Carlos Alberto Navarro Fuentes

La humildad intelectual como problema ético,
epistemológico y cognitivo

Resumen: Argumento sobre la importancia de la humildad intelectual en el ámbito académico; sobre la relevante relación que esta guarda con la ética de la virtud, la epistemología y la cognición, cuya teorización y práctica puede contribuir a resolver problemas complejos de la realidad relacionados con el conocimiento y su transmisión.

Palabras clave: Humildad. Humildad intelectual. Ética. Epistemología. Cognición.

Abstract: I argue about the importance of intellectual humility in the academic field; on the relevant relationship that it has with the ethics of virtue, epistemology and cognition, whose theorization and practice can contribute to solving complex problems of reality related to knowledge and its transmission.

Keywords: Humility. Intellectual Humility.Ethics. Epistemology. Cognition.

Introducción

En este trabajo se intenta abordar el campo de la humildad intelectual en términos generales, recayendo y empleando fuentes principalmente del campo de la filosofía, la ética (la virtud, la tolerancia, etc.), la epistemología (de la virtud) y la relevancia cognitiva que esta mantiene con la subjetividad, el conocimiento (la ciencia en términos generales) y la educación (transmisión teórica y práctica de saberes), por lo que las reflexiones críticas aquí emitidas, podrán aplicar o no en particular a otro campo del conocimiento, como sería el caso de la psicología. Consideremos ¿cuáles podrían ser las formas en las que se manifiesta la humildad intelectual en el estudio de la filosofía, la ciencia, y la producción de conocimiento derivado del planteamiento de hipótesis, de la verificación de pruebas o evidencias en el ámbito experimental, de la divulgación de resultados y las labores directa e indirectamente relacionadas con la transmisión de los conocimientos? Preguntas que habrían de pensarse junto con preguntas como: ¿Cómo nos volvemos intelectualmente humildes?, ¿qué nos puede decir la cognición humana sobre la humildad intelectual? Aquí se torna necesario pensar en aquellos aspectos que pueden ayudar a los seres humanos a facilitar o a impedir el desarrollo de los ‘insumos’ necesarios para practicar la humildad intelectual, ¿o se nace humilde?, ¿o depende de la religión o de la condición socioeconómica de la persona? ¿Se aprende más fácilmente, mejor y más siendo intelectualmente humildes? ¿Las emociones afectan la posibilidad de ocurrencia de comportamientos o conductas intelectualmente humildes? La investigación sobre el impacto de la emoción en nuestro pensamiento y nuestra interacción con otros en el intercambio de ideas puede informar el estudio de la humildad intelectual.

¿Cómo identificar a alguien que es intelectualmente humilde?, y ¿por qué ha de considerarse a la humildad intelectual una virtud moral o relacionada con un conjunto de virtudes morales necesarias para poner en práctica otros valores y principios relacionados con la democracia y la justicia social? Resulta importante no perder de vista –como ya imaginó el lector– que el ‘estatus’ intelectual de la humildad intelectual es de una muy baja preocupación e interés por parte de la comunidad científica e intelectual a nivel mundial. Por lo que habrá ya ‘adivinado’ que se trata de un problema tanto global como ontológico-antropológico, ético-político, epistemológico-gnoseológico y cognitivo, en particular porque se le concede una muy escasa importancia social, cuando debiese ser todo lo contrario, por la implicación en el tendido de puentes que podría establecer en el espacio social, por ejemplo, con la soberbia científica ligada a la ‘economía-política’ de los premios, los castigos y la ‘puntitis’ que prevalece en los centros de investigación, academias y universidades donde irrumpe ininterrumpida y permanentemente el estado del arte de la producción de conocimiento científico, social y humanístico.

Por cuestiones de espacio no intentaremos responder con exhaustividad todos estos cuestionamientos, pero sí, es del interés de quien esto escribe presentar la complejidad en la cual la humildad intelectual se mueve, siendo no solo de por sí difícil su estudio, sino las relaciones de tensión y vasos comunicantes que esta guarda con la cultura, el saber, la ética y la inmensa dificultad que implica que esta pueda enseñarse, es decir, educarse para ser humilde intelectualmente tanto en términos teóricos como prácticos en los ámbitos de la ciencia, la filosofía y la ética principalmente. Tal vez la humildad deba comenzar por el reconocimiento de uno mismo a partir de tener una opinión sencilla y humilde sobre sí mismo. David Hume solía (d)escribir a/sobre la humildad como si esta se tratase de un sentimiento de vergüenza. ¿Puede darse la humildad intelectual sin este fáctico humilde reconocimiento?

Humildad intelectual. ¿Qué es y de qué se trata?

En toda historia de la filosofía encontraremos como origen o punto de arranque del estudio de la ciencia, de la naturaleza y de la ética (y de prácticamente cualquier forma de investigación racional) a los antiguos griegos. Algunas de estas disciplinas y muchas otras que de aquí se desprenden han cambiado en los siglos subsecuentes, ya no apareciendo bajo la tutela del término filosofía. Sin embargo, otras aún siguen considerándose bajo el dominio de la filosofía, como la ética, la posibilidad del conocimiento y el estudio sobre la naturaleza de la realidad, aunque ya otras ciencias y campos epistemológicos abrevan en estas esferas sin por ello desplazar a la filosofía, como las neurociencias solo por citar un ejemplo. Algunas personas piensan hoy que este tipo de cuestiones, especialmente la ética, no pertenecen a la investigación racional. En este trabajo no se estará de acuerdo con esta última corriente de pensamiento, puesto que la humildad intelectual es aquí considerada como una actitud propiamente ética para ejercer, producir y transmitir el conocimiento. Esto es en sí una tesis filosófica que no resulta en lo absoluto ajena a la humildad intelectual. Ian Church y Peter Samuelson (2016) se preguntan: ¿qué es la humildad intelectual y por qué debemos considerarla algo lo suficientemente importante como para considerarla un objeto de estudio teórico y práctico importante, sobre todo en el ámbito científico, epistemológico, teórico y académico? Ambos autores de la Universidad de Edimburgo consideran que:

Con demasiada frecuencia, cuando se hace frente a preguntas difíciles, las personas tienden a ignorar y marginar la disidencia. En todo el mundo, la política suele polarizar en magnitudes significativas; y, en muchas partes del orbe resultar peligrosa en extremo. Ya sea el fundamentalismo cristiano, el yihadismo islámico o el ateísmo militante, el diálogo religioso sigue teñido por una arrogancia aterradora y deshumanizadora, plagado de dogma e ignorancia. Por lo anterior, el mundo necesita más personas que sean sensibles a reconocer posibles fallas en sus propios intereses intelectuales; que sean más propensas a considerar “que es posible» que sus creencias políticas, religiosas y morales «puedan estar equivocadas». El mundo necesita más humildad intelectual. Pero el significado de “humildad intelectual no es del todo práctico; tiene importantes implicaciones teóricas y científicas, y es fundamental sobre todo en proyectos del ámbito filosófico y psicológico. (Church & Samuelson, 2016, p. 2)1

Habitamos en un planeta en el que los acontecimientos de índole social, económica y política como la migración forzada, las violencias que esta provoca o que se derivan de ella, la disputa por los recursos naturales entre los intereses de las transnacionales asociados con las oligarquías que habitan en torno al estado y el estado mismo, por un lado; y los pueblos originarios o poblaciones campesinas no favorecidas materialmente por la sociedad capitalista contemporánea, se vive en permanente confrontación aun en medio de los discursos sobre la democracia, los derechos humanos y el desarrollo sustentable, entre otros. Por lo que la humildad intelectual debe permitir a un investigador crítico tanto en las ciencias duras como en las ciencias sociales y las humanidades, abrir espacios para la investigación transdisciplinar de problemas complejos.

Podríamos esperar que la humildad se correlacione fuertemente con la humildad intelectual, pero no en su totalidad, ya que representan diferentes constructos. Lo anterior, podría ser sin duda un obstáculo endógeno al ser de la humildad misma, que complica más no impide absolutamente su existencia, su posibilidad, su puesta en práctica y su transmisión como enseñanza, tal como se expresaba Aristóteles de las virtudes morales, las cuales no podían ser enseñadas mediante la instrucción, pero sí aprendidas mediante la observación y la imitación en el espacio público, y su posterior reflexión. En Sócrates por otra parte, encontramos ese ejemplo de humildad intelectual de la cual Aristófanes y muchos otros de sus contemporáneos se burlaban, la cual ciertamente más que funcionar como una actitud, era parte integral de su método filosófico de indagación, lo cual no contraviene ni el objeto ni la utilidad de la humildad intelectual. La humildad intelectual es la virtud de rastrear con precisión lo que uno podría tomar sin culpa como el estado epistémico positivo de las propias creencias. No sería el mismo caso en cambio, lo que acontece con la duda metódica cartesiana.

Trasladándose a la esfera de la cognición es posible afirmar que existen diversos rasgos de personalidad, como la necesidad de cognición entendida como la tendencia de las personas a participar y disfrutar de una actividad cognitiva esforzada y la necesidad de cierre cognitivo, que se caracteriza por la necesidad de tomar decisiones, tener un problema cerrado, a partir del cual podría entrarse a estudiar la humildad intelectual. Se podría esperar que aquellos con una gran necesidad de cognición, que disfrutan de participar en el pensamiento y el aprendizaje, tengan una mayor humildad intelectual. Ser intelectualmente humilde implica valorar el testimonio, la experiencia, la observación empírica y por supuesto, reconocer las limitaciones propias y del conocimiento mismo. Los profesores y las profesoras, trabajando intelectualmente de manera humilde tienden a crear comunidades dialógicas y participativas-proactivas (Lave & Wenger, citado en Pallas, 2001, p. 7), donde resulta factible recuperar recuerdos, reconstruir memorias, compartir testimonios de dolor, de sufrimiento e injusticia, entre otros, pero también recrear mediante su propio ejercicio epistemológico: conocimientos, saberes, prácticas, procesos y metodologías. “Todo esto validado por el conocimiento común y no por creencias individuales basadas en la ignorancia, la arrogancia o las distintas formas de servilismo o dominación existentes” (Freire & Macedo, 1995, p. 379). Toda verdadera humildad intelectual debe ser incompatible con ser al mismo tiempo arrogante intelectualmente.

¿Es la humildad intelectual un rasgo estable, duradero y permanente, o esta se ve arrastrada por la corriente de las circunstancias y los cambios de estas? La respuesta es indudablemente afirmativa. Tanto el contexto como la especificidad del ‘gen’ interactuando, tienen un peso considerable en la posibilidad de ser una persona intelectualmente humilde. Por lo que resulta posible desarrollar dinámicas crítico-pedagógicas en el ámbito educativo para desarrollar disposiciones, conocimientos y habilidades de humildad intelectual en las personas, de la mano de la adquisición de saberes y capacidades alusivas a la práctica de virtudes éticas y morales como: el respeto a la diferencia cultural, la tolerancia, la alteridad, la solidaridad, habilidades dialógicas, entre otras. Así como examinar aquellas situaciones que promueven o inhiben la expresión de la humildad intelectual, resulta en una línea crítica de investigación. Poner a prueba el rasgo de la humildad intelectual en diversas situaciones epistémicas proporcionará un conocimiento crítico de cómo se desarrolla la humildad intelectual. Esto tiene implicaciones políticas significativas importantes también, puesto que podría someter a estudio situaciones de gran complejidad en las cuales intervienen diversos factores que implican igualdad de posiciones (sin jerarquías) para dialogar sobre problemas sociales, ambientales, legales, económicos, de derechos humanos, entre otros, sobre todo en aquellos donde la polémica y el desacuerdo son la norma, y por tanto requieren de la necesidad de intercambiar posiciones encontradas de manera intelectualmente humilde en provecho de la urgencia deficitaria que en materia de democracia guardan las sociedades latinoamericanas.

Autores como Mark Alfano, Kathryn Iurino, Paul Stey, Brian Robinson, Markus Christen, Feng Yu y Daniel Lapsley en su artículo intitulado “Development and Validation of a Multi-dimensional Measure of Intellectual Humility” (2017), presentan los resultados de diversos estudios realizados por ellos sobre el desarrollo y la posible validación de un modelo basado en la posibilidad de establecer una escala de humildad intelectual. Dicho estudio incorpora componentes –que deben considerarse ‘correlatos’ de la humildad intelectual– que ya hemos mencionado como los cognitivos, los motivacionales, los afectivos y los conductuales, basándose en el establecimiento de cuatro dimensiones fundamentales de la humildad intelectual:

Mente abierta (versus arrogancia), Modestia intelectual (versus vanidad), Corregibilidad (versus Fragilidad) y Compromiso (versus aburrimiento). Estas dimensiones muestran un adecuado acuerdo autoinformante y una adecuada validez convergente, divergente y discriminante. En particular, la mentalidad abierta agrega poder predictivo para una medida conductual objetiva de la humildad intelectual, hallando que la modestia intelectual se relaciona de manera única con el narcisismo. (Alfano, Iurino, Stey, Robinson, Christen, Yu & Lapsley, 2017, p. 2)

El estudio realizado a estudiantes de los Estados Unidos ha encontrado también –según dicen los investigadores que aparecen en esta publicación–, que una estructura de factores similar surge cuando los ítems de dicha escala son traducidos al alemán y respondidos por participantes germanoparlantes, dando evidencia inicial de la relevancia de la humildad intelectual en poblaciones no estadounidenses. Sin embargo, es necesario trabajar en países fuera de Europa occidental y central para evaluar mejor la relevancia transcultural de la humildad intelectual según se mide en este estudio. Lo importante de este estudio y de este tipo de estudios para la filosofía y para lo que a este trabajo le interesa, es que estos podrían y deberían replicarse en Latinoamérica, lo cual podría arrojar más evidencias sobre la interrelación compleja existente entre la cognición, el razonamiento científico, el conocimiento humano, la ética e incluso las neurociencias, todas estas en conjunto enfocadas a producir una mayor comprensión sobre la posibilidad de producir aprendizajes que permitan entender y estudiar mejor aquellos saberes, prácticas y dinámicas necesarias para generar y transmitir aprendizajes que contribuyan al desarrollo de la humildad intelectual.

Otra área para la investigación futura sobre la humildad intelectual es predecir consecuencias y comportamientos importantes basados en nuestra escala de humildad intelectual, en donde elementos emocionales, cognitivos y epistémicos se interrelacionan. Para ello tendríamos que comenzar por preguntarnos: ¿cómo afectan las emociones nuestra capacidad para ser intelectualmente humildes? Debido a que las emociones juegan un papel importante en la cognición en general, tenemos buenas razones para esperar que jugarán un papel importante en la humildad intelectual. Las emociones ayudan a enfocar la atención, interrumpen otras entradas conductuales y cognitivas. Las emociones organizan a las personas hacia metas, necesidades y preocupaciones, y motivan a las personas a abordar esas acciones específicas. Las emociones pueden ayudar a guiar la toma de decisiones. Las emociones también pueden inhibir la humildad intelectual, abrumar el pensamiento y hacer que regresemos a posiciones aprendidas y arraigadas; o, podría llevar al sujeto a estar demasiado centrado en pensar en el propio valor para ser considerado virtuosamente humilde, todos estos comportamientos o sesgos dirigidos a la autoprotección. Por ejemplo, existe evidencia de que las personas sesgan o distorsionan sus percepciones, conceptos y juicios para protegerse de estados emocionales negativos. Pensemos en escenarios tales como la guerra, donde a veces las delaciones y traiciones pueden ser la única vía para intentar salvar la propia vida, independientemente de nuestras convicciones éticas y morales, distorsionando totalmente las ideas sobre el bien, la solidaridad y el otro como correlatos de la humildad intelectual.

De lo que no hay duda y, por tanto, no hay que perder de vista cuando estudiamos la humildad intelectual sin importar la perspectiva que se asuma, es que las emociones influyen en nuestra cognición. Un lugar natural para estudiar el papel de la emoción en la humildad intelectual es la arena del desacuerdo, del conflicto, de la sublevación. Naturalmente, se espera que las personas intelectualmente humildes promuevan el florecimiento epistémico de sus colaboradores (quizás incluso a un costo epistémico para ellos mismos) en contextos sociales de resolución de problemas, mientras que las personas intelectualmente arrogantes promoverían su propio florecimiento epistémico (quizás incluso a un costo epistémico para sus colaboradores). Además, parece plausible que las personas intelectualmente humildes estén en mejores condiciones de participar en un discurso público sobre temas polémicos y controvertidos, como las consecuencias para la salud de la vacunación frente al brote de epidemias y pandemias, o la reconstrucción de la memoria por parte de las generaciones actuales sobre el Holocausto y los campos de exterminio como parte de las atrocidades cometidas por generaciones anteriores.

Ética de la virtud y epistemología (de la virtud)

¿Cómo pensar entonces estas urgentes y delicadas situaciones en términos teóricos y prácticos con humildad intelectual y lo que podría llamarse “epistemología de la virtud”?

La epistemología de la virtud se centra en el proceso mediante el cual se forman las creencias, y se analiza específicamente si la creencia fue formada o no por un ‘conocedor’ intelectualmente virtuoso. Algunos han afirmado que la humildad intelectual se encuentra entre las virtudes intelectuales. De esta manera, la humildad intelectual puede considerarse fundamental para el conocimiento mismo. Es más, la humildad intelectual puede parecer incompatible con la noción de que uno puede aferrarse a sus armas (intelectualmente hablando) cuando se enfrenta a otros que son igualmente inteligentes y están bien informados, pero que tienen puntos de vista opuestos, incluso incompatibles. Y, sin embargo, aunque ceñirse a sus armas y ser intelectualmente humildes parece incompatible, incluso los individuos paradigmáticamente humildes, intelectualmente a veces (con razón suficiente) mantienen sus posiciones ante tal desacuerdo. La importancia epistémica del desacuerdo entre pares es un tema candente en la actualidad, epistemológicamente relevante para la humildad intelectual (y viceversa). (Church & Samuelson, 2016, pp. 2-3)

La humildad se encarga de llamar la atención del intelectual, del académico-docente y del investigador –sin distinción de género– acerca de que el reconocimiento público, académico y científico no son lo más importante de su trabajo, sino lo que hace su trabajo de él o ella y lo que con este hace por la sociedad y el bien común. Una de las más sabias y necesarias virtudes de las cuales se ha encargado de estudiar la filosofía occidental desde los griegos clásicos hasta nuestros días, es la de la tolerancia. En A Small Treatise on the Great Virtues, el filósofo moral André Comte-Sponville definió la virtud moral de la tolerancia como “tolerancia activa por el bien de otro» (1996, pp. 157-172). Si bien puede parecer muy reducida la ‘idea’ sobre tolerancia que este autor tiene y ser por tanto objeto de crítica, lo significativo aquí sería pretender entender equivocadamente la ‘tolerancia’ como una virtud moral funcionando en un contexto de interacción humana ideal, en la que no existiesen conflictos sociales ni disputas por el poder, sin jerarquías sociales, diferencias culturales y socioeconómicas históricas marcadas, y en el que los deseos superfluos y pautas de consumo de unos no se convierten en las necesidades inalcanzables de otros. Aclarado lo anterior, la concepción de la tolerancia –aspecto clave constitutivo de toda actitud de humildad intelectual– que se está considerando en este trabajo resultaría más próxima al ‘reino de los fines’ kantiano-deontológico que al principio milliano-utilitarista de ‘la mayor utilidad para la mayoría’, por resultar en un estado –teóricamente en principio al menos– más afín al bien común, la solidaridad, el conocimiento compartido y la posibilidad de la tolerancia como virtud moral pensada en términos de humildad intelectual y dignidad humana. La tolerancia no es un bien necesario, pero si preferible.

La epistemología de la virtud vendría a empatarse analógicamente con la ética de la virtud. Es sabido que la ética estudia las acciones correctas que conducen al bien y cuál es la naturaleza de dichas (decisiones que conllevan a la realización de buenas) acciones y por qué es debido considerarlas como tales en un contexto histórico y cultural determinado. Esto dicho de manera general. Otra de las cosas que la ética de la virtud estudia es ¿qué hace que algo sea o no valioso para la vida y por qué? Estas preguntas podrían hacerse de manera distinta y los objetivos, metas, fines, bienes y valores a perseguir dependería de la ‘teoría’ ética en cuestión, pero sin duda se le llame virtud o no, todas persiguen el Bien por considerarlo el mayor bien (Summum bonum), traducido este último como: felicidad, utilidad, placer, autorrealización, ausencia de dolor, la realización del deber, etc. Otra pregunta básica en ética es: ¿Qué hace que una vida se considere buena, valiosa, digna de ser vivida? Lo cual implica tender un puente entre el ‘ser’ y el ‘deber ser’, es decir, la ‘distancia’ existente entre el estado actual de las cosas y aquél al que se debiese aspirar a llegar (por considerarse mejor a aquel del cual se parte). Y otra pregunta muy importante en ética, aunque de alguna manera ya está contenida en las anteriores, es: ¿qué hace a una persona virtuosa o buena? Es en esta última pregunta, así como se encuentra aquí transcrita, donde tal vez puede verse de mejor manera el ‘cruce’ entre ética y epistemología.

La teoría de la virtud se centra en las acciones de la persona y en el concepto de persona, en los cuales ‘lo virtuoso’ resulta fundamental: ¿cómo se logra? y ¿cómo se alcanza?, intentando explicar y contestar básicamente las preguntas que se expusieron en el párrafo anterior, como por ejemplo: ‘acciones correctas’, ‘cosas valiosas’, ‘vida buena’, ‘vida digna’, entre otras, todas ellas dignas de considerarse propias de una persona virtuosa. Las virtudes son el aspecto fundamental que definen a una persona virtuosa y a que una ética pueda considerársele ‘de la virtud’. ¿Dónde entra la epistemología? En el momento en el que nos preguntamos: ¿Qué hace que una creencia se justifique como racional o razonable? La epistemología además de necesaria puede resultar muy útil. ¿Imaginaste ya lector, cuántas y qué tipo de preguntas puedes formular de este tipo?, ¿sobre cuantos temas, vertientes y perspectivas, más allá del tema de la humildad intelectual? Si a las preguntas del párrafo anterior se les hubiese agregado o se hubiesen formulado del tipo: ¿Qué hace que tal cosa sea considerada intelectualmente valiosa?; o, ¿por qué y con qué elementos racionales los intelectuales habrían de considerar su trabajo de investigación en torno a la pandemia intelectualmente valiosos, por estar relacionados con la posibilidad de que aquellos que se encuentran en terapia intensiva pudiesen llevar una vida digna a pesar de la gravedad de su padecimiento?; o, simplemente, ¿qué tipo de cosas son intelectualmente valiosas?, o ¿por qué estudiar la humildad intelectual puede mejorar la investigación en torno al tema en las universidades y la labor de los y las que lo investigan? De lo que aquí se habla es de bienes y valores epistémicos que atañen a la ética, al razonamiento y al quehacer científico.

¿Es posible hablar de una epistemología de la virtud sin conocer o partir de una definición sobre el conocimiento? No, y aunque no es el tema central de este trabajo, no puede perderse de vista ni obviarse porque la humildad intelectual gira precisamente en torno a este, medular también para conocer la ética de la virtud y para el sujeto epistémico-cognoscente. Conocer en sí mismo virtuoso en filosofía, puesto que se separa de la doxa o mera opinión acerca de algo, por lo que afirmar que la verdad que subyace a ese conocimiento adquirido resulta de una formación virtuosa, es decir, que no es resultado de un accidente o de la casualidad. Es así a grosso modo como suele formarse un producto del conocimiento, como fruto de la virtud intelectual. De forma empírica y un tanto intuitiva, sería posible afirmar que algunos de los rasgos posibles para identificar a una persona intelectualmente humilde, se encuentran la curiosidad intelectual (sujeto cognoscitivo), el interés por aprender (sujeto epistémico), la modestia, tener cierta orientación de servicio e interés por el otro (sujeto ético) y por lo otro (sujeto político) en una sociedad en la que la cognición y la humildad dependen en gran parte de la psicología genética (herencia) y del contexto sociohistórico de desarrollo (entorno y cultura). ¿Qué nos puede decir la cognición humana sobre la humildad intelectual? Desde la ciencia sería posible esperar que la humildad intelectual navegue sobre un proceso atemperado en el que se asignaran valores heurísticos, probabilísticos, dicotómicos, lógicos, entre otros, a ideas, conjeturas, eventos o escenarios que dan lugar a teorías o hipótesis sobre la realidad y el mundo según experiencias, accidentes o creencias, en busca de la verdad. Aquí es donde nace el problema que ha dado lugar como tema a este trabajo.

¿Cómo no sobreestimar arrogantementela capacidad propia, la fortaleza, para conocer lo que se supone ha logrado conocerse, y que, por lo tanto, funciona como verdad, más allá de la subestimación de los sesgos e información asimétrica e incompleta con la que el sujeto cuenta, como sería el simple caso alusivo a las limitaciones propias para conocer? Por ejemplo, tendemos a favorecer la evidencia o los datos recibidos al principio de nuestras investigaciones (impacto de los acontecimientos recientes), y tendemos a descontar el peso de la evidencia en contra de las hipótesis que respaldamos. Lo anterior, sin considerar los argumentos y retazos de información (nociones, creencias, fantasías, tergiversaciones inconscientes, recuerdos borrosos, reminiscencias postraumáticas, anfibologías y paralogismos, entre otros defectos de naturaleza neurocognitiva y lógica) equívocos o erróneos, por adaptación o reelaboración, como sería el caso de la toma de decisiones basadas en disquisiciones de tipo heurístico, cuya desventaja radica en que no siempre nos ayudan a rastrear la verdad. La ciencia cognitiva ha recorrido un largo camino hacia la comprensión de las raíces de estos sesgos: ¿Cómo nuestro sistema cognitivo utiliza los sesgos como una forma de almacenar y clasificar de manera eficiente el conocimiento?, conocimiento en el que basamos nuestras acciones. Un descubrimiento de la ciencia cognitiva que tiene relevancia y peso específico mayúsculo en las razones y motivos que gobiernan sesgadamente muchas veces, nuestras decisiones y acciones, y no siempre son factibles de ser analizadas o conocidas conscientemente. De hecho, casi nunca lo son.

Ahora, ¿cómo saber quién es intelectualmente humilde? Cualquier estudio científico de un fenómeno exige la posibilidad de medir de manera que los resultados puedan ser comprobados, verificados, replicados y contrastados si es el caso. Si el deseo es simplemente descubrir la existencia de un fenómeno, se requiere algún tipo de medida, al menos de tipo cualitativo. El caso es que si queremos conocer la fuerza relativa (‘de aparición bajo ciertas condiciones’, ‘de modificación o de impacto en presencia o en ausencia…’) de un fenómeno, se necesita una medida. Si queremos evaluar la ocurrencia de un fenómeno en un caso y compararlo con una ocurrencia en otro caso, necesitamos un estándar de comparación, una medida. Si queremos idear una intervención que aumente la presencia del fenómeno deseado, necesitamos una medida para saber si la intervención funcionó, si se puede detectar un aumento, y la humildad intelectual no es ajena a todo esto. La reflexión crítica no es ajena a este tipo de ejercicio en lo absoluto, un ejemplo de ello es este trabajo. Este ejercicio que aquí se lleva a cabo demuestra que la medición es un lugar natural para que la filosofía (y la ética) y la ciencia se encuentren. Cuando los psicólogos intentan operacionalizar un concepto ideando elementos de prueba que pueden medir cualquier construcción dada, tienen algo de teoría en mente. Los ítems o procedimientos para la medida se generan a partir de una teoría del constructo (componente básico de la ciencia y de la filosofía [en torno al quehacer científico]).

Educando para la humildad intelectual

El hecho de que pueda ‘darse’ la posibilidad de transmitir un conocimiento en una escuela, un taller, una línea de ensamblaje, un centro de capacitación, un salón o campo deportivo, entre otros espacios y prácticas que requieren del desarrollo de habilidades, la adquisición o mejoramiento de capacidades o técnicas, entre otros, requiere que se haya establecido una relación de confianza mutua y humildad (apertura intelectual). Para ello, la confianza no resulta suficiente aun si parece existir en la relación que se establece entre el aprendiz y el maestro, dado que es indispensable que en principio quien se dispone a aprender confíe en sí mismo/a. Para que esto sea posible se presupone que la persona deberá tener cierto desarrollo físico, social y cognitivo, sobre los cuales habilidades y capacidades se combinen para la adquisición de conocimientos teóricos para ser por lo general puestos en práctica. Lo anterior, establece una relación de ida y vuelta con la confianza, y de la cual cabría esperar que aumentase a medida que se interioriza y se experimenta cotidianamente, entrando así en un círculo virtuoso.

Estas formas de confianza intelectual serán a menudo implícitas y muy difíciles de reconocer, pero por supuesto se volverán más visibles cuando se pierdan o falten; por ejemplo, si una persona disfruta de un alto grado de confianza, excepto cuando se encuentra en determinadas situaciones o entre determinadas personas: ante una audiencia pública, por ejemplo, o alrededor de compañeros que intimidan. (Baehr, 2015, pp. 55-56)

Más allá de la teoría y práctica de la humildad intelectual en el ámbito científico y académico, no es secreto para nadie que la posibilidad de esta afronta muchos obstáculos y posee sus propias limitaciones, como por ejemplo la arrogancia y el servilismo intelectual dentro y fuera del contexto académico y científico-intelectual, universitario y no universitario, sumado esto a las limitaciones mismas del sujeto pensante, por lo que reconocer las propias barreras o concederle importancia excesiva a estas al grado de la parálisis del pensamiento de conocer es el primer paso que debe atravesar ‘humildemente’ el sujeto cognoscente. Simon Blackburn se pregunta:

¿Existe el conocimiento moral? ¿Hay progreso moral? Estas preguntas no las responden la ciencia, la religión, la metafísica o la lógica. Tienen que ser respondidas desde nuestra propia perspectiva moral. Entonces, afortunadamente, hay innumerables cosas pequeñas y sin pretensiones que sabemos con perfecta certeza. La felicidad es preferible a la miseria, la dignidad es mejor que la humillación. Es malo que la gente sufra, y peor si una cultura hace la vista gorda ante su sufrimiento. La muerte es peor que la vida; el intento de encontrar un punto de vista común es mejor que el desprecio manipulador que pueda acarrear. (2001, p. 134)

En tanto no se tenga la fortaleza requerida para reconocer esto, la arrogancia (o la indiferencia que no ignorancia como otro modo en el que la arrogancia suele manifestarse) o sinónimos de esta continuarán gobernando la mente intelectual y científica, sea por verse excedida en sus propias limitaciones o por prestar demasiada atención a sus limitaciones, siendo presa del servilismo intelectual. Los niños y las niñas, por ejemplo, pueden considerarse poseedores de rasgos intelectualmente humildes y arrogantes que actúan simultáneamente, ya que por momentos suelen manifestarse como si lo supieran todo, y al mismo tiempo, mostrar gran ansiedad e interés por aprender, con la diferencia con respecto al mundo adulto, de que los primeros suelen mostrar una tendencia considerablemente mayor con relación a los segundos, de reconocimiento de sus errores, y siendo más optimistas en torno a la posibilidad efectiva de que la inteligencia se pueda desarrollar. De igual manera, muestran los infantes tener un menor ‘sesgo de confirmación’ con relación a sus padres, los cuales tienden a buscar la confirmación de aquello en lo que ya creen y descartar la evidencia de aquello con lo que no están o no va de acuerdo con sus creencias, hipótesis o consideran como verdadero.

La humildad intelectual, desde este punto de vista, es ciega a las fortalezas intelectuales. Y todo esto conduce a algunos resultados que no estoy seguro de que debamos poseer en un relato viable de humildad intelectual. Considerando estas dos preocupaciones. La primera es que las limitaciones propias de la humildad intelectual permiten que las personas sean intelectualmente humildes e intelectualmente arrogantes sobre lo mismo al mismo tiempo. (Whitcomb, Battaly, Baehr, Howard-Snyder, 2017, pp. 511-512)

En un mundo en el que la competitividad aunada a la injusticia social, la insensibilidad social, cuando no arteras y culturalmente formadas y hasta validadas y practicadas con impunidad formas de discriminación o racismo sistemáticos, la marginación y la exclusión producidas por el abandono y la inexistencia de políticas públicas en virtud de las cuales la ciudadanía o la sociedad civil puedan hacerse acompañar para trabajar con los mínimos índices requeridos de confianza intelectual y sociocognitiva, la humildad corre el grave riesgo de confundirse o pervertirse, degenerando o cayendo en conductas serviles o violentas producidas por el resentimiento y los deseos de venganza conscientes e inconscientes en contra de ‘los otros’. La confianza y la humildad por tanto resultan en una relación siempre compleja, polémica y siempre contingente, se puede ganar y se puede perder, se puede conocer y ponerse en práctica, se puede amalgamar al carácter y la subjetividad, por un lado; y, usarse situacionalmente y por conveniencia no siempre de la manera más ética pensable, por otro lado. Relación, no obstante, esencial para el reconocimiento y el ejercicio adecuado de las propias capacidades individuales. Por lo que para Jason Baehr:

El alcance y la fuerza de la confianza de uno moldean el sentido de una persona de las actividades y proyectos que podrían emprender de manera plausible, las situaciones y personas en y con las que podrían vivir y trabajar, y su sentido más amplio de sus perspectivas y ambiciones. De hecho, el papel crucial de la confianza se ilustra negativamente por el hecho de que una forma eficaz de oprimir a otras personas es erosionar su confianza, por ejemplo, sometiéndolas a estrategias de derogación, como la burla y el ridículo. (Baehr, 2015, p. 56)

Robert Roberts y Jay Wood en su artículo de 2003 “Humility and Epistemic Goods” y en su libro de 2007, Intellectual Virtues: An Essay in Regulative Epistemolgy, ofrecen una concepción bastante novedosa de lo que es y lo que no es la ‘humildad intelectual’. Para ellos, la humildad intelectual suele tener un estatus de importancia sumamente bajo, al grado de considerarla como mero opuesto de la arrogancia o la soberbia intelectual. Carlos Pereda en su obra “Crítica de la razón arrogante” define a una persona arrogante de la siguiente manera:

…Un arrogante cree que su meticuloso causar mengua o descrédito, e incluso su subrayado fastidio y hasta su estudiada repugnancia, funcionan ya como suficiente respaldo de la propia nobleza. Dicho de otra manera: cualquiera arrogante deja entender que su preeminencia se desprende de su capacidad de negar. Además, tanto el exceso de autoafirmación como de desprecio son sistemáticos. De quien presume mediante el desaire accidental o teniendo en menos el hacer o decir del otro, pero solo en cierta ocasión, pero no hay por qué predicar arrogancia. La persona arrogante hace del “engrandecimiento por medio de desechar y envilecer” un aceitado mecanismo que se pone a funcionar al menor estímulo. Por otra parte, en la arrogancia se desea exhibir la propia superioridad, se le muestra y se le exalta; en algún sentido, podría señalarse que hasta se le escenifica y, a menudo, con lujo de detalles […] La o el arrogante no hacen más que ‘pavonearse’, que ‘pavonear’ su pretendida excelencia; en realidad sólo muestran, sin proponérselo claro está, su vana de soberbia. (1999, p. 12)

Incluso si una persona parece ser internamente racional por completo, no resulta sencillo para esta atender siempre de forma apropiada aun reconociéndolo sus propias limitaciones, mientras que consciente e inconscientemente sobreestima sus fortalezas y atributos intelectuales. Como tampoco hay nada de irracional en no prestar atención a las consecuencias lógicas de las creencias personales. Lo anterior se debe principalmente según Roberts & Wood a que:

Estos vicios se centran en la promoción del bienestar social del poseedor. Y como tal, la humildad intelectual resulta en una indiferencia sorprendente o inusual por la importancia social y, por lo tanto, en una especie de insensibilidad emocional hacia las cuestiones de estatus. La idea aquí es que la persona intelectualmente humilde no se preocupa por el estatus que podría adquirir al perseguir esfuerzos intelectuales. En cambio, persiguen los bienes intelectuales por sí mismos. (2007, p. 513)

De esta manera, la crítica de los autores se refiere a que el logro o el estatus intelectual (académico o tecnocrático) se convierte en sinónimo de la posibilidad de hacerse acreedor a ascensos en la escala social y laboral, los cuales suelen venir acompañados de incentivos económicos y reconocimientos sociales diversos. La humildad intelectual pone al alcance de los maestros y las maestras actuar con más ética y honestidad en el desempeño de su profesión y la transmisión del conocimiento a través de las prácticas educativas que emprenden, actuando así con mayor equidad y conciencia en el contexto sociocultural en el que laboran. Por lo anterior, en su texto intitulado The Concept of Education (2012), R.S. Peters considera que en el espacio educativo: “El profesor debe fomentar [en el alumno] la confianza en sus propios poderes y la confianza en sí mismo ... necesaria para elegir» (2012, p. 20). Por su parte, Nancy Carvajal se pregunta: ¿Qué caracteriza a un académico activista del siglo XXI involucrado en estudios culturales? ¿Cómo puede responder al llamado de una sociedad oprimida y narcotizada por el distorsionado discurso neoliberal sobre la justicia social? ¿Qué roles debería asumir este académico activista como miembro de una comunidad académica y como ser humano en evolución? (2019, p. 2).

Conclusiones

Este trabajo como pudo notar el lector no tuvo un enfoque de carácter interpretativo y mucho menos, semántico. Reflexionar sobre las diferentes –que las hay– concepciones que se tienen sobre lo que es la ‘humildad’ y la combinación de este sustantivo con el agregado ‘intelectual’, varía de acuerdo con la metodología y el enfoque empleados: cuantitativo, cualitativo, experimental, mixto, entre otros; así como también la perspectiva y aspectos culturales de los cuales se parta y las conclusiones a las cuales se pretenda arribar. El ensayo puede satisfactoriamente concluir una vez que partió ofreciendo aproximaciones sobre lo que puede entenderse como “humildad intelectual”, tratando de contestar por qué es importante dentro y fuera de la vida académica e institucional, así como reflexionando críticamente sobre la ‘necesidad’ imperiosa de su teorización y puesta en práctica para pensar la complejidad y actuar en función de ella, ante problemas contemporáneos en donde la ética, la tolerancia, la pluralidad cultural, la diversidad ecológica y de formas de pensar y de vivir merecen una oportunidad en términos de equidad, incluyentes, respetuosos y pacíficos, con justicia social y equidad de género, todos estos componentes en cuya ausencia o déficit, conllevan a dudar de la existencia de un régimen democrático de facto.

Fue posible demostrar también que sin la existencia de un círculo virtuoso entre humildad intelectual y la (auto)confianza, basados en el diálogo, el reconocimiento y el respeto mutuos, el mencionado circulo se torna vicioso, abriendo la caja de pandora y traduciéndose en diversas formas de violencia. De allí que la humildad intelectual resulte en una suerte de ‘bien’ ético, cuya teorización y práctica pone en juego habilidades epistémicas, capacidades y conocimientos que a su vez requieren y son resultado de las prácticas aprendidas culturalmente por los sujetos en cuestión, y que pueden transmitirse a través del tiempo y el imaginario como horizontes de posibilidad y saberes interiorizados. Por lo que su aplicación perversa, negativa o nula, puede probablemente depender de factores y prácticas sociales deformadas, ya como resultado de la ignorancia o probablemente y de manera colateral por la carencia o insuficiencia de la humildad intelectual que requiere el contexto como objeto de estudio, ya por otro tipo de circunstancias que rebasan por completo lo que esta puede realizar por la vida social, política y económica en la que estas tienen lugar.

Se repasó también la vertiente cognitiva de la humildad intelectual y su relación con la epistemología (de la virtud) y la ética (de la virtud), que tiene que ver con cómo se piensa, cómo se ejercita el intelecto en el orden de la adquisición del conocimiento frente a conservar la ligereza que ofrece la cómoda ignorancia y la seguridad que parece portar la arrogancia, y cómo socialmente se piensa a sí mismo el sujeto con respecto de los otros que conforman el tejido social. Sin humildad intelectual, cognitivamente el otro ni siquiera adquiere presencia, materialidad (corporalidad) o existencia. Sin lo anterior, no es posible hacerse siquiera una idea de cómo luce una persona intelectualmente humilde, cómo se piensa a sí misma y cómo piensa a los demás.

Por lo anterior, la humildad intelectual es también como se mostró una ‘postura’ epistemológica ante el conocimiento y su relación con la realidad y la vida, que no debe confundirse con el pensamiento analítico acrítico y deshistorizado que conlleva a la repetición y a la producción de saberes atomizados e hiperespecializados incapaces de dialogar transdisciplinarmente. Por lo que un(a) maestro(a) crítico(a), humilde intelectualmente, mostrará saber conjugar en todo momento la capacidad activa del diálogo y la escucha, el trabajo colaborativo y solidario necesario para establecer empatía e inspirar con coraje y valentía sin reprimir ni dogmatismos con las y los estudiantes, empoderando y ofreciendo el espacio requerido para que él y la aprendiz desarrollen la confianza necesaria para aprender y poner en práctica los conocimientos adquiridos, orientados a construir una sociedad más justa y desenmascarar los mecanismos y las prácticas de dominación ocultos desde lo más recóndito y profundo de las estructuras sobre las que se sostiene la cultura en cuestión, hasta los dispositivos y prácticas de poder más descarados que subsisten en casa, en el trabajo y en la escuela, para edificar la obra negra urgente de la democracia, la equidad, la justicia social y la paz.

Nota

1. Todas las traducciones del inglés al español fueron realizadas por quien ha suscrito este documento.

Referencias

Alfano, M., Iurino, K., Stey, P., Robinson, B., Christen, M., Yu, F., & Lapsley, D. (2017). Development and validation of a multi-dimensional measure of intellectual humility. PloS one12(8), e0182950. https://doi.org/10.1371/journal.pone.0182950

Baehr, J (Ed.). (2015). Educating for Intellectual Virtues: Applying Virtue Epistemology to Educational Theory and Practice. Routledge.

Blackburn, S. (2001). Being Good: A Short Introduction to Ethics. Oxford University Press.

Carvajal, N. (2019). Intellectual Humility, Courage and Empathy: Tools for a Critical, Activist and Resistant Scholar. Recuperado el 12 de agosto de 2020 de https://www.academia.edu/5294282/Intellectual_Humility_Courage_and_Empathy_Tools_for_a_Critical_Activist_and_Resistant_Scholar, 2.

Comte-Sponville, A. (1996). A Small Treatise on the Great Virtues: The Uses of Philosophy in Everyday Life. Metropolitan/Owl.

Church, I. & Samuelson, P. (2016). Intellectual Humility: An Introduction to the Philosophy and Science. Bloomsbury Academic.

Freire, P. & Macedo, D. (1995). A dialogue: Culture, language, and race. Harvard Educational Review, 65(3), 377-402.

Lave, J., & Wenger, E. (1991). Learning in doing: Social, cognitive, and computational perspectives. Situated Learning: Legitimate peripheral participation. Cambridge University Press. https://doi.org/10.1017/CBO9780511815355

Pallas, A. (2001) Preparation of educational researchers in philosophical foundations of inquiry. Review of Educational Research, 71(4), 525-547.

Pereda, C. (1998) Crítica de la razón arrogante. Cuatro panfletos civiles. Taurus.

Peters, R.S. (2012) The Concept of Education. Routledge.

Roberts, R. & Wood, J. (2007) Intellectual Virtues: An Essay in Regulative Epistemolgy. Oxford University Press.

Whitcomb, D., Battaly, H., Baehr, J. Howard-Snyder, D. (2017). Intellectual Humility: Owning our Limitations. Philosophy and Phenomenological Research, 94(3), 509-539.

Carlos Alberto Navarro Fuentes (betoballack@yahoo.com.mx); ORCID. Profesor de cátedra de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Posdoctorado en Estudios Sociales (UAM); Doctor en Teoría Critica, especialidad en Filosofía (17, Instituto de Estudios Críticos); Doctor en Humanidades, con especialidad en Ética (Tec de Monterrey). Libros: Descolonización del Imaginario Pedagógico. Intersubjetividad, exclusión y representaciones sociales; Comunidades de aprendizaje y redes sociales, contexto intercultural. Identidad, autonomía e imaginario; “Capitalopandemia”, en Diario de la pandemia, UNAM; “Literatura y Ética. Una relación crítico-reflexiva” en Humanidades ¿todavía? Humanidades ¿todavía? Alternativas para pensarnos desde la literatura y la ética, Porrúa/Tec de Monterrey; “Dos visiones éticas complementarias sobre el cuidado de sí” en El cuidado de sí como práctica ética, Tec de Monterrey.

Recibido: 17 de setiembre, 2020
Aprobado: 15 de enero, 2021


Rev. Filosofía Univ. Costa Rica, LX (158), Setiembre-Diciembre 2021 / ISSN: 0034-8252 / EISSN: 2215-5589