. Se comparten los mismos conceptos, aunque se les da contenidos con matices distintos, adaptados a la época. Este hilo
no es necesariamente claro, pero está ahí en la mayoría de las obras que se consideran filosóficas, funcionando como la materia prima de la conversación intelectual.

Es, además, una conversación. Una conversación no necesariamente progresa, no necesariamente tiene una finalidad. Por otra parte, se requiere de varios puntos de vista distintos para que no se transforme en algo distinto (como una lección, por ejemplo). Es un ir y venir de lo que Aristóteles llamaría, razonamientos dialécticos, no demostrativos (Tópicos, 100a-109a). Según Rorty (2009), el diálogo ha oscilado entre dos polos metodológicos y toda la escala que hay entre ellos. Por un lado está la filosofía entendida como “visión”, que tiene cercanía con las artes y sus metodologías. Por otro, la filosofía como “rigor”, la cual se acerca más a lo científico y sus formas de producir conocimiento. Ese oscilar entre visión y rigor es lo que produce innovación en la disciplina (Rorty, 2009, 405).

Tal es el expertise de un filósofo. Pero, ¿qué hace en su trabajo un filósofo promedio -no uno genial como Kant, Hobbes o Platón-? Su labor consiste, según Rorty, en interrogar algunas de las preguntas de esta conversación intelectual –las que le interesen, las que tengan mayor valor para su contexto social, las que sean de urgencia en alguna ciencia, etc.- con un nivel de precisión sumamente intenso. Los conceptos son la materia prima de la filosofía, y como tales los formamos, los moldeamos, los reconfiguramos y los utilizamos constantemente. Se precisa, por lo tanto, de una claridad poco usual para otras disciplinas a la hora de manejarlos. Como consecuencia, dice el autor, a lo externo la práctica filosófica aparenta ser poco importante, ininteligible o a veces incluso pretenciosa y quisquillosa.

Resulta de lo anterior una primer respuesta a las preguntas de esta investigación: la filosofía no es, como suele pensarse, un conjunto de preguntas y cuestiones fundamentales y profundas, las cuales deben ser respondidas y solucionadas de una vez por todas. Una vez que un problema puede ser resuelto para siempre, ya no es interesante para la filosofía más que como ejemplo. El interés de la filosofía está en la discusión, en el debate, en el ir y venir de razones. Por eso Rorty la define como una conversación intelectual, la cual se caracteriza por tener una precisión conceptual muy elevada. Además, como en cualquier conversación, muchos son los temas que dejan de estar sobre la mesa y desaparecen. Algunos momentáneamente, algunos para nunca volver. Piénsese en la existencia de Dios (tema del que existe aún discusión, pero está muy lejos de tener la relevancia que tenía hace varios siglos), en la existencia del alma y sus distintas partes, en el principio material del que todo lo demás surge, etc. Todos estos son problemas que tuvieron su momento de protagonismo, pero que no suelen aparecer en las revistas de filosofía más recientes porque ya no son importantes.

Esta idea de filosofía como conversación es, no obstante y de forma casi irónica, bastante difusa. A fin de cuentas, Rorty (2009) está escribiendo un ensayo, no un artículo indexado. Se puede criticar lo poco claro de los límites de lo “intelectual” de esa conversación. ¿Participa un médico en la conversación intelectual de occidente como la define Rorty? Si la respuesta es negativa, no queda demasiado claro el por qué, y no basta con su definición para deducir una justificación. Parece que el concepto de “conversación intelectual” es tan amplio, que muchas profesiones, además de los filósofos, formarían parte de ella, por lo que no quedaría muy claro en qué consiste específicamente la filosofía en tal caso1. Pero, a pesar de todas estas posibles críticas, lo que interesa es la idea de la filosofía como carente de problemas “fundamentales”, como necesariamente una discusión, un debate, siempre centrado en precisiones conceptuales casi obsesivas, a la vez que participamos de una base textual muy explícitamente interconectada.

4. Preguntas filosóficas

Ya se ha logrado formar una idea de lo que distingue a la filosofía de otras disciplinas en cuanto a las diferentes actitudes investigativas. Sin embargo, queda por aclarar lo que hace que un problema o un tema sean considerados de interés filosófico. Se sabe que están siempre variando, algunos saliendo del espacio de discusión,
otros entrando. Pero no hay claridad sobre un límite en lo que se toma como filosófico y lo no-filosófico. Floridi (2013) ofrece una explicación mediante la pregunta:
¿Qué es una pregunta filosófica? Un rasgo característico de ellas, dice Floridi (2013, 197), es que son preguntas en principio abiertas. Es decir, no se pueden responder de forma conclusiva. No son respuestas de “sí” o “no”, sino que tienen énfasis siempre en su justificación. No obstante, lo que las hace abiertas no es necesariamente su forma, su significado, o los objetos a los que hacen referencia. Es más bien el tipo de recursos que se requieren para responderlas lo que las confiere esa cualidad. Por ejemplo, hay preguntas cuyas respuestas requieren de recursos meramente empíricos: “¿Quién está ahí? ¿Qué hay de comer? ¿Cuántas personas viven en esta casa?”. Se pueden responder dando un nombre, un objeto o un número específicos y, por lo general, no permiten una discusión ulterior. También hay preguntas con recursos lógico-matemáticos: 2+2, 32x45, si un silogismo tiene una estructura válida o inválida, etc. Estas también son respondidas de forma simple, sin necesidad de una justificación y, una vez demostradas, sin posibilidad de discusión. Los dos tipos mencionados se responden de forma, por lo tanto, cerrada.

En contraste con lo anterior, hay algunas preguntas cuyas respuestas no son definitivas: ¿Debería leer las noticias hoy? ¿Por qué candidato debería votar? ¿Tiene sentido pensar en una justicia global? Ninguna de estas preguntas solicita recursos empíricos o lógico-matemáticos. Son preguntas que están abiertas en principio2 a que se den desacuerdos razonables, informados y honestos, incluso cuando todas las posibles respuestas han sido ofrecidas (piénsese, por ejemplo, en las antinomias de Kant). Los recursos empíricos y lógico-matemáticos constriñen las respuestas de las que forman parte esencial, pero no así con las respuestas que están abiertas al debate. Floridi (2013, 211) denomina a la clase de recursos que las preguntas abiertas requieren, noéticos. Los conforman los “contenidos mentales, marcos conceptuales, creaciones intelectuales, intuiciones inteligentes, razonamientos dialécticos, etc.” (210-211). Implícitamente, Floridi utiliza los parecidos de familia de Wittgenstein para hablar sobre los recursos noéticos, pues la cita anterior no funciona como una definición exacta, pero sí como una enumeración de algunas de las cosas que podrían ser consideradas noéticas. Desde la perspectiva del autor, entonces, la filosofía no busca descubrir soluciones para los problemas que se le presentan. Más bien, la filosofía apunta a diseñar posibles soluciones. Como se trata de diseños y no de descubrimientos, las respuestas de la disciplina no pueden ser correctas o incorrectas. Siempre están dentro de los límites de la validez, no obstante, pero no pueden ser demostradas como acertadas o no. Lo más que se puede hacer es mostrar mejores diseños, y las razones por las que unos son mejores que otros, pero todo va más allá de las pruebas (que requerirían siempre de recursos empíricos o lógico-matemáticos).

El aporte de Floridi (2013) tiene dos ventajas al pensar en la pregunta por el método filosófico. En primer lugar, muestra con claridad algunas de las características más relevantes del objeto de la disciplina al describir con precisión la naturaleza de sus preguntas. Y, en segundo lugar, resalta un aspecto de gran importancia para distinguir el método filosófico del de otras áreas del saber: el hecho de que en filosofía se busca diseñar respuestas, y no descubrirlas. Que las respuestas de la filosofía sean diseñadas, implica, como se dijo, que no pueden ser correctas o incorrectas, pero sí mejores o peores en su calidad explicativa y argumentativa. Pero para determinar si una es mejor que otra, se debe dar una justificación, y es ahí donde se mueve el debate filosófico.

5. Conocimiento y desacuerdo

Algunos autores han optado por encontrar una característica común a toda actividad filosófica: el desacuerdo. Este es el caso de Plant (2012), quien acepta que es intrínseco a la práctica filosófica cuando se da entre “iguales epistémicos”. Este último concepto parte de que las discusiones no se dan porque a alguno de los lados (o a ambos) le falte información, o no entienda bien el argumento de su interlocutor. Más bien, el desacuerdo se da a pesar de que todos los participantes en la discusión han leído las mismas fuentes, y muestran el mismo nivel de comprensión y capacidad argumentativa. Esta es
también la posición Kornblith (2010) y Rescher (1985), que son los interlocutores de Plant en su artículo. Para todos ellos, es evidente que en la historia de la filosofía nunca se ha llegado a acuerdos substanciales (sin que por ellos los problemas pasen a ser de otra disciplina). El problema de la filosofía surge, entonces, de la disyuntiva que aparece como consecuencia de lo anterior: si nuestra disciplina busca producir conocimiento, entonces solo podemos 1) abandonar la filosofía, ya que nunca llega a acuerdos substanciales y, por tanto, nunca genera ese conocimiento, o 2) nos tomamos la filosofía menos seriamente, como un mero juego intelectual, más que como un saber académico. Rescher (1985) y Kornblith (2010) ofrecen una posible salida alternativa a este problema.

Rescher (1985) encuentra que el desacuerdo es intrínseco a la filosofía por su pluralismo metafilosófico. En filosofía no hay soluciones definitivas por su enorme diversidad a lo largo de la historia. Al existir esta diversidad, la decisión o el juicio por una u otra no se determina por medios racionales no controversiales. Ulteriormente se resuelve por preferencias y afecciones (a nivel metafilosófico). El desacuerdo no es algo que se pueda resolver, y más bien es algo de lo que la filosofía debe adueñarse, como lo vimos con Floridi (2013). Kornblith (2010) tiene una opinión muy similar: en la filosofía no se ha hecho progreso si se revisa a consciencia, y finalmente las creencias que formamos alrededor de disputas filosóficas no son usualmente definidas por justificaciones epistémicas. La alternativa de estos autores, es que no debería preocupar a los filósofos el escepticismo que surge sobre su disciplina una vez que se encuentra la diversidad metafilosófica. Pero para Plant (2012) esto no es suficiente. Habrá que buscar una manera en la que se pueda conjuntar filosofía con conocimiento, si es que se quiere salvar a la disciplina del escepticismo.

Beebee (2018), ofrece una ruta alterna para esquivar ese escepticismo sin simplemente dejarlo de lado (como parecen hacer Kornblith y Rescher). En un artículo de mucha claridad conceptual, la autora propone algo simple: la filosofía no tiene y no debería tener nunca como fin el alcanzar conocimiento. Para conjuntarla con Floridi (2013), el conocimiento solo se alcanza con soluciones que requieran de recursos empíricos y lógico-matemáticos, por lo que la filosofía, al no requerir necesariamente de estos, no debería apuntar a conseguirlo. Más bien, el fin de la filosofía consiste en alcanzar equilibrios (razonables, informados, etc.) en las respuestas a las preguntas, y pasar a otras preguntas una vez que se llegue a esos equilibrios. La conversación debe mantenerse constantemente (con lo cual estaría de acuerdo Rorty), y, una vez alcanzado un equilibrio en las posibles soluciones a problemas, no debería transformárselas en preguntas eternas, que siempre tengan que estar en discusión. Lo que sirve a la filosofía y de lo que sacan provecho otras disciplinas, es de la riqueza conceptual de la discusión, y es tanto más rica cuanto más relevante sea el problema en el contexto. Discutir en la actualidad sobre las partes del alma, mientras que puede ser un ejercicio intelectual de algún valor en algún sentido, no tiene relevancia para el contexto de la cultura (occidental). Si el fin de la filosofía no es, entonces, el conocimiento, entonces no se cae en el escepticismo que encuentra Plant (2012), pues ni hay que tomársela menos en serio, ni hay que abandonarla. Simplemente su fin es distinto del de otras áreas del saber.

La definición de filosofía en la que se basan Plant (2012), Kornblith (2010) y Rescher (1985) no es la que se defiende en esta investigación, puesto que la intentan definir de forma esencialista (el desacuerdo como su esencia) y al mismo tiempo le ponen como finalidad el generar una clase de conocimiento. Tampoco estamos de acuerdo con la postura de Beebee (2017) en su totalidad, puesto que no creemos que la filosofía no produzca conocimiento del todo, sino que produce una clase distinta de conocimiento que el que requiere de recursos empíricos y lógico-matemáticos. Parece que todos estos autores responden a una idea de conocimiento basada en la verdad como correspondencia: solo se puede hablar de conocimiento si se descubre, si lo que decimos calza con la realidad. Es cierto que la filosofía está muy ligada al desacuerdo, al debate y a la apertura de sus preguntas, pero eso no significa que sus resultados, sus productos, no puedan ser denominados como conocimiento. Para entrar más profundamente a esta cuestión, habría que hacer otra investigación en torno a la definición del concepto de conocimiento, pero baste aquí con mencionar que el empírico no debería ser el único que se considere.

6. Conclusiones

Haciendo una síntesis de las posturas más adecuadas de los autores que se han tratado en esta investigación, la pregunta por el ‘qué’ de la filosofía se puede responder con varios elementos: es una disciplina que depende de la discusión, del debate y del desacuerdo, como ya lo había notado Aristóteles en sus Tópicos. Su fin es el conocimiento, pero no el tipo al que se suele aludir académicamente, el científico y empírico o lógico-matemático, sino uno que se diseña a partir de las soluciones más plausibles, a pesar de que prácticamente nunca se llegue a una definitiva.

De aquí podemos pasar a la pregunta que motivó esta investigación: ¿qué hace a un método filosófico? Sabemos que el objeto de la filosofía son los problemas abiertos, no los cerrados, y que por lo tanto sus recursos son, como dice Floridi (2013), noéticos. Entonces el método debe ser adaptado a estos recursos. Algunas de las cosas que hacen al método propiamente filosófico, habiendo entendido en alguna medida lo que es la filosofía y en qué consiste su objeto, son el hecho de que se busque producir una especie de conocimiento no necesariamente basado en la correspondencia entre proposición y realidad. La filosofía diseña soluciones a problemas que no serán resueltos definitivamente, y queda a decisión de quien a ella accede el escoger la que le parezca la mejor. Eso sí, las soluciones deben pasar por la formalidad de la validez lógica (que no sean autocontradictorias). Los métodos filosóficos deben tener en cuenta que nunca van a llegar a la corrección, a la verdad en un sentido absoluto, sino que siempre deberían tender hacia lograr una claridad, amplitud y precisión explicativa mayor. Se trata de acercarse a las mejores soluciones posibles para los problemas que no tienen una única, de forma que la elección queda a manos de cada individuo, no de “la razón” o de “la verdad”. Finalmente, la filosofía debería evitar intentar responder a las preguntas más relevantes para el contexto, ya sea temporal, social, geopolítico o tecnológico. Estamos de acuerdo con Beebee en que la filosofía no debería estancarse en problemas que, si bien no han sido resueltos, ya han alcanzado un equilibrio en el que agregar más palabras es ineficiente e innecesario. Es mejor que la filosofía esté siempre progresando (no necesariamente en un sentido absoluto) junto con la sociedad, de forma que los temas en los que ofrezca soluciones sean de interés para la sociedad en general, y no solo para los filósofos mismos. Estas son, en consecuencia, algunas de las características que se deberían encontrar en el método filosófico, aunque, como se discutió más arriba, evidentemente no la agotan. Habrá filosofías distintas a los extremos del espectro, pero probablemente participen en alguna medida de alguna de las cuestiones aquí señaladas.

Notas

1. Agradezco a Juan Diego Moya y a Sergio Rojas por los señalamientos a los posibles problemas con una definición de filosofía como la de Rorty.

2. “En principio” significa que no es necesario que siempre sean abiertas. Algunas preguntas que en algún contexto han sido abiertas, en alguno otro distinto pueden ser respondidas de forma conclusiva. Por ejemplo, algunos de los primeros aportes de la filosofía tuvieron que ver con cuestiones físicas que luego fueron resueltas sin dejar lugar a dudas: el agua no es el principio material de todas las otras formas materiales, no hay tal cosa como las homeomerías en la naturaleza (al menos en el sentido en que las usaba Anaxágoras), etc.

Bibliografía

Beebee, H. (2018). Philosophical Scepticism and the Aims of Philosophy. En Proceedings of the Aristotelian Society (Vol. 118, No. 1, 1-24). Oxford University Press.

Floridi, L. (2013). What is a philosophical question?. Metaphilosophy, 44(3), 195-221.

Kornblith, H. (2010). Belief in the Face of Controversy. En Disagreement, ed. Feldman, R. & Warfield, T. 29 - 52. Oxford: Oxford University Press.

Plant, B. (2012). Philosophical diversity and disagreement. Metaphilosophy, 43(5), 567-591.

Rescher, N. (1985). The strife of systems: An essay on the grounds and implications of philosophical diversity. University of Pittsburgh Press.

Rorty, R. (2009). The Philosopher as Expert. En Philosophy and the Mirror of Nature. Princeton University Press.

Wittgenstein, L. (1999). Investigaciones filosóficas. España: Ediciones Altaya.

Sergio Martén S. (serg10io@hotmail.com). Estudiante de maestría en el Programa de Posgrado de Filosofía, Universidad de Costa Rica.

Recibido: 1º de agosto de 2019

Aprobado: 23 de agosto de 2019