Gonzalo Seid

Las clases en el papel y en la realidad social:
una sistematización de la perspectiva de Bourdieu sobre las clases sociales

Resumen: En este artículo se sistematiza la perspectiva teórica de Pierre Bourdieu sobre las clases sociales. Se presentan sus críticas a los puntos de vista objetivista y subjetivista en teoría social, los fundamentos de su propuesta, el concepto de habitus de clase, y las luchas de clasificaciones mediante las que se constituyen las clases.

Palabras clave: clases sociales. espacio social. habitus. constructivismo estructuralista.Bourdieu.

Abstract: This article systematizes Pierre Bourdieu’s theoretical perspective on social classes. We expose his criticisms to the objectivist and subjectivist points of view in social theory, the foundations of his proposal, the concept of class habitus, and the struggles of classifications through which classes are constituted.

Keywords: social classes. social space.habitus. structuralist constructivism. Bourdieu.

Introducción

En este texto se procura ofrecer un panorama general de la perspectiva teórica de Pierre Bourdieu sobre las clases sociales. En primer lugar, se presentan las críticas que el autor realiza a los puntos de vista objetivista y subjetivista en teoría social, así como las rupturas con la teoría marxista y con algunos aspectos de la concepción weberiana de las clases sociales. A continuación, se exponen los fundamentos de su propia propuesta, síntesis de legados clásicos pero también original, en la cual la noción de espacio social multidimensional puede considerarse el punto de partida teórico. En los siguientes apartados se define habitus de clase y se puntualiza sobre la relación entre clases, estilos de vida y disposiciones corporales. Luego se abordan las relaciones de sentido: las luchas simbólicas a través de las que se constituyen las clases. Por último, se enumeran las complejizaciones que su concepción de las clases sociales introduce respecto a las definiciones de clase más extendidas en la teoría social.

La perspectiva teórica de Bourdieu, muy presente hace varias décadas en la teoría sociológica, ha tenido gravitación en variados campos temáticos. Sin embargo, creemos que la teoría de las clases sociales no es aprovechada al máximo en las investigaciones específicas sobre clases y estructura social, a menudo enfocadas desde marcos teóricos neoweberianos o neomarxistas. A su vez, cierta tendencia al uso fragmentario de las contribuciones del autor parece hacer perder de vista la sistematicidad de su concepción teórica y su potencial para superar reduccionismos en el análisis de clases sociales.

Críticas y rupturas

En El sentido práctico [1980] (2010), Bour-dieu sostiene, respecto de los modos de conocimiento en la teoría social, que es necesario superar la artificial oposición entre objetivismo y subjetivismo, entre fenomenología y física social, conservando ciertos logros de ambas posiciones y teniendo en cuenta los cuestionamientos recíprocos. Las críticas que realiza a lo que considera “falsas dicotomías” en la teoría social están en la base de la construcción teórica de Bourdieu y constituyen el punto de partida para comprender el sentido de los conceptos que ha elaborado.

Desde el punto de vista objetivista los fenómenos sociales son tratados como cosas, clasificados como objetos. El objetivismo, representado por las tradiciones estructuralistas, pretende establecer regularidades objetivas independientes de las consciencias y voluntades individuales. Si bien Bourdieu recupera del objetivismo la necesidad de ruptura epistemológica con el conocimiento práctico, critica que se deje de lado la descripción científica de la experiencia ordinaria del mundo, la cual permite poner en relación el sentido vivido y el sentido objetivo. El objetivismo traslada al objeto los principios de su relación con el objeto, como si este estuviera destinado al conocimiento y se ofreciera como un espectáculo que se comprende desde fuera, desde lejos y desde arriba, como representación, desde un punto de vista soberano –que generalmente se adopta desde posiciones elevadas en el espacio social–. Uno de los efectos de la proyección en el objeto de una relación de objetivación no objetivada consiste en dar por principio objetivo de la práctica lo que se ha construido mediante el trabajo de objetivación, proyectando en la realidad lo que es una construcción del científico. Al reificar abstracciones, el discurso objetivista trata a sus construcciones como entidades trascendentes dotadas de eficacia social, capaces de constreñir directamente las prácticas o de actuar en la historia. Se pasa del modelo de la realidad a la realidad del modelo, como si las prácticas tuvieran como principio el modelo teórico que se construye para explicarlas.

En el polo opuesto, el punto de vista subjetivista afirma que los agentes construyen la realidad social. El subjetivismo, representado por las tradiciones constructivistas y fenomenológicas, reflexiona sobre la relación primera de familiaridad con el ambiente de la vida cotidiana que aparece como evidente. Según Bourdieu, este punto de vista no es capaz de ir más allá de la experiencia “vivida” del mundo social y deja de lado el estudio de las condiciones de posibilidad de esa experiencia, incluso las condiciones de posibilidad del propio conocimiento constructivista o fenomenológico. Desde el subjetivismo no sería necesario, para la construcción de conocimiento científico, el momento de ruptura con la experiencia social primaria.

En tanto modos de conocimiento intelectual, tanto subjetivismo como objetivismo soslayan en el análisis la relación subjetiva del científico con el mundo social y la relación social objetiva que supone dicha relación subjetiva. Ambos modos de conocimiento intelectual llevan a que se coloque como fundamento de las prácticas analizadas la relación con el mundo social del observador, mediante las representaciones construidas para explicar las prácticas. Bourdieu enfatiza que es necesario someter a una objetivación crítica las condiciones epistemológicas y sociales de la práctica de la objetivación, analizando la lógica específica y las condiciones sociales de posibilidad del conocimiento docto, para evitar proyectar una relación teórica no objetivada en la práctica que el científico pretende objetivar, esto es, eludir la reflexión acerca de lo que la teoría del objeto debe a la relación teórica con el objeto (Bourdieu, 2010; Seid, 2015).

La crítica epistemológica y teórica a esta dicotomía en la teoría social se hace extensiva a la problemática de las clases sociales. Bourdieu piensa la problemática de las clases sociales partiendo del cuestionamiento a la oposición entre objetivismo/estructuralismo y subjetivismo/constructivismo. En el artículo “¿Cómo se hace una clase social?” [1987] (2000a), el objetivismo y el subjetivismo como posturas sobre el modo de conocimiento de lo social aparecen emparentados con posturas teóricas –y también políticas– acerca de la cuestión de la existencia o inexistencia de las clases sociales.

Por un lado, los que afirman la existencia de las clases tienden a adoptar el realismo de lo inteligible, postura realista ingenua de que las clases ya están constituidas en la realidad objetiva antes de que se las pretenda estudiar. Entonces procuran determinar empíricamente los miembros, las características y las fronteras de las clases, reificando el concepto de clase. Por otro lado, los que niegan que las clases existan tienden a una postura nominalista relativista, que sostiene que las clases son construcciones arbitrarias de los científicos o nociones populares, simples artefactos teóricos obtenidos de cortes arbitrarios del indiferenciado continuum social, en el que no existen discontinuidades claras. De esta dificultad para trazar divisiones entre clases como grupos homogéneos en su interior y diferenciados de los demás –la misma dificultad que para dividir grupos etarios–, infieren que este principio de diferenciación no tiene mucho sustento. Nuevamente, Bourdieu encuentra algo en común entre ambas posturas, en este caso en lo que respecta a las clases sociales. Ambas “aceptan una filosofía sustancialista, en el sentido que Cassirer da a este término, que sólo reconoce la realidad que viene directamente ofrecida a la intuición de la experiencia ordinaria” (2000a, p. 104). Tanto la afirmación como la negación de la existencia de las clases se basan en un modo sustancialista de pensar la cuestión.

Asimismo, Bourdieu ha reformulado la problemática de las clases sociales mediante críticas y aportes respecto de las teorías clásicas. En Espacio Social y Génesis de las clases [1984] (1990), el autor expone una serie de rupturas con el marxismo, cuya preocupación política por afirmar la existencia de las clases se emparenta con una concepción realista ingenua. Básicamente, las críticas apuntan contra el objetivismo, el economicismo y el sustancialismo que Bourdieu atribuye a la concepción marxista de las clases.

La “forma estrictamente objetivista que suele revestir” (2011, p. 201, cursiva del autor) la teoría marxista de las clases lleva a que se soslayen las luchas simbólicas, las luchas de clasificaciones por la representación legítima del mundo social. Las representaciones que se hacen los agentes contribuyen a la construcción del mundo social y, de este modo, son parte constitutiva de las clases como objeto de estudio científico. Asimismo, el objetivismo del marxismo está en la base de la problemática distinción entre clase en sí y clase para sí. El paso de las condiciones objetivas a la conciencia de clase tiende a ser concebido de formas insatisfactorias, sea como un efecto necesario y mecánico de la maduración de las condiciones objetivas, o bien como una voluntarista toma de conciencia.

El sustancialismo es el modo de pensar en términos de cosas o propiedades sustanciales. En lo referido al mundo social, consiste en concebir a los individuos, los grupos o las instituciones como realidades que existen por sí mismas, con propiedades necesarias e intrínsecas. Al suponer que las clases son grupos reales, con un número determinado de miembros y fronteras de clase definibles, el marxismo tiende a privilegiar las sustancias en detrimento de las relaciones. El objetivismo y el sustancialismo conducen a la ilusión intelectualista de considerar la clase construida desde la teoría como una clase real, como si fuera un grupo efectivamente movilizado.

El economicismo implica la reducción de la clase a la economía en sentido estrecho. Además del capital económico, para Bourdieu también existen otras formas de poder y recursos, principalmente de tipo cultural y simbólico, que son pertinentes en el estudio de las clases sociales. El hecho de que las relaciones de producción económica sean para el marxismo las que establecen la posición social constituye para Bourdieu una reducción inadecuada de la pluridimensionalidad del espacio social.

Bourdieu atribuye a la teoría marxista el error de confundir las clases teóricas –las que construye el investigador “sobre la hoja de papel”, con clases en práctica –existentes como grupos reales–. “Paradójicamente, Marx que, más que cualquier otro teórico, ejerció el efecto de teoría, efecto propiamente político que consiste en mostrar (theorein) una «realidad» que no existe completamente mientras no se la conozca y reconozca, omitió inscribir este efecto en su teoría...” (Bourdieu, 1997, p. 23). Lo que induce a error es la validez misma de las clasificaciones, el hecho de que las divisiones tiendan a corresponderse con diferencias reales y que dentro de cada agrupamiento ficticio –si está bien construido por el teórico– exista una potencialidad objetiva de que se forme un grupo unificado.

También algunos aspectos de la conceptualización weberiana de las clases sociales son criticados por Bourdieu (1990, 2002). Para Weber, la situación de clase es la posición en el mercado, entendida como el poder de disposición sobre bienes, servicios, medios de producción, patrimonio, etc. Por ende, la esfera económica es el terreno al que está referido el concepto de clase, tal como se pone de manifiesto en la distinción entre clase, estamento y partido como formas de distribución del poder económico, comunal y político respectivamente. Según Bourdieu, Weber opone la clase y el grupo de status como dos tipos de unidades reales, pero resultaría más adecuado entenderlos como unidades nominales que realzan, respectivamente, el aspecto económico o el simbólico, los cuales coexisten en la realidad y sólo son disociables en el análisis. El status no es sino las diferencias de clase del espacio social cuando son percibidas desde categorías derivadas de la misma estructura de este espacio. El prestigio no es independiente de la clase, puesto que el capital simbólico traduce las dotaciones de capital en términos de prestigio social mediante operaciones de conocimiento y reconocimiento de los agentes. Asimismo, los estilos de vida están indisolublemente unidos a las clases sociales, puesto que consisten en gustos y prácticas a la vez emanadas y constitutivas de la clase.

Estas críticas a las conceptualizaciones clásicas acerca de las clases sociales se comprenden cabalmente con la propia perspectiva de Bourdieu sobre el tema, que integra aportes teóricos de los clásicos en su propia teoría. El enfoque de Bourdieu es sintético porque pretende conjugar las concepciones de clase objetivas y subjetivas, realistas y nominalistas, así como las relaciones materiales de fuerza –señaladas sobre todo por Marx– con las relaciones culturales de sentido –puestas de relieve por Weber–.

El espacio social

Ya en un texto temprano como Condición de clase y posición de clase [1966] (2002), Bourdieu proponía “tomar en serio la noción de estructura social”. Esto significaría para el autor comprender que las clases no son meros elementos yuxtapuestos, sino partes que pertenecen a una totalidad. Por ende, además de propiedades intrínsecas, relativas a las condiciones de vida y prácticas, existen propiedades relacionales, de posición, que recibe una clase del sistema de relaciones con las demás clases en una determinada estructura social históricamente definida. Por ejemplo, hay condiciones de vida comunes a los campesinos derivadas de su relación con la naturaleza mediante el trabajo de la tierra, pero en distintas sociedades pueden tener posiciones distintas –dentro del margen de variación posible definido por su condición campesina–. En el mismo sentido, suele ocurrir que “la clase superior de una pequeña ciudad presenta casi todas las características de las clases medias de una gran ciudad” (2002, p. 123). Inversamente, dos clases con diferentes condiciones de existencia pueden tener posiciones similares en distintas estructuras. Por ejemplo, las clases medias de distintas estructuras sociales pueden tener rasgos en común debidos a su posición estructural respecto a las clases superiores y a las clases populares.

Bourdieu deduce de esto que las comparaciones entre clases tienen que efectuarse teniendo en cuenta las estructuras en que están insertas. “La comparación sólo puede establecerse entre estructuras equivalentes o entre partes estructuralmente equivalentes de esas estructuras” (2002, p. 124). La equivalencia entre estructuras sociales puede existir incluso cuando las características objetivas de las clases que las constituyen difieran profundamente. Se requiere describir la estructura específica de una sociedad particular para comprender la singularidad de cualquiera de sus partes, y se requiere la comparación entre partes pertenecientes a totalidades diferentes pero estructuralmente equivalentes para establecer regularidades ligadas a homologías de posición.

Sin embargo, en ocasiones es posible analizar grupos enfocándose primordialmente en sus condiciones de vida cuando estas condiciones tienen ciertas implicancias independientemente de sus relaciones con otras clases. Las propiedades de posición son irreductibles a las de condición, pero en distintos grados. Por ejemplo, los subproletarios de distintas sociedades, debido a la inseguridad económica y la inestabilidad laboral propias de su condición objetiva, pueden asumir características semejantes respecto a actitudes y representaciones, por efecto de la interiorización de las condiciones.

Asimismo, la posición no puede definirse por completo con un enfoque exclusivamente sincrónico. Cada punto o posición está inscripto en un trayecto social, con una pendiente determinada. El devenir histórico de la estructura social y de la posición definen la experiencia en la posición. Nuevamente, dos posiciones aparentemente idénticas pueden revelarse diferentes si se observa el devenir, y dos posiciones distintas pueden tener propiedades comunes debidas a una pendiente o trayectoria semejante.

En Espacio social y génesis de las clases [1984] y en ¿Cómo se hace una clase social? [1987] Bourdieu sostiene que las clases sociales son construcciones analíticas, pero bien fundadas en la realidad. Son construcciones analíticas porque no se ofrecen como algo dado, independientemente de la mirada teórica. Están bien fundadas en la realidad porque las clasificaciones no son arbitrarias, sino que se fundan en desigualdades reales, en propiedades objetivas. Ahora bien, para comprender en qué consiste lo real de las clases, debe advertirse que las clases no deben ser cosificadas, pues no existen como sustancias. Desde su perspectiva, lo que existe no son “clases sociales” tal como se las concibe en el modo de pensar sustancialista, sino un espacio social multidimensional, con diversos factores de diferenciación, poderes sociales o formas de capital.

El espacio social es multidimensional porque es una estructura compuesta por múltiples campos. Cada campo es un ámbito de actividad determinada, diferenciado de los demás, que se caracteriza por tener algo que está en juego, por lo que vale la pena luchar y que los actores sociales que toman parte se esfuerzan por obtener: el capital específico del campo. Las formas de capital más generales son el capital económico, el cultural, el social y el simbólico. Estas especies de capital no tienen el mismo peso ni cumplen el mismo papel, y su orden de relevancia varía históricamente (por ejemplo, en algunos países del bloque socialista durante la Guerra Fría, el capital político era más determinante que el económico). No obstante, tienen en común constituir recursos que operan con la lógica de la acumulación de capital. Las distintas variedades de capital, al igual que el capital económico, son bienes acumulados que se producen, se distribuyen, se consumen y se invierten. Los agentes en distintas posiciones en los diferentes campos luchan por adquirir, conservar o acrecentar diferentes variedades de capital, siendo las estrategias económicas –en sentido restringido– un caso particular (Seid, 2016).

Cada campo tiene autonomía relativa respecto a los demás campos, puesto que posee reglas de juego propias, que definen los modos legítimos y las estrategias válidas para luchar en pos de la obtención del capital específico. Los campos están estructurados como un sistema de posiciones ordenadas jerárquicamente, desde las dominantes hasta las dominadas, pasando por todas las situaciones intermedias. Cada posición es relativa porque está definida de acuerdo con el cómo se ubica respecto a todas las demás, especialmente según su distancia a las posiciones dominantes en los distintos ejes de diferenciación.

Los distintos campos suelen tener una estructura homóloga, a la vez que cierto grado de dependencia entre sí. El hecho de que Bourdieu use conceptos como capital, acumulación y distribución para analizar la dinámica de distintos campos no implica que extrapole a otros ámbitos la lógica del Homo œconomicus. Al contrario, su intención es que las acciones e instituciones económicas sean analizadas como prácticas y estructuras sociales. En este sentido, nada autoriza a universalizar el cálculo racional como principio explicativo, ni siquiera en el campo económico. Para evitar reduccionismos, se requiere historizar la génesis de cada campo y la generalización de las disposiciones al cálculo racional como principio orientador de las prácticas en el campo económico –y también en otros campos en los que emergen disposiciones calculadoras– (Bourdieu, 2003, pp. 17-19).

Como los campos tienen autonomía relativa, la posición ocupada por un mismo agente varía entre un campo y otro, pero tiende a guardar algunas correlaciones. En muchas ocasiones, la posesión de un tipo de capital puede facilitar la obtención de otros, puesto que algunas especies de capital son en cierta medida susceptibles de ser reconvertidas. Junto al capital económico, el capital cultural es una de las variedades más importantes de capital de las sociedades contemporáneas, puesto que el campo de la cultura es uno de los que mayor peso tiene en la estructuración del espacio social global. El capital cultural está compuesto por conocimientos adquiridos –sobre todo referidos a ciencias y artes–, bienes culturales que se poseen –como libros y objetos artísticos– y títulos educativos. Asimismo, Bourdieu añade dos formas de capital estrechamente interrelacionadas, como las que siguen en importancia al capital económico y cultural. El capital social es un capital de contactos y relaciones sociales, de recursos basados en los vínculos y pertenencias grupales, “el conjunto de recursos actuales o potenciales ligados a la posesión de una red durable de relaciones más o menos institucionalizadas de interconocimiento e interreconocimiento” (2011, p. 221). El capital simbólico es la forma que adoptan los distintos tipos de capital al ser percibidos y reconocidos como legítimos: “cualquier propiedad (cualquier tipo de capital, físico, económico, cultural, social) cuando es percibida por agentes sociales cuyas categorías de percepción son de tal naturaleza que les permiten conocerla (distinguirla) y reconocerla, conferirle algún valor” (Bourdieu, 1997, p. 108).

Los agentes están distribuidos en el espacio social según el volumen global de capital que poseen, según la composición de su capital de acuerdo con los pesos relativos de cada especie y según su trayectoria en el espacio social. El volumen global de capital es la “suma” de distintas especies de capital, el conjunto de recursos y poderes efectivamente utilizables, que definen las principales diferencias en las condiciones de existencia entre clases en un alto nivel de agregación (clase dominante, clase obrera, pequeña burguesía, etc.). La composición relativa es la estructura patrimonial, la forma particular de distribución entre distintas especies de capital poseídas, que determina diferencias entre fracciones de clase al interior de las principales condiciones de clase. El capital económico y el capital cultural son los de mayor importancia, pero el capital social puede tener una incidencia específica, lo cual se pone de manifiesto en los rendimientos diferenciales de similares dotaciones de capital económico y cultural. A través del capital simbólico, las demás especies de capital adquieren su valía, de modo tal que patrimonios formalmente idénticos pueden ser percibidos como desiguales –por ejemplo, títulos de una misma carrera en distintas universidades–.

Por último, la trayectoria en el espacio social es la evolución en el tiempo del volumen y la estructura patrimonial, incluyendo las diferencias en los modos de adquisición del capital. Las trayectorias implican desplazamientos que se pagan con trabajo, esfuerzos y fundamentalmente tiempo. La movilidad social puede ser vertical cuando se modifica el volumen de capital, y/o transversal cuando cambia la preponderancia relativa entre capitales, mediante conversiones. La misma condición de clase, incluso la misma posición relacional en una estructura social en un momento dado, puede ser para distintos agentes el producto de distintos trayectos sociales y distintas estrategias, lo que impone una mirada diacrónica que atienda al origen e itinerario social. Los desplazamientos de los individuos en el espacio social no ocurren al azar sino en relación con un haz de trayectorias probables, trayectorias de clase colectivas. Eventualmente algunos individuos pueden desviarse de la trayectoria modal de su clase de origen, a partir de apuestas y reconversiones entre los capitales poseídos, pero incluso las desviaciones tienen determinada probabilidad objetiva de ocurrir según la posición y trayectoria de clase.

A partir de la construcción del espacio social, el sociólogo puede determinar clases teóricas, clases en el sentido lógico del término. Bourdieu considera que la clase probable o “clase en el papel”, definida por el sociólogo, se construye en base a posiciones próximas en el espacio social. Los agentes situados en posiciones cercanas en el espacio social comparten condiciones de existencia homogéneas y poseen un conjunto de capitales comunes, lo cual produce condicionamientos homogéneos, de los que tiende a resultar un habitus semejante. Por ello, la proximidad implica cierta probabilidad de que los agentes se asocien y movilicen como clase real, pero no es suficiente para afirmar que efectivamente exista allí una clase real. Las fronteras de clases no están preestablecidas en la realidad, sino que dependen de los criterios que se tomen para establecer particiones, los cuales son objeto de disputas.

El trabajo sociológico de establecer criterios para definir clases sociales se orienta a reunir en cada clase agentes con la máxima similitud entre sí a la vez que con la máxima diferenciación posible respecto de otras clases. Se trata de un trabajo de clasificación para la construcción de un objeto sociológico, objeto que no puede ser tomado como real independientemente de dicha construcción. Ahora bien, sostener que las clases construidas por quien investiga no son clases reales no significa afirmar que sean arbitrarias, sino que tienen un fundamento en la realidad social (cum fundamento in re), aunque ésta sea siempre más compleja de lo que cualquier esquema de clases permite reconstruir.

En suma, la proximidad en el espacio social no constituye una clase real hasta que es reconocida y conocida como tal. La clase real es la clase que, reconociéndose como tal, se moviliza y se realiza. Por ende, las clasificaciones son para el autor un aspecto fundamental en el proceso de formación de las clases, es decir, en el pasaje de la clase probable/potencial a la clase real, realizada, movilizada. Además de lucha de clases, existen luchas de clasificaciones, luchas simbólicas y políticas por la imposición de la definición legítima del mundo social, con efectos reales en su estructura. En este sentido, los propios debates científicos sobre la adecuación o inadecuación de distintos esquemas de clase inevitablemente están tomando parte en esta lucha de clasificaciones.

Habitus de clase

La mirada sobre las clases sociales de Bourdieu procura poner en relación los aspectos objetivos y los subjetivos, es decir, las condiciones de existencia y las maneras de ver el mundo y de actuar de los agentes. Habitus es el concepto teórico clave que deviene en mecanismo explicativo del vínculo entre las prácticas y la estructura social. Puesto que el concepto de habitus atraviesa la obra de Bourdieu, está presente en la mayoría de sus textos y ha sido profusamente analizado, a continuación, se efectúa una síntesis de los denominadores comunes del concepto, proponiendo que las variantes en las maneras de definirlo (v. gr. sistema de disposiciones subjetivas, estructuras estructuradas y estructurantes, esquemas mentales de percepción y apreciación, disposiciones corporales) pueden integrarse en un núcleo conceptual.

El núcleo conceptual puede sintetizarse de la siguiente manera. El habitus, en tanto sistema de disposiciones adquiridas por los sujetos a través de la experiencia duradera de una posición social, constituye tanto un principio cognitivo y evaluativo mediante el cual se perciben y aprecian las prácticas (a), como un principio generador y organizador de prácticas y representaciones (b). Integrando ambas dimensiones, puede decirse que el habitus interioriza como disposiciones la posición social multidimensional, constituye formas básicas de visión del mundo y se exterioriza en prácticas (c).

a) Los habitus se constituyen por la experiencia duradera en una posición o por haber atravesado una trayectoria determinada entre posiciones. Los habitus son los esquemas mentales y corporales que un agente adquiere, internalizando los condicionamientos objetivos propios de las posiciones ocupadas en el espacio social y los campos. La socialización primaria es un momento determinante en la formación del habitus de los individuos, pero también al atravesar nuevas experiencias vitales este habitus se irá modificando parcialmente en función del tránsito por distintas posiciones y relaciones materiales y simbólicas.

b) El habitus es un conjunto de esquemas que originan prácticas y representaciones. Estos esquemas adquiridos suponen una forma de ver el mundo, de percibirlo, de evaluarlo y, por lo tanto, también orientan las acciones. Mediante la elaboración de este concepto, Bourdieu pretendía explicar que las prácticas no se realizan siguiendo intencionalmente una regla o norma determinada, ni mediante el cálculo racional, sino más bien sobre una base pre-reflexiva. Tampoco las prácticas son necesariamente inconscientes ni determinadas mecánicamente por la estructura, sino orientadas por un sentido del juego, por la familiaridad con ciertas condiciones que permite tomar decisiones prácticas e improvisar, para adaptarse a situaciones concretas de maneras apropiadas y razonables.

c) El habitus es, entonces, un sistema de disposiciones, lo que implica que está integrado por varias disposiciones interrelacionadas, complementarias, afines entre sí. La sistematicidad de los habitus es lo que produce prácticas también sistemáticas, armonizadas entre sí y mutuamente comprensibles. Las correlaciones entre prácticas que en principio no tendrían por qué estar vinculadas, como el gusto por determinado tipo de música, el nivel educativo y la clase de deporte que se practica, se explican por el habitus como principio de construcción subyacente que las unifica. Las regularidades, la continuidad en el tiempo y la orquestación de las prácticas, obedecen a que son producto de esquemas de acción duraderos y transferibles de un campo a otro y de una situación a otra. La afinidad entre las prácticas de distintos agentes de una misma clase social obedece a que sus habitus son producto de similares posiciones objetivas y experiencias, de la misma historia objetivada.

El habitus de clase es el sistema de disposiciones común a todos los agentes que son producto de las mismas condiciones objetivas. Las experiencias y la secuencia de las experiencias puede variar entre unos individuos y otros, pero al interior de una clase lo más probable es que los condicionamientos, situaciones y experiencias que atraviesan sean suficientemente similares como para producir esquemas equiparables. Cada habitus individual es una variante estructural del habitus de clase, expresa la diversidad dentro de la homogeneidad. “El principio de las diferencias entre los habitus individuales reside en la singularidad de las trayectorias sociales” (Bourdieu, 2010, p. 98; itálica en el original). La heterogeneidad al interior de una clase teórica se explica fundamentalmente por las variaciones en las trayectorias, que suponen que distintos agentes ubicados en posiciones próximas han atravesado experiencias diversas y han adquirido el volumen y la composición patrimonial de distintos modos. La heterogeneidad de los habitus y de las trayectorias implica que existen infinidad de variantes, de casos particulares de lo posible. Se trata de integraciones singulares, mas no individuales, de diversas experiencias vitales derivadas de las posiciones sociales.

Las nuevas experiencias pueden modificar los habitus, a partir de distintas integraciones con las experiencias anteriores. Aunque las combinaciones posibles sean muchas, el habitus tiende a resistir el cambio, a asegurar su propia constancia. Esto ocurre porque los habitus desfavorecen la exposición a experiencias e informaciones que lo podrían modificar, y favorecen las selecciones e interpretaciones que mejor se ajustan a sus esquemas.

En lo que sigue, nos detenemos en el concepto de estilo de vida. Los estilos de vida expresan en prácticas el habitus de las distintas clases sociales y simultáneamente contribuyen, mediante dichas prácticas, a la producción y reproducción de las clases entendidas como posiciones en un espacio social multidimensional.

Estilos de vida y disposiciones corporales

Los agentes situados en posiciones objetivas próximas en el espacio social con toda probabilidad estarán constituidos subjetivamente por un habitus similar, que tenderá a generar prácticas semejantes. De dichas prácticas afines y armonizadas resultará un estilo de vida determinado, unificado por el gusto, que contribuye a configurar la misma clase. Si para las teorías clásicas las clases se conforman en las relaciones de producción (Marx) o de intercambio y distribución en el mercado (Weber), Bourdieu agrega que las clases se forman también en el terreno del consumo. Los estilos de vida son la contracara inescindible de las condiciones de existencia, contribuyen a configurar la clase y son condicionados por ésta. Las condiciones de existencia, mediante el habitus, condicionan las prácticas y las unifican en estilos de vida. Los estilos de vida constituyen conjuntos de prácticas que producen y reproducen las condiciones objetivas de existencia.

En La Distinción [1979] (2012), Bourdieu analiza, para el caso de Francia de posguerra, cómo los gustos en lo que respecta a consumos culturales de lo más diversos (música, libros, pintura, muebles, deportes, comidas, etc.) se organizan en un sistema de gustos, en el que cada estilo se define por su relación con el gusto legítimo, aquel que logra ser reconocido como “buen gusto”, opuesto al gusto vulgar, y que proporciona beneficios simbólicos a una minoría que dispone del capital cultural y del tiempo necesarios para adquirirlo. Bourdieu encuentra conjuntos coherentes de preferencias en distintas clases y fracciones de clase, de acuerdo con su volumen de capital, estructura patrimonial y trayectoria. El sistema de diferencias en los gustos en el espacio de los estilos de vida se corresponde con las diferencias de clase en el espacio social.

Las tendencias que encuentra Bourdieu en las clases sociales francesas son las siguientes. El gusto legítimo es el gusto de las clases dominantes, que disponen de las distintas formas de capital requeridas para consumir y para adquirir la aptitud de consumir los bienes culturales refinados. Así, en las clases dominantes los gustos aparecen como testimonio de la calidad intrínseca de la persona. En las clases medias, en cambio, los gustos están signados por la “buena voluntad cultural”: la pretensión de asemejarse al gusto legítimo y de distinguirse simbólicamente de las clases populares. Sin embargo, el capital económico y cultural de los sectores medios no les permite consumir plenamente los bienes más refinados a los que aspiran, ni tampoco gozar de la familiaridad con estos bienes que tiene la clase dominante. De allí suele devenir una ansiosa preocupación por las reglas y una falta de soltura o inseguridad. En las clases populares tiende a imponerse el gusto pragmático, sencillo, dictado por la necesidad y la conformidad, vinculado a un sentimiento de incompetencia, fracaso o indignidad en relación con lo que los valores dominantes imponen como gusto legítimo.

Un aspecto vinculado a los estilos de vida de las clases sociales es el referido a las percepciones, usos y actitudes corporales. Las propiedades corporales están desigualmente distribuidas entre las distintas posiciones en el espacio social. Por ejemplo, las condiciones de trabajo y los hábitos de consumo como la alimentación tienen efectos sobre los cuerpos, en su estado de salud y belleza. Pero además de la contextura física, existen diferencias en lo que Bourdieu denomina hexis corporales, es decir, las disímiles maneras de experimentar y usar el cuerpo. Las hexis corporales difieren según la clase social, el sexo-género y la edad, entre otros principios de diferenciación. Así, el cuerpo es un producto social y la relación con el propio cuerpo expresa toda una relación con el mundo social.

Además, los cuerpos son socialmente valorados según su posición en un sistema de signos distintivos. Las propiedades corporales son interpretadas como algo que expresa la naturaleza moral de las personas. Según cuánto se aproximen a las formas corporales consideradas legítimas, se percibe que algunos expresan distinción o refinamiento, mientras que otros, vulgaridad o dejadez. Este sistema de signos distintivos se correlaciona con el sistema de posiciones sociales, de modo tal que las propiedades corporales más frecuentes en las clases superiores tienden a ser las consideradas legítimas, mientras que las más frecuentes entre las clases populares, vulgares. Cuanto menor sea la distancia entre el cuerpo real y el cuerpo legítimo, es mayor la probabilidad de experimentar el propio cuerpo con seguridad y soltura, mientras que cuanto mayor sea la distancia al cuerpo legítimo, es más probable la experiencia de la incomodidad, la torpeza o la timidez.

El hecho de que las posiciones en el espacio social tiendan a replicarse en las propiedades y disposiciones corporales es una de las formas más poderosas en que se naturalizan las relaciones objetivas de fuerza entre clases, que se traducen así en experiencias prácticas de los cuerpos y en evidencias de las identidades sociales. Las percepciones y clasificaciones cotidianas tienden a esencializar, a percibir a los otros como si los indicadores de posición informaran sobre la calidad intrínseca de las personas, desconociendo las relaciones de fuerza en que se funda el reconocimiento de las diferencias simbólicas (Bourdieu, 1986, pp. 184-186).

Luchas de clasificación y violencia simbólica

Las desigualdades en las relaciones materiales de fuerza entre las clases tienden a legitimarse en el plano simbólico, reforzándose como relaciones de sentido. Las clases dominantes producen su sociodicea, la justificación del orden social del que resultan privilegiadas. El grado en que llega a imponerse esta visión está sujeto a luchas simbólicas por la producción de la visión legítima del mundo. Y estas luchas para definir el sentido del presente tienen lugar mediante la reconstrucción retrospectiva del pasado y la construcción prospectiva del futuro. Como puede advertirse, para Bourdieu las luchas de clasificaciones –por la imposición simbólica de las divisiones relevantes del mundo social– son una faceta fundamental de la lucha de clases.

Las clasificaciones de distinto tipo, desde los veredictos oficiales de las instituciones hasta los insultos más vulgares, se construyen a partir de esquemas clasificatorios incorporados, que surgen bajo ciertas condiciones materiales y relaciones de fuerza. Mediante estrategias clasificatorias, los agentes procuran conservar o cambiar el espacio de posiciones sociales y constituir grupos organizados para la defensa de sus intereses colectivos. Toda vez que se disputan clasificaciones sociales, incluyendo los debates entre científicos sociales acerca de las divisiones de clase, hay luchas de poder simbólico.

Bourdieu se interroga sobre el carácter aparentemente mágico del poder simbólico, el poder performativo de hacer existir entidades o grupos sociales mediante el acto de nombrarlos. Para que funcione esa “magia” social, se necesita que quienes enuncian tengan un gran capital simbólico adquirido en luchas anteriores, especialmente capital simbólico oficialmente sancionado o jurídicamente instituido. La eficacia simbólica depende también de la adecuación de la clasificación propuesta a la realidad objetiva. Un grupo, como puede ser una clase social, comienza a existir cuando es seleccionado y designado como tal, entre otros agrupamientos posibles. Pero no cualquier pretensión de hacer existir un grupo será eficaz, sino solo aquella que esté fundada en proximidades objetivas en el espacio social. Así, el poder simbólico es el poder de hacer visibles las divisiones sociales implícitas o potenciales (Bourdieu, 1988, p. 141).

En la formación histórica de las clases como grupos reales, el poder simbólico es fundamental en el proceso de institución del grupo. Este proceso típicamente supone que un portavoz autorizado del grupo, como puede ser el líder de un partido o sindicato, pase a ser percibido como el representante del grupo, el mandatario que recibe del grupo el poder de hacer el grupo. Al personificar al grupo, puede hablar y actuar en su nombre y de este modo hace existir al grupo. “La clase existe en la medida, y sólo en la medida, en que mandatarios dotados de la plena potentia agendi puedan estar y sentirse autorizados a hablar en su nombre (…) y hacerla existir así como una fuerza real dentro del campo político” (Bourdieu, 1990, p. 227). La clase es real, pero no necesariamente por estar movilizada como grupo, sino por el trabajo histórico de invención, representación e institucionalización.

El poder simbólico es constitutivo de los grupos y es objeto de luchas por la imposición de la visión legítima del mundo. En cada momento determinado del estado de estas luchas, los sistemas simbólicos vigentes tienen funciones políticas, son instrumentos de la dominación que contribuyen a legitimarla, mediante operaciones de reconocimiento y desconocimiento.

Un concepto emparentado es el de violencia simbólica: la adhesión tácita que los dominados conceden a los dominadores al pensarse a sí mismos y a la relación de dominación a partir de categorías construidas desde el punto de vista de los dominadores. Los únicos instrumentos de conocimiento que los dominados disponen son la forma incorporada de la estructura de la dominación. Los esquemas de percepción y apreciación asimilados en la relación de dominación hacen que las clasificaciones resulten naturalizadas y que la misma relación parezca evidente por sí misma.

Este concepto de violencia simbólica permite comprender que las clases dominadas tiendan a no rebelarse a la dominación, no por temor ni por la coerción física, sino sobre todo por la legitimidad y naturalización de la dominación de clase. Existe una complicidad pre-reflexiva de los dominados, que adhieren a la dominación porque sus esquemas mentales la reconocen en la práctica como legítima y la desconocen como arbitraria. El reconocimiento de la legitimidad se debe al arraigo de la costumbre incorporada, a que las instituciones tienen su correlato en los cuerpos y las mentes. Por ejemplo, las expectativas de alguien sobre lo que espera alcanzar son producto de sus probabilidades objetivas, de su evaluación de las posibilidades presentes según su posición en las relaciones de fuerza. Este ajuste de las esperanzas a las posibilidades funciona reproduciendo las desigualdades de clase, por ejemplo, mediante la resignación o incluso la reivindicación de la propia condición de dominado.

Si bien puede existir un poder simbólico difuso, lo más habitual es que la eficacia simbólica tenga un garante institucional: el Estado. Bourdieu complementa la célebre definición weberiana del Estado como monopolio de la violencia física legítima, añadiendo que el Estado es también el conjunto de campos en que se disputa el monopolio de la violencia simbólica legítima. El Estado certifica identidades y actúa como árbitro en las luchas por las categorizaciones, mediante la imposición de leyes y clasificaciones burocráticas. La potestad de sancionar leyes es el poder simbólico por antonomasia, puesto que la ley al nombrar y clasificar las cosas y los grupos sociales, les confiere entidad como realidades definidas y permanentes. El Estado instituye formas simbólicas de pensamientos comunes, inculca sentidos comunes, produce habitus. Este poder performativo, de producir lo que nombra mediante el propio acto de nombrarlo, es un poder simbólico, poder de hacer ver y hacer creer, que impone un marco a las prácticas. La violencia simbólica se ejerce en distintos ámbitos, pero es en el Estado donde los agentes luchan por lograr que sus visiones del mundo se transformen en definiciones oficiales, es decir, luchan por el monopolio de la violencia simbólica legítima.

El Estado es, en último análisis, la gran fuente de poder simbólico que realiza actos de consagración, tales como el otorgamiento de un grado, un documento de identidad o un certificado (actos a través de los cuales quienes están autorizados para detentar una autoridad declaran que una persona es lo que es, establecen públicamente lo que es y lo que tiene que hacer). Es el Estado, como el banco de reserva de la consagración, el garante de estos actos oficiales y de los agentes que los efectúan (…). (Bourdieu y Wacquant, 2013, p. 151)

El poder simbólico del Estado le permite imponerse regularmente sin necesidad de recurrir a la fuerza física. Este explica por qué la legitimidad del Estado y del orden instituido no es cuestionada, salvo en situaciones de crisis. Una institución crucial del Estado en que se lleva a cabo esta producción e imposición de las categorías de pensamiento es la escuela, que contribuye a la naturalización del orden social y la reproducción de las desigualdades de clase.

La clasificación escolar, una forma de poder simbólico del Estado, opera seleccionando a aquellos que logran ciertos objetivos de aprendizaje que son iguales para todos, independientemente de su origen social. Sin embargo, existe una afinidad entre la cultura de las clases sociales más elevadas y las exigencias del sistema educativo. Las disposiciones que son valoradas positivamente por el sistema educativo tienden a ser las mismas que conforman el habitus de la clase dominante (Bourdieu y Passeron, 2004, p. 36). Los privilegios culturales son así transformados por el poder simbólico de la autoridad pedagógica en inteligencia o mérito individual, consagrando las desigualdades previas como legítimas.

Las clasificaciones escolares son imposiciones de arbitrariedades culturales como legítimas y, por lo tanto, implican un ejercicio de violencia simbólica. La propia acción pedagógica es una acción de inculcación e imposición de la cultura legítima. Las clases dominantes, sin proponérselo conscientemente, legitiman su dominación mediante el sistema educativo, que tiende a trasmutar las desigualdades sociales de clase en diferencias individuales de inteligencia o mérito. Las clases dominadas difícilmente están en condiciones de cuestionar estas clasificaciones, porque los instrumentos de conocimiento con los que cuentan para pensarse a sí mismos han sido forjados en la propia relación de dominación de clase e inculcados mediante la institución escolar.

La multidimensionalidad de las clases sociales

Llegados a este punto, pueden mencionarse varias advertencias y complejidades puestas de relieve hasta aquí por la perspectiva bourdieusiana que han de tenerse presentes para comprender las clases sociales: a) no sustancializarlas, sino concebirlas relacionalmente; b) no reducirlas a la dimensión económica, sino tomar en cuenta la dimensión cultural de las posiciones sociales; c) no limitar su estudio a una estructura estática, sino incorporar la mirada diacrónica de las trayectorias; d) no estudiar una dimensión desconociendo la otra, sino integrar condiciones objetivas y disposiciones subjetivas; e) las disputas sobre las definiciones de las clases no son algo previo ni separado, sino parte fundamental de las clases sociales como realidad a estudiar; y, por último, f) no analizar los factores por separado, sino examinar cómo se imbrican todas las propiedades determinantes.

La clase social no se define por una propiedad (aunque se trate de la más determinante como el volumen y la estructura del capital) ni por una suma de propiedades (propiedades de sexo, de edad, de origen social o étnico –proporción de blancos y negros, por ejemplo, de indígenas y emigrados, etc.–, de ingresos, de nivel de instrucción, etc.) ni mucho menos por una cadena de propiedades ordenadas a partir de una propiedad fundamental (la posición de las relaciones de producción) en una relación de causa a efecto, de condicionante a condicionado, sino por la estructura de las relaciones entre todas las propiedades pertinentes, que confiere su propio valor a cada una de ellas y a los efectos que ejerce sobre las prácticas. (2012, p. 121)

La afirmación de que la clase teórica se define no por una propiedad fundamental ni por una suma de propiedades, sino por la estructura de relaciones entre todas las propiedades pertinentes, como pueden ser sexo, etnia o edad; implica una concepción estructural y relacional de la causalidad, en tanto red de elementos explicativos irreductible al efecto agregado de factores. En La Distinción, las distintas características demográficas, como género, edad, etnia, lugar de residencia, nacionalidad, etc. no son distintas bases de dominación o estratificación, sino atributos distribuidos en el espacio social de formas determinadas cuya diferenciación opera conjuntamente con la clase (Seid, 2018). El volumen, la estructura patrimonial y la trayectoria dan forma específica y valor a la determinación que los factores demográficos imponen en las prácticas.

Esta concepción teórica y epistemológica implica un pluralismo metodológico. En La Distinción, Bourdieu combinó métodos cualitativos y cuantitativos, integrando fuentes variadas. En sus análisis cuantitativos, se destacó el uso que le dio a la técnica estadística de análisis de correspondencias múltiples. Bourdieu consideraba que los supuestos de esta técnica se adecuaban a su perspectiva teórica, porque permitía observar la correspondencia u homología entre la estructura de posiciones de clase y la estructura de estilos de vida. Se trata de una técnica descriptiva que, en lugar de segmentar el objeto en variables, toma todos los factores simultáneamente, de modo tal que el peso de las demás relaciones magnetiza cada relación. Esto permitiría representar en el espacio factorial la complejidad de un espacio social multidimensional. (Baranger, 2012, p. 140)

Recapitulación y conclusiones

Lo desarrollado en el artículo se puede sintetizar de la siguiente manera:

- La concepción de las clases de Bourdieu critica, recupera y sintetiza elementos de las tradiciones clásicas. Las críticas apuntan sobre todo al marxismo, por su punto de vista objetivista y sustancialista de las clases sociales. La relevancia de las relaciones económicas de producción es admitida por Bourdieu, pero considera que la clase no puede reducirse a ellas, porque el consumo, los recursos culturales y las relaciones simbólicas son también constitutivos de las clases. En este sentido, Bourdieu reunifica los conceptos weberianos de clase y status, por considerarlos dos facetas de una misma realidad, desde el punto de vista material o simbólico, respectivamente.

- El concepto de espacio social puede entenderse como el punto de partida teórico de su concepción de las clases. El espacio social multidimensional supone que los agentes están distribuidos según múltiples principios de diferenciación que actúan conjuntamente. Los distintos campos o ámbitos de actividad específica están organizados como sistemas de posiciones relacionales desde las cuales se entablan luchas por la consecución de capitales específicos. De acuerdo con el volumen y la estructura de distintas especies de capital –económico, cultural, social y simbólico–, los agentes tendrán distintas condiciones y posiciones de clase en el espacio social. Asimismo, la trayectoria que han seguido al interior de los campos y entre campos, así como el modo de adquisición de las formas de capital, configuran variaciones al interior de las clases. Estas condiciones y posiciones refieren a las clases probables o teóricas, definidas por el sociólogo, que no siempre devienen en grupos reales.

- A partir de los condicionamientos producidos por las diferentes condiciones de vida, la experiencia duradera de los agentes en una posición en la estructura objetiva del espacio social, genera habitus o sistemas de disposiciones para actuar, pensar y sentir. Los habitus de aquellos que comparten posiciones próximas en el espacio social son habitus semejantes, habitus de clase, que engendran prácticas afines, armonizadas y sistemáticas. Los estilos de vida, entendidos como conjuntos de prácticas y consumos unificados por los gustos, configuran sistemas de diferencias culturales y simbólicas entre las clases, condicionados por las condiciones de vida y que a su vez contribuyen a producir dichas condiciones. Asimismo, las maneras de experimentar, percibir y clasificar los cuerpos conforman uno de los mecanismos más poderosos de la naturalización de las desigualdades de clase.

- Además de luchas de clases, existen luchas de clasificaciones, luchas por la imposición simbólica de la visión legítima del mundo y de las divisiones relevantes, que son constitutivas de las clases. La existencia de las clases y los criterios para definirlas son cuestiones sujetas a estas luchas. Asimismo, las clases dominantes tienden a lograr imponer sus propias clasificaciones como las legítimas, justificando su posición y reforzando las relaciones de fuerza mediante relaciones de sentido. El Estado, como monopolio de la violencia simbólica legítima, tiene un eficaz poder performativo a través de sus definiciones y clasificaciones oficiales. Por ejemplo, las clasificaciones escolares acerca del mérito o inteligencia de los alumnos tienden a consagrar simbólicamente a aquellos de las clases más favorecidas, cuyas condiciones de vida les permitieron adquirir previamente el capital cultural que la escuela valora.

- Por último, las clases en la perspectiva de Bourdieu son complejas y multidimensionales. Las condiciones de vida materiales, culturales y simbólicas, expresadas en un determinado volumen, composición y trayectoria patrimonial, interactúan con otros principios de diferenciación, como el género y la etnia. Las relaciones de fuerza entre clases tienden a traducirse en relaciones de sentido mediante la violencia simbólica. Esta consiste en que los dominados incorporan la estructura de la dominación en sus propias disposiciones subjetivas, lo cual favorece la perpetuación de las desigualdades de distinto tipo.

Puesto que Bourdieu es un autor muy leído y citado, las proposiciones anteriores son ampliamente conocidas (ver Weininger, 2005). Sin embargo, no siempre son tomadas en conjunto. En las investigaciones empíricas sobre clases sociales no predomina el enfoque bourdieusiano. Los usos de esquemas de clase predefinidos, clasificaciones burocráticas o extrapolaciones de categorías usadas en países centrales, son muy habituales en los estudios cuantitativos de clases sociales, en particular en economía y sociología, mientras que aún pueden encontrarse, en antropología o historia, algunos estudios cualitativos centrados en aspectos culturales y subjetivos que omiten el “momento objetivista” o que solo ven en las clases una identidad cultural sin profundizar en las condiciones objetivas que la posibilitan. Está claro que cada investigación y cada tradición de investigación selecciona y construye su objeto de interés. Es tan legítimo estudiar las clases a través de deciles de ingreso como mediante una etnografía de la vida doméstica de una familia. Retomar el aporte de Bourdieu en este tema permite una mirada de conjunto que sitúe investigaciones específicas, volviéndolas más capaces de reconocer sus contribuciones y límites, y desarrollando la necesaria reflexividad en una cuestión en la que todo lo que se afirma es siempre ya una toma de posición en las luchas.

Notas

1. Una primera versión de este texto surgió en 2015 como material didáctico para estudiantes de Sociología (cátedra Iacobellis) del Ciclo Básico Común de la Universidad de Buenos Aires. Las lecturas y discusiones con estudiantes y colegas a lo largo de los años me permitieron ampliarlo para que devenga este artículo. Agradezco especialmente a les evaluadores anónimos de la Revista de Filosofía de la Universidad de Costa Rica por sus comentarios.

2. Para un análisis sobre la génesis y las transformaciones sucesivas del concepto, véase Martínez (2007). Para revisar algunas críticas sobre la polisemia y vaguedad del concepto, véanse King (2000) y Belvedere (2012).

Referencias

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Martínez, A. T. (2007). Pierre Bourdieu: razones y lecciones de una práctica sociológica. Del estructuralismo genético a la sociología reflexiva. Manantial.

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Gonzalo Seid (gonzaloseid@gmail.com) Sociólogo y Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Becario posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina. Actualmente investiga sobre sectores medios en la Argentina, bajo la dirección de Gabriel Kessler. Temas de interés: desigualdades, clases sociales, género, redes, metodología de la investigación social. Artículos recientes: “Sombras de la bancarrota: trayectorias de desclasamiento en familias de pequeños comerciantes en Buenos Aires” (2021, Revista Sociologia On Line, Portugal); “Etnia/raza y clase: articulaciones en la antropología y la sociología argentinas” (en coautoría con Gisele Kleidermacher, 2021, Revista Temas Sociales, Bolivia).

Recibido: 2 de octubre, 2020

Aprobado: 21 de octubre, 2020


Rev. Filosofía Univ. Costa Rica, LX (158), Setiembre-Diciembre 2021 / ISSN: 0034-8252 / EISSN: 2215-5589